sábado, 2 de junio de 2018

Un arco iris de paz: por Santiago Agrelo


San Marcos lo describió así: “Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: _Tomad, esto es mi cuerpo”. Y luego añadió: “Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: _Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos”.
Te puede parecer, Iglesia reunida para esta comida sagrada, que las palabras del evangelista describen lo que Jesús hizo en la última cena con sus discípulos; pero en realidad te está poniendo delante de los ojos la vida entera de Jesús, todo lo que había hecho antes de aquella cena, y lo que iba a consumar después de ella.
Antes de aquella cena, Jesús ha partido y repartido su vida entre los hombres anunciando el Reinado de Dios, curando enfermos, liberando poseídos, perdonando pecados, haciendo el bien.
Después de aquella cena, Jesús partirá y repartirá su vida entregándola por todos en los brazos abiertos de una cruz.
El pan y el vino de la última cena nos ayudan a entrar en el misterio de lo que fue la vida de Jesús: un pan repartido; el sello para una alianza nueva entre Dios y su pueblo; una vida entregada por todos para que todos pudiesen vivir.
Pero también es verdad que la vida y la muerte de Jesús ayudan a comprender el significado de aquel pan entregado a los discípulos en la última cena y de aquella copa de la que todos bebieron; y también ayudan a comprender el significado del pan y del vino de nuestra Eucaristía. De aquel pan, de nuestro pan, se dice: “Esto es mi cuerpo”; de aquella copa, de nuestra copa, se dice: “ésta es mi sangre de la alianza”.
Cuando tomamos el pan y, pronunciando la bendición, lo partimos y lo comemos, la fe nos dice que Cristo no nos está devolviendo nuestro pan, sino que se nos está entregando él mismo. Y cuando bebemos de la copa de la alianza, la fe nos dice que Cristo nos está entregando, no nuestro vino, sino la Sangre con la que selló la nueva y terna alianza entre Dios y nosotros.
Cristo, su entrega, su sacrificio, su amor, él en persona es la verdad de la Eucaristía. Celebrar la Eucaristía es como colgar en el cielo un arco iris de paz entre Dios y los hombres. El Padre y la Iglesia miran el arco en las nueves, miran  a Cristo Jesús, y recuerdan el amor que los ha unido en eterna alianza.
Eucaristía: ¡Arco iris de paz en el cielo de la fe!





miércoles, 30 de mayo de 2018

Benedicto XVI, Homilía, durante la Celebración Eucarística en la solemnidad del Corpus Christi. Jueves 15 de junio de 2006.




Ø Solemnidad  del Cuerpo y la Sangre de Cristo (2018). El signo del pan. Durante la procesión y en la adoración, contemplamos la Hostia consagrada, la forma más simple de pan y de alimento, hecho sólo con un poco de harina y agua.


v  Cfr. Benedicto XVI, Homilía, durante la Celebración Eucarística en la solemnidad del Corpus Christi.

                  Jueves 15 de junio de 2006.
                  Año B – Éxodo 24, 3-8; Hebreos 9, 11-15; Marcos 14, 12-16.22-26  

1. El acontecimiento central de la historia del mundo y de nuestra vida personal.

v  Jesús como signo de su presencia escogió los signos del pan y del vino.

o   Durante la procesión y en la adoración, contemplamos la Hostia consagrada, la forma más simple de pan y de alimento, hecho sólo con un poco de harina y agua.

