sábado, 15 de abril de 2017

Escucha al que te ama (Monseñor Agrelo)

La celebración anual de la Pascua pone delante de nuestros ojos a Cristo Jesús, el Maestro que, desde la cátedra de la cruz, nos explica, muriendo, lo que a todos había enseñado predicando.
Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian” (Lc 6, 27-28).
Tú, que en el bautismo has sido curado de tu ceguera por el que es la luz del mundo, en aquel crucificado en quien los soldados vieron sólo a un rey de burlas, en quien los sumos sacerdotes y el sanedrín habían visto una amenaza para el propio poder, tú ves a tu Rey, a tu único Señor, a tu salvador; en ese crucificado tú ves al Hijo de Dios que ora por quienes lo han calumniado, bendice a quienes lo maldicen, hace el bien a quienes se ensañan con él, perdona a quienes lo crucifican.
A la luz de la fe, tú ves un abismo de amor donde todo parecía ser un misterio de odio.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica” (Lc 6, 29).
Ésa era la enseñanza que escuchabas en la llanura. Y hoy, en los misterios que celebras, se te concede contemplar el ejemplo.
Jesús “se levanta de la cena, si quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos” (Jn 13, 4-5). Ves que el amor es quien despoja a Jesús de sus vestiduras y lo arrodilla a los pies de los discípulos, y nos lo muestra, al maestro y al Señor, hecho esclavo de todos.
Y cuando, llegada la hora de pasar de este mundo al Padre, el Hijo se abaja a los pies de la humanidad para limpiarla, entonces los soldados “cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado y apartaron la túnica” (Jn 19, 23). Los soldados la cogieron y el amor no la reclama; los soldados la repartieron, y el amor les ofreció también el perdón que todavía no habían pedido.
Mientras en la cátedra de la cruz nuestro Dios y Señor Jesucristo nos entrega con la capa la túnica, con la túnica la vida, con la vida todo lo que el amor puede dar, nuestro egoísmo, con la ilusión de preservar capa, túnica y vida, va levantando vallas, construyendo muros, cerrando fronteras, ahogando pobres, cultivando miedos, sembrando recelos, exhibiendo poderío, y olvida que quien da la vida, ése la gana, y quien por salvarla se la queda, ése la pierde.
No apartes de tus ojos a Cristo crucificado. Tu maestro no tiene otra fuerza que su amor y sus heridas: cinco fuentes en las que puedes beber el agua de la vida, cinco puertas por las que se te permite entrar hasta el corazón de Dios. Y no desees otra fuerza que la de ese amor vulnerable y vulnerado.
¡Feliz Pascua!

viernes, 14 de abril de 2017

¿HACE FALTA IR A LA IGLESIA PARA SER CRISTIANO?



1 ¿HACE FALTA IR A LA IGLESIA PARA SER CRISTIANO? Cfr. Lecturas en la fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, 9 noviembre de 2008 Viernes, 7 noviembre 2008 (ZENIT.org). Comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. - predicador de la Casa Pontificia -, a la liturgia del domingo próximo, 9 de noviembre 2008, Fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, catedral del obispo de Roma. Ezequiel 47,1-2.8-9.12; Salmo 45; I Corintios 3,9-13.16-17; Juan 2,13-22 o ¡Esta es la casa de Dios! La enseñanza de Jesús: los cristianos somos templos de Dios Este año, en lugar del XXXII domingo del tiempo ordinario, se celebra la fiesta de la dedicación de la iglesia-madre de Roma, la Basílica de San Juan de Letrán, dedicada en un primer momento al Salvador y después a San Juan Bautista. ¿Qué representa para la liturgia y para la espiritualidad cristiana la dedicación de una iglesia y la existencia misma de la iglesia, entendida como lugar de culto? Tenemos que comenzar con las palabras del Evangelio: "Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren". Jesús enseña que el templo de Dios es, en primer lugar, el corazón del hombre que ha acogido su palabra. Hablando de sí y del Padre dice: "vendremos a él, y haremos morada en él" (Juan 14, 23) y Pablo escribe a los cristianos: "¿No sabéis que sois santuario de Dios?" (1 Corintios 3, 16). Por tanto, el creyente es templo nuevo de Dios. Pero el lugar de la presencia de Dios y de Cristo también se encuentra "donde están dos o tres reunidos en mi nombre" (Mateo 18, 20). El Concilio Vaticano II llama a la familia "iglesia doméstica" (Lumen Gentium, 11), es decir, un pequeño templo de Dios, precisamente porque gracias al sacramento del matrimonio es, por excelencia, el lugar en el que "dos o tres" están reunidos en su nombre. ¿Por qué los cristianos damos tanta importancia a la iglesia (edificio de culto), si cada uno de nosotros puede adorar al Padre en espíritu y verdad en su propio corazón o en su propia casa? ¿Por qué es obligatorio ir a la iglesia todos los domingos? ¿Por qué, entonces, los cristianos damos tanta importancia a la iglesia, si cada uno de nosotros puede adorar al Padre en espíritu y verdad en su propio corazón o en su propia casa? ¿Por qué es obligatorio ir a la iglesia todos los domingos? La respuesta es que Jesucristo no nos salva por separado; vino a formar un pueblo, una comunidad de personas, en comunión con Él y entre sí. Lo que es la casa para una familia, lo es la iglesia para la familia de Dios. No hay familia sin una casa. Una de las películas del neorrealismo italiano que todavía recuerdo es "El techo" ("Il tetto"), escrita por Cesare Zavattini y dirigida por Vittorio De Sica. Dos jóvenes, pobres y enamorados, se casan, pero no tienen una casa. En las afueras de Roma tras la segunda guerra mundial, inventan un sistema para construir una, luchando contra el tiempo y la ley (si la construcción no llega hasta el techo, en la noche será demolida). Cuando al final terminan el techo están seguros de que tienen una casa y una intimidad propia, se abrazan felices; son una familia. He visto repetirse esta historia en muchos barrios de ciudad, en pueblos y aldeas, que no tenían una iglesia propia y que han tenido que construirse una por su cuenta. La solidaridad, el entusiasmo, la alegría de trabajar juntos con el sacerdote para dar a la comunidad un lugar de culto y de encuentro son historias que valdría la pena llevar a la pantalla como en la película de De Sica... Ahora bien, tenemos que evocar también un fenómeno doloroso: el abandono en masa de la participación en la iglesia y, por tanto, en la misa dominical. Las estadísticas sobre la práctica religiosa son como para echarse a llorar. Esto no quiere decir que quien no va a la iglesia haya perdido necesariamente la fe; no, lo que sucede es que se sustituye a la religión instituida por Cristo por la llamada religión "a la carta". En Estados Unidos dicen "pick and choose", toma y escoge. Como en el supermercado. Dejando la metáfora, cada quien se hace su propia idea de Dios, de la oración y se queda tan tranquilo. Se olvida, de este modo, que Dios se ha revelado en Cristo, que Cristo predicó un Evangelio, que fundó una ekklesia, es decir, una asamblea de llamados, que instituyó los sacramentos, como signos y transmisores de su presencia y de su salvación. Ignorar todo esto para crear la propia imagen de Dios expone al subjetivismo más radical. Uno deja de confrontarse con los demás, sólo lo hace 2 consigo mismo. En este caso, se verifica lo que decía el filósofo Feuerbach: Dios queda reducido a la proyección de las propias necesidades y deseos. Ya no es Dios quien crea al hombre a su imagen, sino que el hombre crea un dios a su imagen. ¡Pero es un Dios que no salva! Ciertamente una religiosidad conformada sólo por prácticas exteriores no sirve de nada; Jesús se opone a ella en todo el Evangelio. Pero no hay oposición entre la religión de los signos y de los sacramentos y la íntima, personas; entre el rito y el espíritu. Los grandes genios religiosos (pensemos en Agustín, Pascal, Kierkegaard, Manzoni) eran hombres de una interioridad profunda y sumamente personal y, al mismo tiempo, estaban integrados en una comunidad, iban a su iglesia, eran "practicantes". En las Confesiones (VIII,2), san Agustín narra cómo tiene lugar al conversión al paganismo del gran orador y filósofo romano Victorino. Al convencerse de la verdad del cristianismo, decía al sacerdote Simpliciano: "Ahora soy cristiano". Simpliciano le respondía: "No te creo hasta que te vea en la iglesia de Cristo". El otro le preguntó: "Entonces, ¿son las paredes las que nos hacen cristianos?". Y el tema quedó en el aire. Pero un día Victorino leyó en el Evangelio la palabra de Cristo: "quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre". Comprendió que el respeto humano, el miedo de lo que pudieran decir sus colegas, le impedía ir a la iglesia. Fue a ver a Simpliciano y le dijo: "Vamos a la iglesia, quiero hacerme cristiano". Creo que esta historia tiene algo que decir hoy a más de una persona de cultura. www.parroquiasantamonica.com

EL TEMPLO/EDIFICIO MATERIAL Y EL TEMPLO/EDIFICIO ESPIRITUAL CONSTRUIDO CON PIEDRAS VIVAS QUE SON LOS BAUTIZADOS, SOBRE LA PIEDRA ANGULAR QUE ES CRISTO.



