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lunes, 10 de abril de 2017
V Domingo de Cuaresma: dos paradojas de la vida cristiana. a) Jesús anuncia su glorificación a través de la muerte: para ser fecundos hay que morir como el grano de trigo. b) La libertad se vive en el don de sí, en la entrega.
1 V Domingo de Cuaresma: dos paradojas de la vida cristiana. a) Jesús anuncia su glorificación a través de la muerte: para ser fecundos hay que morir como el grano de trigo. b) La libertad se vive en el don de sí, en la entrega. Cfr. V Domingo de Cuaresma (ciclo B) 29 marzo 2009 Jeremías 31, 31-34; Salmo 50; Hebreos 5, 7-9; Juan 12, 20-33 Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno B, V Domenica di Quaresima, Piemme 1996, pp. 90-96 Juan 12, 20-33: 20 Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta. 21 Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: « Señor, queremos ver a Jesús. » 22 Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. 23 Jesús les respondió: « Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. 24 En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. 25 El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. 26 Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. 27 Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto! 28 Padre, glorifica tu Nombre. » Vino entonces una voz del cielo: « Le he glorificado y de nuevo le glorificaré. » 29 La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: « Le ha hablado un ángel. » 30 Jesús respondió: « No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros. 31 Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera. 32 Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí.» 33 Decía esto para significar de qué muerte iba a morir. 1. Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere produce mucho fruto (Juan 12, 24) • Jesús habló con frecuencia tomando ocasión de hechos de la vida de los agricultores, que él transforma en parábolas, en imágenes, para darnos luz sobre nuestras vidas. Así encontramos en el Evangelio, junto a la imagen de hoy sobre el grano de trigo, otras en las que habla del sembrador, del vino, del aceite, de la viña, de la vendimia .... Como veremos, la imagen del grano de trigo sirve para transmitirnos luz sobre la vida del mismo Jesús, y también sobre la nuestra. Todas las personas que conocen lo que sucede en la naturaleza lo saben bien: si el grano de trigo se deja escondido en el granero, al final se pierde; por el contrario si se pudre cuando se ha sembrado en el campo, es generada una nueva vida. La simiente se corrompe para poder convertirse en una nueva planta. o La parábola del grano de trigo nos ayuda a entender a Cristo: Él es el grano de trigo. • Con su pasión, muerte y resurrección, cayó en la tierra y trajo mucho fruto: ese «mucho fruto» es l Iglesia o reino de Cristo, que es su cuerpo místico del que formamos parte los cristianos y al que todos los hombres están llamados a formar parte 1 , aunque muchos no lo sepan. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que la “Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación”... que “nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido” 2 . Para llegar a la Resurrección, Jesús tuvo que pasar por su muerte. Él aplicó a sí mismo la parábola del grano de trigo diciendo a continuación: “El que ama su vida la pierde; y el que odia [renuncia a sí mismo en el lenguaje semítico] su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (v. 25). Muerte y resurrección constituyen un doble aspecto del misterio Pascual, es decir, del paso de Jesús de la muerte a la vida: por la muerte nos liberó del pecado, y por la resurrección nos abrió el acceso a una nueva vida, que es la participación en su vida 3 . 1 Cf. Conc. Vaticano II, Lumen gentium, 3 2 CCE 766 3 CCE 654 2 La glorificación de Jesús: por las palabras del Padre y por su crucifixión • Cfr. Ravasi o.c. p. 95. Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre (Juan 12, 24). La «hora» de Jesús, la Pascua que se acerca tiene, por tanto, dos caras: “es pasión y gloria, es humillación y exaltación, Calvario y cielo, tinieblas y luz, muerte y resurrección”. Es el cumplimiento de la misión salvadora que le ha encomendado el Padre. Jesús se ofrecerá a la muerte, para que se cumpla la obra de la redención que también glorificará al Padre al manifestar su amor al mundo. La exaltación de Jesús se debe no solamente a que en esta ocasión - como sucedió durante su Bautismo (Cf Mateo 3, 13-17 y paralelos), y en la Transfiguración (Cfr Mateo 17, 1-13 y paralelos) – se oyó una voz del cielo que dijo «Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré» (Juan 12,28), ratificando solemnemente que en Jesucristo habita la plenitud de la divinidad (Cfr Colosenses 2,9), sino también porque en la crucifixión atraerá todos hacia sí: «Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré todos hacia mí» (Juan 12, 32). La crucifixión será su exaltación. Aparentemente es crucificado un criminal, y, por tanto, es como un fracaso; en realidad se abre el ingreso de Cristo en la gloria, es el triunfo sobre el mal. A los ojos de la fe, también en esta cara de la «hora» de Cristo se desvela su identidad divina. o El grano de trigo nos ayuda también a entendernos a nosotros mismos y entender el sentido de nuestras vidas. Los discípulos de Cristo debemos aprender a renunciar a nosotros mismos. Y como sucedió en la vida de Cristo, la renuncia a nosotros mismos encierra un misterio de fecundidad y de resurrección. • Cfr. Ravasi o.c. p. 93. “Hay en las palabras de Jesús otra dimensión de tipo «pascual». Jesús se da cuenta de que debe pasar a través de la vía oscura de la muerte para llevar a la humanidad a la vía luminosa de la vida divina. Sobre su rastro también el discípulo afronta ahora su «hora»4 , la de la muerte, sabiendo sin embargo que por medio de ella él se asoma a la «vida eterna» que, en el lenguaje de Juan, es sinónimo de plena y perfecta comunión con Dios. También Pablo escribe a los cristianos de Roma el mismo mensaje: «Si hemos sido injertados en él con una muerte como la suya, también lo seremos con una resurrección como la suya» (Rm 6,5)” Además, la muerte a nosotros mismos - a la vanidad, a la envidia, al odio, al egoísmo, etc. etc.- deberá ser acompañada siempre por la esperanza en la vida, en la gloria y en la resurrección que nos esperan, según la promesa de Jesús: “Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté allí estará también mi servidor (Juan 12, 26)”. • Ravasi o.c. pp. 92-93: “Con la sugestiva imagen de la semilla que muere, iniciamos una interpretación muy original de la parábola de la semilla y del sembrador que ya había sido narrada por los otros evangelistas. Jesús trata como de liberar uno de los contrastes más trágicos de la existencia, el de la vida y la muerte. La semilla se hunde en la oscuridad de la tierra: los comentadores de los primeros siglos del cristianismo veían en ello una alusión simbólica a la encarnación del Hijo de Dios en el horizonte tenebroso de la historia. Podemos tener la impresión de que en la tierra la energía de la semilla es destinada a apagarse; en efecto, la semilla se marchita y muere. Sin embargo, nos encontramos ante la eterna sorpresa de la naturaleza: cuando la cosecha se vuelve amarilla en el verano es cuando se desvela el secreto fecundo de aquella muerte. En otra ocasión Jesús había confirmado la misma realidad, cuando se paró admirado ante un 4 Ravasi o.c. p. 92: La hora: se trata del “momento fundamental en el que Jesús levantado de la tierra, atraerá a todos hacia sí (Juan 12,32). (…) Juan llama ese momento decisivo la «hora» por excelencia: «Ha llegado la hora ...» La humanidad, representada emblemáticamente por los griegos, prosélitos del judaísmo, que deseaban conocer a Jesús (cfr. Jn 12, 20-23) puede acceder a esa «hora». Y Cristo, a quienes quieren comprender el significado de su «hora» les enseña una pequeña parábola y enuncia la ley de la cruz”. Ravasi o.c. pp. 95-96: “Hay dos polos en los que se refleja el significado de la Hora: por una parte el morir, perder la vida; por otra producir mucho fruto, encontrar la vida eterna. (…) Son, también, los dos rostros de la «exaltación»: (…) «cuando sea levantado de la tierra, atraeré todos hacia mí. La crucifixión de Cristo es la señal de su «elevación», en su doble verdad de muerte y de gloria. Sobre la cruz Jesús es matado como un malhechor; aparentemente es el momento de su derrota, el más clamoroso fracaso. Pero sobre la cruz se abre ya en el cuarto evangelio el ingreso de Cristo en la gloria, es ya el momento de su triunfo sobre el mal. En efecto, como la semilla que, muerta, ha producido la espiga, así Cristo Crucificado «atrae