En la víspera de su Pasión, durante la Cena pascual, el Señor tomó el pan en sus manos —como acabamos de escuchar en el Evangelio— y, después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: "Tomad, este es mi cuerpo". Después tomó el cáliz, dio gracias, se lo dio y todos bebieron de él. Y dijo: "Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos" (Mc 14, 22-24). Toda la historia de Dios con los hombres se resume en estas palabras. No sólo recuerdan e interpretan el pasado, sino que también anticipan el futuro, la venida del reino de Dios al mundo. Jesús no sólo pronuncia palabras. Lo que dice es un acontecimiento, el acontecimiento central de la historia del mundo y de nuestra vida personal. 
Estas palabras son inagotables. En este momento quisiera meditar con vosotros sólo en un aspecto. Jesús, como signo de su presencia, escogió pan y vino. Con cada uno de estos dos signos se entrega totalmente, no sólo una parte de sí mismo. El Resucitado no está dividido. Él es una persona que, a través de los signos, se acerca y se une a nosotros. 
Ahora bien, cada uno de los signos representa, a su modo, un aspecto particular de su misterio y, con su manera típica de manifestarse, nos quieren hablar para que aprendamos a comprender algo más del misterio de Jesucristo. Durante la procesión y en la adoración, contemplamos la Hostia consagrada, la forma más simple de pan y de alimento, hecho sólo con un poco de harina y agua.
Así se ofrece como el alimento de los pobres, a los que el Señor destinó en primer lugar su cercanía.  

2. El signo del pan [1]


v  Fruto de la tierra  (don del Creador) y del trabajo del hombre. Fruto de la tierra y a la vez del cielo. Concurren el cielo y la tierra, así como la actividad y el espíritu del hombre.

La oración con la que la Iglesia, durante la liturgia de la misa, entrega este pan al Señor lo presenta como fruto de la tierra y del trabajo del hombre. En él queda recogido el esfuerzo humano, el trabajo cotidiano de quien cultiva la tierra, de quien siembra, cosecha y finalmente prepara el pan. Sin embargo, el pan no es sólo producto nuestro, algo hecho por nosotros; es fruto de la tierra y, por tanto, también don, pues el hecho de que la tierra dé fruto no es mérito nuestro; sólo el Creador podía darle la fertilidad. 
Ahora podemos también ampliar un poco más esta oración de la Iglesia, diciendo: el pan es fruto de la tierra y a la vez del cielo. Presupone la sinergia de las fuerzas de la tierra y de los dones de lo alto, es decir, del sol y de la lluvia. Tampoco podemos producir nosotros el agua, que necesitamos para preparar el pan. En un período en el que se habla de la desertización y en el que se sigue denunciando el peligro de que los hombres y los animales mueran de sed en las regiones que carecen de agua, somos cada vez más conscientes de la grandeza del don del agua y de que no podemos proporcionárnoslo por nosotros mismos. 
Entonces, al contemplar más de cerca este pequeño trozo de Hostia blanca, este pan de los pobres, se nos presenta como una síntesis de la creación. Concurren el cielo y la tierra, así como la actividad y el espíritu del hombre. La sinergia de las fuerzas que hace posible en nuestro pobre planeta el misterio de la vida y la existencia del hombre nos sale al paso en toda su maravillosa grandeza. De este modo, comenzamos a comprender por qué el Señor escoge este trozo de pan como su signo. La creación con todos sus dones aspira, más allá de sí misma, hacia algo todavía más grande. Más allá de la síntesis de las propias fuerzas, y más allá de la síntesis de la naturaleza y el espíritu que en cierto modo experimentamos en ese trozo de pan, la creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo.

v  El pan, hecho de granos molidos, encierra el misterio de la Pasión. La harina, el grano molido, implica que el grano ha muerto y resucitado.

o   Sólo a través de la muerte llega la nueva vida. Un Dios que muere nos lleva a la vida. Esto ha sucedido en Cristo.

