sábado, 15 de julio de 2017

Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (2013). Homilía de Francisco el 29 de junio. El ministerio de Pedro está llamado a confirmar la fe, el amor y la unidad.



1 Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo (2013). Homilía de Francisco el 29 de junio. El ministerio de Pedro está llamado a confirmar la fe, el amor y la unidad. Cfr. Francisco, Homilía en la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. 29 de junio de 2013 Señores cardenales, Su Eminencia, el Metropolita Ioannis, venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio, queridos hermanos y hermanas: Celebramos la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo, patronos principales de la Iglesia de Roma: una fiesta que adquiere un tono de mayor alegría por la presencia de obispos de todo el mundo. Es una gran riqueza que, en cierto modo, nos permite revivir el acontecimiento de Pentecostés: hoy, como entonces, la fe de la Iglesia habla en todas las lenguas y quiere unir a los pueblos en una sola familia. Saludo cordialmente y con gratitud a la delegación del Patriarcado de Constantinopla, guiada por el Metropolita Ioannis. Agradezco al Patriarca ecuménico Bartolomé I por este Nuevo gesto de fraternidad. Saludo a los señores embajadores y a las autoridades civiles. Un gracias especial al Thomanerchor, el coro de la Thomaskirche, de Lipsia, la iglesia de Bach, que anima la liturgia y que constituye una ulterior presencia ecuménica. Tres ideas sobre el ministerio petrino, guiadas por el verbo «confirmar». ¿Qué está llamado a confirmar el Obispo de Roma? Tres ideas sobre el ministerio petrino, guiadas por el verbo «confirmar». ¿Qué está llamado a confirmar el Obispo de Roma? o A. Confirmar en la fe La fe en Cristo es la luz de nuestra vida de cristianos y de ministros de la Iglesia. Cuando dejamos que prevalezcan nuestras Ideas, nuestros sentimientos, la lógica del poder humano, y no nos dejamos instruir y guiar por la fe, por Dios, nos convertimos en piedras de tropiezo. 1. Ante todo, confirmar en la fe. El Evangelio habla de la confesión de Pedro: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt, 16,16), una confesión que no viene de él, sino del Padre celestial. Y, a raíz de esta confesión, Jesús le dice: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (v. 18). El papel, el servicio eclesial de Pedro tiene su fundamento en la confesión de fe en Jesús, el Hijo de Dios vivo, en virtud de una gracia donada de lo alto. En la segunda parte del Evangelio de hoy vemos el peligro de pensar de manera mundana. Cuando Jesús habla de su muerte y resurrección, del camino de Dios, que no se corresponde con el camino humano del poder, afloran en Pedro la carne y la sangre: «Se puso a increparlo: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor!”» (16,22). Y Jesús tiene palabras duras con él: «Aléjate de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo» (v. 23). Cuando dejamos que prevalezcan nuestras Ideas, nuestros sentimientos, la lógica del poder humano, y no nos dejamos instruir y guiar por la fe, por Dios, nos convertimos en piedras de tropiezo. La fe en Cristo es la luz de nuestra vida de cristianos y de ministros de la Iglesia. o B. Confirmar en el amor San Pablo se dejó consumar por el evangelio al hacerse todo para todos, sin reservas. Salir de sí para servir al santo pueblo fiel de Dios. 2. Confirmar en el amor. En la Segunda Lectura hemos escuchado las palabras conmovedoras de san Pablo: «He luchado el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe» (2 Tm 4,7). ¿De qué combate se trata? No el de las armas humanas, que por desgracia todavía ensangrientan el mundo; sino el combate del 2 martirio. San Pablo sólo tiene un arma: el mensaje de Cristo y la entrega de toda su vida por Cristo y por los demás. Y es precisamente su exponerse en primera persona, su dejarse consumar por el evangelio, el hacerse todo para todos, sin reservas, lo que lo ha hecho creíble y ha edificado la Iglesia. El Obispo de Roma está llamado a vivir y a confirmar en este amor a Jesús y a todos sin distinción, límites o barreras. Y no sólo el Obispo de Roma: todos vosotros, nuevos arzobispos y obispos, tenéis la misma tarea: dejarse consumir por el Evangelio, hacerse todo para todos. El cometido de no escatimar, de salir de sí para servir al santo pueblo fiel de Dios. o C. Confirmar en la unidad La variedad en la Iglesia, que es una gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la unidad, como un gran mosaico en el que las teselas se juntan para formar el único gran diseño de Dios. Esto debe impulsar a superar siempre cualquier conflicto que hiere el cuerpo de la Iglesia. 3. Confirmar en la unidad. Aquí me refiero al gesto que hemos realizado. El palio es símbolo de comunión con el Sucesor de Pedro, «principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión» (Lumen gentium, 18). Y vuestra presencia hoy, queridos hermanos, es el signo de que la comunión de la Iglesia no significa uniformidad. El Vaticano II, refiriéndose a la estructura jerárquica de la Iglesia, afirma que el Señor «con estos apóstoles formó una especie de Colegio o grupo estable, y eligiendo de entre ellos a Pedro lo puso al frente de él» (ibíd. 19). Confirmar en la unidad: el Sínodo de los Obispos, en armonía con el primado. Hemos de ir por este camino de la sinodalidad, crecer en armonía con el servicio del primado. Y el Concilio prosigue: «Este Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la diversidad y la unidad del Pueblo de Dios» (ibíd. 22). La variedad en la Iglesia, que es una gran riqueza, se funde siempre en la armonía de la unidad, como un gran mosaico en el que las teselas se juntan para formar el único gran diseño de Dios. Y esto debe impulsar a superar siempre cualquier conflicto que hiere el cuerpo de la Iglesia. Unidos en las diferencias: no hay otra vía católica para unirnos. Este es el espíritu católico, el espíritu cristiano: unirse en las diferencias. Este es el camino de Jesús. El palio, siendo signo de la comunión con el Obispo de Roma, con la Iglesia universal, con el Sínodo de los Obispos, supone también para cada uno de vosotros el compromiso de ser instrumentos de comunión. Confesar al Señor dejándose instruir por Dios; consumarse por amor de Cristo y de su evangelio; ser servidores de la unidad. Queridos hermanos en el episcopado, estas son las consignas que los santos apóstoles Pedro y Pablo confían a cada uno de nosotros, para que sean vividas por todo cristiano. Que la santa Madre de Dios nos guíe y acompañe siempre con su intercesión:Reina de los apóstoles, reza por nosotros. Amén. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

Solemnidad de San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2014. La vocación: la llamada por parte de Jesús y el itinerario de la fidelidad de estos dos Apóstoles. Su fidelidad es compatible con fallos y pecados, debilidades y flaquezas. La enseñanza para nosotros: esperamos que Dios transforme el mundo inmediatamente, y Dios opta por el camino de la transformación de nuestros corazones. La escuela de la fe no es una marcha triunfal, sino un camino salpicado de sufrimientos y de amor, de pruebas y fidelidad que hay que renovar todos los días. Pedro sigue a Jesús - acepta la misión – con la conciencia de la propia fragilidad. El llanto de Pedro. También Pedro tiene que aprender que es débil y que necesita perdón. La vocación de san Pablo: el encuentro con Cristo debido a que «fue alcanzado» por iniciativa gratuita del Señor. Las dificultades que Pablo tuvo que afrontar en su apostolado. Jesucristo es la razón por la que pudo afrontarlas.



1 Solemnidad de San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 2014. La vocación: la llamada por parte de Jesús y el itinerario de la fidelidad de estos dos Apóstoles. Su fidelidad es compatible con fallos y pecados, debilidades y flaquezas. La enseñanza para nosotros: esperamos que Dios transforme el mundo inmediatamente, y Dios opta por el camino de la transformación de nuestros corazones. La escuela de la fe no es una marcha triunfal, sino un camino salpicado de sufrimientos y de amor, de pruebas y fidelidad que hay que renovar todos los días. Pedro sigue a Jesús - acepta la misión – con la conciencia de la propia fragilidad. El llanto de Pedro. También Pedro tiene que aprender que es débil y que necesita perdón. La vocación de san Pablo: el encuentro con Cristo debido a que «fue alcanzado» por iniciativa gratuita del Señor. Las dificultades que Pablo tuvo que afrontar en su apostolado. Jesucristo es la razón por la que pudo afrontarlas. Cfr. Solemnidad de los santos Pedro y Pablo – 29 de junio 2014 Hechos 12, 1-11; 2 Timoteo 4, 6-8.17-18; Mateo 16, 13-19 De la Catequesis sobre San Pedro de Benedicto XVI, del 17 de mayo de 2006 Primera Lectura: Lectura de los Hechos de los Apóstoles 12,1-11. En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, mandó detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno: tenía intención de ejecutarlo en público, pasadas las fiestas de Pascua. 5 Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. 6 La noche antes de que lo sacara Herodes estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado a ellos con cadenas. Los centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. 7 De repente se presentó el ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo: -Date prisa, levántate. Las cadenas se le cayeron de las manos y el ángel añadió: -Ponte el cinturón y las sandalias. Obedeció, y el ángel le dijo: - Échate la capa y sígueme. Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que da a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: -Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos. Salmo responsorial - Sal 33,2-3. 4-5. 6-7. 8-9 R/. El ángel del Señor librará a los que temen a Dios. Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren. Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis ansias. Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. Si el afligirlo invoca al Señor, él lo escucha y lo salva de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege. Gustad y ved qué bueno es el Señor; dichoso el que se acoge a él. Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a Timoteo 4,6-8.17-18. Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. 17 El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. El me libró de la boca del león. 18 El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. ¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén! Lectura del santo Evangelio según San Mateo 16,13-19. En aquel tiempo, llegó Jesús a la región de Cesarea de Felipe y preguntaba a sus discípulos: -¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Ellos contestaron: -Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. El les preguntó: -Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús le respondió: -¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. 