viernes, 19 de abril de 2019

El cuerpo de la salvación: por Santiago Agrelo

Es Viernes Santo. Celebraremos con toda la Iglesia la pasión del Señor.
En la mañana, la comunidad se congregó en la catedral para la oración de Laudes. El salmista fue dejando caer, rocío sobre tierra reseca, las palabras de su salmo: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa”.
Entonces la mirada se perdió en el Cristo del presbiterio, oscuridad de leño y bronce suspendida en la claridad del aire.
Aquel Cristo, aunque grande, no tiene rasgos que mis ojos puedan definir, y no llego a percibir detalles que la mente pueda interpretar. Aquel Cristo es sólo materia oscura, elevada en medio del presbiterio, memoria de un misterio que el creyente recreará a la luz de su fe.
Más allá del Cristo crucificado, la vidriera que embellece el ábside de la catedral, ofrece a la contemplación la imagen, creada en pura luz, de la Virgen María en el misterio de su Concepción Inmaculada.
En la nave de la catedral, orante, humilde y pobre, está la Iglesia, la comunidad redimida a la que se revela la gracia del misterio que está celebrando: ¡La luz nace de la oscuridad! Ese prodigio de santidad y de pureza que es María de Nazaret, sólo lo pudo realizar el amor del Hijo, la obediencia del Hijo, la fidelidad del Hijo, la entrega del Hijo: ¡Sin la Pascua del Hijo no es posible la gracia de la Madre!
Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”. Así comenzó su cántico el anciano Simeón, cuando tuvo en brazos a aquel primogénito que una familia pobre presentaba al Señor. Los ojos del anciano veían sólo a un niño. Pero su espíritu fue iluminado para que viese en aquel niño el sacramento de la salvación.
Hoy la Iglesia contempla aquel mismo sacramento en los brazos de una cruz. ¡Contempla!, y el corazón se le ausenta en paz tras la salvación que en el sacramento se le ofrece. Allí, en aquellos brazos, está el cuerpo de la gracia, aquél es el lugar de la santidad, aquélla es la fuente del Espíritu.
Ahora los ojos vuelven a la luz de la vidriera, a la gloria representada de la Concepción Inmaculada, a su plenitud de gracia, a la belleza del cielo que esperamos, y la fe intuye que, la misma gloria, gracia y belleza que en María de Nazaret brillan para siempre, alumbran ya por dentro la humildad de nuestra vida, la pequeñez de nuestro ser: Gloria, gracia y belleza, la del cielo y la nuestra, naciendo eternamente del mismo sacramento, el Cuerpo de Cristo, ¡el Cuerpo de la Salvación!

miércoles, 17 de abril de 2019

Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret 2, Ed. Encuentro 2011





[Chiesa/Testi/SettimanaSanta/JuevesSanto/JesúsNazaretMisterioTraidor BXVI]


Ø Jueves Santo (2019). Celebración de la Misa vespertina, “en la Cena del Señor”. “Durante la cena,
cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle… (Evangelio de hoy: Juan 13, 2).

El misterio del traidor

v  Cfr. Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret 2, Ed. Encuentro 2011, p. 83-88

                  El misterio del traidor, pp. 83-88 - Breve resumen

o   La turbación y conmoción de Jesús

(…)  Inmediatamente después de haberse referido al ejemplo que da a los suyos, Jesús comienza a hablar del caso de Judas. Juan nos dice a este respecto que Jesús, profundamente conmovido, declaró: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar» (13,21).
Juan habla tres veces de la «turbación» o «conmoción» de Jesús: junto al sepulcro de Lázaro (cf. 11,33.38); el «Domingo de Ramos», después de las palabras sobre el grano de trigo que muere, en una escena que remite muy de cerca a la hora en el Monte de los Olivos (cf. 12,24-27) y, por último, aquí. Son momentos en los que Jesús se encuentra con la majestad de la muerte y es tocado por el poder de las tinieblas, un poder que Él tiene la misión de combatir y vencer. (…)

o   La agitación y curiosidad entre los discípulos

El anuncio de la traición suscita comprensiblemente al mismo tiempo agitación y curiosidad entre los discípulos. «Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, estaba en la mesa a su derecha. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: "Señor, ¿quién es?". Jesús le contestó: "Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado"» (13,23ss).
Para comprender este texto hay que tener en cuenta primero que en la cena pascual estaba prescrito cómo acomodarse a la mesa. Charles K. Barrett explica el versículo que acabamos de citar de la siguiente manera: «Los participantes en una cena estaban recostados sobre su izquierda; el brazo izquierdo servía para sujetar el cuerpo; el derecho quedaba libre para poderlo usar. Por tanto, el discípulo que estaba a la derecha de Jesús tenía su cabeza inmediatamente delante de Jesús y, consiguientemente, se podía decir que estaba acomodado frente a su pecho. Como es obvio, podía hablar confidencialmente con Jesús, pero el suyo no era el puesto de honor; éste estaba a la izquierda del anfitrión. No obstante, el puesto ocupado por el discípulo amado era el de un íntimo amigo; Barrett hace notar en este contexto que existe una descripción paralela en Plinio (p. 437).
Tal como está aquí, la respuesta de Jesús es totalmente clara. Pero el evangelista nos hace saber que, a pesar de ello, los discípulos no entendieron a quién se refería. Podemos suponer por tanto que Juan, repensando lo acontecido, haya dado a la respuesta una claridad que no tenía para los presentes en aquel momento. En 13,18 nos pone sobre la buena pista. En él Jesús dice: «Tiene que cumplirse la Escritura: "El que compartía mi pan me ha traicionado"» (Sal 41,10; cf. Sal 55,14). Éste es el modo de hablar característico de Jesús: con palabras de la Escritura, Él alude a su destino, insertándolo al mismo tiempo en la lógica de Dios, en la lógica de la historia de la salvación.

