viernes, 13 de noviembre de 2020
Que los pobres den testimonio de que estás despierta: por Santiago Agrelo
miércoles, 4 de noviembre de 2020
“Mi alma está sedienta de ti” – “Tengo sed”: por Santiago Agrelo
sábado, 31 de octubre de 2020
Vemos en esperanza nuestra gloria: por Santiago Agrelo
miércoles, 28 de octubre de 2020
Como niños en los brazos de Dios: por Santiago Agrelo
En la liturgia de este domingo, las palabras de la profecía suenan a maldición sobre un determinado modo de ejercer el sacerdocio.
El profeta enumera alguna de las cosas que desagradan al Señor hasta el punto de maldecir la bendición de los sacerdotes. Éstos se apartaron del camino del Señor, es decir, hicieron acepción de personas al aplicar la ley, y de ahí se siguió que muchos tropezaran en ella; invalidaron la alianza, haciendo posible que el hombre despojase a su prójimo.
A la profecía le hace eco el evangelio.
Ahora el que acusa es Jesús, y los señalados son escribas y fariseos, que se sentaron en la cátedra de Moisés como maestros del pueblo de Israel.
Éstos son los abusos que Jesús señala: “No hacen lo que dicen”; “lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar”.
Y esos mismos, que nada se preocupan de los demás, andan desordenadamente preocupados de sí mismos: “Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. De ahí que exhiban su religiosidad y busquen primeros puestos y asientos de honor, que les hagan reverencias y se les llame maestros.
Hoy, Iglesia cuerpo de Cristo, no se leen esos textos como inútil acusación a muertos, sino como saludable amonestación a quienes ahora estamos escuchando.
Supongo que, en nuestra celebración dominical, nos sentiremos particularmente interpelados los obispos, los presbíteros, los religiosos, todos aquellos que en la Iglesia, por nuestro ministerio, nos hemos sentado de alguna manera en la cátedra de Jesús. Pero harían mal los demás fieles si pensasen que no les concierne lo que aquí han escuchado, pues a todos se dirige la palabra de Dios y para todos es ejemplo Cristo Jesús: en él nos fijamos, de él aprendemos, con él comulgamos.
Escucha, Iglesia cuerpo de Cristo, lo que de sí mismo dice el Apóstol: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Deseábamos entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas”.
Y añadió, como quien da una explicación: “Porque os habíais ganado nuestro amor”.
Ahora fíjate en Cristo Jesús: nos dio el evangelio, nos dio su vida, nos dio su propia persona, se nos hizo madre, y no porque lo hubiésemos ganado con nuestro amor, sino porque asombrosamente, sencillamente, hermosamente, él nos amó.
Fíjate y escoge con quien deseas comulgar: con el que despoja a su prójimo, con los que dicen y no hacen, con los que lían fardos y se los cargan a los demás, con los que sólo se buscan a sí mismos, o con el que se abaja por todos, con el que se humilla por todos, con el que se entrega por todos.
Aquí comulgamos con el que se entrega.
Unida a él, pues eres su cuerpo, acallas y moderas tus deseos como un niño en brazos de su madre: como un niño en los brazos de Dios.
Feliz domingo.
lunes, 26 de octubre de 2020
sábado, 17 de octubre de 2020
Las gabelas de Dios: por Santiago Agrelo
miércoles, 7 de octubre de 2020
A todos los que encontréis, convidadlos a la boda: por Santiago Agrelo
“Aquel día” Dios preparará para todos los pueblos un festín, manjares suculentos, enjundiosos, vinos de solera, generosos. “Aquel día” Dios aniquilará la muerte para siempre. “Aquel día” Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros.
“Aquel día”: dos palabras en las que se encierra la esperanza del mundo.
Ahora, tú que has oído la palabra del profeta y has creído, dime si la has visto cumplida.
Tenemos un compañero de camino inseparable de nuestra vida, y es la muerte. Tenemos una compañera que conoce como nadie los secretos de nuestro rostro, y esa compañera son las lágrimas. Y más allá de esa muerte y esas lágrimas que nos siguen con la regularidad de los amaneceres, conocemos otras que son hijas de la violencia, de la crueldad, de la indiferencia, de la injusticia, de la avaricia, del odio…
Vivimos en un mundo en el que, pese a nauseabundos silencios informativos, la muerte y las lágrimas se nos cuelan por las ventanas del alma, y vemos pateras a la deriva con hombres, mujeres y niños muertos de hambre y de sed; vemos a hombres, mujeres y niños enterrados vivos en las aguas de nuestros mares; vemos a hombres, mujeres y niños hacinados en campos de confinamiento que hubieran sido considerados inadecuados para los animales de una granja.
Entonces me pregunto por “aquel día”, por la esperanza del profeta encerrada en “aquel día”, también por la confesión del salmista, que hice mía en la oración de la comunidad: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.
La de hoy es una de esas celebraciones en que la palabra de Dios reclama ser leída, no desde la quietud de los ambones, sino desde el horror de las pateras: “El Señor me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas… Preparas una mesa ante mí… Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida”.
