sábado, 14 de marzo de 2020

Beber, creer, comulgar… en tu corazón, en familia, en comunidad…: por Santiago Agrelo

Torturado por la sed, el pueblo de Israel murmuró en el desierto contra Moisés, diciendo: Danos agua de beber. Has oído también que una mujer de Samaria llega al manantial de Jacob para llenar su cántaro de agua. Allí, sentado sobre el manantial y agotado del camino, está Jesús. Jesús dice a la mujer: Dame de beber. Si te pareció natural la sed de Israel en el desierto, y te pareció cotidiano el camino de la samaritana a la fuente en busca de un agua necesaria para vivir, no te asombre la sed de Jesús, ahora insinuada, mañana gritada en el cruz, pues él lleva en la fragilidad de su cuerpo la sed de Israel, la de la mujer samaritana, la tuya, la mía, la de la humanidad entera, también la de Dios. Un día sabrás que, en su cuerpo agotado, Jesús lleva el sufrimiento del mundo: el hambre, la sed, la desnudez, la soledad de los pequeños de la humanidad: “Tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber…”. Y sabrás también –lo aprenderás con la samaritana- que, en aquel hombre agotado del camino –en aquel crucificado que, a gritos, va diciendo su sed-, Dios mismo se ha hecho fuente de agua viva para todos los sedientos. En darnos como nos dio esa fuente, “en darnos como nos dio a su Hijo”, a la Roca no le queda más agua que dar, a Dios nada más le queda con que pueda apagar nuestra sed. Y así, dándose, encarnándose, entregándolo todo por amor, ha dejado patente, ha puesto a la vista de todos, que también él, el Dios del cielo y de la tierra, padece de ausencia, que también él tiene sed: sed de Israel, su pueblo; sed de aquella samaritana sin marido; sed de ti, de mí, de la humanidad entera. Si la encarnación ya te revelaba, Iglesia samaritana, el misterio de la sed de Dios, la pasión te lo desvelará gritado desde lo alto de la cruz: Tengo sed. El que padece nuestra sed, tiene también sed de nosotros. Y éste es, samaritana, el misterio de tu eucaristía de hoy: te acercas al “don de Dios”, a la fuente de agua viva; te acercas y escuchas; te acercas y comulgas; te acercas y bebes. Bebiendo, apagas tu sed, y el agua que recibes, ese Hijo que se te da, el Espíritu que se te comunica, se convierte dentro de ti “en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna”. Hoy, en muchos lugares, la sed de los hijos de la Iglesia se apagará lejos de la Eucaristía dominical, pero no lejos de la fuente que es Cristo Jesús. Nos acercaremos a ella –nos acercaremos a Cristo- en la intimidad de nuestro corazón, en el ámbito sagrado de nuestras familias, en el ámbito fraterno de nuestras comunidades de vida consagrada. Los informativos de los medios de comunicación no hablarán de ese encuentro tuyo con Cristo Jesús junto al pozo; pero tú sabes que puedes hablar acercarte a él, que puedes escucharle, que puedes creer en él, que puedes beber en él, que puedes llenarte de una esperanza que salta con fuerza hasta la vida eterna. Y sabes también que ahí, dentro de ti, en tu familia, en tu comunidad, lo mismo que en la Eucaristía acostumbrada de tus domingos, el encuentro con el Señor no sólo apagará tu sed de Dios, sino que apagará también la sed que Dios tiene de ti: tú recibes lo que necesitas y él se queda con lo que ama. Bebiendo, creyendo, aprenderás también a mitigar en los pobres la sed de tu Señor. Feliz domingo, Iglesia amada de Dios.

MISAS DESDE CASA


SUSPENDIDOS TODOS LOS ACTOS LITÚRGIOS Y ACTIVIDADES PARROQUIALES HASTA EL 26 DE MARZO. 

SE PUEDEN SEGUIR MISAS DESDE CASA.


