sábado, 26 de noviembre de 2016

3º Domingo de Adviento (2015) Ciclo C. La alegría en el Señor


1  3º Domingo de Adviento (2015) Ciclo C. La alegría en el Señor. Pablo escribe a los filipenses desde la cárcel e invita a la alegría. La alegría cristiana proviene de la fe y se manifiesta incluso en las adversidades. El Señor es semejante al agricultor que con el bieldo eleva la paja para que se la lleve el viento, separándola del trigo. El Señor que viene (el Niño Dios al que festejaremos en la Navidad) distinguirá entre el grano y la paja en nuestras vidas. El fuego hace desaparecer las escorias y que brillen los metales preciosos. La acción de quemar no tiene como meta la destrucción sino la liberación. Jesús nos libera del mal. La alegría de Jesucristo. Estamos llamados a participar de la alegría de Jesús. La alegría de estar dentro del amor de Dios comienza ya aquí abajo  Cfr. Tercer Domingo de Adviento, Ciclo C. 13 de diciembre de 2015 - Sofonías 3, 14-18a; Filipenses 4, 4-7; Lucas 3, 10-18 1ª Lectura Sofonías 3, 14-18a: 14 Alégrate hija de Sión, grita de gozo Israel, regocíjate y disfruta con todo tu ser, hija de Jerusalén. 15 El Señor ha revocado tu sentencia, ha expulsado a tu enemigo. El rey de Israel, el Señor, está en medio de ti, no temas mal alguno. 16 Aquel día se dirá a Jerusalén: «¡No temas! ¡Sión, no desfallezcas!». 17 El Señor tu Dios está en medio de ti, valiente y salvador; se alegra y goza contigo, te renueva con su amor; exulta y se alegra contigo 18 como en día de fiesta. Isaías 12, 2-3; 2 Él es mi Dios y Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación». 3 Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. 4 «Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas. 5 Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra; 6 gritad jubilosos, habitantes de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel. 2ª Lectura (Filipenses 4,4-7): Hermanos míos: 4 Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. 5 Que vuestra comprensión sea patente a todos los hombres. El Señor está cerca. 6 No os preocupéis por nada; al contrario: en toda oración y súplica, presentad a Dios vuestras peticiones con acción de gracias. 7 Y que la paz de Dios que supera todo entendimiento custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Lucas 3, 10-18: 10 La gente le preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?» 11 Y él les respondía: «El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo.» 12 Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?» 13 El les dijo: «No exijáis más de lo que os está fijado.» 14 Le preguntaron también unos soldados: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?» El les dijo: «No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada.» 15 Como el pueblo estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo; 16 respondió Juan a todos, diciendo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 17 En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.» 18 Y, con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva. El Señor tu Dios está en medio de ti, se alegra y goza contigo. (Primera Lectura, Sofonías 3, 17) Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos. El Señor está cerca. (Segunda Lectura, Filipenses 4, 4-5) Gritad jubilosos «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel» (Salmo Reponsorial, Isaías 12,6) 1. El proyecto de Dios.  Su proyecto, su providencia, sus preceptos son oferta de salvación; motivo de alegría. 2 o Salmo 1 • La ley de Dios (su proyecto, su providencia, sus preceptos, etc.) es una oferta de salvación: oferta de amor que da frutos; si la aceptamos, somos dichosos, felices; y daremos buenos frutos «como árboles plantados junto al río»; pero, si no aceptamos su oferta, terminamos como la paja que se lleva el viento. Es lo que leemos en el salmo 1, viernes de la segunda semana de Adviento, en la liturgia de la Misa, salmo 1: 1 ¡Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni se entretiene en la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los necios, 2 sino que pone su gozo en la ley del Señor, meditándola día y noche! 3 Es como un árbol plantado junto al río, que da a su tiempo el fruto, y sus hojas no se marchitan; todo lo que hace le sale bien.4 No sucede lo mismo con los malvados, que son como paja que se lleva el viento. 5 No prevalecerán en el juicio los malvados ni los pecadores en la asamblea de los justos. 6 Porque el Señor conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos conduce a la perdición. o En la conversión al Niño Dios radica la alegría  Jesús se propone como Camino, Verdad y Vida: pide que nos convirtamos a Él. • Ese Niño que contemplaremos especialmente durante la Navidad, se propondrá a sí mismo como «camino, verdad y vida»: “Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí»” (Juan 14,6); Ese Niño se propondrá a sí mismo (Mateo 21, 42) como la piedra descartada por los constructores (cfr. Salmo 118,22), que fue elegida por Dios (cfr. Isaías 28, 16), como roca sobre la que se construye la Iglesia, nuevo pueblo de Dios. • Su venida es una llamada a que nos convirtamos a El. En esa oferta radica la alegría, y la felicidad. • Seremos juzgados con relación a esa oferta que nos hará el Niño Dios; dicho con otras palabras, Jesús nos pide que nos convirtamos a Él; y, a través de Él, que nos convirtamos a Dios; precisamente esta conversión, aceptar su salvación, sus leyes, sus preceptos, su proyecto, es el fundamento de la alegría. 2. La alegría en el Señor: «Alegraos siempre en el Señor» Segunda Lectura  Pablo escribe a los filipenses desde la cárcel e invita a la alegría o La alegría cristiana proviene de la fe y se manifiesta incluso en las adversidades. • Pablo escribe a los filipenses desde la cárcel. A pesar de esta situación desfavorable, invita a la alegría, que hay que buscar en Dios. Pablo, a pesar de las cadenas está lleno de gozo. • La alegría cristiana: - proviene de la fe, como en el caso del eunuco que, después de ser bautizado por el diácono Felipe, siguió gozoso su camino (Cf. Hechos 8, 36-39); también el carcelero, después de su conversión, “se alegró con toda su familia por haber creído en Dios” (Cf. Hechos 16, 29-34); los capítulos 1 y 2 del Evangelio según s. Lucas están impregnados de alegría porque se han cumplido las promesas sobre el Señor; - se manifiesta incluso en medio de las adversidades: los Apóstoles, después de haber sido azotados por orden del Sanedrín, cuando fueron dejados libres se marcharon “contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el nombre del Señor” (Hechos 5,41); Santiago en su carta, dice que los cristianos deben considerar como una gran gozo el estar “rodeados por toda clase de pruebas” (Santiago 1, 2); San Pablo dice a los cristianos de Corinto: Estoy muy orgulloso de vosotros. Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones” (2 Cor 7,4).  La alegría y la imagen del bieldo y del fuego en el Evangelio de hoy. Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, III domenica di Avvento, I ed economica 1999. o El Señor es semejante al agricultor que con el bieldo eleva la paja para que se la lleve el viento, separándola del trigo.  El Señor que viene (el Niño Dios al que festejaremos en la Navidad) distinguirá entre el grano y la paja en nuestras vidas. • El Señor tiene el bieldo: Lucas 3, 17 «En su mano tiene el bieldo para limpiar su era y recoger el trigo 3 en su granero; pero la paja la quemará con fuego que no se apaga». - El bieldo es un utensillo agrícola a modo de tenedor, constituido por varios dientes insertos en una pieza a la que va unido un mango largo, que se emplea para diversas operaciones agrícolas: por ejemplo, para aventar o para izar y cargar los haces de mies. En este caso, para aventar (bieldar) el grano de modo que se separe de la paja que se lleva el viento. Esta imagen era muy bien entendida por los que escuchaban a Juan el Bautista. El Señor que viene (el Niño Dios que festejaremos en la Navidad) distinguirá entre grano y paja, es decir, entre el grano y la paja en nuestras vidas ... - El salmo 1 nos habla del siguiente modo sobre el hombre impío: 4 ¡No así los impíos, no así! Que ellos son como paja que se lleva el viento. o El fuego hace desaparecer las escorias y que brillen los metales preciosos  La acción de quemar no tiene como meta la destrucción sino la liberación. Jesús nos libera del mal. • El fuego es bastante más potente para hacer desaparecer las escorias y que brillen los metales preciosos. Corroe hasta la raíz la realidad que entra en contacto con él. Esta presentación de la figura del Señor que hace Juan el Bautista, puede parecer, a primera vista, negativa. En realidad, tiene un valor radical muy preciso que es una novedad que introduce Cristo: él libera totalmente al hombre de su mal, atacando en la raíz su fuerza destructiva. La acción de quemar no tiene como meta la destrucción sino la liberación. o La aplicación de la imagen del bieldo y del fuego a la conciencia del hombre Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, III domenica di Avvento, I ed economica 1999. • Esa imagen del fuego hace que Cristo no se reduzca a una figura como vaporosa dulzona, ya que nos pone ante elecciones que con más o menos frecuencia son desgarradoras, como se deduce del oráculo que pronunció Simeón ante el niño Jesús: « Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción» (Lc 2,34). También dijo: 34 « No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada». • Podemos aplicar la imagen del bieldo y del fuego a la conciencia del hombre: - El Señor no da lugar al compromiso, no permite fugas estratégicas, no tolera medias medidas y equilibrismos, no se puede estar con él y con su adversario. - Todo creyente debe dirigir a su conciencia la pregunta que hacen a Juan el Bautista algunas personas: ¿qué debemos hacer? - Dostoevskij, en Memorias del subsuelo (1865): “El hombre es una criatura frívola e incoherente, y tal vez, como el jugador de ajedrez, ama sólo el desarrollo del juego, pero no la conclusión”. - El compromiso moral no es un “optional” sino que se da en el corazón mismo del mensaje cristiano; san Pablo en todas sus Cartas, después de la parte teológica dedica una segunda parte al compromiso concreto y cotidiano.  