En realidad, si queremos entrar en el misterio de la palabra de Dios, tendremos que proclamarla siempre desde la cruz de Cristo Jesús: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan”.
Esa cruz es la única cátedra desde la que se puede iluminar el sentido de la palabra de Dios; y Cristo Jesús, el Crucificado-Resucitado, es el único Maestro que te puede introducir en el misterio de esa palabra.
Es Cristo Jesús quien lo dice: “Me unges la cabeza con perfume y mi copa rebosa… Habitaré en la casa del Señor por años sin término”. Y es él quien lo interpreta. Y no lo hace hablándonos de Dios, sino mostrándosenos, y dejando así que veamos lo que hemos de creer, que veamos lo que necesitamos aprender.
En Cristo Jesús vemos que la palabra del profeta y la palabra del salmista y todas las palabras de la revelación han llegado a cumplimiento.
Ahora, Iglesia de Cristo Jesús, si ves cumplida en Cristo la palabra que escuchaste, si en él se declaran cumplidas todas las palabras, tu fe te dice que también se han cumplido para ti que eres su cuerpo; más aún, que están cumplidas para todos los pueblos, pues de todos quiso ser esa Palabra divina que por todos se hizo debilidad, vulnerabilidad, fragilidad, mortalidad; tu fe te dice que Cristo Jesús es el banquete de bodas que Dios ha preparado: Él es el banquete de la vida, de la alegría y de la abundancia para todos los pueblos, un banquete del que sólo quedan excluidos los que a sí mismos se excluyen “porque tienen otras cosas en que ocuparse”.
Dios ha preparado para todos el banquete de bodas de su Hijo. Con arrogancia y desprecio, se negarán a entrar “los que mucho tienen”. Sorprendidos y agradecidos, entrarán los que nada tienen, ya sabes, los expertos en agonías y lágrimas.
Entra, escucha, contempla, comulga y vive.
viernes, 2 de octubre de 2020
Me preguntará por los pobres: por Santiago Agrelo
Se trata siempre de la relación de Dios con nosotros: de lo que somos para él, de lo que él es para nosotros.
Dos imágenes, la de la viña que Dios cultiva y la de la viña que Dios arrienda, ayudan hoy a entrar en el misterio de esa relación.
Ya sé que la viña de la que habla el profeta, la que Dios cultiva, “es la casa de Israel”.
Pero todo mi ser va diciendo que “viña del Señor” lo soy yo también. Pues si de aquella se dice que “la entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas, construyó en medio una a atalaya y cavó un lagar”; de ésta, de la comunidad eclesial, de cada uno de los que hemos creído en Cristo Jesús, podemos decir con verdad que Dios nos ha cultivado injertándonos en Cristo Jesús: de su savia recibimos energía, de su Espíritu recibimos aliento, de su gracia recibimos sabor, de su ser recibimos la vida.
Y si de la viña que era Israel el Señor esperó que fructificase en justicia y en derecho, de ésta –de mí y de ti- espera que demos como fruto la justicia y el derecho que trajo a los pobres el reino de Dios.
Y en la viña de la que habla el evangelio, la que aquel propietario arrendó a unos labradores, puedo reconocer el reino de Dios que ha sido confiado a la comunidad eclesial para que en él demos frutos de vida eterna.
Considera ahora lo que esos relatos dicen de nuestro Dios: ¡Dios labrador! ¡Dios de jardines de Edén, de tierras prometidas! ¡Dios que tanto nos amó que nos dio a Cristo Jesús, tierra que mana leche y miel, evangelio para los pobres!
El Dios de nuestra fe es labrador incansable de tierras que él ha soñado como un paraíso de abundancia y de justicia para sus hijos.
El canto de amor a su viña es siempre un canto de amor a ti, es siempre un soñar de Dios contigo, con tu justicia, con tu paz, con tu plenitud, con tu divinidad –no voy a retirar la palabra: ¡con tu divinidad!-.
El canto de amor de tu Dios lo puedes oír hoy en la eucaristía que celebras, pues a ti, a un pueblo que produzca sus frutos, se te da hoy el reino de Dios; a ti se te entrega hoy la viña que es Cristo Jesús; en tus manos –lo digo a la comunidad eclesial- el creador de paraísos deja hoy su reino: el derecho, la justicia, la paz, la abundancia, la plenitud que son evidencia de que reino de Dios está cerca; a tu corazón y a tus manos el amor de Dios confía hoy “la piedra que desecharon los arquitectos” y que “es ahora la piedra angular”: Cristo Jesús.
Y eso quiere decir que a tu corazón y a tus manos el amor de Dios confía hoy la suerte de los pobres, piedra siempre desechada por los arquitectos del mundo, piedra que Dios ha hecho cuerpo de su Hijo.
“Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”: Comulgamos con Cristo y con los pobres.
jueves, 17 de septiembre de 2020
“Ábrenos el corazón, Señor”: por Santiago Agrelo
lunes, 14 de septiembre de 2020
AVISOS IMPORTANTES INVIERNO
/-/
DESPACHO PARROQUIAL:
Lunes y Miércoles de 17:30h a 19h
CORREO: jesutol@gmail.com
/-/
Cáritas Rivas:
Cita previa: caritasrivasvaciamadrid@gmail.com
Teléfono: 680 33 57 38
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Horario del despacho de catequesis (durante periodo lectivo escolar): Martes y Jueves de 17 a 19 horas.