1 EL TEMPLO/EDIFICIO MATERIAL Y EL TEMPLO/EDIFICIO ESPIRITUAL CONSTRUIDO CON PIEDRAS VIVAS QUE SON LOS BAUTIZADOS, SOBRE LA PIEDRA ANGULAR QUE ES CRISTO. Cfr. las Lecturas de la «Dedicación de la Basílica Lateranense» que se leen el domingo 9/11/08: en vez de las correspondientes al domingo 33 del tiempo ordinario, año A. A. UNA HOMILÍA Cfr. Raniero Cantalamessa ofm Cap, La parola e la vita, Anno A, Città Nuova, XI edizione giugno 2001, pp. 341-345 1 Reyes 8, 22-23.27-30: 22 Salomón se puso ante el altar de Yahveh en presencia de toda la asamblea de Israel; extendió sus manos al cielo 23 y dijo: « Yahveh, Dios de Israel, no hay Dios como tú en lo alto de los cielos ni abajo sobre la tierra, tú que guardas la alianza y el amor a tus siervos que andan en tu presencia con todo su corazón. 27 ¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo te he construido! 28 Atiende a la plegaria de tu siervo y a su petición, Yahveh Dios mío, y escucha el clamor y la plegaria que tu siervo hace hoy en tu presencia, 29 que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta Casa, sobre este lugar del que dijiste: "En él estará mi Nombre"; escucha la oración que tu servidor te dirige en este lugar. 30 « Oye, pues, la plegaria de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren en este lugar. Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde el cielo, escucha y perdona. 1 Pedro 2, 4-9: 4 Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, 5 también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo. 6 Pues está en la Escritura: He aquí que coloco en Sión una piedra angular, elegida, preciosa y el que crea en ella no será confundido. 7 Para vosotros, pues, creyentes, el honor; pero para los incrédulos, la piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido, 8 en piedra de tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella porque no creen en la Palabra; para esto han sido destinados. 9 Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz. Juan 4, 19-24: 19 Le dice la mujer: « Señor, veo que eres un profeta. 20 Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar. » 21 Jesús le dice: « Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 22 Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 23 Pero ha llegado la hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. 24 Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad. 1. Pequeña historia p. 341 • “La basílica lateranense, dedicada al Salvador, se levantó en el siglo IV al lado del Palacio del Laterano que, después de la paz de Constantino, se convirtió en residencia del Papa. Por tanto, fue la primera catedral de Roma y del papa; en ella se tuvieron numerosos e importantes concilios ecuménicos. La dedicación de esa basílica supuso el paso y la salida de la asamblea cristiana del lugar cerrado de las catacumbas al esplendor de las basílicas. En la dedicación de la basílica lateranense, cada comunidad cristiana de la Iglesia latina recuerda y celebra la dedicación de la propia iglesia, sea pequeña o sea grande”. 2. ¿Qué representa para la liturgia y para la espiritualidad cristiana la dedicación y la existencia de una iglesia o templo entendidos como lugar de culto? pp. 341-42 o Las enseñanzas de Jesús sobre el templo pp. 341-342 Los verdaderos adoradores no adoran solamente en el templo • “Debemos considerar en primer lugar las palabras del Señor en el evangelio de hoy: «ha llegado la 2 hora en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren» (v. 23). Por tanto, no los que adoran sólo «en este monte», o «en Jerusalén». Los hebreos se habían convencido de que Dios había puesto su demora en el templo de Jerusalén («la demora de su gloria») de un modo tan exclusivo que no se podía rezar o encontrarlo si no era yendo a la Ciudad santa. Por ello existían las peregrinaciones obligatorias en Pascua y en otras fiestas, y las «subidas al templo» periódicas para rezar”. “Jesús quería con esas palabras romper esa especie de círculo puesto alrededor de Dios que en definitiva lo secuestraba con relación al resto del mundo. Él recordó a sus connacionales lo que ya sabían y que Salomón mismo había dicho al dedicar el primer templo, según leemos en la primera Lectura: «¿ Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta Casa que yo te he construido!»”. El corazón de quien acoge la palabra de Dios es el templo de Dios “A sus discípulos también les enseñó otro cosa: que el templo de Dios es, en primer lugar, el corazón del hombre que ha acogido su palabra: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Juan 14, 23). «El Espíritu Santo permanece a vuestro lado y está en vosotros» (Juan 14, 17); y finalmente Pablo: ¿«No sabéis que sois templo de Dios»? (1 Corintios 3, 167)”. Dios está presente también cuando dos o más se reúnen en su nombre “Por tanto, el templo nuevo de Dios es el creyente. Pero el lugar de la presencia de Dios y de Cristo está también donde hay dos o más reunidos en mi nombre» (Mateo 18, 20). El concilio Vaticano II llega a llamar la familia cristiana «iglesia doméstica» (Lumen gentium, n. 11), es decir, un pequeño templo de Dios, precisamente porque, gracias al sacramento del matrimonio, ella es, por excelencia, el lugar en que hay «dos o más» reunidos en su nombre”. 3. ¿Por qué damos tanta importancia los cristianos a la iglesia (templo/edificio) si cada uno puede adorar a Dios en espíritu y verdad en el propio corazón? ¿Por qué la obligación de ir a la iglesia todos los domingos? pp. 342-343 o La Iglesia (el pueblo mismo de los redimidos, en cuanto unido a Dios por la fe y los sacramentos) es lugar de la manifestación de Dios y de su presencia en la tierra. • “La respuesta está en que Jesús no ha venido a la tierra a establecer muchos pequeños pactos bilaterales entre él y cada hombre; ha venido, en cambio, a formar un pueblo, una comunidad, en comunión recíproca, además de con él. Se puede aplicar a la presencia de Dios sobre la tierra lo que Juan dice de la Jerusalén celestial: «Ésta es la morada de Dios con los hombres: Habitaré con ellos y ellos serán mi pueblo, y Dios, habitando realmente en medio de ellos, será su Dios». (Apocalipsis 21, 3). Esta morada de Dios en su pueblo tiene un nombre preciso: se llama «la Iglesia», y ella es el lugar de su manifestación y de su presencia en la tierra”. El edificio sagrado es un lugar privilegiado porque es el lugar donde se hace visible la comunidad cristiana y donde resuena la palabra de Cristo y se celebra «su memoria», que es la Eucaristía. “Ciertamente, esta Ecclesia, así entendida, no se identifica con el lugar o el edificio, aunque sea la más espléndida catedral gótica o la misma basílica de San Pedro. Ella es, por encima de todo, el pueblo mismo de los redimidos, en cuanto unido a Dios por la fe y por los sacramentos. Pero el edificio sagrado – el lugar de la reunión - es signo visible de esa realidad universal e invisible. Es el lugar privilegiado de nuestro encuentro con Dios porque es el lugar donde se realiza y se hace visible la comunidad cristiana. El nombre de «iglesia» (ek-kaleo en griego significa convoco) viene de esto: de ser el lugar donde se reúnen «los llamados» por Dios en Jesucristo, el lugar de la convocación y de la asamblea. También es el lugar privilegiado del encuentro con Dios también porque es el lugar donde resuena la palabra de Cristo y donde se celebra «su memoria» que es la Eucaristía”. 4. En la segunda Lectura de hoy, de la primera Carta de San Pedro, vemos el profundo significado simbólico de la iglesia-edificio: sus piedras son la imagen del templo invisible cuyas piedras - vivas - son los bautizados edificados sobre la piedra angular - preciosa – que es Jesucristo. pp. 343-344 • “San Pedro, en la segunda Lectura, desvela también un profundo significado simbólico de la 3 iglesia-edificio: con sus piedras puestas una sobre otra e distribuidas en paredes alrededor del altar, es la imagen de otro templo, el invisible formado por las piedras vivas que son los bautizados, edificados sobre la piedra angular, elegida, preciosa, que es Jesucristo. En él (es decir en Jesucristo) «toda la edificación se alza bien compacta para ser templo santo en el Señor, en quien también vosotros entráis a formar parte del edificio para ser morada de Dios por el Espíritu» (Ef 2, 21)”. La fe, el bautismo, la predicación y la caridad en la construcción del templo vivo de Dios p. 344 • “San Agustín ha desarrollado esta metáfora: «Mediante la fe los hombres se convierten en material disponible para la construcción; mediante el bautismo y la predicación son como refinados y pulidos; pero sólo cuando están unidos juntos por la caridad se convierten en verdad en casa de Dios. Si las piedras no se adhiriesen entre ellas, si no se amasen, nadie entraría en esta casa (Sermón 336)»”. 5. Otro aspecto de la importancia del templo/edificio pp. 344-345 • “Es importante que haya una iglesia para todos, un lugar donde una parte de la Iglesia pueda encontrarse en intimidad y en libertad para expresar la propia fe y la propia alegría, para sentirse en la casa del Padre. Encontrarse, sobre todo, parta rezar, puesto que ha dicho el Señor: «mi casa es casa de oración» (Marcos 11,17). • Hay un salmo, escrito precisamente para celebrar la alegría de encontrarse en la casa del Señor, huéspedes en su templo (84 Vulgata 83): ¡Qué amables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Dichosos los que habitan en tu Casa Te alabarán por siempre. Pues más vale un día en tus atrios que mil fuera”. B. TRES NÚMEROS DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA SOBRE JESÚS Y EL TEMPLO DE JERUSALÉN • n. 583: JESUS Y EL TEMPLO - Como los profetas anteriores a El, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (Cf Lucas 2, 22-39). A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (Cf Lucas 2, 46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (Cf Lucas 2, 41); su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías (Cf Juan 2, 13- 14; 5, 1. 14; 7, 1. 10. 14; 8, 2; 10, 22-23). • n. 584: Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para El la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado (Cf Mateo 21, 13). Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: "El celo por tu Casa me devorará" (Sal 69, 10)» (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo (Cf Hechos 2, 46; 3, 1; 5, 20. 21; e. a). • n. 586: Lejos de haber sido hostil al Templo (Cf Mateo 8, 4; 23, 21; Lucas 17, 14; Juan 4, 22) donde expuso lo esencial de su enseñanza (Cf Juan 18, 20), Jesús quiso pagar el impuesto del Templo asociándose con Pedro (Cf Mateo 17, 24-27), a quien acababa de poner como fundamento de su futura Iglesia (Cf Mateo 16, 18). Aún más, se identificó con el Templo presentándose como la morada definitiva de Dios entre los hombres (Cf Juan 2, 21; Mt 12, 6). Por eso su muerte corporal (Cf Juan 2, 18-22) anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación: «Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre» (Jn 4, 21) (Cf Juan 4, 23-24; Mateo 27, 51; Hebreos 9, 11; Apocalipsis 21, 22). www.parroquiasantamonica.com

El domingo es el día del Señor. ¿Por qué «voy a misa»?