Las palabras exigentes del Señor hacen experimentar una paz y serenidad profundad. • Quien se decide por seguir las palabras exigentes del Señor, experimenta una paz y una serenidad profundas, y el miedo se transforma en confianza. - A esto se refiere el salmo Responsorial de hoy, tomado del libro de Isaías (12, 2-6): 2 He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues Yahveh es mi fuerza y mi canción, él es mi salvación, » 3 Sacaréis agua con gozo de los hontanares de salvación. » 4 y diréis aquel día: « Dad gracias a Yahveh, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas, pregonad que es sublime su nombre. 5 Cantad a Yahveh, porque ha hecho algo sublime, que es digno de saberse en toda la tierra. 6 Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, que grande es en medio de ti el Santo de Israel. - También encontramos esa llamada a alegrarnos en el Señor en la segunda Lectura (Filipenses 4, 6- 7): Gozaos siempre en el Señor; otra vez os digo, gozaos. .... No tengáis solicitud de cosa alguna (no os agobiéis por cosa alguna) ... la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros sentimientos en Jesucristo.  La alegría se manifiesta incluso en medio de las adversidades • La alegría se manifiesta incluso en medio de las adversidades: los Apóstoles, después de haber sido 4 azotados por orden del Sanedrín, cuando fueron dejados libres se marcharon “contentos por haber sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el nombre del Señor” (Hechos 5,41); Santiago en su carta, dice que los cristianos deben considerar como una gran gozo el estar “rodeados por toda clase de pruebas” (Santiago 1, 2); San Pablo dice a los cristianos de Corinto: “Estoy muy orgulloso de vosotros. Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones” (2 Corintios 7,4).  Aún en las etapas duras de la vida, siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado. El amor del Señor no se ha acabado. Cfr. Exhortación Apostólica de Francisco «Evangelii gaudium» (24 de noviembre de 2013) • n. 6: Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26). o La alegría y el Espíritu Santo • La alegría es fruto del Espíritu Santo: Gálatas 5,22; “No consiste el Reino de Dios en comer ni beber, sino que es justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo” (Romanos 14, 17); “Los discípulos quedaron llenos de alegría en el Espíritu Santo” (Hechos 13,52) 3. La alegría del Señor Jesús Cfr. Pablo VI, Exhortación Apostólica «Gaudete in Domino», 9 de mayo de 1975.  Nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. n. 22. Nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor. El gran gozo anunciado por el ángel, la noche de Navidad, lo será de verdad para todo el pueblo (cf. Lc 8,10), tanto para el de Israel que esperaba con ansia un Salvador, como para el pueblo innumerable de todos aquellos que, en el correr de los tiempos, acogerán su mensaje y se esforzarán por vivirlo. Fue la Virgen María la primera en recibir el anuncio del ángel Gabriel y su Magnificat era ya el himno de exultación de todos los humildes. Los misterios gozosos nos sitúan así, cada vez que recitamos el Rosario, ante el acontecimiento inefable, centro y culmen de la historia: la venida a la tierra del Emmanuel, Dios con nosotros. Juan Bautista, cuya misión es la de mostrarlo a Israel, había saltado de gozo en su presencia, cuando aún estaba en el seno de su madre (cf. Lc 1,44). Cuando Jesús da comienzo a su ministerio, Juan «se llena de alegría por la voz del Esposo» (Jn 3,29).  El ha experimentado en su humanidad todas nuestras alegrías. o El, palpablemente, ha conocido, apreciado, ensalzado toda una gama de alegrías humanas, de esas alegrías sencillas y cotidianas que están al alcance de todos. n. 23. Hagamos ahora un alto para contemplar la persona de Jesús, en el curso de su vida terrena. El ha experimentado en su humanidad todas nuestras alegrías. El, palpablemente, ha conocido, apreciado, ensalzado toda una gama de alegrías humanas, de esas alegrías sencillas y cotidianas que están al alcance de todos. La profundidad de su vida interior no ha desvirtuado la claridad de su mirada, ni su sensibilidad. Admira los pajarillos del cielo y los lirios del campo. Su mirada abarca en un instante cuanto se ofrecía a la mirada de Dios sobre la creación en el alba de la historia. El exalta de buena gana la alegría del sembrador y del segador; la del hombre que halla un tesoro escondido; la del pastor que encuentra la oveja perdida o de la mujer que halla la dracma; la alegría de los invitados al banquete, la alegría de las bodas; la alegría del padre cuando recibe a su hijo, al retorno de una vida de pródigo; la de la mujer que acaba de dar a luz un niño. Estas alegrías humanas tienen para Jesús tanta mayor consistencia en cuanto son para él signos de las alegrías espirituales del Reino de Dios: alegría de los hombres que entran en este Reino, vuelven a él o 5 trabajan en él, alegría del Padre que los recibe. Por su parte, el mismo Jesús manifiesta su satisfacción y su ternura, cuando se encuentra con los niños deseosos de acercarse a él, con el joven rico, fiel y con ganas de ser perfecto; con amigos que le abren las puertas de su casa como Marta, María y Lázaro. Su felicidad mayor es ver la acogida que se da a la Palabra, la liberación de los posesos, la conversión de una mujer pecadora y de un publicano como Zaqueo, la generosidad de la viuda. El mismo se siente inundado por una gran alegría cuando comprueba que los más pequeños tienen acceso a la revelación del Reino, cosa que queda escondida a los sabios y prudentes (Lc 10,21). Sí, «habiendo Cristo compartido en todo nuestra condición humana, menos en el pecado» [5], él ha aceptado y gustado las alegrías afectivas y espirituales, como un don de Dios. Y no se concedió tregua alguna hasta que no «hubo anunciado la salvación a los pobres, a los afligidos el consuelo» (cf. Lc 14,18). El evangelio de Lucas abunda de manera particular en esta semilla de alegría. Los milagros de Jesús, las palabras del perdón son otras tantas muestras de la bondad divina: la gente se alegraba por tantos portentos como hacía (cf. Lc 13,17) y daba gloria a Dios. Para el cristiano, como para Jesús, se trata de vivir las alegrías humanas, que el Creador le regala, en acción de gracias al Padre.  La alegría de saberse amado por su Padre n. 24. Aquí nos interesa destacar el secreto de la insondable alegría que Jesús lleva dentro de sí y que le es propia. Es sobre todo el evangelio de san Juan el que nos descorre el velo, descubriéndonos las palabras íntimas del Hijo de Dios hecho hombre. Si Jesús irradia esa paz, esa seguridad, esa alegría, esa disponibilidad, se debe al amor inefable con que se sabe amado por su Padre. Después de su bautismo a orillas del Jordán, este amor, presente desde el primer instante de su Encarnación, se hace manifiesto: «Tu eres mi hijo amado, mi predilecto» (Lc 3,22). Esta certeza es inseparable de la conciencia de Jesús. Es una presencia que nunca lo abandona (cf. Jn 16,32). Es un conocimiento íntimo el que lo colma: «El Padre me conoce y yo conozco al Padre» (Jn 10,15). Es un intercambio incesante y total: «Todo lo que es mío es tuyo, y todo lo que es tuyo es mío» (Jn 17,19). El Padre ha dado al Hijo el poder de juzgar y de disponer de la vida. Entre ellos se da una inhabitación recíproca: «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14,10). En correspondencia, el Hijo tiene para con el Padre un amor sin medida: «Yo amo al Padre y procedo conforme al mandato del Padre» (Jn 14,31). Hace siempre lo que place al Padre, es ésta su «comida» (cf. Jn 8,29; 4,34). Su disponibilidad llega hasta la donación de su vida humana, su confianza hasta la certeza de recobrarla: «Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida, para recobrarla de nuevo» (Jn 10,17). En este sentido, él se alegra de ir al padre. No se trata, para Jesús, de una toma de conciencia efímera: es la resonancia, en su conciencia de hombre, del amor que él conoce desde siempre, en cuanto Dios, en el seno de Padre: «Tú me has amado antes de la creación del mundo» (Jn 17,24). Existe una relación incomunicable de amor, que se confunde con su existencia de Hijo y que constituye el secreto de la vida trinitaria: el Padre aparece en ella como el que se da al Hijo, sin reservas y sin intermitencias, en un palpitar de generosidad gozosa, y el Hijo, como el que se da de la misma manera al Padre con un impulso de gozosa gratitud, en el Espíritu Santo.  Estamos llamados a participar de la alegría de Jesús n.25. De ahí que los discípulos y todos cuantos creen en Cristo, estén llamados a participar de esta alegría. Jesús quiere que sientan dentro de sí su misma alegría en plenitud: «Yo les he revelado tu nombre, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y también yo esté en ellos» (Jn 17,26). o La alegría de estar dentro del amor de Dios comienza ya aquí abajo n.26. Esta alegría de estar dentro del amor de Dios comienza ya aquí abajo. Es la alegría del Reino de Dios. Pero es una alegría concedida a lo largo de un camino escarpado, que requiere una confianza total en el Padre y en el Hijo, y dar una preferencia a las cosas del Reino. El mensaje de Jesús promete ante todo la alegría, esa alegría exigente; ¿no se abre con las bienaventuranzas? «Dichosos vosotros los pobres, porque el Reino de los cielos es vuestro. Dichosos vosotros lo que ahora pasáis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos vosotros, los que ahora lloráis, porque reiréis» (Lc 6,20-21). [5] Plegaria eucarística n. IV; cf. Heb 4, 15) www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

viernes, 25 de noviembre de 2016

Domingo 4 de Adviento, Ciclo C. (2015) El sacrificio de la voluntad y del corazón.