o   Quien traicionará a Jesús es uno de los comensales

§  Jesús debe experimentar la incomprensión incluso dentro del círculo más íntimo de los amigos
La ruptura de la amistad llega hasta la fraternidad de comunión de la Iglesia, donde una y otra vez se encuentran personas que toman «su pan» y lo traicionan.
Estas palabras se hacen totalmente transparentes después; queda claro que la Escritura describe verdaderamente su camino, aunque, por el momento, permanece el enigma. Inicialmente se alcanza a entender únicamente que quien traicionará a Jesús es uno de los comensales; pero posteriormente se va clarificando que el Señor tiene que padecer hasta el final y seguir hasta en los más mínimos detalles el destino de sufrimiento del justo, un destino que aparece de muchas maneras sobre todo en los Salmos. Jesús debe experimentar la incomprensión, la infidelidad incluso dentro del círculo más íntimo de los amigos y, de este modo, «cumplir la Escritura». Él se revela como el verdadero sujeto de los Salmos, como el «David» del que provienen, y a través del cual adquieren sentido.
(…) con la traición de Judas, el sufrimiento por la deslealtad no se ha terminado. «Incluso mi amigo, de quien yo me fiaba, el que compartía mi pan, me ha traicionado» (Sal 41,10). La ruptura de la amistad llega hasta la fraternidad de comunión de la Iglesia, donde una y otra vez se encuentran personas que toman «su pan» y lo traicionan.
El sufrimiento de Jesús, su agonía, perdura hasta el fin del mundo, ha escrito Pascal basándose en estas consideraciones (cf. Pensées, VII, 553). Podemos expresarlo también desde el punto de vista opuesto: en aquella hora, Jesús ha tomado sobre sus hombros la traición de todos los tiempos, el sufrimiento de todas las épocas por el ser traicionado, soportando así hasta el fondo las miserias de la historia.
Juan no da ninguna interpretación psicológica del comportamiento de Judas; el único punto de referencia que nos ofrece es la alusión al hecho de que, como tesorero del grupo de los discípulos, Judas les habría sustraído su dinero (cf. 12,6). Por lo que se refiere al contexto que nos interesa, el evangelista dice sólo lacónicamente: «Entonces, tras el bocado, entró en él Satanás» (13,27).

o   Lo que sucedió con Judas, para Juan, ya no es explicable psicológicamente

§  Quien traiciona la amistad se convierte en esclavo de otros poderes
Lo que sucedió con Judas, para Juan, ya no es explicable psicológicamente. Ha caído bajo el dominio de otro: quien rompe la amistad con Jesús, quien se sacude de encima su «yugo ligero», no alcanza la libertad, no se hace libre, sino que, por el contrario, se convierte en esclavo de otros poderes; o más bien: el hecho de que traicione esta amistad proviene ya de la intervención de otro poder, al que ha abierto sus puertas.

o   En Judas hay un primer paso para la conversión, pero no logra creer en el perdón. Es una tragedia.

Y, sin embargo, la luz que se había proyectado desde Jesús en el alma de Judas no se oscureció completamente. Hay un primer paso hacia la conversión: «He pecado», dice a sus mandantes. Trata de salvar a Jesús y devuelve el dinero (cf. Mt 27,3ss). Todo lo puro y grande que había recibido de Jesús seguía grabado en su alma, no podía olvidarlo.
Su segunda tragedia, después de la traición, es que ya no logra creer en el perdón. Su arrepentimiento se convierte en desesperación. Ya no ve más que a sí mismo y sus tinieblas, ya no ve la luz de Jesús, esa luz que puede iluminar y superar incluso las tinieblas. De este modo, nos hace ver el modo equivocado del arrepentimiento: un arrepentimiento que ya no es capaz de esperar, sino que ve únicamente la propia oscuridad, es destructivo y no es un verdadero arrepentimiento.
La certeza de la esperanza forma parte del verdadero arrepentimiento, una certeza que nace de la fe en que la Luz tiene mayor poder y se ha hecho carne en Jesús.

o   La marcha de Judas de la luz a la oscuridad

Juan concluye el pasaje sobre Judas de una manera dramática con las palabras: «En cuanto Judas tomó el bocado, salió. Era de noche» (13,30). Judas sale fuera, y en un sentido más profundo: sale para entrar en la noche, se marcha de la luz hacia la oscuridad; el «poder de las tinieblas» se ha apoderado de él (cf. Jn 3,19; Lc 22,53).


Vida Cristiana

Jueves Santo 2019. Celebración de la Misa vespertina “en la Cena del Señor”.





[Chiesa/Omelie1/SettimanaSanta/GiovedìSanto/JuevesSanto19LavatorioPiesServicioALosDemásPalabraSacramentos]

Ø Jueves Santo 2019. Celebración de la Misa vespertina “en la Cena del Señor”. Origen de la

celebración de la pascua. La celebración de la pascua judía. La pascua de Cristo y nuestra pascua. El lavatorio de pies: para nosotros es ponernos al servicio de los demás, ayudarnos unos a otros. La resistencia de Pedro hasta que escucha al Señor y comprende. Actualmente, Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor, mediante el don de sí mismo. Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un auténtico lavado, una purificación del alma, del hombre interior. Y, en los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. El evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos lavar continuamente por esta agua pura.


v  Cfr. Jueves Santo de 2019

Éxodo 12, 1-8.11-14; Salmo Responsorial 115, 12-13.15-16BC.17-19; 1 Corintios 11,
23-26; Juan 13,1-15
18 de abril de 2919

Primera lectura: Éxodo 12, 1-8.11-14: Dijo Yahveh a Moisés y Aarón en el país de Egipto: 2 «Este mes será para vosotros el comienzo de los meses; será el primero de los meses del año. Hablad a toda la comunidad de Israel y decid: El día diez de este mes tomará cada uno para sí una res de ganado menor por familia, una res de ganado menor por casa. 4 Y si la familia fuese demasiado reducida para una res de ganado menor, traerá al vecino más cercano a su casa,  según el número de personas y conforme a lo que cada cual pueda comer. 5 El animal será sin defecto, macho, de un año. Lo escogeréis entre los corderos o los cabritos. 6 Lo guardaréis hasta el día catorce de este mes; y toda la asamblea de la comunidad de los israelitas lo inmolará  entre dos luces. 7 Luego tomarán la sangre y untarán las dos jambas y el dintel de las casas donde lo coman. 8 En aquella misma noche comerán la carne. La comerán asada al fuego, con ázimos y con hierbas amargas. 11 Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es la Pascua del Señor. 12 Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, Yahveh. 13 La sangre será vuestra señal en las casas donde moráis. Cuando yo vea la sangre pasaré de largo ante vosotros,  y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera el país de Egipto. 14 Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre».
Evangelio: Juan 13, 1-15: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo  amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. 2 Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, 3 sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, 4 se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que  estaba ceñido. 6 Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?» 7 Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde.» 8 Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás.» Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo.» 9 Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza.» 10 Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos.» 11 Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos.» 12 Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13      Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy.                 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. 15 Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros.