Pero todavía no hemos explicado plenamente el mensaje de este signo del pan. El Señor hizo referencia a su misterio más profundo en el domingo de Ramos, cuando le presentaron la petición de unos griegos que querían encontrarse con él. En su respuesta a esa pregunta, se encuentra la frase: "En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12, 24). El pan, hecho de granos  molidos,  encierra el misterio de la Pasión. La harina, el grano molido, implica que el grano ha muerto y resucitado. Al ser molido y cocido manifiesta  una  vez más el misterio mismo de  la Pasión. Sólo a través de la muerte llega la resurrección, el fruto y la nueva vida. 
Las culturas del Mediterráneo, en los siglos anteriores a Cristo, habían intuido profundamente este misterio. Basándose en la experiencia de este morir y resucitar, concibieron mitos de divinidades que, muriendo y resucitando, daban nueva vida. El ciclo de la naturaleza les parecía como una promesa divina en medio de las tinieblas del sufrimiento y de la muerte que se nos imponen. En estos mitos, el alma de los hombres, en cierto modo, se orientaba hacia el Dios que se hizo hombre, se humilló hasta la muerte en la cruz y así abrió para todos nosotros la puerta de la vida. 
En el pan y en su devenir los hombres descubrieron una especie de expectativa de la naturaleza, una especie de promesa de la naturaleza de que tendría que existir un Dios que muere y así nos lleva a la vida. Lo que en los mitos era una expectativa y lo que el mismo grano esconde como signo de la esperanza de la creación, ha sucedido realmente en Cristo. A través de su sufrimiento y de su muerte voluntaria, se convirtió en pan para todos nosotros y, de este modo, en esperanza viva y creíble:  nos acompaña en todos nuestros sufrimientos hasta la muerte. Los caminos que recorre con nosotros, y a través de los cuales nos conduce a la vida, son caminos de esperanza. 

3. Al contemplar la Hostia consagrada reconocemos la grandeza del don y también la pasión, la cruz de Jesús y su resurrección.  

Cuando, en adoración, contemplamos la Hostia consagrada, nos habla el signo de la creación. Entonces reconocemos la grandeza de su don; pero reconocemos también la pasión, la cruz de Jesús y su resurrección. Mediante esta contemplación en adoración, él nos atrae hacia sí, nos hace penetrar en su misterio, por medio del cual quiere transformarnos, como transformó la Hostia. 

4. El pan, hecho de muchos granos de trigo se hizo uno. Nosotros mismos, que somos muchos, debemos llegar a ser un solo pan, un solo cuerpo.

La Iglesia primitiva también encontró en el pan otro simbolismo. La "Doctrina de los Doce Apóstoles", un libro escrito en torno al año 100, refiere en sus oraciones la afirmación: "Como este fragmento de pan estaba disperso sobre los montes y reunido se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino" (IX, 4:  Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1993, p. 86). El pan, hecho de muchos granos de trigo,  encierra también un acontecimiento de unión: el proceso por el cual muchos granos molidos se convierten en pan es un proceso de unificación. Como nos dice san Pablo (cf. 1 Co 10, 17), nosotros mismos, que somos muchos, debemos llegar a ser un solo pan, un solo cuerpo. Así, el signo del pan se convierte a la vez en esperanza y tarea.

5. El vino expresa la exquisitez de la creación: la fiesta de alegría que Dios quiere ofrecernos al final de los tiempos y que ya ahora anticipa una vez más como     indicio mediante este signo.

De modo semejante nos habla también el signo del vino. Ahora bien, mientras el pan hace referencia a la vida diaria, a la sencillez y a la peregrinación, el vino expresa la exquisitez de la creación: la fiesta de alegría que Dios quiere ofrecernos al final de los tiempos y que ya ahora anticipa una vez más como indicio mediante este signo. Pero el vino habla también de la Pasión:  la vid debe podarse muchas veces para que sea purificada; la uva tiene que madurar con el sol y la lluvia, y tiene que ser pisada:  sólo a través de esta  pasión  se  produce  un vino de calidad. 

6. En la fiesta del Corpus Christi contemplamos sobre todo el signo del pan.

v  La Hostia es nuestro maná; con él el Señor nos alimenta; es verdaderamente el pan del cielo, con el que él se entrega a sí mismo.

o   En la procesión, seguimos este signo y así lo seguimos a él mismo.