1  Domingo 4 de Adviento, Ciclo C. (2015) El sacrificio de la voluntad y del corazón. Aprendamos del Hijo de Dios para hacer la voluntad de Dios Padre: esta es la vocación cristiana. “Aquí estoy … ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad”. (Segunda Lectura). Nuestra redención se ha inaugurado con dos «heme aquí», «aquí estoy»: el de Cristo y el de María. Es necesario aprender a comprender la voluntad de Dios. «Cuando Dios revela, el hombre tiene que “someterse con la fe”. La «obediencia de la fe». La obediencia a la voluntad de Dios vale más que los sacrificios. Lucas 1, 39-45: 39 Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá. 40 Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo 42 y exclamó en alta voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 43 ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? 44 Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas. 45 ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!» Hebreos 10, 5-10 (2ª Lectura): Por eso, al entrar en este mundo, dice: «Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me has preparado un cuerpo; 6 los holocaustos y sacrificios por el pecado no te han agradado. 7 Entonces dije: ¡He aquí que vengo, como está escrito de mí al comienzo del libro, para hacer, oh Dios, tu voluntad!» 8 Después de haber dicho antes: «No quisiste ni te agradaron sacrificios y ofrendas ni holocaustos y víctimas expiatorias por el pecado - cosas que se ofrecen según la Ley -, 9 añade luego: He aquí que vengo a hacer tu voluntad. Abroga lo primero para establecer el segundo.10 Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo. 1  Cfr. Domingo 4º de Adviento, Ciclo C 20 de diciembre de 2015 Miqueas 5, 1-4a; Salmo 79 2ac.3b.15-16.18.19; Hebreos 10, 5-10; Lucas 1, 39-40 He aquí que vengo a hacer tu voluntad. (Hebreos 10,9) En la predestinación de Jesús está inscrita la predestinación de María, al igual que la de toda persona humana. El "Heme aquí" del Hijo encuentra un eco fiel en el "Heme aquí" de la Madre (cf. He 10,7), al igual que en el "Heme aquí" de todos los hijos adoptivos en el Hijo, es decir, de todos nosotros. (Benedicto XVI, Homilia, 7 de septiembre de 2008) 1. Nuestra redención se ha inaugurado con dos «heme aquí», «aquí estoy».  a) Jesús vino a este mundo para hacer la voluntad de su Padre Dios. Cfr. Juan Pablo II, Homilía del Domingo IV de Adviento, ciclo C, 22/12/1985 o El Padre envía al Hijo. El Hijo acoge la misión: «Aquí estoy... ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad» (Segunda Lectura, Hebreos 10,7).  El amor significa la unidad de las voluntades. La voluntad del Padre y la voluntad del Hijo se unen. A través de la lectura de la Carta a los Hebreos percibimos las palabras del Hijo de Dios: “Aquí estoy... Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo... Aquí estoy... ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad” (Hebreos 10,5,7). En estas palabras, la venida de Dios en medio de los hombres toma la forma del misterio de la Encarnación. Dios ha preparado este misterio desde la eternidad, y ahora lo realiza. El Padre manda al Hijo. El Hijo acoge la misión. Por obra del Espíritu Santo se hace hombre en el seno de la Virgen de Nazaret. “Y el Verbo se hizo 1 Cfr. Salmo 40, 7-9: 7 Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios; entonces yo digo: «Aquí estoy - como está escrito en mi libro - para hacer tu voluntad; Oseas 6,6: Quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos; Mateo 9, 13: Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores». 2 carne” (Jn 1,14). El Verbo es el Hijo eternamente amado y eternamente amante. El amor significa la unidad de las voluntades. La voluntad del Padre y la voluntad del Hijo se unen. El fruto de esta unión es el Amor personal, el Espíritu Santo. El fruto del Amor personal es la Encarnación: “me has preparado un cuerpo”.  b) El Misterio de la Encarnación, se hace también por obra de la criatura, en este caso, por obra de María, que dice «Sí, hágase en mí según tu palabra» al proyecto de Dios: esto se llama la «obediencia de la fe». Cfr. Juan Pablo II, Homilía del Domingo IV de Adviento, ciclo C, 22/12/1985 o María oye las palabras de Dios, por las que descubre su vocación, lo que Dios quiere de ella, y las acepta, obedece a Dios. (…) “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios” (Lucas 1,35). El Espíritu Santo con su fuerza divina actúa ante todo en el corazón de María. De este modo la fuente del misterio de la Encarnación se hace la fe de Ella: obediencia de la fe. “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). En la Visitación -de la que habla el Evangelio de hoy-, Isabel alaba antes de nada la fe de María: “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). En efecto, en la anunciación María pronuncia su “fiat” en la obediencia de la fe. Este “fiat” es el momento clave. El misterio de la Encarnación es misterio divino y al mismo tiempo humano. Efectivamente, Aquél que asume el cuerpo es Dios-Verbo (Dios-Hijo). Y al mismo tiempo el cuerpo que asume es humano. “Admirable commercium”. En este momento, cuando la Virgen de Nazaret pronuncia su “fiat” (hágase en mí según tu palabra), el Hijo puede decir al Padre: “Me has preparado un cuerpo”. El Adviento de Dios se realiza también por obra del hombre. Mediante la obediencia de la fe. (…)  c) El misterio de la Encarnación significa el comienzo del nuevo sacrificio: del perfecto sacrificio. Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad” (Hebreos 10,5- 7). Agrada a Dios el sacrificio en el que se expresa toda la verdad interior del hombre: el sacrificio de la voluntad y del corazón. Cfr. Juan Pablo II, Homilía del Domingo IV de Adviento, ciclo C, 22/12/1985 o Durante el período de la Navidad aprendamos del Hijo de Dios a hacer la voluntad del Padre. En efecto, ésta es la vocación de los que se han convertido en “hijos en el Hijo”. Esta es vuestra vocación cristiana. Este es fruto del Adviento de Dios en la vida humana. Cuando Cristo entró en el mundo dijo: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije...: Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad” (Hebreos 10,5-7). El misterio de la Encarnación significa el comienzo del nuevo sacrificio: del perfecto sacrificio. El que es concebido en el seno de la Virgen por obra del espíritu Santo, que nace en la noche de Belén, es Sacerdote Eterno. Lleva al Sacrificio y realiza el Sacrificio ya en su Encarnación. Es decir, el Sacrificio que “es agradable a Dios”. Agrada a Dios el sacrificio en el que se expresa toda la verdad interior del hombre: el sacrificio de la voluntad y del corazón. El Hijo de Dios asume la naturaleza humana, el cuerpo humano, precisamente para comenzar dicho sacrificio en la historia de la humanidad. Lo realizará definitivamente mediante su “obediencia hasta la muerte” (cfr. Filipenses 2,8). Sin embargo, el comienzo de esta obediencia está ya en el seno de la Virgen María. Ya en la noche de Belén: “Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad”. Al rodear al recién nacido, en la noche de Belén y durante todo el período de Navidad, demos desahogo a la necesidad de nuestros corazones. Gocemos de esa alegría, que el tiempo de Navidad lleva consigo. Cantemos “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama” (Lucas 2,14). Y sobre todo: aprendamos hasta el final la verdad contenida en este misterio penetrante: “Aquí estoy... ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad”. 3 Aprendamos del Hijo de Dios a hacer la voluntad del Padre. En efecto, ésta es la vocación de los que se han convertido en “hijos en el Hijo”. Esta es vuestra vocación cristiana. Este es fruto del Adviento de Dios en la vida humana.  d) La aclamación antes del Evangelio (Lucas 1, 38) y la segunda Lectura de la Carta a los Hebreos (10,9): «aquí estoy». Raniero Cantalamessa, La parola e la vita, Anno C, Cittá Nuova 1998, IV Domenica di Avvento, pp. 31- 32. o Aclamación antes del Evangelio • “La aclamación antes del Evangelio nos ha puesto ante la respuesta de María al obrar de Dios: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. En el párrafo del Evangelio Isabel declara bienaventurada a la Madre del Señor precisamente por aquel «Aquí estoy» pronunciado en la Anunciación: Bienaventurada porque has creído. En el fondo de todas las bienaventuranzas está la de la fe: Bienaventurados los que crean sin haber visto (Juan 20, 29). Creer es fiarse de Dios, es confiarse a Dios; María se ha fiado de Dios, sin «ver», es decir, sin entender todo y enseguida lo que estaba sucediendo y cómo habría terminado”. o Segunda Lectura • “Si releemos con atención la segunda lectura, descubrimos que también nos habla de un «he aquí»: Al entrar en este mundo, Cristo dice: ¡He aquí que vengo, … para hacer, oh Dios, tu voluntad! Nuestra redención se ha inaugurado con dos «He aquí», con dos «sí» dichos a Dios: el de Jesús y el de María; ellos han interrumpido, respectivamente, los dos «no» antiguos: el de Adán y el de Eva. El sí de María es radicalmente diverso del sí de Cristo: el de María expresa solamente la humilde aceptación de la criatura y es fruto del sí de Cristo. Y sin embargo, misteriosamente, este sí que María pronuncia en nombre de todos nosotros, era también indispensable, porque expresa el consentimiento de la libertad humana que Dios respeta. Dios no derriba nuestra libertad , sino que la salva”. 2. Evangelio: el encuentro entre María y su prima Isabel  Entre otras cosas, se pueden resaltar, de este encuentro, las palabras dirigidas a María: “eres bendita” (v. 42) y “¡dichosa tú (v. 45), por haber creído [obedecido] que se cumplirían las promesas del Señor! o Por encima de la maternidad física, Jesús proclama la fidelidad espiritual de María • Se pueden relacionar con las alabanzas del mismo Señor (Lucas 11, 27-28): «bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan». Isabel precisa que la grandeza de María es total porque María acompañó su maternidad física con la fe en el cumplimiento de las palabras del Señor. • Nuevo Testamento, Eunsa, 1999, nota Lucas 11, 27-28): “Tal como lo ha entendido la tradición de la Iglesia, estas frases (vv. 27-28) son un elogio de la grandeza de Santa María. «Por encima de su maternidad física, Jesús proclama su fidelidad espiritual. Era el elogio de su Madre, de su fiat (Lucas 1,38), del hágase sincero, entregado, cumplido hasta las últimas consecuencias, que no se manifestó en acciones aparatosas, sino en el sacrificio escondido y silencioso de cada jornada» (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 172)”. o Bienaventurada porque has creído • “El contenido de la bienaventuranza dirigida a María se expresa en el original griego con un participio que tiene casi como la función de una definición, la «creyente». María es bienaventurada no sólo porque engendra físicamente a Cristo, como lo entenderá “la mujer entre el gentío”: «Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron». Sino, como replicará Jesús, es bienaventurada porque «ha escuchado la palabra de Dios y la ha puesto en práctica». La bendición y la bienaventuranza está unidas entre sí precisamente por el vínculo de la fe, como ya se decía en el Antiguo 4 Testamento: «Si escuchas de verdad la voz del Señor, tu Dios, observando y cumpliendo todos los preceptos que yo te mando hoy, será bendito el fruto de tu vientre» (Deuteronomio 28, 1.4). El retrato de María «la creyente» por excelencia, que emerge en el breve himno de Isabel, es a referencia continua de los Evangelios y de la tradición cristiana (meditemos, por ejemplo, en el hecho de que en la encíclica mariana de Juan Pablo II la bienaventuranza a «la que ha creído» se repite más de veinte veces). Por esto, frecuentemente los Padres de la Iglesia han unido María no sólo a Eva, «la madre de todos los vivientes», sino también a Abrahán, «nuestro padre en la fe». La vida del patriarca ha sido una continua peregrinación en la fe como sucederá en la de María. Y las etapas de este itinerario se sucederán frecuentemente en la oscuridad, como en la escena del Calvario, última cita de María en los Evangelios”. (Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno C, Piemme 1999, IV Domenica di Avvento, pp. 31-32).  Es necesario aprender a comprender la voluntad de Dios. Cfr. Benedicto XVI, Homilía al clausurar el Año Paulino, 28 de junio de 2009, en la celebración de las primeras vísperas de la solemnidad de los santos Pedro y Pablo o Se trata, por tanto, de un viraje de fondo en nuestra orientación espiritual. Dios debe entrar en el horizonte de nuestro pensamiento: aquello que Dios quiere y el modo según el cual Él ha ideado al mundo y me ha ideado. • “Debemos aprender a pensar de manera profunda. Qué significa eso. Lo dice san Pablo en la segunda parte de la frase 2 : es necesario aprender a comprender la voluntad de Dios, de modo que plasme nuestra voluntad, para que nosotros queramos lo que Dios quiere, porque reconocemos que aquello que Dios quiere es lo bello y lo bueno. Se trata, por tanto, de un viraje de fondo en nuestra orientación espiritual. Dios debe entrar en el horizonte de nuestro pensamiento: aquello que Dios quiere y el modo según el cual Él ha ideado al mundo y me ha ideado. Debemos aprender a participar en la manera de pensar y querer de Jesucristo. Entonces seremos hombres nuevos en los que emerge un mundo nuevo”.  «Cuando Dios revela, el hombre tiene que “someterse con la fe”. Cfr. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica «Verbum Domini», n. 25 • 25. “«Cuando Dios revela, el hombre tiene que “someterse con la fe” (cf. Romanos 16,26; Romanos 1,5; 2 Corintios 10,5-6), por la que el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece “el homenaje total de su entendimiento y voluntad”, asintiendo libremente a lo que él ha revelado».[76: Conc. Ecum. Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 5 ] Con estas palabras, la Constitución dogmática Dei Verbum expresa con precisión la actitud del hombre en relación con Dios. La respuesta propia del hombre al Dios que habla es la fe. En esto se pone de manifiesto que «para acoger la Revelación, el hombre debe abrir la mente y el corazón a la acción del Espíritu Santo que le hace comprender la Palabra de Dios, presente en las sagradas Escrituras».[77: Propositio 4]”  La obediencia a la voluntad de Dios vale más que los sacrificios. • Hacer su voluntad: Biblia de Jerusalén Salmo 40,9: “La obediencia vale más que el sacrificio (1 Samuel 15,22) 3 . Los profetas alertaron con frecuencia a Israel contra prácticas que no empeñaban el corazón (Amós 5,21+; ver Génesis 8,21+), o contra una confianza presuntuosa en la presencia de Dios en su Templo (ver Jeremías 3-4+). En el Judaísmo posterior al destierro, sea cual fuere aún la importancia del Templo como señal de salvación (Za 1,16), el culto interior se va afinando más y más, y las disposiciones del corazón, la oración, la obediencia, el amor, cobran por sí mismas valor de culto (Salmos 50; 51,19; 69, 31- 32; 141,2; Proverbios 21,3; ver también Tobías 4,11; Sirácida 34,18-35,10). Esta evolución prepara la supervivencia del Judaísmo después de la destrucción del Templo y proseguirá en el NT (Romanos 1,9+; 12,1+).” 2 Romanos 12, 2: "No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios...". 3 1 Samuel 15, 22: ¿Pero Samuel dijo: ¿Acaso se complace Yahvé en los holocaustos y los sacrificios tanto como en la obediencia a la palabra de Yahvé? Mejor es obedecer que sacrificar, mejor la docilidad que la grasa de los carneros”. 5 3. Catecismo de la Iglesia Católica: la obediencia de la fe.  Un resumen • A) La obediencia de la fe es la respuesta del hombre al Dios que revela. n. 143: “Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (Cf Dei Verbum 5). La Sagrada Escritura llama «obediencia de la fe» a esta respuesta del hombre a Dios que revela (Cf Romanos 1, 5; 16, 26)”. • B) La obediencia en la fe es el sometimiento libre a la palabra escuchada porque su verdad está garantizada por Dios. n. 144: “La obediencia de la fe - Obedecer («ob-audire») en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma. • C) n. 1831: [Los siete dones del Espíritu Santo]Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. • D) n. 2087: La fe - Nuestra vida moral tiene su fuente en la fe en Dios que nos revela su amor. S. Pablo habla de la "obediencia de la fe" (Romanos 1, 5; Romanos 16, 26) como de la primera obligación. (…) Nuestro deber para con Dios es creer en él y dar testimonio de él. • E) n. 2716: La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el "sí" del Hijo hecho siervo y en el "fiat" de su humilde esclava. • F) n. 2825: Jesús, "aun siendo Hijo, con lo que padeció, experimentó la obediencia" (Hebreos 5, 8). ¡Con cuánta más razón la deberemos experimentar nosotros, criaturas y pecadores, que hemos llegado a ser hijos de adopción en él! Pedimos a nuestro Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para cumplir su voluntad, su designio de salvación para la vida del mundo. Nosotros somos radicalmente impotentes para ello, pero unidos a Jesús y con el poder de su Espíritu Santo, podemos poner en sus manos nuestra voluntad y decidir escoger lo que su Hijo siempre ha escogido: hacer lo que agrada al Padre (cf Jn 8, 29): "Adheridos a Cristo, podemos llegar a ser un solo espíritu con él, y así cumplir su voluntad: de esta forma ésta se hará tanto en la tierra como en el cielo" (Orígenes, or. 26).  La “obediencia de la fe” en María o "Por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano" • n. 494 : "Hágase en mí según tu palabra… " - Al anuncio de que ella dará a luz al "Hijo del Altísimo" sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo (cf. Lucas 1, 28 - 37), María respondió por "la obediencia de la fe" (Romanos 1, 5), segura de que "nada hay imposible para Dios": "He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1, 37 - 38). Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y , aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención (cf. Lumen Gentium 56): "Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, "por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano". Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar "el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe". Comparándola con Eva, llaman a María `Madre de los vivientes' y afirman con mayor frecuencia: "la muerte vino por Eva, la vida por María". "(Lumen gentium. 56). www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

