viernes, 28 de febrero de 2020

Cuaresma Domingo 1º, Año A (1 de marzo de 2020). Jesús es tentado: Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios ( Cfr. Catecismo n. 540).




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Ø Cuaresma Domingo 1º, Año A (1 de marzo de 2020). Jesús es tentado: Satanás le tienta tres
veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios ( Cfr. Catecismo n. 538).

v  Cfr. 1º Cuaresma Año A (2020).

                  Génesis  2, 7-9; 3,1-7; Romanos 5, 12-19; Mateo 4, 1-11
Génesis 2, 7-9; 3, 1-7: El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su  nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal. La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Señor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: -«¿Como es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?»  La mujer respondió a la serpiente:-«Podernos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: "No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte."» La serpiente replicó a la mujer: -«No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal.» La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable, porque daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió. Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.
Salmo responsorial . Sal 50, 3-4. 5-6a. 12-13. 14 y 17 (R.: cf. 3a) R. Misericordia, Señor:  hemos pecado. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R.  Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. R. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. R. Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. R.
Romanos 5, 12-19: [Si creció el pecado, más abundante fue la gracia].
12 Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. 13 Porque, aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pecado no se imputaba porque no había Ley. 14 A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir. 15 Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud. 16 Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en sentencia absolutoria. 17  Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo,, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación.  18 En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. 19 Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.
Mateo 4, 1-11: 1 En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado  por el diablo. 2 Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.  3 El tentador se le acercó y le dijo: -«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.» 4 Pero él le contestó, diciendo: «Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios."» 5 Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y 6 le dice: -«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras."» 7  Jesús le dijo: -«También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."» 8 Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, 9 le dijo:
-«Todo esto te daré, si te postras y me adoras.» 10 Entonces le dijo Jesús: -«Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."» 11 Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.

1. Jesús es tentado

v  Las tres tentaciones en general.

a)    Catecismo de la Iglesia Católica


CEC  538: Las Tentaciones de Jesús -  Los evangelios hablan de un tiempo de soledad de Jesús en el desierto inmediatamente después de su bautismo por Juan: «Impulsado por el Espíritu» al desierto, Jesús permanece allí sin comer durante cuarenta días; vive entre los animales y los ángeles le servían (Cf Mc 1, 12-13). Al final de este tiempo, Satanás le tienta tres veces tratando de poner a prueba su actitud filial hacia Dios. Jesús rechaza estos ataques que recapitulan las tentaciones de Adán en el Paraíso y las de Israel en el desierto, y el diablo se aleja de él «hasta el tiempo determinado» (Lc 4, 13).
CEC 539: Los evangelistas indican el sentido salvífico de este acontecimiento misterioso. ö Jesús es el nuevo Adán que permaneció fiel allí donde el primero sucumbió a la tentación. Jesús cumplió perfectamente la vocación de Israel: al contrario de los que anteriormente provocaron a Dios durante cuarenta años por el desierto (245). Cristo se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina. ö En esto Jesús es vencedor del diablo; él ha «atado al hombre fuerte» para despojarle de lo que se había apropiado (246). ö La victoria de Jesús en el desierto sobre el Tentador es un anticipo de la victoria de la Pasión, suprema obediencia de su amor filial al Padre.
CEC 394: ö La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama «homicida desde el principio» (Jn 8, 44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (Cf Mt 4, 1-11). ö «El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo» (1 Jn 3, 8). ö La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios.

b)   La finalidad fundamental de las tres tentaciones:

-          En la raíz, como hace notar el  CEC, Satanás, de un modo u otro, intentó «apartar a Jesús de la
misión recibida por el Padre», «trata de poner a prueba su actitud filial hacia Dios», pero Cristo «se revela como el Siervo de Dios totalmente obediente a la voluntad divina».
-          Tentación de los panes. Las criaturas tenemos que alimentarnos ..  La tentación es tener
solamente el horizonte en la vida fisiológica; esta tentación se vence con la adhesión a la Palabra de Dios. El hombre vive de pan, pero no sólo de pan material; también tiene necesidad del pan de la Palabra de Dios, alimento de nuestro espíritu. 
-          Tentación del templo. Un autor dice que Jesús rechaza la «pseudoreligión» por la cual en vez de
servir a Dios nos servimos de Él.  El diablo pide a Jesús que haga algo espectacular para que  Dios le socorra de un modo extraordinario: con la consecuencia  – en el fondo, en nuestro caso  – de servirnos de Dios o de crear un Dios a nuestra disposición; se trata del mesianismo fácil y espectacular por el que, dicho de otro modo, rechazamos, en nuestro camino de fe, el trabajo por el Reino de Dios, el encuentro con Dios en la vida normal cotidiana, las pruebas, las dificultades, las fatigas, etc.
-          La tentación en el monte. La idolatría. El diablo –presentándose como rey y señor del mundo –
le ofrece los reinos del mundo, y Jesús rechaza esa idolatría y declara el verdadero señorío de Dios:  -«Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto."». Cristo, durante su vida pública, multiplicará los panes, hará milagros, pero al leer el Evangelio descubrimos fácilmente, en numerosas ocasiones, que la finalidad de estas acciones era la gloria de Dios, y estaban hechas en perfecta adhesión a la voluntad de Dios Padre.