§  Guíanos por los caminos de nuestra historia. Sigue mostrando a la Iglesia y a sus pastores el camino recto.
Haznos comprender que nuestra vida sólo puede madurar y alcanzar su auténtica realización mediante la participación en tu pasión, mediante el "sí" a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que tú nos impones.
En la fiesta del Corpus Christi contemplamos sobre todo el signo del pan. Nos recuerda también la peregrinación de Israel durante los cuarenta años en el desierto. La Hostia es nuestro maná; con él el Señor nos alimenta; es verdaderamente el pan del cielo, con el que él se entrega a sí mismo. En la procesión, seguimos este signo y así lo seguimos a él mismo. Y le pedimos: Guíanos por los caminos de nuestra historia. Sigue mostrando a la Iglesia y a sus pastores el camino recto. Mira a la humanidad que sufre, que vaga insegura entre tantos interrogantes. Mira el hambre física y psíquica que la atormenta. Da a los hombres el pan para el cuerpo y para el alma. Dales trabajo. Dales luz. Dales a ti mismo. Purifícanos y santifícanos a todos. Haznos comprender que nuestra vida sólo puede madurar y alcanzar su auténtica realización mediante la participación en tu pasión, mediante el "sí" a la cruz, a la renuncia, a las purificaciones que tú nos impones. Reúnenos desde todos los confines de la tierra. Une a tu Iglesia; une a la humanidad herida. Danos tu salvación. Amén.


Vida Cristiana



[1] Cfr. Ordinario de la Misa, Liturgia Eucarística: “Bendito seas, Señor, Dios del universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos, él será para nosotros pan de vida”.

Homilia de Papa Francisco en la Solemnidad del Corpus Christi Jueves, 4 de junio de 2015





Ø Solemnidad  del Cuerpo y la Sangre de Cristo (2018). Homilía de Papa Francisco (2015). La Eucaristía, pan de vida ha llegado hasta nosotros. Para no disgregarnos ni disolvernos. Nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad, etc. Participando en la eucaristía y alimentándonos de ella, nos introducimos en un camino que no admite divisiones. Mientras caminemos por la calle, sintámonos en comunión con tantos hermanos y hermanas nuestros que no tienen la libertad de expresar su fe en el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos. Y no lo olvidemos: «para no disgregarnos, comed este vínculo de comunión, para no envilecernos, bebed el precio de vuestro rescate».


v  Cfr. Homilia de Papa Francisco en la Solemnidad del Corpus Christi

Jueves, 4 de junio de 2015


1.    La Eucaristía, Pan de vida ¡ha llegado hasta nosotros!.

v  Para no disgregarnos ni disolvernos.

o   Nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad, etc.

§  Participando en la eucaristía y alimentándonos de ella, nos introducimos en un camino que no admite divisiones.
            En la Última Cena, Jesús entrega su Cuerpo y su Sangre mediante el pan y el vino, para dejarnos el memorial de su sacrificio de amor infinito. Con este viático lleno de gracia, los discípulos tienen todo lo necesario para su camino a lo largo de la historia, para hacer extensivo a todos el Reino de Dios. Luz y fuerza será para ellos el don que Jesús ha hecho de sí mismo, inmolándose voluntariamente sobre la cruz. Y este Pan de vida ¡ha llegado hasta nosotros! Ante esta realidad nunca cesa el asombro de la Iglesia. Una maravilla que alimenta siempre la contemplación, la adoración, la memoria. Nos lo demuestra un texto muy bonito de la Liturgia de hoy, el Responsorio de la segunda lectura del Oficio de las Lecturas, que dice así: «Reconoced en este pan a Aquél que fue crucificado; y en el cáliz, la Sangre brotada de su costado. Tomad y comed el Cuerpo de Cristo, bebed su sangre: porque ahora son miembros de Cristo. Para no disgregarse, comed este vínculo de comunión; para no despreciarse, bebed el precio de su rescate».
Hay un riesgo, una amenaza... Nos preguntamos: ¿qué significa, hoy, disgregarse y disolverse?
            Nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando nos peleamos por ocupar los primeros puestos —los trepas—, cuando no tenemos valor para dar ejemplo de caridad, cuando no somos capaces de ofrecer esperanza. Así nos disgregamos. La eucaristía nos permite no disgregarnos, porque es vínculo de comunión, es cumplimiento de la Alianza, signo vivo del amor de Cristo que se humilló y se anonadó para que permaneciéramos unidos. Participando en la eucaristía y alimentándonos de ella, nos introducimos en un camino que no admite divisiones. Y Cristo presente en medio de nosotros, en el signo del pan y del vino, exige que la fuerza del amor supere toda herida, y al mismo tiempo que sea comunión con el pobre, apoyo para el débil, atención fraterna a cuántos luchan por sostener el peso de la vida diaria y están en peligro de perder la fe.

