Ø Domingo 19 del tiempo ordinario, ciclo B (2018). La crisis de la fe de los oyentes de Jesús ante sus palabras, que se manifestó en «murmuración»: ¿cómo puede decir Jesús que ha «descendido del cielo» cuando es conocido en el registro civil como «hijo de José»? Para creer es necesario que nuestro corazón se abra a la atracción amorosa e interior del Padre: “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae”. Las sorpresas de Dios con frecuencia revuelven nuestros criterios y opiniones. Los efectos del Pan Eucarístico: la vida divina en nosotros. En el cuarto evangelio, «vida eterna» no indica pura y sencillamente la supervivencia después de la muerte, sino que es sinónimo de «vida divina»: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”. Toda vida cristiana es comunión con las personas divinas, participación de la vida divina.
v
Cfr. Domingo 19 Tiempo Ordinario, Ciclo B,
12 agosto 2018
1 Reyes 19,
4-8; Efesios 4,30-5,2; Juan 6, 41-51
1 Reyes 19, 4-8: 4. Elías caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a
sentarse bajo una retama. Se deseó la
muerte y dijo: « ¡Basta ya, Yahveh! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que
mis padres! » 5 Se acostó y se durmió bajo una retama, pero un
ángel le tocó y le dijo: «Levántate y
come. » 6 Miró y vio a su cabecera una torta cocida
sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a
acostar. 7 Volvió segunda vez el ángel de Yahveh, le tocó
y le dijo: «Levántate y come, porque el
camino es demasiado largo para ti » 8. Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó
cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.
Juan 6, 41-51:
41 Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: « Yo soy el pan que ha bajado
del cielo. » 42 Y decían: « ¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo
puede decir ahora: He bajado del cielo? » 43 Jesús les respondió: « No murmuréis entre
vosotros. 44 «Nadie
puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le
resucitaré el último día. 45 Está escrito en los
profetas: Serán todos enseñados por Dios.
Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.46 No es que alguien haya visto al Padre; sino
aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre.47 En verdad, en verdad os digo: el que cree,
tiene vida eterna. 48 Yo soy el pan de la
vida. 49 Vuestros padres comieron el maná en el
desierto y murieron; 50 este es el pan que baja
del cielo, para que quien lo coma no
muera. 51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que
yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».
La crisis de la fe en
Cristo:
el escándalo, la duda y
la murmuración.
Para creer es necesaria
la atracción de Dios.
La participación en la
vida divina
no nace «de la sangre, ni
de deseo de carne, ni de deseo de hombre,
sino de Dios» (Juan 1, 13).
Es dada al hombre por el
Espíritu en Cristo.
(Cfr. Catecismo nn. 505,
760).
1. La crisis de fe de los contemporáneos de Jesús
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le
Scritture, Piemme IV edizione settembre
1996, XIX
Domenica
del tempo Ordinario, pp. 250-253
v
¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y
madre conocemos? ¿Cómo puede decir he bajado
del cielo cuando es conocido en el registro civil como «hijo de José»?
o
Para superar el escándalo, la duda y la
murmuración, es necesario que el corazón se abra a la atracción del Padre, que
la conciencia escuche la voz íntima de Dios.
·
p. 250: La crisis en la
narración evangélica de Juan se expresa, sin embargo, a través de otra imagen,
formulada con la palabra «murmurar» que es la palabra típica de la incredulidad
de Israel en el desierto durante la marcha del éxodo. En este caso la
incredulidad nace del escándalo proveniente de
la humanidad de Cristo: ¿cómo puede decir «descendido del cielo» cuando
es conocido en el registro civil como «hijo de José»? La encarnación, expresión
transparente del amor de Dios por el hombre, se transforma en una pantalla
opaca que ofusca los ojos, hace dudar a la mente y «murmurar» a los labios. Para
superar este escándalo Jesús responde que es necesario que el corazón se abra a
la atracción del Padre, que la conciencia escuche la voz íntima de Dios, que el
ser entero del hombre se deje envolver por la gracia. A quien vive esta
experiencia, que es la experiencia de la fe, se le abre un horizonte
extraordinario: «quien cree tiene la vida eterna»
§ Murmurar
en el texto bíblico es expresión de la crisis de fe, de la duda, de la
desconfianza, de la indiferencia y de la sospecha: no se afronta el riesgo de la
fe. La raíz de la murmuración.