2. Los hombres somos tentados. Hoy ponemos especial atención en la idolatría.


v  a) La tentación de nuestros primeros padres: primera lectura

o   La serpiente

La serpiente es en el Oriente Antiguo símbolo de la juventud perenne, de la inmortalidad, de la fecundidad, debido sobre todo al fenómeno de su muda de piel.  Evoca, por tanto, la idolatría cananea, tan fascinante para los pueblos agrícolas y nómadas, que querían concretizar a Dios en algún dato experimental.  En una civilización agrícola y pastoril, los hijos, los partos de los rebaños y la fertilidad de los campos eran considerados casi como el semen de la divinidad difundido en la vida y en la tierra.  El tentador por excelencia es, por tanto, el ídolo.  Y el pecado consiste precisamente en ponerse a sí mismo en el puesto del Dios vivo y creador.  La serpiente es también, en el Oriente Antiguo, símbolo del caos: Tiamat, la divinidad negativa de las cosmogonías mesopotámicas, aparece representada como una serpiente gigantesca.  Además, tal como indica ya el v. 1 de nuestra narración, se considera también a la serpiente como signo de la sabiduría. (Gianfranco Ravasi, Guía espiritual del Antiguo Testamento, ... p. 88)

·         Era un símbolo de la sabiduría en la cultura antigua. El tentador (satanás o diablo) viene expresado aquí bajo la figura de serpiente.
·         La serpiente se representaba, por ejemplo, sobre el sombrero del faráon, para indicar su sabiduría. Y en la parte del Génesis que se ha leído hoy, es definido como «el más astuto de todos los animales». Un animal listo y astuto.
·         Nos ayuda a entender cómo la tentación crece en nuestro corazón como reptando, tal vez, incluso con razonamientos falsos y solapados ..... 
·         A veces el tentador hará una pregunta que sirve simplemente para iniciar el diálogo; una pregunta que servirá para – después – seducirnos. Y responder a esa pregunta (¿Cómo es que Dios os ha dicho: no comáis de ninguno de los árboles del jardín?), es ya una victoria a medias a favor del tentador.
·         El tentador sembrará la duda, es más, la sospecha: “De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses”: que es como decirles que Dios les ha engañado y que si comen serán como dioses, es decir, decidirán ellos lo que es el bien y el mal.
-          Poner a Dios en estado de sospecha es una de las más corrientes tentaciones en las que podemos caer actualmente: “El espíritu de las tinieblas (cfr Ef 6,12; Lc 22,53) es capaz de mostrar a Dios como enemigo de la propia criatura y, ante todo, como enemigo del hombre, como fuente de peligro y de amenaza para el hombre. De esta manera Satanás injerta en el ánimo del hombre el germen de la oposición a aquél que « desde el principio » debe ser considerado como enemigo del hombre y no como Padre. El hombre es retado a convertirse en el adversario de Dios”. (Dominum et vivificantem, 38). El diablo dice a la criatura: ¡atenta, que Dios te la está jugando, que no es tu padre sino tu enemigo!.
-          El diablo presenta a Dios como mentiroso y celoso de su propia sabiduría y potencia, que no quiere cedernos, o de las que no nos quiere hacer partícipes.

o   Ese pecado llevó a Adán y Eva a la desnudez: significado

·         “Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos” (Gen 3,7). La desnudez era un contravalor en el mundo cultural del Antiguo Testamento. Frecuentemente la desnudez se asociaba a la idea del fracaso que llevaba consigo la vergüenza; eran “desnudos” los esclavos, los pobres. De este modo, Adán y Eva descubrieron que eran pobres y tuvieron vergüenza; su sabiduría era falsa, habían fracasado.

      En el pasado se ha hecho hincapié en esta vergüenza para identificar el pecado «original» con una dimensión sexual.  Incluso recientemente ha habido algún exegeta que ha insistido en esta línea.  E. Testa comenta, de una manera mas bien fantástica: «Los ojos de Eva, maliciosos, se posan concupiscentes sobre la desnudez de Adán y los de Adán en Eva.  Desequilibrio físico, al que sigue el moral, interno.» Con mayor sobriedad, 0. Procksch escribe: «Una de las consecuencias del pecado es el descubrimiento del secreto del sexo en el sentido de vergüenza.»
Pero, como ya se dijo a propósito de 2,25, el símbolo de la «desnudez» (como, por lo demás, el análisis precedente sobre el pecado) tiene, dentro de la literatura bíblica, dimensiones más teológicas.  Mientras que el vestido es imagen de dignidad, despojarse o estar despojado de vestidos indica humillación, pobreza, miseria. «La desnudez se refiere de ordinario en el Antiguo Testamento - escribe el especialista J.A. Bailey - a la pérdida de la dignidad humana y social.» La desnudez representa ante todo la radicalidad humana en su situación existencial de criatura limitada.  Resulta ejemplar en este sentido la declaración de Job: «Desnudo salí del seno de mi madre, y desnudo allá volveré» (1,21). 0 la del Qohélet: «Salió desnudo del seno de su madre y se marchará lo mismo que vino» (Ecl 5,14).  El pecado consigue convertir en drama aquella limitación humana que antes, en cambio, había sido aceptada con serenidad. (Gianfranco Ravasi, Guía espiritual del Antiguo Testamento .... pp. 91-92)..

b)   Nosotros también somos tentados

o   Los pecados - obras de la carne – en S. Pablo. La idolatría.

