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- El sacramento del Bautismo (4). Catequesis de Papa Francisco (2018). La regeneración. En el
Bautismo
se sepulta el hombre viejo, con sus pasiones engañosas, para que
renazca una nueva criatura; en verdad lo viejo pasó, y ha nacido lo
nuevo. Si nuestros padres nos han generado a la vida terrena, la
Iglesia nos ha regenerado a la vida eterna en el Bautismo. Hemos sido
hechos hijos en su Hijo Jesús. La vocación cristiana está toda
aquí: vivir unidos a Cristo en la santa Iglesia, partícipes de la
misma consagración para realizar la misma misión, en este mundo,
dando frutos que duran para siempre. Participar del sacerdocio de
Cristo significa hacer de sí mismo una ofrenda agradable a Dios.
Dándole testimonio por medio de una vida de fe y de caridad ,
poniéndola al servicio de los demás, según el ejemplo del Señor
Jesús.
Cfr. Catequesis de Papa Francisco, Audiencia General
Miércoles,
9 de mayo de 2018
Catequesis
sobre el Bautismo: 5. La regeneración.
1, En el Bautismo se sepulta el hombre viejo, con sus pasiones engañosas, para
que renazca una nueva criatura; en verdad lo viejo pasó, y ha nacido lo nuevo.
La Iglesia que nos hace nacer, la Iglesia que es seno, es madre nuestra por medio del Bautismo. Si nuestros padres nos han generado a la vida terrena, la Iglesia nos ha regenerado a la vida eterna en el Bautismo. Hemos sido hechos hijos en su Hijo Jesús.
La catequesis
sobre el sacramento del Bautismo nos lleva a hablar hoy del santo
lavatorio acompañado de la invocación de la Santísima Trinidad, o
sea el rito central que propiamente “bautiza” –es
decir, sumerge– en el Misterio pascual de Cristo (cfr.
Catecismo de la Iglesia Católica, 1239).
El sentido de este
gesto lo recuerda san Pablo a los cristianos de Roma, primero
preguntando: « ¿No sabéis que cuantos hemos sido bautizados en
Cristo Jesús hemos sido bautizados para unirnos a su muerte?», y
luego respondiendo: «Pues fuimos sepultados juntamente con él
mediante el bautismo para unirnos a su muerte, para que, así como
Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre,
así también nosotros caminemos en una vida nueva» (Rm 6,3-4).
El Bautismo nos abre la puerta a una vida de resurrección, no a una
vida mundana. Una vida según Jesús.
¡La fuente
bautismal es el lugar donde se hace Pascua con Cristo! Se sepulta el
hombre viejo, con sus pasiones engañosas (cfr. Ef 4,22), para
que renazca una nueva criatura; en verdad lo viejo pasó, y ha nacido
lo nuevo (cfr. 2Cor 5,17).
En las
“Catequesis” atribuidas a San Cirilo de Jerusalén se explica así
a los recién bautizados lo que les ha sucedido en el agua del
Bautismo. Es bonita esta explicación de San Cirilo: «En el mismo
momento habéis muerto y habéis nacido, y aquella agua llegó a ser
para vosotros
sepulcro y madre» (n.
20, Mistagógica 2,4: PG 33, 1079-1082). El
renacer del nuevo hombre exige que sea reducido a polvo el hombre
corrompido por el pecado. Las imágenes de la tumba y
del seno materno referidas a la fuente, son bastante
incisivas para expresar lo mucho que sucede mediante los simples
gestos del Bautismo. Me gusta citar la inscripción que se encuentra
en el antiguo Baptisterio romano del Laterano, donde se lee,
en latín, esta expresión atribuida al Papa Sixto III:
«Virgineo fetu genitrix Ecclesia natos quos spirante Deo concipit
amne parit. Caelorum regnum sperate hoc fonte renati»: La
Madre Iglesia da a luz virginalmente mediante el agua a los hijos que
concibe por el soplo de Dios. Cuantos habéis renacido de esa fuente,
esperad el reino de los cielos.
Es bonito: la Iglesia que nos hace
nacer, la Iglesia que es seno, es madre nuestra por medio del
Bautismo. Si nuestros padres nos han generado a la vida terrena, la
Iglesia nos ha regenerado a la vida eterna en el Bautismo. Hemos sido
hechos hijos en su Hijo Jesús (cfr. Rm 8, 15; Gal 4,5-7).