/-/
domingo, 13 de septiembre de 2020
Celebración de primeras comuniones durante los fines de semana de Septiembre y Octubre 2020. Cambios en los horarios de Misa
Debido a las celebraciones de las primeras comuniones los fines de semana de Septiembre y Octubre 2020, se ven alterados los horarios de las Misas quedando de la siguiente forma:
- Sábados: 9:30h
20h
- Domingos: 9h
10h
12h (Cristo de Rivas)
13h.
14h
Horarios actualizados en:
https://misas.org/p/parroquia-de-santa-monica-rivas-vaciamadrid/
martes, 8 de septiembre de 2020
Iglesia, presencia real de un Dios manchado e impuro: por Santiago Agrelo
Puede que no sean muchos los cristianos que, participando en la eucaristía dominical, se reconozcan miembros de una comunidad de discípulos de Jesús, convocada a un encuentro con su Señor, con su Maestro, para comulgar con él, escuchando su palabra, comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre.
Pero eso es lo que se espera que vivamos en cada eucaristía: que aprendamos a Cristo escuchando, que lo aprendamos viendo, que lo aprendamos comulgando.
Esto es lo que hoy podremos escuchar: “No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”; “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”.
El sabio lo había dicho a su manera: “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas”.
Y el salmista lo había cantado: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”.
Nosotros lo hemos escuchado y lo hemos aprendido; pero nos conviene también verlo, por si el ejemplo nos ayuda a pasar del pensamiento a la acción.
Y el mismo Jesús nos deja un ejemplo en la parábola de aquel rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados.
Pero tú, Iglesia discípula, sabes que, más que la parábola, el ejemplo para todos es Jesús mismo, su vida entera: En Jesús, Dios andaba reconciliando consigo al mundo. En Jesús Dios andaba sanando lisiados, cojos, paralíticos, ciegos, sordos, leprosos. En Jesús Dios andaba perdonando a prostitutas y a ladrones, a discípulos cobardes, también a quienes no lo habían recibido, a quienes lo rechazaron, lo juzgaron, lo condenaron, lo crucificaron… En Jesús, Dios bajó entre los necesitados de misericordia y de perdón, los buscó, se compadeció de ellos, comió con ellos, se hizo impuro por ellos, bajó hasta el infierno para que ellos, creyendo, pudieran entrar limpios en el banquete de Dios.
Pero tú no eres sólo Iglesia discípula que escucha palabras de sabiduría divina y contempla ejemplos admirables de divino abajamiento; tú eres también Iglesia cuerpo de Cristo, que comes lo que has escuchado y contemplado, te haces una con ese Dios manchado, Dios amigo de publicanos y pecadores, Dios comensal de hombres y mujeres que nadie tocaría sin correr a hacer una purificación ritual.
Hoy comulgas con Cristo Jesús para ser en el mundo evidencia de la presencia de un Dios manchado e impuro.
Hoy comulgas con Cristo Jesús para ser en el mundo presencia real de Cristo Jesús y ser así evidencia del amor que es Dios.
Escucha, contempla, comulga.
Feliz domingo.
sábado, 5 de septiembre de 2020
A nadie debáis más que amor: por Santiago Agrelo
¡Qué sencillo y qué difícil nos lo has puesto, Señor!
¡Es sólo cuestión de amor!
“A nadie le debáis nada, más que amor”.
Yo pensé: tengo que reprender a mi hermano. Y tú me dijiste: no lo hagas si no es deuda de amor.
Yo pensé: tengo que recordar a todos los sagrados preceptos de la ley de Dios. Y tú me dijiste: no olvides que “el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley”.
Yo pensé: no puedo dejar de recordar los principios sobre los que todo se sostiene, las líneas rojas que nadie debiera traspasar, los dogmas que todos debieran profesar. Y tú me dijiste: Todo se sostiene sobre el amor; el amor todo lo traspasa, todo lo trasciende, todo lo sana, todo lo crea, todo lo recrea, todo lo abraza, todo lo redime, todo lo reconcilia y lo diviniza; en el amor se encierran toda la ley y los profetas.
Yo pensé…
Y tú me dijiste: cree.
“Dios es amor”: créelo.
“Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo”: créelo.
“Dios nos ha confiado la palabra de la reconciliación”: créelo.
Dios nos ha puesto de atalaya en los caminos de la humanidad, para que le demos la alarma de parte del Amor.
Hoy comulgamos con Cristo, con el amor extremo de Dios, para amar hasta el extremo a nuestros hermanos.