jueves, 24 de noviembre de 2016

Introducción


En esta sección de la web de la parroquia de S. Mónica de Rivas Vaciamadrid, pretendemos ofrecer a los usuarios textos fundamentales que ayuden a comprender el mensaje de Jesucristo, sin reducionismos. A los creyentes, esperamos que les sirvan para consolidar su fe. Y a los no creyentes, deseamos que les ayuden a descubrir la figura de Jesús y tantos aspectos de su mensaje, en el que pueden reconocer su sentido del hombre y de la sociedad que satisface plenamente a una persona llena de nobles aspiraciones.
 
En esta página de la web se pueden encontrar textos en formato word, sobre Jesucristo, sobre Dios Padre, el Espíritu Santo, los Sacramentos, la Virgen María, la fe, la esperanza y la caridad, etc. y, al mismo tiempo, textos que se refieren al hombre y a la sociedad, tales como libertad, progreso, justicia, paz, etc. El por qué de esta amplitud se puede explicar con un ejemplo: el Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), se refiere a esas cuatro realidades que acabamos de nombrar en - nada menos que - 781 números. Aun con  el riesgo evidente de no reflejar ni la sombra de una  riquísima realidad, podemos leer uno sólo de estos números,  en el que aparece muy bien explicado cómo la vocación del hombre a la vida eterna refuerza el deber de servir en este mundo a la justicia y a la paz:
 
Discerniendo según el Espíritu, los cristianos deben distinguir entre el crecimiento del Reino de Dios y el progreso de la cultura y la promoción de la sociedad en las que están implicados. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime, sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz (n. 2820).
 
