Ø 2º Domingo de Adviento Año B (2017). Importancia del inicio del evangelio de hoy: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios». El Espíritu Santo tiene que madurar (purificar, aclarar, dar luz …) nuestra conciencia para que percibamos el significado de los nombres (Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor), y entender así mejor la Navidad, es decir, al Niño Dios. ¿Qué significa que Jesús es el Señor de nuestra vida? Importancia de madurar la propia conciencia, de convertirnos, para acoger en nuestras vidas a Jesús como Cristo, Hijo de Dios, Señor. ¿Con quién deseamos encontrarnos en nuestra vida diaria? Jesús: sus palabras y obras, sus señales y milagros.
v
Cfr. Domingo 2º de Adviento año B
10 de
diciembre de 2017. Isaías 40, 1-5.9-11; Salmo 84; 2 Pedro 3, 8-14; Marcos 1,
1-8.
Isaías 40, 1-5.9-11: 1 Consolad, consolad a mi pueblo - dice
vuestro Dios. 2. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que se ha
cumplido su servidumbre y ha sido expiada su culpa, pues ha recibido de mano de
Yahveh castigo doble por todos sus pecados. 3 Una voz clama: « En el desierto abrid camino a
Yahveh, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios. 4 Que todo valle sea elevado, y todo monte y
cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie. 5 Se revelará la gloria de Yahveh, y toda
criatura a una la verá. Pues la boca de Yahveh ha hablado. 9 Súbete a un alto monte, alegre mensajero para
Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo.
Di a las ciudades de Judá: « Ahí está vuestro Dios. » 10 Ahí viene el Señor Yahveh con poder, y su
brazo lo sojuzga todo. Ved que su salario le acompaña, y su paga le precede. 11 Como pastor pastorea su rebaño: recoge en
brazos los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas.
2 Pedro 3, 8-14: 8 . Mas una
cosa no podéis ignorar, queridos: que ante
el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día. 9 No se retrasa el Señor en el cumplimiento de
la promesa, como algunos lo suponen, sino que usa de paciencia con vosotros, no
queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión. 10 . El Día del Señor llegará como un ladrón; en
aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos,
abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá. 11 Puesto que todas estas cosas han de disolverse
así, ¿cómo conviene que seáis en vuestra santa conducta y en la piedad, 12 esperando y acelerando la venida del Día de
Dios, en el que los cielos, en llamas, se disolverán, y los elementos,
abrasados, se fundirán? 13 Pero esperamos, según
nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en lo que habite la
justicia. 14 Por lo tanto, queridos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz
ante él, sin mancilla y sin tacha.
Marcos 1, 1-8: 1 Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo
de Dios. 2 Conforme está escrito en Isaías el profeta:
Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. 3 Voz del que
clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas, 4 apareció Juan bautizando en el desierto,
proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. 5 Acudía a él gente de toda la región de Judea y
todos los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando
sus pecados. 6 Juan llevaba un vestido de pie de camello; y
se alimentaba de langostas y miel silvestre. 7 Y proclamaba: « Detrás de mí viene el que es
más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus
sandalias. 8 Yo os he bautizado con agua, pero él os
bautizará con Espíritu Santo.
Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios
(Marcos 1,1).
Significado de los nombres de Jesús
en el Catecismo de la Iglesia Católica:
Jesús, Cristo («Ungido», «Mesías»), Hijo de Dios, Señor.
1.
Vigilante espera. ¿Con quién deseamos
encontrarnos en nuestra vida diaria?
v
Significado de cuatro nombres de Jesús, según el
Catecismo de la Iglesia Católica.
·
n. 452: El nombre
de Jesús significa «Dios salva». El niño nacido de la Virgen María se llama
«Jesús» «porque él
salvará a su pueblo de sus pecados» (Mateo 1, 21); «No hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos» (Hechos 4,
12).
«Jesús es el nombre propio del que es Dios y hombre,
el cual significa Salvador, y no le fue impuesto casualmente ni por disposición
humana, sino por consejo y mandato de Dios» (Catecismo Romano 1,3,5).
