[Chiesa/Testi/Cristo/2Navidad20AcogerAJesucristo]
Ø Domingo II
después de Navidad (2020). Acoger (recibir) a Jesucristo y a los demás.
v Cfr.
Domingo II después de Navidad, 5 de enero de 2020
Siracida o Eclesiástico 24, 1-4.8-12;
Efesios 1, 3-6.15-18; Juan 1, 1-18
Juan 1, 1-18: 1 En el principio existía la Palabra y la
Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. 2
Ella estaba en el principio con Dios. 3 Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo
nada de cuanto existe. 4 En ella estaba la vida y
la vida era la luz de los hombres, 5 y la luz
brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. 6 Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba
Juan. 7 Este vino para un testimonio, para dar
testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. 8 No era él la luz, sino quien debía dar
testimonio de la luz. 9 La Palabra era la luz
verdadera que ilumina a todo hombre que
viene a este mundo. 10 En el mundo estaba, y el
mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. 11 Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. 12 Pero a
todos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que
creen en su nombre; 13 la cual
no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. 14 Y la Palabra
se hizo carne, y habitó entre
nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre
como Hijo único, lleno de gracia y de
verdad. 15 Juan da testimonio de él y clama: « Este era
del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque
existía antes que yo. » 16 Pues de su plenitud
hemos recibido todos, y gracia por gracia. 17 Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. 18 A
Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él
lo ha contado.
Acoger/recibir a Cristo.
A todos los que le
recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios,
a los que creen en su
nombre.
(Evangelio de hoy, Juan 1,12)
1.
Acoger
a Cristo en el corazón, en nuestras
casas, en nuestras ciudades y en nuestras sociedades.
Cfr. Benedicto XVI, Catequesis, Audiencia General
Miércoles 3 de enero de 2007
(…) En el Niño de Belén todos los hombres descubren que son amados
gratuitamente por Dios; con la luz de la Navidad se nos manifiesta a cada uno
de nosotros la infinita bondad de Dios. En Jesús el Padre celestial inauguró
una nueva relación con nosotros; nos hizo "hijos en su Hijo". Durante
estos días san Juan nos invita a meditar precisamente sobre esta realidad, con
la riqueza y la profundidad de su palabra, de la que hemos escuchado un pasaje.
El Apóstol predilecto del Señor subraya
que "somos realmente hijos" (cf. 1 Jn 3, 1). No
somos sólo criaturas; somos hijos. De este modo Dios está cerca de nosotros; de
este modo nos atrae hacia sí en el momento de su encarnación, al hacerse uno de
nosotros. Por consiguiente, pertenecemos verdaderamente a la familia que tiene
a Dios como Padre, porque Jesús, el Hijo unigénito, vino a poner su tienda en
medio de nosotros, la tienda de su carne, para congregar a todas las gentes en
una única familia, la familia de Dios, que pertenece realmente al Ser divino:
todos estamos unidos en un solo pueblo, en una sola familia.
v Dios
nos ama
Vino para revelarnos el verdadero rostro del Padre. Y si
ahora nosotros usamos la palabra Dios, ya no se trata de una realidad conocida
sólo desde lejos. Nosotros conocemos el rostro de Dios: es el rostro del Hijo,
que vino para hacer más cercanas a nosotros, a la tierra, las realidades
celestes. San Juan explica: "En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero" (1 Jn 4,
10).
En la Navidad resuena en el mundo entero el anuncio
sencillo y desconcertante: "Dios nos ama". "Nosotros amamos
-dice san Juan- porque él nos amó primero" (1 Jn 4, 19). (...)
El clima espiritual del tiempo navideño nos ayuda a crecer en esta conciencia.
Sin embargo, la alegría de la Navidad no nos hace olvidar
el misterio del mal (mysterium iniquitatis), el poder de las tinieblas,
que trata de oscurecer el esplendor de la luz divina; y, por desgracia,
experimentamos cada día este poder de las tinieblas. En el prólogo de su
Evangelio, que hemos proclamado varias veces en estos días, el evangelista san
Juan escribe: "La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la
acogieron" (Jn 1, 5).
Es el drama del rechazo de Cristo, que, como en el pasado,
también hoy se manifiesta y se expresa, por desgracia, de muchos modos
diversos. (…)
v Pero
Jesús pide que lo acojamos, que le demos espacio en nosotros, en nuestro
corazón, en nuestras casas, en nuestras ciudades y en nuestras sociedades.
o
Tratemos de contarnos entre los que lo acogen.
§ El amor que Jesús trajo al mundo al nacer en Belén une a los que lo
acogen en una relación duradera de amistad y fraternidad.
Pero Jesús, el verdadero Jesús de la historia, es verdadero
Dios y verdadero hombre, y no se cansa de proponer su Evangelio a todos,
sabiendo que es "signo de contradicción para que se revelen los
pensamientos de muchos corazones" (cf. Lc 2, 34-35), como
profetizó el anciano Simeón. En realidad, sólo el Niño que yace en el pesebre
posee el verdadero secreto de la vida. Por eso pide que lo acojamos, que le
demos espacio en nosotros, en nuestro corazón, en nuestras casas, en nuestras
ciudades y en nuestras sociedades.
En la mente y en el corazón resuenan las palabras del
prólogo de san Juan: "A todos los que lo acogieron les dio poder de
hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12). Tratemos de contarnos entre
los que lo acogen. Ante él nadie puede quedar indiferente. También nosotros,
queridos amigos, debemos tomar posición continuamente.
¿Cuál será, por tanto, nuestra respuesta? ¿Con qué actitud
lo acogemos? (…)
El amor que Jesús trajo al mundo al nacer en Belén une a
los que lo acogen en una relación duradera de amistad y fraternidad. (…)
Caminemos juntamente con Jesús, caminemos con él; así el
año nuevo será un año feliz y bueno.
2.
Otros textos de la Escritura en los que se hacer
referencia a acoger a Cristo y
a los
demás.
v Mateo 10, 40: Quien a vosotros os recibe, a mí me
recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.
v Mateo 11, 28: Venid a mí todos los fatigados y
agobiados, y yo os aliviaré.
v Marcos 9, 37; El que reciba en mi nombre a uno de
estos niños, a mí me recibe; y quien me recibe, no me recibe a mí, sino al que
me ha enviado. (Cfr. Lucas 9, 48).
v Juan 6, 37: Todo lo que me da el Padre vendrá a mí,
y al que viene a mí no lo echará fuera.
v
Juan 13, 14; Si yo, que
soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis
lavaros los pies unos a otros.
Vida
Cristiana
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