- S. Pablo, en su carta a los Gálatas (5, 19-21) , incluye entre los pecados – que en ese texto denomina «obras de la carne» - a la idolatría: «Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios»(Cf Rm 1, 28-32; 1 Co 6, 9-10; Ef 5, 3-5; Col 3, 5-8; 1 Tm 1, 9-10; 2 Tm 3, 2-5).

o   La idolatría en el Catecismo de la Iglesia Católica

- Según el Catecismo de la Iglesia Católica (cfr. nn. 2112 y 2113), la idolatría es «una
tentación constante de la fe» en cuanto que rechaza «el único Señorío de Dios» desde el momento en que «honra y reverencia a una criatura en lugar de Dios», consiste en «divinizar lo que no es Dios». Los ídolos son criaturas que se toman como dioses: aparte del diablo, el poder, el placer, la raza, los antepasados, el dinero, el Estado, el bienestar, los afectos desordenados, etc. Quien los venera como divinidades y pone en ellos su confianza, se vuelve vano, superficial, esclavo (cfr. Sal 115, 4-5.8). Por último, la idolatría, al rechazar  el único Señorío de Dios, es incompatible con la comunión divina (Cf Ga 5, 20; Ef 5, 5). Es incompatible con la fe.

o   Adoración de los ídolos

- Hay que precisar que la idolatría surge no  porque el bienestar, el dinero, etc. en sí sean realidades malas, sino porque el primer mandamiento exige la adoración exclusiva del único verdadero Dios: «Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a El darás culto» (Mt 4,10). La conversión que se nos pide de modo especial en la cuaresma, supone un  nuevo modo de pensar y de obrar, para  poner a Dios y su voluntad en primer lugar, liberándonos – precisamente – de los ídolos a los que adoramos, que son tales en cuanto que nos sugestionan y nos esclavizan, desviando nuestro corazón fuera del designio de Dios. Podemos constatar que hay idolatría cuando nos damos cuenta de que hay  en nosotros avidez, con la consiguiente ansia. 

3. La raíz de la tentación de nuestros primeros padres: querer ser como Dios, a través de una rebelión, de una desobediencia.

La tentación de nuestros primeros padres: una desobediencia cuya raíz es querer superar un límite insuperable para un ser creado, dejar de ser criatura para ser como Dios, es decir, pretender decidir por sí mismos lo que es bueno y malo. La libertad humana se cierra a Dios y se abre al «padre de la mentira». Y a lo largo de la historia el «padre de la mentira» tentará a la humanidad para que rechace a Dios.

4. Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem, n. 36. Una desobediencia.

“Según el testimonio del principio, que encontramos en la Escritura y en la Tradición, después de la primera (y a la vez más completa) descripción del Génesis, el pecado en su forma originaria es entendido como « desobediencia », lo que significa simple y directamente transgresión de una prohibición puesta por Dios.( Gén 2, 16 s) Pero a la vista de todo el contexto es también evidente que las raíces de esta desobediencia deben buscarse profundamente en toda la situación real del hombre. Llamado a la existencia, el ser humano —hombre o mujer— es una criatura. La « imagen de Dios », que consiste en la racionalidad y en la libertad, demuestra la grandeza y la dignidad del sujeto humano, que es persona. Pero este sujeto personal es también una criatura: en su existencia y esencia depende del Creador. Según el Génesis, « el árbol de la ciencia del bien y del mal » debía expresar y constantemente recordar al hombre el « límite » insuperable para un ser creado. En este sentido debe entenderse la prohibición de Dios: el Creador prohibe al hombre y a la mujer que coman los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal. Las palabras de la instigación, es decir de la tentación, como está formulada en el texto sagrado, inducen a transgredir esta prohibición, o sea a superar aquel « límite »: « el día en que comiereis de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal ».( Gén 3, 5)
La « desobediencia » significa precisamente pasar aquel límite que permanece insuperable a la voluntad y a la libertad del hombre como ser creado. Dios creador es, en efecto, la fuente única y definitiva del orden moral en el mundo creado por él. El hombre no puede decidir por sí mismo lo que es bueno y malo, no puede « conocer el bien y el mal como dioses ». Sí, en el mundo creado Dios es la fuente primera y suprema para decidir sobre el bien y el mal, mediante la íntima verdad del ser, que es reflejo del Verbo, el eterno Hijo, consubstancial al Padre. Al hombre, creado a imagen de Dios, el Espíritu Santo da como don la conciencia, para que la imagen pueda reflejar fielmente en ella su modelo, que es sabiduría y ley eterna, fuente del orden moral en el hombre y en el mundo. La « desobediencia », como dimensión originaria del pecado, significa rechazo de esta fuente por la pretensión del hombre de llegar a ser fuente autónoma y exclusiva en decidir sobre el bien y el mal.”

v  Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem, n. 37. Dar la espalda a Dios y apertura al «padre de la mentira».

(...) “Esta desobediencia significa también dar la espalda a Dios y, en cierto modo, el cerrarse de la libertad humana ante él. Significa también una determinada apertura de esta libertad – del conocimiento y de la voluntad humana – hacia el que es el «padre de la mentira». (...). Dios Creador es puesto en estado de sospecha, más aún incluso en estado de acusación ante la conciencia de la criatura. Por vez primera en la historia del hombre aparece el perverso « genio de la sospecha ».  (...)

v  Juan Pablo II, Dominum et Vivificantem, n. 38. A lo largo de la historia de la humanidad, el «padre de la mentira» presionará para que se rechace a Dios. El hombre será propenso a ver en Dios ante todo una propia limitación y no la fuente de su liberación y la plenitud del bien.