18 Ahora te digo yo: -Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. 19 Te daré las llaves del Reino de los Cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo. 2 1. La solemnidad de hoy, 29 de junio Bebieron el cáliz del Señor y lograron ser amigos de Dios (Antífona de entrada de la Misa del día) o a) Celebración del martirio de los dos apóstoles • Celebramos hoy el martirio de los Apóstoles Pedro y Pablo, en la persecución de Nerón del año 64 d.C. Celebramos también el fundamento apostólico de la Iglesia, gracias al cual llegamos a la piedra angular que es Cristo. “Ya no sois extraños y advenedizos sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús” (Efesios 2, 19-20). Pedro y Pablo son como los dos últimos anillos de una cadena que nos une a Cristo mismo. o b) Su vocación: gratuidad y correspondencia • Pedro y Pablo, el pescador y el perseguidor de los cristianos, experimentaron en su vida la fuerza transformadora de Cristo. La llamada gratuita de estos dos apóstoles - reconocidos como las columnas de la Iglesia - por parte del Señor no representa sólo el encargo de una misión, sino la transformación de sus personas en dos criaturas nuevas - cambia su corazón -, porque han sido tocados por la bondad y a misericordia de Dios. No cambian de carácter, de fisonomías, no se convierten en santos improvisamente y su fidelidad es compatible con fallos y pecados como el de negar al Señor (vid. La negación de Pedro en Juan 18, 13ss), u otras debilidades y flaquezas (cfr. las debilidades de Pablo en 2 Corintios 12, 7-10). 2. La figura de Pedro Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. (Mateo 16, 18) • Pedro era un pescador de Galilea quien, con Andrés, su hermano, y con su padre pasaba los días en el lago de Tiberiades realizando el mismo trabajo: la pesca. Una tarde, mientras lanzaba las redes pasó Jesús por allí y dijo a los dos hermanos: “Seguidme y haré que seáis pescadores de hombres” (Mc 1, 17). Así comenzó una extraordinaria aventura. Siguió al Maestro por Galilea y Judea; después de la muerte de Jesús recorrió Palestina, se transfirió a Antioquia y acabó en Roma. En Roma encontramos su tumba, y la “cátedra de Pedro” hasta el actual 266 Papa, Benedicto XVI. Los Papas sucesores continúan siendo “la roca” (kefa, Petrus) sobre la cual Cristo edifica misteriosamente la Iglesia, signo de unidad para todos los que “invocan el nombre del Señor”. Benedicto XVI, Catequesis del 17 mayo 2006 o Breve biografía Después de Jesús, Pedro es el personaje más conocido y citado en el Nuevo Testamento: es mencionado 154 veces con el sobrenombre de «Pétros», «piedra», «roca», que es la traducción griega del nombre arameo que le dio directamente Jesús, «Kefa», testimoniado en nueve ocasiones, sobre todo en las cartas de Pablo. Hay que añadir, además, el nombre de Simón, usado frecuentemente (75 veces), que es la forma adaptada al griego de su nombre hebreo original, Simeón (dos veces: Hechos 15, 14; 2 Pedro 1, 1). Hijo de Juan (Cf. Juan 1, 42) o, en la forma aramea, «bar-Jona», hijo de Jonás (Cf. Mateo 16, 17), Simón era de Betsaida, (Juan 1, 44), localidad que se encontraba a oriente del mar de Galilea, de la que venía también Felipe y, claro está, Andrés, hermano de Simón. Al hablar tenía acento galileo. Como su hermano, era pescador: con la familia de Zebedeo, padre de Santiago y de Juan, dirigía una pequeña empresa de pesca en el lago de Genesaret (Cf. Lucas 5, 10). Por este motivo, debía disfrutar de un cierto desahogo económico y estaba animado por un sincero interés religioso, por un deseo de Dios - deseaba que Dios interviniera en el mundo -, un deseo que le llevó a dirigirse con su hermano hasta Judea para seguir la predicación de Juan el 3 Bautista (Juan 1, 35-42). Era un judío creyente y observante, confiado en la presencia activa de Dios en la historia de su pueblo, y a quien le dolía el no ver la acción poderosa en las vicisitudes de las que en ese momento era testigo. Estaba casado y su suegra, curada un día por Jesús, vivía en la ciudad de Cafarnaúm, en la casa en la que también se alojaba Simón, cuando se encontraba en esa ciudad (Cf. Mateo 8, 14s; Marcos 1, 29ss; Lucas 4, 38s). Recientes excavaciones arqueológicas han permitido sacar a la luz, bajo el suelo de mosaico en forma octogonal de una pequeña Iglesia bizantina, los restos de una iglesia más antigua, edificada en esa casa, como testimonian los «grafiti» con invocaciones a Pedro. Los Evangelios nos dicen que Pedro se encuentra entre los primeros cuatro discípulos del Nazareno (Cf. Lucas 5, 1-11), a quienes se les une el quinto, según la costumbre de todo Rabbí de tener cinco discípulos (Cf. Lucas 5, 27: la llamada de Leví). Cuando Jesús pasa de cinco a doce discípulos (Cf. Lucas 9, 1-6), quedará clara la novedad de su misión: no es uno de los muchos rabinos, sino que ha venido para reunir al Israel escatológico, simbolizado por el número doce, el de las tribus de Israel. o Su itinerario espiritual. El punto de partida. La llamada por parte de Jesús. Benedicto XVI, Catequesis del 17 de mayo del 2006 a) El inicio: abrirse a un proyecto que supera toda expectativa. • En los Evangelios, Simón presenta un carácter decidido e impulsivo. Está dispuesto a hacer prevalecer sus razones, incluso con la fuerza (usó la espada en el Huerto de los Olivos, Cf. Juan 18, 10s). Al mismo tiempo, a veces es también ingenuo y temeroso, así como honesto, hasta llegar al arrepentimiento más sincero (Cf. Mateo 26, 75). Los Evangelios permiten seguir paso a paso su itinerario espiritual. El punto de inicio es la llamada por parte de Jesús. Tuvo lugar en un día como cualquier otro, mientras Pedro realizaba su trabajo de pescador. Jesús se encuentra en el lago de Genesaret y la muchedumbre le rodea para escucharle. El número de los que le oían creaba ciertas dificultades. El maestro ve dos barcas amarradas a la orilla. Los pescadores han bajado de ellas y están lavando las redes. Les pide poder subir a una barca, la de Simón, y le pide que se aleje un poco de tierra. Sentado en esa cátedra improvisada, enseña desde la barca a la muchedumbre (Cf. Lucas 5, 1-3). De este modo, la barca de Pedro se convierte en la cátedra de Jesús. Cuando terminó de hablar, le dice a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar». Simón responde: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes» (Lucas 5, 4-5). Jesús, que era un carpintero, no era un experto de pesca y, sin embargo, Simón el pescador se fía de este Rabbí, que no le da respuestas sino que le invita a fiarse. Su reacción ante la pesca milagrosa es de asombro y estremecimiento: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador» (Lucas 5, 8). Jesús responde invitándole a tener confianza y a abrirse a un proyecto que supera toda expectativa: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres» (Lucas 5,10). Pedro no se podía imaginar todavía que un día llegaría a Roma y que aquí sería «pescador de hombres» para el Señor. Acepta esta llamada sorprendente a dejarse involucrar en esta gran aventura: es generoso, reconoce sus límites, pero cree en quien le llama y sigue el sueño de su corazón. Dice «sí», un «sí» valiente y generoso, y se convierte en discípulo de Jesús. b) Para conocer a Jesús no basta una respuesta de oídas, pues Él quiere una toma de posición personal. Otro momento significativo. La gran alternativa, ante el anuncio de la pasión: privilegiar las propias expectativas rechazando a Jesús o acoger a Jesús en la verdad de su misión y arrinconar las expectativas demasiado humanas. Pedro vivirá otro momento significativo en su camino espiritual en las inmediaciones de Cesarea de Filipo, cuando Jesús plantea a los discípulos una pregunta concreta: «¿Quién dicen los hombres que soy yo?» (Marcos 8,27). A Jesús no le basta una respuesta de oídas. De quien ha aceptado comprometerse personalmente con Él, quiere una toma de posición personal. Por eso, insiste: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Marcos 8, 29). Es Pedro quien responde también por cuenta de los demás: «Tú eres el Cristo» (ibídem), es decir, el Mesías. Esta respuesta, que no ha sido revelada ni por «la carne ni la sangre» de él, sino que ha sido ofrecida por el Padre que está en los cielos (Cf. Mateo 16, 17), contiene como la semilla de la futura confesión de fe de la Iglesia. Sin embargo, Pedro no había comprendido todavía el contenido profundo de la misión mesiánica de Jesús, el nuevo sentido de la palabra: Mesías. Lo demuestra poco a poco, dando a entender que el Mesías al que está siguiendo en sus sueños es muy diferente al auténtico proyecto de Dios. Ante el anuncio de la pasión, se escandaliza y protesta, suscitando la fuerte reacción de Jesús (Cf. Marcos 4 8, 32-33). Pedro quiere un Mesías «hombre divino», que responda a las expectativas de la gente, imponiendo a todos su potencia: nosotros también deseamos que el Señor imponga su potencia y transforme inmediatamente el mundo; Jesús se presenta como el «Dios humano», el siervo de Dios, que trastorna las expectativas de la muchedumbre, abrazando un camino de humildad y de sufrimiento. Es la gran alternativa, que también nosotros tenemos que volver a aprender: privilegiar las propias expectativas rechazando a Jesús o acoger a Jesús en la verdad de su misión y arrinconar las expectativas demasiado humanas. Pedro, que es impulsivo, no duda en tomarle aparte y reprenderle. La respuesta de Jesús derrumba todas las falsas expectativas, llamándole a la conversión y a su seguimiento: «¡Quítate de mi vista, Satanás! porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Marcos 8,33). No me indiques tú el camino, yo sigo mi camino y tú ponte detrás de mí. c) Segunda llamada. La ley del seguimiento: saber renunciar, si hace falta, a todo el mundo para salvar los verdaderos valores. De este modo, Pedro aprende lo que significa verdaderamente seguir a Jesús. Es la segunda llamada, como la de Abraham en Génesis capítulo 22, después de la de Génesis capítulo 12. «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Marcos 8, 34-35). Es la ley exigente del seguimiento: es necesario saber renunciar, si hace falta, a todo el mundo para salvar los verdaderos valores, para salvar el alma, para salvar la presencia de Dios en el mundo (Cf. Marcos 8, 36-37). Aunque le cuesta, Pedro acoge la invitación a seguir su camino tras las huellas del Maestro. o La enseñanza para nosotros: esperamos que Dios transforme el mundo inmediatamente, y Dios opta por el camino de la transformación de nuestros corazones. Benedicto XVI, Catequesis del 17 de mayo del 2006 Me parece que estas diferentes conversiones de san Pedro y toda su figura son motivo de gran consuelo y una gran enseñanza para nosotros. También nosotros deseamos a Dios, también queremos ser generosos, pero