1. Jesús celebra con sus discípulos la pascua judía.


v  A) la fiesta de la Pascua judía: se describe en la primera lectura [1].


·         Jesús, como sabemos, quiso celebrar la fiesta de la pascua judía con sus discípulos. ¿Qué fiesta era ésta
de la Pascua judía? La historia es muy sencilla.

o   Probable origen de la Pascua: una fiesta de pastores de la primavera

- Probablemente la Pascua era en su origen una fiesta de pastores que en primavera, cuando nacen los corderos y se inicia el viaje hacia los pastos de verano, ofrecían un sacrificio de una res recién nacida, y con su sangre realizaban un rito especial  para impetrar la preservación y la fecundidad de los rebaños. También comían juntos el animal como señal de solidaridad.

o    Un significado nuevo: la liberación de los israelitas de la esclavitud de Egipto

-  Pero ese año del que habla la primera lectura, hacia el 1250 a.C., el rito tuvo un significado nuevo. Los israelitas vivían en Egipto, donde eran esclavos del Faraón, y vivían en condiciones muy duras (Cf. Éxodo 1, 8-22). Dios habló entonces con un israelita, Moisés, y le encargó  que hablase con el faraón para pedirle que dejase marchar al pueblo de Israel fuera de Egipto, liberándolo así de la esclavitud (Cf Éxodo 3,7-4,31). Sabéis por la historia que Moisés habló con el Faraón, pero éste no hizo caso, y Dios castigó al Faraón y al pueblo egipcio con la famosas plagas (Cf  Éxodo 7, 8-11,10).
- La décima y última fue muy dura: como castigo por no dejar salir al pueblo de Israel de la tierra de Egipto, el Señor  - como acabamos de  leer – “pasó por la tierra de Egipto de noche, hiriendo a muerte a todos los primogénitos del pueblo egipcio”. El Señor les había ordenado que antes de esa noche llevasen el cordero al Templo de Jerusalén para ser allí matado, y después lo comiesen en sus casas antes del paso del Señor. Pero además, con la sangre del cordero debían hacer una señal en las dos jambas y en el dintel de la casa, con el fin de que cuando esa noche pasase el Señor Él viendo esa señal no haría daño alguno a los habitantes de esa casa. Por tanto, el Señor pasó esa noche por la tierra de Egipto hiriendo a todos los primogénitos en sus casas, excepto en aquellas casas que tenían la señal con la sangre: en estos casos pasó de largo sin hacer mal a la familia que estaba en es casa. 
- Y el Señor les dijo que ese hecho debía  ser memorable para los israelitas, y lo deberían celebrar  todos los años a partir de entonces,   en honor de Yahvé que les había preservado de la muerte y de la esclavitud. Efectivamente, como consecuencia de esa plaga el Faraón dejó partir al pueblo israelita, y éste recuperó su libertad. Partió hacia la tierra prometida a las órdenes de Moisés.  A partir de entonces los israelitas celebrarían ese  paso del Señor, es decir la  pascua del Señor (Cf. Exodo 12,14). (Cf. CCE  1340; 611,  1363 y 1364).

v  B) La pascua de Cristo. Celebró un rito e hizo un paso: de este mundo al Padre a través de su muerte y resurrección (Juan 13, 1).

·         Jesús había querido celebrar esa fiesta, la pascua judía, con sus discípulos. Y después de esa celebración
Instituyó  la Eucaristía. Así lo recordaba San Pablo a los cristianos de Corinto, en el texto que hemos leído hoy:

2ª lectura: 1 Corintios  11, 23-26: Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, 24 y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» 25 Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.» 26 Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.

·         Y así lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1340: “Al celebrar la última Cena con sus
apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino”.
·         En vez de la inmolación de un cordero, Él ofrece su vida derramando su sangre para librarnos a nosotros
no de la esclavitud de los egipcios sino de la esclavitud del pecado; Él  pasa  - pascua - de la muerte a la vida .....  con su muerte y resurrección. Y los cristianos celebramos a partir de entonces, en la Eucaristía, ese paso que es nuestra liberación. Cuando instituyó la Eucaristía, Jesús dijo unas palabras que se repiten todas las veces que se celebra la Misa:
Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros, ésta es mi sangre que será derramada por vosotros .....    Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vengas ..... Haced esto en memoria mía.
·         Jesús, como los israelitas, no sólo hizo un rito, sino que cumplió un paso.

v  Nuestra Pascua: también debemos hacer nuestro paso

·         ¿Qué se requiere para celebrar nosotros la Pascua? Celebramos un rito y, además, hacemos
nuestro paso: en la vida cristiana, no de un sitio a otro, sino – como dice San Pablo – del hombre viejo al hombre nuevo (1 Co 5,8);  de un modo de vivir a otro, de un modo pagano a un modo cristiano.
·         Es la conversión. Que lleva consigo fatiga, sacrificio, pero, sobre todo es un paso hacia la
libertad, hacia la alegría. De la esclavitud de las comodidades, prejuicios, etc. pero sobre todo de los pecados, porque “quien comete el pecado es esclavo del pecado” (Juan 8,34). Se trata de abrirnos al Señor, dejarnos iluminar por su luz  (cirio de la Vigilia), de pasar de las tinieblas a la luz.

2. Otros aspectos de la celebración de la Misa vespertina “en la Cena del Señor” del Jueves Santo.


v  A. El lavatorio de los pies de los discípulos por parte del Señor

o   Lavar los pies es: “yo estoy a tu servicio”.

