Domingo
3º de Adviento (2017) Ciclo B. La alegría. La alegría natural y la alegría en el Señor. Estad siempre alegres en el Señor (Filipenses 4,
4-5). La alegría de los cristianos es
fruto del Espíritu Santo, que es el
«iconógrafo», quien imprime en el hombre la imagen de Cristo. La alegría en María proviene de que se siente amada por el Creador. La alegría sobrenatural procede de abandonarnos
en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios. El cristiano podrá
purificar, completar y sublimar las alegrías naturales, pero no puede
despreciarlas. La alegría cristiana supone un hombre capaz de alegrías
naturales. Frecuentemente Cristo ha anunciado el Reino de los Cielos a partir
de ellas. El hombre puede verdaderamente entrar en la alegría acercándose a
Dios y apartándose del pecado.
v
Cfr. Dom.
3º de Adviento ciclo B (2017)
17 diciembre 2017 - Isaías
61, 1-2.10-11; 1 Tesalonicenses 5,
16-24; Salmo responsorial : Magnificat, Lucas 1, 46-50.53-54
Isaías 61, 10-11: 10 «Reboso de gozo en el Señor, y mi alma se alegra en mi Dios, porque
me ha vestido con ropaje de salvación,
con manto de justicia me ha envuelto,
como novio que se ciñe de diadema, como novia se adorna con sus joyas.
11 Lo mismo que la tierra echa sus brotes, y el huerto hace germinar sus
semillas, así el Señor Dios hace
germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.»
1 Tesalonicenses 5, 16-24: “16 Estad siempre alegres.17 Orad sin cesar. 18 Dad gracias a Dios por todo, porque eso es lo que
Dios quiere de vosotros en Cristo Jesús.
19 No extingáis el Espíritu, 20 ni despreciéis las profecías; 21 sino examinad
todas las cosas, retened lo bueno 22 y apartaos de toda clase de mal. 23 Que
Él, Dios de la paz, os santifique plenamente, y que vuestro ser entero -
espíritu, alma y cuerpo – se mantenga sin mancha hasta la venida de
nuestro Señor Jesucristo. 24 El que os llama es fiel, y por eso lo cumplirá.
Del Salmo responsorial, Lucas 1, 47.49: Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque
ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso
(Magnificat de la Virgen, en el Salmo responsorial de hoy.)
Estad siempre alegres en
el Señor;
os lo repito, estad
alegres.
(Antífona de entrada de la Misa, Filipenses 4, 4-5).
Reboso de gozo en el
Señor,
Y mi alma se alegra en mi Dios,
porque me ha revestido con
ropaje de salvación.
(Isaías 61,10. Primera Lectura)
Se alegra mi espíritu en
Dios mi salvador,
porque ha hecho en mí
cosas grandes el Todopoderoso.
(Lucas 1, 47-49. Magnificat
de la Virgen, Salmo responsorial de hoy)
1. La motivación de la alegría cristiana: el obrar
de Dios en la historia a nuestro favor.
·
La motivación o fuente de la
alegría cristiana es clara: es el obrar de Dios en la historia, y,
concretamente,
porque “nos ha vestido con ropaje de
salvación, porque nos ha envuelto con ropaje de justicia”; en la Biblia
justicia equivale a santidad.
Así lo afirma la Virgen en su conocidísimo Canto del
Magnificat que nos legó San Lucas en
su evangelio: “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. Como la Virgen habla
de una experiencia gozosa en su vida - «porque ha hecho en mí cosas grandes el
Todopoderoso» (Lucas 1, 49)-, así nosotros pedimos a Dios que nos haga ver los
verdaderos tesoros en nuestra vida, que Él nos ha dado. También en este tiempo
que nos ha tocado vivir, los cristianos hemos de procurar “elevar nuestros
sentimientos y afectos” de modo que no pongamos el fundamento de nuestra
alegría en algo que forme parte
exclusivamente de la precariedad de esta vida, sino en los bienes y
tesoros que dan el sentido cristiano a nuestras vidas.