también nosotros esperamos que Dios sea fuerte en el mundo y transforme inmediatamente el mundo, según nuestras ideas, según las necesidades que vemos. Dios opta por otro camino. Dios escoge el camino de la transformación de los corazones en el sufrimiento y en la humildad. Y nosotros, como Pedro, siempre tenemos que convertirnos de nuevo. Tenemos que seguir a Jesús y no precederle: Él nos muestra el camino. Pedro nos dice: tú piensas que tienes la receta y que tienes que transformar el cristianismo, pero quien conoce el camino es el Señor. Es el Señor quien me dice a mí, quien te dice a ti: «¡sígueme!». Y tenemos que tener la valentía y la humildad para seguir a Jesús, pues Él es el Camino, la Verdad y la Vida. o La generosidad impetuosa de Pedro y la debilidad humana. La escuela de la fe no es una marcha triunfal, sino un camino salpicado de sufrimientos y de amor, de pruebas y fidelidad que hay que renovar todos los días. También Pedro tiene que aprender que es débil y que necesita perdón. Benedicto XVI, Catequesis del 24 de mayo de 2006 • La generosidad impetuosa de Pedro no le libra, sin embargo, de los peligros ligados a la debilidad humana. Es lo que también nosotros podemos reconocer basándonos en nuestra vida. Pedro siguió a Jesús con empuje, superó la prueba de la fe, abandonándose en él. Llega sin embargo el momento en que también él cede al miedo y cae: traiciona al Maestro (Cf. Marcos 14, 66-72). La escuela de la fe no es una marcha triunfal, sino un camino salpicado de sufrimientos y de amor, de pruebas y fidelidad que hay que renovar todos los días. Pedro, que había prometido fe absoluta, experimenta la amargura y la humillación del que reniega: el orgulloso aprende, a costa suya, la humildad. También Pedro tiene que aprender que es débil y que necesita perdón. Cuando finalmente se le cae la máscara y entiende la verdad de su corazón débil de pecador creyente, estalla en un llanto de arrepentimiento liberador. Tras este llanto ya está listo para su misión. o Jesús encomienda a Pedro la misión de pastor de la Iglesia universal Benedicto XVI, Catequesis del 24 de mayo de 2006 Pedro sigue a Jesús - acepta la misión – con la conciencia de la propia fragilidad. En una mañana de primavera, esta misión le será confiada por Jesús resucitado. El encuentro tendrá lugar en las orillas del lago de Tiberíades. El evangelista Juan nos narra el diálogo que en aquella 5 circunstancia tuvo lugar entre Jesús y Pedro. Se puede constatar un juego de verbos muy significativo. En griego, el verbo filéo expresa el amor de amistad, tierno pero no total, mientras que el verbo agapáo significa el amor sin reservas, total e incondicional. La primera vez, Jesús le pregunta a Pedro: «Simón…, ¿me amas más que éstos (agapâs-me)?», ¿con ese amor total e incondicional? (Cf. Juan 21, 15). Antes de la experiencia de la traición, el apóstol ciertamente habría dicho: «Te amo (agapô-se) incondicionalmente». Ahora que ha experimentado la amarga tristeza de la infidelidad, el drama de su propia debilidad, dice con humildad: «Señor, te quiero (filô-se)», es decir, «te amo con mi pobre amor humano». Cristo insiste: «Simón, ¿me amas con este amor total que yo quiero?». Y Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: «Kyrie, filô- se», «Señor, te quiero como sé querer». A la tercera vez, Jesús sólo le dice a Simón: «Fileîs-me?», «¿me quieres?». Simón comprende que a Jesús le es suficiente su amor pobre, el único del que es capaz, y sin embargo está triste por el hecho de que el Señor se lo haya tenido que decir de ese modo. Por eso le responde: «Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero (filô-se)». ¡Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de que Pedro se adaptará a Jesús! Precisamente esta adaptación divina da esperanza al discípulo, que ha experimentado el sufrimiento de la infidelidad. De aquí nace la confianza, que le hace ser capaz de seguirle hasta el final: «Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme"» (Juan 21, 19). Jesús se adapta también a nuestra debilidad, a nuestra pobre capacidad de amor. Tenemos que recorrer un largo camino para convertirnos en testigos seguros. Desde aquel día, Pedro «siguió» al Maestro con la conciencia precisa de su propia fragilidad; pero esta conciencia no le desalentó. Él sabía, de hecho, que podía contar a su lado con la presencia del Resucitado. De los ingenuos entusiasmos de la adhesión inicial, pasando a través de la experiencia dolorosa de la negación y del llanto de la conversión, Pedro llegó a fiarse de ese Jesús que se adaptó a su pobre capacidad de amor. Y nos muestra también a nosotros el camino, a pesar de toda nuestra debilidad. Sabemos que Jesús se adapta a esta debilidad nuestra. Nosotros le seguimos, con nuestra pobre capacidad de amor y sabemos que Jesús es bueno y nos acepta. Pedro tuvo que recorrer un largo camino para convertirse en testigo seguro, en «piedra» de la Iglesia, al quedar constantemente abierto a la acción del Espíritu de Jesús. Pedro mismo se presentará como «testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse (1 Pedro 5, 1). Cuando escribe estas palabras ya es anciano, abocado a la conclusión de su vida, que sellará con el martirio. Será capaz, entonces, de describir la alegría verdadera y de indicar dónde puede encontrarse: el manantial es Cristo, en quien creemos y a quien amamos con nuestra fe débil pero sincera, a pesar de nuestra fragilidad. Por ello, escribirá a los cristianos de su comunidad estas palabras que también nos dirige a nosotros: «Le amáis sin haberle visto; creéis en él, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa; y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas» (1 Pedro 1, 8-9). o Jesús cambió el nombre de Simón, llamándole «Cefas», Pedro. Significado de este cambio. Benedicto XVI, Catequesis del 7 de junio de 2006 Reanudamos las catequesis semanales que hemos comenzado en esta primavera. En la última de hace quince días había hablado de Pedro como el primer apóstol; hoy queremos volver una vez más sobre esta grande e importante figura de la Iglesia. El evangelista Juan, al narrar el primer encuentro de Jesús con Simón, hermano de Andrés, constata un dato singular: «Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: "Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas", que quiere decir, "Piedra"» (Juan 1, 42). Jesús no acostumbraba a cambiar el nombre de sus discípulos. A excepción del apelativo de «hijos del trueno», dirigido en una circunstancia precisa a los hijos de Zebedeo (Cf. Marcos 3, 17), y que después no utilizará, nunca atribuyó un nuevo nombre a uno de sus discípulos. Lo hizo sin embargo con Simón, llamándole Cefas, nombre que después fue traducido en griego como «Petros», en latín «Petrus». Y fue traducido precisamente porque no sólo era un nombre; era un «mandato» que Petrus recibía de ese modo del Señor. El nuevo nombre «Petrus» volverá en varias ocasiones en los Evangelios y acabará sustituyendo a su nombre original, Simón. Este dato alcanza particular importancia si se tiene en cuenta que, en el Antiguo Testamento, el cambio de nombre anunciaba en general la entrega de una misión (Cf. Génesis 17,5; 32,28 siguientes, etc.). De hecho, la voluntad de Cristo de atribuir a Pedro un especial relieve dentro del colegio apostólico se manifiesta con numerosos indicios: en Cafarnaúm el Maestro se aloja en la casa de Pedro (Marcos 1, 29); cuando la muchedumbre se agolpa en la orilla del lago de Genesaret, entre las dos barcas amarradas, Jesús escoge la de Simón (Lucas 5, 3); cuando en circunstancias particulares Jesús sólo se queda en compañía de 6 tres discípulos, Pedro siempre es recordado como el primero del grupo: así sucede en la resurrección de la hija de Jairo (Cf. Marcos 5, 37; Lucas 8,51), en la Transfiguración (Cf. Marcos 9, 2; Mateo 17, 1; Lucas 9, 28), y por último durante la agonía en el Huerto de Getsemaní (Cf. Marcos 14, 33; Mateo 16, 37). A Pedro se dirigen los recaudadores del impuesto para el Templo y el Maestro paga por él y por Pedro y nada más que por él (Cf. Mateo 17, 24-27); fue el primero a quien lavó los pies en la última Cena (Cf. Juan 13, 6) y sólo reza por él para que no desfallezca en la fe y pueda confirmar después en ella a los demás discípulos (Cf. Lucas 22, 30-31). El sentido último del Primado de Pedro: ser el custodio de la comunión con Cristo Este contexto del Primado de Pedro en la Última Cena, en el momento de la institución de la Eucaristía, Pascua del Señor, indica también el sentido último de este Primado, para todos los tiempos: Pedro tiene que ser el custodio de la comunión con Cristo; tiene que guiar en la comunión con Cristo de modo que la red no se rompa, sino que sostenga la gran comunión universal. Sólo juntos podemos estar con Cristo, que es el Señor de todos. La responsabilidad de Pedro consiste en garantizar así la comunión con Cristo con la caridad de Cristo, guiando a la realización de esta caridad en la vida de todos los días. Recemos para que el primado de Pedro, confiado a pobres seres humanos, sea siempre ejercido en este sentido original deseado por el Señor y para que lo puedan reconocer cada vez más en su significado verdadero los hermanos que todavía no están en comunión con nosotros. o Edificación de la Iglesia: es la comunidad de los que se unen a Pedro para proclamar la fe en Jesucristo. • Del conocido episodio del diálogo de Jesús con los discípulos en Cesarea, que se lee en el evangelio de hoy, el punto fundamental es la afirmación del Señor “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mt 16,18). • La Iglesia es la comunidad de los que se unen a Pedro para proclamar la fe en Jesucristo . Pedro es solamente un instrumento, la primera piedra de un edificio, y Cristo es quien pone la primera piedra. Las demás piedras del edificio, para ser piedras vivas deben estar en comunión y bajo la autoridad de esa primera piedra. • Por otra parte, Pedro está al servicio de Jesús. El Señor le encargó que pastorease sus ovejas (cfr. Juan 21, 15ss). Y para que entendiese hasta el fondo esta misión de pastorear, Jesús permitió que Pedro le renegase. ¡No le conozco! (cfr. Juan 18, 15 ss). Más tarde escribiría a los cristianos pidiendo que se acerquen a Cristo “piedra viva desechada por los hombres y escogida por Dios”, y “pastor de sus almas” (1 Pedro 2, 4.25). Como diciendo que sólo Cristo es la piedra que no falla y el pastor que no desilusiona. La oración por Pedro • En la primera Lectura de hoy, se recuerda el episodio de cuando Pedro estaba en la cárcel, tal vez en espera de ser entregado a la muerte como su Maestro, y “la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él” (Hechos 12,5). • También hoy rezar por el sucesor de Pedro es urgente. También “está en la cárcel y bajo Proceso” de la hostilidad y de la crítica. 