Quien desee acercarse sin prejuicios a Jesús,  puede profundizar con gozo en la relación entre fe y la preocupación por todo lo humano que se desprende, por ejemplo, del estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, y que responde nada menos que a un importante misterio de la vida de Cristo, su Encarnación. Juan Pablo II, afirmó: "se puede decir que la Encarnación  es una 'revalorización' inefable del hombre y de la humanidad". En este sentido, y si los creyentes deseamos ser fieles a Jesucristo, contamos con una tradición muy rica, que se refleja también en los escritos de los Padres de la Iglesia, en los escritos y en la obras de los Santos que han promovido obras en favor del hombre, "creado a imagen y semejanza de Dios". Son  esclarecedoras las palabras de Benedicto XVI sobre la relación entre la fe y todos los aspectos de nuestra vida, en su viaje a Estados Unidos: "La fe proyecta una luz nueva sobre todas las cosas, y el Evangelio revela la noble vocación y el destino sublime de todo hombre y mujer. La fe, además, nos ofrece la fuerza para responder a nuestra alta vocación y la esperanza que nos lleva a trabajar por una sociedad cada vez más justa y fraterna". "Sólo cuando la fe impregna cada aspecto de la vida, los cristianos se abren verdaderamente a la fuerza transformadora del Evangelio". "La fe no puede sobrevivir si no se alimenta, si no es 'activa en la práctica del amor'".
 
Lo que nos proponemos es ambicioso, y se realizará solamente con la gracia de Dios. Y con la ayuda de los usuarios, a los que pedimos colaboración, no sólo con sus oraciones sino también con sus sugerencias y críticas, etc. Comenzamos con muy pocos textos, con ocasión de la inauguración del nuevo templo, que se irán incrementando, si Dios quiere.
 
27 de agosto de 2008, fiesta de Santa Mónica

Fe y valentía. La mujer hemorroisa. Catequesis de papa Francisco (agosto 2016).


1  Fe y valentía. La mujer hemorroisa. Catequesis de papa Francisco (agosto 2016). «Si tocare solamente su manto, seré salva». Era una mujer descartada por la sociedad. Es importante considerar esta condición —de descartada— para entender su estado de ánimo: ella siente que Jesús puede liberarla de la enfermedad y del estado de marginación y de indignidad en la que se encuentra desde hace años. En una palabra: sabe, siente que Jesús puede salvarla. Jesús no solo la acoge, sino que la considera digna de tal encuentro hasta el punto de hacerle el don de su palabra y de su atención. Cuántas veces nos sentimos interiormente descartados por nuestros pecados, hemos hecho tantos, hemos hecho tantos… Y el Señor nos dice: “¡Ánimo! Ven! Para mí tú no eres un descartado, una descartada. Jesús, una vez más, con su comportamiento lleno de misericordia, indica a la Iglesia el camino para salir al encuentro de cada persona, para que cada uno pueda ser curado en el cuerpo y en el espíritu y recuperar la dignidad de hijos de Dios.  Cfr. Papa Francisco, Catequesis sobre la mujer hemorroisa, miércoles 31 de agosto de 2016. Fe y valentía (cfr. Mateo 9, 20-22) El Evangelio que hemos escuchado nos presenta una figura que destaca por su fe y su valentía. Se trata de la mujer que Jesús curó de sus pérdidas de sangre (cfr. Mt 9,20-22). Pasando entre la gente, se acerca por detrás de Jesús para tocar el borde de su manto. «Porque decía dentro de sí: Si tocare solamente su manto, seré salva» (v. 21). ¡Cuánta fe! ¡Cuánta fe tenía esa mujer! Razona así porque está animada por mucha fe y mucha esperanza y, con un toque de pillería, realiza cuanto tiene en el corazón. El deseo de ser salvada por Jesús es tal que la lleva a ir más allá de las prescripciones establecidas por la ley de Moisés. De hecho, esta pobre mujer desde hace muchos años no está simplemente enferma, sino que es considerada impura porque sufre de hemorragias (cfr. Lv 15,19- 30). Por eso está excluida de las liturgias, de la vida conyugal, de las normales relaciones con el prójimo. El evangelista Marcos añade que había consultado muchos médicos, gastando todo su fortuna en pagarles y sobre todo en curas dolorosas, pero solo había empeorado. Era una mujer descartada por la sociedad. Es importante considerar esta condición —de descartada— para entender su estado de ánimo: ella siente que Jesús puede liberarla de la enfermedad y del estado de marginación y de indignidad en la que se encuentra desde hace años. En una palabra: sabe, siente que Jesús puede salvarla. Este caso hace pensar en cómo la mujer es inmediatamente percibida y representada. Todos estamos en guardia, también las comunidades cristianas, de visiones de la feminidad infectadas de prejuicios y sospechas lesivas de su intangible dignidad. En ese sentido, son precisamente los Evangelios los que devuelven la verdad y la reconducen a un punto de vista liberador. Jesús admira la fe de esta mujer que todos evitaban y transformó su esperanza en salvación. No sabemos su nombre, pero las pocas líneas con las que los Evangelios describen su encuentro con Jesús delinean un itinerario de fe capaz de restablecer la verdad y la grandeza de la dignidad de toda persona. En el encuentro con Cristo se abre para todos, hombres y mujeres de todo tiempo y lugar, la vía de la liberación y de la salvación. El Evangelio de Mateo dice que cuando la mujer tocó el manto de Jesús, Él «se volvió» y «la vio» (v. 22), y entonces le dirige la palabra. Como decíamos, a causa de su estado de exclusión, la mujer actuó a escondidas, a espaldas de Jesús, tenía un poco de miedo, para no ser vista, porque era una descartada. En cambio, Jesús la ve y su mirada no es de reproche, no le dice: “¡Vete, eres una descartada!”, como si dijese: “¡Eres una leprosa, vete!”. No, no regaña, sino que la mirada de Jesús es de misericordia y ternura. Él sabe lo que ha pasado y busca el encuentro personal con ella, lo que, en el fondo, la misma mujer deseaba. Esto significa que Jesús no solo la acoge, sino que la considera digna de tal encuentro hasta el punto de hacerle el don de su palabra y de su atención. 2 En la parte central del relato, el término salvación se repite tres veces. «Si tocare solamente su manto, seré salva. Pero Jesús, volviéndose y mirándola, dijo: Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado. Y la mujer fue salva desde aquella hora» (vv. 21-22). Este «ánimo, hija» expresa toda la misericordia de Dios por aquella persona. Y por cada persona descartada. Cuántas veces nos sentimos interiormente descartados por nuestros pecados, hemos hecho tantos, hemos hecho tantos… Y el Señor nos dice: “¡Ánimo! Ven! Para mí tú no eres un descartado, una descartada. Ánimo, hija. Tú eres un hijo, una hija”. Y este es el momento de la gracia, es el momento del perdón, es el momento de la inclusión en la vida de Jesús, en la vida de la Iglesia. Es el momento de la misericordia. Hoy, a todos nosotros pecadores —que somos grandes pecadores o pequeños pecadores, y todos lo somos—, a todos el Señor dice: “¡Ánimo, ven! Ya no eres descartado, no eres descartada: yo te perdono, yo te abrazo”. Así es la misericordia de Dios. Debemos tener valor e ir a Él, pedir perdón por nuestros pecados y seguir adelante. Con valentía, como hizo esta mujer. Luego, la “salvación” asume múltiples connotaciones: ante todo devolver a la mujer la salud; después la libera de las discriminaciones sociales y religiosas; además, realiza la esperanza que ella llevaba en el corazón, anulando sus miedos y su desconsuelo; finalmente, la devuelve a la comunidad liberándola de la necesidad de actuar a escondidas. Y esto último es importante: una persona descartada actúa siempre a escondidas, alguna vez o toda la vida: pensemos en los leprosos de aquel tiempo, en los sin techo de hoy…; pensemos en los pecadores, en nosotros pecadores: siempre hacemos algo a escondidas, tenemos la necesidad de hacer algo a escondidas, porque nos avergonzamos de lo que somos... Y Él nos libera de esto, Jesús nos libera y nos hace ponernos de pie: “¡Levántate, ven, de pie!”. Como Dios nos creó: Dios nos creó de pie, no humillados. De pie. La que Jesús da es una salvación total, que reintegra la vida de la mujer a la esfera del amor de Dios y, al mismo tiempo, la restituye en su plena dignidad. En definitiva, no es el manto que la mujer tocó el que le dio la salvación, sino la palabra de Jesús, acogida en la fe, capaz de consolarla, curarla y devolverla a la relación con Dios y con su pueblo. Jesús es la única fuente de bendición de la que mana la salvación para todos los hombres, y la fe es la disposición fundamental para acogerla. Jesús, una vez más, con su comportamiento lleno de misericordia, indica a la Iglesia el camino para salir al encuentro de cada persona, para que cada uno pueda ser curado en el cuerpo y en el espíritu y recuperar la dignidad de hijos de Dios. www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

El amor de Dios nunca se acaba. Catequesis de Papa Francisco (septiembre 2016).


