sábado, 6 de junio de 2020

Aprender a Dios en Dios: por Santiago Agrelo

Dios es amor. No te conformes con creerlo. Entra en lo que crees: entra en el amor con que te aman, aprende el amor con que has de amar.

Porque es amor, Dios sólo puede ser Uno, pues el amor es vínculo de perfecta unidad. Pero, iluminados por la palabra de la revelación, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna y única divinidad, adoramos a Dios Padre, con su único Hijo y el Espíritu Santo, tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.

He pedido palabras a la liturgia para decir de lo indecible, para hablar de lo inefable. Pero has de buscar en la memoria de la fe otras palabras que te ayuden a entrar en el misterio que confiesas, a gustar lo que se te conceda conocer, a contar lo que allí se te haya concedido gustar.

No se entra en el misterio de Dios por la fuerza de la deducción lógica, sino por la gracia del encuentro amoroso. Sólo el amor abre el cielo para que oigas y veas, para que conozcas y creas, para que gustes y ames.

Se te ha dado conocer el amor del Padre al Hijo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Se te ha concedido saber del amor que el Padre te tiene a ti: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Te han llamado a morar en el amor que has conocido: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor”.

Ya sabes dónde has de aprender a Dios, para conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa: a Dios lo aprendemos en Cristo Jesús. Nadie va al Padre, si no va por Jesús. Nadie recibe el Espíritu, si no lo recibe de Jesús. Quien ha visto a Jesús, ha visto al Padre, porque Jesús está en el Padre, y el Padre está en Jesús.

En Cristo Jesús aprendemos este misterio, que no es sólo de Dios, sino que, por el amor que Dios nos tiene, es también nuestro misterio: “Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros”.

A ti, por la fe, se te ha dado beber de la eterna fuente que es la Trinidad Santa, pues el Hijo de Dios salió del Padre y vino al mundo, salió de Dios y vino a ti: creíste en él para salvarte, bebiste en él para tener vida eterna.

A ti, por la fe, se te ha dado volver con el Hijo a la eterna fuente de la que Él ha nacido, de la que Él había salido. Ya no podrás hablar del Hijo de Dios sin hablar de ti, pues Él no quiso volver al Padre sin llevarte consigo.

Considera dónde moras, en qué fuego tu zarza arde ya sin consumirse, en qué infinito caudal se apaga tu sed de eternidad, y deja que el deseo de Dios te mueva hasta que te pierdas en el Amor.

Y mientras no llega para ti la hora del deseo apagado, entra en el tiempo divino de la Eucaristía, y habrás entrado por el sacramento en la eterna fuente que mana y corre.

Allí aprenderás a Dios; allí conocerás la gracia del Hijo, el amor del Padre, la comunión del Espíritu; allí, con Cristo y con los hermanos, imitarás el misterio de la divina unidad, para tener, con todos, un mismo sentir, un solo corazón, un alma sola.

Desde dentro de la fuente llegan a tu corazón palabras para nombrarla: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia y lealtad”.

Imita lo que nombras, y, de ese modo, por la puerta humilde de tu compasión y tu misericordia, los pobres aprenderán en ti el misterio de Dios.

domingo, 31 de mayo de 2020

EL ESPÍRITU DEL SEÑOR VENDRÁ SOBRE TI: por Santiago Agrelo

[Carta circular a la Iglesia de Tánger con motivo de la fiesta de Pentecostés del año 2008]

Queridos: Precisamente cuando nos disponíamos a celebrar la solemnidad de Pentecostés, memoria necesaria de la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia apostólica, me resultó imposible dirigiros las acostumbradas palabras de exhortación, con las que cada semana me acerco a vosotros para compartir la dicha de la fe.

El Espíritu Santo, fuego de amor divino en la vida de la Iglesia y en el corazón de cada uno de los fieles, es también, por gracia especial de la divina misericordia, titular y patrono de la parroquia de nuestra iglesia catedral en Tánger.

Por este motivo, considero conveniente haceros llegar, aunque sea después de celebrada la solemnidad de Pentecostés, esta carta, nacida del afecto que os tengo y de mi preocupación porque la vida de mi Iglesia se vea iluminada cada vez más por la luz del Espíritu de Jesús, y sea siempre recreada por la fuerza de su amor.



Alégrate, virgen Iglesia:

Aunque sea la memoria de Pentecostés la que nos ha convocado en asamblea litúrgica y en comunión de fe, hoy te admiro, Iglesia amada del Señor, como si fueses tú quien estuviese viviendo una particular anunciación, como si fueses una imagen viva de aquella doncella de Nazaret que un día recibió en su casa el sorprendente anuncio de una inesperada maternidad humanamente imposible. Sorprendidas os deja, a ella y a ti, que Dios se fije en vosotras, pues conocéis vuestra pequeñez; sorprendidas os quedáis porque el cielo os saluda con un mensaje de alegría; sorprendidas os veis porque todo tiene para vosotras sabor de pura gratuidad, -es gracia el mensaje, es gracia la alegría, es pura gracia el don que vais a recibir-, gratuidad que se hace manifiesta en la confesión de la común virginidad, pues si la virgen es madre, el hijo sólo puede ser don, sólo regalo, sólo gracia, sólo misericordia, sólo mirada cariñosa de Dios sobre la pequeñez de su esclava.