De acuerdo con lo establecido por el gobierno de la nación los lugares de culto pueden estar abiertos pero sin aglomeración de personas y siguiendo estrictamente las normas de seguridad. Por este motivo y por si alguien de manera individual quiere venir en algún momento a estar un rato con el Señor, mantendremos abierto nuestro templo de 9:30 a 12:30 de la mañana y se 17/00 a 19/00 por la tarde



- En principio hasta el día 26/03/2020 se celebrarán todas las Misas, incluidas las de los festivos de precepto, en la Parroquia Santa Mónica  a puerta cerrada.


- Enlaces para el seguimiento de las Misas por internet:

jueves, 12 de marzo de 2020

¿Aislados por el coronavirus? Sara lleva 3 semanas y ve una «oportunidad única» para esta Cuaresma o Vive en el epicentro del virus en Italia y su experiencia es muy útil ahora en España



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¿Aislados por el coronavirus?
Sara lleva 3 semanas y ve una «oportunidad única» para esta Cuaresma

o   Vive en el epicentro del virus en Italia y su experiencia es muy útil ahora en España


Sara Martín, en una de las conexiones con medios españoles que ha hecho desde su casa en Italia durante el aislamiento

Sara Martín, en una de las conexiones con medios españoles que ha hecho desde su casa en Italia durante el aislamiento

ReL - 11 marzo 2020

Sara Martín, colaboradora de ReL, periodista, esposa y madre de tres hijos, lleva años viviendo en Italia, concretamente en Lodi, el punto central de la "zona roja" del coronavirus en Italia. En las últimas semanas ha salido en numerosos medios hablando del aislamiento en el que vive su familia desde el pasado 21 de febrero.
A través del blog Mújeres teníamos que ser, Sara Martín ha ido relatando su experiencia y acontecimientos que ha ido viviendo. Cuando en zonas como Madrid la suspensión de las clases ha comenzado este miércoles ella ya lleva semanas así y le queda como mínimo hasta el 15 de abril.
Por ello, sus reflexiones y vivencias sirven como adelanto a lo que se vivirá poco después en España y otros lugares. Y ante la preocupación de muchas familias ante esta nueva situación de aislamiento, Sara habla de la "oportunidad única" de vivir una Cuaresma de manera diferente. Y con la experiencia que le dan estas semanas ofrece algunos consejos que pueden ayudar ahora a sus compatriotas españoles. Lo hace en este post en Mujeres teníamos que ser
Cuaresma en aislamiento por coronavirus, una oportunidad única
Como sabéis algunos que estáis siguiendo los acontecimientos por redes sociales, soy una de esas miles de personas atrapadas en aislamiento en Italia por el coronavirus. Todo empezó hace ya casi tres semanas, aunque a mí me parece ya una vida, sin exagerar. Mi vida y la de mi familia se “congeló” en cierto modo el pasado 21 de febrero, y de momento ahí seguimos. Colegios y guarderías cerrados hasta el 15 de abril, por lo menos, lo que supone practicamente dos meses de niños en casa. La normalidad se fue y quién sabe cuándo volverá. La cotidianidad ahora es otra completamente distinta. Vivimos los cinco juntos en casa. Mi marido trabaja en nuestro dormitorio con un escritorio improvisado con la mesa del cambiador, y yo me encargo de los niños y de la casa. Salimos a tomar aire con ellos un par de días a la semana, y yo quizás otros dos salgo a hacer recados necesarios. Eso es todo. Nuestra vida transcurre básicamente entre las cuatro paredes de nuestra casa.
            Cuando todo empezó y nos avisaron de que los niños no irían al colegio durante una semana, por algún motivo que no consigo explicar puesto que no soy experta de nada (y menos de esto), supe que la cosa sería mucho más larga de lo que decían. Se lo comenté a mi marido y a alguna amiga: estaba convencida de que nos esperaba al menos un mes de encierro por culpa del coronavirus. Y qué paradoja, me quedé corta. Lo supe e incomprensiblemente lo asumí con total calma. Dentro de mí intuí que este momento era histórico y que lo tenía que vivir como una oportunidad. Vaya locura, dirán algunos, ¡una oportunidad! Pues sí señor. Eso pensé. Es una oportunidad para mi generación, la del bienestar. Estamos acostumbrados a vidas relativamente cómodas (dentro de lo que puedo siendo madre de familia numerosa, no pierdo ocasión para garantizarme un poco de bienestar, no lo niego) y un aislamiento en familia es un reto para la comodidad de cualquiera.
Pocos días después comprendí algo aún más importante. Este aislamiento por el coronavirus iba a ser una oportunidad… para buscar la santidad. ¿Siempre he querido ser santa, no? Pues he aquí que el Cielo me lo ha servido en bandeja.  Me levanto por las mañanas y sirvo, sirvo, sirvo. No es que no lo hiciera ya antes, pero ahora, lo prometo, se ha multiplicado por tres. ¡Qué suerte la mía! Y lo digo en serio. No me queda tiempo para pensar mucho en mí, lo cual es seguramente una suerte para mi conversión. Cocinar, limpiar, organizar, cambiar niños, poner lavadoras, inventar manualidades, buscar recetas niño-friendly, ordenar de acá para allá.
No tengo tiempo para pensar mucho en mis cosas. Llego a la noche que no siempre tengo fuerzas para leer. No pasa nada. Repaso el día y “me salen las cuentas”: ha sido fantástico, he servido y me he entregado. ¿Qué mejor uso del tiempo habría podido hacer? Vivimos en santidad cuando realizamos nuestro trabajo con generosidad y entrega, con amor. No necesariamente sin lágrimas o sin frustraciones, pero sabiendo que Dios nos está enseñando a través de todo ello.
El otro día me metí el rosario en el bolsillo y desde entonces voy por la casa con él a todas partes. Saco la secadora y saco el rosario. Preparo los purés del pequeño, saco el rosario. No siempre lo rezo, pero siempre conmigo y siempre procuro mirarlo, aunque sea de reojo. Viviendo en Su presencia y ofreciendo cuando me acuerdo. Y cuando no… Paciencia. Lo digo y lo recuerdo: ésta es una gran oportunidad que nos ha llegado del Cielo para ayudarnos a ser santos. No podemos desperdiciarla.