·
Se trata de una alegría que es fruto del Espíritu Santo, que es el
«iconógrafo», es decir, quien dibuja en
nosotros
la imagen de Cristo. San Pablo afirma en
su Carta a los Gálatas (5,22): “Los frutos del Espíritu Santo son: la caridad,
el gozo, la paz ..... ”.
·
Se entiende que el mismo Pablo pueda decir que “estoy lleno de consuelo
y sobreabundo de gozo en
todas
nuestras tribulaciones” (2 Corintios 7,4), afirmando que “no consiste el Reino
de Dios en comer ni beber, sino que es justicia, paz y alegría en el Espíritu
Santo” (Romanos 14,17).
Por ello es necesario elevar los sentimientos y
afectos para encontrar la alegría cristiana. “Los justos se
alegran, se deleitan en la presencia de Dios y se gozan con alegría” (Salmo 68
[Vg 67], 4).
§ La alegría
cristiana procede del abandono en Dios
·
Camino 659:
La alegría que debes tener no es esa que podríamos llamar fisiológica, de
animal sano, sino
otra sobrenatural, que
procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos amorosos de nuestro
Padre-Dios.
2. La alegría y el
júbilo en María provienen de que se siente amada por el Creador [1]
II, pp. 5-32
El
cántico de María contiene una mirada nueva sobre Dios y sobre el mundo: en la
primera parte, que comprende los versículos 46-50, en consonancia con lo que ha
tenido lugar en ella, la mirada de María se pone en Dios; en la segunda parte,
que comprende los restantes versículos, su mirada se pone en el mundo y en la
historia.
v
Una nueva mirada sobre Dios (vv. 46-50) pp. 9-13
o Dios se presenta como «misterio
tremendo y fascinante», tremendo por su majestad y fascinante por su bondad. El
Dios Santo y Poderoso es, al mismo tiempo, mi salvador.
§ En
el Magnificat ha quedado «plasmada»
para siempre una experiencia de Dios sin precedentes y sin parangón en la
historia.
El
primer movimiento del Magnificat es
hacia Dios; Dios tiene el primado absoluto sobre todo. María no tarda en responder al saludo de
Isabel; no entra en diálogo con los hombres, sino con Dios. No se detiene en nada intermedio, sino que de
inmediato se fija en Dios. Ella recoge su alma y deja que se sumerja en
el infinito, en Dios. En el Magnificat ha quedado «plasmada» para
siempre una experiencia de Dios sin precedentes y sin parangón en la
historia. (…) Se ve a Dios como «Adonai» (que dice mucho más que nuestro
«Señor» con el que se traduce), como «Dios», como «Poderoso» y, sobre todo,
como Qâdôsh, «Santo»: Su nombre es Santo. Una palabra que envuelve todo ese
silencio espantoso. (…)
o El conocimiento de Dios provoca,
por reacción y contraste, una nueva percepción y un nuevo conocimiento de uno
mismo y del propio ser, que es el verdadero. En presencia de Dios, la criatura
se conoce finalmente a sí misma en la verdad. «Que te conozca a ti y me conozca
a mí» (San Agustín).
El
conocimiento de Dios provoca, por reacción y contraste, una nueva percepción y
un nuevo conocimiento de uno mismo y del propio ser, que es el verdadero. (…) En presencia de Dios, pues, la criatura
se conoce finalmente a sí misma en la verdad.
Y vemos que así sucede también en el Magnificat. María se siente «mirada» por Dios, entra
ella misma en aquella mirada, se ve como la ve Dios. ¿Y cómo se ve a sí misma
bajo esta luz divina? Como «pequeña»
(«humildad» aquí significa realmente pequeñez y bajeza, no alude a la virtud de
la humildad) y como «Sierva». Se percibe
como un pequeño nada al que Dios se ha dignado mirar.