·
n. 453: El nombre
de Cristo significa «Ungido», «Mesías». Jesús es el Cristo porque «Dios le
ungió con el
Espíritu Santo y con poder» (Hechos 10, 38). Era «el que ha de venir» (Lucas 7,
19), el objeto de «la esperanza de Israel» (Hechos 28, 20).
La palabra
Cristo proviene del latín «christus»
y ésta del griego «jristós», que, a
su vez, es una traducción del hebreo «mashíaj»
(en español, «mesías»), que significa
«ungido». La palabra ungido era el
título o calificativo con el que los judíos se referían a sus sacerdotes, reyes
y profetas, quienes por la unción se consagraban a su labor en el nombre de Dios.
Los discípulos de Jesús de Nazaret, como tenían la certeza de que era el
«mesías» prometido por las profecías judías, le aplicaron este título,
llamándole Cristo Jesús o Jesucristo. Por la fe en él somos salvados.
Es importante
la primera y breve frase del inicio del
evangelio de hoy: “comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios:” Se ha escrito que Marcos expone las
“credenciales” de Jesús. El Evangelista nos da el nombre del protagonista
de su obra (Jesús), nos indica el título con el que quiere que sea reconocido
(Cristo=Mesías), proclama su condición (Hijo de Dios) y declara expresamente
que se trata de una «buena noticia», es decir, de un «feliz anuncio»
(Evangelio).
Indica el
título con el que ha de ser reconocido Jesús: es el Cristo, el Mesías. E indica
su condición: es el Hijo de Dios. Todo
ello es una «buena noticia», «un feliz
anuncio», «el Evangelio».
·
n. 454: El nombre
de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios
su
Padre: Él es el
Hijo único del Padre (Cf Juan 1, 14. 18; 3, 16. 18) y El mismo es Dios (Cf Juan
1, 1). Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios
(Cf Hechos 8, 37; 1 Juan 2, 23).
·
n. 455: El nombre
de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar a Jesús como
Señor es creer en
su divinidad. «Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo
del Espíritu Santo» (1 Corintios 12, 3).
Vid. ¿Es Jesús «el Señor de mi vida?»:
número 4, página 5.
o
La confesión de fe de San Pedro
Confesión
de fe de San Pedro (Cf. Marcos 8, 27-30 y Mateo 16, 16): después de que los
apóstoles le han dicho al Señor, ante una pregunta suya, que
los hombres piensan que es Juan el Bautista, o Elías, o alguno de los
profetas, Pedro declara: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
“El Señor
pregunta a sus Apóstoles qué es lo que los hombres opinan de Él, y en lo que
coinciden sus respuestas reflejan la ambigüedad de la ignorancia humana. Pero
cuando urge qué es lo que piensan los mismos discípulos, el primero en confesar
al Señor es aquel que también es primero en la dignidad apostólica” (San León
Magno, Sermo 4 in anniversario
ordinationis suae 2-3).
o
La confesión de fe de San Pablo
b) San Pablo: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a
Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús” ( 2
Corintios 4,5).
Con
esa confesión de fe acerca de Jesús de Nazaret, nació y se desarrolló la fe
cristiana, es decir, alrededor de la certeza de que Jesús es el Mesías, el Hijo
de Dios. Por ejemplo el centurión romano que estuvo presente en la muerte de
Jesús, al que se podría calificar como “creyente pagano”: “El centurión, que
estaba enfrente de él, al ver cómo había expirado, dijo: «En verdad este hombre
era Hijo de Dios»” (Marcos 15, 39).
¡ La madurez de la conciencia
!
2.
La preparación para la celebración de la
Navidad: debe madurar nuestra
conciencia acerca de quién es el Niño Jesús:
el Cristo, el Hijo de Dios, el Señor. Es el Espíritu Santo quien madura la
conciencia en este sentido.
v
Para encontrarnos con el Señor es necesario
percibir de modo correcto su presencia.
o
Para el Señor un día es como mil años, y mil
años como un día.
§ El
Señor no tarda en cumplir su promesa, como piensan algunos, sino que espera con
paciencia por amor de nosotros.