Francisco, Homilía en el Instituto Penal de Menores Casal del Marmo, Misa de la Cena del Señor. 28 de marzo de 2013
§  Significa que tenemos que ayudarnos unos a otros.
Jesús vino precisamente para esto: para servir, para ayudarnos.
"Esto es conmovedor. Jesús que lava los pies a sus discípulos. Pedro no entendía nada, se negaba. Pero Jesús se lo explicó ¡Jesús -Dios- ha hecho esto! Y él mismo explica a sus discípulos: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y tenéis razón, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros". Es el ejemplo del Señor: Él es el más importante y lava los pies, para que entre nosotros el que es el más alto tiene que estar al servicio de los demás. Y esto es un símbolo, una señal, ¿no?
Lavar los pies es: "yo estoy a su servicio." Y también nosotros, entre nosotros, no es que tenemos que lavar los pies todos los días uno al otro, pero ¿qué significa esto? Que tenemos que ayudarnos, unos a otros. A veces me enfado con uno, con otra ... pero ... olvídalo, olvídalo, y si te pide un favor, hazlo. Ayudarse unos a otros: Jesús nos enseña esto y esto es lo que yo hago, y lo hago de corazón, porque es mi deber. Como cura y como obispo tengo que estar a vuestro servicio. Pero es un deber que nace de mi corazón: lo amo. Amo esto y amo hacerlo porque el Señor así me lo ha enseñado. Pero, también vosotros, ayudaos: ayudaos siempre. El uno al otro. Y así, ayudándonos, nos haremos bien. Ahora haremos esta ceremonia de lavarnos los pies y pensamos, cada uno de nosotros piense, "¿yo realmente estoy dispuesta, estoy dispuesto a servir, a ayudar al otro?" Pensemos esto, solamente. Y pensemos que este signo es una caricia de Jesús, que hace Jesús, porque Jesús vino precisamente para esto: para servir, para ayudarnos."

o   Pedro en el lavatorio de los pies: debía aprender que la grandeza de Dios consiste en la humildad del servicio, en el despojamiento de sí mismo. 

Benedicto XVI, Misa «In Cena Domini», Jueves Santo 20 de marzo de 2008
En el pasaje evangélico del lavatorio de los pies, la conversación de Jesús con Pedro presenta otro aspecto de la práctica de la vida cristiana, en el que quiero centrar, por último, la atención. En un primer momento, Pedro no quería dejarse lavar los pies por el Señor. Esta inversión del orden, es decir, que el maestro, Jesús, lavara los pies, que el amo realizara la tarea del esclavo, contrastaba totalmente con su temor reverencial hacia Jesús, con su concepto de relación entre maestro y discípulo. «No me lavarás los pies jamás» (Jn 13, 8), dice a Jesús con su acostumbrada vehemencia. Su concepto de Mesías implicaba una imagen de majestad, de grandeza divina. Debía aprender continuamente que la grandeza de Dios es diversa de nuestra idea de grandeza; que consiste precisamente en abajarse, en la humildad del servicio, en la radicalidad del amor hasta el despojamiento total de sí mismo. Y también nosotros debemos aprenderlo sin cesar, porque sistemáticamente deseamos un Dios de éxito y no de pasión; porque no somos capaces de caer en la cuenta de que el Pastor viene como Cordero que se entrega y nos lleva así a los pastos verdaderos.

o   Pedro al principio se resiste a que Jesús le lave los pies. Luego comprende y acepta.

Juan Pablo II, Homilía, Misa “en la Cena del Señor”, 17 de abril de 2003
§  También a nosotros se nos invita a comprender: lo primero que el discípulo debe hacer es ponerse a la escucha de su Señor, abriendo el corazón para acoger la iniciativa de su amor.
·         Mientras están cenando, Jesús se levanta de la mesa y comienza a lavar los pies a los discípulos. Pedro,
al principio, se resiste; luego, comprende y acepta. También a nosotros se nos invita a comprender:  lo primero que el discípulo debe hacer es ponerse a la escucha de su Señor, abriendo el corazón para acoger la iniciativa de su amor. Sólo después será invitado a reproducir a su vez lo que ha hecho el Maestro. También él deberá "lavar los pies" a sus hermanos, traduciendo en gestos de servicio mutuo ese amor, que constituye la síntesis de todo el Evangelio (cf. Juan 13, 1-20). (…)
El lavatorio de los pies y el sacramento de la Eucaristía son dos manifestaciones de un mismo misterio de amor confiado a los discípulos "para que -dice Jesús- lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Juan 13, 15).

o   Jesús les lavó los pies. Con un gesto que normalmente correspondía a los esclavos.

 Juan Pablo II, Homilía en la Cena del Señor, 8 de abril de 2004
§  Los cristianos saben que deben "hacer memoria" de su Maestro prestándose recíprocamente el servicio de la caridad: "lavarse los pies unos a otros".
·         Antes de celebrar la última Pascua con sus discípulos, Jesús les lavó los pies. Con un gesto que
normalmente correspondía a los esclavos, quiso grabar en la mente de los Apóstoles el sentido de lo que sucedería poco después.
En efecto, la pasión y la muerte constituyen el servicio de amor fundamental con el que el Hijo de Dios libró a la humanidad del pecado. Al mismo tiempo, la pasión y la muerte de Cristo revelan el sentido profundo del nuevo mandamiento que dio a los Apóstoles: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13, 34). 
"Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24. 25), dijo dos veces, distribuyendo el pan convertido en su Cuerpo y el vino convertido en su Sangre. "Os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis" (Jn 13, 15), había recomendado poco antes, tras haber lavado los pies a los Apóstoles. Así pues, los cristianos saben que deben "hacer memoria" de su Maestro prestándose recíprocamente el servicio de la caridad: "lavarse los pies unos a otros". En particular, saben que deben recordar a Jesús repitiendo el "memorial" de la Cena con el pan y el vino consagrados por el ministro, el cual repite sobre ellos las palabras pronunciadas en aquella ocasión por Cristo. 

o   Actualmente, Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor, mediante el don de sí mismo.