(…) San Agustín oraba a Dios diciendo: «Que te conozca a
ti y me conozca a mí» (Noverim te,
noverim me) [2]. Ninguno de los dos conocimientos puede
prescindir del otro: el conocimiento de Dios, sin el conocimiento de uno mismo
generaría presunción; el conocimiento de uno mismo, sin el conocimiento de Dios
generaría desesperación.
§ María
inaugura el «misterio de la piedad»: el pecado, la impiedad consiste en no glorificar ni dar gracias a Dios,
sino en vanagloriarse de los propios pensamientos, poniendo a la criatura en el
mismo plano que el Creador.
En las palabras de María brilla,
pues, con una nueva luz, la verdad de las cosas; es «liberada la verdad que
estaba prisionera de la injusticia» (cfr.
Romanos 1, 18ss.). El pecado - dice san Pablo- es la impiedad; es tener
prisionera la verdad de Dios en la injusticia, y consiste en no glorificar ni
dar gracias a Dios, sino en vanagloriarse de los propios pensamientos, poniendo
a la criatura en el mismo plano que el Creador.
María inaugura el «misterio de la piedad» que será realizado divinamente
por el Hijo. Ella reconoce a Dios como
Dios y a sí misma como criatura de Dios,
reconoce la infinita distancia que existe entre ambos; todo lo atribuye a Dios
y nada a sí misma, no sólo en el campo del ser, sino también en el del
obrar. Por eso dice: Ha hecho en mi favor maravillas el
Poderoso. Dios es el autor, el
agente principal; ella es sólo el «lugar» («en mí») en el que Dios actúa,
aunque es un lugar libre que, por esa misma razón, colabora con Dios con su
disponibilidad absoluta y con su sí.
María «ha reconocido el poder y la majestad de Dios sobre Israel»
(cfr. Salmo 68, 35). (…)
§ La alegría y el júbilo en María
provienen de que se siente amada por el Creador
(…)
Mi espíritu se alegra... Alegría
incontenible de la verdad, alegría por el obrar divino, alegría de la alabanza
pura y gratuita. (…) El júbilo de Maria es el júbilo de la criatura que se siente
amada por el Creador (…)
3. La alegría en san Pablo, en la «Domenica Gaudete» [3]
(Así llamado el III domingo de Adviento), en el corazón de la liturgia del Adviento:
«estad siempre alegres en el Señor. El Señor está cerca» (Antífona de entrada
de la Misa).
Cfr. Benedicto XVI,
Meditación, 3 de octubre de 2005
v
Una alegría más grande que el sufrimiento y la
tribulación.
Aquí sentimos el motivo del por qué Pablo con todos
sus sufrimientos, con todas sus tribulaciones sólo podía decir a los demás
«Estad siempre alegres en el Señor»: lo podía decir porque en él mismo la
alegría era presente «Estad siempre alegres en el Señor».
Si el amado, el amor, el más
grande don de mi vida, está cerca de mí, si puedo estar convencido que quien me
ama está cerca de mí, aunque esté afligido, queda en el fondo del corazón la
alegría que es más grande que todos los sufrimientos.
o
Para todos nosotros son verdaderas las palabras
del Apocalipsis [4]:
llamo a tu puerta, escúchame, ábreme. Es una invitación a darnos cuenta de la
presencia del Señor que llama a nuestra puerta.
El apóstol puede decir «gaudete» (alegraos) porque el
Señor está cerca de cada uno de nosotros. Y así este imperativo, en realidad,
es una invitación a darse cuenta de la presencia del Señor en nosotros. Es la
conciencia de la presencia del Señor. El apóstol busca hacernos conscientes de
esta presencia de Cristo - escondida pero bastante real - en cada uno de nosotros.
Para todos nosotros son verdaderas las palabras del Apocalipsis: llamo a tu
puerta, escúchame, ábreme.
§ Una
alegría más potente que todas las tristezas del mundo, de nuestra misma vida.