1 El domingo es el día del Señor. ¿Por qué «voy a misa»? La celebración del descanso sabático por parte de los judíos y la celebración del domingo por parte de los cristianos. Varios comentarios acerca de la indicación del Señor al pueblo de Israel para que celebre el sábado. o Libro del Deuteronomio 5,12-15: El texto - 12 Guarda y santifica el día del sábado, como te ha mandado el Señor, tu Dios. 13 Seis días trabajarás y harás tus obras. 14 Pero el séptimo es descanso para el Señor, tu Dios: no harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el extranjero residente; de esta manera podrán descansar tu siervo y tu sierva lo mismo que tú. 15 Acuérdate de que tú fuiste siervo también en Egipto y de que el Señor, tu Dios, te sacó de allí con mano fuerte y brazo poderoso. Por eso el Señor, tu Dios, te manda guardar el sábado. Comentario de la Biblia de Jerusalén: Deuteronomio 5, 15 - “El sábado se relaciona aquí con la liberación de la esclavitud de Egipto, lo que le impone un doble carácter: es un día de alegría, y un día en que los siervos y los esclavos extranjeros se ven liberados de su penoso trabajo. Estos nuevos matices fueron añadidos en una época en que el precepto sabático había adquirido más importancia” Comentario de Antiguo Testamento, Pentateuco, Eunsa 1997, Deuteronomio 5, 12-15 - 5,12-15. Los pueblos antiguos tuvieron sus días festivos dedicados a sus divinidades, al descanso, al esparcimiento; pero no encontramos entre ellos una institución regular del descanso sabático, tal como aparece en la legislación mosaica. El motivo humanitario que se da aquí - el descanso de la familia, criados y animales - recordando la esclavitud en Egipto, es distinto del motivo teológico que se da en el Éxodo - el recuerdo de la creación, y el descanso de Dios en el séptimo día (cfr Génesis 2,2-3) -: los dos aspectos se complementan y subrayan que el sábado debe dedicarse a Dios y al descanso. El reposo sabático, a fuerza de casuística y rigorismo, fue convirtiéndose para los judíos en una práctica agobiante que el Señor corrige en el Evangelio (cfr, p.ej., Mateo 12,1-13; Lucas 13,10-17). La Iglesia, desde la época apostólica, celebra el domingo en lugar del sábado, recordando la Resurrección del Señor; y, a propósito del descanso dominical y de su sentido, enseña: «La institución del Día del Señor contribuye a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que les permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2184). En este día, además, los fieles tienen obligación grave de cumplir con el precepto dominical, pues «la Eucaristía del Domingo fundamenta y ratifica toda la práctica cristiana» (ibidem, n. 2181). «Para santificarlo». El comentario oficioso judío al libro del Éxodo, llamado Mekhi Ita, observa que para poder cumplir el precepto de descansar en el séptimo día, hay obligación de trabajar durante los seis días que preceden. Si una persona no tiene trabajo, debe buscarlo: si tiene una propiedad abandonada, que la repare; si tiene un campo mal cuidado, que lo cultive bien. Y la enseñanza tradicional judía ha enseñado que, durante los seis días de la semana, los israelitas son colaboradores de Dios en la creación, precisamente trabajando para mejorar y realzar las cosas que Dios ha creado. Y, de modo paralelo, en el séptimo día ellos descansan junto con el Todopoderoso y proclaman que El es el Señor. o Libro del Éxodo 12, 1-28 El texto del Éxodo sobre la institución de la Pascua: 12, 1-28 - «Pascua» significa «paso», y en este testo del Éxodo se relata el paso de Dios, que vino a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, alrededor del año 1250 a.C. (cfr. vv. 12-14; 22- 28). - La importancia que tuvo esta «pascua o paso de Dios» en el pueblo hebreo queda manifiesta en la solemnidad de las palabras que dice el Señor con un mandato preciso: «Este día será par 2 vosotros memorable y lo celebraréis como fiesta del Señor; lo celebraréis como institución perpetua de generación en generación» (v. 14). - Los hebreos celebran esa «pascua o paso de Dios» anualmente: es la pascua hebrea. En la Pascua cristiana, celebramos el «paso» de Cristo al Padre por medio de la muerte y resurrección, y el «paso» de la Iglesia al Reino eterno. Jesús, con su muerte y resurrección, al realizar su Pascua (paso), nos redimió liberándonos del pecado y dándonos la vida de la gracia, la filiación divina. Y mandó también celebrar esa Pascua hasta el fin de los tiempos («Haced esto en memoria mía»). La Iglesia realiza ese mandato siempre que se celebra la Eucaristía, que es memorial del sacrificio de Cristo. Sobre esto ver en otro lugar de esta web la Eucaristía como memorial, palabra que tiene un significado preciso en la doctrina católica (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1364, 611, 1341 y 1363). . Institución de la Pascua: 1 El Señor habló a Moisés y a Aarón en el país de Egipto, diciendo: 2- Este mes será para vosotros el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año. 3 Hablad a toda la comunidad de Israel diciendo: «El día diez de este mes tomará cada uno un cordero por familia, uno por casa. 4 Si la familia es demasiado pequeña para consumirlo, se unirá con su vecino más próximo hasta completar el número de personas suficiente para comer la res entera. 5 Ha de ser un animal sin defecto, macho, de un año, escogido de entre los corderos o cabritos. 6 Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes y toda la asamblea de la comunidad de Israel lo inmolará entre dos luces. 7 Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde se va a comer. 8 Comerán la carne esa misma noche; la comerán asada al fuego, con panes ácimos y hierbas amargas. 9 No comeréis nada de ella crudo o cocido en agua, sino asado al fuego con su cabeza, patas y vísceras. 10 No dejaréis nada para la mañana siguiente; si algo quedara, lo quemaréis. 11 Lo habéis de comer así: ceñidas vuestras cinturas, las sandalias en los pies, y el bastón en vuestras manos; comeréis deprisa: pues es la Pascua del Señor. 12 Esta noche pasaré por el país de Egipto y heriré a todo primogénito del país de Egipto, tanto de hombres como de animales; y haré justicia sobre los dioses de Egipto. Yo, el Señor. 13 La sangre será vuestra señal sobre las casas donde estéis; cuando yo vea la sangre pasaré de largo sobre vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto. 14 Este día será para vosotros memorable y lo celebraréis como fiesta del Señor; lo celebraréis como institución perpetua de generación en generación. (…) 21 Moisés llamó a todos los ancianos de Israel y les dijo: Id y tomad un cordero por familia e inmolad la pascua. 22 Tomad un manojo de hisopo, mojadlo en la sangre que hay en la vasija y untad con ella el dintel y las dos jambas, y que ninguno de vosotros salga de la puerta de su casa hasta la mañana siguiente. 23 El Señor pasará hiriendo a los egipcios; pero cuando vea la sangre en el dintel y en las dos jambas, el Señor pasará de largo sobre vuestras puertas y no permitirá al exterminador entrar en vuestras casas para herir. 24 Guardaréis este mandato del Señor, como institución perpetua para vosotros y vuestros hijos para siempre. 25 Cuando entréis en la tierra que va a daros el Señor, como os prometió, .guardaréis este rito. 26 Y cuando vuestros hijos os pregunten qué significa este rito para vosotros, 27 responderéis: «Este es el sacrificio de la Pascua del Señor, que pasó de largo por las casas de los hijos de Israel, cuando hirió a los egipcios y preservó nuestras casas».El pueblo se postró en adoración. 28 hijos de Israel fueron e hicieron todo como el Señor había ordenado a Moisés y a Aarón. Comentario de Pentateuco, Eunsa agosto 2002 - 12,1-14. En este discurso del Señor están contenidas una serie de normas para celebrar la Pascua y los acontecimientos que en ella se conmemoran; viene a ser un texto catequéticolitúrgico que resume de modo admirable el sentido profundo de aquella fiesta. La Pascua probablemente era en su origen una fiesta de pastores que en primavera, cuando nacen los corderos y se inicia la trashumancia hacia los pastos de verano, ofrecían el sacrificio de una res recién nacida, y con su sangre realizaban un rito especial para impetrar la preservación y fecundidad de los rebaños. Pero al quedar esta fiesta conectada con la historia de la salida de Egipto, como en este texto se indica, adquiere una significación muy profunda y cada uno de los ritos se carga de sentido. Así, «la comunidad» (v. 3) comprende a todos los israelitas organizados como comunidad religiosa para conmemorar el acontecimiento de mayor relieve de su historia, la liberación de la esclavitud. La víctima será una res de ganado menor, sin defecto (v. 5) puesto que ha de ofrecerse a Dios. Untar las jambas y el dintel de la puerta con la sangre de la víctima (vv.7-13) es parte esencial del rito y significa protección ante los peligros. El carácter sacrificial de la Pascua es esencial desde su origen. 3 El banquete (v. 11) es también imprescindible y el modo de llevarlo a cabo muy apropiado para reflejar la urgencia que imponían las circunstancias: no se condimenta por falta de tiempo (v. 9); no se añaden más alimentos que el pan y hierbas del desierto en señal de carencia; el atuendo y postura de los participantes, de pie y con sandalias y bastón, indica que están de camino. En la conmoración litúrgica posterior estos detalles significan el «paso» del Señor entre los suyos. Las normas prescritas sobre la Pascua conservan reminiscencias de antiquísimos ritos nómadas del desierto, donde no había sacerdote, ni templo ni altar. Cuando los israelitas estaban ya asentados en Palestina, continuó celebrándose en familia, manteniendo siempre el carácter de sacrificio, de banquete familiar y, muy especialmente, de memorial de la liberación llevada a cabo por el Señor aquella noche. Nuestro Señor eligió el contexto de la Cena Pascual para instituir la Eucaristía: «Al celebrar la última cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio un sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa el paso final de la Iglesia en la gloria del Reino» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1340). 12,2. Este acontecimiento es tan importante que va a marcar el inicio del cómputo del tiempo. En la historia de Israel aparecen dos tipos de calendario, ambos lunares: uno que comienza el año en otoño, después de la fiesta de las Semanas (cfr 23,16; 34,22), y otro que lo comienza en primavera, entre marzo y abril. Probablemente este segundo calendario prevaleció por mucho tiempo, pues sabemos que el primer mes, llamado Abib (primavera) (cfr 13,4; 23,18; 34,18), en la época post-exílica (a partir del siglo VI a.C.) se le denomina con el nombre babilónico de Nisán (Ne 2,1; Est 3,7). De todas maneras, señalar este mes como el primero es un modo de dar realce al acontecimiento que se va a conmemorar. 12,11. Todavía hoy es difícil determinar con exactitud el sentido etimológico del término Pascua. En otras lenguas semitas significa «alegría» o «alegría festiva» o también «salto ritual y festivo». En la Biblia la misma raíz equivale a «danzar, saltar» en un rito idolátrico condenable (cfr 1 Reyes 18,21.26) y «proteger» (cfr Isaías 31,5), de ahí que pueda significar, a la vez, «castigo, azote» y también «salvación, protección». En este texto no se pretende exponer una etimología científica, sino popular, y se interpreta como «el paso del Señor», que será exterminio para los egipcios y salvación para los hebreos. En el Nuevo Testamento se aplicará al «paso» de Cristo al Padre por medio de la muerte y resurrección, y al «paso» de la Iglesia al Reino eterno: «La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su resurrección» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 677). 12,14. La solemnidad de estas palabras da idea de la importancia que tuvo siempre la Pascua. Si los libros históricos (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) apenas la mencionan es porque sólo aluden a los sacrificios del templo, y la Pascua se celebró siempre en familia. Cuando faltó el templo (siglo VI a.C.) la fiesta adquirió más relieve, como está atestiguado en textos bíblicos post-exílicos (cfr Esdras 6,19-22; 2 Crónicas 30,1-27; 35,1-19) y en textos extrabíblicos como el famoso «Papiro pascual de Elefantina» (Egipto) del siglo V a.C. En tiempos de Jesús se celebraba un sacrificio pascual solemne en el Templo y el banquete pascual en familia. 12,15-20. La fiesta de los Ácimos, o pan sin levadura, parece que era muy antigua en Canaán. Refleja un ambiente agrícola (Deuteronomio 26,9) y señalaba el comienzo de la recolección de la cebada. Como queda recogido en este texto, se celebraba desde muy antiguo con la Pascua. De este modo, la fiesta de los Acimos que tendría en su origen solamente carácter de ofrenda de las primicias de la cosecha, adquirió el mismo sentido que la Pascua, es decir, conmemoración de la liberación del pueblo de Dios, que venía a ser «primicia» entre las naciones. El pan ácimo era, y aún hoy sigue siendo entre los beduinos, el habitual en el desierto. Cuando el pueblo se asienta definitivamente en la tierra prometida, sigue conservando la idea de 4 que toda fermentación supone una cierta impureza; de ahí que en la oblación de los sacrificios (cfr Lv 2,11; 6, 10), y más en la cena pascual, solamente se utilizara pan ácimo. Jesucristo aprovecha este modo de pensar cuando aconseja a sus discípulos librarse de «la levadura de los fariseos» (Mc 8,15) es decir, de sus malas disposiciones. Por otra parte, si tradicionalmente la Iglesia en el rito latino utiliza pan ácimo en la Eucaristía, es para imitar, también en este pequeño detalle, a Jesucristo que celebró la Ultima Cena con este tipo de pan. 12,21-28. Esta sección es paralela a 12,1-14, pero quizá por tener su origen en una tradición diferente, omite muchos ritos prescritos allí, y, en cambio, añade, detalles desconocidos como el hisopo, el plato para recoger la sangre, y la indicación de permanecer inmóviles dentro de casa. Pero lo más significativo es la insistencia y minuciosidad en el rito de la sangre, como si fuera más importante que la comida pascual propiamente dicha. Es un detalle más de que la Pascua en sus inicios pudo haber sido un sacrificio nómada con un marcado carácter de protección de todo mal. La mención del «exterminador» (v. 23) parece ser una reminiscencia antigua del relato, pues se atribuye a Dios o a un ángel este apelativo desfavorable para hacer más patético el drama de aquella noche: Dios será la causa del exterminio para los egipcios, y de la liberación para los hebreos. La pregunta de los hijos sobre el significado del rito (v. 26) muestra la importancia que siempre tuvo la transmisión oral de la Tradición. Las generaciones sucesivas conocerán el sentido profundo de la Pascua no por documentos escritos, sino por lo que de palabra aprendían de los mayores. (cfr Rm 10,17). o Libro del Éxodo 20, 8-11: El texto - 8 Recuerda el día del sábado para santificarlo. 9 Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, 10 pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. 11 Pues en seis días hizo Yahveh el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado. Comentario de la Biblia de Jerusalén: Éxodo 20,8 - “El nombre del sábado es relacionado explícitamente por la Biblia (Éxodo 16, 29-30; 23,12; 34,21), con una raíz que significa «cesar», «descansar». Es un día de reposo semanal, consagrado a Yahvé, que descansó el séptimo día de la creación (v. 11, ver Génesis 2, 2-3). A este motivo religiosos se añade una preocupación humanitaria (Éxodo 23,12; Deuteronomio 5, 14). La institución del sábado es muy antigua, pero su observancia cobró especial importancia a partir del Destierro y se convirtió en un distintivo del Judaísmo (Nehemías 13, 15-22; 1 Macabeos 2, 32-41)” Comentario de Antiguo Testamento, Pentateuco, Eunsa 1997, Éxodo 20, 8-11 - 20,8-11. En la formulación del precepto del sábado ha influido la historia misma de Israel, puesto que no se utiliza la expresión apodíctica habitual, y, por otra parte, las prescripciones sobre ese día están muy desarrolladas. En el mandamiento hay recogidas tres ideas: el sábado es un día santo, dedicado al Señor; en él están prohibidos los trabajos; se aduce como motivo el imitar a Dios, que descansó de la creación el día séptimo. El sábado es un día santo, es decir, diferente de los días ordinarios (cfr Levítico 23,3), porque está dedicado a Dios. No se prescriben ritos especiales, pero el término «recuerda» (distinto de Deuteronomiot 5,12) es de ámbito cultual. Sea cual fuere el origen etimológico o social del sábado, en la Biblia siempre tiene carácter religioso (cfr. 16,22-30). El descanso sabático supone la obligación del trabajo en los seis días anteriores (v. 9). Sólo el trabajo justifica el descanso. La misma palabra hebrea sabat significa sábado y descanso. Pero en este día el descanso mismo adquiere valor de culto, puesto que para el sábado no hay prescritos sacrificios o ritos especiales propios: toda la comunidad, y hasta los mismos animales, rinden homenaje a Dios, cesando de sus labores ordinarias. 5 Recordar para santificar Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica «Dies Domini», 31 mayo 1998, nn. 16-18, sobre el domingo: el recuerdo de las maravillas hechas por Dios. - [El sábado en el AT] “El tema del «recuerdo» de las maravillas hechas por Dios, en relación con el descanso sabático, se encuentra también en el texto del Deuteronomio (5, 12-15), donde el fundamento del precepto se apoya ... en la obra de la liberación llevada a cabo por Dios: 15 Acuérdate de que tú fuiste siervo también en Egipto y de que el Señor, tu Dios, te sacó de allí con mano fuerte y brazo poderoso. Por eso el Señor, tu Dios, te manda guardar el sábado. (...) El contenido del precepto non es pues primariamente una “interrupción” del trabajo, sino la celebración de las maravillas obradas por Dios. En la medida que este «recuerdo», lleno de agradecimiento y alabanza hacia Dios, está vivo, el descanso del hombre, en el día del Señor, asume también su pleno significado” El paso de la celebración del sábado (Antiguo Testamento) al domingo (Nuevo Testamento) Cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica «Dies Domini», 31 mayo 1998, nn. 16-18: “Dado que el tercer mandamiento depende esencialmente del recuerdo de las obras salvíficas de Dios, los cristianos, percibiendo la originalidad del tiempo nuevo y definitivo inaugurado por Cristo, han asumido como festivo el primer día después del sábado, porque en él tuvo lugar la resurrección del Señor. (...) En el misterio pascual la condición humana y con ella toda la creación, «que gime y sufre hasta hoy los dolores de parto» (Rom 8,22), ha conocido su nuevo «éxodo» hacia la libertad de los hijos de Dios que pueden exclamar, con Cristo, «Abbá, Padre!» (Romanos 8,15; Gálatas 4,6). A la luz de este misterio, el sentido del precepto veterotestamentario sobre el día del Señor es recuperado, integrado y revelado plenamente en la gloria que brilla en el rostro de Cristo resucitado (cf 2 Corintios 4,6). Del «sábado» se pasa al «primer día después del sábado»; del séptimo día al primer día: el dies Domini se convierte en el dies Christi!. “ Cf. JPII, Carta Apostólica «Dies Domini», 31 mayo 1998, n. 25: “El domingo es pues el día en el cual, más que en ningún otro, el cristiano está llamado a recordar la salvación que, ofrecida en el bautismo, le hace nuevo hombre en Cristo. «Sepultados con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que resucitó de entre los muertos» (Colosenses 2,12; cf Romanos 6, 4-6). El día del Señor, como ha sido llamado el domingo desde los tiempos apostólicos: resumen (cfr. «Dies Domini», nn. 1-7): a) el domingo la Iglesia recuerda el día de la resurrección de Cristo; se conmemora no sólo una vez al año (durante el Triduo Pascual), sino cada domingo, el día de la resurrección de Cristo; la Iglesia celebra el misterio pascual cada ocho días; b) es la Pascua de la semana, en la que se celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte; c) “Este es un día que constituye el centro mismo de la vida cristiana. Si desde el principio de mi Pontificado no me ha cansado de repetir: « ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! »,(9) en esta misma línea quisiera hoy invitar a todos con fuerza a descubrir de nuevo el domingo: ¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo! Sí, abramos nuestro tiempo a Cristo para que él lo pueda iluminar y dirigir. Él es quien conoce el secreto del tiempo y el secreto de la eternidad, y nos entrega « su día » como un don siempre nuevo de su amor. El descubrimiento de este día es una gracia que se ha de pedir, no sólo para vivir en plenitud las exigencias propias de la fe, sino también para dar una respuesta concreta a los anhelos íntimos y auténticos de cada ser humano. El tiempo ofrecido a Cristo nunca es un tiempo perdido, sino más bien ganado para la humanización profunda de nuestras relaciones y de nuestra vida”. www.parroquiasantamonica.com