colegio
Además, desde el momento en el que se nos comunicó el cierre de colegios  he querido que éste fuera un tiempo que sea útil y que diese fruto. Las oportunidades de este tiempo de aislamiento son tantas que no sé ni por dónde empezar. Aquí dejo algunas:
- Oportunidad para aprender cocina. Normalmente mis hijos comían en sus respectivos colegios y guarderías, por lo que ahora supone el doble de organización y muchas bocas que alimentar diariamente. En medio de todo el barullo, me han entrado ganas de cocinar en serio. Esto es, con el horno y con la olla exprés. Platos de esos que dejan un maravilloso olor por toda la casa. Ya he hecho huevos rellenos al horno, arroz con pollo al horno, empanada, no sé cuántos bizcochos, lentejas, y un largo etcétera. ¿Útil o no?
- Oportunidad inmensa para mis hijos. Los míos tienen 4, 2 y 1 año. Durante la mañana me dedico a las dos primeras con manualidades, pero también procuro enseñarles cosas y que aprendan: ya sacan el lavaplatos, me ayudan a preparar recetas, pasan las mini aspiradoras… Lo que sea, no por tenerlas entretenidas (que también, pero es un efecto secundario), sino para que sea un tiempo útil para ellas. Que comprendan el sentido de la familia donde todos colaboramos y nos ayudamos unos a otros. Que valoren el trabajo que hacen mamá y papá para que la casa funcione y haya ropa limpia en los armarios y comida lista en la mesa.
- Una oportunidad para que cada prioridad tenga su lugar adecuado. Me encantaría hacer limpieza general y vaciar  la casa de trastos. Me gustaría y añoro mis famosos Bible Studies. Pero no es el momento. Aceptarlo también es sabiduría. Y eso me ha costado. No puedo pretender lo que ahora naturalmente no tiene sitio. Cuando he intentado hacer algo que era mejor dejar para más adelante, he acabado histérica y enfadada, además de frustrada. No vale la pena. Es un sacrificio que en algunos momentos, no lo niego, me cuesta. Pero es lo que me pide estos “tiempos de coronavirus”, así que mejor hacerlo con buena disposición de ánimo.
- Una oportunidad para ofrecer por una causa que lo merezca. Y aquí, amigos, doy el primer paso. Quien quiera unirse que lo haga. Una querida amiga, Laura, mujer de un querido amigo y ex colega, está pasando por un momento extremadamente difícil a nivel de salud. Con todo lo que ello comporta a nivel personal y familiar. Ni puedo ni quiero entrar en detalles, pero es difícil y grave. Necesitan oraciones, necesitan toda la ayuda posible para el tiempo que tienen por delante, que será durísimo. Os pido que os unáis a mi causa y ofrezcáis lo posible por ellos. Aprovechemos cada pequeña cosa: la suciedad debajo de la mesa por quinta vez, el enésimo vaso de agua que se tira, la enésima pelea entre los niños, otro baño que limpiar… Todo sirve para la causa. ¡A por ello!