·
pp. 252-253: El verbo murmurar
tiene poco que ver con el sentido que nosotros atribuimos a este término. En
efecto, se repite diversas veces precisamente en la narración del maná: «Toda
la comunidad murmuró contra Moisés ... El Señor ha escuchado vuestras
murmuraciones con las que murmuráis contra él ... » (Éxodo 16,2.7.8). El
vocablo se convierte, en el texto bíblico, en expresión de la crisis de fe, de
la duda, de la desconfianza. Jesús siente alrededor suyo casi como un muro frío
de hostilidad y de escepticismo Es la actitud del Israel incrédulo del desierto
que ahora se renueva.
Y
la raíz de esta «murmuración» está en el hecho de que el predicador, Jesús de
Nazaret, que sigue ciertamente las reglas de la homilía judía, ha esbozado una
extraña figura de sí mismo: «Yo soy el pan bajado del cielo». De este modo
había afirmado un secreto y misterioso origen divino, había desvelado una
potencia de salvación semejante a la del Dios de Israel, que había hecho surgir
de la nada el alimento para su pueblo. Y todo esto contrastaba con su realidad
de «hijo de José», de humilde ciudadano de una pobre aldea, de miembro de una
modesta familia. El verbo «murmurar» recoge en sí todos los vocablos que se
refieren a la incredulidad: apostasía, debilidad, indiferencia, frialdad,
desconfianza, crisis, sospecha, mediocridad, duda, etc. Vocablos que se agarran
a todo, también a la banalidad, con tal de no comprometerse en un camino arduo
y exigente, con tal de no afrontar el riesgo de la fe.
2. Seremos enseñados por Dios (Juan 6, 45). La necesaria atracción de Dios
para creer.
Cfr. Gianfranco Ravasi,
Secondo le Scritture, Piemme IV edizione settembre 1996, XIX
Domenica del
tempo Ordinario, pp.253-254.
v
Es necesaria la atracción de Dios [1]
para creer.
o
Se trata de una atracción amorosa e interior,
como la chispa que se enciende cuando nace el amor entre dos personas: en la
plenitud de los tiempos el Señor habría puesto la ley en el alma del hombre; la
habría escrito en sus corazones
·
pp. 253-254: Pero Jesús no nos
invita solamente a no «murmurar». Basándose siempre en la Biblia , como hacía el
rabino, nos ofrece una ocasión positiva para la reflexión. El texto al que él
se refiere es un pasaje, citado libremente, del profeta Isaías: Y serán todos
enseñados por Dios[2].
También en este caso el verbo es significativo: es el de la lección, pero dada
por un Maestro superior a todos los demás, Dios mismo. Inmediatamente son
introducidos otros términos «escolásticos»: escuchar y aprender. Pero esta
lección tan particular es llevada no según los cánones normales de la
explicación externa, de la relación bastante alejada entre discípulo y maestro.
En efecto, Jesús usa otro verbo importante, «atraer»: «Nadie puede venir a mí,
si el Padre que me ha enviado no lo atrae» [cfr. Juan 6, 44]. Se trata de la
atracción amorosa e interior; describe esa chispa que se enciende cuando nace
el amor entre dos personas. No es por nada que en el profeta Jeremías se leía
una frase tierna de Dios con relación a Israel: «Yo te he atraído con dulzura»
(31,3).
§ El
estupor de la fe: ésta no es un encargo externo, una inscripción oficial, un
compromiso forzado, una elección motivada por intereses. Es, en cambio, como la
chispa del amor de la que hablábamos antes, encendida por Dios en nuestro
corazón.
Nos corresponde a nosotros no apagarla con la «murmuración», con la
cerrazón del corazón, con el hielo del orgullo y de la superficialidad.
El
mismo profeta había enseñado que en la plenitud de los tiempos el Señor habría
«puesto la ley en el alma del hombre»; la habría «escrito en sus corazones»
(31,33). Es entonces cuando Jesús ve que ha llegado el momento en que Dios
entra en el corazón del hombre y lo conduce a la verdad y a Cristo. Con estas
expresiones Jesús celebra el estupor de la fe. Ésta no es un encargo externo,
una inscripción oficial, un compromiso forzado, una elección motivada por
intereses. Es, en cambio, como la chispa del amor de la que hablábamos antes,
encendida por Dios en nuestro corazón. Nos corresponde a nosotros no apagarla
con la «murmuración», con la cerrazón del corazón, con el hielo del orgullo y
de la superficialidad. Si es verdad que el discurso de Jesús en la sinagoga de
Cafarnaún es un canto a la eucaristía, es también verdad que es la celebración
del amor divino y de la fe del hombre.