·
Para encontrarnos con el Señor es necesario percibir de modo
correcto su presencia. Es
necesario que madure nuestra conciencia, donde se perciben
las realidades. Algunas indicaciones tenemos en la liturgia de hoy para
entender al Señor:
a) el tiempo del Señor es diverso
del nuestro: “un día delante del Señor es como mil años, y mil años como un
día” (2 Lectura, de la 2 Carta de San
Pedro);
b) el Señor
cumplirá sus designios, también cuando parece que tarda, porque él
conoce los tiempos y los modos y hace falta que nos convirtamos: “No tarda el
Señor su promesa, como algunos piensan, sino que espera con paciencia por amor
de nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se conviertan a
penitencia” (2 Lectura, de la 2 Carta de San Pedro);
c) en la espera del Señor, le pedimos “ser
hallados por El en paz, inmaculados e irreprensibles” (2 Lectura, de la 2 Carta de San Pedro).
o
Es el Espíritu Santo quien madurará nuestra
conciencia: quien la clarificará con su
luz.
·
Pedimos al Espíritu Santo – luz de las
conciencias – que clarifique la nuestra para acoger
verdaderamente a Jesús en nuestras vidas, como nuestro
Mesías, Salvador, etc. La conciencia de cada uno “es el núcleo más secreto y el
sagrario del hombre, donde él se encuentra a solas con Dios” (Gaudium et spes, 16). Es el lugar del
encuentro entre el hombre y Dios y expresión de la dignidad humana.
El Espíritu
Santo es el «Espíritu de Verdad» (Juan 16, 13), que conduce a los discípulos por
los caminos de la verdad (Cf. Juan 8,32),
con el fin de que obedezcamos al
mensaje de amor que Cristo nos ha transmitido de parte de Dios (Cf Juan 18,37;
1 Juan 3, 18-19). Él es la «luz de los
corazones», (Cf. Secuencia Veni, Sancte Spiritus)
es decir de las conciencias (Cf Juan Pablo II, Dominum et vivificantem, 42).
§ La
conciencia tiene mucho que ver con la dignidad humana: es la propiedad clave
del sujeto personal
·
La conciencia es “la propiedad clave del sujeto
personal” (San Juan Pablo II, Dominum et
vivificantem, 43):
“El Concilio Vaticano II ha recordado la enseñanza católica sobre la
conciencia, al hablar de la vocación del hombre y, en particular, de la
dignidad de la persona humana. Precisamente la
conciencia decide de manera específica sobre esta dignidad. En efecto, la
conciencia es « el núcleo más secreto
y el sagrario del hombre », en el que ésta se siente a solas con
Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo. Esta voz dice claramente a «
los oídos de su corazón advirtiéndole ... haz esto, evita aquello ». Tal
capacidad de mandar el bien y prohibir el mal, puesta por el Creador en el
corazón del hombre, es la propiedad clave
del sujeto personal”.
§ Es
necesaria la intervención del Espíritu Santo a causa de la “fatiga de la
conciencia o del corazón” debido a los innumerables condicionamientos de la
misma.
·
Es necesaria absolutamente la intervención del
Espíritu Santo para reconocer al Niño Dios como
nuestro Salvador, a causa de la “fatiga de la conciencia o
del corazón”, que se manifiesta en los innumerables condicionamientos de la
conciencia, en los desequilibrios que hunden sus raíces en el corazón humano,
en las limitaciones compatibles con el hecho de que el hombre “se siente
ilimitado en sus deseos y llamado a una vida superior”. El hombre “atraído por
muchas solicitaciones”, tiene que elegir y que renunciar. Más aún, como enfermo
y pecador, no raramente hace lo que no
quiere y deja de hacer lo que querría llevar a cabo » (Cf. Gaudium et spes, 10; Enc. Dominum
et vivificantem ,44).
§ Los
condicionamientos son causados por la enfermedad, por los malos hábitos, por el
temperamento, por la ignorancia, por las malas pasiones, etc.