Vida Cristiana

domingo, 8 de marzo de 2020

Una humanidad transida de luz: por Santiago Agrelo

La vida de Jesús, la de los pobres, se enfrenta a la oscuridad de la muerte.
Sobre él, sobre ellos, se cierne el horror del abandono en que los deja Dios, del sinsentido al que los entrega la razón, del infierno que es sinsentido y abandono intuidos como eternos.
No sé si por comunión con Jesús, no sé si por comunión con los pobres, también nosotros bajamos al infierno, caminamos a tientas en el sinsentido, experimentamos la angustia del abandono.
Con Jesús, con los pobres, también nosotros decimos: “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas. Que no triunfen de nosotros nuestros enemigos. Sálvanos de todos nuestros peligros”.
Pisoteados por la justicia, condenados por los poderosos, crucificados por la indiferencia de todos, Jesús y los pobres, Jesús y la Iglesia que es su cuerpo, tú y yo, necesitamos una promesa divina a la que abrazarnos en el naufragio de la vida, una luz por la que guiarnos en la oscuridad de la noche.
Necesitamos entrar en el misterio de nuestra existencia, ir más allá de la piel que nos protege, ver más allá de lo que se ve, entrar más allá de nuestra propia intimidad.
Necesitamos saber quién es Jesús, cuál es la esperanza reservada a los pobres, cuál es el destino del cuerpo de Cristo que es la Iglesia.
Necesitamos saber para no morir de soledad.
Hoy, a sus pobres, a su Iglesia, Jesús nos toma consigo y nos lleva aparte a ‘su montaña alta’, a su humanidad resucitada, y nos la hace contemplar atravesada por la luz de Dios.
Entonces escuchamos las palabras de la revelación. Se dicen para Abrahán, para Jesús, para los pobres, para la Iglesia, para cada uno de nosotros:
Haré de ti un gran pueblo, te bendeciréCon tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo”.
Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto”.
A la luz de la fe, vemos y escuchamos.
A la luz de la fe, contemplamos y aprendemos.
Más aún, comulgando con ese Hijo amado, con el predilecto, comulgamos la luz de su resurrección, comulgamos la certeza de ser con él bendición para todas las familias del mundo.
Comulgando con ese Hijo, hemos aprendido a decir: «¡Padre!», y la memoria de su ternura y su misericordia se ha quedado para siempre en el secreto de nuestro corazón.
Comulgando con Cristo resucitado, llenamos de esperanza el cuenco de nuestros días.
Y soñamos con poner luz en la vida de los pobres, poner ternura en la soledad de sus caminos,  poner en sus manos el pan que necesitan, alimentar la esperanza en sus corazones, dejarles la certeza de que son amados, de que son como Jesús predilectos de Dios, de que son como nosotros hijos my amados de Dios.
Feliz domingo a todos los que soñáis una humanidad transfigurada, resucitada.

