[Chiesa/Omelie1/Cristo/2A20CristoCorderoQuitaPecadoRestableceComuniónDios]
Ø Domingo 2º
del Tiempo ordinario, Año A (2020).
Jesucristo es el Cordero de Dios que se ofrece libremente para
quitar el pecado y llevar a Dios a sus hermanos en la carne. El cordero es el
símbolo de la víctima y de la inocencia maltratada, y se convierte casi como el
título simbólico fundamental de Cristo. La Redención que realiza Jesús es
liberación del pecado, de la esclavitud, y divinización: el hombre no solamente
es descargado de la culpa, del pecado, y del mal, sino que es transformado
interiormente, hecho semejante a Cristo, hijo de Dios, «divinizado». Somos
llamados a identificarnos con Jesucristo, ofreciendo nuestras vidas como culto
espiritual agradable a Dios.
v
Cfr. Domingo 2º del Tiempo Ordinario Año A, 19 de enero de 2020.
Isaías 49,3.5-6 – Salmo
Responsorial 39,2 y 4ab; 7-8a; 8b-9; 10 - 1 Corintios
1,1-3 -
Evangelio Juan 1,29-34.
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scriture, Anno, Piemme III Edizione,
novembre 1995 pp. 139-144
Juan 1, 29-34: 29 Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: «Este es
el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 30 Este es por quien yo dije: Detrás de
mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que
yo. 31 Y yo no le conocía, pero he
venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.». 32 Y Juan dio testimonio diciendo: «He
visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. 33 Y yo no le conocía pero el que me
envió a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el
Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo." 34 Y yo le he visto y doy testimonio de
que éste es el Elegido de Dios.»
Salmo 39/40:
2 En Yahveh
puse toda mi esperanza, él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. 4 Puso en mi boca un canto nuevo, una alabanza a
nuestro Dios; muchos, al verlo, temerán y esperarán en el Señor 7 No quisiste
sacrificio ni ofrenda, pero el oído me has abierto. No pediste holocausto ni sacrificio de expiación; 8 dije
entonces: «Aquí estoy - como está escrito acerca de mí en el Libro - 9 para
hacer tu voluntad, Dios mío». Ese es mi querer, pues llevo tu Ley dentro de
mí. 10 He anunciado la justicia en la gran asamblea;
no he cerrado mis labios, Señor, tú lo sabes bien.
1 Corintios 1: 1 Pablo,
llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, y Sóstenes, el
hermano, 2 a la Iglesia de Dios que está
en Corinto: a los santificados en Cristo
Jesús, llamados a ser santos, con
cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de
nosotros y de ellos 3 gracia a vosotros y paz
de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.
Juan llama a Jesús “Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo”.
(Evangelio de
hoy, v. 29).
Antecedentes. a) Isaías 53,7:
“Maltratado, voluntariamente se humillaba
y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como
oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca”.
b) Éxodo 12, 6-7.12-13
Lo guardaréis (animal
que matarán)
hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de los hijos de Israel lo
matará al atardecer”.
Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de
la casa donde lo comáis.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto
y heriré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto (…).
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis.
Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre
vosotros plaga exterminadora,
cuando yo hiera a la tierra de Egipto.
A. Un testimonio
preciso de Juan el Bautista sobre Jesús.
o Isaías
había comparado los sufrimientos del Siervo doliente, el Mesías, con el
sacrificio de un cordero.
·
La
presentación de Jesús como Cordero de Dios, es muy conocida por todos nosotros,
ya que, con
frecuencia, nos dirigimos así al Señor en la Celebración Eucarística: en la recitación o canto del
“Gloria”, durante la fracción del pan eucarístico y cuando somos invitados a
recibir su Cuerpo como alimento verdadero.
También hay
referencias a esta presentación en el Antiguo Testamento. Entre otras: en el
libro del Éxodo (12,11-13), donde aparece el cordero de la Pascua antigua, su
carne es alimento y su sangre salva de la muerte; en el Cántico del Siervo de
Yahvé (Isaías 53,4-7.12), donde aparece el cordero inocente que carga con
nuestras culpas.
·
Gianfranco Ravasi o.c., pp. 143-144: “El cordero se convierte
también en el símbolo constante de
la víctima y de la inocencia maltratada, como declara autobiográficamente
Jeremías: «Yo, como un manso cordero
llevado a inmolar, ignoraba las maquinaciones que tramaban contra mí…»
(11,19). El célebre canto cuarto
del Siervo del Señor, recogido en el
libro del profeta Isaías, describe de la misma manera esa figura mesiánica
misteriosa: «Fue maltratado, y él se dejó humillar, y no abrió su boca; como
cordero llevado al matadero, y como oveja muda antes sus esquiladores, no abrió
su boca» (53,7).