“El análisis del pecado en su dimensión originaria indica que, por parte del « padre de la mentira », se dará a lo largo de la historia de la humanidad una constante presión al rechazo de Dios por parte del hombre, hasta llegar al odio: « Amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios », como se expresa San Agustín. (Cf. De Civitate Dei XIV, 28: CCL 48, p. 451). El hombre será propenso a ver en Dios ante todo una propia limitación y no la fuente de su liberación y la plenitud del bien. Esto lo vemos confirmado en nuestros días, en los que las ideologías ateas intentan desarraigar la religión en base al presupuesto de que determina la radical « alienación » del hombre, como si el hombre fuera expropiado de su humanidad cuando, al aceptar la idea de Dios, le atribuye lo que pertenece al hombre y exclusivamente al hombre. Surge de aquí una forma de pensamiento y de praxis histórico-sociológica donde el rechazo de Dios ha llegado hasta la declaración de su « muerte ». Esto es un absurdo conceptual y verbal. Pero la ideología de la « muerte de Dios » amenaza más bien al hombre, como indica el Vaticano II, cuando, sometiendo a análisis la cuestión de la « autonomía de la realidad terrena », afirma: « La criatura sin el Creador se esfuma ... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida ».( Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en e1 mundo actual, 36) La ideología de la « muerte de Dios » en sus efectos demuestra fácilmente que es, a nivel teórico y práctico, la ideología de la « muerte del hombre ».”

5. El Señor espera de nosotros amor y adoración

·         Los síntomas de la actual coyuntura indican que un cambio profundo se está produciendo en el
mundo. Los albores del tercer milenio de la Era Cristiana parecen destinados a alumbrar un nuevo tipo de persona: segura de sí, dominadora de la naturaleza: «La humanidad ha hecho admirables descubrimientos y ha alcanzado resultados prodigiosos en el campo de la ciencia y de la técnica, ha llevado a cabo grandes obras en la vía del progreso y de la civilización, y en épocas recientes se diría que ha conseguido acelerar el curso de la historia» (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 52).
Ese nuevo tipo de hombre  - de mujer -, se ve asediado por la tentación de desvincularse de Dios y de su ley, y a veces lo rechaza con altanería, engreído vanamente en sus logros y fuerzas. Y resulta, paradójicamente, que la novedad de sus propuestas queda enfangada por la vejez del pecado, al no querer someterse a su Creador y Padre. Se repite la vieja historia que el Papa analizaba con tanta agudeza en la Encíclica Dominum et Vivificantem, mientras sondeaba el núcleo del primer pecado del hombre. Satanás sigue activo, trata por todos los medios de poner a Dios «en estado de sospecha, e incluso en estado de acusación, en la conciencia de la criatura.» (enc. Dominum et Vivificantem, 18-V-1986, n. 37). Porque el Señor espera de nosotros amor y adoración, se empeña en mostrárnoslo como un tirano celoso de sus prerrogativas , falseando radicalmente la verdad sobre Dios, Creador y Padre misericordioso. Este «perverso genio de la sospecha» (ibid) serpentea a lo largo de la historia y se manifiesta también en nuestros días, tratando de persuadir a la humanidad con el antiguo engaño de presentar a Dios como un agresivo limitador de la libertad humana, como un expropiador de la dignidad del hombre.

6. La Cuaresma es un tiempo oportuno para:

v  Restablecer nuestra confianza filial en nuestro Padre Dios: el don de la piedad.

o   Gratitud al Señor.

La Cuaresma es el tiempo propicio para expresar sincera gratitud al Señor por las maravillas que ha hecho en favor del hombre en todas las épocas de la historia y, de modo particular, en la redención, para la cual no perdonó ni a su propio Hijo (cf. Rm 8, 32).” (Juan Pablo II, Mensaje de Cuaresma 1999).

o   El descubrimiento de lo que ha hecho el Señor por nosotros nos lleva a la conversión.

“El descubrimiento de la presencia salvadora de Dios en las vicisitudes humanas nos apremia a la conversión; nos hace sentir a todos como destinatarios de su predilección y nos impulsa a alabarlo y darle gloria. Repetimos con San Pablo: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en Él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1, 3-4). Dios mismo nos invita a un itinerario de penitencia y purificación interior para renovar nuestra fe. Nos llama incansablemente hacia Él, y cada vez que experimentamos la derrota del pecado nos indica el camino de vuelta a su casa, donde encontramos de nuevo la singular atención que nos ha dispensado en Cristo. De este modo, de la experiencia del amor que el Padre nos manifiesta, nace en nosotros la gratitud. (Juan Pablo II, Mensaje de Cuaresma 1999).

o   El don de la piedad.

·         El don de la piedad restablece la confianza en el Creador, nuestro Padre Dios. Apertura
a la ternura para con Dios.  Juan Pablo II, Angelus 27 mayo 1989. 