1  El amor de Dios nunca se acaba. Catequesis de Papa Francisco (septiembre 2016). La forma más grande y expresiva de ese amor es Jesús. Toda su persona y su vida no es otra cosa que la manifestación concreta del amor del Padre. Cuanto más nos dejemos envolver por ese amor más se regenera nuestra vida. Deberíamos decir de verdad, con todas nuestras fuerzas: ¡soy amado, por eso existo! Del Calvario, donde el sufrimiento del Hijo de Dios llega a su culmen, surge la fuente del amor que borra todo pecado y que todo lo recrea en una vida nueva. Llevemos siempre con nosotros, de manera indeleble, esta certeza de la fe: Cristo «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,20). Ante ese contenido tan esencial de la fe, la Iglesia nunca podría permitirse actuar como hicieron el sacerdote y el levita con el hombre abandonado medio muerto (cfr. Lucas 10,25-36). No se puede apartar la mirada y volverla a otra parte para no ver tantas formas de pobreza que piden misericordia. Y ese volverse a otra parte para no ver el hambre, las enfermedades, las personas explotadas…, ¡eso es un pecado grave! ¡Es un pecado moderno, es un pecado de hoy! Los cristianos no podemos permitirnos eso.  Cfr. Papa Francisco: Audiencia Jubilar en el Jubileo de los Voluntarios Sábado, 3 de Septiembre de 2016 Hemos escuchado el himno al amor que el Apóstol Pablo escribió para la comunidad de Corinto, y que constituye una de las páginas más hermosas y más comprometedoras para el testimonio de nuestra fe (cfr. 1Cor 13,1-13). ¡Cuántas veces san Pablo habló del amor y de la fe en sus escritos! Pero en este texto se nos ofrece algo extraordinariamente grande y original. Afirma que, a diferencia de la fe y de la esperanza, el amor «nunca acaba» (v. 8). Está siempre. Esta enseñanza debe ser para nosotros de una certeza inquebrantable; el amor de Dios nunca faltará en nuestra vida y en la historia del mundo. Es un amor que permanece siempre joven, activo, dinámico y atrae de manera incomparable. Es un amor fiel que no traiciona, a pesar de nuestras contradicciones. Es un amor fecundo que da vida y va más allá de nuestra pereza. De este amor todos somos testigos. El amor de Dios, en efecto, viene a nuestro encuentro; es como un río en crecida que nos arrastra pero sin destruirnos; es más, al contrario, es condición de vida: «Si no tengo amor no soy nada», dice san Pablo (v. 2). Cuanto más nos dejemos envolver por ese amor más se regenera nuestra vida. Deberíamos decir de verdad, con todas nuestras fuerzas: ¡soy amado, por eso existo! El amor del que habla el Apóstol no es algo abstracto o vago; al contrario, es un amor que se ve, se toca y se experimenta en primera persona. La forma más grande y expresiva de ese amor es Jesús. Toda su persona y su vida no es otra cosa que la manifestación concreta del amor del Padre, hasta llegar al momento culminante: «Dios demuestra su amor por nosotros en el hecho de que, mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8). ¡Eso es amor! No son palabras. ¡Es amor! Del Calvario, donde el sufrimiento del Hijo de Dios llega a su culmen, surge la fuente del amor que borra todo pecado y que todo lo recrea en una vida nueva. Llevemos siempre con nosotros, de manera indeleble, esta certeza de la fe: Cristo «me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,20). Esa es la gran certeza: ¡Cristo me amó, y se entregó a sí mismo por mí, por ti, por ti, por ti, por todos, por cada uno de nosotros! Nada ni nadie nos podrá separar nunca del amor de Dios (cfr. Rm 8,35-39). ¡El amor, pues, es la expresión máxima de toda la vida y nos permite existir! Ante ese contenido tan esencial de la fe, la Iglesia nunca podría permitirse actuar como hicieron el sacerdote y el levita con el hombre abandonado medio muerto (cfr. Lc 10,25-36). No se puede apartar la mirada y volverla a otra parte para no ver tantas formas de pobreza que piden misericordia. Y ese volverse a otra parte para no ver el hambre, las enfermedades, las personas explotadas…, ¡eso es un pecado grave! ¡Es un pecado moderno, es un pecado de hoy! Los cristianos no podemos permitirnos eso. No sería digno de la Iglesia ni de un cristiano “pasar de largo” y pensar que tenemos la conciencia tranquila solo porque hayamos rezado o porque he ido a Misa el domingo. No. El Calvario es siempre actual; ni ha desaparecido ni se queda en una bonita pintura en nuestras iglesias. Ese vértice de compasión, del que surge el amor de Dios respecto a la miseria humana, sigue hablando todavía en nuestros días y empuja a dar siempre nuevos signos de misericordia. Nunca me cansaré de decir que la misericordia de Dios no es una idea bonita, sino una acción concreta: no hay misericordia sin concreción; la misericordia no es hacer el bien de paso. Es implicarse donde está el mal, donde está la enfermedad, donde hay hambre, donde hay tantos abusos humanos. 2 Tampoco la misericordia humana es tal –es decir, humana–, es misericordia, hasta que no llega a su concreción en el obrar diario. La advertencia del apóstol Juan sigue siendo válida: «Hijitos, no amemos de palabra ni con la lengua, sino con obras y de verdad» (1Jn 3,18). Porque la verdad de la misericordia se halla en nuestros gestos diarios que hacen visible el obrar de Dios entre nosotros. Hermanos y hermanas, representáis aquí al gran y varado mundo del voluntariado. Entre las realidades más preciosas de la Iglesia estáis precisamente vosotros que cada día, a menudo en el silencio y en el anonimato, dais forma y visibilidad a la misericordia. Sois artesanos de misericordia: con vuestras manos, con vuestros ojos, con vuestra escucha, con vuestra cercanía, con vuestras caricias… ¡Artesanos! Vosotros expresáis uno de los deseos más hermosos del corazón del hombre, el de hacer sentir amada a una persona que sufre. En las diferentes condiciones de necesidad de tantas personas, vuestra presencia es la mano tendida de Cristo que llega a todos. Vosotros sois la mano tendida de Cristo: ¿habéis pensado esto? La credibilidad de la Iglesia pasa de manera convincente también a través de vuestro servicio a los niños abandonados, a los enfermos, a los pobres sin comida ni trabajo, a los ancianos, a los sin techo, a los prisioneros, a los prófugos y a los inmigrantes, a los que son víctima de calamidades naturales… En definitiva, donde quiera que haya una petición de ayuda, allí llega vuestro activo y desinteresado testimonio. Hacéis visible la ley de Cristo, la de llevar los unos las cargas de los otros (cfr. Gal 6,2; Jn 13,34). Queridos hermanos y hermanas, tocáis la carne de Cristo con vuestras manos: no os olvidéis de esto. Tocáis la carne de Cristo con vuestras manos. Estad siempre dispuestos en la solidaridad, fuertes en la cercanía, diligentes en suscitar la alegría y convincentes en el consuelo. El mundo necesita signos concretos de solidaridad, sobre todo ante la tentación de la indiferencia, y requiere personas capaces de contrastar con su vida el individualismo, el pensar solo en sí mismos y desinteresarse de los hermanos necesitados. Estad siempre contentos y llenos de alegría para vuestro servicio, pero nunca lo hagáis motivo de presunción, que lleva a sentirse mejores que los demás. Al contrario, que vuestra obra de misericordia sea humilde y elocuente prolongación de Jesucristo que sigue inclinándose y cuidando de quien sufre. El amor, en efecto, «edifica» (1Cor 8,1) y día a día permite a nuestras comunidades ser signo de la comunión fraterna. Hablad al Señor de estas cosas. Llamadlo. Haced como hizo Sister Preyma, como nos ha contado la monja: llamó a la puerta del sagrario. ¡Qué valiente! El Señor nos oye: ¡llamadlo! Señor, mira eso… Mira tanta pobreza, tanta indiferencia, tanto mirar a otra parte: “Eso a mí no me afecta, a mí no me importa”. Hablad con el Señor: “Señor, ¿por qué? Señor, ¿por qué? ¿Por qué yo soy tan débil y Tú me has llamado a hacer ese servicio? Ayúdame, y dame fuerza, y dame humildad”. El meollo de la misericordia es ese diálogo con el corazón misericordioso de Jesús. Mañana tendremos la alegría de ver a la Madre Teresa proclamada santa. ¡Lo merece! Ese testimonio de misericordia de nuestro tiempo se añade a la innumerable lista de hombres y mujeres que han hecho visible con su santidad el amor de Cristo. Imitemos también nosotros su ejemplo, y pidamos ser humildes instrumentos en las manos de Dios para aliviar el sufrimiento del mundo y dar la alegría y la esperanza de la resurrección. Gracias. Antes de daros la bendición, os invito a todos a rezar en silencio por tantas y tantas personas que sufren; por tanto sufrimiento, por tantos que viven descartados por la sociedad. Rezar también por tantos voluntarios como vosotros, que van al encuentro de la carne de Cristo para tocarla, curarla, sentirla cerca. Y rezar también por tantos y tantos que ante tanta miseria miran a otra parte y en el corazón sienten una voz que les dice: “A mí no me afecta, a mí no me importa”. Recemos en silencio. Y lo hacemos también con la Virgen: Dios te salve, María… www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Domingo 26 del Tiempo ordinario, Ciclo C (2016).