Es,
por esto, una invitación a ser sensibles por esta presencia del Señor que toca
a mi puerta. No debemos ser sordos ante Él, porque los oídos de nuestros
corazones están tan llenos de tantos ruidos del mundo que no podemos escuchar
esta silenciosa presencia que toca a nuestras puertas. Reflexionemos, en el
mismo momento, si estamos realmente dispuestos a abrir las puertas de nuestro
corazón; o quizás nuestro corazón está lleno de tantas otras cosas que no hay
espacio para el Señor y por el momento no tenemos tiempo para el Señor. Y así,
insensibles, sordos ante su presencia, llenos de otras cosas, no escuchamos lo
esencial: Él toca a la puerta, está cerca de nosotros y así está cerca la
verdadera alegría que es más potente que todas las tristezas del mundo, de
nuestra misma vida”. (…)
4. Aún en las etapas duras de la vida, la alegría siempre permanece al
menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente
amado.
Cfr. Exhortación
Apostólica de Francisco «Evangelii gaudium» (24 de noviembre de
2013)
n. 6. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin
Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las
etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se
transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la
certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las
personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que
sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a
despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores
angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo
traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha
acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande
es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lamentaciones 3,17.21-23.26).
5. Los primeros cristianos anunciaron la alegría de su comunión con
Cristo
Cfr. Catecismo de
la Iglesia Católica
·
n. 425. : «Anunciar... la inescrutable riqueza
de Cristo» (Efesios 3, 8) - La
transmisión de la fe
cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para llevar a
la fe en El. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos de
anunciar a Cristo: «No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y
oído» (Hechos 4, 20). Y ellos mismos invitan a los hombres de todos los
tiempos a entrar en la alegría de su comunión con Cristo:
Lo
que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la
Palabra de vida -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos
testimonio y os anunciamos la vida eterna, que estaba con el Padre y se nos
manifestó-, lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también
vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el
Padre y con su Hijo, Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo
sea completo (1 Juan 1, 1-4).
§ La
Iglesia es comunión con Jesús, que nos asocia a su vida, dándonos parte en su
alegría
·
n. 787: La Iglesia es
comunión con Jesús - Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su
vida (Cf Marcos 1, 16-20; 3, 13-19; les reveló el Misterio
del Reino (Cf Mateo 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su
alegría (Cf Lucas 10, 17-20) y en sus sufrimientos (Cf Lucas 22, 28-30).
Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre Él y los que le sigan:
«Permaneced en mí, como yo en vosotros... Yo soy la vid y vosotros los
sarmientos» (Juan 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su
propio cuerpo y el nuestro: «Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en
mí y yo en él» (Juan 6, 56).
Vida Cristiana
[1] Cfr. Salmo Responsorial de
la Misa de hoy: Lucas 1, 46-48.49-50.53-54: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi
espíritu en Dios, mi salvador ….. “
[2]
San Agustín,
Sol. II, 1, 1; PL 32, 885.
[3] «Domenica gaudete»: Domingo
del “alegraos”. Así se ha llamado tradicionalmente al domingo III de Adviento,
por esas palabras de san Pablo de la
Carta a los Filipenses que aparecen en la Liturgia: en la Antífona de entrada de la Carta a los Filipenses, y en la segunda
Lectura de la Misa, de la Carta a los Tesalonicenses.
[4] Nota de la redacción de Vida Cristiana: Apocalipsis 3, 20: «Mira,
estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré
en su casa y cenaré con él, y él conmigo». “La imagen de Cristo llamando a la
puerta es una de las más bellas y enternecedoras de la Biblia. (…) Es un modo
de expresar el afán divino que nos llama
a una intimidad mayor, y lo hace de mil formas a lo largo de nuestra vida. «Poco
a poco el amor de Dios se palpa- aunque no es cosa de sentimientos -, como un zarpazo en el alma. Es Cristo
que nos persigue amorosamente: he aquí
que estoy a la puerta y llamo» (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n.8)”
(Nuevo Testamento, Eunsa 2004,
Nota Apocalipsis 3, 14-22)
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