[Chiesa/Omelie1/31C19EncuentroJesúsZaqueoCuriosidadNuevaVidaSalvaciónRavasi]
Ø Domingo 31
del tiempo ordinario Año C (3 de noviembre de 2019). El encuentro entre Jesús y
Zaqueo.
v
Cfr. 31 domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C
3 de
noviembre de 2019
Sabiduría
11,22-12,2; 2 Tesalonicenses 1,11- 2,2; Lucas 19,1-10
Lucas 19, 1-10: 1 Habiendo
entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. 2 Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe
de publicanos, y rico. 3 Trataba de ver quién era
Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. 4 Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro
para verle, pues iba a pasar por allí. 5 . Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando
la vista, le dijo: « Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo
en tu casa. » 6 Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. 7 Al verlo, todos murmuraban diciendo: « Ha ido
a hospedarse a casa de un hombre pecador. » 8 Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: « Daré,
Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le
devolveré el cuádruplo. » 9 Jesús le dijo: « Hoy ha
llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, 10 pues el
Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
Zaqueo
Trataba de ver quién era Jesús.
(Lucas 19, 3)
Esa curiosidad cambió su vida; fue como un
volver a nacer:
“hoy la salvación ha entrado en esta casa”
(Lucas 19, 9).
1. La figura de Zaqueo, breves apuntes. Su conversión.
Cfr. Gianfranco
Ravasi, Los rostros de la Biblia, San
Pablo 2008, pp. 408-410
v
La curiosidad de Zaqueo
Es el protagonista del relato
evangélico de Lucas (19,1-10) de este domingo. Su nombre en griego es Zakchaíos y supone el hebreo Zakkay, que probablemente era una
especie de diminutivo del nombre más común, Zacarías, que llevó un profeta
veterotestamentario y el padre de Juan Bautista. Su título profesional es el de
architelónes, es decir, el director
general de los impuestos de Jericó, una ciudad especialmente próspera, porque
aun cuando está situada en el panorama árido y casi lunar del valle del
Jordán, a más de trescientos metros bajo
el nivel del mar, es como una esmeralda de árboles, plantaciones y fuentes.
Así es, porque se trata del oasis
más importante de aquel territorio, centro de un asentamiento humano tan
arcaico que se sitúa en los vértices cronológicos de las más antiguas ciudades
del mundo, activa ya en el VIII milenio a.C. En la actualidad todavía se
detienen los visitantes en una colina para contemplar las mastodónticas ruinas
de aquel centro primordial, pero la vista también se dilata en el oasis de tres
kilómetros de diámetro, en el Jericó más reciente que vio surgir el palacio de
Herodes, pero también en el posterior y periférico palacio real de invierno de
los Omeyas, la dinastía descendiente de Mahoma que había puesto su capital en
Damasco.
o
Una curiosidad de Zaqueo: ver
al rabí de Nazaret
La prosperidad de Jericó y su
posición por la vía que descendía hasta Jerusalén desde el norte, costeando el
Jordán, la habían convertido en un centro político y comercial significativo:
así se justifica la presencia de oficinas y funcionarios del fisco, dirigidos
precisamente por Zaqueo, hombre probablemente corrompido como lo eran (y lo
serán frecuentemente) los burócratas, pero con una curiosidad en él, signo de
una inquietud más profunda, la de ver en persona al rabí de Nazaret. Jesús
había pasado más de una vez por Jericó cuando subía de Galilea a Jerusalén.
Precisamente a las puertas de aquella ciudad había curado en una ocasión a un
ciego llamado Bartimeo (Marcos 10,46-52).
o
El encuentro con Jesús, no
para obtener una curación física, sino una liberación interior.
Ahora le toca a Zaqueo
encontrarse con la figura de Jesús, no para obtener una curación física, sino
una liberación interior. La historia de aquel encuentro es tan célebre que
todavía en la actualidad casi la «escenifican» los peregrinos: se detienen bajo
un sicomoro, árbol tropical que entonces era muy común en Tierra Santa
(recordemos que el profeta Amós era recolector de los frutos de este árbol,
semejante al higo, y hacía incisiones en la corteza para obtener una especie de
jugo).
o
Aquella curiosidad cambió su
vida; fue como un volver a nacer: “hoy la salvación ha entrado en esta casa”.
Así fue como Zaqueo, que era bajo
de estatura, se había encaramado a un sicómoro para ver mejor a Jesús, y
aquella curiosidad cambió su vida: Cristo se dará cuenta, se detendrá, le hará
bajar y hará que lo invite a su casa. Y para Zaqueo será como volver a nacer:
«Mira, Señor, doy hasta la mitad de mis bienes a los pobres; y si he defraudado
a alguno, le restituyo el cuádruple» (mucho más del doble de lo que se debía
pagar en reparación de un fraude según la ley hebrea, pero la pena que
correspondía según el derecho romano para el ladrón cogido in fraganti). Y todo
se ratifica con aquellas palabras finales de Cristo: «Hoy la salvación ha
entrado a esta casa, porque también él es hijo de Abrahán!».
2. La conversión es una nueva etapa de la vida, en
la que junto a la reorientación hacia Dios se dan obras de justicia y de
solidaridad hacia los demás.
Cfr. Gianfranco
Ravasi, Secondo le Scritture, Anno C, Piemme 1999, XXXI domenica pp. 321-326
v
Si el pecado es una realidad paralizadora, el
perdón es, por el contrario, vivificador.
Ningún sacerdote hebreo, ni
siquiera Jesús que había declarado «Cómo es difícil que un rico
entre en el Reino de Dios» (Lc
18, 24), habría apostado, en un primer momento, por Zaqueo. Pero,
justamente, Jesús había
continuado diciendo: «Lo que es imposible a los hombres es posible para
Dios» (18,27). Y he aquí que, de
hecho, se da el milagro de la conversión y del perdón. Se abre una
nueva vida para Zaqueo.
«Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a
alguien, le
devolveré el cuádruplo»: la conversión implica una verificación concreta y
experimental
que se
manifiesta, sobre todo, en la solidaridad efectiva con los pobres y con las
víctimas de la
injusticia.
Por
tanto, la conversión además de una reorientación hacia Dios es un acto social y
comunitario. Así Pablo había resumido su vida de convertido
ante el rey Agripa: «Comencé a predicar que se arrepintieran y se convirtieran
a Dios con obras dignas de penitencia» (Hechos 26, 20). Experimentar el
perdón quiere decir encaminarse por un
camino de alegría y de donación que no tiene nada que ver con los mórbidos
pliegues del sentimiento o con un genérico compromiso ritual y espiritual. Si
el pecado es una realidad paralizadora, el perdón es, por el contrario,
vivificador. «Mira, hago nuevas todas las cosas» (Ap 21, 5).
Vida Cristiana
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