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miércoles, 21 de junio de 2017

Sobre la fe. Papa Francisco: Encíclica «Lumen Fidei»(0). Comentarios (2). Un artículo de Javier Prades, Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid. La temática de la luz que el Papa Francisco ha elegido como exordio para su primera encíclica toca de lleno uno de los intereses centrales de la vida de todo hombre y de toda sociedad: qué es conocer, quién alcanza verdaderamente a saber cómo es la realidad, qué conexión hay entre el conocimiento y las relaciones humanas. En la bellísima introducción del documento, el Papa afirma sin ambages: «El que cree, ve» (n.1). Desde el punto de vista existencial, la encíclica ayuda a superar los prejuicios que han considerado la fe como un asunto oscuro, si no oscurantista, en todo caso ajeno a la luz de la razón y a la energía constructiva propia del amor a los demás. Necesitamos mirar con la mirada de Cristo para no perder el contacto con lo real. Así, el cristiano, gracias a la fe, ve lo que hay, todo lo que hay, aunque de momento otros no lo vean. Es lo opuesto al visionario que ve sus propias imaginaciones.



1 Sobre la fe. Papa Francisco: Encíclica «Lumen Fidei»(0). Comentarios (2). Un artículo de Javier Prades, Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid. La temática de la luz que el Papa Francisco ha elegido como exordio para su primera encíclica toca de lleno uno de los intereses centrales de la vida de todo hombre y de toda sociedad: qué es conocer, quién alcanza verdaderamente a saber cómo es la realidad, qué conexión hay entre el conocimiento y las relaciones humanas. En la bellísima introducción del documento, el Papa afirma sin ambages: «El que cree, ve» (n.1). Desde el punto de vista existencial, la encíclica ayuda a superar los prejuicios que han considerado la fe como un asunto oscuro, si no oscurantista, en todo caso ajeno a la luz de la razón y a la energía constructiva propia del amor a los demás. Necesitamos mirar con la mirada de Cristo para no perder el contacto con lo real. Así, el cristiano, gracias a la fe, ve lo que hay, todo lo que hay, aunque de momento otros no lo vean. Es lo opuesto al visionario que ve sus propias imaginaciones. Cfr. La fe: ver lo que hay, para siempre. Para ver la realidad como es. Alfa y Omega, n. 841, 11 de julio de 2013 «La temática de la luz, que el Papa Francisco ha elegido como exordio para su primera encíclica, toca de lleno uno de los intereses centrales de la vida de todo hombre y de toda sociedad: qué es conocer, quién alcanza verdaderamente a saber cómo es la realidad», escribe el Rector de la Universidad Eclesiástica San Dámaso, de Madrid, don Javier Prades. «El cristiano, gracias a la fe, ve lo que hay, todo lo que hay, aunque de momento otros no lo vean», añade. «Nos toca vivir y razonar de tal manera que sea posible que los hombres vean cada vez más, hasta que un día, por la misericordia de Dios, entremos en la luz sin ocaso» Jesucristo ha venido a traer la luz definitiva al mundo, no para dominarlo, sino para amarlo hasta el extremo «Pero, hombre, ¿no lo ves?; pues yo lo veo clarísimo». Entre compañeros de trabajo, en una clase o en nuestra casa, estamos tan acostumbrados a usar las metáforas de la luz y de la visión para indicar si comprendemos -o no- un problema, que quizá ni las advertimos. Sin embargo, tienen raíces antiguas en la tradición intelectual de Occidente. Platón y Agustín ya se sirvieron de ellas para identificar el conocimiento como iluminación. Siglos después, en un contexto muy distinto, una etapa del pensamiento europeo que aspiró al uso pleno de la razón fue llamada la época de las luces. Tener luces, Estar iluminado o Ver son expresiones que jalonan tanto el lenguaje coloquial como el discurso filosófico para referirse a la inteligencia y al conocimiento de lo real. Cuando descubrimos la solución de un problema matemático, o damos con la explicación de un fenómeno de la naturaleza, vemos más, alcanzamos una luz que antes no