Benedicto XVI, Homilía en la Misa «In Cena Domini», Jueves Santo,  20 de marzo de 2008
§  Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un auténtico lavado, una purificación del alma, del hombre interior. El evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos lavar continuamente por esta agua pura.
Y en los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica.
En el lavatorio de los pies este proceso esencial de la hora de Jesús está representado en una especie de acto profético simbólico. En él Jesús pone de relieve con un gesto concreto precisamente lo que el gran himno cristológico de la carta a los Filipenses describe como el contenido del misterio de Cristo. Jesús se despoja de las vestiduras de su gloria, se ciñe el «vestido» de la humanidad y se hace esclavo. Lava los pies sucios de los discípulos y así los capacita para acceder al banquete divino al que los invita.
En lugar de las purificaciones cultuales y externas, que purifican al hombre ritualmente, pero dejándolo tal como está, se realiza un baño nuevo: Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor, mediante el don de sí mismo. «Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado», dirá a los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3). Nos lava siempre con su palabra. Sí, las palabras de Jesús, si las acogemos con una actitud de meditación, de oración y de fe, desarrollan en nosotros su fuerza purificadora. Día tras día nos cubrimos de muchas clases de suciedad, de palabras vacías, de prejuicios, de sabiduría reducida y alterada; una múltiple semi-falsedad o falsedad abierta se infiltra continuamente en nuestro interior. Todo ello ofusca y contamina nuestra alma, nos amenaza con la incapacidad para la verdad y para el bien.
Las palabras de Jesús, si las acogemos con corazón atento, realizan un auténtico lavado, una purificación del alma, del hombre interior. El evangelio del lavatorio de los pies nos invita a dejarnos lavar continuamente por esta agua pura, a dejarnos capacitar para participar en el banquete con Dios y con los hermanos. Pero, después del golpe de la lanza del soldado, del costado de Jesús no sólo salió agua, sino también sangre (cf. Jn 19, 34; 1 Jn 5, 6. 8).
Jesús no sólo habló; no sólo nos dejó palabras. Se entrega a sí mismo. Nos lava con la fuerza sagrada de su sangre, es decir, con su entrega «hasta el extremo», hasta la cruz. Su palabra es algo más que un simple hablar; es carne y sangre «para la vida del mundo» (Jn 6, 51). En los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. Pidámosle que el baño sagrado de su amor verdaderamente nos penetre y nos purifique cada vez más.

o   Jesús es nuestro modelo. Con su anonadamiento nos ha dado un ejemplo que imitar.

  Catecismo de la Iglesia Católica
§  El Bautizado está llamado a servir a los demás.
·         n. 520: Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cf. Romanos 15,5 Filipenses 2,5):
él es el "hombre perfecto" (Gaudium et spes,  38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (cf. Juan 13,15); con su oración atrae a la oración (cf. Lucas 11,1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones (cf. Mateo 5,11-12).
·         n. 1269: Hecho miembro de la Iglesia, el bautizado ya no se pertenece a sí mismo (1Corintios 6,19),
sino al que murió y resucitó por nosotros (cf 2 Corintios 5,15). Por tanto, está llamado a someterse a los demás (Efesios 5,21 1 Corintios 16,15-16), a servirles (cf Juan 13,12-15) en la comunión de la Iglesia. (…)

o   No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de amar al prójimo.

                        Juan Pablo II, Homilía, Misa “en la Cena del Señor”, 28 de marzo de 2002
§  Nos comprometemos a hacer lo que Cristo hizo, "lavar los pies" de nuestros hermanos, transformándonos en imagen concreta y transparente de Aquel que "se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo" (Filipenses 2, 7).
·         "Haced esto en conmemoración mía" (1 Co 11, 24-25). Con este mandato, que nos compromete a repetir
su gesto, Jesús concluye la institución del Sacramento del altar. También al terminar el lavatorio de los pies, nos invita a imitarlo: "Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros" (Jn 13, 15). De este modo establece una íntima correlación entre la Eucaristía, sacramento del don de su sacrificio, y el mandamiento del amor, que nos compromete a acoger y a servir a nuestros hermanos.
No se puede separar la participación en la mesa del Señor del deber de amar al prójimo. Cada vez que participamos en la Eucaristía, también nosotros pronunciamos nuestro "Amén" ante el Cuerpo y la Sangre del Señor. Así nos comprometemos a hacer lo que Cristo hizo, "lavar los pies" de nuestros hermanos, transformándonos en imagen concreta y transparente de Aquel que "se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo" (Flp 2, 7).
El amor es la herencia más valiosa que él deja a los que llama a su seguimiento. Su amor, compartido por sus discípulos, es lo que esta tarde se ofrece a la humanidad entera.

v  B. «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lucas 22,15).

Benedicto XVI, Homilía en la Misa de la Cena del Señor, Jueves Santo, 21 de abril de 2011.

o   En el deseo de Jesús reconocemos el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera.

§  Jesús nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿No sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía?
¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas?
«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22,15). Con estas palabras, Jesús comenzó la celebración de su última cena y de la institución de la santa Eucaristía. Jesús tuvo grandes deseos de ir al encuentro de aquella hora. Anhelaba en su interior ese momento en el que se iba a dar a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento que tendría que ser en cierto modo el de las verdaderas bodas mesiánicas: la transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con los suyos, para transformarlos y comenzar así la transformación del mundo. En el deseo de Jesús podemos reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera. El amor que aguarda el momento de la unión, el amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19).
Jesús nos desea, nos espera. Y nosotros, ¿tenemos verdaderamente deseo de él? ¿No sentimos en nuestro interior el impulso de ir a su encuentro? ¿Anhelamos su cercanía, ese ser uno con él, que se nos regala en la Eucaristía? ¿O somos, más bien, indiferentes, distraídos, ocupados totalmente en otras cosas? Por las parábolas de Jesús sobre los banquetes, sabemos que él conoce la realidad de que hay puestos que quedan vacíos, la respuesta negativa, el desinterés por él y su cercanía. Los puestos vacíos en el banquete nupcial del Señor, con o sin excusas, son para nosotros, ya desde hace tiempo, no una parábola sino una realidad actual, precisamente en aquellos países en los que había mostrado su particular cercanía. Jesús también tenía experiencia de aquellos invitados que vendrían, sí, pero sin ir vestidos con el traje de boda, sin alegría por su cercanía, como cumpliendo sólo una costumbre y con una orientación de sus vidas completamente diferente. San Gregorio Magno, en una de sus homilías se preguntaba: ¿Qué tipo de personas son aquellas que vienen sin el traje nupcial? ¿En qué consiste este traje y como se consigue? Su respuesta dice así: Los que han sido llamados y vienen, en cierto modo tienen fe. Es la fe la que les abre la puerta. Pero les falta el traje nupcial del amor. Quien vive la fe sin amor no está preparado para la boda y es arrojado fuera. La comunión eucarística exige la fe, pero la fe requiere el amor, de lo contrario también como fe está muerta.


Vida Cristiana


[1] Cf. Sagrada Biblia, El Pentateuco, Eunsa Agosto 2000, Nota a Éxodo 12, 1-14

Papa Francisco, Breve homilía improvisada del Papa en la Missa in Coena Domini, en el Centro de rehabilitación “Santa María de la Providencia”, el Jueves Santo, 17 de abril de 2014

[Chiesa/Omelie1/SettimanaSanta/JuevesSanto19InCoenaDominiSiervoUnosOtrosFrancisco]

Ø Jueves Santo (2019).La herencia de Jesús es ser siervos unos de otros. Homilía de Papa
Francisco en la Misa “in Coena Domini” el Jueves Santo del 2014.