·
Son los condicionamientos de la libertad causados por la
enfermedad, por los malos hábitos,
por el temperamento, por la ignorancia, por las malas pasiones, por
dificultades patológicas y por la violencia, etc. En lo más íntimo del hombre
“el Espíritu Santo infunde constantemente la luz y la fuerza de la vida nueva
según la libertad de los hijos de Dios”; “la madurez del hombre en esta vida
está impedida por los condicionamientos y las presiones que ejercen sobre él
las estructuras y los mecanismos dominantes en los diversos sectores de la
sociedad .... que en vez de favorecer el desarrollo y la expansión del espíritu
humano, terminan por arrancarlo de la verdad genuina de su ser y de su vida -
sobre la que vela el Espíritu Santo -, para someterlo así al «Príncipe de este mundo»” (cfr. Dominum
et vivificantem, n. 60).
3.
Como preparación para esta Navidad podemos reafirmar en nosotros,
bajo
la acción
del Espíritu Santo, el convencimiento de que el fundamento de nuestra fe de nuestra religiosidad, etc. es Jesucristo
Nuestro Señor.
v
Queremos conocerle y darle a conocer
o
Queremos identificarnos con Él, para vivir en
comunión con Él, ya que en esto consiste la vida cristiana. Es el único camino hacia Dios, la plenitud de la
revelación.
§ Cristo
es la plenitud de toda revelación: sus palabras y obras, señales y milagros.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración «Dominus Iesus»,
6 agosto 2000:
·
n. 10. Fiel a la palabra de Dios, el Concilio Vaticano
II enseña: « La verdad íntima acerca de
Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por
la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la
revelación ». Y confirma: « Jesucristo, el Verbo hecho carne, “hombre enviado a
los hombres”, habla palabras de Dios (Juan 3,34) y lleva a cabo la obra de la
salvación que el Padre le confió (cf. Juan 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo
—ver al cual es ver al Padre (cf. Juan 14,9)—, con su total presencia
y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su
muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, y finalmente, con el envío
del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación
y la confirma con el testimonio divino [...]. La economía cristiana, como la
alianza nueva y definitiva, nunca cesará; y no hay que esperar ya ninguna
revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor
Jesucristo (cf. 1 Timoteo 6,14; Tito 2,13) ».
§ Cristo,
el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre.
La trasmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para
llevar a la fe en Él.
Catecismo de la Iglesia Católica
·
n. 65: (...) Cristo,
el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del
Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que
ésta. S. Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera
luminosa, comentando Hebreos 1, 1-2:
Porque
en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra,
todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra...; porque lo que
hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado todo en El, dándonos al
Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el
que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio
a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa
o novedad (Carm. 2,22).
·
n. 2470: El discípulo
de Cristo acepta «vivir en la verdad», es decir en la simplicidad de una
vida conforme al
ejemplo del Señor y permaneciendo en su Verdad. «Si decimos que estamos en
comunión con él, y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos conforme a la
verdad» (1 Juan 1, 6).
·
n. 425: «Anunciar... la inescrutable
riqueza de Cristo» (Efesios 3, 8) - La
transmisión de la fe
cristiana es ante
todo el anuncio de Jesucristo para llevar a la fe en El. Desde el
principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de anunciar a Cristo: «No
podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hechos 4, 20).
Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los tiempos a entrar en la
alegría de su comunión con Cristo:
Lo
que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que contemplamos y
tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida -pues la Vida se manifestó,
y nosotros la hemos visto y damos
testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos manifestó-, lo que hemos visto
y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con
nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto
para que vuestro gozo sea completo (1 Juan 1, 1-4).
4.
¿Es Jesús el Señor de mi vida?
·
Es Cristo
que pasa, 11 (La vocación cristiana,
homilía en el I domingo de Adviento,
2/12/1951): “Es preciso que no haya recovecos en el alma,
donde no pueda entrar el sol de Jesucristo. Hemos de echar fuera todas las
preocupaciones que nos aparten de Él; y así Cristo en tu inteligencia, Cristo
en tus labios, Cristo en tu corazón, Cristo en tus obras. Toda la vida - el
corazón, las obras, la inteligencia y las palabras - llena de Dios. (...) Todo el panorama de
nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como nervio la
presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad diaria.”
o
¿Para quién trabajamos y por qué lo hacemos?