El domingo y la Misa. Sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir.



1 El domingo y la Misa. Sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir. Homilía de Benedicto XVI al clausurar el Congreso Eucarístico Nacional Italiano - el domingo, 29 mayo 2005. (…) Sin el domingo no podemos vivir: el domingo y la Eucaristía. o Una experiencia de los mártires del año 304 Este Congreso eucarístico, que hoy se concluye, ha querido volver a presentar el domingo como "Pascua semanal", expresión de la identidad de la comunidad cristiana y centro de su vida y de su misión. El tema elegido, "Sin el domingo no podemos vivir", nos remite al año 304, cuando el emperador Diocleciano prohibió a los cristianos, bajo pena de muerte, poseer las Escrituras, reunirse el domingo para celebrar la Eucaristía y construir lugares para sus asambleas. En Abitina, pequeña localidad de la actual Túnez, 49 cristianos fueron sorprendidos un domingo mientras, reunidos en la casa de Octavio Félix, celebraban la Eucaristía desafiando así las prohibiciones imperiales. Tras ser arrestados fueron llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino. Fue significativa, entre otras, la respuesta que un cierto Emérito dio al procónsul que le preguntaba por qué habían transgredido la severa orden del emperador. Respondió: "Sine dominico non possumus"; es decir, sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades diarias y no sucumbir. Después de atroces torturas, estos 49 mártires de Abitina fueron asesinados. Así, con la efusión de la sangre, confirmaron su fe. Murieron, pero vencieron; ahora los recordamos en la gloria de Cristo resucitado. o Por qué es válida esa experiencia para los cristianos del siglo XXI: necesitamos también ese pan. Sobre la experiencia de los mártires de Abitina debemos reflexionar también nosotros, cristianos del siglo XXI. Ni siquiera para nosotros es fácil vivir como cristianos, aunque no existan esas prohibiciones del emperador. Pero, desde un punto de vista espiritual, el mundo en el que vivimos, marcado a menudo por el consumismo desenfrenado, por la indiferencia religiosa y por un secularismo cerrado a la trascendencia, puede parecer un desierto no menos inhóspito que aquel "inmenso y terrible" (Dt 8, 15) del que nos ha hablado la primera lectura, tomada del libro del Deuteronomio. En ese desierto, Dios acudió con el don del maná en ayuda del pueblo hebreo en dificultad, para hacerle comprender que "no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor" (Dt 8, 3). En el evangelio de hoy, Jesús nos ha explicado para qué pan Dios quería preparar al pueblo de la nueva alianza mediante el don del maná. Aludiendo a la Eucaristía, ha dicho: "Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre" (Jn 6, 58). El Hijo de Dios, habiéndose hecho carne, podía convertirse en pan, y así ser alimento para su pueblo, para nosotros, que estamos en camino en este mundo hacia la tierra prometida del cielo. El precepto cristiano no es un deber impuesto desde fuera. Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje. Necesitamos este pan para afrontar la fatiga y el cansancio del viaje. El domingo, día del Señor, es la ocasión propicia para sacar fuerzas de él, que es el Señor de la vida. Por tanto, el precepto festivo no es un deber impuesto desde afuera, un peso sobre nuestros hombros. Al contrario, participar en la celebración dominical, alimentarse del Pan eucarístico y experimentar la comunión de los hermanos y las hermanas en Cristo, es una necesidad para el cristiano; es una alegría; así el cristiano puede encontrar la energía necesaria para el camino que debemos recorrer cada semana. Por lo demás, no es un camino arbitrario: el camino que Dios nos indica con su palabra va en la dirección inscrita en la esencia misma del hombre. La palabra de Dios y la razón van juntas. Seguir la palabra de Dios, estar con Cristo, significa para el hombre realizarse a sí mismo; perderlo equivale a perderse a sí mismo. El Señor no nos deja solos pero en el fondo queremos que esté más bien lejos de nosotros. El Señor no nos deja solos en este camino. Está con nosotros; más aún, desea compartir nuestra suerte hasta identificarse con nosotros. En el coloquio que acaba de referirnos el evangelio, dice: "El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6, 56). ¿Cómo no alegrarse por esa promesa? Pero hemos escuchado que, ante aquel primer anuncio, la gente, en vez de alegrarse, comenzó a discutir y a protestar: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?" (Jn 6, 52). En realidad, esta actitud se ha repetido muchas veces a lo largo de la historia. Se podría decir que, en el fondo, la gente no quiere tener a Dios tan cerca, tan a la mano, tan partícipe en sus acontecimientos. La gente quiere que [Dios] sea grande y, en definitiva, también nosotros queremos que esté más bien lejos de nosotros. Entonces, se plantean cuestiones que quieren demostrar, al final, que esa cercanía sería imposible. Pero son muy claras las palabras que Cristo pronunció en esa circunstancia: "Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros" (Jn 6, 53). Realmente, tenemos necesidad de un Dios cercano. Ante el murmullo de protesta, Jesús habría podido conformarse con palabras tranquilizadoras. Habría podido decir: "Amigos, no os preocupéis. He hablado de carne, pero sólo se trata de un símbolo. Lo que quiero decir es que se 2 trata sólo de una profunda comunión de sentimientos". Pero no, Jesús no recurrió a esa dulcificación. Mantuvo firme su afirmación, todo su realismo, a pesar de la defección de muchos de sus discípulos (cf. Jn 6, 66). Más aún, se mostró dispuesto a aceptar incluso la defección de sus mismos Apóstoles, con tal de no cambiar para nada lo concreto de su discurso: "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6, 67), preguntó. Gracias a Dios, Pedro dio una respuesta que también nosotros, hoy, con plena conciencia, hacemos nuestra: "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Tenemos necesidad de un Dios cercano, de un Dios que se pone en nuestras manos y que nos ama. En la Eucaristía Cristo nos hace salir de nosotros mismo para hacernos uno con él e insertarnos en la comunión con los demás. En la Eucaristía, Cristo está realmente presente entre nosotros. Su presencia no es estática. Es una presencia dinámica, que nos aferra para hacernos suyos, para asimilarnos a él. Cristo nos atrae a sí, nos hace salir de nosotros mismos para hacer de todos nosotros uno con él. De este modo, nos inserta también en la comunidad de los hermanos, y la comunión con el Señor siempre es también comunión con las hermanas y los hermanos. Y vemos la belleza de esta comunión que nos da la santa Eucaristía. Aquí tocamos una dimensión ulterior de la Eucaristía, a la que también quisiera referirme antes de concluir. El Cristo que encontramos en el Sacramento es el mismo aquí, en Bari, y en Roma; en Europa y en América, en África, en Asia y en Oceanía. El único y el mismo Cristo está presente en el pan eucarístico de todos los lugares de la tierra. Esto significa que sólo podemos encontrarlo junto con todos los demás. Sólo podemos recibirlo en la unidad. ¿No es esto lo que nos ha dicho el apóstol san Pablo en la lectura que acabamos de escuchar? Escribiendo a los Corintios, afirma: "El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan" (1 Co 10, 17). No podemos comulgar con el Señor, si no comulgamos entre nosotros. Si queremos presentaros ante él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. La Eucaristía es sacramento de unidad. La consecuencia es clara: no podemos comulgar con el Señor, si no comulgamos entre nosotros. Si queremos presentaros ante él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias. La Eucaristía -repitámoslo- es sacramento de la unidad. Pero, por desgracia, los cristianos están divididos, precisamente en el sacramento de la unidad. Por eso, sostenidos por la Eucaristía, debemos sentirnos estimulados a tender con todas nuestras fuerzas a la unidad plena que Cristo deseó ardientemente en el Cenáculo. Precisamente aquí, en Bari, feliz Bari, ciudad que custodia los restos de san Nicolás, tierra de encuentro y de diálogo con los hermanos cristianos de Oriente, quisiera reafirmar mi voluntad de asumir el compromiso fundamental de trabajar con todas mis energías en favor del restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo. Soy consciente de que para eso no bastan las manifestaciones de buenos sentimientos. Hacen falta gestos concretos que entren en los corazones y sacudan las conciencias, estimulando a cada uno a la conversión interior, que es el requisito de todo progreso en el camino del ecumenismo (cf. Mensaje a la Iglesia universal, en la capilla Sixtina, 20 de abril de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de abril de 2005, p. 6). Os pido a todos vosotros que emprendáis con decisión el camino del ecumenismo espiritual, que en la oración abre las puertas al Espíritu Santo, el único que puede crear la unidad. o Debemos redescubrir con orgullo el privilegio de participar en la Eucaristía, que es el sacramento del mundo renovado Queridos amigos que habéis venido a Bari desde diversas partes de Italia para celebrar este Congreso eucarístico, debemos redescubrir la alegría del domingo cristiano. Debemos redescubrir con orgullo el privilegio de participar en la Eucaristía, que es el sacramento del mundo renovado. La resurrección de Cristo tuvo lugar el primer día de la semana, que en la Escritura es el día de la creación del mundo. Precisamente por eso, la primitiva comunidad cristiana consideraba el domingo como el día en que había iniciado el mundo nuevo, el día en que, con la victoria de Cristo sobre la muerte, había iniciado la nueva creación. Al congregarse en torno a la mesa eucarística, la comunidad iba formándose como nuevo pueblo de Dios. San Ignacio de Antioquía se refería a los cristianos como "aquellos que han llegado a la nueva esperanza", y los presentaba como personas "que viven según el domingo" ("iuxta dominicam viventes"). Desde esta perspectiva, el obispo antioqueno se preguntaba: "¿Cómo podríamos vivir sin él, a quien incluso los profetas esperaron?" (Ep. ad Magnesios, 9, 1-2). "¿Cómo podríamos vivir sin él?". En estas palabras de san Ignacio resuena la afirmación de los mártires de Abitina: "Sine dominico non possumus". Precisamente de aquí brota nuestra oración: que también nosotros, los cristianos de hoy, recobremos la conciencia de la importancia decisiva de la celebración dominical y tomemos de la participación en la Eucaristía el impulso necesario para un nuevo empeño en el anuncio de Cristo, "nuestra paz" (Ef 2, 14), al mundo. Amén. www.parroquiasantamonica.com