todos a sí». Toda la humanidad, emblemáticamente representada en los Griegos como primeros, converge ahora hacia lo alto, hacia la gloria, hacia la vida, hacia lo eterno” 3 frondoso árbol de mostaza, que había nacido de una casi microscópica semilla abandonada por alguien en la tierra (Mc 4, 30-32). Si la semilla no hubiese caído en la tierra y no hubiese muerto, habría permanecido estéril y solitaria, porque solamente nace el fruto a través del sufrimiento y de la muerte. Pablo aplicará la imagen de Jesús al destino futuro del creyente, que se abre de ese modo a la esperanza de la resurrección: “Lo que tú siembras no revive si antes no muere; y lo que siembras no es el cuerpo que llegará a ser, sino un simple grano (1 Co 15, 36-37). Jesús ya ve que se cierne sobre él la muerte, y sin embargo no nos la presenta como un monstruo devorador. Aunque ella sea tiniebla y laceración, para Cristo tiene la fuerza secreta de un parto, encierra en sí un misterio de fecundidad y de resurrección. Y bajo esta luz Jesús formula la grande ley de la cruz: «Quien ama su vida la pierde, y quien odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna». Quien se agarra a la propia vida considerándola como una piedra preciosa que hay que ocultar en la escribanía del propio egoísmo, es como una semilla cerrada en sí misma y estéril. Por el contrario, es diverso el destino de quien «odia su vida», expresión muy fuerte y paradójica en el lenguaje semita para indicar la renuncia a sí mismo: la donación a los demás es creativa, se transforma en fuente de paz, de vida y de felicidad. Es la semilla muerta que germina”. 2. El grano de trigo que muere en el Via Crucis (Card. J. Ratzinger, Viernes Santo 2005) El tema central del Via Crucis: el grano de trigo o El Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto; en la perspectiva de la Santísima Eucaristía: su muerte es ofrecimiento de sí, su cuerpo es la nueva vida, alimento para la vid eterna “El tema central de este Vía crucis se indica ya al comienzo, en la oración inicial, y después de nuevo en la XIV estación. Es lo que dijo Jesús el Domingo de Ramos, inmediatamente después de su ingreso en Jerusalén, respondiendo a la solicitud de algunos griegos que deseaban verle: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). De este modo, el Señor interpreta todo su itinerario terrenal como el proceso del grano de trigo, que solamente mediante la muerte llega a producir fruto. Interpreta su vida terrenal, su muerte y resurrección, en la perspectiva de la Santísima Eucaristía, en la cual se sintetiza todo su misterio. Puesto que ha consumado su muerte como ofrecimiento de sí, como acto de amor, su cuerpo ha sido transformado en la nueva vida de la resurrección. Por eso él, el Verbo hecho carne, es ahora el alimento de la auténtica vida, de la vida eterna. El Verbo eterno –la fuerza creadora de la vida– ha bajado del cielo, convirtiéndose así en el verdadero maná, en el pan que se ofrece al hombre en la fe y en el sacramento. De este modo, el Vía crucis es un camino que se adentra en el misterio eucarístico: la devoción popular y la piedad sacramental de la Iglesia se enlazan y compenetran mutuamente. La oración del Vía crucis puede entenderse como un camino que conduce a la comunión profunda, espiritual, con Jesús, sin la cual la comunión sacramental quedaría vacía. El Vía crucis se muestra, pues, como recorrido «mistagógico».” o A esa visión del Via Crucis se opone una concepción meramente sentimental A esta visión del Vía crucis se contrapone una concepción meramente sentimental, de cuyos riesgos el Señor, en la VIII estación5 , advierte a las mujeres de Jerusalén que lloran por él. No 5 Octava estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén. Lectura del Evangelio según San Lucas 23, 28-31. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco? Meditación: Oír a Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él, nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante una piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida? De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. 