¿Para nosotros mismos o para Cristo, por nuestra gloria o por la de Cristo? Estas
preguntas nos ayudarán a preparar en este Adviento una cuna acogedora a Cristo
que viene en Navidad.
·
Raniero
Cantalamessa, La fe en Cristo hoy y
en el inicio de la Iglesia, predicación
sobre el
Adviento en el Vaticano, 2/12/05: “Elegir a Jesús como Señor - Hemos partido de la pregunta: «¿qué
lugar ocupa Cristo en la sociedad actual?»; pero no podemos terminar sin
plantearnos la cuestión más importante en un contexto como éste: «¿qué lugar
ocupa Cristo en mi vida?». Traigamos
a la mente el diálogo de Jesús con los apóstoles en Cesarea de Filipo: «¿Quién
dice la gente que es el Hijo del hombre? ...Y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?» (Mateo 16,13-15). Lo más importante para Jesús no parece ser qué piensa de
él la gente, sino qué piensan de él sus discípulos más cercanos.
§ Decir
¡«Jesús es el Señor»! es como decir Jesucristo es «mi» Señor.
He aludido
antes a la razón objetiva que explica
la importancia de la proclamación de Cristo como Señor en el Nuevo Testamento:
ella hace presentes y operantes en quien la pronuncia los eventos salvíficos
que recuerda. Pero existe también una razón subjetiva,
y existencial. Decir «¡Jesús es el
Señor!» significa tomar una decisión de hecho. Es como decir: Jesucristo es
«mi» Señor; le reconozco todo derecho sobre mí, le cedo las riendas de mi vida;
no quiero vivir más «para mí mismo», sino «para aquél que murió y resucitó por
mí» (Cf. 2 Corintios 5,15).
Proclamar a Jesús como propio Señor significa someter a él toda región de nuestro ser, hacer penetrar el Evangelio en todo lo que hagamos. Significa, por recordar una frase del venerado Juan Pablo II, «abrir, más aún, abrir de par en par las puertas a Cristo».
Proclamar a Jesús como propio Señor significa someter a él toda región de nuestro ser, hacer penetrar el Evangelio en todo lo que hagamos. Significa, por recordar una frase del venerado Juan Pablo II, «abrir, más aún, abrir de par en par las puertas a Cristo».
Me ha
ocurrido a veces ser huésped de alguna familia y he visto lo que sucede cuando
suena el telefonillo y se anuncia una visita inesperada. La dueña de la casa se
apresura a cerrar las puertas de las habitaciones desordenadas, con la cama sin
hacer, a fin de conducir al invitado al sitio más acogedor. Con Jesús hay que
hacer exactamente lo contrario: abrirle justamente las «habitaciones
desordenadas» de la vida, sobre todo la habitación de las intenciones... ¿Para
quién trabajamos y por qué lo hacemos? ¿Para nosotros mismos o para Cristo, por
nuestra gloria o por la de Cristo? Es la mejor forma de preparar en este
Adviento una cuna acogedora a Cristo que viene en Navidad.”
·
Raniero Cantalamessa, La
parola e la vita, Anno B, Cittá Nuova IX edizione giungo 2001, p.
20: “Es la
hora de volver a la “buena noticia sobre Jesús Cristo Hijo de Dios, y para
gritarla con fuerza (¡éste es el sentido del kerygma!) en Jerusalén y en las ciudades de Judea, es decir en la
Iglesia y fuera de la Iglesia. Isaías nos ofrece el modelo sobre cómo se
debería anunciar hoy el Evangelio (…) Nos enseña cómo hacer de este anuncio un
anuncio de liberación y de consolación para el hombre de hoy, que está curvado
bajo el peso de tantas esclavitudes: : “Consolad, consolad a mi pueblo - dice
vuestro Dios - . Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que se ha
cumplido su servidumbre y ha sido expiada su culpa”. Decidle: ha acabado tu esclavitud. Ha acabado con tal que reconozcamos el tiempo
de su visita (cf. Lucas 19, 44: del llanto de Jesús sobre Jerusalén: “y no
dejarán sobre ti piedra sobre piedra, porque no has reconocido el tiempo de la
visita que se te ha hecho”).
Vida Cristiana
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