2. La figura de Pablo • Vivía en Jerusalén cuando Jesús fue condenado a muerte. Era hijo de un hebreo de Tarso, y se encontraba en la ciudad santa para perfeccionar los estudios bíblicos. Por su ardiente celo por la Ley, pensaba que daba gloria a Dios persiguiendo a la Iglesia. Pero Jesús le esperaba en el camino hacia Damasco: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9,4). • Más tarde: - pensando en esa experiencia, le pareció como si ese día el Señor “le hubiese alcanzado” (Filipenses 3, 12); - llegó a ser de Cristo hasta el punto de decir: “Vivo, pero ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2,20); - El Señor se convirtió en una llama interior, en su pasión: “El amor de Cristo nos urge …” (2 Corintios 5,14) - Recorrió el mundo civil de entonces, predicando a judíos y gentiles. En la segunda Lectura se ve su testamento con un pleno reconocimiento al Jesús que un día le alcanzó: “El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles”. (2 Timoteo 4, 17). 7 o La vocación de san Pablo: el encuentro con Cristo debido a que «fue alcanzado» por iniciativa gratuita del Señor. Benedicto XVI, Catequesis del 25 0ctubre 2006 • “Para él fue decisivo conocer la comunidad de quienes se profesaban discípulos de Jesús. Por ellos tuvo noticia de una nueva fe, un nuevo «camino», como se decía, que no ponía en el centro la Ley de Dios, sino la persona de Jesús, crucificado y resucitado, a quien se le atribuía la remisión de los pecados. Como judío celoso, consideraba este mensaje inaceptable, es más escandaloso, y sintió el deber de perseguir a los seguidores de Cristo incluso fuera de Jerusalén. Precisamente, en el camino hacia Damasco, a inicios de los años treinta, Saulo, según sus palabras, fue « alcanzado por Cristo Jesús» (Filipenses 3, 12). Mientras Lucas cuenta el hecho con abundancia de detalles --la manera en que la luz del Resucitado le alcanzó, cambiando fundamentalmente toda su vida-- en sus cartas él va directamente a lo esencial y habla no sólo de una visión (Cf. 1 Corintios 9,1), sino de una iluminación (Cf. 2 Corintios 4, 6) y sobre todo de una revelación y una vocación en el encuentro con el Resucitado (Cf. Gálatas 1, 15-16). De hecho, se definirá explícitamente «apóstol por vocación» (Cf. Romanos 1, 1; 1 Corintios 1, 1) o «apóstol por voluntad de Dios» (2 Corintios 1, 1; Efesios 1,1; Colosenses 1, 1), como queriendo subrayar que su conversión no era el resultado de bonitos pensamientos, de reflexiones, sino el fruto de una intervención divina, de una gracia divina imprevisible. A partir de entonces, todo lo que antes constituía para él un valor se convirtió paradójicamente, según sus palabras, en pérdida y basura (Cf. Filipenses 3, 7-10). Y desde aquel momento puso todas sus energías al servicio exclusivo de Jesucristo y de su Evangelio. Su existencia se convertirá en la de un apóstol que quiere «hacerse todo a todos» (1 Corintios 9,22) sin reservas”. o Las dificultades que Pablo tuvo que afrontar en su apostolado. Benedicto XVI, Catequesis 25 octubre 2006 Jesucristo es la razón por la que pudo afrontarlas. • “En el apostolado de Pablo no faltaron dificultades, que él afrontó con valentía por amor a Cristo. Él mismo recuerda que tuvo que soportar «trabajos…, cárceles…, azotes; peligros de muerte, muchas veces…Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué… Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias» (2 Corintios 11,23-28). En un pasaje de la Carta a los Romanos (Cf. 15, 24.28) se refleja su propósito de llegar hasta España, hasta el confín de Occidente, para anunciar el Evangelio por doquier hasta los confines de la tierra entonces conocida. ¿Cómo no admirar a un hombre así? ¿Cómo no dar gracias al Señor por habernos dado un apóstol de esta talla? Está claro que no hubiera podido afrontar situaciones tan difíciles, y a veces tan desesperadas, si no hubiera tenido una razón de valor absoluto ante la que no podía haber límites. Para Pablo, esta razón, lo sabemos, es Jesucristo, de quien escribe: «El amor de Cristo nos apremia… murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Corintios 5,14-15), por nosotros, por todos”. o La identidad cristiana: el encuentro con Cristo revolucionó literalmente la vida de San Pablo. Dos momentos. Benedicto XVI, Catequesis del 8 noviembre 2006 Primer momento. El contenido fundamental de la conversión de San Pablo. La nueva orientación de su vida: el hombre se justifica por la fe en Jesucristo. “En primer lugar, Pablo nos ayuda a comprender el valor fundamental e insustituible de la fe. En la Carta a los Romanos escribe: «Pensamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley» (3, 28). Y en la Carta a los Gálatas: «el hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, por eso nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado» (2,16). «Ser justificados» significa ser hechos justos, es decir, ser acogidos por la justicia misericordiosa de Dios, y entrar en comunión con Él, y por tanto poder establecer una relación mucho más auténtica con todos nuestros hermanos: y esto en virtud de un perdón total de nuestros pecados. Pues bien, Pablo dice con toda claridad que esta condición de vida no depende de nuestras posibles buenas obras, sino de la pura gracia de Dios: «Somos justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús» (Romanos 3, 24)”. 8 “Con estas palabras, san Pablo expresa el contenido fundamental de su conversión, la nueva dirección que tomó su vida como resultado de su encuentro con Cristo resucitado. Pablo, antes de la conversión, no era un hombre alejado de Dios ni de su Ley. Por el contrario, era un observante, con una observancia que rayaba en el fanatismo. Sin embargo, a la luz del encuentro con Cristo comprendió que con ello sólo se había buscado hacerse a sí mismo, su propia justicia, y que con toda esa justicia sólo había vivido para sí mismo. Comprendió que su vida necesitaba absolutamente una nueva orientación. Y esta nueva orientación la expresa así: «la vida, que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2, 20)”. “Pablo, por tanto, ya no vive para sí mismo, para su propia justicia. Vive de Cristo y con Cristo: dándose a sí mismo; ya no se busca ni se hace a sí mismo. Esta es la nueva justicia, la nueva orientación que nos ha dado el Señor, que nos da la fe. ¡Ante la cruz de Cristo, expresión máxima se su entrega, ya no hay nadie que pueda gloriarse de sí, de su propia justicia! En otra ocasión, Pablo, haciendo eco a Jeremías, aclara su pensamiento: «El que se gloríe, gloríese en el Señor» (1 Corintios 1, 31; Jeremías 9,22s); o también: «En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo!» (Gálatas 6,14)”. Segundo momento o elemento que define la vida cristiana: revestirse de Cristo y entregarse a Cristo, para participar en la vida del mismo Cristo, compartiendo así también su muerte. Al reflexionar sobre lo que quiere decir no justificarse por las obras sino por la fe, hemos llegado al segundo elemento que define la identidad cristiana descrita por san Pablo en su propia vida. Identidad cristiana que se compone precisamente de dos elementos: no buscarse a sí mismo, sino revestirse de Cristo y entregarse con Cristo, y de este modo participar personalmente en la vida del mismo Cristo hasta sumergirse en Él y compartir tanto su muerte como su vida. Bautizados en Cristo: muertos al pecado y vivos para Dios. Pablo lo escribe en la Carta a los Romanos: «Fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte… Fuimos con él sepultados… somos una misma cosa con él… Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús» (Romanos 6, 3.4.5.11). Precisamente esta última expresión es sintomática: para Pablo, de hecho, no es suficiente decir que los cristianos son bautizados, creyentes; para él es igualmente importante decir que ellos «están en Cristo Jesús» (Cf. también Romanos 8,1.2.39; 12,5; 16,3.7.10; 1 Corintios 1, 2.3, etcétera). En otras ocasiones invierte los términos y escribe que «Cristo está en nosotros/vosotros» (Romanos 8,10; 2 Corintios 13,5) o «en mí» (Gálatas 2,20). Esta compenetración mutua entre Cristo y el cristiano, característica de la enseñanza de Pablo, completa su reflexión sobre la fe. La fe, de hecho, si bien nos une íntimamente a Cristo, subraya la distinción entre nosotros y Él. Pero, según Pablo, la vida del cristiano tiene también un elemento que podríamos llamar «místico», pues comporta ensimismarnos en Cristo y Cristo en nosotros. En este sentido, el apóstol llega a calificar nuestros sufrimientos como los «sufrimientos de Cristo en nosotros» (2 Corintios 1, 5), de manera que «llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Corintios 4,10). La fe: a) es una actitud constante de humildad antes Dios, de adoración y de alabanza; b) la radical pertenencia a Cristo infunde actitud de total confianza y de inmensa alegría. Todo esto tenemos que aplicarlo a nuestra vida cotidiana siguiendo el ejemplo de Pablo que vivió siempre con este gran horizonte espiritual. Por una parte, la fe debe mantenernos en una actitud constante de humildad ante Dios, es más, de adoración y de alabanza en relación con Él. De hecho, lo que somos como cristianos sólo se lo debemos a Él y a su gracia. Dado que nada ni nadie puede tomar su lugar, es necesario por tanto que a nada ni a nadie rindamos el homenaje que le rendimos a Él. Ningún ídolo tiene que contaminar nuestro universo espiritual, de lo contrario en vez de gozar de la libertad alcanzada volveremos a caer en una forma de esclavitud humillante. Por otra parte, nuestra radical pertenencia a Cristo y el hecho de que «estamos en Él» tiene que infundirnos una actitud de total confianza y de inmensa alegría. En definitiva, tenemos que exclamar con san Pablo: «Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?» (Romanos 8, 31). Y la respuesta es que nada ni nadie «podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro» (Romanos 8,39). Nuestra vida cristiana, por tanto, se basa en la roca más estable y segura que puede imaginarse. De ella sacamos toda nuestra energía, como escribe precisamente el apóstol: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Fi1ipenses 4,13). 9 Afrontemos por tanto nuestra existencia, con sus alegrías y dolores, apoyados por estos grandes sentimientos que Pablo nos ofrece. Haciendo esta experiencia, podemos comprender que es verdad lo que el mismo apóstol escribe: «yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día», es decir, hasta el día definitivo (2 Timoteo 1,12) de nuestro encuentro con Cristo, juez, salvador del mundo y nuestro. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

En la Solemnidad de Todos los Santos (2013) (1). Comentario de Juan Pablo II en el rezo del Angelus. Es Cristo quien nos salva – nos santifica - en el Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida. La santidad es la plenitud de la vida que el Espíritu Santo injerta en el alma del hombre.