El domingo en la vida de los cristianos (3): No podemos fijar por nuestra propia cuenta dónde debe encontrarse Dios con nosotros. Dios puede dirigirse a nosotros y dejarse encontrar donde quiera.



El domingo en la vida de los cristianos (3): No podemos fijar por nuestra propia cuenta dónde debe encontrarse Dios con nosotros. Dios puede dirigirse a nosotros y dejarse encontrar donde quiera. Joseph Ratzinger, Cooperadores de la verdad, ed. Rialp S.A., Madrid 1991 28.10, pp. 411-412 Según una tradición, aceptada desde hace tiempo como algo natural, la llamada Doctrina de los Apóstoles, un libro aparecido entre el año 90 y el 100, dice lo siguiente: «El día del Señor reuníos, partid el pan y dad gracias después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro» (Didaché 14, 1). Conviene retener, pues, que no depende del capricho de la Iglesia ni de los cristianos individuales determinar si queremos, ni cuándo lo queremos, celebrar la misa, así como tampoco establecer qué se ha de hacer el domingo. Alguien podría decir: no me gusta el aire cargado de la Iglesia ni los cánticos aburridos. Me molesta arrodillarme apretujadamente entre gentes que no conozco y escuchar a un sacerdote recitar oraciones que me resultan incomprensibles. Prefiero ir al monte, al bosque o al mar: al aire libre de la naturaleza de Dios soy más devoto que en una asamblea que nada me dice. A eso hay que responder lo siguiente: no nos corresponde a nosotros determinar si queremos adorar a Dios ni cómo debemos hacerlo. Lo más importante es responder a su llamada allí donde Él se nos entrega. No podemos fijar por nuestra propia cuenta dónde debe encontrarse Dios con nosotros. Ni nos resulta posible llegar por nosotros mismos hasta Él. Dios puede dirigirse a nosotros y dejarse encontrar donde quiera. Lo que cuenta no es un cierto sentimiento religioso, que priva a la religión del compromiso y la recluye en el ámbito privado, sino la obediencia que acepta su llamada. El Señor no quiere nuestros sentimientos privados, sino reunirnos en asamblea y construir la nueva comunidad de la Iglesia a partir de la fe. El cuerpo forma parte del culto divino, pero también la comunidad, con sus fatigas e incomodidades. Por eso, la pregunta ¿qué me ofrece a mí el culto divino? Es un modo erróneo de preguntar. La Didaché o «Doctrina de los Apóstoles» • Es considerado como el documento cristiano más antiguo: las opiniones acerca de su datación histórica oscilan entre los 70 y 150 de nuestra era. “Esta obra puede ser considerada como el primer «catecismo» cristiano, donde se incluyen preceptos litúrgicos, morales y organizativos, concluye con un capítulo dedicado a la escatología” 1 • El catecismo de la Iglesia Católica recoge palabras de este texto en diversos números: 1331, 1403, 1696, 2271, 2760, 2767. • El documento completo se puede encontrar en esta sección de VIDA CRISTIAN A, en la carpeta PUBLICACIONES INTERESANTES. www.parroquiasantamonica.com 1 Cfr. Félix María Arocena, Contemplar la Eucaristía, Rialp 2000, pp. 35-37.

El domingo en la vida de los cristianos (2): guardar el domingo cristiano significa tener tiempo para Dios y para los demás



El domingo en la vida de los cristianos (2): guardar el domingo cristiano significa tener tiempo para Dios y para los demás Catecismo de la Iglesia Católica • n. 2185: Durante el domingo y las otras fiestas de precepto, los fieles se abstendrán de entregarse a trabajos o actividades que impidan el culto debido a Dios, la alegría propia del día del Señor, la práctica de las obras de misericordia, el descanso necesario del espíritu y del cuerpo (Cf Código de Derecho Canónico, can. 1247). Las necesidades familiares o una gran utilidad social constituyen excusas legítimas respecto al precepto del descanso dominical. Los fieles deben cuidar de que legítimas excusas no introduzcan hábitos perjudiciales a la religión, a la vida de familia y a la salud. El amor de la verdad busca el santo ocio, la necesidad del amor cultiva el justo trabajo (S. Agustín, civ. 19, 19). Joseph Ratzinger, Cooperadores de la verdad, ed. Rialp S.A., Madrid 1991 21.10, pp. 403-404 o Tener tiempo para Dios significa también tener tiempo para los demás. Lo que un hombre es - quién es - se trasluce en las cosas para las que tiene tiempo. Guardar el domingo cristiano significa tener tiempo para Dios, es decir, reconocerlo pública y personalmente dejando parte de nuestro tiempo para él. Por eso, los viajes dominicales se deberían señalar procurando que hubiera tiempo en ellos para el culto divino. Ello no disminuye el valor de recreo de las excursiones, sino que las anima. Tener tiempo para Dios significa también tener tiempo para los demás. El domingo debería ser un día de diálogo, una jornada en las que estamos dispuestos para los demás y en la que aprendemos de nuevo a comprendernos los unos a los otros. o Como día de Dios es también del hombre Dado que, como día de Dios, es también del hombre, el domingo podría ser un vasto ámbito para estimular la auténtica convivencia. Muchas cosas podrían mencionarse al respecto, entre otras, el juego en común, el fomento de los intereses comunes, escuchar música en casa, cuidar las costumbres, practicar la hospitalidad y el encuentro con los vecinos. Un elemento esencial del domingo debería ser también la comida dispuesta festivamente y conformada de modo religioso. Un banquete así sería como el eco de la comunidad eucarística, en la que la conformación religiosa, la dedicación a Aquel del que procede todo bien es también la defensa más segura contra una abundancia sin sentido, que es con frecuencia el intento de compensar el hambre espiritual y el vacío del alma. La configuración de nuestro tiempo depende de la del domingo. El redescubrimiento del sentido de este día tiene una importancia decisiva para nuestro – el futuro del individuo, de la familia y de la sociedad. www.parroquiasantamonica.com

“LAS DEUDAS SOCIALES"



