5 de Julio del 2015
Escuchar
a los crucificados:
Que
Dios exista o no, es asunto que supongo de importancia vital para
Dios, aunque poco o nada interesante para los Picos de Europa, para
las rosas de tu jardín, o para los insectos que se alimentan de tus
rosas y terminan por ser alimento de golondrinas.
A
ti y a mí la pregunta sobre Dios nos interesa cuando descubrimos que
Dios habla, y que hemos nacido equipados para escuchar a Dios y
responderle.
La
cuestión esencial no es saber si Dios existe, sino responderle si
nos habla, pues en ello comprometemos la vida, también la otra, ésa
que todavía no conocemos, pero sobre todo ésta que ahora
administramos, gozamos, padecemos, hacemos día a día con todo el
corazón, con todo el ser.
Párate
a escuchar a Dios en la voz del universo; atiende al rumor del
Espíritu de Dios en las palabras pobres de la Sagrada Escritura;
levanta tus ojos al que habita en los cielos y guarda en tu intimidad
el mensaje de sus profetas.
La
liturgia de este domingo va de profetas, de enviados de Dios a decir
palabras de Dios. Si la pregunta por la existencia de Dios podía ser
considerada ejercicio retórico, no así la pregunta por los profetas
de Dios.
Tú
puedes levantar los ojos a Dios, puedes fijarlos en él esperando su
misericordia, puedes gritar tu necesidad de salvación; él
responderá enviándote su palabra, sus profetas; y, si no reconoces
la palabra que él te dice, si no acoges al profeta que él te envía,
ten por cierto que llamarán a tu puerta la misericordia y la
salvación que has pedido, y no les abrirás.
Suele
la palabra ser despreciada por demasiado humana, y el profeta por
demasiado conocido; y solemos ignorar misericordia y salvación por
desprecio de palabras y profetas: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué
sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus
manos? ¿No es éste el carpintero?”
Eso
decían los vecinos de Jesús de Nazaret cuando escucharon su
enseñanza en la sinagoga. Me pregunto qué dirían si lo hubiesen
visto clavado en una cruz y moribundo, atrapado en un infierno de
sufrimiento, y abandonado por Dios. Te lo puedes imaginar: “¡Vaya!
Tú que destruías el santuario y lo reconstruías en tres días,
baja de la cruz y sálvate… Ha salvado a otros y él no se puede
salvar. ¡El Mesías, el rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz
para que lo veamos y creamos!”
Pero
tú no miras así a tu Cristo crucificado. Tú aprendiste a escuchar
su silencio, a leer sus llagas, a descifrar el misterio de su vida. Y
viste y oíste a Dios en aquel hombre abandonado de Dios.
Desde
entonces, el mundo se te ha llenado de profetas, de crucificados que
te hablan en nombre de Dios. Y sabes que has de preocuparte, no por
la existencia de Dios, sino por la vida de los crucificados, por la
palabra de sus profetas, por el grito de sus pobres.
Muchos
se quedarán fuera del reino, porque la invitación a poseerlo les
llegó en las manos de un desheredado. ¡Qué lástima!
Feliz
domingo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.