También sobre cada uno de nosotros, renacidos del agua y del
Espíritu Santo, el Padre celeste hace sonar con infinito amor su voz
que dice: «Tú eres mi hijo amado» (cfr. Mt 3,17). Esa
voz paterna, imperceptible al oído, pero bien audible por el corazón
de quien cree, nos acompaña toda la vida, sin abandonarnos nunca.
Durante toda la vida el Padre nos dice: “Tú eres mi hijo amado, tú
eres mi hija amada”. Dios nos quiere mucho, como un Padre, y no nos
deja solos. Esto desde el momento del Bautismo. ¡Renacidos como
hijos de Dios, lo somos para siempre! El Bautismo de hecho no se
repite, porque imprime un sello espiritual indeleble: «Este
sello no es borrado por ningún pecado, aunque el pecado impida al
Bautismo dar frutos de salvación» (Catecismo de la Iglesia
Católica, 1272). ¡El sello del Bautismo nunca se pierde! “Padre,
pero si una persona se convierte en bandido, de esos tan famosos, que
mata gente, que hace injusticias, ¿el sello se va?”. No. Para su
propia vergüenza, el hijo de Dios que es ese hombre hace esas cosas,
pero el sello no se va. Y sigue siendo hijo de Dios, que va contra
Dios, pero Dios nunca reniega de sus hijos. ¿Habéis entendido esto
último?
Dios jamás
reniega de sus hijos. ¿Lo repetimos todos juntos? “Dios nunca
reniega de sus hijos”. Un poco más fuerte, que yo o soy sordo o no
lo entiendo: [repiten más fuerte] “Dios nunca reniega de sus
hijos”. Bueno, así mejor.
2. La vocación cristiana está toda aquí: vivir unidos a Cristo en la santa Iglesia,
partícipes de la misma consagración para realizar la misma misión, en este mundo,
dando frutos que duran para siempre.
Todo el Pueblo de Dios participa de las funciones de Jesucristo, “Sacerdote, Rey y Profeta”.
Participar del sacerdocio de Cristo significa hacer de sí mismo una ofrenda agradable a Dios. dándole testimonio por medio de una vida de fe y de caridad , poniéndola al servicio de los demás, según el ejemplo del Señor Jesús.
Incorporados a
Cristo por el Bautismo, los bautizados son pues conformados a Él,
«el primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29). Mediante la
acción del Espíritu Santo, el Bautismo purifica, santifica,
justifica, para formar en Cristo, de muchos, un solo cuerpo
(cfr. 1Cor 6,11; 12,13). Lo expresa la unción crismal,
«por la que se significan el sacerdocio real del bautizado y su
agregación al pueblo de Dios» (Rito del Bautismo de Niños, n. 73
c). Por tanto, el sacerdote unge con el santo crisma la cabeza de
cada bautizado, tras haber pronunciado estas palabras que explican su
significado: «Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que os ha liberado del pecado y dado nueva vida por el agua y el
Espíritu Santo, os consagre con el Crisma de la salvación para que
entréis a formar parte de su pueblo y seáis para siempre miembros
de Cristo, sacerdote, profeta y rey» (ibíd., n. 129).
Hermanos y
hermanas, la vocación cristiana está toda aquí: vivir unidos a
Cristo en la santa Iglesia, partícipes de la misma consagración
para realizar la misma misión, en este mundo, dando frutos que duran
para siempre. Animado por el único Espíritu, todo el Pueblo de Dios
participa de las funciones de Jesucristo, “Sacerdote, Rey y
Profeta”, y comporta las responsabilidades de misión y servicio
que se derivan (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 783-786).
¿Que significa participar del sacerdocio real y profético de
Cristo? Significa hacer de sí una ofrenda agradable a Dios (cfr. Rm
12,1), dándole testimonio por medio de una vida de fe y de caridad
(cfr. Lumen gentium, 12),
poniéndola al servicio de los demás,
según el ejemplo del Señor Jesús (cfr. Mt 20,25-28; Jn 13,13-17).
Gracias.
VIDA
CRISTIANA
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