teníamos. El hombre reconoce inmediatamente la luz de lo evidente. Por el contrario, cuando no damos con la salida de una situación, o nos confundimos, queremos librarnos cuanto antes de esa incómoda oscuridad que nos paraliza. Incluso los hombres que hoy desconfían de las posibilidades de la razón para ver lo real 2 hasta el fondo, en rigor no quieren vivir en el engaño o en la apariencia, en un radical no ver. A lo sumo quieren seguir siendo lúcidos en su ceguera, y nos quieren persuadir para que les demos la razón. La relación con la verdad es tan propia del hombre que no se puede prescindir de ella ni para negarla. Bien es cierto que la metáfora de la luz admite usos peyorativos, porque, en efecto, la pasión por el conocimiento puede llevar a excesos inhumanos. No toda supuesta luz cumple con su misión de iluminar. El lenguaje coloquial rechaza como un iluminado o un visionario a alguien que, curiosamente, ha perdido el contacto con la realidad y por ello no es digno de confianza. Esas expresiones, u otras similares, han servido para designar, en muchas épocas de la Historia, a hombres que pretendían disponer de medios excepcionales para el conocimiento, incluso de lo divino, situándose por encima o al margen de los cauces comunes de la inteligencia de lo real. Entrar en ese tipo de círculos iniciáticos suponía aspirar a un conocimiento no accesible a todos, y no pocas veces dirigido a dominar a aquellos que despectivamente se consideran rudos o ignorantes. La temática de la luz que el Papa Francisco ha elegido como exordio para su primera encíclica toca de lleno uno de los intereses centrales de la vida de todo hombre y de toda sociedad: qué es conocer, quién alcanza verdaderamente a saber cómo es la realidad, qué conexión hay entre el conocimiento y las relaciones humanas. ¿Podemos decir que el hombre de fe ve, o, por el contrario, que no ve? En la bellísima introducción del documento, el Papa afirma sin ambages: «El que cree, ve» (n.1). A partir de esta afirmación, Francisco persigue varios objetivos a la vez. En primer lugar, enlaza con la noble tradición europea que considera el conocimiento como una luz que permite ver la realidad; además, muestra cómo la revelación cristiana acoge y perfecciona esa tradición, puesto que tanto san Juan como san Pablo nos presentan a Jesucristo como aquel que es la luz y ha venido a traer la luz definitiva al mundo, no para dominarlo, sino para amarlo hasta el extremo. Desde el punto de vista existencial, la encíclica ayuda a superar los prejuicios que han considerado la fe como un asunto oscuro, si no oscurantista, en todo caso ajeno a la luz de la razón y a la energía constructiva propia del amor a los demás. o La mirada de Cristo Francisco muestra a la Iglesia y al mundo cómo la fe es una luz divina, inseparable del amor perfecto de Dios para con los hombres, que permite ver la realidad como es y acogerla sin reservas. Aún más, permite penetrar allí donde las fuerzas de la razón humana vacilan, y descubrir con gratitud y admiración que todo lo creado es bueno, porque proviene de un Dios que, sorprendentemente, es a un tiempo bueno y poderoso. Un Dios que ha enviado a su Hijo único y a su Espíritu de amor para rescatarnos de la confusión, del error y de la mentira que nacen del pecado, para iluminar el mundo incluso en sus circunstancias más dolientes y desesperanzadas. En esas situaciones necesitamos mirar con la mirada de Cristo para no perder el contacto con lo real. Así, el cristiano, gracias a la fe, ve lo que hay, todo lo que hay, aunque de momento otros no lo vean. Es lo opuesto al visionario que ve sus propias imaginaciones. Nos toca vivir y razonar de tal manera que sea posible que los hombres vean cada vez más, hasta que un día, por la misericordia de Dios, entremos en la luz sin ocaso. Al leer la encíclica disfrutaremos de una verdadera iluminación para ese camino de la vida. Javier Mª Prades López www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

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