1  Domingo 26 del Tiempo ordinario, Ciclo C (2016). En el Evangelio, Jesús propone la parábola de Lázaro y el hombre rico. El trasfondo del relato: los Salmos con la queja del pobre que vive en la fe en Dios y obedece a sus preceptos, pero sólo conoce desgracias, mientras los cínicos que desprecian a Dios van de éxito en éxito y disfrutan de toda la felicidad en la tierra. En los Salmos y en la literatura sapiencial tardía vemos la búsqueda afanosa para resolver esta contradicción. El justo que sufre y ve todo esto, corre el peligro de extraviarse en su fe. El cambio llega. Y ve que la aparente inteligencia de los cínicos ricos y exitosos, puesta a la luz, es estupidez: este tipo de sabiduría significa ser «necio e ignorante», ser «como un animal» (cf. Sal 73, 22). Dos tipos de saciedad: el hartarse de bienes materiales y el llenarse «de tu semblante», la saciedad del corazón mediante el encuentro con el amor infinito. El despertar en la oración: el reconocimiento de la verdadera felicidad. No se trata de una condena mezquina de la riqueza y de los ricos nacida de la envidia. Para el orante es obvio que la envidia por este tipo de riqueza es necia, porque él ha conocido el verdadero bien.  Cfr. Domingo 26 del Tiempo Ordinario Ciclo C, 25 septiembre 2016 Amos 6, 1a.4-7; Lucas 16, 19-31: La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. Lucas 16, 19-31. En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: 19 - «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. 20 Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, 21 y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. 22 Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico, y lo enterraron. 23 Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, 24 y gritó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas" 25 Pero Abraham le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. 26 Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." 27 El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, 28 porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." 29 Abraham le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." 30 El rico contestó: "No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán." 31 Abraham le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque resucite un muerto." La parábola del hombre rico y el mendigo llamado Lázaro (Lucas 16, 19-31) Dos tipos de saciedad: el hartarse de bienes materiales y el llenarse «de tu semblante», la saciedad del corazón mediante el encuentro con el amor infinito. El despertar a la percepción de la auténtica grandeza del ser humano. 1. Dos figuras contrastantes: el rico que lleva una vida disipada llena de placeres, y el pobre, que ni siquiera puede tomar las migajas que los comensales tiran de la mesa. Cfr. Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, pp. 253-260 2  El trasfondo del relato: los Salmos con la queja del pobre que vive en la fe en Dios y obedece a sus preceptos, pero sólo conoce desgracias, mientras los cínicos que desprecian a Dios van de éxito en éxito y disfrutan de toda la felicidad en la tierra. o En los Salmos y en la literatura sapiencial tardía vemos la búsqueda afanosa para resolver esta contradicción De nuevo nos encontramos en esta historia dos figuras contrastantes: el rico, que lleva una vida disipada llena de placeres, y el pobre, que ni siquiera puede tomar las migajas que los comensales tiran de la mesa, siguiendo la costumbre de la época de limpiarse las manos con trozos de pan y luego arrojarlos al suelo. (…) Como trasfondo que nos permite entender este relato hay que considerar la serie de Salmos en los que se eleva a Dios la queja del pobre que vive en la fe en Dios y obedece a sus preceptos, pero sólo conoce desgracias, mientras los cínicos que desprecian a Dios van de éxito en éxito y disfrutan de toda la felicidad en la tierra. Lázaro forma parte de aquellos pobres cuya voz escuchamos, por ejemplo, en el Salmo 44: «Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean... Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como ovejas de matanza» (vv. 14.23; cf. Rm 8, 36). La antigua sabiduría de Israel se fundaba sobre el presupuesto de que Dios premia a los justos y castiga a los pecadores, de que, por tanto, al pecado le corresponde la infelicidad y a la justicia la felicidad. Esta sabiduría había entrado en crisis al menos desde el exilio. No era sólo el hecho de que Israel como pueblo sufriera más en conjunto que los pueblos de su alrededor, sino que lo expulsaron al exilio y lo oprimieron; también en el ámbito privado se mostraba cada vez más claro que el cinismo es ventajoso y que, en este mundo, el justo está destinado a sufrir. En los Salmos y en la literatura sapiencial tardía vemos la búsqueda afanosa para resolver esta contradicción, un nuevo intento de convertirse en «sabio», de entender correctamente la vida, de encontrar y comprender de un modo nuevo a Dios, que parece injusto o incluso del todo ausente.  El Salmo 73, puede considerarse como el trasfondo espiritual de nuestra parábola. o Lázaro se lamenta envidiando a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Uno de los textos más penetrantes de esta búsqueda, el Salmo 73, puede considerarse en este sentido como el trasfondo espiritual de nuestra parábola. Allí vemos como cincelada la figura del rico que lleva una vida regalada, ante el cual el orante —Lázaro— se lamenta: «Envidiaba a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Para ellos no hay sinsabores, están sanos y orondos; no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás. Por eso su collar es el orgullo... De las carnes les rezuma la maldad... su boca se atreve con el cielo... Por eso mi pueblo se vuelve a ellos y se bebe sus palabras. Ellos dicen: "¿Es que Dios lo va a saber, se va a enterar el Altísimo?"» (Sal 73, 311). 2. El justo que sufre y ve todo esto, corre el peligro de extraviarse en su fe. Cfr. Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, pp. 253-260  El cambio llega. Y ve que la aparente inteligencia de los cínicos ricos y exitosos, puesta a la luz, es estupidez: este tipo de sabiduría significa ser «necio e ignorante», ser «como un animal» (cf. Sal 73, 22) o Dos tipos de saciedad: el hartarse de bienes materiales y el llenarse «de tu semblante», la saciedad del corazón mediante el encuentro con el amor infinito. El justo que sufre, y que ve todo esto, corre el peligro de extraviarse en su fe. ¿Es que realmente Dios no ve? ¿No oye? ¿No le preocupa el destino de los hombres? «Para qué he purificado yo mi corazón... ? ¿Para qué aguanto yo todo el día y me corrijo cada mañana...? Mi corazón se agriaba...» (Sal 73, 13s.21). El cambio llega de repente, cuando el justo que sufre mira a Dios en el santuario y, mirándolo, ensancha su horizonte. Ahora ve que la aparente inteligencia de los 3 cínicos ricos y exitosos, puesta a la luz, es estupidez: este tipo de sabiduría significa ser «necio e ignorante», ser «como un animal» (cf. Sal 73, 22).Se quedan en la perspectiva del animal y pierden la perspectiva del hombre que va más allá de lo material: hacia Dios y la vida eterna. En este punto podemos recurrir a otro Salmo, en el que uno que es perseguido dice al final: «De tu despensa les llenarás el vientre, se saciarán sus hijos... Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante» (Sal 17, 14s). Aquí se contraponen dos tipos de saciedad: el hartarse de bienes materiales y el llenarse «de tu semblante», la saciedad del corazón mediante el encuentro con el amor infinito. «Al despertar» hace referencia en definitiva al despertar a una vida nueva, eterna; pero también se refiere a un «despertar» más profundo ya en este mundo: despertar a la verdad, que ya ahora da al hombre una nueva forma de saciedad. o El despertar en la oración: el reconocimiento de la verdadera felicidad. El Salmo 73 habla de este despertar en la oración. En efecto, ahora el orante ve que la felicidad del cínico, tan envidiada, es sólo «como un sueño al despertar»; ve que el Señor, al despertar, «desprecia sus sombras» (cf. Sal 73, 20). Y entonces el orante reconoce la verdadera felicidad: «Pero yo siempre estaré contigo, tú agarras mi mano derecha... ¿No te tengo a ti en el cielo?; y contigo, ¿qué me importa la tierra?... Para mí lo bueno es estar junto a Dios...» (Sal 73, 23.25.28). No se trata de una vaga esperanza en el más allá, sino del despertar a la percepción de la auténtica grandeza del ser humano, de la que forma parte también naturalmente la llamada a la vida eterna. o No se trata de una condena mezquina de la riqueza y de los ricos nacida de la envidia. Para el orante es obvio que la envidia por este tipo de riqueza es necia, porque él ha conocido el verdadero bien. Con esto nos hemos alejado de la parábola sólo en apariencia. En realidad, con este relato el Señor nos quiere introducir en ese proceso del «despertar» que los Salmos describen. No se trata de una condena mezquina de la riqueza y de los ricos nacida de la envidia. En los Salmos que hemos considerado brevemente está superada la envidia; más aún, para el orante es obvio que la envidia por este tipo de riqueza es necia, porque él ha conocido el verdadero bien. Tras la crucifixión de Jesús, nos encontramos a dos hombres acaudalados —Nicodemo y José de Arimatea— que han encontrado al Señor y se están «despertando». El Señor nos quiere hacer pasar de un ingenio necio a la verdadera sabiduría, enseñarnos a reconocer el bien verdadero. Así, aunque no aparezca en el texto, a partir de los Salmos podemos decir que el rico de vida licenciosa era ya en este mundo un hombre de corazón fatuo, que con su despilfarro sólo quería ahogar el vacío en el que se encontraba: en el más allá aparece sólo la verdad que ya existía en este mundo. Naturalmente, esta parábola, al despertarnos, es al mismo tiempo una exhortación al amor que ahora debemos dar a nuestros hermanos pobres y a la responsabilidad que debemos tener respecto a ellos, tanto a gran escala, en la sociedad mundial, como en el ámbito más reducido de nuestra vida diaria. (…) 3. Un breve apunte en torno a la parábola del hombre rico y el mendigo Lázaro  La eternidad se prepara ya en el tiempo Cfr. Romano Guardini, El Señor, Ediciones Cristiandad, p. 310 • “Nuestra conciencia percibe un toque de atención sobre el hecho de que la eternidad se prepara ya en el tiempo. En los pocos días que dura nuestra existencia terrena, y que discurren con tanta rapidez, decidimos ya nuestra existencia eterna. Recordemos la advertencia del Señor: “Es necesario que nosotros hagamos las obras del que me ha enviado mientras es de día, porque llega la noche cuando nadie puede trabajar” trabajar” (Juan 9, 4). Tanto el mendigo como el rico despiadado viven eternamente. Pero no en el sentido de una simple continuidad de su existencia terrena, sino por el hecho de que esa existencia se ha convertido en lo que realmente es a los ojos de Dios, una existencia definitiva y perdurable. Y eso ya se decidió cuando uno vivía rodeado de dolor y de miseria, pero fiel a Dios, mientras que, por el contrario, el otro gozaba de la vida, pero olvidado de Dios y de la misericordia”. www.parroquia santamonica.com Vida Cristiana

domingo, 20 de noviembre de 2016

Festividad de Cristo Rey. 20 de Noviembre de 2016

“Vamos a la casa del Señor”:
 
Queridos: La solemnidad de Cristo Rey del Universo cierra las celebraciones de nuestro Año Litúrgico. A lo largo de muchos domingos hemos acompañado a Jesús en su camino hacia la ciudad santa de Jerusalén. Hoy, llegados con él a la meta de su peregrinación, lo contemplamos crucificado y rey.
 