4 basta el simple sentimiento; el Vía crucis debería ser una escuela de fe, de esa fe que por su propia naturaleza «actúa por la caridad» (Ga 5, 6). Lo cual no quiere decir que se deba excluir el sentimiento. Para los Padres de la Iglesia, una carencia básica de los paganos era precisamente su insensibilidad; por eso les recuerdan la visión de Ezequiel, el cual anuncia al pueblo de Israel la promesa de Dios, que quitaría de su carne el corazón de piedra y les daría un corazón de carne (cf. Ez 11, 19). o La imagen del grano de trigo es un fórmula básica de la vida cristiana El Vía crucis nos muestra un Dios que padece él mismo los sufrimientos de los hombres, y cuyo amor no permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros, hasta su muerte en la cruz (cf. Flp 2, 8). El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un «corazón de carne» que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al amor que cura y socorre. Esto nos hace pensar de nuevo en la imagen de Jesús acerca del grano, que él mismo trasforma en la fórmula básica de la existencia cristiana: «El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25; cf. Mt 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; 17, 33: «El que pretenda guardarse su vida, la perderá; y el que la pierda, la recobrará»). Así se explica también el significado de la frase que, en los Evangelios sinópticos, precede a estas palabras centrales de su mensaje: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24). Con todas estas expresiones, Jesús mismo ofrece la interpretación del Vía crucis, nos enseña cómo hemos de rezarlo y seguirlo: es el camino del perderse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. Él ha ido por delante en este camino, el que nos quiere enseñar la oración del Vía crucis. Volvemos así al grano de trigo, a la santísima Eucaristía, en la cual se hace continuamente presente entre nosotros el fruto de la muerte y resurrección de Jesús. En ella Jesús camina con nosotros, en cada momento de nuestra vida de hoy, como aquella vez con los discípulos de Emaús. Oración inicial o Pedimos ayuda al Señor para que nuestro Via Crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción, y para que recorramos el camino del Señor con pasos concretos de nuestra vida cotidiana Oración inicial. Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del grano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24). Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos nuestra vida. Mediante este ir contigo en el Vía crucis quieres guiarnos hacia el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce a la eternidad. La cruz –la entrega de nosotros mismos– nos pesa mucho. Pero en tu Vía crucis tú has cargado también con mi cruz, y no lo has hecho en un Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente el aspecto dulce y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo podrá Dios –pensamos– hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También él nos dice: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros... porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?» Oración: Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a superar un concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. Nos muestras la gravedad de nuestra responsabilidad, el peligro de encontrarnos culpables y estériles en el Juicio. Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10). 5 momento ya pasado, porque tu amor es por mi vida de hoy. La llevas hoy conmigo y por mí y, de una manera admirable, quieres que ahora yo, como entonces Simón de Cirene, lleve contigo tu cruz y que, acompañándote, me ponga contigo al servicio de la redención del mundo. Ayúdame para que mi Vía crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción. Ayúdanos a acompañarte no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón, más aún, con los pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nos encaminemos con todo nuestro ser por la vía de la cruz y sigamos siempre tu huellas. Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece. Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos. Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el «perder la vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10). Decimocuarta estación: Jesús es puesto en el Sepulcro. o Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía: del grano de trigo enterrado comienza la multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos. Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 59-61: José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro. Meditación: (...) En el momento de su sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: « Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). Jesús es el grano de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía. o Haz, Señor, que tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla Oración. Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo a través de la muerte del grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano de trigo. Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerarlo, a vivir verdaderamente de ti, Pan del cielo. Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamos visible la huella de tu vida en este mundo. Como el grano de trigo crece de la tierra como retoño y espiga, tampoco tú podías permanecer en el sepulcro: el sepulcro está vacío porque él –el Padre– no te «entregó a la muerte, ni tu carne conoció la corrupción» (Hch 2, 31; Sal 15, 10). No, tú no has conocido la corrupción. Has resucitado y has abierto el corazón de Dios a la carne transformada. Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu resurrección. 3. Otra posible paradoja: la libertad vivida en el don de sí. La libertad del Hijo de Dios que da su vida por nosotros • Juan Pablo II, en el n. 85 de la enc. Veritatis splendor, habla de la libertad del Hijo de Dios que se da, que da su vida por nosotros: “Cristo crucificado revela el significado auténtico de la libertad, lo vive plenamente en el don total de sí y llama a los discípulos a tomar parte en su misma libertad.” 6 Jesús dona su vida cumpliendo libremente el designio de Dios o El Catecismo de la Iglesia Católica explica cómo Jesús aceptó libremente el designio salvador de Dios. a) «Jesús entregado según el preciso designio de Dios» • CCE 599- «Jesús entregado según el preciso designio de Dios». La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: «Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios» (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han «entregado a Jesús» (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios. b) Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre: • CCE 609: (...) Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (Cf Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: «Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente» (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando El mismo se encamina hacia la muerte (Cf Jn 18, 4-6; Mt 26, 53). o La libertad y la entrega se sostienen mutuamente. • Amigos de Dios, n. 31: “Querría grabarlo a fuego en cada uno: la libertad y la entrega no se contradicen; se sostienen mutuamente. La libertad sólo puede entregarse por amor; otra clase de desprendimiento no la concibo. No es un juego de palabras, más o menos acertado. En la entrega voluntaria, en cada instante de esa dedicación, la libertad renueva el amor, y renovarse es ser continuamente joven, generoso, capaz de grandes ideales y de grandes sacrificios. Recuerdo que me llevé una alegría cuando me enteré de que en portugués llaman a los jóvenes os novos. Y eso son. Os cuento esta anécdota porque he cumplido ya bastantes años, pero al rezar al pie del altar al Dios que llena de alegría mi juventud (Salmo 42,4), me siento muy joven y sé que nunca llegaré a considerarme viejo; porque, si permanezco fiel a mi Dios, el Amor me vivificará continuamente: se renovará, como la del águila, mi juventud. Por amor a la libertad, nos atamos. Unicamente la soberbia atribuye a esas ataduras el peso de una cadena. La verdadera humildad, que nos enseña Aquel que es manso y humilde de corazón, nos muestra que su yugo es suave y su carga ligera: el yugo es la libertad, el yugo es el amor, el yugo es la unidad, el yugo es la vida, que El nos ganó en la Cruz”. 4. La entrega de sí es una ley radical evangélica en la comunidad humana o También en la sociedad actual es necesario redescubrir el valor de la entrega de nosotros mismos. Excepto en momentos de emergencia, en nuestra época hay una mentalidad particularmente sensible a las tentaciones del egoísmo. • Juan Pablo II, Mensaje para la Cuaresma del 2003: “Nuestra época está influenciada, lamentablemente, por una mentalidad particularmente sensible a las tentaciones del egoísmo, siempre dispuesto a resurgir en el ánimo humano. Tanto en el ámbito social, como en el de los medios de comunicación, la persona está a menudo acosada por mensajes que insistente, abierta o solapadamente, exaltan