1 En la Solemnidad de Todos los Santos (2013) (1). Comentario de Juan Pablo II en el rezo del Angelus. Es Cristo quien nos salva – nos santifica - en el Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida. La santidad es la plenitud de la vida que el Espíritu Santo injerta en el alma del hombre. ¿Qué es la santidad de tantos hermanos y hermanas - conocidos por su nombre, o no – a los que honramos particularmente este día, sino la madura plenitud de esa vida que precisamente Él, el Espíritu Santo, injerta en el alma del hombre? Cfr. Juan Pablo II, Angelus, 1 noviembre 1981, solemnidad de Todos los Santos. o El Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida. ¿Qué es la santidad de tantos hermanos y hermanas - conocidos por su nombre, o no - a los que honramos particularmente este día, sino la madura plenitud de esa vida que precisamente Él, el Espíritu Santo, injerta en el alma del hombre? 1. "Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida: Credo in Spiritum Sanctum, Dominum et vivificantem". Las palabras de la profesión de fe que repetimos en la Santa Misa nos recuerdan el Concilio Constantinopolitano I que se celebró el año 381, cuyo aniversario se celebra este año, después de 16 siglos. La solemne jornada de acción de gracias por la obra de este Concilio tuvo lugar en la fiesta de Pentecostés de este año, tanto en Constantinopla como en Roma. En la festividad de hoy, las palabras de la profesión que debemos a este Concilio proyectan una luz particular sobre el misterio de Todos los Santos. Efectivamente, ¿quiénes son aquellos a quienes la Iglesia dedica la solemnidad de hoy, sino el fruto de la obra santificante del Espíritu de verdad y de amor, que es el Espíritu Santo? ¿Qué es la santidad de tantos hermanos y hermanas - conocidos por su nombre, o no - a los que honramos particularmente este día, sino la madura plenitud de esa vida que precisamente Él, el Espíritu Santo, injerta en el alma del hombre? ¡Él "que es Señor y Dador de vida"! o Todos los santos, a los que hoy honramos, son portadores del don misterioso del Espíritu Santo, al cual han testimoniado fidelidad heroica. 2. "¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en el recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro Corazón, que no jura contra el prójimo en falso... Ese recibirá la bendición del Señor, le hará justicia el Dios: de salvación" (Sal 23 [24], 3-5). La liturgia de esta solemnidad nos infunde un gran jubilo y una alegre esperanza cuando, mediante las palabras del Apocalipsis, observamos con los ojos del alma esa "muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7, 9). "Este es el grupo que busca al Señor, que viene a tu presencia, Dios de Jacob" (Sal 23 [24], 6). Y todos los santos, a los que hoy honramos, son portadores del don misterioso del Espíritu Santo, al cual han testimoniado fidelidad heroica. Así, la celeste "Communio" de todos, como es fruto de la vida terrena, de igual manera es fruto del mismo don del Espíritu Santo: "Communio Sanctorum: la comunión de los Santos". o Nuestra gratitud por todos los frutos de la santidad que han nacido en el curso de la historia de la salvación bajo el influjo de su gracia. 3. Teniendo ante nuestra mirada espiritual esta espléndida imagen que la liturgia de la Iglesia nos ofrece el 1 de noviembre, tratemos ahora, en la oración del "Ángelus" de manifestar al Espíritu Santo una ferviente gratitud por Todos los Santos, esto es, por todos los frutos de la santidad que han nacido en el curso de la historia de la salvación bajo el influjo de su gracia. Agradezcamos especialmente ese particularísimo fruto de santidad, nacido y madurado por la presencia del Espíritu Santo, la Virgen de Nazaret, llena de gracia, Santísima, Theotokos, Madre de Dios. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

Solemnidad de Todos los Santos (2013) (2). Primera Lectura, del Libro del Apocalipsis: “ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero” (v. 14). La efusión de la sangre de Cristo es la fuente de la vida de la Iglesia. Participamos en el sacrificio en la cruz, ofreciéndole un “culto espiritual” que abrace todos los aspectos de nuestra vida.


1 Solemnidad de Todos los Santos (2013) (2). Primera Lectura, del Libro del Apocalipsis: “ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero” (v. 14). La efusión de la sangre de Cristo es la fuente de la vida de la Iglesia. Participamos en el sacrificio en la cruz, ofreciéndole un “culto espiritual” que abrace todos los aspectos de nuestra vida. Apocalipsis 7, 2-4. 9-14: 2 Yo, Juan vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de daña a la tierra y al mar, 3 diciéndoles: «No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios». 4 Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil de todas las tribus de Israel. 9 Después, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. 10 Y gritaban con voz potente: ¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono y del Cordero! 11 Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes, cayeron rostro a tierra ante el trono, y adoraron a Dios, 12 diciendo: Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén. 13 Y uno de los Ancianos me preguntó: «¿Quiénes son y de donde vienen los que están revestidos de túnicas blancas?». 14 Yo le respondí: «Tú lo sabes, señor». Y él me dijo: «Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Benedicto XVI, Homilía, 18 septiembre de 2010 Catedral de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo - Ciudad de Westminster, Reino Unido El sacrificio de la Cruz. La efusión de la sangre de Cristo es la fuente de la vida de la Iglesia Comencemos con el sacrificio de la Cruz. La efusión de la sangre de Cristo es la fuente de la vida de la Iglesia. San Juan, como sabemos, ve en el agua y la sangre que manaba del cuerpo de nuestro Señor la fuente de esa vida divina, que otorga el Espíritu Santo y se nos comunica en los sacramentos (Jn 19,34; cf. 1 Jn 1,7; 5,6-7). La Carta a los Hebreos extrae, podríamos decir, las implicaciones litúrgicas de este misterio. Jesús, por su sufrimiento y muerte, con su entrega en virtud del Espíritu eterno, se ha convertido en nuestro sumo sacerdote y "mediador de una alianza nueva" (Hb 9,15). Estas palabras evocan las palabras de nuestro Señor en la Última Cena, cuando instituyó la Eucaristía como el sacramento de su cuerpo, entregado por nosotros, y su sangre, la sangre de la alianza nueva y eterna, derramada para el perdón de los pecados (cf. Mc 14,24; Mt 26,28; Lc 22,20). La Eucaristía. "Haced esto en memoria mía": el poder de su sacrificio salvador para la redención del mundo. Fiel al mandato de Cristo de "haced esto en memoria mía" (Lc 22,19), la Iglesia en todo tiempo y lugar celebra la Eucaristía hasta que el Señor vuelva en la gloria, alegrándose de su presencia sacramental y aprovechando el poder de su sacrificio salvador para la redención del mundo. La realidad del sacrificio eucarístico ha estado siempre en el corazón de la fe católica; cuestionada en el siglo XVI, fue solemnemente reafirmada en el Concilio de Trento en el contexto de nuestra justificación en Cristo. Aquí en Inglaterra, como sabemos, hubo muchos que defendieron incondicionalmente la Misa, a menudo a un precio costoso, incrementando la devoción a la Santísima Eucaristía, que ha sido un sello distintivo del catolicismo en estas tierras. o Por Cristo, con Él y en Él, presentamos nuestros cuerpos como sacrificio santo y agradable a Dios (cf. Rm 12,1). El sacrificio eucarístico del Cuerpo y la Sangre de Cristo abraza a su vez el misterio de la pasión de nuestro Señor, que continúa en los miembros de su Cuerpo místico, en la Iglesia en cada época. El gran crucifijo que aquí se yergue sobre nosotros, nos recuerda que Cristo, nuestro sumo y eterno sacerdote, une cada día a los méritos infinitos de su sacrificio nuestros propios sacrificios, sufrimientos, necesidades, esperanzas y aspiraciones. Por Cristo, con Él y en Él, presentamos nuestros cuerpos como sacrificio santo y agradable a Dios (cf. Rm 12,1). En este sentido, nos asociamos a su ofrenda eterna, completando, como dice San Pablo, en nuestra carne lo que falta a los dolores de Cristo en favor de su cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1,24). En la vida de la Iglesia, en sus pruebas y tribulaciones, Cristo continúa, según la expresión genial de Pascal, estando en agonía hasta el fin del mundo (Pensées, 553, ed. Brunschvicg). 2 o En los mártires, en quien sufre discriminación y persecución por su fe cristiana, en los enfermos, ancianos … Vemos este aspecto del misterio de la Sangre Preciosa de Cristo actualizado de forma elocuente por los mártires de todos los tiempos, que bebieron el cáliz que Cristo mismo bebió, y cuya propia sangre, derramada en unión con su sacrificio, da nueva vida a la Iglesia. También se refleja en nuestros hermanos y hermanas de todo el mundo que aun hoy sufren discriminación y persecución por su fe cristiana. También está presente, con frecuencia de forma oculta, en el sufrimiento de cada cristiano que diariamente une sus sacrificios a los del Señor para la santificación de la Iglesia y la redención del mundo. Pienso ahora de manera especial en todos los que se unen espiritualmente a esta celebración eucarística y, en particular, en los enfermos, los ancianos, los discapacitados y los que sufren mental y espiritualmente. o En el inmenso sufrimiento causado por el abuso de menores, especialmente por los ministros de la Iglesia….. Pienso también en el inmenso sufrimiento causado por el abuso de menores, especialmente por los ministros de la Iglesia. Por encima de todo, quiero manifestar mi profundo pesar a las víctimas inocentes de estos crímenes atroces, junto con mi esperanza de que el poder de la gracia de Cristo, su sacrificio de reconciliación, traerá la curación profunda y la paz a sus vidas. Asimismo, reconozco con vosotros la vergüenza y la humillación que todos hemos sufrido a causa de estos pecados; y os invito a presentarlas al Señor, confiando que este castigo contribuirá a la sanación de las víctimas, a la purificación de la Iglesia y a la renovación de su inveterado compromiso con la educación y la atención de los jóvenes. Agradezco los esfuerzos realizados para afrontar este problema de manera responsable, y os pido a todos que os preocupéis de las víctimas y os compadezcáis de vuestros sacerdotes. Las manos de Nuestro Señor, extendidas en la Cruz, nos invitan también a contemplar nuestra participación en su sacerdocio eterno y por lo tanto nuestra responsabilidad, como miembros de su cuerpo, para que la fuerza reconciliadora de su sacrificio llegue al mundo en que vivimos. o El fermento del evangelio en la sociedad, en la configuración del pensamiento, palabra y obras con Cristo. Queridos amigos, volvamos a la contemplación del gran crucifijo que se alza por encima de nosotros. Las manos de Nuestro Señor, extendidas en la Cruz, nos invitan también a contemplar nuestra participación en su sacerdocio eterno y por lo tanto nuestra responsabilidad, como miembros de su cuerpo, para que la fuerza reconciliadora de su sacrificio llegue al mundo en que vivimos. El Concilio Vaticano II habló elocuentemente sobre el papel indispensable que los laicos deben desempeñar en la misión de la Iglesia, esforzándose por ser fermento del Evangelio en la sociedad y trabajar por el progreso del Reino de Dios en el mundo (cf. Lumen gentium, 31; Apostolicam actuositatem, 7). La exhortación conciliar a los laicos, para que, en virtud de su bautismo, participen en la misión de Cristo, se hizo eco de las intuiciones y enseñanzas de John Henry Newman. Que las profundas ideas de este gran inglés sigan inspirando a todos los seguidores de Cristo en esta tierra, para que configuren su pensamiento, palabra y obras con Cristo, y trabajen decididamente en la defensa de las verdades morales inmutables que, asumidas, iluminadas y confirmadas por el Evangelio, fundamentan una sociedad verdaderamente humana, justa y libre. Cuánto necesita la sociedad contemporánea este testimonio. Cuánto necesitamos, en la Iglesia y en la sociedad, testigos de la belleza de la santidad, testigos del esplendor de la verdad, testigos de la alegría y libertad que nace de una relación viva con Cristo. Uno de los mayores desafíos a los que nos enfrentamos hoy es cómo hablar de manera convincente de la sabiduría y del poder liberador de la Palabra de Dios a un mundo que, con demasiada frecuencia, considera el Evangelio como una constricción de la libertad humana, en lugar de la verdad que libera nuestra mente e ilumina nuestros esfuerzos para vivir correcta y sabiamente, como individuos y como miembros de la sociedad. Que seamos cada vez más conscientes de nuestra dignidad como pueblo sacerdotal, llamados a consagrar el mundo a Dios a través de la vida de fe y de santidad. Oremos, pues, para que los católicos de esta tierra sean cada vez más conscientes de su dignidad como pueblo sacerdotal, llamados a consagrar el mundo a Dios a través de la vida de fe y de santidad. Y que este aumento de celo apostólico se vea acompañado de una oración más intensa por las vocaciones al orden sacerdotal, porque cuanto más crece el apostolado seglar, con mayor urgencia se percibe la necesidad de sacerdotes; y cuanto más profundizan los laicos en la propia vocación, más se subraya lo que es propio del sacerdote. Que muchos jóvenes en esta tierra encuentren la fuerza para responder a la llamada del Maestro al 3 sacerdocio ministerial, dedicando sus vidas, sus energías y sus talentos a Dios, construyendo así un pueblo en unidad y fidelidad al Evangelio, especialmente a través de la celebración del sacrificio eucarístico. La participación en el sacrificio en la cruz, ofreciéndole un “culto espiritual” que abrace todos los aspectos de nuestra vida. Queridos amigos, en esta catedral de la Preciosísima Sangre, os invito una vez más a mirar a Cristo, que inicia y completa nuestra fe (cf. Hebreos 12,2). Os pido que os unáis cada vez más plenamente al Señor, participando en su sacrificio en la cruz y ofreciéndole un "culto espiritual" (Romanos 12,1) que abrace todos los aspectos de nuestra vida y que se manifieste en nuestros esfuerzos por contribuir a la venida de su Reino. Ruego para que, al actuar así, os unáis a la hilera de los creyentes fieles que a lo largo de la historia del cristianismo en esta tierra han edificado una sociedad verdaderamente digna del hombre, digna de las más nobles tradiciones de vuestra nación". www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2014). La primera Lectura, del libro del Apocalipsis. «Había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos». «Han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero». El blanco es la representación de la divinidad, de la luz perfecta, de la eternidad. Solamente Cristo Señor Nuestro es el camino que guía a la salvación eterna.