Feliz comunión con el amor de Dios. Quedamos con todos en deuda de amor.
sábado, 29 de agosto de 2020
A ti te necesito, sólo a ti: por Santiago Agrelo
domingo, 16 de agosto de 2020
“Ten compasión de mí, Señor”: por Santiago Agrelo
viernes, 14 de agosto de 2020
Fijos los ojos en el cielo: por Santiago Agrelo
sábado, 8 de agosto de 2020
Señor, sálvame: por Santiago Agrelo
domingo, 2 de agosto de 2020
Ver, compadecerse, curar: por Santiago Agrelo
viernes, 24 de julio de 2020
No dejes de buscar a Cristo: por Santiago Agrelo
jueves, 23 de julio de 2020
La confianza se hace abandono: por Santiago Agrelo
sábado, 11 de julio de 2020
Una cosecha abundante para el Reino de Dios: por Santiago Agrelo
domingo, 5 de julio de 2020
Alégrate, canta, bendice a tu Dios: por Santiago Agrelo
Lo vio y lo anunció el profeta: “Mira a tu Rey que viene a ti”.
Mira a tu Rey en el misterio de la encarnación: Entra en la casa de Nazaret, y tu fe se asombrará de ver a Dios hecho hombre en el sí de una doncella, mientras el mundo gira indiferente, gira como siempre, alejándose de sí mismo, y el hombre se afana como siempre en conquistar el cielo. Míralo, virgen Iglesia: Tu Rey viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un pollino de borrica. Míralo, alégrate, canta.
Míralo también en el misterio de su tránsito de este mundo al Padre: alfombra su camino con tu manto, alaba a Dios, pues con Jesús ha venido a tu vida la paz que el cielo te regala. Míralo, alégrate, canta: “Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor”.
Considera, virgen Iglesia, a dónde viene tu Rey, a qué posada lleva su camino; y verás que, en Nazaret, en Jerusalén, en la Eucaristía que hoy celebras, “tu Rey viene a ti”: viene a tu condición humilde, a tus pobres, a tus enfermos, a tus duelos, a tu humanidad herida, a tu mundo de esperanzas y deseos, a tu hambre de justicia y de pan.
Él viene pobre a ese reino nuestro: viene en la pobreza de su palabra, una palabra hecha de palabras nuestras; viene en la pobreza de su pan, un pan que es fruto de esta tierra nuestra y de nuestro trabajo.
Y sólo porque él viene, la palabra del profeta, con la fuerza de unos imperativos suplicantes, te invita, virgen Iglesia, a entrar en el milagro de una bienaventuranza que es de los pobres, de una fiesta que es para los hambrientos. El profeta suplica y te invita: Mira, alégrate, canta.
Y ahora escucha el evangelio, lo que te dice “el que viene a ti”, lo que te pide el que ha hecho por ti ese camino que baja del cielo a la tierra, el que se ha acercado tanto a ti que te lleva guardada dentro de él. “El que viene a ti”, pide tu fe. “El que viene a ti”, pide que vayas a él: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”
Escúchalo, cree, comulga…
Ve a tu Señor, aprende de él, abraza su cruz, carga con su yugo…
Él es manso y humilde de corazón: Su yugo es llevadero. Su carga es ligera.
Escúchalo, cree, comulga… Él y tú destruiréis la violencia de la guerra. Él y tú dictaréis la paz a las naciones.
Alégrate, canta, bendice a tu Dios, pues, por la fe, te acercaste “al Rey que viene a ti”, comulgaste con él, y has conocido que es clemente y misericordioso, sabes que es bondadoso en todas sus acciones, has experimentado que es cariñoso con todas sus criaturas.
Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia resplandeciente con la santidad de Dios, Iglesia de enfermos que por la fe han sido curados, de leprosos purificados, de ciegos iluminados, de pecadores perdonados, de muertos resucitados.
Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia de pobres que el Hijo de Dios, haciéndose pobre, ha enriquecido con su pobreza; Iglesia de pobres, enviada a los pobres, Iglesia evangelio de Dios para todos los hambrientos de justicia y de pan.
Alégrate, canta, bendice a tu Dios.
Feliz encuentro con el Rey que viene a ti, Iglesia amada de Dios.
Imperativos suplicantes: por Santiago Agrelo
Mira a tu Rey en el misterio de la encarnación: Entra en la casa de Nazaret, y tu fe se asombrará de ver a Dios hecho hombre en el sí de una doncella, mientras el mundo gira indiferente, gira como siempre, alejándose de sí mismo, y el hombre se afana como siempre en conquistar el cielo. Míralo, virgen Iglesia: Tu Rey viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un pollino de borrica. Míralo, alégrate, canta.
Míralo también en el misterio de su tránsito de este mundo al Padre: alfombra su camino con tu manto, alaba a Dios, pues con Jesús ha venido a tu vida la paz que el cielo te regala. Míralo, alégrate, canta: “Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor”.
Considera, virgen Iglesia, a dónde viene tu Rey, a qué posada lleva su camino; y verás que, en Nazaret, en Jerusalén, en la Eucaristía que hoy celebras, “tu Rey viene a ti”: viene a tu condición humilde, a tus pobres, a tus enfermos, a tus duelos, a tu humanidad herida, a tu mundo de esperanzas y deseos, a tu hambre de justicia y de pan.
Él viene pobre a ese reino nuestro: viene en la pobreza de su palabra, una palabra hecha de palabras nuestras; viene en la pobreza de su pan, un pan que es fruto de esta tierra nuestra y de nuestro trabajo.