“Si se acepta una hipótesis
propuesta a propósito de este texto por un conocido estudioso alemán, J.
Jeremías, en arameo, el idioma hablado por Juan el Bautista y por Jesús, hay un
vocablo - talya’ - que recoge en sí dos significados, «cordero» y
«siervo».
Juan el Bautista aludiría con una
única expresión sea el cordero que al Siervo mesiánico: ¡He aquí el cordero del
sacrificio de la de la nueva Pascua, he aquí el Siervo mesiánico que se inmola
por el pecado del mundo! En esta línea
el Cristo glorioso del Apocalipsis es llamado 28 veces «el Cordero» por
excelencia.
Por tanto este animal sencillo y
manso se convierte en el Nuevo Testamento en el símbolo más luminoso para
describir el sacrificio de Cristo y su Pascua perfecta y liberadora.
Antes de dejar Galilea, nos paramos
idealmente en la ribera del lago de Tiberíades, como hacen tantos peregrinos
hoy. Al lado de una pequeña iglesia franciscana llamada «del Primado de Pedro» y erigida con basalto
negro, volvemos a escuchar también nosotros las últimas palabras terrenas
(según el Evangelio de Juan), del gran pastor de nuestras almas, Cristo
resucitado. En la ribera de aquel lago nos llama «sus corderos» y nos confía a
la guía visible de Pedro. Le dijo Jesús a Simón Pedro: - Simón, hijo de Juan,
¿me amas más que estos? Le respondió: Si, señor, tú sabes que te quiero. Le
dijo: - Apacienta mis corderos» (21, 15)”.
o Al
llamar a Jesús Cordero de Dios (Evangelio de hoy, v. 29), Juan alude al
sacrificio redentor de Cristo.
·
Nuevo Testamento, Eunsa 2004 (Nota a Juan 1, 19-34): “Juan testimonia no
sólo que Jesús es el
Mesías, sino que Él,
con su muerte sangrienta redime al mundo. (...) Al llamar a Jesús Cordero de Dios (v. 29), Juan alude al sacrificio
redentor de Cristo. Isaías había comparado los sufrimientos del Siervo
doliente, el Mesías, con el sacrificio de un cordero (Cfr. Isaías 53,7). Por
otra parte, también la sangre del cordero pascual, rociada sobre las puertas de
las casas, había servido para librar de la muerte a los primogénitos de los
israelitas en Egipto (cfr. Éxodo 12, 6-7). Tras la muerte y resurrección de
Jesús, sus discípulos testimoniamos que Él es el verdadero Cordero Pascual. Lo
hacemos antes de recibir a Cristo en la sagrada comunión, es decir, a la hora
de participar en la «cena de las bodas del Cordero» (Apocalipsis 19,9)”.
o Toda
la vida de Cristo expresa su misión: «Servir y dar su vida en rescate por
muchos»
·
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 608: «El cordero que quita el pecado del mundo»
- Juan
Bautista, después de
haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (Cf Lucas 3, 21; Mateo
3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el «Cordero de Dios que quita los pecados
del mundo» (Juan 1, 29) (Cf Juan 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el
Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Isaías 53, 7) (Cf
Jeremías 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (Cf Isaías 53, 12), y
el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera
Pascua (Éxodo 12, 3-14) (Cf Juan 19, 36; 1 Corintios 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión:
«Servir y dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10, 45).
B. Breve comentario a
cada una de las Lecturas de hoy.
v
a) Evangelio: «He ahí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo».
o La
liberación del pecado y el restablecimiento de la comunión con Dios.
§ El
hombre no solamente es descargado de la culpa, del pecado, y del mal, sino que
es transformado interiormente, hecho semejante a Cristo, hijo de Dios,
«divinizado».
Es
la filiación divina, que nos capacita para vivir como hijos de Dios en y a
través del Hijo.
·
En la
Nueva Alianza, el sacrificio del cordero (de Jesucristo) libera del pecado y restablece la
comunión con Dios y,
por tanto, la santidad de quien antes no la tenía. Restituye a Dios (y, por
tanto, le hace santo) a quien se había alejado de Él; será Jesucristo quien genera la vida comunicada por Dios a los
hombres, que no nacen, como ha sido revelado (Juan 1,13), “del querer del
hombre”. La redención forma parte del
designio divino de conducir a los hombres a la participación de la vida de
Dios, a una comunión de amor. En previsión, desde toda la eternidad, de los
pecados, Dios preparó en su Hijo encarnado el punto de encuentro entre los
hombres y Dios.
