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martes, 13 de junio de 2017
Domingo 28 del tiempo ordinario, Ciclo C (2010). Naamán, el general sirio, y el leproso samaritano, no sólo son curados por Jesús, sino que también son salvados. Se convierten, llegan a la fe. El samaritano vuelve para alabar y para «dar gloria a Dios», es decir, para profesar solemnemente su fe en Cristo Salvador. Naamán declara: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel”.
1 Domingo 28 del tiempo ordinario, Ciclo C (2010). Naamán, el general sirio, y el leproso samaritano, no sólo son curados por Jesús, sino que también son salvados. Se convierten, llegan a la fe. El samaritano vuelve para alabar y para «dar gloria a Dios», es decir, para profesar solemnemente su fe en Cristo Salvador. Naamán declara: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel”. Cfr. 28 Ordinario ciclo C, 10 de octubre de 2010. Evangelio: Lucas 17, 11-19; 1ª Lectura: 2 Reyes 5, 14-17; 2ª Lectura: 2 Timoteo 2, 8-13 Lucas 17, 11-19: 11 Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. 12 Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia 13 y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!». 14 Al verlos, Jesús les dijo: «Ida presentarse a los sacerdotes». Y en el camino quedaron limpios. 15 Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta 16 y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. 17 Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? 18 ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?». 19 Y agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado». 2 Reyes 5, 14-17: 14 Entonces bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio. 15 Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se presentó delante de él y le dijo: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor”. 16 Pero Eliseo replicó: “Por la vida del Señor, a quien sirvo, no aceptaré nada”. Naamán le insistió para que aceptara, pero él se negó. 17 Naamán dijo entonces: “De acuerdo; pero permite al menos que le den a tu servidor un poco de esta tierra, la carga de dos mulas, porque tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses, fuera del Señor. 2 Timoteo 2,8-13: 8 Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de David. Esta es la Buena Noticia que yo predico, 9 por la cual sufro y estoy encadenado como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. 10 Por eso soporto estas pruebas por amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la salvación que está en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna. 11 Esta doctrina es digna de fe: Si hemos muerto con él, viviremos con él. 12 Si somos constantes, reinaremos con él. Si renegamos de él, él también renegará de nosotros. 13 Si somos infieles, él es fiel, porque no puede renegar de sí mismo. DOS PERSONAJES EXTRANJEROS EN ISRAEL QUE SON CURADOS POR JESÚS Y SE CONVIERTEN: NAAMÁN, EL GENERAL SIRIO, Y EL SAMARITANO. Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme 1999, XXVIII Domenica, pp. 303- 308 1. Naamán. G. Ravasi o.c. p. 304 o Una humillación que lleva a la luz de la verdad y de la alegría. Es un alto oficial de Siria, cuya historia es no sólo la de una curación sino también la de una conversión y un «bautismo». Es interesante seguir, en el Segundo Libro de los Reyes (capítulo 5), la trama de una humillación que lleva a este extranjero a la luz de la verdad y de la alegría. En efecto, en la búsqueda de su curación debe pasar del rey de Israel, al que se había dirigido para ser liberado de la lepra, al profeta Eliseo, quien, sin recibirlo, le comunica lo que debe hacer por medio de un siervo. Naamán, desde el podio de su dignidad de jefe de estado mayor del ejército sirio se humilla ante un siervo. Aún más, debe descender desde los maravillosos ríos de Damasco al exiguo Jordán; y de la esperanza en la participación en un espectacular rito de magia debe pasar a la simple inmersión en las aguas de un río. Y sin embargo, a través del camino de la humillación Naamán encuentra no sólo la curación sino también la salvación. En efecto, la cumbre de la narración se encuentra en la profesión final de fe: “Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a no ser en Israel”. 2 Es sugestivo también el gesto simbólico del saco de tierra «santa»: aunque sea residente en extranjero, Naamán ya es un ciudadano del pueblo de Dios y sus pies se apoyan durante la oración sobre la tierra donde Dios se ha revelado 1 . 2. El samaritano G. Ravasi o.c. pp. 304-305 También es protagonista un hombre que, aunque tiene vínculos carnales y territoriales con Israel, era considerado como un extraño y enemigo. Se trata del samaritano. Como Naamán, no sólo es un extranjero, sino también leproso. Por tanto, en él se condensa la esencia de la marginación y de la pobreza, y es verdaderamente en todos los sentidos un «diverso». Para comprender el muro de desprecio que lo rodea como samaritano, basta evocar un durísimo texto del Sirácida, sabio biblico del II siglo a.C.: «El estúpido pueblo que habita en Samaría no es siquiera un pueblo» (50, 25- 26). Y para comprender su amargura de leproso basta con recordar las páginas del Levítico (capítulos 13-14) en las que la lepra es vista como una señal de pecado innombrable y, por tanto, base para una excomunión y condena. o Una curación y el itinerario de una conversión y de una salvación. También la historia del anónimo leproso de Lucas es no sólo la de una curación sino también un itinerario de una conversión y de una salvación. El evangelista lo expresa por medio de un refinado pero profundo juego de palabras. Los diez leprosos, después del encuentro con Jesús, son curados. En efecto, mientras iban a presentarse a los sacerdotes para recibir el certificado de la curación y de la readmisión en la comunidad, quedaron limpios. Solamente al leproso samaritano Jesús al final le dice: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado». Todos fueron curados, pero solamente uno ha sido salvado 2 . El samaritano es salvado por su fe, por su alabanza pura, por su vuelta-conversión no hacia un curandero sino hacia Cristo salvador. Es significativa, en efecto, la atención con la que Lucas dibuja los gestos que hacen del samaritano el retrato del perfecto creyente en adoración ante su Señor: «volvió atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias». www.parroquiasantamonica.com 1 Naamán es un personaje público y está obligado por razones de su cargo a estar presente en las ceremonias solemnes que prevén la participación del rey y de la corte y que se desarrollan en el templo oficial de Damasco, dedicado al Dios Rimmón («granado»), una divinidad de la fecundidad. Entonces se introduce una sutil y precisa distinción entre la adhesión íntima y la mera participación formal, Pero hay más, Naamán ha optado desde ahora por adherirse al Dios de Israel y por esto lleva consigo una gran cantidad de tierra santa para depositar en el terreno de su palacio de manera que pueda tener un especie de terreno sagrado, semejante al templo, en el que orar al Señor. En la práctica se trata del reconocimiento de un lugar de culto fuera también de la Tierra de Israel, y sin embargo, ideal y concretamente vinculado a ella. (Gianfranco Ravasi, Los rostros de la Biblia, comentarios a las lecturas dominicales, Ciclos A, B y C., San Pablo 2008, pp. 352-353). 2 En la vuelta a Jesús del ex-leproso samaritano no es bueno que nos dejemos conquistar sólo por los temas reales del reconocimiento (es el único que vuelve para agradecer) y del universalismo («era un samaritano»). El acento es puesto en otro dato fundamental. Aquel leproso cree con plenitud: no sólo acoge como los otros la indicación de Jesús sino que también vuelve para alabar y para «dar gloria a Dios», es decir, para profesar solemnemente su fe en Cristo Salvador. (G. Ravasi o.c. p. 308).
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