1. La reflexión sobre los dones del Espíritu Santo nos lleva, hoy, a hablar de otro insigne don: la piedad. Mediante éste, el Espíritu Santo sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos.
La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa en la oración. La experiencia de la propia pobreza existencial, del vacío que las cosas terrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda, perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriqueciéndola con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre providente y bueno. En este sentido escribía San Pablo: “Envió Dios a su Hijo... para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo...” (Ga 4, 4-7; cf. Rm 8, 15).
2. La ternura, como apertura auténticamente fraterna hacia el prójimo, se manifiesta en la mansedumbre. Con el don de la piedad el Espíritu infunde en el creyente una nueva capacidad de amor hacia los hermanos, haciendo su corazón de alguna manera partícipe de la misma mansedumbre del Corazón de Cristo. El cristiano “piadoso” siempre sabe ver en los demás a hijos del mismo Padre, llamados a formar parte de la familia de Dios, que es la Iglesia. Por esto él se siente impulsado a tratarlos con la solicitud y la amabilidad propias de una genuina relación fraterna. 
El don de la piedad, además, extingue en el corazón aquellos focos de tensión y de división como son la amargura, la cólera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensión, de tolerancia, de perdón. Dicho don está, por tanto, a la raíz de aquella nueva comunidad humana, que se fundamenta en la civilización del amor.
3. Invoquemos del Espíritu Santo una renovada efusión de este don, confiando nuestra súplica a la intercesión de María, modelo sublime de ferviente oración y de dulzura materna. Ella, a quien la Iglesia en las Letanías lauretanas saluda como Vas insignae devotionis, nos enseñe a adorar a Dios “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23) y a abrirnos, con corazón manso y acogedor, a cuantos son sus hijos y, por tanto, nuestros hermanos. Se lo pedimos con las palabras de la “Salve Regina”: “¡... O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria!”

7. Bienaventurados ....

a)      Salmo 119 (118) 1-8
*Dichosos los que caminan rectamente, los que proceden  en la ley de Yahvé. Dichosos los que guardan sus preceptos, los que lo buscan de todo corazón;
b)      Jeremías 17, 7-8
* Bendito quien se fía de Yahvé, pues no defraudará Yahvé su confianza. es como árbol plantado a la vera del agua, que junto a la corriente echas sus raíces. No temerá cuando viene el calor, y estará su follaje frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se retrae de dar fruto.

8. La Cuaresma, tiempo para …..

a)    tiempo para encontrar la plena comunión con el Señor

·         Mirad que subimos a Jerusalén (Mc10, 33). Mediante estas palabras el Señor invita a los
discípulos a recorrer junto a Él el camino que partiendo de Galilea conduce hasta el lugar donde se consumará su misión redentora. Este camino a Jerusalén, que los Evangelistas presentan como la culminación del itinerario terreno de Jesús, constituye el modelo de vida del cristiano, comprometido a seguir al Maestro en la vía de la Cruz. Cristo, también, dirige esta misma invitación de “subir a Jerusalén” a los hombres y mujeres de hoy. Y lo hace con particular fuerza en este tiempo de Cuaresma, favorable para convertirse y encontrar la plena comunión con Él, participando íntimamente en el misterio de su muerte y resurrección. Por tanto, la Cuaresma representa para los creyentes la ocasión propicia para una profunda revisión de vida. En el mundo contemporáneo, junto a generosos testigos del Evangelio, no faltan bautizados que, frente a la exigente llamada para emprender la “subida a Jerusalén”, adoptan una posición de sorda resistencia y, a veces, también de abierta rebelión. Son situaciones en las que la experiencia de la oración se vive de manera bastante superficial, de modo que la palabra de Dios no incide sobre la existencia. Muchos consideran insignificante el mismo Sacramento de la Penitencia y la Celebración eucarística del domingo simplemente un deber que hay que cumplir.
(Juan Pablo II, Mensaje Cuaresma 2001)

b) tiempo para librarnos de las apariencias y para encontrar la verdad sobre nosotros mismos; para desprendernos de los obstáculos hacia la plenitud de la vida.

·         "La penitencia, como conversión a Dios, exige sobre todo que el hombre rechace las apariencias,
que sepa librarse de la falsedad y encontrarse en toda su verdad interior. Una mirada rápida, sumaria, a través del fulgor divino es ya  un éxito. Sin embargo, hace falta consolidar hábilmente ese éxito a través de un trabajo sistemático sobre nosotros mismos. Tal trabajo es llamado "ascesis" (así ya lo habían denominado los griegos de los tiempos de los orígenes del cristianismo). Ascesis quiere decir esfuerzo interior para no dejarse secuestrar y empujar por las muchas corrientes "exteriores", de modo que  siempre permanezcamos nosotros mismos,  y conservemos la dignidad de la propia humanidad" (Juan Pablo II, 28-II-1979). 
·         "El Cuaresma nos invita a practicar el espíritu de penitencia, no en su acepción negativa de
tristeza y frustración, sino  en aquella de la elevación del espíritu, de la liberación del mal, del desprendimiento del pecado y de todos los condicionamientos que pueden obstaculizar nuestro caminar hacia la plenitud de la vida. Penitencia como medicina,  como reparación, como cambio de mentalidad que predispone a la fe y a la gracia, y que presupone voluntad, esfuerzo y perseverancia. Penitencia como expresión del libre y alegre empeño en el seguimiento de Cristo, que comporta la aceptación de las exigentes pero fecundas palabras del maestro: «si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí  mismo, tome su cruz, y sígame» (Mt 16,24). (Juan Pablo II, 16-II-83.
·         Primer paso: Volver al Señor en el corazón. Joel 2, 12-18 (Lectura, Miércoles Ceniza). “Esto dice
el Señor: todavía es tiempo. Volveos a mí de todo corazón  ..... enlutad vuestro corazón y no vuestros vestidos. Volveos al Señor Dios nuestro, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia, y se conmueve ante la desgracia.” 2 Cor. 5,20-6,2: “ ... 20 En nombre de Cristo os rogamos: reconciliaos con Dios. ...”. Ev. Miércoles Ceniza: Matxeo 6, 1-6. 16-18: “1 Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. ... 2.. Cuando des limosna no lo vayas pregonando, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, con el fin de que les alaben los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. ...”
Vida Cristiana

La Cuaresma. Tres diversas formas de penitencia en la vida cristiana: el ayuno, la oración y la limosna.





