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jueves, 22 de junio de 2017
DISCURSO DEL SANTO PADRE AL CAPÍTULO GENERAL DE LA ORDEN DE LOS FRAILES MENORES Martes, 26 de mayo de 2015
1 DISCURSO DEL SANTO PADRE AL CAPÍTULO GENERAL DE LA ORDEN DE LOS FRAILES MENORES Martes, 26 de mayo de 2015 Queridos Frailes Menores, sed bienvenidos. Agradezco al Ministro General, Padre Michael Perry, sus cordiales palabras y le deseo todo bien para la tarea en la que ha sido confirmado. Extiendo mi saludo a toda la Orden, especialmente a los hermanos enfermos y ancianos, que son la memoria de la Orden y la presencia en la Orden de Cristo crucificado. En estas jornadas de reflexión y oración os habéis dejado guiar en particular por dos elementos esenciales de vuestra identidad: la minoridad y la fraternidad. He pedido consejo a dos jóvenes amigos franciscanos de Argentina: Debo decir algo sobre esto, sobre la minoridad, dadme un consejo. Uno me respondió: Que Dios me la conceda cada día. El otro me dijo: Es lo que intento hacer todos los días. Esa es la definición de minoridad que estos dos amigos, jóvenes franciscanos de mi tierra, me dieron. La minoridad llama a ser y sentirse pequeños delante de Dios, fiándose totalmente de su infinita misericordia. La perspectiva de la misericordia es incomprensible para quienes no se reconocen menores, es decir, pequeños, necesitados y pecadores ante Dios. Cuanto más conscientes seamos de esto, más cerca estaremos de la salvación; cuanto más convencidos estemos de ser pecadores, más dispuestos estaremos a ser salvados. Así sucede en el Evangelio: las personas que se reconocen pobres delante de Jesús se salvan; en cambio, quien considera que no tiene necesidad no recibe la salvación, no porque no se le ofrezca, sino porque no la acoge. Minoridad significa también salir de sí mismo, de los propios esquemas y opiniones personales; significa ir más allá de las estructuras —que también son útiles si se usan prudentemente—, ir más allá de las costumbre y seguridades, para dar testimonio de concreta cercanía a los pobres, a los necesitados, a los marginados, con una auténtica actitud de compartir y de servicio. También la dimensión de la fraternidad pertenece de manera esencial al testimonio evangélico. En la Iglesia de los orígenes, los cristianos vivían de tal manera la comunión fraterna que constituía un signo elocuente y atrayente de unidad y caridad. La gente estaba asombrada al ver a los cristianos tan unidos en el amor, tan disponibles en el don y en el perdón mutuo, tan solidarios en la misericordia, en la benevolencia, en la ayuda recíproca, unánimes al compartir las alegrías, los sufrimientos y las experiencias de la vida. Vuestra familia religiosa está llamada a expresar esa fraternidad concreta, mediante una recuperación de la confianza recíproca —y subrayo esto: recuperación de la confianza recíproca— en le relaciones interpersonales, para que el mundo vea y crea, reconociendo que el amor de Cristo cura las heridas y nos hace una sola cosa. En esta perspectiva, es importante que se recupere la conciencia de ser portadores de misericordia, de reconciliación y de paz. Realizaréis con fruto esta vocación y misión si sois cada vez más una congregación en salida. Además, corresponde a vuestro carisma, atestiguado también en el Sacrum Commercium. En ese relato sobre vuestros orígenes se narra que a los primeros frailes se les pidió mostrar cuál era su claustro. Para responder, subieron a una colina y mostrando todos los confines de la tierra hasta donde la vista llegaba, dijeron: Este es nuestro claustro (63: FF 2022). Queridos hermanos, id también hoy a ese claustro, que es el mundo entero, 2 empujados por el amor de Cristo, como os invita a hacer san Francisco, que en la Regla dice: Aconsejo, advierto y exhorto a mis frailes en el Señor Jesucristo que, cuando vayan por el mundo, no peleen y eviten las disputas de palabras y no juzguen a los demás; sino que sean suaves, pacíficos y modestos, mansos y humildes, hablando honestamente con todos. …En cualquier casa que entren, digan lo primero: Paz a esta casa; y les sea lícito comer de todos los alimentos que les pongan delante (III, 10-14: FF 85-86). ¡Esto último es bueno! Estas exhortaciones son de gran actualidad; son profecía de fraternidad y de minoridad también para nuestro mundo de hoy. ¡Qué importante es vivir una existencia cristiana y religiosa sin perderse en disputas y chismorreos, cultivando un diálogo sereno con todos, con dulzura, mansedumbre y humildad, con medios pobres, anunciando la paz y viviendo sobriamente, contentos de los que nos den! Esto requiere también un empeño decisivo en la trasparencia, en el uso ético y solidario de los bienes, en un estilo de sobriedad y de desprendimiento. Si, en cambio, estáis apegados a los bienes y a las riquezas del mundo, y ponéis ahí vuestra seguridad, será el mismo Señor el que os despoje de ese espíritu de mundanidad para preservar el precioso patrimonio de minoridad y de pobreza al que os ha llamado por medio de san Francisco. O sois libremente pobres y menores, o acabaréis despojados. El Espíritu Santo es animador de la vida religiosa. Cuanto más sitio le dejemos, más animador será de nuestras relaciones y de nuestra misión en la Iglesia y en el mundo. Cuando las personas consagradas viven dejándose iluminar y guiar por el Espíritu, descubren en esa visión sobrenatural el secreto de su fraternidad, la inspiración de su servicio a los hermanos, la fuerza de su presencia profética en la Iglesia y en el mundo. La luz y la fuerza del Espíritu os ayudarán también a afrontar los desafíos que tenemos por delante, en particular la caída numérica, el envejecimiento y la disminución de nuevas vocaciones. Es un desafío. Luego os digo: el pueblo de Dios os ama. El Cardenal Quarracino una vez me dijo más o menos estas palabras: En nuestras ciudades hay grupos o personas un poco “come-curas”, y cuando pasa un sacerdote le dicen cosas como “cuervo” —en Argentina les llaman así—, lo insultan, no fuertemente, pero algo le dicen. Pero nunca, nunca, nunca —me decía Quarracino— dicen esas cosas a un hábito franciscano. ¿Por qué? Habéis heredado una autoridad en el pueblo de Dios con la minoridad, con la fraternidad, con la suavidad, con la humildad, con la pobreza. Por favor, ¡conservadla! ¡No la perdáis! El pueblo os quiere, os ama. Que os sirva de ánimo en vuestro camino la estima de esa buena gente, como también el cariño y aprecio de los Pastores. Confío toda la Orden a la materna protección de la Virgen María, venerada por vosotros como especial Patrona con el título de Inmaculada. Que os acompañe también mi Bendición que de corazón os imparto; y, por favor, no olvidéis rezar por mí, lo necesito. Gracias.
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