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viernes, 10 de agosto de 2018

Un pan del cielo: por Santiago Agrelo

Jesús relee, y nos enseña a releer, la Escritura como “palabra que se cumple en él”.
Lo había hecho con el profeta Isaías. Aquel día, en la sinagoga de Nazaret, Jesús “se pudo en pie para hacer la lectura”, y, después de leer un pasaje en el rollo del profeta Isaías, “comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír»”.
Ahora, en Cafarnaún, lo da a entender a propósito del Libro del Éxodo: la memoria que ese libro guarda del maná con que Dios alimentó a su pueblo en el desierto, es para Jesús anuncio profético del verdadero pan del cielo con Dios alimentará a los hijos del Reino en su camino hacia la Vida.
A la murmuración de los israelitas en el desierto, a la protesta por la falta de pan para la comunidad, se corresponde ahora la crítica a Jesús porque ha dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”.
Cuando el salmista cantaba: “hizo llover sobre ellos maná, les dio pan del cielo, el hombre comió pan de ángeles”, confesaba el amor providente de Dios a su pueblo; aquel pan, el maná, era “del cielo” porque era de Dios, porque su providencia lo preparaba bajo el rocío de la mañana. Aquel pan era una evidencia de la cercanía de Dios a su pueblo: aquel “pan del cielo” era memoria permanente de que el cielo era de la tierra, de que Dios era Dios de su pueblo.
Ahora Jesús dice: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Ahora, en el misterio de la encarnación, en el misterio de la eucaristía, es Jesús el sacramento en el que la salvación se nos hace visible, es el cuerpo en el que tocamos la gloria de Dios, es la evidencia de que Dios se ha hecho de la tierra, de que Dios es Dios para el hombre, de que Dios está cerca de nosotros, de que Dios nos ama.
Donde antes se decía: “les dio pan del cielo”, ahora se dice: “Yo soy el pan bajado del cielo”.
Si consideras el verbo “dar”, a la memoria de la fe suben las palabras de la revelación: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca sino que tenga vida eterna”. Entonces Jesús, en el misterio de la encarnación, en el misterio de la eucaristía, se nos hace medida de la sin medida del amor de Dios.
Si consideras el verbo “bajar”, recuerdas las palabras del evangelista: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”; y también suben al corazón las palabras del apóstol: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de Dios; al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”. Y sabes que, si crees, si aceptas ese amor que desde el cielo baja a ti para ser tuyo, aceptas ir con él adonde él va, y va siempre hacia abajo, va siempre hacia lo más hondo, va siempre hacia los últimos.
Baja con Cristo al abismo donde se mueven los pobres, baja y sé para ellos sacramento del amor con que Dios los ama, evidencia de la cercanía de Dios a sus vidas, certeza de que son importantes, lo más importante, para ti y para Dios.
Del cielo ha bajado el pan, del cielo ha bajado Jesús, del cielo, para los pobres, has bajado tú, Iglesia cuerpo de Cristo.

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