16 de Octubre del 2016
Fe
contra el mal:
Hoy
en Tánger sopla con fuerza el viento, llueve y hace frío.
Y
viene al pensamiento Beliones, los chicos de aquel bosque donde no
hay protección contra el frío, la lluvia y el viento.
Esta
vez el coche sube lleno de plásticos y de mantas.
Pero
en Beliones, en los caminos de los necesitados de protección, se
movían también las fuerzas del ejército con la misión de impedir
que se les ofreciera.
La
legalidad había declarado la guerra a los pobres y cercado sus
míseros refugios. Asombra ver a un ejército desplegado para que los
pobres no accedan al pan y tengan frío.
La
tarde de Beliones se me hizo por dentro un clamor de preguntas.
El
mal se me apareció como un monstruo, un poder sin nombre que se
burla de la justicia –ignora los derechos del hombre- e impide el
ejercicio de la caridad.
Todo
mi ser se presentó en rebeldía delante de Dios: “Levanto mis ojos
a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?” Y dado que mi fe
callaba, me respondió la fe de los emigrantes: “El auxilio me
viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”. Ellos, a su
manera, aun sin conocer las palabras del salmo, las habían
pronunciado muchas veces en mi presencia: “Dios nos ayudará”;
“confiamos en Dios”…
Los
que “se hacen llamar bienhechores” de las naciones, los que
ejercen la autoridad sobre ellas, pueden privar de pan y de abrigo a
los pobres, pero no pueden quitarles la fe.
Y
eso significa que el mal está vencido aunque parezca vencedor.
Para
ser más fuertes que un ejército, más fuertes que el frío, la
lluvia y el viento, más fuertes que el hambre y las enfermedades,
más fuertes que la desdicha y la muerte, a los pobres les basta la
fe. Esa fe mantiene en alto los brazos para la lucha. Esa fe hace
perseverante la palabra que reclama justicia. Esa fe mueve montañas.
Puede que esa fe les permita vislumbrar sufrimiento también en la
cara de alguno de los soldados que los persiguen: “No existen
fronteras entre la gente que sufre” (Etty Hillesum).
Y
si todavía me pregunto: “¿de dónde me vendrá el auxilio?”,
alguien -¿el salmista?, ¿los emigrantes?, ¿la comunidad eclesial?,
¿mi propio yo?, ¿Cristo resucitado?- alguien pronunciará un
oráculo de respuesta a la pregunta: “No permitirá que resbale tu
pie, tu guardián no duerme… El Señor te guarda a su sombra, está
a tu derecha… El Señor te guarda de todo mal”….
Y
el que ha cruzado ya la frontera del enigma, añadió: “¡Dios les
hará justicia sin tardar!”
Feliz
domingo.
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