Ø La Cuaresma. Tres diversas formas de penitencia en la vida cristiana: el ayuno, la oración y la limosna.

Catecismo de la Iglesia Católica n. 1434: La penitencia interior del cristiano puede tener expresiones muy variadas. La Escritura y los Padres insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna (Cf Tobías 12, 8; Mateo 6, 1-18),  que expresan la conversión con relación a sí mismo, con relación a Dios y con relación a los demás. Junto a la purificación radical operada por el Bautismo o por el martirio, citan, como medio de obtener el perdón de los pecados, los esfuerzos realizados para reconciliarse con el prójimo, las lágrimas de penitencia, la preocupación por la salvación del prójimo (Cf Santiago 5, 20), la intercesión de los santos y la práctica de la caridad «que cubre multitud de pecados» (1 Pedro 4, 8).”

 

1.    ¿Por qué el ayuno?

      Cfr. San Juan Pablo II, Catequesis, Audiencia general del 21-III-79

v  La tradicional abstención de la comida y de las bebidas tiene como fin no solamente el introducir en la existencia del hombre el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir "actitud consumista.

o   Cuando el hombre se orienta exclusivamente hacia la posesión y el empleo de bienes materiales, es decir de las cosas, entonces también toda la civilización se mide según la cantidad y la calidad de las cosas que es capaz de proporcionar  al hombre, y no se mide con la medida adecuada al hombre.

§  El hombre contemporáneo debe ayunar, es decir abstenerse no solamente de la comida o de las bebidas, sino también de muchos otros medios de consumo, de estímulo, de satisfacción de los sentidos.
La renuncia tiene que servir para crear en el hombre las condiciones para poder vivir los valores superiores, de los que él está, a su modo, hambriento.
            "¡Promulgad el ayuno!" (Joel 1,14) (...) "El alimento  y las bebidas son indispensables al hombre para vivir, él se sirve y tiene que servirse de ellos, sin embargo no le es lícito abusar de ello bajo cualquiera forma. La tradicional abstención de la comida y de las bebidas tiene como fin no solamente el introducir en la existencia del hombre el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir "actitud consumista". (...) No se trata en este caso únicamente de la comida y de las bebidas. Cuando el hombre se orienta exclusivamente hacia la posesión y el empleo de bienes materiales, es decir de las cosas, entonces también toda la civilización se mide según la cantidad y la calidad de las cosas que es capaz de proporcionar  al hombre, y no se mide con la medida adecuada al hombre. Esta civilización, en efecto, ya no provee solamente los bienes materiales para que sirvan al hombre para  desarrollar actividades creadoras y útiles, sino siempre  más... para satisfacer los sentidos, la excitación que deriva de ello, para el placer momentáneo, para satisfacer continuamente  una mayor multiplicidad de sensaciones.  
            (...) De esto se sigue que el hombre contemporáneo debe ayunar, es decir abstenerse no solamente de la comida o de las bebidas, sino también de muchos otros medios de consumo, de estímulo, de satisfacción de los sentidos. Ayunar significa abstenerse, renunciar a algo. (...) He aquí, en resumen, la interpretación del ayuno hoy día. La renuncia a las sensaciones, a los estímulos, a los placeres y también a la comida o a las bebidas, no tiene una finalidad en sí misma. Ella debe, por así decirlo, solamente allanar el camino hacia  contenidos más profundos con los que se alimenta el hombre interior. Tal renuncia, tal mortificación, tiene que servir para crear en el hombre las condiciones para poder vivir los valores superiores, de los que él está, a su modo, hambriento"...

2.    ¿Por qué la limosna?

      Cfr. san Juan Pablo II, Catequesis, Audiencia general del 28-III-79

v  Convertíos y creed en el evangelio

o   El hecho mismo de prestar ayuda a quién tiene necesidad de ello, el hecho de compartir con los otros los mismos bienes,  tiene que suscitar respeto.