Cuestiones sobre la eutanasia




Ø Cuestiones sobre la eutanasia

    Cfr. web de la CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA
     Marzo 2020


¿Qué es la eutanasia?
1. Es el modo de quitar la vida a una persona enferma. Es la provocación intencionada de la muerte de una persona que padece una enfermedad avanzada, crónica o terminal. Esta muerte se puede causar por acción o por omisión.
2. Es similar al suicidio asistido, pero, a diferencia de la eutanasia, en el suicidio asistido la actuación del profesional médico se limita a proporcionar al paciente los medios necesarios para que sea él mismo quien se produzca la muerte.
3. La auténtica eutanasia o muerte dulce debería ser la que permita al enfermo morir dignamente, aliviando su dolor, su angustia y su soledad con la cooperación del personal sanitario, su familia y su entorno. La eutanasia no debe ser un modo de librar a la sociedad de personas molestas y costosas, ni un modo de evitar que el Estado gaste dinero en cuidados paliativos y asistencia domiciliaria.
¿Qué estrategias utilizan las campañas que defienden la ley de eutanasia?
1. Se presenta al público algún «caso límite». Se busca una situación terminal y dramática especialmente llamativa que interpele la sensibilidad colectiva. Admitido este caso, desaparecen las razones profundas para no admitir otros parecidos, ensanchándose después la casuística.
2. Se utilizan expresiones que suenan bien como “muerte digna”, “libertad” y se evitarán expresiones como «provocar la muerte del enfermo», «ayudarle a suicidarse» o «quitarle la vida».
3. Se procura presentar a los defensores de la vida como retrógrados, intransigentes, contrarios a la libertad individual y al progreso. Al discrepante se le pone una etiqueta y así se evita un diálogo sosegado y constructivo que busque el bien del enfermo.
4. Se transmite la idea de que la eutanasia es una cuestión únicamente religiosa y se dice que, en una sociedad pluralista la Iglesia —o cualquier confesión religiosa— no puede, ni debe, imponer sus opiniones.
5. Se transmite la idea de que la eutanasia es una demanda urgente de la población, algo que pide la mayoría de la gente y que es propia de nuestros tiempos.
¿A quién hace daño una ley que permita la eutanasia?
1. Al paciente en situación terminal con dolor físico y sufrimiento psíquico y espiritual, pues en vez de atenderlo, acompañarlo y ofrecerle cuidados paliativos se opta por acabar con su vida. La experiencia demuestra que, cuando un enfermo que sufre pide la muerte, en el fondo está pidiendo que le alivien los padecimientos, tanto los físicos como los morales. Cuando recibe alivio en dolor, atención médica, compañía, afecto y consuelo la experiencia muestra que deja de solicitar que pongan fin a su vida.
2. A la familia angustiada que no acaba de saber gestionar la situación y sufre por el ser querido. La posibilidad de eutanasia introduce en las relaciones familiares un sentimiento de inseguridad, confrontación y miedo, ajeno a lo que la idea de familia sugiere: solidaridad, amor, generosidad.
3. Al personal sanitario que fue educado fundamentalmente para luchar contra la muerte y afrontar y paliar el dolor y el sufrimiento y ahora se le emplea como agente que da muerte al paciente.
¿Por qué es algo nocivo para una sociedad la ley de la eutanasia?
1. Porque el Estado tiene la obligación de defender al más débil. Una sociedad es más civilizada en la medida que sea capaz de proteger a los más débiles, y el Estado tiene el deber de asistir a los más débiles y desfavorecidos permitiéndoles vivir con dignidad y morir en las mejores condiciones posibles cuando llegue su momento.
2. Porque estas leyes hacen que la gente vea normal lo que es un crimen. Cuando por ley se admiten crímenes como el aborto o la eutanasia, mucha gente considera que si se admite legalmente es porque no es algo malo y al convertirse en una práctica admitida terminan considerándolo como algo normal.
3. Porque desnaturaliza la función del médico. La misión del médico es curar cuando se pueda, y cuando no aliviar y consolar, cuando se le autoriza a matar, se pervierte su noble función. La eutanasia responde a una medicina liberal y endiosada que considera que curar no es cuidar al enfermo sino en eliminar la enfermedad y el sufrimiento, aunque sea eliminando al paciente.
¿Cuáles son las mentiras que hay que desmontar sobre la eutanasia?