1 Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2014). La primera Lectura, del libro del Apocalipsis. «Había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos». «Han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero». El blanco es la representación de la divinidad, de la luz perfecta, de la eternidad. Solamente Cristo Señor Nuestro es el camino que guía a la salvación eterna. Primera Lectura, Apocalipsis 7, 2-4.9-14: 2 Luego vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro Ángeles a quienes había encomendado causar daño a la tierra y al mar: 3 «No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios». 4 Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. 9 Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. 10 Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero». 11 Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios 12 diciendo: Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, Amén» 13 Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas quiénes son y de dónde han venido?» 14 Yo les respondí: «Señor mío, tu lo sabrás». Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero» A. 1ª Lectura: Apocalipsis 7,2-4.9-14 Apocalipsis significa «revelación». - «La revelación que Jesucristo resucitado y glorioso hace a su Iglesia a través del apóstol S. Juan». Entre otras cosas se refiere a “la exposición de los designios divinos relativos al futuro del mundo y de la Iglesia (4,1-22,21)”. Con un lenguaje simbólico (simbolismos del reino animal, de los números, de los astros, etc.). “Había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos” (Apocalipsis 7,9). - Se describen en este texto con precisión las características de esta muchedumbre: es innumerable, y universal: pertenece a todas las naciones, razas, lenguas ... Todos los comentadores de este texto afirman que es el “cumplimiento de la promesa hecha a Abrahán”, cuando Dios le promete que le colmará de bendiciones y acrecentará sus descendencia “como las estrellas del cielo y las arenas de la playa” (Cf Génesis 22, 15-18). - También se habla en este texto de varias actitudes de esa multitud: está de pie con vestiduras blancas, es decir, revestidos ya de la gloria de Cristo; y con palmas en sus manos: en señal de victoria contra el mal, esa muchedumbre participa ya de la resurrección de Cristo. - Juan Pablo II comenta así este pasaje (Homilía 1-XI-1981): “Las personas vestidas de blanco, son los redimidos y constituyen una ‘muchedumbre inmensa’, cuyo número es incalculable y cuya proveniencia es variadísima. La sangre del cordero que se ha inmolado por todos, ha ejercitado en cada ángulo de la tierra su universal y eficacísima virtud redentora, aportando gracia y salvación a esa ‘muchedumbre inmensa’. Después de haber pasado por las pruebas y de ser purificados en la sangre de Cristo, ellos - los redimidos – están a salvo en el Reino de Dios y lo alaban y bendicen por los siglos”. 2 Vestidos con vestiduras blancas. o «Han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero». El blanco es la representación de la divinidad, de la luz perfecta, de la eternidad. A través de la sangre, es decir, a través del martirio, de la fidelidad también en la ‘gran tribulación’, en la persecución, en la prueba. • Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno B, Piemme 1996. p. 393: “Que han sido hechas blancas por un método a primera vista ``contradictorio’: «han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero». (...) en el simbolismo cromático del Apocalipsis el blanco es la representación de la divinidad, de la luz perfecta, de la eternidad. Ella es conseguida a través de la sangre, es decir, a través del martirio, de la fidelidad también en la ‘gran tribulación’, en la persecución, en la prueba, en las angustias. Así tenemos, por tanto, la celebración de los mártires y también la de todos aquellos que, con fidelidad, llevan ‘todos los días’ la cruz (Lucas 9, 23), recordando las palabras de Pablo a Bernabé (Hechos 14,22): «Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios». Y con palmas en las manos.... o Señal de victoria y de gloria en el mundo romano. “En el mundo romano se agitaba la palma con ocasión de los triunfos imperiales; era, por tanto, señal de victoria y de gloria. La felicidad es la meta de una existencia fiel; es la comunión con Dios que es el atracadero último de la vida del justo, como ya amonestaba el autor del libro de la Sabiduría (3, 2-3): 2 A los ojos de los insensatos pareció que habían muerto; se tuvo por quebranto su salida, 3 y su partida de entre nosotros por completa destrucción; pero ellos están en la paz. 4 Aunque, a juicio de los hombres, hayan sufrido castigos, su esperanza estaba llena de inmortalidad 5 por una corta corrección recibirán largos beneficios. pues Dios los sometió a prueba y los halló dignos de sí; 6 como oro en el crisol los probó y como holocausto los aceptó. (Gianfranco Ravasi o.c. p. 393). B. La Sangre del Cordero “Han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero” (Apocalipsis 7, 14) “Sin derramamiento de sangre no hay perdón” (Hebreos 9, 22) 1 El sacrificio de Jesús fue ofrecido en la cruz “una vez y para siempre”. (Hebreos 7, 27) 2 Palabras de S. Pedro, sobre la eficacia de la Sangre de Cristo - 1 Pedro 1, 18-19: 18 habéis sido rescatados de vuestra conducta vana, heredada de vuestros mayores, no con bienes corruptibles, plata u oro, 19 sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni mancha. Es Cristo quien nos ha redimido, quien nos salva, y la redención nos viene ante todo por la sangre de la Cruz, aunque toda la vida de Cristo es Redención. 1 “Tengamos los ojos fijos en la sangre de Cristo y comprendamos cuán preciosa es a su Padre, porque, habiendo sido derramada para nuestra salvación, ha conseguido para el mundo entero la gracia del arrepentimiento” (San Clemente Romano , Ad Corinthios 7,4). San Clemente es uno de los llamados Padres Apostólicos, fue obispo de Roma, tercer sucesor de San Pedro, murió mártir hacia el año 97. 2 En la Ley de Moisés, el sacerdote debía hacer una ofrenda de la sangre de animales sobre el altar del templo por los pecados del pueblo, muchas veces. Pero Jesucristo “no tiene necesidad de ofrecer todos los días, como aquellos sumos sacerdotes, primero unas víctimas por sus propios pecados y luego por los del pueblo, porque esto lo hizo de una vez para siempre cuando se ofreció él mismo” (Hebreos 7, 27). 3 o Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 517 y 518. • n. 517 : Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cf. Efesios 1, 7; Colosenses 1, 13 - 14; 1Pedro 1, 18 - 19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con su pobreza (cf. 2Co 8, 9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc 2, 51); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf. Juan 15, 3); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales "él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mateo 8, 17; cf. Isaías 53, 4); en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf. Romanos 4, 25). • n. 518 : Toda la vida de Cristo es Misterio de Recapitulación. Todo lo que Jesús hizo, dijo y sufrió, tuvo como finalidad restablecer al hombre caído en su vocación primera: "Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga historia de la humanidad procurándonos en su propia historia la salvación de todos, de suerte que lo que perdimos en Adán, es decir, el ser imagen y semejanza de Dios, lo recuperamos en Cristo Jesús" (S. Ireneo, haer. 3, 18, 1). "Por lo demás, esta es la razón por la cual Cristo ha vivido todas las edades de la vida humana, devolviendo así a todos los hombres la comunión con Dios" (ibid. 3, 18, 7; cf. 2, 22, 4). o Cf. Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 22. Nos liberó de la esclavitud de Satanás y del pecado, de suerte que cada uno de nosotros puede repetir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí (Gálatas 2,20).” • “Cordero inocente, Él, con su sangre libremente derramada, nos ha merecido la vida y, en Él, Dios nos ha reconciliado consigo y entre nosotros (Cf. 2 Corintios 5,18-19; Colosenses 1, 20-22) ; nos liberó de la esclavitud de Satanás y del pecado, de suerte que cada uno de nosotros puede repetir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó por mí (Gálatas 2,20).” o El goce y la fortaleza en la Sangre redentora de Cristo Amigos de Dios, n. 302 • Al admirar y al amar de veras la Humanidad Santísima de Jesús, descubriremos una a una sus Llagas. Y en esos tiempos de purgación pasiva, penosos, fuertes, de lágrimas dulces y amargas que procuramos esconder, necesitaremos meternos dentro de cada una de aquellas Santísimas Heridas: para purificarnos, para gozarnos con esa Sangre redentora, para fortalecernos. Acudiremos como las palomas que, al decir de la Escritura [Cfr. Cant. II, 14] , se cobijan en los agujeros de las rocas a la hora de la tempestad. Nos ocultamos en ese refugio, para hallar la intimidad de Cristo: y veremos que su modo de conversar es apacible y su rostro hermoso [Cfr. Cant. II, 14] , porque los que conocen que su voz es suave y grata, son los que recibieron la gracia del Evangelio, que les hace decir: Tú tienes palabras de vida eterna [S. Gregorio Niseno, In Canticum Canticorum homiliae, 5]. C. El descubrimiento de Dios en Cristo Jesús. Solamente Cristo Señor Nuestro es el camino que guía a la salvación eterna. San Agustín, La confesiones, Libro 7, Capítulo XVIII, 24. • “Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús (1 Timoteo 2,5), el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos (Romanos 9,5), que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad , y la vida (Juan 14,6), y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne (Juan 1,14), para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas”. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

Santidad. Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2015). Las bienaventuranzas (Evangelio: Mateo 5, 1-12). Están en el centro de la predicación de Jesús. Dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos bendiciones y recompensas ya iniciadas; responden al deseo natural de felicidad. Son el «carnet de identidad del cristiano». Son un "programa de santidad" que va "contracorriente" respecto a la mentalidad del mundo. La pobreza de espíritu. El pobre no fundamenta su seguridad y confianza sobre los bienes, y está abierto a Dios y a sus hermanos.


