sábado, 31 de octubre de 2020

Vemos en esperanza nuestra gloria: por Santiago Agrelo

Lo escribió Juan, el vidente de Patmos; lo escribió para una Iglesia sumida en la oscuridad de la prueba, verdadera noche sobrevenida a los fieles ante la demora en el retorno del Señor y la experiencia amarga de la persecución sufrida y de la muerte. Los ojos del vidente fueron para aquella Iglesia los de un testigo del futuro: “Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar… vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”.

La de hoy es una fiesta para la contemplación, para “ver” la obra de Dios en los hombres, la muchedumbre inmensa de los redimidos, la gloria del cielo.

Hoy, a la luz de la fe, contemplamos el futuro de la Iglesia: la bienaventuranza de los Santos es la nuestra en esperanza.

Hoy la voz de la Iglesia que aún peregrina en la tierra se une en un solo cántico de alabanza a la voz de la Iglesia que ya goza de Dios en el cielo: “¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!”

De Dios y del Cordero son la gracia y la misericordia, la justicia y la santidad, la paz, la dicha y la gloria.

Ya sabes de dónde viene la luz que hace blancos los vestidos.

Pero, ¿quiénes son ésos que has visto iluminados por la salvación? “Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero”.

Estos son los que vienen de la noche en la que tú peregrinas; estos fueron Iglesia de los caminos antes de ser Iglesia del cielo; estos fueron y son hijos de la noche e hijos de Dios, pobres a los que Dios regala su Reino, pequeños a los que Dios consuela, pecadores a los que Dios perdona, leprosos a los que Dios limpia, hambrientos saciados de justicia y de misericordia, operadores de paz reconocidos como nacidos de Dios.

Para esta Iglesia que conoce de cerca la noche de su pasión, la impotencia frente a la injusticia, el grito de los pobres, la fatiga de buscar un pan que llevar a la mesa del hambriento, para esta Iglesia que da la vida por poner dignidad, humanidad, respeto y justicia en la vida de los humillados, para ella son las palabras de su Señor, del que es su salvación: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”.

A él, a Cristo, han ido los que hoy contemplas como multitud en la gloria del cielo.

A él, a Cristo, vamos en la eucaristía los que hoy celebramos la salvación que en Cristo se nos ha dado.

A él vamos, en él descansamos, para volver a llevar pan a las mesas y dignidad a las vidas.

Feliz día de Todos los Santos, Iglesia peregrina.

Feliz contemplación de lo que tu Señor prepara para ti, para tus pobres.

Feliz encuentro con Cristo, feliz descanso en Cristo

miércoles, 28 de octubre de 2020

Como niños en los brazos de Dios: por Santiago Agrelo

 En la liturgia de este domingo, las palabras de la profecía suenan a maldición sobre un determinado modo de ejercer el sacerdocio.

El profeta enumera alguna de las cosas que desagradan al Señor hasta el punto de maldecir la bendición de los sacerdotes. Éstos se apartaron del camino del Señor, es decir, hicieron acepción de personas al aplicar la ley, y de ahí se siguió que muchos tropezaran en ella; invalidaron la alianza, haciendo posible que el hombre despojase a su prójimo.

A la profecía le hace eco el evangelio.

Ahora el que acusa es Jesús, y los señalados son escribas y fariseos, que se sentaron en la cátedra de Moisés como maestros del pueblo de Israel.

Éstos son los abusos que Jesús señala: “No hacen lo que dicen”; “lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”.

Y esos mismos, que nada se preocupan de los demás, andan desordenadamente preocupados de sí mismos: “Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. De ahí que exhiban su religiosidad y busquen primeros puestos y asientos de honor, que les hagan reverencias y se les llame maestros.

Hoy, Iglesia cuerpo de Cristo, no se leen esos textos como inútil acusación a muertos, sino como saludable amonestación a quienes ahora estamos escuchando.

Supongo que, en nuestra celebración dominical, nos sentiremos particularmente interpelados los obispos, los presbíteros, los religiosos, todos aquellos que en la Iglesia, por nuestro ministerio, nos hemos sentado de alguna manera en la cátedra de Jesús. Pero harían mal los demás fieles si pensasen que no les concierne lo que aquí han escuchado, pues a todos se dirige la palabra de Dios y para todos es ejemplo Cristo Jesús: en él nos fijamos, de él aprendemos, con él comulgamos.

Escucha, Iglesia cuerpo de Cristo, lo que de sí mismo dice el Apóstol: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Deseábamos entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas”.

Y añadió, como quien da una explicación: “Porque os habíais ganado nuestro amor”.

Ahora fíjate en Cristo Jesús: nos dio el evangelio, nos dio su vida, nos dio su propia persona, se nos hizo madre, y no porque lo hubiésemos ganado con nuestro amor, sino porque asombrosamente, sencillamente, hermosamente, él nos amó.

Fíjate y escoge con quien deseas comulgar: con el que despoja a su prójimo, con los que dicen y no hacen, con los que lían fardos y se los cargan a los demás, con los que sólo se buscan a sí mismos, o con el que se abaja por todos, con el que se humilla por todos, con el que se entrega por todos.

Aquí comulgamos con el que se entrega.

Unida a él, pues eres su cuerpo, acallas y moderas tus deseos como un niño en brazos de su madre: como un niño en los brazos de Dios.

Feliz domingo.

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