Y sólo porque él viene, la palabra del profeta, con la fuerza de unos imperativos suplicantes, te invita, virgen Iglesia, a entrar en el milagro de una bienaventuranza que es de los pobres, de una fiesta que es para los hambrientos. El profeta suplica y te invita: Mira, alégrate, canta.
Y ahora escucha el evangelio, lo que te dice “el que viene a ti”, lo que te pide el que ha hecho por ti ese camino que baja del cielo a la tierra, el que se ha acercado tanto a ti que te lleva guardada dentro de él. “El que viene a ti”, pide tu fe. “El que viene a ti”, pide que vayas a él: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”
Escúchalo, cree, comulga…
Ve a tu Señor, aprende de él, abraza su cruz, carga con su yugo…
Él es manso y humilde de corazón: Su yugo es llevadero. Su carga es ligera.
Escúchalo, cree, comulga… Él y tú destruiréis la violencia de la guerra. Él y tú dictaréis la paz a las naciones.
Alégrate, canta, bendice a tu Dios, pues, por la fe, te acercaste “al Rey que viene a ti”, comulgaste con él, y has conocido que es clemente y misericordioso, sabes que es bondadoso en todas sus acciones, has experimentado que es cariñoso con todas sus criaturas.
Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia resplandeciente con la santidad de Dios, Iglesia de enfermos que por la fe han sido curados, de leprosos purificados, de ciegos iluminados, de pecadores perdonados, de muertos resucitados.
Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia de pobres que el Hijo de Dios, haciéndose pobre, ha enriquecido con su pobreza; Iglesia de pobres, enviada a los pobres, Iglesia evangelio de Dios para todos los hambrientos de justicia y de pan.
Alégrate, canta, bendice a tu Dios.
Feliz encuentro con el Rey que viene a ti, Iglesia amada de Dios
viernes, 26 de junio de 2020
“Recibir”: por Santiago Agrelo
Lo primero que podemos considerar es el significado de la palabra “recibir”. Recuerdo que, al menos en los tiempos de mi infancia, por mi tierra gallega, para decir que se iba a comulgar, decíamos que íbamos « a recibir». Era una expresión muy hermosa que, de forma sencilla y sugerente, indicaba que «acogíamos al Señor en nosotros, en nuestra vida, en nuestra casa, en nuestra comunidad».
Para la conveniencia social, “acoger” puede ser sinónimo de “admitir uno en su casa a otras personas”; pero todos sabíamos que recibir al Señor, acogerlo, significaba mucho más que admitirlo en nuestra compañía.
En realidad, aquel gesto de “ir a recibir”, implicaba una variedad tan grande de sentimientos que no podríamos en modo alguno enumerarlos. Recibiendo al Señor, se acogía al amigo, al maestro, al esposo, al consejero, al médico, al rey, al sacerdote. Si recibías al Señor, recibías la luz, la resurrección y la vida; recibías paz y perdón; recibías gracia y justicia. “Recibir” implicaba mente y corazón, razón y afectos, alma y cuerpo, y no te sería posible hacerlo con verdad si, además de abrir al huésped las puertas de tu casa, no le abrieses las puertas de tu vida.
También nos damos cuenta de que en nuestra asamblea no estamos hablando hoy de las ventajas que puede tener socialmente la capacidad de recibir a alguien en nuestra casa. Estamos hablando de una hospitalidad que es a un tiempo humana y divina, de la tierra y del cielo, que implica siempre al hombre y a Dios. Tú recibes al profeta, y es Dios quien te visita; tú recibes al justo, y es Dios quien te justifica; tú das un vaso de agua fresca al discípulo pobrecillo, y es el Señor quien te recompensa.
Si es verdad que cada uno de nosotros puede ser quien recibe a los discípulos de Cristo, también es verdad que podemos ser nosotros los discípulos que otros reciben, y que estamos llamados a ser para ellos una “visita de Dios”, una “recompensa celeste”.
No ignoráis, sin embargo, que la deseada visita de Dios a nuestra vida no llega sólo cuando recibimos a sus profetas, a sus discípulos pobrecillos, o a los justos que cumplen su ley. Dios nos visita cuando, como Abrahán, ofrecemos pan, agua y descanso al que va de camino. Dios se me hace tan cercano en sus pobres que puedo darle de comer y de beber, puedo vestirlo, puedo aliviar su enfermedad y mitigar su soledad.
Ahora, queridos, nos damos cuenta de que es necesario ampliar el significado de la palabra “recibir”, pues tenemos la certeza de que, en realidad, siempre significa “dar”. En efecto, empiezas por fijarte en el otro, por darle tu atención, tu interés, y luego le darás de tu pan y de tu agua, le darás afecto y compañía, bondad y misericordia.