§  Dar limosna significa la actitud de apertura hacia el otro. Justamente tal actitud es un factor indispensable de la "metanoia", es decir de la conversión, así como son indispensables la oración y el ayuno.
La apertura a los otros, que se expresa en la "ayuda", en el "dividir" la comida, el vaso de agua, la buena palabra, el consuelo, la visita, el tiempo precioso, etcétera, este regalo interior  ofrecido a otro hombre le llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Este don es decisivo para el encuentro con Él. Es la conversión.
"Paenitemini et date elemosynam" (cfr. Marco 1,15 y Luca 12,33).  Hoy no escuchamos con gusto la palabra limosna. Nos parece que es  algo humillante. Parece que nos lleva a suponer un sistema social en el que reina la injusticia, la desigual distribución de los bienes, un sistema que debería ser cambiado con reformas adecuadas. (...) En cambio, la limosna en sí misma, como ayuda a quien tiene necesidad de ello, como "la manera de hacer participar los otros de nuestros propios  bienes", no suscita absolutamente parecidas asociaciones negativas. Podemos no estar de acuerdo con quien da la limosna, por el modo en que lo hace. Podemos no estar tampoco de acuerdo  con quien alarga la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza por ganarse la vida por sí mismo. Podemos no aprobar la sociedad o el sistema social en los que hay necesidad de limosna. Sin embargo el hecho mismo de prestar ayuda a quién tiene necesidad de ello, el hecho de compartir con los otros los mismos bienes,  tiene que suscitar respeto. Vemos cómo para entender las expresiones verbales hace falta librarse del influjo de diversas circunstancias accidentales: circunstancias a menudo impropias, que pesan sobre el significado ordinario. (...) En la Sagrada Escritura y según las categorías evangélicas, "limosna" significa ante todo regalo interior. Significa la actitud de apertura hacia el otro. Justamente tal actitud es un factor indispensable de la "metanoia", es decir de la conversión, así como son indispensables la oración y el ayuno. (...) La oración como apertura hacia Dios; el ayuno, como expresión del dominio sobre sí mismo también cuando nos privamos de algo, cuando  decimos "no" a nosotros mismos; y por fin la limosna, como apertura "hacia los otros". El evangelio dibuja tal cuadro claramente cuando nos habla de la penitencia, de la "metanoia". Sólo con una actitud total - en la relación con Dios, consigo mismo y con lo prójimo -, el hombre alcanza la conversión y permanece en el estado de conversión.  
            El "limosna" así entendida,  tiene un significado en cierto sentido decisivo para una tal conversión. Para convencernos de ello, basta con recordar la imagen del Juicio final que Cristo nos ha dado: "Porque yo he tenido hambre (...)  cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 35-40). (...) Esta apertura a los otros, que se expresa en la "ayuda", en el "dividir" la comida, el vaso de agua, la buena palabra, el consuelo, la visita, el tiempo precioso, etcétera, este regalo interior  ofrecido a otro hombre le llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Este don es decisivo para el encuentro con Él. Es la conversión. (…)

o   Todos podemos dar limosna.  

            "Lo que cada cristiano tiene que hacer siempre, ahora debe  practicarlo con mayor solicitud y devoción, para que se cumpla no sólo la norma apostólica del ayuno cuaresmal consistente en la abstinencia de las comidas, sino también y sobre todo de los pecados.  
            Además, ninguna obra se puede asociar con tanta utilidad como la limosna a estos debidos y santos ayunos, la cual abraza muchas obras buenas bajo el nombre único de "misericordia." En esto, los fieles pueden reconocerse como iguales, a pesar de las desigualdades de bienes. (...) 
            Es inmenso el campo de las obras de misericordia. No sólo los ricos y los adinerados pueden socorrer los otros con la limosna, sino también los de condición modesta o pobre. Aunque desiguales en los bienes de fortuna,  todos pueden ser iguales en los sentimientos de piedad del alma". (San Leo Magno, falleció en el 460, Disc. 6 sobre el Cuaresma, Oficio de lecturas del jueves después de ceniza.).

3.    ¿Por qué la oración?


A.    Cfr. San Juan Pablo  II, discurso a los jóvenes, en San Pedro, 14-III-79.  

v  "La oración es el reconocimiento de nuestro límite y de nuestra dependencia: ¡venimos de Dios y a Dios volvemos! Por tanto, no podemos hacer otra cosa que abandonarnos en Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza.

o   La máxima oración es la Santa Misa, porque Jesús está realmente presente, quien renueva el Sacrificio de la Cruz; pero es válida toda oración, especialmente el  "Padre nuestro".

§  La oración da fuerza por los grandes ideales … da el ánimo para salir de la indiferencia … da luz para ver y para considerar los acontecimientos de la propia vida …
“¿Por qué debemos orar? Debemos orar, lo primero de todo, porque somos creyentes.
En efecto, la oración es el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por lo tanto, no podemos menos de abandonarnos en El, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza. Algunos afirman, y tratan de demostrar que el universo es eterno y que todo el orden que vemos en el universo, comprendido el hombre con su inteligencia y libertad, es sólo obra del acaso. Pero los estudios científicos y la experiencia admitida por tantas personas honestas dicen que estas ideas, aunque afirmadas y tal vez enseñadas, no están demostradas y dejan siempre extraviados e inquietos a quienes las sostienen, porque comprenden muy bien que un objeto en movimiento debe tener el impulso de fuera. ¡Comprenden muy bien que el acaso no puede producir el orden perfecto que existe en el universo y en el hombre! Todo está maravillosamente ordenado, desde las partículas infinitesimales que componen el átomo, hasta las galaxias que giran en el espacio. ¡Todo señala un proyecto que comprende cada manifestación de la naturaleza, desde la materia inerte hasta el pensamiento del hombre! ¡Donde hay orden, hay inteligencia; y donde hay un orden supremo, está la Inteligencia suprema que nosotros llamamos "Dios", y que Jesús nos ha revelado que es Amor y nos ha enseñado a llamar Padre!
Así, reflexionando sobre la naturaleza del universo y sobre nuestra misma vida, comprendemos y reconocemos que somos criaturas, limitadas y, sin embargo, sublimes, que debemos nuestra existencia a la infinita majestad del Creador!
Por esto la oración es, ante todo, un acto de inteligencia, un sentimiento de humildad y de reconocimiento, una actitud de confianza y de abandono en Aquel que nos ha dado la vida por amor.
La oración es un diálogo misterioso, pero real, con Dios, un diálogo de confianza y de amor”.