«La herencia de Jesús es ser siervos unos de otros»

v  Cfr. Papa Francisco, Breve homilía improvisada del Papa en la Missa in Coena Domini, en el Centro de rehabilitación “Santa María de la Providencia”, el Jueves Santo, 17 de abril de 2014


o   El gesto de lavar los pies a los discípulos

 

Hemos escuchado lo que Jesús hizo en la última cena. Es un gesto de despedida, es como la herencia que nos deja. Él es Dios y se hace siervo, nuestro servidor. Y esa es la herencia: también vosotros debéis ser servidores los unos de los otros. Y lo hizo por amor: también vosotros debéis amaros y ser siervos en el amor. Esta es la verdad que nos deja Jesús.

El gesto de lavar los pies es un gesto simbólico: lo hacían los esclavos, los siervos a los comensales, a la gente que venía a comer o a cenar, porque en aquel tiempo las calles eran todas de tierra y cuando entraban en casa era necesario lavarse los pies. Jesús hace un gesto, un trabajo, un servicio de esclavo y eso lo deja como herencia para nosotros: debemos ser siervos unos de otros.

Por eso, la Iglesia, el día de hoy, que se conmemora la Última Cena, cuando Jesús instituyó la Eucaristía, también hace, en la ceremonia, este gesto de lavar los pies, que nos recuerda que debemos ser siervos unos de los otros.  

Ahora yo haré ese gesto y todos, en nuestro corazón, pensemos en los demás y en el amor que Jesús nos dice que debemos tener por los demás, y pensemos también cómo podemos servir mejor a las otras personas. Porque así lo quiso Jesús de nosotros.



Vida Cristiana



domingo, 14 de abril de 2019

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR: por Santiago Agrelo

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

“En aquel tiempo Jesús iba hacia Jerusalén, marchando a la cabeza”. El de Jesús es un camino que sólo podrán recorrer con ramos de fiesta quienes hayan visto las obras de Dios.
Los discípulos de Jesús “se pusieron a alabar a Dios por todos los milagros que habían visto”. Jesús marcha a la cabeza, va delante, y los discípulos, en aquel hombre que los precede, ven, entera y asombrosa, una historia de gracia de la que han sido testigos, un ayer de gozos inesperados, de luz en ojos ciegos, de palabras en lenguas trabadas, de sonidos estrenados en oídos cerrados, de pureza en la lepra, de mesa de Dios para hijos perdidos y pecadores perdonados.
Los discípulos dicen: “¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!”; lo dicen mirando a quien los precede; lo dicen recordando lo que han vivido con él.
Hoy también tú, comunidad creyente, te sumas a la comitiva de los discípulos, aclamas con ellos a tu Señor, gozas mirando al que te precede, porque recuerdas lo que has vivido con él: recuerdas la claridad de su luz en los ojos de tus hijos el día de su bautismo, el milagro de la palabra haciéndose revelación en tus oídos, bendición en tu lengua, jubileo en tu corazón; recuerdas la abundancia de la mesa a la que fuiste invitada por él, y en la que comiste con el Señor el pan de la vida, el vino de la salvación; recuerdas su vida entregada para tu vida, recuerdas su resurrección gloriosa, que es fundamento y certeza de tu resurrección; recuerdas y aclamas: “¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo alto!”
Tú sabes, Iglesia amada del Señor, que no recuerdas cosas que pertenecen al pasado, sino realidades que forman parte de presente. Hoy celebras la eucaristía; hoy escuchas palabras que llegan como un fuego a lo más hondo de ti misma: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía… Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros”. Hoy contemplas al que te precede y recibes su cuerpo entregado y entras en la Alianza sellada con su sangre. Y mientras recibes al que se te da y entras en la dicha de la Alianza nueva y eterna, contemplas el misterio de la cruz de tu Señor, en la que todo se consuma, todo se perfecciona, todo se hace definitivo.
“¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor!”
“¡Señor mío y Dios mío!”
Feliz domingo.


Domingo de Ramos del 2019 Ciclo C – 14 de abril de 2019




[Chiesa/Omelie1/SettSanta/CRamos19IngresoJerusalénPasióSegúnLucas]
  • Domingo de Ramos (2019). En el centro de la liturgia hay dos aspectos: la conmemoración
del ingreso solemne de Jesús en Jerusalén y la lectura de la Pasión según san Lucas.
  • Cfr. Domingo de Ramos del 2019 Ciclo C – 14 de abril de 2019

Isaías 50, 4-7; Filipenses 2, 6-11; Lucas 22, 14-23,56
Cfr. R. Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Piemme 1999 pp. 114-119; Gianfranco
Ravasi, Secondo le Scritture, Anno C, Piemme 1999 pp. 97-102; S. Biblia
Universidad de Navarra; Biblia de Jerusalén

Isaías 50, 4-7: 4: El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo, para que sepa sostener con mi palabra al abatido. Mañana tras mañana despierta mi oído, para que escuche como los discípulos; 5 el Señor Yahveh me ha abierto el oído y yo no me he resistido, ni me he echado atrás. 6 Ofrecí mis espaldas a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos. 7 El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Filipenses 2, 6-11: 6 El cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, 7 sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres; 8 se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Y por eso Dios lo exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre; 10 para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, 11 y toda lengua confiese: «¡Jesucristo es el Señor!», para gloria de Dios Padre.

1. En la primera Lectura

  • Un personaje cuyo perfil no es el de la realeza sino el del hombre humillado.