1 “LAS DEUDAS SOCIALES" Conferencia inaugural del cardenal Jorge Mario Bergoglio s.j., arzobispo de Buenos Aires y presidente del Episcopado, en el Seminario sobre “Las Deudas Sociales”, organizado por EPOCA.(30 de septiembre de 2009). Causas del crecimiento de la pobreza y exclusión. Duda social y justicia social. Contenido INTRODUCCIÓN ......................................................................................................................................1 LA DEUDA SOCIAL COMO CUESTIÓN ANTROPOLÓGICA .........................................................2 CAUSAS DEL CRECIMIENTO DE LA POBREZA Y LA EXCLUSIÓN ...........................................3 DEUDA SOCIAL Y JUSTICIA SOCIAL ................................................................................................3 ACTIVIDAD POLÍTICO- ECONÓMICA, DESARROLLO INTEGRAL Y DEUDA SOCIAL .......4 CONCLUSIÓN ...........................................................................................................................................5 NOTAS ........................................................................................................................................................5 Introducción En esta exposición procuraré dar una visión de conjunto sobre la doctrina de la iglesia acerca de la “Deuda Social”. 2 Los obispos argentinos, en noviembre de 2008, afirmaban que la “deuda social” es la gran deuda de los argentinos. Nos interpela y saldarla no admite postergación.[1] . De ahí la necesidad de cultivar la conciencia de la deuda que tenemos con la sociedad en la que estamos insertos. Y por ello hacernos cargo de la insistencia de la Doctrina Social de la Iglesia sobre el tema de la deuda social. No se trata solamente de un problema económico o estadístico. Es primariamente un problema moral que nos afecta en nuestra dignidad más esencial. [2] “La deuda social se compone de privaciones que ponen en grave riesgo el sostenimiento de la vida, la dignidad de las personas y las oportunidades de florecimiento humano”.[3] La “deuda social” es también una deuda existencial de crisis del sentido de la vida. La conformación de un sentido de vida pleno va de la mano con el sentido de pertenencia que tenga el individuo con las actividades que realice en su día a día y con los grupos sociales en los cuales la realiza y comparta la vida con ellos; de ahí que el origen del vacío existencial remite, tal como el mismo Durkheim comentó [4] , a una desvinculación del individuo del medio social; es decir a una carencia de sentido de pertenencia, lo cual desfigura la identidad. “Tener identidad” entraña fundamentalmente el “pertenecer”. Por eso para superar esta deuda social es necesario reconstruir el tejido social y los vínculos sociales. El barómetro de la UCA define la “deuda social” como una acumulación de privaciones y carencias en distintas dimensiones que hacen a las necesidades del ser personal y social. En otros términos, como una violación al derecho a desarrollar una vida plena, activa y digna en un contexto de libertad, igualdad de oportunidades y progreso social. El fundamento ético a partir del cual se ha de juzgar la deuda social como inmoral, injusta e ilegítima radica en el reconocimiento social que se tiene acerca del grave daño que sus consecuencias generan sobre la vida, el valor de la vida y –por tanto- sobre la dignidad humana. “Su mayor inmoralidad, dicen los obispos argentinos, reside en el hecho de que ello ocurre en una nación que tiene condiciones objetivas para evitar o corregir tales daños, pero que lamentablemente pareciera optar por agravar aún más las desigualdades”.[5] Esta deuda queda entablada entre quienes tienen la responsabilidad moral o política de tutelar y promover la dignidad de las personas y sus derechos, y aquellas partes de la sociedad que ven vulnerados sus derechos. Los derechos humanos, como dice el Documento de Santo Domingo: “se violan no sólo por el terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y de estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades”.[6] La Deuda Social como Cuestión Antropológica El principio fundamental que la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) nos ofrece para reconocer esta deuda social es la inviolable dignidad de la persona y sus derechos. Dignidad de la que todos participamos y que reconocemos en los pobres y excluidos.[7] De él deriva este otro principio que orienta la actividad humana: el hombre es el sujeto, principio y fin de toda la actividad política, económica, social[8]; cada hombre, todo el hombre y todos los hombres como nos dicen Pablo VI y Juan Pablo II Por esto, no podemos responder con verdad al desafío de erradicar la exclusión y la pobreza, si los pobres siguen siendo objetos, destinatarios de la acción del Estado y de otras organizaciones en un sentido paternalista y asistencialista, y no sujetos, donde el Estado y la sociedad generan las condiciones sociales que promuevan y tutelen sus derechos y les permitan ser constructores de su propio destino. En la encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II advirtió sobre la necesidad de “abandonar una mentalidad que considera a los pobres –personas y pueblos- como un fardo, o como molestos e inoportunos, ávidos de consumir lo que los otros han producido”. “Los pobres –escribe- exigen el 3 derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo. Creando así un mundo más justo y más próspero para todos”[9]. Siguiendo esta línea, hoy es preciso afirmar que la cuestión social –deuda social- se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica.[10] Porque, por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas en que se mueve el mercado, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad. Este algo debido conlleva inseparablemente la posibilidad de sobrevivir y de participar activamente en el bien común de la humanidad [11] En este sentido, “es un deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas. Además, es preciso que se ayude a estos hombres necesitados a conseguir los conocimientos, a entrar en el círculo de las interrelaciones, a desarrollar sus aptitudes para poder valorar mejor sus capacidades y recursos”.[12] Causas del crecimiento de la pobreza y la exclusión Con la exclusión social queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está afuera. Los excluidos – con quienes tenemos la deuda- no son solamente “explotados” sino “sobrantes” y “desechables” [13] La cultura actual [14]tiende a proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano. El impacto dominante de los ídolos de poder, la riqueza y el placer efímero se ha transformado, por encima del valor de la persona, en la norma máxima de funcionamiento y el criterio decisivo en la organización social. La crisis económico-social y el consiguiente aumento de la pobreza tiene sus causas en políticas inspiradas en formas de neoliberalismo que consideran las ganancias y las leyes de mercado como parámetros absolutos en detrimento de la dignidad de las personas y de los pueblos. En este contexto, reiteramos la convicción de que la pérdida del sentido de la justicia y la falta de respeto hacia los demás se han agudizado y nos han llevado a una situación de inequidad. [15] La consecuencia de todo esto es la concentración de las riquezas físicas, monetarias y de información en manos de unos pocos, lo cual lleva al aumento de la desigualdad y a la exclusión. [16] Al analizar más a fondo tal situación, descubrimos que esta pobreza no es una etapa casual, sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas, aunque haya otras causas de la miseria [17] Esta pobreza, nos decía Juan Pablo II, en nuestros países encuentra en muchos casos su origen y causas en mecanismos que, por encontrarse impregnadas no de un auténtico humanismo, sino de materialismo, producen, a nivel internacional, ricos más ricos a costa de pobres cada vez más pobres [18] Esta realidad exige conversión personal y cambios profundos de las estructuras, que responden a las legítimas aspiraciones del pueblo hacia una verdadera justicia social [19] Deuda Social y Justicia Social El Concilio Vaticano II nos decía que “las excesivas desigualdades económicas y sociales que se dan entre miembros de nuestra sociedad, en nuestro pueblo, son contrarias a la justicia social, a la equidad, a la dignidad de la persona humana y a la paz social e internacional”[20] Desde la primera mitad del siglo XX, la noción de justicia social se fue instalando en la reflexión del Magisterio Social de la Iglesia. Afirma que ella (la justicia social) constituye un verdadero y propio desarrollo de la justicia general, en estrecha vinculación con la cuestión social y que concierne a los aspectos sociales, políticos, económicos y, sobre todo, a la dimensión estructural de 4 los problemas y las soluciones correspondientes (cfr. CDSI, 201). Benedicto XVI, en Deus Caritas Est, afirma que “la justicia es el objeto y la medida intrínseca de toda política” [21] La justicia social prohíbe que una clase excluya a la otra en la participación de los beneficios. Exige que las riquezas, que se van aumentando constantemente merced al desarrollo económico social, se distribuyan entre cada una de las personas y clases de hombres, de modo que quede a salvo esa común utilidad de todos, tan alabada por León XIII o, con otras palabras, que se conserve inmune al bien común de toda la sociedad [22] La justicia social apunta al bien común el cual, en la actualidad, consiste principalmente en la defensa de los derechos humanos los cuales, según el CDSI, (388-398), constituyen una norma objetiva, fundamento del derecho positivo, y deben ser reconocidos, respetados y promovidos por la autoridad por cuanto son anteriores al Estado, son innatos a la persona humana. Y esto –teniendo como referencia al problema de la deuda social- apunta a la dimensión comunitaria: “La visión cristiana de la sociedad política otorga la máxima importancia al valor de la comunidad, ya sea como modelo organizativo de la convivencia, ya sea como estilo de vida cotidiana” (CDSI, 392) Actividad político- económica, desarrollo integral y deuda social La pobreza nos exige tomar conciencia de su “dimensión social y económica” [23] . Porque ante todo es un problema humano. Tiene nombres y apellidos, espíritus y rostros. Acostumbrarnos a vivir con excluidos y sin equidad social, es una grave falta moral que deteriora la dignidad del hombre y compromete la armonía y la paz social [24] Existe una relación inversa entre desarrollo humano y deuda social. No se trata de una noción de desarrollo limitada a los aspectos económicos, sino de desarrollo integral que implica la expansión de todas las capacidades de la persona. A menos desarrollo más deuda social. Por tanto desarrollo y equidad deben encararse conjunta y no separadamente, y cuando la inequidad se convierte en lugar común o en atmósfera de vida política cotidiana entonces se aleja del campo político la lucha de igualdad de oportunidades, nivelando hacia abajo, hacia la mera lucha por la supervivencia. La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política. Por tanto, se debe tener presente que separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios. La Doctrina Social de la Iglesia sostiene que se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y reciprocidad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o «después» de ella. El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano ni antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente[25] El Papa Pablo VI refiriéndose al uso del capital invitaba a valorar seriamente el daño que la transferencia de capitales al extranjero, por puro provecho personal, puede ocasionar a la propia nación [26] Juan Pablo II advertía que dadas ciertas condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles, la decisión de invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio trabajo, está asimismo determinada por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual muestra las cualidades humanas de quien decide. El Papa Benedicto XVI en su Carta Social Caritas in Veritate reiteraba que todo esto mantiene su validez en nuestros días a pesar de que el mercado de capitales haya sido fuertemente liberalizado y la moderna mentalidad tecnológica pueda inducir a pensar que invertir es sólo un hecho técnico y no humano ni ético. No se puede negar que un cierto capital puede hacer el bien cuando se invierte en el extranjero en vez de en la propia patria. Pero deben quedar a salvo los vínculos de justicia, teniendo en cuenta también cómo se ha formado ese capital y los perjuicios que comporta para las personas el que no se emplee en los lugares donde se ha generado. 5 Se ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a la economía real y la promoción, en modo adecuado y oportuno, de iniciativas económicas también en los países necesitados de desarrollo. Sin embargo, no es lícito deslocalizar únicamente para aprovechar particulares condiciones favorables, o peor aún, para explotar sin aportar a la sociedad local una verdadera contribución para el nacimiento de un sólido sistema productivo y social, factor imprescindible para un desarrollo estable[27]. El capital también tiene patria, podríamos decir. “En este sentido, la necesidad de un Estado activo, transparente, eficaz y eficiente que promueva políticas públicas es una nueva forma de opción por nuestros hermanos más pobres y excluidos. Ratificar y potenciar la opción del amor preferencial por los pobres (DA, 396) que brota de nuestra fe en Jesucristo (Cf. DI, 3; DA, 393-394), «requiere que socorramos las necesidades urgentes y al mismo tiempo que colaboremos con otros organismos e instituciones para organizar estructuras más justas. Igualmente se requieren nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia” [28] Conclusión La “deuda social” exige la realización de la justicia social. Juntas, nos interpelan a todos los actores sociales, en particular al Estado, a la dirigencia política, al capital financiero, los empresarios, agropecuarios e industriales, sindicatos, las Iglesias y demás organizaciones sociales. Pensemos que, según distintas fuentes, hay aproximadamente ciento cincuenta mil millones de dólares de argentinos en el exterior, sin contar los que están en el país fuera del circuito financiero, y que además los medios de comunicación nos informan que se van del país aproximadamente dos mil millones de dólares más por mes. Me pregunto, les pregunto: ¿qué podemos hacer para que estos recursos sean puestos al servicio del país en orden a saldar la “deuda social” y generar las condiciones para un desarrollo integral para todos? En nuestro caso, la “deuda social” son millones de argentinas y argentinos, la mayoría niños y jóvenes, que exigen de nosotros una respuesta ética, cultural y solidaria. Esto nos obliga a trabajar para cambiar las causas estructurales y las actitudes personales o corporativas que generan esta situación; y a través del diálogo lograr los acuerdos que nos permitan transformar esta realidad dolorosa a la que nos referimos al hablar de la “deuda social”. La Iglesia al reconocer y hablar de la “deuda Social”, pone de manifiesto una vez más su amor y opción preferencial por los pobres y marginados [29] con quienes Jesucristo se identificó especialmente (Mt. 25, 40). Lo hace a la luz del primado de la caridad, atestiguado por la tradición cristiana, comenzando por la Iglesia peregrina” (Cfr. Hech 4,32; 1 Co. 16,1; 2 Co. 8-9; Ga. 2,10) [30], y siguiendo la tradición profética (Is. 1, 11-17, Jer 7, 4-7; Am 5, 21-25). Para la Iglesia es esencial tratar el problema de la deuda social porque el hombre, y en particular los pobres, son precisamente el camino de la Iglesia porque fue el camino de Jesucristo. Card. Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires Notas [1] Cf. Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016) 5. Documento de los obispos al término la 96ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, Pilar, 14/11/2008. [2] H acia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016) 5. Documento de los obispos al término la 96ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina , Pilar, 14/11/2008. [3] Cf. Para profundizar la pastoral social 4. Carta del Episcopado en el marco de la 88ª Asamblea Plenaria, San Miguel, 11/11/2004. [4] "[cuando el individuo] se individualiza más allá de cierto punto, si se separa demasiado radicalmente de los demás seres, hombres o cosas, se encuentra incomunicada con las fuentes 6 mismas de las que normalmente debería alimentarse, ya no tiene nada a que poder aplicarse. Al hacer el vacío a su alrededor, ha hecho el vacío dentro de sí misma y no le queda nada más para reflexionar más que su propia miseria. Ya no tiene como objeto de meditación otra cosa que la nada que está en ella y la tristeza que es su consecuencia".[4] Una vida sin sentido implica una vida sin arraigo social. DURKHEIM, Emil, El Suicidio, Shapire Editor, Buenos Aires 1971, p 225 [5] Cf. Para profundizar la pastoral social 4. Carta del Episcopado en el marco de la 88ª Asamblea Plenaria, San Miguel, 11/11/2004. [6] DSD 167. IV Conferencia general del Episcopado Latinoamericano. Documento de Santo Domingo. 12-28 de Octubre del 1992 [7] Cfr. CDSI 153 Pontificio Consejo «Justicia y Paz» Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. 2005 [8] MM 219. SS. Juan XXIII: Mater et Magistra. Carta encíclica sobre los recientes desarrollos de la cuestión social a la luz de la doctrina cristiana. 14/05/1961 [9] CA 28 SS. JUAN PABLO II : “Centesimus Annus” Carta Encíclica en el centenario de la Rerum Novarum. 05/01/1991 [10] CV 75 SS. Benedicto XVI, Caritas in Veritate, Carta encíclica sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad. 29/06/09 [11] CA 34 SS. JUAN PABLO II: “Centesimus Annus” Carta Encíclica en el centenario de la Rerum Novarum. 05/01/1991 [12] Ib. [13] DA 65. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. DOCUMENTO CONCLUSIVO, Aparecida, 13 1l 31 de Mayo de 2007. [14] (JP II, 16 nov. 1980) [15] NMA,34. Navega mar Adentro . Documento de los obispos al término la 85ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, San Miguel, 31/5/2003) [16] DA 22. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. DOCUMENTO CONCLUSIVO, Aparecida, 13 al 31 de Mayo de 2007. [17] DP29. III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. DOCUMENTO CONCLUSIVO, Puebla, 1979. [18] DI III 4. SS. Juan Pablo II, Discurso Inaugural en el Seminario Palafoxiano de Puebla de los Ángeles, México. 28/01/1979 [19] DP29 Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. DOCUMENTO CONCLUSIVO, Puebla, 1979 [20] GS 29. Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes. Sobre La Iglesia en el mundo actual. 07/12/1965. [21] DCE 28. SS BENEDICTO XVI, Deus caritas est, Carta encíclica sobre el amor cristiano . 25/12/2005. [22] QA57. SS. PÍO XI, Quadragesimo anno, Carta encíclica sobre la restauración del orden social en perfecta conformidad con la ley evangélica al celebrarse el 40º aniversario de la encíclica "Rerum novarum" de León XIII. 15/03/31 [23] Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016) 5. Documento de los obispos al término la 96ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, Pilar, 14/11/ 2008. [24] Afrontar con grandeza la situación actual 6b. Los Obispos de la Argentina, San Miguel, 11/11/2000. [25] CV 36, a y c . SS. Benedicto XVI, Caritas in Veritate, Carta encíclica sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad. 29/06/09 [26] PP 24. SS. Pablo VI, Populorum Progressio Carta encíclica sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos. 26/03/1967 [27] Cf CV 40b [28] Hacia un bicentenario en justicia y solidaridad (2010-2016) 18b. Documento de los obispos al término la 96ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina, Pilar, 14 /11/2008. 7 [29] SS. Benedicto XVI, Combatir la pobreza, construir la paz. Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la paz. 01/01/2009. [30] Ib. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

