sábado, 6 de octubre de 2018

Ser uno con los pobres: por Santiago Agrelo

Serán los dos una sola carne”. La palabra de la revelación permite intuir la dimensión de misterio inherente a la relación de amor.
Al hombre y a la mujer unidos en una carne por vínculo esponsal, la palabra les recuerda y les reclama: Preservad la diferencia, pues sois dos; cultivad la comunión, pues sois unoNo os anuléis, no os absorbáis, pues sois dos; amaos el uno al otro, que es amarse uno a sí mismo, pues sois uno.
Pero esa palabra que has escuchado no mira sólo a la relación hombre-mujer, sino que proyecta su luz sobre la relación Cristo-Iglesia, y es en esta relación donde la palabra encuentra plenitud de sentido y verdad cumplida.
Serán los dos una sola carne”. En este misterio que la palabra revela, el amor, que es el ceñidor necesario de la unidad, es también la fuente en la que beber a saciedad la libertad.
Dios es amor”, perfecta unidad en la Trinidad santa y eterna, plena libertad en su unidad indivisible.
A ti, Iglesia esposa de Cristo, el amor te llevará hoy a una comunión sacramental con tu Señor, para ser una con él, para decirle en libertad el sí de tu entrega, para aceptar gozosa el sí de su entrega.
En comunión con él, aprenderás a servir como él a los pequeños, a buscar como él a los pobres de la tierra, a perder la vida con él para encontrarla.
Pero no será ésa la única comunión que hoy harás cuando te acerques a la mesa de tu Señor, pues “el pan” de la eucaristía “es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan y bebemos del mismo cáliz”: Hoy comulgamos con el Señor y con los hermanos, que son su cuerpo.
Con todo, tampoco será ésa la última comunión que hoy recibirás, pues si la palabra no te lo recuerda, te lo dirá el Espíritu del Señor: “Tuve hambre y me diste de comer; tuve sed y me diste de beber…”. Hoy comulgamos con el Señor y con su cuerpo pobre, hoy comulgamos con los pobres del Señor.

miércoles, 3 de octubre de 2018

No cerremos a los pobres la puerta de la esperanza: por Santiago Agrelo

Queridos: nuestras preocupaciones de hoy no son, manifiestamente, las que alteraron la normalidad de la vida en las tiendas de los israelitas acampados en el desierto; ni son tampoco las que expresó a Jesús su discípulo Juan, cuando éste vio “a uno que echaba demonios” en nombre del Maestro.
Pese a todo, la palabra proclamada este domingo en nuestra celebración está llena de resonancias que necesitamos percibir para no ceder a la desesperanza.
“¡Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!”
¡Ojalá todo el pueblo sintiese de alguna manera en su carne el dolor de Dios por la muerte de sus hijos!
Ojalá todo el pueblo recibiese el espíritu de Dios para conocer las profundidades de Dios, también su dolor.
Nos hace falta el espíritu de Dios para conocer la perfección de su ley, la fidelidad de su precepto, la pureza de su voluntad, la justicia de sus mandamientos.
Necesitamos el espíritu del Señor para reconocer a Cristo y reconocer nuestra propia carne en el hermano que sufre, en los hermanos que mueren.
Él, el Señor, indicaba esa misteriosa comunión, cuando dijo a sus discípulos: “El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.
Y esa comunión con Cristo hace valioso, precioso, incluso el vaso de agua que damos al hermano “porque es del Mesías”, porque es su cuerpo.
Que no cerremos a los pobres la puerta de la esperanza, por nuestra vana pretensión de entrar en la vida, no sólo con el cuerpo entero, sino también con nuestras riquezas.
Más nos vale entrar sin nada en el Reino de Dios que ser echados con todo al abismo, “donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
Feliz comunión con Cristo y con los hermanos.

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