  • cfr. Comentario al Antiguo Testamento II, La Casa de la Biblia 1997, p. 88. Se nos presenta una
figura mesiánica misteriosa: un personaje salvador que recorre el camino del sufrimiento, no el del triunfo; su perfil no es el de la realeza sino el del hombre humillado. Su situación y destino coinciden en algunos aspectos con el personaje anónimo que aparece en Isaías 42, n 1-7; 42, 18-23; 43, 8-13.
«Este personaje «es plenamente consciente de su misión y de su destino. Por ello la insistencia sobre el “aprender”, y “abrir el oído”. Sabe que debe enfrentarse en un juicio con sus enemigos. Así lo sugiere el vocabulario judicial de Is 50, 8-9: defensor, denunciar, comparecer, acusar, condenar. Sabe que dispone de los medios necesarios para hacer frente a la situación y salir victorioso. Pero sabe también que no tendrá necesidad de utilizar esos medios (véase Isaías 54,17 y Mateo 10, 19-20). El Señor mismo tomará a su cargo su defensa, y él no se rebela a su destino»».
  • cfr. Biblia de Jerusalén[Is 50,4-11: En este tercer canto, el siervo aparece no tanto como
profeta sino como un sabio, discípulo fiel de Jahvé (vv 4-5), encargado de instruir, a su vez, a aquellos que «temen a Dios», es decir a todos los judíos piadosos (v 10), y también a los que se han perdido o infieles «que caminan en las tinieblas». Gracias a su coraje y a la ayuda divina (vv 7-9), soportará las persecuciones (vv 5-6, hasta que Dios le concederá el triunfo definitivo (vv 9-11). Hasta el v 9 incluido, es el siervo quien habla.
  • cfr. Biblia de Jerusalén, Is 50,6: Esta descripción de los sufrimientos del siervo será propuesta
de nuevo y desarrollada en el cuarto canto (Isaías 52, 13-53,12). Ella evoca ya a Mateo 26, 27, Mateo 27, 30 ss).

2. En la segunda Lectura

  • En esta segunda lectura, San Pablo nos da la llave de interpretación de la vida de Cristo, y es, al mismo tiempo, una síntesis insuperable.

  • La obediencia de Cristo hasta la cruz repara la desobediencia del primer hombre, y por eso Dios le exaltó sobre todos los seres creados

  • Los hombres deberán confesar la verdad fundamental de la doctrina cristiana: «Jesucristo es el Señor», es decir, Jesucristo es Dios.
  • Cfr. Sagrada Biblia, Nuevo Testamento, Facultad de Teología, Universidad de Navarra 1999 pp.
771-772: Es uno de los textos más antiguos del Nuevo Testamento sobre la divinidad de Jesucristo. Quizá es un himno utilizado por los primeros cristianos que San Pablo retoma. En el se canta la humillación y la exaltación de Cristo. El Apóstol, teniendo presente la divinidad de Cristo, centra su atención en la muerte de cruz como ejemplo supremo de humildad y de obediencia. Los vv. 6-8 evocan el contraste entre Jesucristo y Adán, que siendo hombre ambicionó ser como Dios (cfr Génesis 3,5). Por el contrario, Jesucristo, siendo Dios, «se anonadó a sí mismo» (v 7). La obediencia de Cristo hasta la cruz repara así la desobediencia del primer hombre, y por eso Dios le exaltó sobre todos los seres creados. El v. 9 expresa que Dios Padre, al resucitar a Jesús y sentarlo a su derecha, concedió a su Humanidad el poder manifestar la gloria de la divinidad que le corresponde - «el nombre que está sobre todo nombre» - , es decir, el nombre de Dios.«Esta expresión “le exaltó” no pretende significar que haya sido exaltada la naturaleza del Verbo (...) Términos como “humillado” y “exaltado” se refieren únicamente a la dimensión humana. Efectivamente, sólo lo que es humilde es susceptible de ser ensalzado» ( S. Atanasio, Or. Contr. Arian. 1,41). Todas las criaturas quedaron sometidas a su poder, y los hombres deberán confesar la verdad fundamental de la doctrina cristiana: «Jesucristo es el Señor», es decir, Jesucristo es Dios.

3. La narración de la Pasión según Lucas

A. Adhesión personal y vital del cristiano: el seguimiento de Cristo

  • cfr Ravasi o.c. p. 98: “ Simón de Cirene y las mujeres no son espectadores o testimonios neutrales
sino como modelos del seguimiento de Cristo también en el momento último y decisivo. Acerca de Simón, Lucas subraya que «le obligaron a llevar la cruz detrás de Jesús» (Lucas 23, 26), y esta expresión es usada normalmente por el evangelista para definir el compromiso del discípulo «que lleva cada día la cruz» siguiendo a su Señor también en la entrega última».
Las mujeres «lloran y se lamentan por él»... (v 27) ... y «la multitud al contemplar lo ocurrido regresaba golpeándose el pecho» (v 48).

B. Jesús ofrece el perdón (Lucas 26, 34)

  • Esteban, el primer mártir cristiano, en el instante de su muerte pondrá en práctica esta enseñanza
de Jesús. (cfr. Ravasi pp. 99)

C. El perfecto abandono en las manos de Dios

  • Solamente San Lucas refiere las palabras de Jesús «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»
(Lucas 23,46) que son del Salmo 31. (cfr.Ravasi p. 99)

D. Jesús “modelo del perfecto orante”

  • Dos veces advierte a los discípulos que oren par no caer en la tentación (Lucas 22, 40 y 46) (cfr.
Ravasi p. 101).

E. En el monte de los olivos: el dolor moral que es asumido y santificado.

  • «Y entrando en agonía oraba con más intensidad y le sobrevino un sudor como de gotas de gotas
de sangre ....» (Lucas 22,44-45) Jesús no ha sufrido todavía ningún tormento físico, y sin embargo suda sangre.
  • El mundo es muy sensible a los dolores físicos, se conmueve fácilmente por ellos; y es mucho
menos sensible hacia los dolores morales de los que a veces se ríe, considerándolos como hipersensibilidad, autosugestión, antojos. Y sin embargo Jesús sudó sangre en este momento, cuando era su corazón lo que iba a ser aplastado. Dios toma muy en serio el dolor del corazón. Pienso en quien ve quebrado el vínculo más fuerte que tenía en la vida y se encuentra solo (más frecuentemente sola). En quien es traicionado en sus afectos, angustiado por alguna cosa que amenaza su vida o la de una persona querida. En quien, con razón o sin ella (desde este punto de vista la diferencia no es grande), se ve expuesto a público ludibrio de un día para otro. Cuántos «huertos de los olivos» hay escondidos en el mundo y dentro de nuestras casas!
El evangelio nos recuerda que también este suplicio del corazón ha sido asumido y santificado. (cfr. R. Cantalamessa o.c. p. 116)

Del Jesús de los Huerto de los Olivos debemos recoger una enseñanza: «Y entrando en agonía oraba con más intensidad» (v. 43). ¡Rezar es la prueba! Es nuestro recurso; es el canal a través del cual nos son transmitidos la fuerza y el coraje de Jesús. (cfr. R. Cantalamessa o.c. p. 116).