1. Nos dicen que es sólo para cuando haya un dolor insoportable, pero no dicen que en esos casos la solución no es la eutanasia, sino la atención adecuada, humana y profesional aplicando los cuidados paliativos. Tampoco dicen que la práctica en países como Holanda es que esa figura que empieza a aplicarse a casos extremos termina utilizándose en muchísimo otros casos: personas que no pueden dar su consentimiento, pacientes psiquiátricos, niños recién nacidos, personas con “infelicidad senil” …
2. Nos dicen que se hace por compasión, cuando en realidad lo más humano no es provocar la muerte, sino acoger al enfermo, sostenerlo en estos momentos de dificultad, rodearlo de afecto y atención y poner los medios necesarios para aliviar el sufrimiento y “suprimir el dolor y no al paciente”.
3. Nos dicen que es indigno vivir con sufrimientos y sin calidad de vida. Pero: ¿Con qué baremos se mide la calidad de vida? ¿En qué momento se puede llegar a afirmar que ya carece de valor o que no merece la pena ser vivida? ¿Se puede decir que un ser humano pierde su dignidad por sufrir?
4. Nos dicen que es una decisión fruto de la libertad, cuando en realidad quien lo pide es porque tiene la voluntad debilitada. Se supone que el que nadie es capaz de ir contra una tendencia natural como el amor a uno mismo sin tener la voluntad profundamente dañada. Además, ¿tienen libertad para decidir matarse los que están en depresión, los enfermos dependientes, los discapacitados psíquicos o los pacientes en coma?
¿Qué dice la Medicina?
1. El juramento hipocrático, que ha sido el referente moral de los médicos a lo largo de la historia, dice explícitamente: “jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo”.
2. La Asociación Médica Mundial (AMM), que representa a las organizaciones médicas colegiales de todo el mundo, afirmaba en su resolución adoptada en octubre de 2019 en su septuagésima asamblea general: «La AMM se opone firmemente a la eutanasia y al suicidio con ayuda médica… Ningún médico debe ser obligado a participar en eutanasia o suicidio con ayuda médica».
3. El objetivo único de la medicina no es curar al enfermo, a veces es sólo calmar sus dolores. Un analgésico puede permitir la vida normal sin propiamente curar. La salud no implica un perfecto bienestar, a menudo se puede desarrollar la actividad diaria con alguna molestia. La medicina debe buscar el bienestar adecuado para poder desarrollar las actividades diarias, sin pretender la utopía de su plenitud. La actitud de la medicina ante la enfermedad ha de ser «curar a veces, aliviar a menudo, consolar siempre».
¿Por qué defender a la persona que sufre?
1. Porque todo ser humano tiene una dignidad infinita. No depende de la edad, ni de la raza, ni de la salud. Existe una dignidad que es objetiva y es propia de todo ser humano. Cada persona es un fin en sí mismo, nunca un medio, por ello requiere todo el esfuerzo que sea necesario para cuidarla y atenderla, el ser humano no puede ser tratado como un objeto inútil o como una carga que produce gastos a la sociedad e incomodidades a la familia.
2. Porque todo ser humano en situación de fragilidad ha de ser especialmente defendido. Las personas frágiles no por eso son menos valiosas, tampoco son menos valiosas las personas con depresión, ni las que están en coma, ni las que tienen enfermedades psíquicas. Como no pueden defenderse por ellos mismos somos los demás los que debemos hacerlo.
3. Porque ninguna persona debe ser tratada como una carga. El enfermo ha de ser visto como una persona a la que hay que atender y cuidar, no como un problema que hay que eliminar lo antes posible. El que sufre ha de sentirse acogido y querido por la sociedad y por la familia, lo contrario sería hacer que se sienta inútil y excluido del grupo. A cualquier sociedad le es muy fácil inducir a alguien a matarse, basta que lo haga sentirse excluido del grupo, así lo demuestra el antropólogo Marcel Mauss cuando estudia la eficacia de las maldiciones del jefe de la tribu: el maldito moría a las pocas semanas porque el sentimiento de ser excluido del grupo bastaba para hacerle languidecer.
¿Por qué no puedo decidir que me quiten la vida?
1. Porque la vida no es mía. La vida no depende de mí, no es algo que yo me haya fabricado, es algo que he recibido, me ha sido donada… Si es algo que me han prestado no puedo hacer con ella lo que yo quiera.
2. Porque si me equivoco en esta decisión ya no puedo rectificar. Si me analizo compruebo que muchas veces tomo decisiones equivocadas, meto la pata continuamente y tengo que rectificar. Si decidiera suicidarme podría tomar la decisión errónea de la que no puedo desquitarme después. Cualquiera de nosotros en un mal momento podría tomar una decisión irreversible.