1 Santidad. Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre de 2015). Las bienaventuranzas (Evangelio: Mateo 5, 1-12). Están en el centro de la predicación de Jesús. Dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos bendiciones y recompensas ya iniciadas; responden al deseo natural de felicidad. Son el «carnet de identidad del cristiano». Son un "programa de santidad" que va "contracorriente" respecto a la mentalidad del mundo. La pobreza de espíritu. El pobre no fundamenta su seguridad y confianza sobre los bienes, y está abierto a Dios y a sus hermanos. Apocalipsis 7, 2-4, 9-14. 2 Luego vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; Con fuerte voz gritó a los cuatro ángeles a los que se les había encargado hacer dañó a la tierra y al mar, 3 diciéndoles: «No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.» 4 Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. 9 Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. 10 Y gritaban con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.» 11 Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios 12 diciendo: Amén. Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, Amén» 13 Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas quiénes son y de dónde han venido?» 14 Yo les respondí: «Señor mío, tu lo sabrás.» Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero.» 1 Juan 3, 1-3: 1 “Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!. Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. 2 Queridísimos: ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es. 3 Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica para ser como él, que es puro.” Mateo 5, 1-12: 1 “Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. 2 Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: 3 «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. 4 Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.» ” Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos. (Catecismo de la Iglesia Católica, 1717) responden al deseo natural de felicidad. (Ibidem, nn. 1718 y 1725) 2 1. Las bienaventuranzas están en el centro de la predicación de Jesús. Cfr. Catecismo, n. 1716 1697 En la catequesis es importante destacar con toda claridad el gozo y las exigencias de la vida de Cristo (cf CT 29). La catequesis de la "vida nueva" en él (Romanos 6, 4) será: (…) “una catequesis de las bienaventuranzas, porque el camino de Cristo está resumido en las bienaventuranzas, único camino hacia la dicha eterna a la que aspira el corazón del hombre”. 1 (…) • Catecismo, n. 459: (…) Cristo es el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la ley nueva: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Juan 15, 12). Este amor tiene como consecuencia la ofrenda efectiva de sí mismo (cf. Marcos 8, 34) o Algunos frutos de las bienaventuranzas: - Nos colocan ante elecciones decisivas respecto a los bienes terrenos; purifican nuestro corazón para enseñarnos a amar a Dios por encima de todo (Catecismo n. 1728). n. 1820: referente a la esperanza - La esperanza cristiana se manifiesta desde el comienzo de la predicación de Jesús en la proclamación de las bienaventuranzas; - Elevan nuestra esperanza hacia el cielo como hacia la nueva tierra prometida; trazan el camino hacia ella a través de las pruebas que esperan a los discípulos de Jesús. Pero por los méritos de Jesucristo y de su pasión, Dios nos guarda en "la esperanza que no falla" (Rm 5, 5). La esperanza es "el ancla del alma", segura y firme, "que penetra… adonde entró por nosotros como precursor Jesús" (Hebros 6, 19 - 20). Es también un arma que nos protege en el combate de la salvación: "Revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación" (1Tesalonicenses 5, 8). Nos procura el gozo en la prueba misma: "Con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación" (Romanos 12, 12). - Se expresa y se alimenta en la oración, particularmente en la del Padre Nuestro, resumen de todo lo que la esperanza nos hace desear. Revelan felicidad, gracia, belleza, paz - "Bienaventurados los pobres en el espíritu" (Mateo 5, 3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres de quienes es ya el Reino (Lucas 6, 20) (n. 2546) (…) Son una invitación a compartir bienes espirituales y materiales - La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Corintios 8, 1 - 15) (n. 2833). 1 Otros aspectos de la catequesis cristiana, Cfr. ibídem: - una catequesis del Espíritu Santo, Maestro interior de la vida según Cristo, dulce huésped del alma que inspira, conduce, rectifica y fortalece esta vida; - una catequesis de la gracia, pues por la gracia somos salvados, y por la gracia también nuestras obras pueden dar fruto para la vida eterna; - una catequesis del pecado y del perdón, porque sin reconocerse pecador, el hombre no puede conocer la verdad sobre sí mismo, condición del obrar justo, y sin la oferta del perdón no podría soportar esta verdad; - una catequesis de las virtudes humanas que haga captar la belleza y el atractivo de las rectas disposiciones para el bien; - una catequesis de las virtudes cristianas de fe, esperanza y caridad que se inspire ampliamente en el ejemplo de los santos; - una catequesis del doble mandamiento de la caridad desarrollado en el Decálogo; - una catequesis eclesial, pues es en los múltiples intercambios de los "bienes espirituales" en la "comunión de los santos" donde la vida cristiana puede crecer, desplegarse y comunicarse. 3 2. Las bienaventuranzas son el «carnet de identidad del cristiano» Papa Francisco, Homilía en Santa Marta, lunes 9 de junio de 2014 Un "programa de santidad" que va "contracorriente" respecto a la mentalidad del mundo. Las bienaventuranzas son "el carné de identidad del cristiano". Por ello el Papa Francisco –en la homilía de la misa que celebró el lunes 9 de junio– invitó a retomar esas páginas del Evangelio y releerlas más veces, para poder vivir hasta el final un "programa de santidad" que va "contracorriente" respecto a la mentalidad del mundo. El Pontífice se refirió punto por punto al pasaje evangélico de Mateo (Mateo 5, 1-12) propuesto por la liturgia. Y volvió a proponer las bienaventuranzas insertándolas en el contexto de nuestra vida diaria. Jesús, explicó, habla "con toda sencillez" y hace como "una paráfrasis, una glosa de los dos grandes mandamientos: amar al Señor y amar al prójimo". Así, "si alguno de nosotros plantea la pregunta: "¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?"", la respuesta es sencilla: es necesario hacer lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas. Un sermón, reconoció el Papa, "muy a contracorriente" respecto a lo "que es costumbre, a lo que se hace en el mundo". La cuestión es que el Señor "sabe dónde está el pecado, dónde está la gracia, y Él conoce bien los caminos que te llevan a la gracia". He aquí, entonces, el sentido de sus palabras "bienaventurados los pobres en el espíritu": o sea "pobreza contra riqueza". "El rico –explicó el obispo de Roma– normalmente se siente seguro con sus riquezas. Jesús mismo nos lo dijo en la parábola del granero", al hablar de ese hombre seguro que, como necio, no piensa que podría morir ese mismo día. o Los pobres de espíritu "Las riquezas –añadió– no te aseguran nada. Es más: cuando el corazón se siente rico, está tan satisfecho de sí mismo, que no tiene espacio para la Palabra de Dios". Es por ello que Jesús dice: "Bienaventurados los pobres en el espíritu, que tienen el corazón pobre para que pueda entrar el Señor". o Los que lloran Y también: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados". Al contrario, hizo notar el Pontífice, "el mundo nos dice: la alegría, la felicidad, la diversión, esto es lo hermoso de la vida". E "ignora, mira hacia otra parte, cuando hay problemas de enfermedad, de dolor en la familia". En efecto, "el mundo no quiere llorar: prefiere ignorar las situaciones dolorosas, cubrirlas". En cambio "sólo la persona que ve las cosas como son, y llora en su corazón, es feliz y será consolada": con el consuelo de Jesús y no con el del mundo. o Los mansos "Bienaventurados los mansos", continuó el Pontífice, es una expresión fuerte, sobre todo "en este mundo que desde el inicio es un mundo de guerras; un mundo donde se riñe por doquier, donde por todos lados hay odio". Sin embargo "Jesús dice: nada de guerras, nada de odio. Paz, mansedumbre". Alguien podría objetar: "Si yo soy tan manso en la vida, pensarán que soy un necio". Tal vez es así, afirmó el Papa, sin embargo dejemos incluso que los demás "piensen esto: pero tú sé manso, porque con esta mansedumbre tendrás como herencia la tierra". o Los que tienen hambre y sed de justicia "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia" es otra gran afirmación de Jesús dirigida a quienes "luchan por la justicia, para que haya justicia en el mundo". La realidad nos muestra, destacó el obispo de Roma, cuán fácil es "entrar en las pandillas de la corrupción", formar parte de "esa política cotidiana del "do ut des"" donde "todo es negocio". Y, añadió, "cuánta gente sufre por estas injusticias". Precisamente ante esto "Jesús dice: son bienaventurados los que luchan contra estas injusticias". Así, aclaró el Papa, "vemos precisamente que es una doctrina a contracorriente" respecto a "lo que el mundo nos dice". o Los misericordiosos Y más: "bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia". Se trata, explicó, de "los que perdonan, comprenden los errores de los demás". Jesús "no dice: bienaventurados los que planean venganza", o que dicen "ojo por ojo, diente por diente", sino que llama bienaventurados a "aquellos que perdonan, a los misericordiosos". Y siempre es necesario pensar, recordó, que "todos nosotros somos un ejército de perdonados. Todos nosotros hemos sido perdonados. Y por esto es bienaventurado quien va por esta senda del perdón". 4 o Los limpios de corazón "Bienaventurados los limpios de corazón", es una frase de Jesús que se refiere a quienes "tienen un corazón sencillo, puro, sin suciedad: un corazón que sabe amar con esa pureza tan hermosa". Luego, "bienaventurados los que trabajan por la paz" hace referencia a las numerosas situaciones de guerra que se repiten. Para nosotros, reconoció el Papa, "es muy común ser agentes de guerras o al menos agentes de malentendidos". Sucede "cuando escucho algo de alguien y voy a otro y se los digo; e incluso hago una segunda versión un poco más amplia y la difundo". En definitiva, es "el mundo de las habladurías", hecho por "gente que critica, que no construye la paz", que es enemiga de la paz y no es ciertamente bienaventurada. o Los perseguidos por causa de la justicia Por último, proclamando "bienaventurados a los perseguidos por causa de la justicia", Jesús recuerda "cuánta gente es perseguida" y "ha sido perseguida sencillamente por haber luchado por la justicia". o Un programa de vida que nos propone Jesús Así, puntualizó el Pontífice, "es el programa de vida que nos propone Jesús". Un programa "muy sencillo pero muy difícil" al mismo tiempo. "Y si nosotros quisiéramos algo más –afirmó– Jesús nos da también otras indicaciones", en especial "ese protocolo sobre el cual seremos juzgados que se encuentra en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo: "Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber... estuve enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme" (Mt 25, 35)". Un camino para "vivir la vida cristiana al nivel de santidad". He aquí el camino, explicó, para "vivir la vida cristiana al nivel de santidad". Por lo demás, añadió, "los santos no hicieron otra cosa más que" vivir las bienaventuranzas y ese "protocolo del juicio final". Son "pocas palabras, palabras sencillas, pero prácticas para todos, porque el cristianismo es una religión práctica: es para practicarla, para realizarla, no sólo para pensarla". Y práctica es también la propuesta conclusiva del Papa Francisco: "Hoy, si tenéis un poco de tiempo en casa, tomad el Evangelio de Mateo, capítulo quinto, al inicio están estas bienaventuranzas". Y luego en el "capítulo 25, están las demás" palabras de Jesús. "Os hará bien –exhortó– leer una vez, dos veces, tres veces esto que es el programa de santidad". 