Difuntos. La Iglesia Católica siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura.



1 Difuntos. La Iglesia Católica siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura. Cfr. LA DEVOCIÓN A LOS DIFUNTOS en los primeros cristianos Fuente: www.primeroscristianos.com MES DE NOVIEMBRE VER VÍDEO SOBRE LAS CATACUMBAS "Estos que visten estolas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido…? Éstos son los que vienen de la gran tribulación y han lavado sus estolas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, y le adoran día y noche en su templo." (Apocalipsis 7,13-15) HONOR Y RESPETO A LOS DIFUNTOS La Iglesia Católica, ya desde la época de los primeros cristianos, siempre ha rodeado a los muertos de una atmósfera de respeto sagrado. Esto y las honras fúnebres que siempre les ha tributado permiten hablar de un cierto culto a los difuntos: culto no en el sentido teológico estricto, sino entendido como un amplio honor y respeto sagrados hacia los difuntos por parte de quienes tienen fe en la resurrección de la carne y en la vida futura. El cristianismo en sus primeros siglos no rechazó el culto para con los difuntos de las antiguas civilizaciones, sino que lo consolidó, previa purificación, dándole su verdadero sentido trascendente, a la luz del conocimiento de la inmortalidad del alma y del dogma de la resurrección; puesto que el cuerpo —que durante la vida es “templo del Espíritu Santo” y “miembro de Cristo” (1 Cor 6,15-9) y cuyo destino definitivo es la transformación espiritual en la resurrección— siempre ha sido, a los ojos de los cristianos, tan digno de respeto y veneración como las cosas más santas. 2 Este respeto se ha manifestado, en primer lugar, en el modo mismo de enterrar los cadáveres. Vemos, en efecto, que a imitación de lo que hicieron con el Señor José de Arimatea, Nicodemo y las piadosas mujeres, los cadáveres eran con frecuencia lavados, ungidos, envueltos en vendas impregnadas en aromas, y así colocados cuidadosamente en el sepulcro. En las actas del martirio de San Pancracio se dice que el santo mártir fue enterrado “después de ser ungido con perfumes y envuelto en riquísimos lienzos”; y el cuerpo de Santa Cecilia apareció en 1599, al ser abierta el arca de ciprés que lo encerraba, vestido con riquísimas ropas. Pero no sólo esta esmerada preparación del cadáver es un signo de la piedad y culto profesados por los cristianos a los difuntos, también la sepultura material es una expresión elocuente de estos mismos sentimientos. Esto se ve claro especialmente en la veneración que desde la época de los primeros cristianos se profesó hacia los sepulcros: se esparcían flores sobre ellos y se hacían libaciones de perfumes sobre las tumbas de los seres queridos. LAS CATACUMBAS En la primera mitad del siglo segundo, después de tener algunas concesiones y donaciones,los cristianos empezaron a enterrar a sus muertos bajo tierra. Y así comenzaron las catacumbas. Muchas de ellas se excavaron y se ampliaron alrededor de los sepulcros de familias cuyos propietarios, recién convertidos, no los reservaron sólo para los suyos, sino que los abrieron a sus hermanos en la fe. Andando el tiempo, las áreas funerarias se ensancharon, a veces por iniciativa de la misma Iglesia. Es típico el caso de las catacumbas de San Calixto: la Iglesia asumió directamente su administración y organización, con carácter comunitario. 3 Con el edicto de Milán, promulgado por los emperadores Constantino y Licinio en febrero del año 313, los cristianos dejaron de sufrir persecución. Podían profesar su fe libremente, construir lugares de culto e iglesias dentro y fuera de las murallas de la ciudad y comprar lotes de tierra sin peligro de que se les confiscasen. Sin embargo, las catacumbas siguieron funcionando como cementerios regulares hasta el principio del siglo V, cuando la Iglesia volvió a enterrar exclusivamente en la superficie y en las basílicas dedicadas a mártires importantes. Pero la veneración de los fieles se centró de modo particular en las tumbas de los mártires; en realidad fue en torno a ellas donde nació el culto a los santos. Sin embargo, este culto especialísimo a los mártires no suprimió la veneración profesada a los muertos en general. Más bien podría decirse que, de alguna manera, quedó realzada. En efecto: en la mente de los primeros cristianos, el mártir, víctima de su fidelidad inquebrantable a Cristo, formaba parte de las filas de los amigos de Dios, de cuya visión beatifica gozaba desde el momento mismo de su muerte: ¿qué mejores protectores que estos amigos de Dios? Los fieles así lo entendieron y tuvieron siempre como un altísimo honor el reposar después de su muerte cerca del cuerpo de algunos de estos mártires, hecho que recibió el nombre de sepultura ad sanctos. Por su parte, los vivos estaban también convencidos de que ningún homenaje hacia sus difuntos podía equipararse al de enterrarlos al abrigo de la protección de los mártires. Consideraban que con ello quedaba asegurada no sólo la inviolabilidad del sepulcro y la garantía del reposo del difunto, sino también una mayor y más eficaz intercesión y ayuda del santo. Así fue como las basílicas e iglesias, en general, llegaron a constituirse en verdaderos cementerios, lo que pronto obligó a las autoridades eclesiásticas a poner un límite a las sepulturas en las mismas. FUNERALES Y SEPULTURA 4 Pero esto en nada afectó al sentimiento de profundo respeto y veneración que la Iglesia profesaba y siguió profesando a sus hijos difuntos. De ahí que a pesar de las prohibiciones a que se vio obligada para evitar abusos, permaneció firme en su voluntad de honrarlos. Y así se estableció que, antes de ser enterrado, el cadáver fuese llevado a la Iglesia y, colocado delante del altar, fuese celebrada la Santa Misa en sufragio suyo. Esta práctica, ya casi común hacia finales del s. IV y de la que San Agustín nos da un testimonio claro al relatar los funerales de su madre Santa Mónica en sus Confesiones, se ha mantenido hasta nuestros días. San Agustín también explicaba a los cristianos de sus días cómo los honores externos no reportarían ningún beneficio ni honra a los muertos si no iban acompañados de los honores espirituales de la oración: “Sin estas oraciones, inspiradas en la fe y la piedad hacia los difuntos, creo que de nada serviría a sus almas el que sus cuerpos privados de vida fuesen depositados en un lugar santo. Siendo así, convenzámonos de que sólo podemos favorecer a los difuntos si ofrecemos por ellos el sacrificio del altar, de la plegaria o de la limosna” (De cura pro mortuis gerenda, 3 y 4). Comprendiéndolo así, la Iglesia, que siempre tuvo la preocupación de dar digna sepultura a los cadáveres de sus hijos, brindó para honrarlos lo mejor de sus depósitos espirituales. Depositaria de los méritos redentores de Cristo, quiso aplicárselos a sus difuntos, tomando por práctica ofrecer en determinados días sobre sus tumbas lo que tan hermosamente llamó San Agustín sacrificium pretii nostri, el sacrifico de nuestro rescate. Ya en tiempos de San Ignacio de Antioquia y de San Policarpo se habla de esto como de algo fundado en la tradición. Pero también aquí el uso degeneró en abuso, y la autoridad eclesiástica hubo de intervenir para atajarlo y reducirlo. Así se determinó que la Misa sólo se celebrase sobre los sepulcros de los mártires. LOS DIFUNTOS EN LA LITURGIA 5 Por otra parte, ya desde el s. III es cosa común a todas las liturgias la memoria de los difuntos. Es decir, que además de algunas Misas especiales que se ofrecían por ellos junto a las tumbas, en todas las demás sinaxis eucarísticas se hacía, como se sigue haciendo todavía, memoria — memento— de los difuntos. Este mismo espíritu de afecto y ternura alienta a todas las oraciones y ceremonias del maravilloso rito de las exequias. La Iglesia hoy en día recuerda de manera especial a sus hijos difuntos durante el mes de noviembre, en el que destacan la “Conmemoración de todos los Fieles Difuntos”, el día 2 de noviembre, especialmente dedicada a su recuerdo y el sufragio por sus almas; y la “Festividad de todos los Santos”, el día 1 de ese mes, en que se celebra la llegada al cielo de todos aquellos santos que, sin haber adquirido fama por su santidad en esta vida, alcanzaron el premio eterno, entre los que se encuentran la inmensa mayoría de los primeros cristianos. www.parroquiasantamonica.com