Comulgamos con Cristo en el sacramento de la eucaristía y comulgamos con Cristo en el sacramento de sus pobres. En la eucaristía y en los pobres le recibimos a él, y él nos recibe a nosotros. Nuestro corazón sabe que, en esta misteriosa comunión, damos de nuestro tiempo y recibimos eternidad, damos de nuestro pan y recibimos un alimento celeste, damos de nuestra agua y recibimos Espíritu Santo, damos de nuestros vestidos y recibimos gloria de Dios. Por eso, porque damos de lo nuestro y recibimos de Dios, decimos con el salmista: “Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades”. La misericordia que has ofrecido a los pobres, es pura misericordia de Dios para ti. Feliz domingo.
miércoles, 10 de junio de 2020
“Aunque es de noche”: por Santiago Agrelo
Es la fiesta del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo.
El místico escribió así de este misterio: “Aquesta eterna fonte está escondida en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche”.
La misma fe que alumbró la noche del místico nos toma de la mano en este día y nos introduce en el misterio del mismo pan vivo, para que creamos, para que comamos, para que vivamos.
Aquel Verbo que, hecho carne, habitó entre nosotros, de cuya plenitud todos hemos recibido, gracia sobre gracia, en este pan vivo lo acogemos, aunque es de noche.
Aquel Unigénito que el Padre le dio al mundo, medida sin medida de su amor, para que el mundo tuviese vida eterna, en este pan vivo se nos da, aunque es de noche.
Aquella luz que vieron los que habitaban en tierra y sombras de muerte, la misma luz que iluminó los ojos del ciego de nacimiento, brilla para ti en este humilde sacramento, aunque es de noche.
La vida que se anunció en la resurrección de Lázaro y se manifestó gloriosa en la resurrección de Cristo Jesús, ésa es la vida que recibes con este pan del cielo, aunque es de noche.
En este sacramento el Padre te convida, el Hijo se te entrega, el Espíritu te santifica, aunque es de noche.
En este admirable sacramento, el Espíritu Santo nos transforma para que formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu, y seamos así ofrenda agradable a los ojos del Padre, aunque es de noche.
La paz y la salvación que, con el don del Espíritu Santo, el amor del Padre ofreció al mundo entero por la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, en este pan vivo se nos dan, aunque es de noche.
En este pan siempre te espera el que te ama, aunque es de noche.
Y si quieres abrazarlo porque te mueres de amor, porque necesitas decírselo, que le quieres, porque se ha quedado contigo, porque no sabes vivir sin él, entonces abrázalo en los pobres, díselo al oído de los pobres, díselo quedándote con ellos, porque no sabes vivir sin ellos, porque en ellos lo ves a él, aunque es de noche.
sábado, 6 de junio de 2020
Aprender a Dios en Dios: por Santiago Agrelo
Porque es amor, Dios sólo puede ser Uno, pues el amor es vínculo de perfecta unidad. Pero, iluminados por la palabra de la revelación, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna y única divinidad, adoramos a Dios Padre, con su único Hijo y el Espíritu Santo, tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.
He pedido palabras a la liturgia para decir de lo indecible, para hablar de lo inefable. Pero has de buscar en la memoria de la fe otras palabras que te ayuden a entrar en el misterio que confiesas, a gustar lo que se te conceda conocer, a contar lo que allí se te haya concedido gustar.
No se entra en el misterio de Dios por la fuerza de la deducción lógica, sino por la gracia del encuentro amoroso. Sólo el amor abre el cielo para que oigas y veas, para que conozcas y creas, para que gustes y ames.
Se te ha dado conocer el amor del Padre al Hijo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”. Se te ha concedido saber del amor que el Padre te tiene a ti: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Te han llamado a morar en el amor que has conocido: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor”.
Ya sabes dónde has de aprender a Dios, para conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su unidad todopoderosa: a Dios lo aprendemos en Cristo Jesús. Nadie va al Padre, si no va por Jesús. Nadie recibe el Espíritu, si no lo recibe de Jesús. Quien ha visto a Jesús, ha visto al Padre, porque Jesús está en el Padre, y el Padre está en Jesús.
En Cristo Jesús aprendemos este misterio, que no es sólo de Dios, sino que, por el amor que Dios nos tiene, es también nuestro misterio: “Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros”.
A ti, por la fe, se te ha dado beber de la eterna fuente que es la Trinidad Santa, pues el Hijo de Dios salió del Padre y vino al mundo, salió de Dios y vino a ti: creíste en él para salvarte, bebiste en él para tener vida eterna.
A ti, por la fe, se te ha dado volver con el Hijo a la eterna fuente de la que Él ha nacido, de la que Él había salido. Ya no podrás hablar del Hijo de Dios sin hablar de ti, pues Él no quiso volver al Padre sin llevarte consigo.
Considera dónde moras, en qué fuego tu zarza arde ya sin consumirse, en qué infinito caudal se apaga tu sed de eternidad, y deja que el deseo de Dios te mueva hasta que te pierdas en el Amor.
Y mientras no llega para ti la hora del deseo apagado, entra en el tiempo divino de la Eucaristía, y habrás entrado por el sacramento en la eterna fuente que mana y corre.
Allí aprenderás a Dios; allí conocerás la gracia del Hijo, el amor del Padre, la comunión del Espíritu; allí, con Cristo y con los hermanos, imitarás el misterio de la divina unidad, para tener, con todos, un mismo sentir, un solo corazón, un alma sola.