la cultura de lo efímero y lo hedonístico. Aun cuando no falta una atención a los otros en las calamidades ambientales, las guerras u otras emergencias, generalmente no es fácil desarrollar una cultura de la solidaridad. El espíritu del mundo altera la tendencia interior a darse a los demás desinteresadamente, e impulsa a satisfacer los propios intereses particulares. Se incentiva cada vez más el deseo de acumular bienes. Sin duda, es natural y justo que cada uno, a través del empleo de sus cualidades personales y del propio trabajo, se esfuerce por conseguir aquello que necesita para vivir, pero el afán desmedido de posesión impide a la criatura humana abrirse al Creador y a sus semejantes. ¡Cómo son válidas en toda época las palabras de Pablo a Timoteo: «el afán de dinero es, en efecto, la raíz de todos los males, y algunos, por dejarse llevar de él, se extraviaron en la fe y se atormentaron con muchos dolores», (1 Timoteo 6, 10)”. 7 o El hombre se encuentra plenamente a sí mismo por la entrega. Concilio Vaticano II, Constitución «Gaudium et spes, n. 24: “El hombre, que es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino por la sincera entrega de sí mismo”. Con estas palabras, el Concilio intentó glosar unas palabras del Señor: «Quien pretenda guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará viva» ( Lc 17,33). o Dos ejemplos en dos situaciones de la vida La actitud de servicio en el ejercicio del sacerdocio ministerial. • CCE 876: “El carácter de servicio del ministerio eclesial está intrínsecamente ligado a la naturaleza sacramental. En efecto, enteramente dependiente de Cristo que da misión y autoridad, los ministros son verdaderamente «esclavos de Cristo» (Rm 1, 1), a imagen de Cristo que, libremente ha tomado por nosotros «la forma de esclavo» (Flp 2, 7). Como la palabra y la gracia de la cual son ministros no son de ellos, sino de Cristo que se las ha confiado para los otros, ellos se harán libremente esclavos de todos (Cf 1 Co 9, 19)”. • Exhortación apostólica Pastores dabo vobis, n. 21: “Jesucristo es Cabeza de la Iglesia, su Cuerpo. Es «Cabeza» en el sentido nuevo y original de ser «Siervo», según sus mismas palabras: «Tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45). El servicio de Jesús llega a su plenitud con la muerte en cruz, o sea, con el don total de sí mismo, en la humildad y el amor: «se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz ...» (Flp 2, 78). La autoridad de Jesucristo Cabeza coincide pues con su servicio, con su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y esto en obediencia perfecta al Padre: él es el único y verdadero Siervo doliente del Señor, Sacerdote y Víctima a la vez. (...) La vida espiritual de los ministros del Nuevo Testamento deberá estar caracterizada, pues, por esta actitud esencial de servicio al Pueblo de Dios (cf. Mt 20, 24ss,; Mc 10, 43-44), ajena a toda presunción y a todo deseo de «tiranizar» la grey confiada (cf. 1 Pe 5, 2-3). Un servicio llevado como Dios espera y con buen espíritu. De este modo los ministros, los «ancianos» de la comunidad, o sea, los presbíteros, podrán ser «modelo» de la grey del Señor que, a su vez, está llamada a asumir ante el mundo entero esta actitud sacerdotal de servicio a la plenitud de la vida del hombre y a su liberación integral.” En el matrimonio y en la familia El don sincero de sí es el criterio moral de la autenticidad de las relaciones conyugales y familiares • Exhortación apostólica Familiaris consortio, n. 22: “El criterio moral de la autenticidad de las relaciones conyugales y familiares consiste en la promoción de la dignidad y vocación de cada una de las personas, las cuales logran su plenitud mediante el don sincero de sí mismas”. El don de sí mismo de los esposos es modelo y norma del don de sí entre los hermanos • Exhortación apostólica Familiaris consortio, n. 37: La familia es la primera y fundamental escuela de socialidad; como comunidad de amor, encuentra en el don de sí misma la ley que la rige y hace crecer. El don de sí, que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones que conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos de alegría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa, responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad. www.parroquiasantamonica.com
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