Conmemoración de todos los fieles difuntos (2014). Se propone algunos pensamientos de Benedicto XVI sobre la realidad de la muerte, en la catequesis de la Audiencia General del 2 de noviembre de 2011, en la Conmemoración de todos los fieles difuntos. ¿Por qué una gran parte de la humanidad nunca se ha resignado a creer que más allá de la muerte no existe simplemente la nada? ¿Por qué experimentamos temor ante la muerte? No podemos aceptar que todo lo bello y grande realizado durante toda una vida se borre improvisamente, que caiga en el abismo de la nada. Sentimos temor ante la muerte porque percibimos que hay un juicio sobre nuestras acciones, especialmente sobre aquellos puntos de sombra que, con habilidad, sabemos remover o tratamos de remover de nuestra conciencia. Cuando afrontamos la cuestión de la muerte no tanto con la fe cuanto partiendo de conocimientos experimentales, empíricos, se cae en formas de espiritismo. Cada domingo, al recitar el Credo, renovamos con valentía y con fuerza nuestra fe en la vida eterna que nos da la valentía de amar más nuestra tierra y de trabajar para construirle un futuro.



1 Conmemoración de todos los fieles difuntos (2014). Se propone algunos pensamientos de Benedicto XVI sobre la realidad de la muerte, en la catequesis de la Audiencia General del 2 de noviembre de 2011, en la Conmemoración de todos los fieles difuntos. ¿Por qué una gran parte de la humanidad nunca se ha resignado a creer que más allá de la muerte no existe simplemente la nada? ¿Por qué experimentamos temor ante la muerte? No podemos aceptar que todo lo bello y grande realizado durante toda una vida se borre improvisamente, que caiga en el abismo de la nada. Sentimos temor ante la muerte porque percibimos que hay un juicio sobre nuestras acciones, especialmente sobre aquellos puntos de sombra que, con habilidad, sabemos remover o tratamos de remover de nuestra conciencia. Cuando afrontamos la cuestión de la muerte no tanto con la fe cuanto partiendo de conocimientos experimentales, empíricos, se cae en formas de espiritismo. Cada domingo, al recitar el Credo, renovamos con valentía y con fuerza nuestra fe en la vida eterna que nos da la valentía de amar más nuestra tierra y de trabajar para construirle un futuro. Benedicto XVI, Audiencia general, Conmemoración de todos los fieles difuntos, 2 de noviembre de 2011. Queridos hermanos y hermanas: Propuesta de algunos pensamientos sobre la realidad de la muerte. Después de celebrar la solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia nos invita hoy a conmemorar a todos los fieles difuntos, a dirigir nuestra mirada a los numerosos rostros que nos han precedido y que han finalizado el camino terreno. En la audiencia de hoy, por eso, quiero proponeros algunos sencillos pensamientos sobre la realidad de la muerte, que para nosotros, los cristianos, está iluminada por la Resurrección de Cristo, y para renovar nuestra fe en la vida eterna. o Un artículo del Credo: en la comunión de los santos hay un estrecho vínculo entre nosotros, que aún caminamos en esta tierra, y los numerosos hermanos y hermanas que ya han alcanzado la eternidad. Como ya dije ayer en el Ángelus, en estos días se visita el cementerio para rezar por los seres queridos que nos han dejado; es como ir a visitarlos para expresarles, una vez más, nuestro afecto, para sentirlos todavía cercanos, recordando también, de este modo, un artículo del Credo: en la comunión de los santos hay un estrecho vínculo entre nosotros, que aún caminamos en esta tierra, y los numerosos hermanos y hermanas que ya han alcanzado la eternidad. La preocupación por los muertos. Las tumbas son casi un espejo de su mundo. El hombre desde siempre se ha preocupado de sus muertos y ha tratado de darles una especie de segunda vida a través de la atención, el cuidado y el afecto. En cierto sentido, se quiere conservar su experiencia de vida; y, de modo paradójico, precisamente desde las tumbas, ante las cuales se agolpan los recuerdos, descubrimos cómo vivieron, qué amaron, qué temieron, qué esperaron y qué detestaron. Las tumbas son casi un espejo de su mundo. Recorrer nuestros cementerios, así como leer las inscripciones sobre las tumbas, es realizar un camino marcado por la esperanza de eternidad. ¿Por qué es así? Porque, aunque la muerte sea con frecuencia un tema casi prohibido en nuestra sociedad, y continuamente se intenta quitar de nuestra mente el solo pensamiento de la muerte, esta nos concierne a cada uno de nosotros, concierne al hombre de toda época y de todo lugar. Ante este misterio todos, incluso inconscientemente, buscamos algo que nos invite a esperar, un signo que nos proporcione consolación, que abra algún horizonte, que ofrezca también un futuro. El camino de la 2 muerte, en realidad, es una senda de esperanza; y recorrer nuestros cementerios, así como leer las inscripciones sobre las tumbas, es realizar un camino marcado por la esperanza de eternidad. o ¿Por qué una gran parte de la humanidad nunca se ha resignado a creer que más allá de la muerte no existe simplemente la nada? ¿Por qué experimentamos temor ante la muerte? No podemos aceptar que todo lo bello y grande realizado durante toda una vida se borre improvisamente, que caiga en el abismo de la nada. Pero nos preguntamos: ¿Por qué experimentamos temor ante la muerte? ¿Por qué una gran parte de la humanidad nunca se ha resignado a creer que más allá de la muerte no existe simplemente la nada? Diría que las respuestas son múltiples: tenemos miedo ante la muerte porque tenemos miedo a la nada, a este partir hacia algo que no conocemos, que ignoramos. Y entonces hay en nosotros un sentido de rechazo pues no podemos aceptar que todo lo bello y grande realizado durante toda una vida se borre improvisamente, que caiga en el abismo de la nada. Sobre todo sentimos que el amor requiere y pide eternidad, y no se puede aceptar que la muerte lo destruya en un momento. También sentimos temor ante la muerte porque percibimos que hay un juicio sobre nuestras acciones, especialmente sobre aquellos puntos de sombra que, con habilidad, sabemos remover o tratamos de remover de nuestra conciencia. También sentimos temor ante la muerte porque, cuando nos encontramos hacia el final de la existencia, existe la percepción de que hay un juicio sobre nuestras acciones, sobre cómo hemos gestionado nuestra vida, especialmente sobre aquellos puntos de sombra que, con habilidad, frecuentemente sabemos remover o tratamos de remover de nuestra conciencia. Diría que precisamente la cuestión del juicio, a menudo, está implicada en el interés del hombre de todos los tiempos por los difuntos, en la atención hacia las personas que han sido importantes para él y que ya no están a su lado en el camino de la vida terrena. En cierto sentido, los gestos de afecto, de amor, que rodean al difunto, son un modo de protegerlo basados en la convicción de que esos gestos no quedan sin efecto sobre el juicio. Esto lo podemos percibir en la mayor parte de las culturas que caracterizan la historia del hombre. Cuando afrontamos la cuestión de la muerte no tanto con la fe cuanto partiendo de conocimientos experimentales, empíricos, se cae en formas de espiritismo. Hoy el mundo se ha vuelto, al menos aparentemente, mucho más racional; o mejor, se ha difundido la tendencia a pensar que toda realidad se deba afrontar con los criterios de la ciencia experimental, y que incluso a la gran cuestión de la muerte se deba responder no tanto con la fe, cuanto partiendo de conocimientos experimentales, empíricos. Sin embargo, no se llega a dar cuenta suficientemente de que precisamente de este modo se acaba por caer en formas de espiritismo, intentando tener algún contacto con el mundo más allá de la muerte, casi imaginando que exista una realidad que, al final, sería una copia de la presente. o Solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza. Queridos amigos, la solemnidad de Todos los Santos y la Conmemoración de todos los fieles difuntos nos dicen que solamente quien puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza. Si reducimos al hombre exclusivamente a su dimensión horizontal, a lo que se puede percibir empíricamente, la vida misma pierde su sentido profundo. El hombre necesita eternidad, y para él cualquier otra esperanza es demasiado breve, es demasiado limitada. El hombre se explica sólo si existe un Amor que supera todo aislamiento, incluso el de la muerte, en una totalidad que trascienda también el espacio y el tiempo. El hombre se explica, encuentra su sentido más profundo, solamente si existe Dios. Y nosotros sabemos que Dios 3 salió de su lejanía y se hizo cercano, entró en nuestra vida y nos dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26). Las palabras de Jesús al malhechor crucificado a su derecha y a los discípulos de Emaús. Pensemos un momento en la escena del Calvario y volvamos a escuchar las palabras que Jesús, desde lo alto de la cruz, dirige al malhechor crucificado a su derecha: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Pensemos en los dos discípulos que van hacia Emaús, cuando, después de recorrer un tramo de camino con Jesús resucitado, lo reconocen y parten sin demora hacia Jerusalén para anunciar la Resurrección del Señor (cf. Lc 24, 13-35). Con renovada claridad vuelven a la mente las palabras del Maestro: «No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar» (Jn 14, 1-2). Dios se manifestó verdaderamente, se hizo accesible, amó tanto al mundo «que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16), y en el supremo acto de amor de la cruz, sumergiéndose en el abismo de la muerte, la venció, resucitó y nos abrió también a nosotros las puertas de la eternidad. Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte que él mismo cruzó; él es el Buen Pastor, a cuya guía nos podemos confiar sin ningún miedo, porque él conoce bien el camino, incluso a través de la oscuridad. Cada domingo, al recitar el Credo, renovamos con valentía y con fuerza nuestra fe en la vida eterna que nos da la valentía de amar más nuestra tierra y de trabajar para construirle un futuro. Cada domingo reafirmamos esta verdad al recitar el Credo. Y al ir a los cementerios y rezar con afecto y amor por nuestros difuntos, se nos invita, una vez más, a renovar con valentía y con fuerza nuestra fe en la vida eterna, más aún, a vivir con esta gran esperanza y testimoniarla al mundo: tras el presente no se encuentra la nada. Y precisamente la fe en la vida eterna da al cristiano la valentía de amar aún más intensamente nuestra tierra y de trabajar por construirle un futuro, por darle una esperanza verdadera y firme. Gracias. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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