·
César Izquierdo (dir.), Diccionario de Teología, Eunsa 2006, Jesucristo,
p. 536: Cristo divinizador. La
salvación que realiza Jesús consiste también en la
integración del hombre en la vida de Dios. La divinización es el otro aspecto
de la redención y liberación, el lado «positivo» de la redención. El hombre no
solamente es descargado de la culpa, del pecado, y del mal, sino que es
transformado interiormente, hecho semejante a Cristo, hijo de Dios,
«divinizado». La divinización que realiza Jesús tiene lugar como un nuevo
nacimiento -del agua y del Espíritu (cf. 1Pedro 1, 3)-, que es para nosotros el
fruto de la resurrección del Señor. El nuevo nacimiento trae asimismo la
filiación divina que nos hace hijos en el Hijo (cf. Romanos 8, 14-29; Gálatas
3, 26; Gálatas 4, 6-7); y la vida nueva en cuanto vida en Cristo y
participación en la vida trinitaria (cf. Romanos 6, 23; Filipenses 1, 21; Colosenses
3, 4; 1 Corintios 15, 42-55).
v
b) Salmo
Responsorial: «No quisiste sacrificio ni ofrenda, pero el oído me has abierto»,
para que obedezca a tu voluntad.
o La
obediencia a la voluntad de Dios
·
Indica
la capacidad que da el Señor de comprender profundamente sus palabras, y de obedecer
a su
voluntad con corazón
consciente. “En tus libros se me ordena hacer tu voluntad; esto es, Señor, lo
que deseo: tu ley en medio de mi corazón”. La ley de Dios está en lo profundo
del corazón no como conjunto de normas, sino como transformación profunda del
hombre a imagen de Dios que ofrece su alianza.
o Es
el culto espiritual: el ofrecimiento a Dios de nuestras vidas como sacrificio
vivo, santo y agradable a Dios.
·
Se trata
de el culto espiritual instaurado en plenitud por Jesucristo, al que nos exhorta
san Pablo en
su carta a los Romanos
(12,1): “Os pido, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis (que ofrezcáis
vuestras vidas) como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios”. Según se pedía
en el AT (Éxodo 23,15; Deuteronomio 16,16), nadie debía presentarse a Dios con
las manos vacías. La oblación se expresaba mediante la ofrenda de cosas: dones
y sacrificios externos, frutos o animales, que debían ser expresión de las
buenas disposiciones internas del oferente, con referencia a Dios y a los
demás, que se consideraban indispensables (cfr. 1 Samuel 15, 22).
Jesús inauguró el
nuevo culto: se ofrece a sí mismo a Dios para cumplir la voluntad del
Padre. Se presenta al Padre “no con sangre de machos cabríos ni de toros, sino
con su propia sangre” (Hebreos 9,12).
o Los
sacrificios exteriores deben ser signos de la obediencia a Dios.
·
Cfr. Libros
poéticos y sapienciales, Eunsa 2004, salmo 40, 6-9: (...) “El Señor pide
obediencia a
Él, y a su Ley (v. 9). No quiere decir que excluya o
desprecie los sacrificios, sino que estos han de ser signos de aquella obediencia
(cfr. 1 Samuel 15,22; Isaías 10,20; Miqueas
6, 6-8). «Me abriste el oído» (literalmente me «cavaste el oído»), puede
entenderse como horadar las orejas en el sentido de me «hiciste tu siervo de
por vida» (Cfr. Éxodo 21,6; Deuteronomio 15,7); o en el de «me hiciste escuchar
y conocer», a la manera de lo que el maestro hace con el discípulo (cfr. Isaías
48,8; 50, 4-5).
o Cumplimos
la voluntad de Dios en y a través de Cristo.