2. Algunos aspectos de la pobreza de espíritu o A. La bienaventuranza de ningún modo puede convertirse en justificación de la pobreza que es fruto de la injusticia de los hombres, que, por tanto, no es querida por Dios, y contra la que hemos de luchar. • Se ha escrito que la expresión «pobreza de espíritu» no debe llevarnos «a aguar su fuerza social» ya que la pobreza cristiana si, por una parte, abraza lo más profundo de la persona y no se puede reducir a una situación sociológica fruto de la necesidad, por otra no es solamente un sentimiento de desprendimiento de carácter interior. La bienaventuranza de ningún modo puede convertirse en justificación de la pobreza que es fruto de la injusticia de los hombres, que, por tanto, no es querida por Dios, y contra la que hemos de luchar. o B. Catecismo de la Iglesia Católica El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta • En el Catecismo de la Iglesia Católica se habla con claridad en varios números acerca de diversos aspectos y consecuencias implicados en el amor a los pobres (cfr. nn. 2443; 2444; 2445; 2446). He aquí uno de esos cuatro números: • n. 2445 El amor a los pobres es incompatible con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta: Ahora bien, vosotros, ricos, llorad y dad alaridos por las desgracias que están para caer sobre vosotros. Vuestra riqueza está podrida y vuestros vestidos están apolillados; vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad: el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis vivido sobre la tierra regaladamente y os habéis entregado a a los placeres; habéis hartado vuestros corazones en el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al justo; él no os resiste (Santiago 5,1-6). 5 o C. Benedicto XVI, «Jesús de Nazaret» 2 , varios aspectos que no se contradicen: a) La pobreza no es un simple fenómeno material pp. 104-105 Estando así las cosas, no hay contradicción alguna entre Mateo —que habla de los pobres en espíritu— y Lucas, según el cual el Señor se dirige simplemente a los «pobres». Se ha dicho que Mateo ha espiritualizado el concepto de pobreza, entendido por Lucas originalmente en sentido exclusivamente material y real, y que de ese modo lo ha privado de su radicalidad. Quien lee el Evangelio de Lucas sabe perfectamente que es él precisamente quien nos presenta a los «pobres en espíritu», que eran, por así decirlo, el grupo sociológico en el que pudo comenzar el camino terreno de Jesús y de su mensaje. Y, al contrario, está claro que Mateo se mantiene totalmente en la tradición de la piedad de los Salmos y, por tanto, en la visión del verdadero Israel que en ellos había hallado expresión. La pobreza de que se habla nunca es un simple fenómeno material. La pobreza puramente material no salva, aun cuando sea cierto que los más perjudicados de este mundo pueden contar de un modo especial con la bondad de Dios. Pero el corazón de los que no poseen nada puede endurecerse, envenenarse, ser malvado, estar por dentro lleno de afán de poseer, olvidando a Dios y codiciando sólo bienes materiales. b) La pobreza tampoco es simplemente una actitud espiritual. Pero a la cultura del tener hay que contraponer la cultura de la libertad interior, creando las condiciones para la justicia social. El poseer es un servicio. p. 105 Por otro lado, la pobreza de que se habla aquí tampoco es simplemente una actitud espiritual. Ciertamente, la radicalidad que se nos propone en la vida de tantos cristianos auténticos, desde el padre del monacato Antonio hasta Francisco de Asís y los pobres ejemplares de nuestro siglo, no es para todos. Pero la Iglesia, para ser comunidad de los pobres de Jesús, necesita siempre figuras capaces de grandes renuncias; necesita comunidades que le sigan, que vivan la pobreza y la sencillez, y con ello muestren la verdad de las Bienaventuranzas para despertar la conciencia de todos, a fin de que entiendan el poseer sólo como servicio y, frente a la cultura del tener, contrapongan la cultura de la libertad interior, creando así las condiciones de la justicia social. c) No es un programa social: pero la fuerza de la renuncia y de la responsabilidad por el prójimo y por la sociedad surge como fruto de la fe: sólo allí puede crecer la justicia social. p. 105 El Sermón de la Montaña como tal no es un programa social, eso es cierto. Pero sólo donde la gran orientación que nos da se mantiene viva en el sentimiento y en la acción, sólo donde la fuerza de la renuncia y la responsabilidad por el prójimo y por toda la sociedad surge como fruto de la fe, sólo allí puede crecer también la justicia social. Y la Iglesia en su conjunto debe ser consciente de que ha de seguir siendo reconocible como la comunidad de los pobres de Dios. Igual que el Antiguo Testamento se ha abierto a la renovación con respecto a la Nueva Alianza a partir de los pobres de Dios, toda nueva renovación de la Iglesia puede partir sólo de aquellos en los que vive la misma humildad decidida y la misma bondad dispuesta al servicio. o C. San Josemaría, Conversaciones n. 110 a) La pobreza no es simple renuncia. • Haciéndome eco de una expresión del profeta Isaías —discite benefacere (1, 17)—, me gusta decir que hay que aprender a vivir toda virtud, y quizá muy especialmente la pobreza. Hay que aprender a vivirla, para que no quede reducida a un ideal sobre el que se puede escribir mucho, pero que nadie realiza seriamente. Hay que hacer ver que la pobreza es invitación que el Señor dirige a cada cristiano, y que es — por tanto— llamada concreta que debe informar toda la vida de la humanidad. Pobreza no es miseria, y mucho menos suciedad. En primer lugar, porque lo que define al cristiano no son tanto las condiciones exteriores de su existencia, cuanto la actitud de su corazón. Pero además, y aquí nos acercamos a un punto muy importante del que depende una recta comprensión de la vocación laical, porque la pobreza no se define por la simple renuncia. En determinadas ocasiones el testimonio de pobreza que a los cristianos se pide puede ser el de abandonarlo todo, el de enfrentarse con un ambiente que no tiene otros horizontes que los del bienestar material, y proclamar así, con un gesto estentóreo, que nada es bueno si se lo prefiere a Dios. Pero ¿es ése el testimonio que de ordinario pide hoy la Iglesia? ¿No es verdad que exige que se dé también testimonio explícito de amor al mundo, de solidaridad con los hombres? 2 La Esfera de los Libros, septiembre de 2007 6 b) La utilización de todas las cosas creadas para resolver los problemas de la vida humana y facilitar el desarrollo de las personas y de las comunidades. • Todo cristiano corriente tiene que hacer compatibles, en su vida, dos aspectos que pueden a primera vista parecer contradictorios. Pobreza real, que se note y se toque —hecha de cosas concretas—, que sea una profesión de fe en Dios, una manifestación de que el corazón no se satisface con las cosas creadas, sino que aspira al Creador, que desea llenarse de amor de Dios, y dar luego a todos de ese mismo amor. Y, al mismo tiempo, ser uno más entre sus hermanos los hombres, de cuya vida participa, con quienes se alegra, con los que colabora, amando el mundo y todas las cosas buenas que hay en el mundo, utilizando todas las cosas creadas para resolver los problemas de la vida humana, y para establecer el ambiente espiritual y material que facilita el desarrollo de las personas y de las comunidades. o D. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno A ed. Piemme, terza edizione, novembre 1995, Tempo Ordinario, IV Domenica a) El pobre no fundamenta su seguridad y confianza sobre los bienes, y está abierto a Dios y a sus hermanos. • “La figura del «pobre» en la Biblia tiene más rostros de los que sugiere la misma palabra. El término original hebreo (‘anawîm) indica los que están “curvados”, es decir, los oprimidos en manos de los potentes, las víctimas indefensas, una multitud inmensa distribuida en todos los siglos y en todas las regiones de nuestro planeta. Sin embargo, este retrato del pobre es incompleto porque, como se ve también en Sofonías, ‘anawîm son también los justos, los mansos, los humildes, los fieles a Dios. Precisamente, son los «pobres en el espíritu» de Mateo. En efecto, esta frase - que con frecuencia ha sido fuente de equívocos como si Jesús predicase un vago desprendimiento interior aunque se posea todo y demasiado -, es la plena definición del pobre bíblico. No es simplemente el miserable porque se puede ser indigentes y egoístas, agarrados a la única moneda que se posee. En cambio, es quien se desprende concretamente e interiormente de las cosas, es quien no fundamenta su seguridad y su confianza sobre los bienes, sobre el triunfo, sobre el orgullo, sobre los fríos ídolos del oro y del poder. Su corazón no está cerrado y endurecido, su cuello no está erguido – como frecuentemente se pinta en la Biblia la soberbia y la arrogancia – sino que está abierto a Dios y a los hermanos”. b) El pobre se complace en la Ley del Señor, y noche y día medita en su Ley. • La Bienaventuranza era una forma literaria usada también en el Antiguo Testamento para celebrar la felicidad del justo que confía su vida al camino indicado por Dios y no se deja seducir por la perversa fascinación del mal. Es una fórmula que resuena hasta 26 veces en los Salmos y 31 veces en el resto del Antiguo Testamento. Es suficiente con abrir la primera página del libro de los Salmos: «Bienaventurado el hombre que no sigue el consejo de impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni toma asiento con los farsantes, sino que se complace en la Ley del Señor, y noche y día medita en su Ley» (Salmo 1,1-2). www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

Santidad. Homilía de Papa Francisco en Suecia, en la Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre 2016). La santidad. Las bienaventuranzas. La mansedumbre.


1  Santidad. Homilía de Papa Francisco en Suecia, en la Solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre 2016). La santidad. Las bienaventuranzas. La mansedumbre.  Cfr. Papa Francisco, Homilía, martes 1 de noviembre en el Swedbank Stadion de Malmoe (Suecia). Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. Recordamos así, no sólo a aquellos que han sido proclamados santos a lo largo de la historia, sino también a tantos hermanos nuestros que han vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor, en medio de una existencia sencilla y oculta. Seguramente, entre ellos hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos. Celebramos, por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que, tal vez, no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales. Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta hacia la patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una gran muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea. Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y nos enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa. Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos. Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su País, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios. Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos... Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida. Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con su vida e su intercesión ante Dios, y nosotros 2 nos necesitamos unos a otros para hacernos santos. ¡Ayudarnos a hacernos santos! Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar unidos para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo, Reina de todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana
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