No quiero que ignores, amada del Señor, tu condición virginal. Es ella memoria permanente de tu pobreza, de tu condición humilde, de tu disponibilidad ante el Señor. La imagen de la esterilidad, que en el tiempo de las promesas ha sido evocada tantas veces para poner de manifiesto que todo era gracia de Dios y que sólo Dios es el señor de la vida y de la historia, ahora, en el tiempo del evangelio, deja su lugar a la imagen de la virginidad, que será para siempre evocada como sacramento del poder de Dios, confesión de la grandeza de sus obras y de su maravillosa gratuidad. No olvides, amada del Señor, tu condición virginal, pues si recuerdas tu pobreza, tu incapacidad radical para concebir y alumbrar al Hijo de Dios, nunca cesará tu canto de alabanza al que te ha hecho fecunda, te ha engrandecido, te ha enaltecido, te ha enriquecido, te ha embellecido, te ha llenado de gracia y santidad.



No temas; has hallado gracia delante de Dios:

No temas, amada del Señor, la vocación a la que eres llamada. No temas, virgen Iglesia, aunque te veas pequeña, débil, insignificante. No temas, aunque no sepas bien a qué te está llamando tu Señor. No temas, porque, en tu pequeñez, has hallado gracia delante de Dios, y él te pide que le dejes realizar en ti lo que tú sin él no puedes realizar, lo que él sin ti no podría hacer.

Yo sólo deseo recordarte lo que tu corazón ha gustado desde siempre en la intimidad de la fe: que tu Dios está contigo, que tu Dios es rey en medio de ti, que tu Dios se ha apegado a ti con amor fiel, y se ha unido a ti con alianza eterna, y ha venido a ti para ofrecerte en dote su justicia y su paz.

Tú llevas en la garganta el grito de los pobres, en los labios su clamor por la justicia, en el alma su desgarro por el sufrimiento; y vives con los ojos vueltos a tu Dios, pues sabes, porque eres pobre, que todos los pobres han nacido de su amor, y que su amor os nutre de esperanza, y que en ese amor hallaremos un día la gracia que desvele el sentido de lo que estamos viviendo. Mientras tanto, para que a todo vayamos dando sentido desde la fe, el ángel de nuestra anunciación nos recuerda que hemos hallado gracia delante de Dios, y que empezamos a gestar en la oscuridad del hoy la dicha que se ha de manifestar para los pobres en la luz del mañana.



El Espíritu del Señor vendrá sobre ti:

Si ahora me preguntas cómo podrá ser eso, pues conoces muy de cerca tu debilidad, has experimentado de mil maneras los límites de tu condición humillada, y eres tan pobre que ni siquiera puedes tener hijos, entonces te recordaré lo que desde el cielo vas a recibir: El Espíritu del Señor vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra.

Será Pentecostés para ti, y por obra del Espíritu Santo llevarás a Cristo en tu seno. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú sabes que, por la acción del Espíritu Santo, eres Cuerpo de Cristo, presencia viva del Resucitado: lo llevas en la mirada de tus hijos, en sus palabras, en sus manos, en su ternura, en tus sacramentos, en tu memoria, en tus fiestas, en tu danza, en tu silencio, en todo tu ser.

Será Pentecostés para ti, y el Espíritu Santo se hará lenguas de fuego para congregar a la humanidad entera en la unidad de una nueva creación. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú estás llamada a entender todas las lenguas, todos los gestos, todos los signos, y sabes que hombres y mujeres del mundo viejo, sumidos en la confusión, han de entender tu voz que los convoca a un mundo nuevo, en el que la confusión quedará anulada por el fuego de la caridad.

Será Pentecostés para ti, y el Espíritu Santo que viene sobre ti te revelará que Jesús es el Señor. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú sabes, por obra del Espíritu Santo, que Cristo te ha liberado de tus esclavitudes, y que ya no eres tuya, sino del que te amó y se entregó a sí mismo para que fueses libre.

Será Pentecostés para ti, Iglesia amada del Señor, y el Espíritu Santo, que alienta dentro de ti, dará testimonio de que tus hijos son hijos de Dios, y gritará en cada uno de ellos: Abbá, Padre. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú sabes que tus hijos tienen una vida divina, sabes que han nacido de Dios, sabes que han renacido del agua y del Espíritu, sabes que han entrado como hijos en el misterio de Dios y que son amados como hijos en el único Hijo.



Feliz Pentecostés:

Del Padre, por medio de Jesucristo su Hijo, hemos recibido el Espíritu, que hace de nosotros hijos para presentarnos en el Hijo a Dios nuestro Padre.

Amemos al Padre que es puro amor, de quien procede todo don. Del Padre hemos recibido al Hijo, y por el Hijo, se nos ha dado el Espíritu Santo.

Amemos a su divino Hijo, que por nosotros se entregó, para darnos su Espíritu, y, con el Espíritu, el conocimiento de Dios y la vida eterna.

Amemos al Espíritu Santo y pidamos ser siempre dóciles a su divina inspiración, para que él ilumine nuestro corazón y nos transforme por gracia en imágenes vivas de Cristo Jesús.
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