Ø Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (2018). El
signo del pan. Durante la procesión y en la adoración, contemplamos la Hostia
consagrada, la forma más simple de pan y de alimento, hecho sólo con un poco de
harina y agua.
v
Cfr. Benedicto XVI, Homilía, durante la
Celebración Eucarística en la solemnidad del Corpus Christi.
Jueves 15 de junio de 2006.
Año B – Éxodo 24, 3-8; Hebreos 9, 11-15;
Marcos 14, 12-16.22-26
1. El acontecimiento central de la historia del mundo y de nuestra vida
personal.
v
Jesús como signo de su presencia escogió los
signos del pan y del vino.
o
Durante la procesión y en la adoración,
contemplamos la Hostia consagrada, la forma más simple de pan y de alimento,
hecho sólo con un poco de harina y agua.
En la víspera de su Pasión, durante la Cena pascual, el
Señor tomó el pan en sus manos —como acabamos de escuchar en el Evangelio— y,
después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio
diciendo: "Tomad, este es mi cuerpo". Después tomó el cáliz, dio
gracias, se lo dio y todos bebieron de él. Y dijo: "Esta es mi sangre de
la alianza, que es derramada por muchos" (Mc 14, 22-24). Toda
la historia de Dios con los hombres se resume en estas palabras. No sólo
recuerdan e interpretan el pasado, sino que también anticipan el futuro, la
venida del reino de Dios al mundo. Jesús no sólo pronuncia palabras. Lo que
dice es un acontecimiento, el acontecimiento central de la historia del mundo y
de nuestra vida personal.
Estas palabras son inagotables. En este momento quisiera
meditar con vosotros sólo en un aspecto. Jesús, como signo de su presencia,
escogió pan y vino. Con cada uno de estos dos signos se entrega totalmente, no
sólo una parte de sí mismo. El Resucitado no está dividido. Él es una persona
que, a través de los signos, se acerca y se une a nosotros.
Ahora bien, cada uno de los signos representa, a su modo,
un aspecto particular de su misterio y, con su manera típica de manifestarse,
nos quieren hablar para que aprendamos a comprender algo más del misterio de
Jesucristo. Durante la procesión y en la adoración, contemplamos la Hostia
consagrada, la forma más simple de pan y de alimento, hecho sólo con un poco de
harina y agua.
Así se ofrece como el alimento de los pobres, a los que el
Señor destinó en primer lugar su cercanía.
2. El signo del pan
v
Fruto de la tierra (don del Creador) y del trabajo del hombre.
Fruto de la tierra y a la vez del cielo. Concurren el cielo y la tierra, así
como la actividad y el espíritu del hombre.
La oración con la que la Iglesia, durante la liturgia de la
misa, entrega este pan al Señor lo presenta como fruto de la tierra y del
trabajo del hombre. En él queda recogido el esfuerzo humano, el trabajo
cotidiano de quien cultiva la tierra, de quien siembra, cosecha y finalmente
prepara el pan. Sin embargo, el pan no es sólo producto nuestro, algo hecho por
nosotros; es fruto de la tierra y, por tanto, también don, pues el hecho de que
la tierra dé fruto no es mérito nuestro; sólo el Creador podía darle la
fertilidad.
Ahora podemos también ampliar un poco más esta oración de
la Iglesia, diciendo: el pan es fruto de la tierra y a la vez del cielo.
Presupone la sinergia de las fuerzas de la tierra y de los dones de lo alto, es
decir, del sol y de la lluvia. Tampoco podemos producir nosotros el agua, que
necesitamos para preparar el pan. En un período en el que se habla de la
desertización y en el que se sigue denunciando el peligro de que los hombres y
los animales mueran de sed en las regiones que carecen de agua, somos cada vez
más conscientes de la grandeza del don del agua y de que no podemos
proporcionárnoslo por nosotros mismos.
Entonces, al contemplar más de cerca este pequeño trozo de
Hostia blanca, este pan de los pobres, se nos presenta como una síntesis de la
creación. Concurren el cielo y la tierra, así como la actividad y el espíritu
del hombre. La sinergia de las fuerzas que hace posible en nuestro pobre
planeta el misterio de la vida y la existencia del hombre nos sale al paso en
toda su maravillosa grandeza. De este modo, comenzamos a comprender por qué el
Señor escoge este trozo de pan como su signo. La creación con todos sus dones
aspira, más allá de sí misma, hacia algo todavía más grande. Más allá de la
síntesis de las propias fuerzas, y más allá de la síntesis de la naturaleza y
el espíritu que en cierto modo experimentamos en ese trozo de pan, la creación
está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la
unificación con el Creador mismo.
v
El pan, hecho de granos molidos, encierra el misterio
de la Pasión. La harina, el grano molido, implica que el grano ha muerto y
resucitado.
o
Sólo a través de la muerte llega la nueva vida.
Un Dios que muere nos lleva a la vida. Esto ha sucedido en Cristo.
Pero todavía no hemos explicado plenamente el mensaje de
este signo del pan. El Señor hizo referencia a su misterio más profundo en el
domingo de Ramos, cuando le presentaron la petición de unos griegos que querían
encontrarse con él. En su respuesta a esa pregunta, se encuentra la frase:
"En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,
24). El pan, hecho de granos molidos, encierra el misterio de la
Pasión. La harina, el grano molido, implica que el grano ha muerto y resucitado.