§ Las
sorpresas de Dios con frecuencia revuelven nuestros criterios y opiniones.
·
p. 254: Esta fe que ha brotado
en nosotros no es como una fría perla que hemos de custodiar, es como una
semilla que nos introduce en la eternidad. No es una presencia tranquila y
descontada, es un acoger las grandes sorpresas de Dios que frecuentemente
revuelven nuestros criterios y nuestras opiniones, y nos invitan a reconocer a
Dios en la persona y en el momento menos esperados, como «el hijo de José». Un
escritor inglés, Henri Dawson, ha afirmado justamente que «la fe no es una
inquilina cómoda y tranquila dentro de nosotros. Pero las inquietudes del ángel
son mil veces más dulces que la calma del bruto».
3. Los efectos del pan eucarístico: ya en esta vida nos introduce en la
vida divina; Dios se comunica con el creyente, lo invade y lo transforma.
v
Vida eterna no indica pura y sencillamente la supervivencia
después de la muerte, esa inmortalidad del alma muy celebrada por la filosofía
griega, sobre todo por medio de las elevadas páginas de Platón.
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture,
Piemme IV edizione settembre 1996, XIX
Domenica del tempo Ordinario.
o
En el cuarto evangelio, «vida eterna» es
sinónimo de «vida divina». “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.
·
pp. 250-251: El pan bajado del
cielo y llevado por el ángel había evitado solamente la muerte temporal de
Elías. El «pan vivo bajado del cielo» que nos ofrece ahora Cristo hace que, si
alguno lo come «vivirá eternamente». En el evangelio de Juan, la vida eterna no
indica pura y sencillamente la supervivencia después de la muerte, esa
inmortalidad del alma muy celebrada por la filosofía griega, sobre todo por
medio de las elevadas páginas de Platón. En el cuarto evangelio, «vida eterna» es
sinónimo de «vida divina»: por medio del pan de vida ofrecido por Cristo el creyente entra en la
misma vida de Dios, participa de su ser, Dios se comunica con él, lo invade, lo
transforma. Pensemos en la célebre frase de Pablo: «Ya no vivo yo, sino que
Cristo vive en mí» (Gálatas 2,20). Es la
experiencia exaltadora de la gracia y del amor divino derramado en nuestros
corazones, es la irrupción de la paz que la eucaristía genera en la vida del
fiel tal vez atormentado y angustiado, es la anticipación de la perfecta
intimidad y de la alegría plena que tendremos cuando, pasado el umbral de la
vida eterna, «estemos siempre con el Señor» (1 Tes 4,17).
Naturalmente,
esta declaración de Jesús, aunque se refiere en primer lugar a la vida de la
gracia y a la experiencia de la fe, introduce también una lectura diversa de la
muerte física. Ésta no es el arribo al
abismo de la nada y del silencio, sino el encuentro con la vida sin límites, es
el ingreso en el área infinita de Dios. Es un modo nuevo, por tanto, de
interpretar y vivir esa fecha que todo llevamos ya impresa en nuestra carne y
señalada sobre nuestras frentes.
v
El hombre es un ser viviente capaz de ser
divinizado
·
Cuando los Padres de la Iglesia definen la naturaleza del hombre, no
dicen que «el hombre es un ser
racional»
(Aristóteles), sino que «es un ser viviente capaz de ser divinizado» (San
Gregorio Nacianceno, Discursos, XLV,7). (En “El Espíritu del Señor”, BAC
Madrid 1997, Cap. III)
v
La vida Cristiana: el encuentro, la
compenetración con Cristo
·
Es Cristo que pasa, n.134: Vivir según el Espíritu Santo es vivir de
fe, de esperanza, de caridad; dejar
que
Dios tome posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para
hacerlos a su medida. Una vida cristiana madura, honda y recia, es algo que no
se improvisa, porque es el fruto del crecimiento en nosotros de la gracia de
Dios. En los Hechos de los Apóstoles,
se describe la situación de la primitiva comunidad cristiana con una frase
breve, pero llena de sentido: perseveraban
todos en las instrucciones de los Apóstoles, en la comunicación de la fracción
del pan y en la oración (Hechos 2, 42).