F. En el Pretorio de Pilato

- “Después de haberle hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado” (Marcos 15,15).
El flagelo era un bastón corto, con tiras de cuero que tenían, en la extremidad, o bolas de plomo o puntas agudas. Por lo que sabemos de las descripciones antiguas, fue el momento más atroz de los sufrimientos físicos de Cristo. Muchos morían mientras eran golpeados. Las carnes eran desgarradas, los nervios puestos al descubierto. Después de haber conocido esta imagen de un Dios que sufre, todas las otras nos sobran; nos parecen inadecuadas.
Si en el huerto de los olivos Jesús ha consumado su pasión moral, aquí ha consumado la física. El está cerca también de los que sufren en el cuerpo. (...) Quien se debate en el sufrimiento puede estar seguro de que será comprendido por Jesús, también cuando no puede más y grita a Dios: ¿Por qué? ¿Por qué? ¿ Por qué?” (R. Cantalamessa o.c. p. 117).

G. En el Gólgota.

Nos paramos a considerar una de las «siete palabras», la que dirigió a su Madre. Leemos en el Evangelio de San Juan (19, 25-27): 25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. 26 Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» 27 Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. (...)
Lo que nos interesa más de María no es saber que estaban «junto a la Cruz», sino saber «como» estaba. ¡Estaba con esperanza! (...) Puesto que caminaba también ella en la fe, ella ha esperado que de un momento a otro cambiase el curso de los acontecimientos, y que fuese reconocida la inocencia del hijo.
Ha esperado que Pilatos lo absolviese, como parecía que iba a hacer, pero nada. Ha esperado a la largo de la subida al Calvario, una vez llegados al Calvario, hasta un minuto antes de que expirase. ¿No podía ser! ¡El ángel le había prometido que su hijo habría recibido el trono de David y que reino habría tenido fin! Pero nada. María, más que Abraham, ha «esperado contra toda esperanza». Con Abraham Dios se paró un instante antes de la muerte del hijo, con María no. Le pidió que continuase hacia delante y que asistiese a la muerte del hijo y «a la muerte de cruz». (R. Cantalamessa o.c. pp. 118-119)

4. La Pasión del Señor en algunos puntos del Catecismo de la Iglesia Católica

- n. 112: 1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad de toda la Escritura». En efecto, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua (Cf Lc 24, 25-27. 44-46).
El corazón (Cf Sal 22, 15) de Cristo designa la Sagrada Escritura que hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías (S. Tomás de A., Psal. 21,11).

- n. 440: Jesús acogió la confesión de fe de Pedro que le reconocía como el Mesías anunciándole la próxima pasión del Hijo del Hombre (cf. Mateo 16, 23). Reveló el auténtico contenido de su realeza mesiánica en la identidad trascendente del Hijo del Hombre «que ha bajado del cielo» (Juan 3, 13; cf. Juan 6,62; Daniel 7 13), a la vez que en su misión redentora como Siervo sufriente: «el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mt 20, 28; cf. Isaías 53, 10-12). Por esta razón el verdadero sentido de su realeza no se ha manifestado más que desde lo alto de la Cruz (Juan 19, 19-22; Lucas 23, 39-43). Solamente después de su resurrección su realeza mesiánica podrá ser proclamada por Pedro ante el pueblo de Dios: «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado» (Hechos 2, 36).

- n. 515: Los evangelios fueron escritos por hombres que pertenecieron al grupo de los primeros que tuvieron fe (cf. Marcos 1, 1; Juan 21, 24) y quisieron compartirla con otros. Habiendo conocido por la fe quién es Jesús, pudieron ver y hacer ver los rasgos de su Misterio durante toda su vida terrena. Desde los pañales de su natividad (Lucas 2,7) hasta el vinagre de su Pasión (cf. Mateo 27,48) y el sudario de su Resurrección (cf Juan 20,7), todo en la vida de Jesús es signo de su Misterio. A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que «en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente» (Col 2, 9). Su humanidad aparece así como el «sacramento», es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora.

  • n. 555: Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de Pedro.
Muestra también que para «entrar en su gloria» (Lucas 24, 26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lucas 24, 27). La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf. Isaías 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: «Tota Trinitas apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara» («Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa») (Santo Tomás, s. th. 3, 45, 4, ad 2).
En el monte te transfiguraste, Cristo Dios, y tus discípulos contemplaron tu gloria, en cuanto podían comprenderla. Así, cuando te viesen crucificado, entenderían que padecías libremente y anunciarían al mundo que tú eres en verdad el resplandor del Padre (Liturgia bizantina, Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración).

  • n. 598: Todos los pecadores fueron los autores de la pasión de Cristo. La Iglesia, en el
magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos no ha olvidado jamás que «los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor» (Catech. R. 1, 5, 11; cf. Hebreos 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mateo 25, 45; Hechos 9, 4  - 5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos, con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:
Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal «crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia» (Hebreos 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del apóstol, «de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria» (1 Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos criminales (Catech. R. 1, 5, 11).
Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados (S. Francisco de Asís, admon. 5, 3).
- n. 1851: En la Pasión, la misericordia de Cristo vence al pecado. En ella, es donde éste manifiesta mejor su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo, debilidad de Pilato y crueldad de los soldados, traición de Judas tan dura a Jesús, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo, en la hora misma de las tinieblas y del príncipe de este mundo (Cf Jn 14, 30), el sacrificio de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable el perdón de nuestros pecados.

n. 609: Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre. Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, «los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1) porque «nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hebreos 2, 10. 17 - 18; Hb 4, 15; Hb 5, 7 - 9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: «Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente» (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando El mismo se encamina hacia la muerte (cf. Juan 18, 4 - 6; Mateo 26, 53).

n. 964: LA MATERNIDAD DE MARIA RESPECTO DE LA IGLESIA. Totalmente unida a su Hijo... El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. «Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte» (Lumen Gentium 57). Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión:
La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo ö y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26-27) (Lumen Gentium 58).

n. 1402: LA EUCARISTIA, «PIGNUS FUTURAE GLORIAE». En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: «O sacrum convivium in quo Christus sumitur. Recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur» («¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!»). Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados «de gracia y bendición» (MR, Canon Romano 96: "Supplices te rogamus"), la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.




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