B.     Cfr. San  Josemaría , Homilía Vida de oración, Amigos de Dios, Ed. Rialp 1977, n. 245.

v  Abrir nuestra conciencia  a Dios, para referirle confiadamente todo lo que palpita en nuestra cabeza y en nuestro corazón.

"Cuando se quiere de verdad desahogar el corazón, si somos francos y sencillos, buscaremos el consejo de las personas que nos aman, que nos entienden: se charla con el padre, con la madre, con la mujer, con el marido, con el hermano, con el amigo. Esto ya es diálogo, incluso aunque  con frecuencia no se desea tanto oír como explayarse, contar lo que nos ocurre. Empezemos  a conducirnos así con Dios, seguros de que Él nos escucha y nos responde; y le atenderemos  y abriremos nuestra conciencia a una conversación humilde, para referirle confiadamente todo lo que palpita en nuestra cabeza y en nuestro corazón: alegrías, tristezas, esperanzas, sinsabores, éxitos, fracasos, y hasta los detalles más pequeños de nuestra jornada. Porque habremos comprobado que todo lo nuestro interesa a nuestro Padre Celestial",

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martes, 25 de febrero de 2020

«En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20) Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2020




«En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20)
Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2020
Queridos hermanos y hermanas:
El Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria. Debemos volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón. De hecho, este Misterio no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso.
1-. El Misterio pascual, fundamento de la conversión
La alegría del cristiano brota de la escucha y de la aceptación de la Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús: el kerygma. En este se resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo» (Exhort. ap. Christus vivit, 117).
Quien cree en este anuncio rechaza la mentira de pensar que somos nosotros quienes damos origen a nuestra vida, mientras que en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia (cf. Jn 10,10). En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del «padre de la mentira» (cf. Jn 8,45) corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno ya aquí en la tierra, como lamentablemente nos testimonian muchos hechos dramáticos de la experiencia humana personal y colectiva.
Por eso, en esta Cuaresma 2020 quisiera dirigir a todos y cada uno de los cristianos lo que ya escribí a los jóvenes en la Exhortación apostólica Christus vivit: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con tanto cariño y déjate purificar por ella. Así podrás renacer, una y otra vez» (n. 123). La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren.

2-. Urgencia de conversión
Es saludable contemplar más a fondo el Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios. La experiencia de la misericordia, efectivamente, es posible solo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene.
De hecho, el cristiano reza con la conciencia de ser amado sin merecerlo. La oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.
Así pues, en este tiempo favorable, dejémonos guiar como Israel en el desierto (cf. Os 2,16), a fin de poder escuchar finalmente la voz de nuestro Esposo, para que resuene en nosotros con mayor profundidad y disponibilidad. Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros. No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él.
3-. La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos
El hecho de que el Señor nos ofrezca una vez más un tiempo favorable para nuestra conversión nunca debemos darlo por supuesto. Esta nueva oportunidad debería suscitar en nosotros un sentido de reconocimiento y sacudir nuestra modorra. A pesar de la presencia –a veces dramática– del mal en nuestra vida, al igual que en la vida de la Iglesia y del mundo, este espacio que se nos ofrece para un cambio de rumbo manifiesta la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros. En Jesús crucificado, a quien «Dios se hizo pecado en favor nuestro» (2 Co 5,21), ha llegado esta voluntad hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo todos nuestros pecados, hasta «poner a Dios contra Dios», como dijo el papa Benedicto XVI (Enc. Deus caritas est, 12). En efecto, Dios ama también a sus enemigos (cf. Mt 5,43-48).
El diálogo que Dios quiere entablar con todo hombre, mediante el Misterio pascual de su Hijo, no es como el que se atribuye a los atenienses, los cuales «no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la última novedad» (Hch 17,21). Este tipo de charlatanería, dictado por una curiosidad vacía y superficial, caracteriza la mundanidad de todos los tiempos, y en nuestros días puede insinuarse también en un uso engañoso de los medios de comunicación.

4-. Una riqueza para compartir, no para acumular solo para sí mismo
Poner el Misterio pascual en el centro de la vida significa sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, de los abusos contra la vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de violencia, de los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los bienes de la tierra, de la trata de personas en todas sus formas y de la sed desenfrenada de ganancias, que es una forma de idolatría.
Hoy sigue siendo importante recordar a los hombres y mujeres de buena voluntad que deben compartir sus bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad hace al hombre más humano, mientras que acumular conlleva el riesgo de que se embrutezca, ya que se cierra en su propio egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía.
Por este motivo, en la Cuaresma de 2020, del 26 al 28 de marzo, he convocado en Asís a los jóvenes economistas, empresarios y change-makers, con el objetivo de contribuir a diseñar una economía más justa e inclusiva que la actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la Iglesia, la política es una forma eminente de caridad (cf. PÍO XI, Discurso a la FUCI, 18 diciembre 1927). También lo será el ocuparse de la economía con este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las Bienaventuranzas.
Invoco la intercesión de la Bienaventurada Virgen María sobre la próxima Cuaresma, para que escuchemos el llamado a dejarnos reconciliar con Dios, fijemos la mirada del corazón en el Misterio pascual y nos convirtamos a un diálogo abierto y sincero con el Señor. De este modo podremos ser lo que Cristo dice de sus discípulos: sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-14).

Francisco
Roma, junto a San Juan de Letrán, 7 de octubre de 2019 Memoria de Nuestra Señora, la Virgen del Rosario


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