Desde dentro de la fuente llegan a tu corazón palabras para nombrarla: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, rico en clemencia y lealtad”.
Imita lo que nombras, y, de ese modo, por la puerta humilde de tu compasión y tu misericordia, los pobres aprenderán en ti el misterio de Dios.
domingo, 31 de mayo de 2020
EL ESPÍRITU DEL SEÑOR VENDRÁ SOBRE TI: por Santiago Agrelo
Queridos: Precisamente cuando nos disponíamos a celebrar la solemnidad de Pentecostés, memoria necesaria de la efusión del Espíritu Santo sobre la Iglesia apostólica, me resultó imposible dirigiros las acostumbradas palabras de exhortación, con las que cada semana me acerco a vosotros para compartir la dicha de la fe.
El Espíritu Santo, fuego de amor divino en la vida de la Iglesia y en el corazón de cada uno de los fieles, es también, por gracia especial de la divina misericordia, titular y patrono de la parroquia de nuestra iglesia catedral en Tánger.
Por este motivo, considero conveniente haceros llegar, aunque sea después de celebrada la solemnidad de Pentecostés, esta carta, nacida del afecto que os tengo y de mi preocupación porque la vida de mi Iglesia se vea iluminada cada vez más por la luz del Espíritu de Jesús, y sea siempre recreada por la fuerza de su amor.
Alégrate, virgen Iglesia:
Aunque sea la memoria de Pentecostés la que nos ha convocado en asamblea litúrgica y en comunión de fe, hoy te admiro, Iglesia amada del Señor, como si fueses tú quien estuviese viviendo una particular anunciación, como si fueses una imagen viva de aquella doncella de Nazaret que un día recibió en su casa el sorprendente anuncio de una inesperada maternidad humanamente imposible. Sorprendidas os deja, a ella y a ti, que Dios se fije en vosotras, pues conocéis vuestra pequeñez; sorprendidas os quedáis porque el cielo os saluda con un mensaje de alegría; sorprendidas os veis porque todo tiene para vosotras sabor de pura gratuidad, -es gracia el mensaje, es gracia la alegría, es pura gracia el don que vais a recibir-, gratuidad que se hace manifiesta en la confesión de la común virginidad, pues si la virgen es madre, el hijo sólo puede ser don, sólo regalo, sólo gracia, sólo misericordia, sólo mirada cariñosa de Dios sobre la pequeñez de su esclava.
No quiero que ignores, amada del Señor, tu condición virginal. Es ella memoria permanente de tu pobreza, de tu condición humilde, de tu disponibilidad ante el Señor. La imagen de la esterilidad, que en el tiempo de las promesas ha sido evocada tantas veces para poner de manifiesto que todo era gracia de Dios y que sólo Dios es el señor de la vida y de la historia, ahora, en el tiempo del evangelio, deja su lugar a la imagen de la virginidad, que será para siempre evocada como sacramento del poder de Dios, confesión de la grandeza de sus obras y de su maravillosa gratuidad. No olvides, amada del Señor, tu condición virginal, pues si recuerdas tu pobreza, tu incapacidad radical para concebir y alumbrar al Hijo de Dios, nunca cesará tu canto de alabanza al que te ha hecho fecunda, te ha engrandecido, te ha enaltecido, te ha enriquecido, te ha embellecido, te ha llenado de gracia y santidad.
No temas; has hallado gracia delante de Dios:
No temas, amada del Señor, la vocación a la que eres llamada. No temas, virgen Iglesia, aunque te veas pequeña, débil, insignificante. No temas, aunque no sepas bien a qué te está llamando tu Señor. No temas, porque, en tu pequeñez, has hallado gracia delante de Dios, y él te pide que le dejes realizar en ti lo que tú sin él no puedes realizar, lo que él sin ti no podría hacer.
Yo sólo deseo recordarte lo que tu corazón ha gustado desde siempre en la intimidad de la fe: que tu Dios está contigo, que tu Dios es rey en medio de ti, que tu Dios se ha apegado a ti con amor fiel, y se ha unido a ti con alianza eterna, y ha venido a ti para ofrecerte en dote su justicia y su paz.
Tú llevas en la garganta el grito de los pobres, en los labios su clamor por la justicia, en el alma su desgarro por el sufrimiento; y vives con los ojos vueltos a tu Dios, pues sabes, porque eres pobre, que todos los pobres han nacido de su amor, y que su amor os nutre de esperanza, y que en ese amor hallaremos un día la gracia que desvele el sentido de lo que estamos viviendo. Mientras tanto, para que a todo vayamos dando sentido desde la fe, el ángel de nuestra anunciación nos recuerda que hemos hallado gracia delante de Dios, y que empezamos a gestar en la oscuridad del hoy la dicha que se ha de manifestar para los pobres en la luz del mañana.
El Espíritu del Señor vendrá sobre ti:
Si ahora me preguntas cómo podrá ser eso, pues conoces muy de cerca tu debilidad, has experimentado de mil maneras los límites de tu condición humillada, y eres tan pobre que ni siquiera puedes tener hijos, entonces te recordaré lo que desde el cielo vas a recibir: El Espíritu del Señor vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra.