Al ser molido y cocido manifiesta una vez más el misterio mismo de
la Pasión. Sólo a través de la muerte llega la resurrección, el fruto y
la nueva vida.
Las culturas del Mediterráneo, en los siglos anteriores a
Cristo, habían intuido profundamente este misterio. Basándose en la experiencia
de este morir y resucitar, concibieron mitos de divinidades que, muriendo y
resucitando, daban nueva vida. El ciclo de la naturaleza les parecía como una
promesa divina en medio de las tinieblas del sufrimiento y de la muerte que se
nos imponen. En estos mitos, el alma de los hombres, en cierto modo, se
orientaba hacia el Dios que se hizo hombre, se humilló hasta la muerte en la
cruz y así abrió para todos nosotros la puerta de la vida.
En el pan y en su devenir los hombres descubrieron una
especie de expectativa de la naturaleza, una especie de promesa de la
naturaleza de que tendría que existir un Dios que muere y así nos lleva a la
vida. Lo que en los mitos era una expectativa y lo que el mismo grano esconde
como signo de la esperanza de la creación, ha sucedido realmente en Cristo. A
través de su sufrimiento y de su muerte voluntaria, se convirtió en pan para
todos nosotros y, de este modo, en esperanza viva y creíble: nos acompaña
en todos nuestros sufrimientos hasta la muerte. Los caminos que recorre con
nosotros, y a través de los cuales nos conduce a la vida, son caminos de
esperanza.
3. Al contemplar la Hostia consagrada reconocemos la grandeza del don y
también la pasión, la cruz de Jesús y su resurrección.
Cuando, en adoración, contemplamos la Hostia consagrada,
nos habla el signo de la creación. Entonces reconocemos la grandeza de su don;
pero reconocemos también la pasión, la cruz de Jesús y su resurrección.
Mediante esta contemplación en adoración, él nos atrae hacia sí, nos hace
penetrar en su misterio, por medio del cual quiere transformarnos, como
transformó la Hostia.
4. El pan, hecho de muchos granos de trigo se hizo uno. Nosotros mismos,
que somos muchos, debemos llegar a ser un solo pan, un solo cuerpo.
La Iglesia primitiva también encontró en el pan otro
simbolismo. La "Doctrina de los Doce Apóstoles", un libro escrito en
torno al año 100, refiere en sus oraciones la afirmación: "Como este
fragmento de pan estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo uno, así
sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino" (IX,
4: Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1993, p. 86). El pan,
hecho de muchos granos de trigo, encierra también un acontecimiento de
unión: el proceso por el cual muchos granos molidos se convierten en pan
es un proceso de unificación. Como nos dice san Pablo (cf. 1 Co 10,
17), nosotros mismos, que somos muchos, debemos llegar a ser un solo pan, un
solo cuerpo. Así, el signo del pan se convierte a la vez en esperanza
y tarea.
5. El vino expresa la exquisitez de la creación: la fiesta de alegría
que Dios quiere ofrecernos al final de los tiempos y que ya ahora anticipa una
vez más como indicio mediante este
signo.
De modo semejante nos habla también el signo del vino.
Ahora bien, mientras el pan hace referencia a la vida diaria, a la sencillez y
a la peregrinación, el vino expresa la exquisitez de la creación: la
fiesta de alegría que Dios quiere ofrecernos al final de los tiempos y que ya
ahora anticipa una vez más como indicio mediante este signo. Pero el vino habla
también de la Pasión: la vid debe podarse muchas veces para que sea
purificada; la uva tiene que madurar con el sol y la lluvia, y tiene que ser
pisada: sólo a través de esta pasión se produce
un vino de calidad.
6. En la fiesta del Corpus Christi
contemplamos sobre todo el signo del pan.
v
La Hostia es nuestro maná; con él el Señor nos
alimenta; es verdaderamente el pan del cielo, con el que él se entrega a sí
mismo.
o
En la procesión, seguimos este signo y así lo
seguimos a él mismo.
§ Guíanos
por los caminos de nuestra historia. Sigue mostrando a la Iglesia y a sus
pastores el camino recto.
Haznos comprender que nuestra vida sólo puede madurar y alcanzar su
auténtica realización mediante la participación en tu pasión, mediante el
"sí" a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que tú nos
impones.
En la fiesta del Corpus Christi contemplamos
sobre todo el signo del pan. Nos recuerda también la peregrinación de Israel
durante los cuarenta años en el desierto. La Hostia es nuestro maná; con él el
Señor nos alimenta; es verdaderamente el pan del cielo, con el que él se
entrega a sí mismo. En la procesión, seguimos este signo y así lo seguimos a él
mismo. Y le pedimos: Guíanos por los caminos de nuestra historia. Sigue
mostrando a la Iglesia y a sus pastores el camino recto. Mira a la humanidad
que sufre, que vaga insegura entre tantos interrogantes. Mira el hambre física
y psíquica que la atormenta. Da a los hombres el pan para el cuerpo y para el
alma. Dales trabajo. Dales luz. Dales a ti mismo. Purifícanos y santifícanos a
todos. Haznos comprender que nuestra vida sólo puede madurar y alcanzar su
auténtica realización mediante la participación en tu pasión, mediante el
"sí" a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que tú nos
impones. Reúnenos desde todos los confines de la tierra. Une a tu Iglesia; une
a la humanidad herida. Danos tu salvación. Amén.
Vida Cristiana