sábado, 8 de agosto de 2020

Señor, sálvame: por Santiago Agrelo

Porque eres una comunidad creyente, dices: “Piensa, Señor, en tu alianza”; porque eres una comunidad necesitada, dices: “Señor, no olvides sin remedio la vida de tus pobres”. De tu fe y de tu pobreza han nacido las palabras de tu oración: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.

Pedimos para nosotros lo que entendimos concedido al profeta Elías en el monte de Dios. Elías, un vencido que, agotada la esperanza, pide a su Dios el descanso de la muerte, es figura que representa y anticipa la soledad de todo creyente, vencido en la lucha por Dios, probado en la ausencia de Dios.

Puede que el profeta esperase el paso de Dios en el viento huracanado, que agrieta montes y rompe peñascos, puede que lo esperase en el terremoto que todo lo sacude con su fuerza, puede que lo esperase en el fuego que todo lo devora, pues suele el abatido y abandonado entender y desear la cercanía de Dios como manifestación inapelable de su poder absoluto; pero el Señor no se agitaba en el viento, no destruía en el terremoto, no devastaba en el fuego. El Señor se acercó suave como un susurro, tenue como una brisa, y así mostró a Elías el rostro de la misericordia, la luz de la salvación.

Al escuchar la narración del evangelio, la misericordia y la salvación de Dios que habíamos pedido, se nos mostraron como cercanía de Jesús a sus discípulos. Considera la situación: El viento contrario, la barca sacudida por las olas y lejos de tierra, la oscuridad de la hora, el miedo a lo desconocido. Considera luego la oración; nosotros dijimos: “Muéstranos tu misericordia y danos tu salvación”; los discípulos “se asustaron y gritaron de miedo”. Considera finalmente la respuesta a la oración, respuesta que, para ellos y para nosotros, llega “en seguida”: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”

El corazón intuye que aquella travesía penosa del lago en noche de viento contrario era figura lejana de cuanto aquellos discípulos, y Pedro en modo particular, habían de vivir cuando Jesús, en los días de su pasión “subió al monte a solas para orar”, y “llegada la noche, estaba allí solo”. Entonces la barca, la comunidad de los que siguen a Jesús, será sacudida como nunca antes lo había sido y nunca después lo será, y Pedro, vencido por el miedo, empezará a hundirse y gritará su oración de lágrimas amargas: “Señor, sálvame”. Para los discípulos y para Pedro la respuesta de Dios llegará “en seguida”, cuando Cristo resucitado suba de nuevo a la barca.

Nosotros, como Elías, como Pedro, como los discípulos, pedimos a Dios su misericordia y su salvación, y Dios nos muestra a su Hijo, a Jesús que sube a la barca, a Cristo resucitado. En Cristo resucitado, Dios anuncia a su pueblo la paz; en Cristo Jesús, la salvación está tan cerca de nosotros que la podemos comulgar; en Cristo Jesús, Dios ilumina con su gloria nuestra tierra.

Puedes recordar, si quieres, el día de la resurrección: “Al anochecer de aquel día… estaban los discípulos en una casa con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. Jesús entró, se puso en medio y les dijo: _Paz a vosotros”; puedes recordar aquella noche de fantasmas y viento en el lago, y las palabras de Jesús: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”; puedes recordar la inmensa alegría de los discípulos cuando vieron al Señor resucitado; puedes recordar su confesión en la barca, cuando postrados ante Jesús, lo reconocen como Hijo de Dios.

Recuerda lo que otros vivieron en su encuentro con el Señor, recuerda la historia de salvación en la que tú has entrado por gracia, y sabrás lo que hoy vives en la asamblea eucarística de tu día de Cristo resucitado.

Feliz domingo.

domingo, 2 de agosto de 2020

Ver, compadecerse, curar: por Santiago Agrelo

Nuestra celebración comienza con una súplica que es memoria de la Pascua, memoria de una liberación, certeza de la cercanía de Dios a los hijos de su pueblo: “Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme; que tú eres mi auxilio y mi liberación.

Somos un pueblo que guarda memoria de los hechos de Dios, una comunidad que experimenta la propia necesidad, y que ora animada por lo que recuerda y apremiada por lo que necesita.

Hay diversas maneras de expresar la propia fe y la propia necesidad: “La gente lo siguió por tierra desde los pueblos”. Aquellas gentes siguen a Jesús porque recuerdan sus hechos; lo siguen porque necesitan de él; y ese ‘seguir a Jesús’ es la forma que ellos tienen de ‘pedir a Jesús’. Es ésta una oración que lleva dentro la verdad de la vida, sus preocupaciones, sus amarguras, sus dolores, sus enfermedades; esa oración es un grito sin palabras, una pobreza a la vista, una pregunta clamorosa al silencio de Dios; esa oración no se escucha, se ve; por eso el evangelio dice: “Vio Jesús el gentío”, y tú, al oír esas palabras, entendiste que Jesús acogió la pregunta, vio la pobreza, escuchó el grito, “sintió compasión y curó a los enfermos”.

La secuencia evangélica: “vio, sintió compasión, curó”, evoca la secuencia pascual: “He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos, y he bajado a librarlos… a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”; y trae también a la memoria aquella otra palabra del Señor: “Yo os he visitado y he visto cómo os maltratan… y he decidido sacaros de la tribulación”.

Ahora, aunque es Jesús quien ve, quien siente compasión y cura, nosotros reconocemos que en Jesús es Dios quien ve, quien oye, quien se fija en el sufrimiento de los pobres y se acerca a ellos para librarlos; en Jesús es Dios quien visita a su pueblo y lo saca de la tribulación.

Encontrando a Jesús, los pobres están viviendo una pascua nueva. El pan multiplicado hoy evoca el pan del desierto. Escucha la palabra del Señor, y la reconocerás cumplida en la Eucaristía que celebras: “Oíd, sedientos; acudid por agua también los que no tenéis dinero; venid, comprad trigo; comed sin pagar, vino y leche de balde”.

Esa sorprendente y admirable Pascua que los pobres vivieron con Jesús en las orillas del mar de Galilea era figura de la Pascua que vivimos en Cristo los que hemos creído y hemos sido bautizados en su nombre. En esta Pascua nuestra, Dios nos vio por los ojos de Cristo, nos amó con el corazón de Cristo, nos curó con las manos de Cristo. En esta Pascua nuestra, Dios ha querido ser nuestro auxilio y nuestra liberación, Dios clemente y misericordioso, bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas, Dios con nosotros, Dios que salva.

Hoy, en la Eucaristía, somos nosotros los que buscamos a Cristo y los que encontramos en Cristo la libertad que Dios da. Aquellas palabras del evangelio: “Vio Jesús el gentío, sintió compasión, curó a los enfermos”, describen lo que vivimos en nuestra celebración; también aquí es verdadera la multiplicación del pan de Dios para los hijos de la Iglesia.

Sólo me queda recordar, Iglesia amada de Dios, que eres cuerpo de Cristo, presencia viva del Señor Jesús en el mundo, y que Dios, por tus ojos, continúa fijándose en el dolor de los oprimidos, continúa sintiendo con tu corazón compasión por los afligidos, curando con tus manos a los enfermos y multiplicando con tu trabajo el pan para los hambrientos. Que en ti, como en Jesús, todos puedan reconocer la presencia de Dios, clemente y misericordioso.

Feliz domingo.
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