Será Pentecostés para ti, y por obra del Espíritu Santo llevarás a Cristo en tu seno. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú sabes que, por la acción del Espíritu Santo, eres Cuerpo de Cristo, presencia viva del Resucitado: lo llevas en la mirada de tus hijos, en sus palabras, en sus manos, en su ternura, en tus sacramentos, en tu memoria, en tus fiestas, en tu danza, en tu silencio, en todo tu ser.
Será Pentecostés para ti, y el Espíritu Santo se hará lenguas de fuego para congregar a la humanidad entera en la unidad de una nueva creación. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú estás llamada a entender todas las lenguas, todos los gestos, todos los signos, y sabes que hombres y mujeres del mundo viejo, sumidos en la confusión, han de entender tu voz que los convoca a un mundo nuevo, en el que la confusión quedará anulada por el fuego de la caridad.
Será Pentecostés para ti, y el Espíritu Santo que viene sobre ti te revelará que Jesús es el Señor. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú sabes, por obra del Espíritu Santo, que Cristo te ha liberado de tus esclavitudes, y que ya no eres tuya, sino del que te amó y se entregó a sí mismo para que fueses libre.
Será Pentecostés para ti, Iglesia amada del Señor, y el Espíritu Santo, que alienta dentro de ti, dará testimonio de que tus hijos son hijos de Dios, y gritará en cada uno de ellos: Abbá, Padre. Puede que nadie conozca tu secreto, pero tú sabes que tus hijos tienen una vida divina, sabes que han nacido de Dios, sabes que han renacido del agua y del Espíritu, sabes que han entrado como hijos en el misterio de Dios y que son amados como hijos en el único Hijo.
Feliz Pentecostés:
Del Padre, por medio de Jesucristo su Hijo, hemos recibido el Espíritu, que hace de nosotros hijos para presentarnos en el Hijo a Dios nuestro Padre.
Amemos al Padre que es puro amor, de quien procede todo don. Del Padre hemos recibido al Hijo, y por el Hijo, se nos ha dado el Espíritu Santo.
Amemos a su divino Hijo, que por nosotros se entregó, para darnos su Espíritu, y, con el Espíritu, el conocimiento de Dios y la vida eterna.
Amemos al Espíritu Santo y pidamos ser siempre dóciles a su divina inspiración, para que él ilumine nuestro corazón y nos transforme por gracia en imágenes vivas de Cristo Jesús.
domingo, 24 de mayo de 2020
Dios es tu cielo… Tú eres el cielo de Dios: por Santiago Agrelo
Que no te desconcierte la palabra “misterio”, pues no es nombre que se da a un enigma sino puerta de entrada a una revelación.
Entra y contempla.
Es día de glorificación de Cristo Jesús: “Aclamadlo con gritos de júbilo”.
El Enviado, el que, “siendo de condición divina”, había bajado hasta lo más hondo de la condición humana, hasta la muerte y muerte de cruz, es ahora enaltecido sobre todo, se le da ahora el nombre sobre todo nombre, asciende ahora a la vida misma de Dios.
El que, por la encarnación, vino del cielo para ser de la tierra, el que vino de Dios para ser hombre, ahora, por la ascensión, no vuelve a Dios sin el hombre que es para siempre.
El que vino del cielo para ser nuestro hermano, no vuelve al cielo sin la humanidad que comparte con nosotros.
El que por la encarnación vino para ser tuyo, no vuelve al cielo por la ascensión sin llevarte con él.
Y aun más –lo escucharás en el evangelio de este día-: El que por la encarnación vino para ser nuestro, no vuelve al cielo sin quedarse en la tierra con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
Entra y contempla tu misterio, Iglesia cuerpo de Cristo.
Contempla la Trinidad Santa, que es tu casa –tu cielo-, pues en ella has entrado con ese Hijo que es levantado hasta Dios, en ella has entrado como cuerpo del Hijo, en ella eres amada con el amor con que es amado el Hijo de Dios, en ella amas con el amor con que ama el Hijo de Dios.
Contempla el misterio que se te ha revelado y sal a la misión que se te ha confiado: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os mandado”.
“Haced discípulos” de Cristo Jesús: haced aprendices de Cristo Jesús, mujeres y hombres bautizados en el nombre de la Trinidad Santa; mujeres y hombres que, por el bautismo, han muerto con Cristo al pecado y han resucitado con Cristo a vida nueva; mujeres y hombres bautizados para que Cristo viva en ellos; mujeres y hombres bautizados para amarse mutuamente y para ser, porque se aman, morada en la que Dios habita –el cielo de Dios-.
Espero, deseo, pido que hoy puedas comulgar con el Hijo que ha sido glorificado a la derecha de Dios en el cielo. Espero, deseo, pido que hoy puedas entonar en la comunidad eclesial el canto de victoria de los redimidos en Cristo Jesús.
Pero, si no pudieres hacerlo, no olvides que no está sin ti en el cielo –a la derecha del Padre- el que quiso quedarse para siempre contigo en la tierra, en la pobreza humilde de tu casa.