Todavía recordamos la voz del cielo que nos trajo la revelación sobre Jesús en el tiempo de su bautismo: “Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto”. Ahora, en el tiempo de su descenso a las aguas de la muerte, la revelación sobre Jesús se nos hace con un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Éste es el rey de los judíos”. Entonces, en aquel hombre bautizado como pecador, acogimos al Hijo de Dios. Ahora, en este crucificado como criminal, reconocemos a nuestro Rey y Señor.
 
La alegría de la Iglesia en la fiesta de su Rey es alegría multiplicada por la certeza de que Dios Padre “nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido”.
 
Si consideramos de dónde nos han sacado, he de recordad el despotismo de la mentira, el poder del egoísmo, el imperio de la injusticia, la opresión del pecado, la tiranía del miedo, el yugo de la muerte, “el dominio de las tinieblas”.
 
Si consideramos a dónde nos han trasladado, he de pediros que miréis a vuestro Rey: Lo veréis en su trono, en la cruz, y, viéndole a él, contemplaréis la nueva Jerusalén, admiraréis la “casa del Señor” hacia la que peregrináis, y podréis decir a una con el salmista: “Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén”. Contemplando a Cristo en el trono de su realeza, contempláis la verdadera Jerusalén, fundada como ciudad bien compacta, hacia la que suben las tribus del Señor. Contemplando a Cristo, contempláis la ciudad santa que Dios ha levantado con la fuerza de su Espíritu: En ella están los tribunales de justicia, en los que habéis sido juzgados y santificados, redimidos y salvados.
 
“¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!” Así cantaban los peregrinos cuando subían a la Jerusalén terrestre. Así cantamos los que hoy subimos a la Jerusalén del cielo, hasta Cristo el Señor, en quien habita la plenitud de la divinidad.
 
Ahora, queridos, volved los ojos hacia otra cruz. No es la del Rey, sino la del ladrón que está crucificado con él, a su lado. En realidad es mi cruz, y también la vuestra. Todos nos reconocemos en aquel ladrón. Todos, con verdad,  hacemos nuestra su confesión: “Lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos”; nosotros estamos en el lugar que nos corresponde, “en cambio, éste –el Rey- no ha faltado en nada”. Todos, con verdad, nos unimos a aquel ladrón en su petición: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Y todos hemos experimentado la gracia de las palabras de Jesús: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Ahora, ese ladrón que ha sido escuchado, acogido, amado, es el que hace suyas las palabras del salmista: “¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!”; verdaderamente en ti, Jesús, están los tribunales de justicia, las fuentes de la gracia, la casa de la paz. No dejemos, sin embargo, que sea él solo quien cante, pues si hemos hecho nuestras su confesión y su petición, ha de ser nuestro también su canto, ya que también para nosotros se ha pronunciado la palabra del Señor: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. En efecto, ahora estamos con el Señor en la asamblea santa, participando en el banquete de su reino. Hoy estamos con el Señor, pues escuchamos su palabra y le recibimos en santa comunión.
 
“¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»!”
 
Jesús, cuántos son los crucificados que no te conocen y tienen necesidad de ti. También para ellos son tus palabras de Rey que ofrece, con su justicia, su paz. Todos son llamados a tu reino. Tu Iglesia anhela que todos te conozcan, que tengan ya ahora el consuelo de tu palabra, que todos puedan cantar la alegría de haberte conocido y haber entrado en tu reino.
 
¡Ven, Señor Jesús!
 
¡Venga a nosotros tu reino!

Jesús es el instrumento de la misericordia del Padre. Catequesis de Papa Francisco (7 de septiembre de 2016).



 Jesús es el instrumento de la misericordia del Padre. Catequesis de Papa Francisco (7 de septiembre
de 2016). Dios no mandó a su Hijo al mundo para castigar a los pecadores ni aniquilar a los malos. Por el contrario, a ellos se les dirige la invitación a la conversión para que, viendo los signos de la bondad divina, puedan encontrar el camino de vuelta. Comprometámonos a no interponer ningún obstáculo al obrar misericordioso del Padre, y pidamos el don de una fe grande para ser nosotros también signos e instrumentos de misericordia.
 Cfr. Papa Francisco, Audiencia general del 7 de septiembre de 2016
Hemos escuchado un texto del Evangelio de Mateo (11,2-6). La pretensión del evangelista es hacernos entrar más profundamente en el misterio de Jesús, para captar su bondad y su misericordia. El episodio es el siguiente: Juan Bautista manda a sus discípulos a Jesús —Juan estaba en la cárcel— para hacerle una pregunta muy clara: ¿Eres tú el que debe venir o debemos esperar a otro? Pasaba un momento de oscuridad… El Bautista esperaba con ansias al Mesías y, en su predicación, lo había descrito, cargando las tintas, como un juez que finalmente instauraría el reino de Dios y purificaría a su pueblo, premiando a los buenos y castigando a los malos. Predicaba así: Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto, será cortado y echado en el fuego. Ahora Jesús ha iniciado su misión pública con un estilo diferente; Juan sufre y en la doble oscuridad —en la oscuridad de la cárcel, de la celda, y en la oscuridad del corazón— no entiende ese estilo y quiere saber si es Él el Mesías, o si hay que esperar a otro.
Y la respuesta de Jesús parece a primera vista no corresponder a la petición del Bautista. Porque Jesús dice: Id y contad a Juan los que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y bienaventurado el que no se escandalice de mí (vv. 4-6). Aquí queda clara la intención del Señor Jesús: responde que es el instrumento concreto de la misericordia del Padre, que sale al encuentro de todos trayendo consuelo y salvación, y de ese modo manifiesta el juicio de Dios. Los ciegos, los cojos, los leprosos, los sordos, recuperan su dignidad y ya no son excluidos por su enfermedad, los muertos vuelven a vivir, mientras que a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Y esta es la síntesis del obrar de Jesús, que de ese modo hace visible y tangible el mismo obrar de Dios.
El mensaje que la Iglesia recibe de este relato de la vida de Cristo es muy claro. Dios no mandó a su Hijo al mundo para castigar a los pecadores ni aniquilar a los malos. Por el contrario, a ellos se les dirige la invitación a la conversión para que, viendo los signos de la bondad divina, puedan encontrar el camino de vuelta. Como dice el Salmo: Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto (130,3-4).
La justicia que el Bautista ponía en el centro de su predicación, se manifiesta en Jesús en primer lugar como misericordia. Y las dudas del Precursor no hacen sino anticipar el desconcierto que Jesús suscitará luego con sus acciones y palabras. Se comprende, pues, la conclusión de la respuesta de Jesús. Dice: Bienaventurado el que no se escandalice de mí (v. 6). Escándalo significa obstáculo. Por eso, Jesús advierte de un particular peligro: si el obstáculo para creer son sobre todo sus acciones de misericordia, eso significa que se tiene una falsa imagen del Mesías. En cambio, bienaventurados los que, ante los gestos y palabras de Jesús, dan gloria al Padre que está en los cielos.
La advertencia de Jesús es siempre actual: también hoy el hombre construye imágenes de Dios que le impiden gustar su real presencia. Algunos se labran una fe a su medida, que reduce a Dios al espacio limitado de sus propios deseos y convicciones. Pero esa fe no es conversión al Señor que se revela; es más, les impide remover nuestra vida y nuestra conciencia. Otros reducen a Dios a un falso ídolo; usan su santo nombre para justificar sus propios intereses o incluso el odio y la violencia. Para otros Dios es solo un refugio psicológico donde estar tranquilos en los momentos difíciles: se trata de una fe encerrada en sí misma, impermeable a la fuerza del amor misericordioso de Jesús que empuja hacia los hermanos. Y otros consideran a Cristo solo un buen maestro de enseñanzas éticas, uno de tantos en la historia. Finalmente, hay quien ahoga la fe en un trato puramente intimista con Jesús, anulando su celo misionero, capaz de trasformar el mundo y la historia. Los cristianos creemos en el Dios de Jesucristo, y nuestro deseo es crecer en la experiencia viva de su misterio de amor.
Comprometámonos, pues, a no interponer ningún obstáculo al obrar misericordioso del Padre, y pidamos el don de una fe grande para ser nosotros también signos e instrumentos de misericordia.
www.parroquiasantamonica.com
Vida Cristiana
Imprimir

Printfriendly