3. Porque con mi decisión incito a los demás a que me imiten. El que se quita la vida, al atentar contra sí, atenta también contra el otro porque se pone como ejemplo y lo incita a cometer el mismo acto. Con su acto, el que pide la eutanasia está diciendo a los demás que la vida no merece ser vivida y que destruirse es una liberación y este mensaje puede hacer mucho daño a personas que pasan por malos momentos.
¿Qué tenemos que hacer para que todo enfermo tenga una muerte digna?
1. Permitirle morir sin que sufra inútilmente, pudiendo recibir los cuidados médicos paliativos. La medicina paliativa ayuda a que los enfermos pasen los últimos momentos conscientes, sin dolor, con los síntomas controlados, de modo que transcurran con dignidad, rodeados de las personas que aman y si fuera posible, considerando su estado clínico y las atenciones que pudiera precisar, en su propio domicilio.
2. Aplicar cuando sea necesario la sedación paliativa. Se utiliza para aliviar el sufrimiento del enfermo en situaciones de enfermedad incurable, avanzada e irreversible, con un pronóstico de vida limitado o bien en situación de agonía. Esta sedación consiste en disminuir el nivel de conciencia con ayuda de medicamentos de modo que el enfermo no perciba dolor, sufrimiento o angustia intratables. En estos casos el médico debe saber administrar la medicación de modo que sea suficiente para sedar sin provocar intencionadamente la muerte.
3. Permitirle morir a su tiempo natural, sin que se acorte o se prolongue de forma innecesaria la vida. No se admite la obstinación terapéutica, que consiste en el empeño de aplicar los tratamientos o procedimientos de cualquier naturaleza que ya no proporcionan beneficios al enfermo y solo sirven para prolongar penosamente su agonía, impidiendo que la naturaleza siga su curso natural.
4. Permitirle morir rodeado del cariño de la familia y los amigos. Podemos aliviar el dolor, la angustia y la soledad del enfermo con la cooperación del personal sanitario, su familia y su entorno. El enfermo ha de poder morir con la posibilidad de haber sido informado adecuadamente, eligiendo, si se puede, el lugar y participando en todas las decisiones importantes que le afecten; además ha de tener la ayuda espiritual que precise.

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