Fue así como vivieron aquellos primeros, y como
debemos vivir nosotros: la meditación de la doctrina de la fe hasta hacerla
propia, el encuentro con Cristo en la Eucaristía, el diálogo personal —la
oración sin anonimato— cara a cara con Dios, han de constituir como la
substancia última de nuestra conducta. Si eso falta, habrá tal vez reflexión
erudita, actividad más o menos intensa, devociones y prácticas. Pero no habrá
auténtica existencia cristiana, porque faltará la compenetración con Cristo, la
participación real y vivida en la obra divina de la salvación.
v
La vida cristiana y la fe: una vida digna del
Evangelio de Cristo
a) “Los cristianos, reconociendo en la fe su nueva
dignidad, son llamados a llevar en adelante una «vida digna del Evangelio de Cristo»” (Filipenses 1, 27) (Catecismo de la Iglesia Católica, n.
1692).
b) El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas
que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la
vida. “Cree verdaderamente el que en sus obras pone en práctica lo que cree”
(S. Gregorio Magno, In Evangelium homiliae,
26,9). (Cfr. César Izquierdo: Creo,
creemos, ¿qué es la fe?, ed. Rialp, p. 212)
4. La vida divina en algunos puntos del Catecismo de la Iglesia Católica
(Resumen)
a) Dios
quiere comunicarnos su propia vida para hacer de nosotros hijos adoptivos;
quiere hacernos capaces
de responderle, de conocerle y amarla más allá de
lo que seriamos capaces por nuestras propias fuerzas
(n. 52).
Toda vida cristiana es comunión con
las personas divinas, participación de la vida divina (nn. 259,
249).
b) La
participación en la vida divina no nace «de la sangre, ni de deseo de carne, ni
de deseo de hombre, sino
de
Dios» (Juan 1, 13). Es dada al hombre por el Espíritu en Cristo. (nn. 505,
760); por el Espíritu
participamos en la Pasión de Cristo, muriendo
al pecado, y en su Resurrección, naciendo a una vida nueva
(n.
1988).
c) Los sacramentos
son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la
Iglesia, por los
cuales nos es dispensada la vida divina si los
recibimos con las disposiciones requeridas. (nn. 1131,
1692).
Vida Cristiana
[1] [Nota del
traductor] Cfr. Raniero Cantalamessa, 2ª
Meditación de Cuaresma 2009,
a la Curia Romana: (…) "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5). Este amor
es el amor con el que Dios nos ama y con el que, contemporáneamente, hace que
le amemos a Él y al prójimo: amor quo Deus nos diligit et quo ipse nos
dilectores sui facit [Tommaso d’Aquino, Commento alla Letrera ai Romani,
cap. V, lez 1, n. 392]. Es una capacidad nueva de amar.
(…) Existen dos modos según los
cuales se puede inducir al hombre a hacer o no determinada cosa: por constricción
o por atracción; la ley positiva le induce de la primera forma, por
constricción, con la amenaza del castigo; el amor le induce en el segundo modo,
por atracción.
Cada uno, de hecho, es atraído
por lo que ama, sin que sufra constricción alguna desde el exterior. Muestra
nueces a un niño y verás que salta para tomarlas. ¿Quién le empuja? Nadie; es
atraído por el objeto de su deseo. Muestra el Bien a un alma sedienta de verdad
y se lanzará hacia él. ¿Quién la empuja? Nadie; es atraída por su deseo. El
amor es como un "peso" del alma que atrae hacia el objeto del propio
placer, en el que sabe que encuentra el propio descanso [Agostino, Commento al
Vangelo di Gioavanni, 26, 4-5].
Es en este sentido que el Espíritu Santo (…) crea en
el cristiano un dinamismo que le lleva a hacer todo lo que Dios quiere,
espontáneamente, sin siquiera tener que pensarlo, porque ha hecho propia la
voluntad de Dios y ama todo lo que Dios ama. Podríamos
decir que vivir bajo la gracia, gobernados por la ley nueva del Espíritu, es
vivir como "enamorados", o sea, transportados por el amor. La misma
diferencia que crea, en el ritmo de la vida humana y en la relación entre dos
criaturas, el enamoramiento, la crea, en la relación entre el hombre y Dios, la
venida del Espíritu Santo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.