2.    Nos envilecemos y aguamos nuestra dignidad cristiana cuando nos dejamos
     llevar por las idolatrías de nuestro tiempo.

v  Jesús derramó su Sangre como precio y como baño sagrado que nos lava, para que fuéramos purificados de todos los pecados: para no envilecernos, miremos a Jesús, bebamos en su fuente.

o   Seremos su mano que socorre a los enfermos del cuerpo y del alma; seremos su corazón que ama a los necesitados de reconciliación, de misericordia y de comprensión.


¿Qué significa hoy para nosotros envilecernos, o sea aguar nuestra dignidad cristiana? Significa dejarnos llevar por las idolatrías de nuestro tiempo: la apariencia, el consumismo, el yo en el centro de todo; y también el ser competitivos, la arrogancia como actitud para vencer, no querer admitir nunca que nos hemos equivocado o que estamos necesitados. Todo esto nos envilece, nos hace cristianos mediocres, tibios, insípidos, paganos.
Jesús derramó su Sangre como precio y como baño sagrado que nos lava, para que fuéramos purificados de todos los pecados: para no envilecernos, miremos a Jesús, bebamos en su fuente, para ser preservados del riesgo de la corrupción. Y entonces experimentaremos la gracia de una trasformación: siempre seremos pobres pecadores, pero la Sangre de Cristo nos liberará de nuestros pecados y nos devolverá nuestra dignidad, nos liberará de la corrupción. Sin mérito nuestro, con sincera humildad, podremos llevar a los hermanos el amor de nuestro Señor y Salvador. Seremos sus ojos que van en busca de Zaqueo y de la Magdalena; seremos su mano que socorre a los enfermos del cuerpo y del alma; seremos su corazón que ama a los necesitados de reconciliación, de misericordia y de comprensión.
            De esta manera la Eucaristía actualiza la Alianza que nos santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable con Dios. Así aprendemos que la eucaristía no es un premio para los buenos sino la fuerza para los débiles y para los pecadores, el perdón, el viático que nos ayuda a andar, a caminar.

3.    Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos la alegría no solamente de celebrar este misterio, sino también de alabarlo y cantarlo por las calles de nuestra ciudad.

o   Nuestro reconocimiento por todo el camino que Dios nos ha hecho recorrer a través del desierto de nuestras miserias, para hacernos salir de la condición servil, alimentándonos con su Amor mediante el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.

§  Mientras caminemos por la calle, sintámonos en comunión con tantos hermanos y hermanas nuestros que no tienen la libertad de expresar su fe en el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos.
Y no lo olvidemos: «para no disgregarnos, comed este vínculo de comunión, para no envilecernos, bebed el precio de vuestro rescate».
Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos la alegría no solamente de celebrar este misterio, sino también de alabarlo y cantarlo por las calles de nuestra ciudad. Que la procesión que realizaremos al final de la Misa, exprese nuestro reconocimiento por todo el camino que Dios nos ha hecho recorrer a través del desierto de nuestras miserias, para hacernos salir de la condición servil, alimentándonos con su Amor mediante el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre.
Dentro de poco, mientras caminemos por la calle, sintámonos en comunión con tantos hermanos y hermanas nuestros que no tienen la libertad de expresar su fe en el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos: cantemos con ellos, alabemos con ellos, adoremos con ellos. Y veneremos en nuestro corazón a esos hermanos y hermanas a los que se les ha pedido el sacrificio de la vida por fidelidad a Cristo: su sangre, unida a la del Señor, sea prenda de paz y de reconciliación para el mundo entero. Y no lo olvidemos: «para no disgregarnos, comed este vínculo de comunión, para no envilecernos, bebed el precio de vuestro rescate».


Vida Cristiana


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