25 de Septiembre del 2016
Un
salmo para mendigos de justicia:
Habéis
escuchado la lectura del profeta y habéis oído un “¡ay!”, que
resonó en vuestro interior como una amenaza para los que “se fían
de Sión”, para los que “confían en el monte de Samaria”, para
quienes hacen de la riqueza un dios al que entregarse, para quienes
banquetean y no ven al hambriento, para quienes derrochan sin reparar
en el que nada tiene, para todos los huéspedes del egoísmo, que han
exiliado de la propia vida la justicia de la misericordia.
Habéis
oído también una predicción: Los que ahora os acostáis, coméis,
canturreáis, inventáis instrumentos, bebéis, os ungís ¡y no os
doléis con el dolor del que sufre!, iréis al destierro, iréis a la
cabeza de los cautivos.
Hemos
oído un “¡ay!”, que es una predicción de lamentos, una
amenaza, y, sin embargo, en nuestra asamblea, aclamamos diciendo:
“Alaba, alma mía, al Señor”. La palabra amenaza ¡y nosotros
alabamos!
El
que alaba no es el que lleva una vida disoluta, sino aquel a quien
auxilia el Dios de Jacob. Para el disoluto, la riqueza es su dios, y
¡banquetea! Para el creyente, Dios es su riqueza, y ¡alaba!
Deja
en los labios de Lázaro, el mendigo las palabras de tu alabanza;
allí se llenan de verdad, adquieren un sentido que sólo aquel
mendigo les puede dar: “Alaba, alma mía, al Señor”.
Vuelve
los ojos al mendigo Jesús, echado en el portal de la humanidad -los
suyos no le recibieron-, cubierto de llagas -los suyos le hirieron-,
sediento de mí y de ti –le ofrecimos vinagre-; vuelve los ojos al
mendigo muerto y resucitado, muerto y glorificado, muerto y
enaltecido hasta la derecha de Dios; vuelve los ojos a Cristo y
escucha las palabras de su canto, acércate a la verdad de su poema:
“Alaba, alma mía, al Señor. Él me hizo justicia, él me sació
de pan, él me dio la libertad… “.
Si
has escuchado el canto de Cristo resucitado, has escuchado las
palabras de tu propio canto, ya que tú, que has muerto con Cristo,
con él has sido sepultado, con él has resucitado, con él estás
sentado a la derecha de Dios en el cielo.
Cristo
dice con verdad: “El Señor me hizo justicia”, ¡y ésa es,
hermano mío, la verdad de tu canto! Cristo dice con verdad: “El
Señor me sació de pan”, y ¡ésa es, Iglesia santa, la verdad de
tu confesión! Cristo dice con verdad: “El Señor me dio la
libertad”, y ¡ésa es la verdad de nuestra alabanza! ¡Su salmo es
nuestro salmo, su verdad es nuestra verdad, porque somos de Cristo y
estamos en él!
Tú,
hermano mío, alabas al Señor porque eres de Cristo y vives en
Cristo, mientras el lamento se cierne sobre los que son de la riqueza
y mueren en ella. Tú alabas al Señor, porque has conocido su amor,
mientras el infierno se apodera de los que no aman. Te has asomado al
abismo del amor que Dios te tiene: Imita al que te hace justicia, al
que quiso ser para ti pan y libertad.
Feliz
domingo.
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