Joseph Ratzinger – Benedicto XXVI, Jesús de
Nazaret, pp. 185-186:
“Jesucristo es precisamente en quien, y a través de quien, se cumple plenamente
la voluntad de Dios. Mirándole a El, aprendemos que por nosotros mismos no
podemos ser enteramente «justos»: nuestra voluntad nos arrastra continuamente
como una fuerza de gravedad lejos de la voluntad de Dios, para convertirnos en
mera «tierra». El, en cambio, nos eleva hacia sí, nos acoge dentro de El y, en
la comunión con El, aprendemos también la voluntad de Dios”.
v
c) Segunda Lectura, de la 1ª Carta a los
Corintios. Introducción: “Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por la
voluntad de Dios”. Descubre su vocación.
o Aparece,
en esta introducción de la 1ª Carta a los Corintios, la conciencia clara que
tenía el Apóstol de la llamada de Dios: en la carta a los Filipenses lo expresa
diciendo que ha sido “alcanzado” por
Cristo.
·
Benedicto
XVI, Pablo, Apóstol por vocación, Audiencia 25/10/2006: “En el camino hacia
Damasco, a inicios de los años treinta,
Saulo, según sus palabras, fue « alcanzado
por Cristo Jesús» (Filipenses 3, 12). Mientras Lucas cuenta el hecho con
abundancia de detalles --la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó,
cambiando fundamentalmente toda su vida-- en sus cartas él va directamente a lo
esencial y habla no sólo de una visión (Cf. 1 Corintios 9,1), sino de una
iluminación (Cf. 2 Corintios 4, 6) y sobre todo de una revelación y una
vocación en el encuentro con el Resucitado (Cf. Gálatas 1, 15-16). De hecho, se
definirá explícitamente «apóstol por vocación» (Cf. Romanos 1, 1; 1
Corintios 1, 1) o «apóstol por voluntad de Dios» (2 Corintios 1, 1; Efesios
1,1; Colosenses 1, 1), como queriendo subrayar que su conversión no era el
resultado de bonitos pensamientos, de reflexiones, sino el fruto de una
intervención divina, de una gracia divina imprevisible. A partir de entonces,
todo lo que antes constituía para él un valor se convirtió paradójicamente,
según sus palabras, en pérdida y basura (Cf. Filipenses 3, 7-10). Y desde aquel
momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su
Evangelio. Su existencia se convertirá en la de un apóstol que quiere «hacerse
todo a todos» (1 Corintios 9,22) sin reservas”.
v
d) Segunda Lectura: San Pablo se dirige “a los
santificados en Cristo Jesús”, “llamados a ser santos”.
o Hemos
sido hechos partícipes de la naturaleza divina y llamados a configurarnos con
Cristo.
§ Estamos
obligados a testimoniar con la vida y el testimonio de la palabra al nombre nuevo del que estamos revestidos por el bautismo, y la fuerza del Espíritu Santo que nos ha fortalecido con la
confirmación, para que todos los demás, al contemplar las
buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban con mayor plenitud el sentido auténtico de la vida humana.
·
El
Apóstol expresa claramente la acción de Dios, que reivindica a los bautizados
como suyos, los
reserva para su
servicio; somos llamados a ser santos aunque – como el mismo Pablo referirá más
adelante (1, 11-12; 5, 1 ss, etc.) -, los cristianos dejemos que desear desde
el punto de vista moral. Dios nos perdona y renueva si nos acercamos a Él.
Hemos sido hechos participantes de la naturaleza divina, y, al mismo tiempo, somos llamados a configurarnos cada vez más con
Cristo.
·
San
Agustín exhortaba a los fieles de este modo: “¡Cristiano, conviértete en lo que
eres!”,
Entendiendo que
debemos realizar del mejor modo posible
lo que ya somos.
·
“Todos los
cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el
ejemplo de su
vida y el testimonio de la palabra al nombre nuevo de que se
revistieron por el bautismo, y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con
la confirmación, de tal manera que todos los demás, al contemplar sus buenas
obras, glorifiquen al Padre (Cf. Mateo 5, 16)
y perciban con mayor plenitud el
sentido auténtico de la vida humana y el vínculo universal de la comunión de los hombres”
(Conc. Vaticano II, decreto Ad gentes, n. 11).
o Lo que el Señor espera de nosotros los cristianos
·
“Que vivamos de tal manera que quienes nos
traten, por encima de nuestras miserias, errores y
deficiencias, adviertan el eco del drama de amor del
Calvario. Todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios, para ser sal que
sazone, luz que lleve a los hombres la nueva alegre de que El es un padre que
ama sin medida. El cristiano es sal y luz del mundo no porque venza o triunfe, sino
porque da testimonio del amor de Dios; y no será sal, si no sirve pasa salar;
no será luz si, con su ejemplo y con su doctrina, no ofrece un testimonio de
Jesús, si pierde lo que constituye la razón de su vida” (San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 100).
Vida Cristiana