sábado, 11 de julio de 2020

Una cosecha abundante para el Reino de Dios: por Santiago Agrelo

De la mano, así es como la madre Iglesia nos lleva a gustar el misterio de la celebración eucarística: ella prepara para sus hijos la mesa de la palabra que escuchamos, ella nos ayuda a contemplar las cosas divinas, ella nos dispone para que en la mesa del Cuerpo de Cristo comulguemos comiendo y bebiendo, lo que en la mesa de la Palabra comulgamos escuchando y contemplando.

Tres imágenes ofrece hoy a la mirada de la fe la liturgia de la palabra: la de la palabra que sale de la boca de Dios; la de Dios ocupado en trabajos de labranza; la de la palabra sembrada en el corazón de los hombres.

“Palabra que sale de la boca de Dios” es la palabra creadora que da consistencia al universo, es la palabra de la promesa a Abrahán y a su descendencia, es la palabra de la ley divina entregada a Israel en el Sinaí. “Palabra que sale de la boca de Dios” es la que divide el mar para dar libertad a un pueblo de esclavos, es la que convoca el maná en las mañanas del desierto para saciar el hambre de su pueblo, es la que saca de la roca manantiales de agua para apagar la sed de los rebeldes. “Palabra que sale de la boca de Dios” es la que da esperanza a los pobres, consuelo a los afligidos, fortaleza a los que ya se doblan.

Por su parte el salmista ha propuesto a la mirada contemplativa de nuestra fe la imagen de Dios, labrador solícito de su tierra. Al darnos a su Hijo –en la encarnación, en la eucaristía-, Dios ha preparado para nosotros los trigales, ha regado los surcos, ha igualado los terrones. En Cristo, la acequia de Dios va llena de agua para el mundo entero; en nuestra eucaristía, Dios corona con sus bienes el año de la salvación.

La tercera imagen de esta liturgia festiva hace referencia al destino de la palabra del Reino. Pudiera parecernos una palabra desaprovechada, pues a nadie se le oculta que, sembrada generosamente por el sembrador –los mensajeros del evangelio-, puede malograrse de muchas maneras; pero algo en esa parábola nos está diciendo que aquel ciento por uno y aquel sesenta y aquel treinta que la semilla produce en la tierra buena, compensan con creces la semilla que haya podido perderse caída al borde del camino, abrasada en terreno pedregoso, o ahogada entre zarzas.

Antes, sin embargo, de que consideréis la parábola del sembrador como una promesa de fruto abundante para la siembra del Reino de Dios, creo que a todos nos ayudará gustar de esta narración evangélica y verla como anuncio de lo que estamos viviendo en nuestra eucaristía: la palabra del Reino es sembrada hoy en nuestra tierra, y en la santa comunión recibimos hoy la semilla de la humanidad celeste que es Cristo resucitado.

Es buena la semilla, es cuidadoso el labrador; sólo cabe esperar una cosecha abundante para el Reino de Dios.

Feliz domingo.


domingo, 5 de julio de 2020

Alégrate, canta, bendice a tu Dios: por Santiago Agrelo

Lo vio y lo anunció el profeta: “Mira a tu Rey que viene a ti”.

Mira a tu Rey en el misterio de la encarnación: Entra en la casa de Nazaret, y tu fe se asombrará de ver a Dios hecho hombre en el sí de una doncella, mientras el mundo gira indiferente, gira como siempre, alejándose de sí mismo, y el hombre se afana como siempre en conquistar el cielo. Míralo, virgen Iglesia: Tu Rey viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un pollino de borrica. Míralo, alégrate, canta.

Míralo también en el misterio de su tránsito de este mundo al Padre: alfombra su camino con tu manto, alaba a Dios, pues con Jesús ha venido a tu vida la paz que el cielo te regala. Míralo, alégrate, canta: “Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor”.

Considera, virgen Iglesia, a dónde viene tu Rey, a qué posada lleva su camino; y verás que, en Nazaret, en Jerusalén, en la Eucaristía que hoy celebras, “tu Rey viene a ti”: viene a tu condición humilde, a tus pobres, a tus enfermos, a tus duelos, a tu humanidad herida, a tu mundo de esperanzas y deseos, a tu hambre de justicia y de pan.

Él viene pobre a ese reino nuestro: viene en la pobreza de su palabra, una palabra hecha de palabras nuestras; viene en la pobreza de su pan, un pan que es fruto de esta tierra nuestra y de nuestro trabajo.

Y sólo porque él viene, la palabra del profeta, con la fuerza de unos imperativos suplicantes, te invita, virgen Iglesia, a entrar en el milagro de una bienaventuranza que es de los pobres, de una fiesta que es para los hambrientos. El profeta suplica y te invita: Mira, alégrate, canta.

Y ahora escucha el evangelio, lo que te dice “el que viene a ti”, lo que te pide el que ha hecho por ti ese camino que baja del cielo a la tierra, el que se ha acercado tanto a ti que te lleva guardada dentro de él. “El que viene a ti”, pide tu fe. “El que viene a ti”, pide que vayas a él: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré

Escúchalo, cree, comulga

Ve a tu Señor, aprende de  él, abraza su cruz, carga con su yugo…

Él es manso y humilde de corazón: Su yugo es llevadero. Su carga es ligera.

Escúchalo, cree, comulga… Él y tú destruiréis la violencia de la guerra. Él y tú dictaréis la paz a las naciones.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, pues, por la fe, te acercaste “al Rey que viene a ti”, comulgaste con él, y has conocido que es clemente y misericordioso, sabes que es bondadoso en todas sus acciones, has experimentado que es cariñoso con todas sus criaturas.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia resplandeciente con la santidad de Dios, Iglesia de enfermos que por la fe han sido curados, de leprosos purificados, de ciegos iluminados, de pecadores perdonados, de muertos resucitados.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia de pobres que el Hijo de Dios, haciéndose pobre, ha enriquecido con su pobreza; Iglesia de pobres, enviada a los pobres, Iglesia evangelio de Dios para todos los hambrientos de justicia y de pan.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios.

Feliz encuentro con el Rey que viene a ti, Iglesia amada de Dios.


Imperativos suplicantes: por Santiago Agrelo

Lo vio y lo anunció el profeta: “Mira a tu Rey que viene a ti”.

Mira a tu Rey en el misterio de la encarnación: Entra en la casa de Nazaret, y tu fe se asombrará de ver a Dios hecho hombre en el sí de una doncella, mientras el mundo gira indiferente, gira como siempre, alejándose de sí mismo, y el hombre se afana como siempre en conquistar el cielo. Míralo, virgen Iglesia: Tu Rey viene a ti justo y victorioso, modesto y cabalgando en un pollino de borrica. Míralo, alégrate, canta.

Míralo también en el misterio de su tránsito de este mundo al Padre: alfombra su camino con tu manto, alaba a Dios, pues con Jesús ha venido a tu vida la paz que el cielo te regala. Míralo, alégrate, canta: “Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor”.

Considera, virgen Iglesia, a dónde viene tu Rey, a qué posada lleva su camino; y verás que, en Nazaret, en Jerusalén, en la Eucaristía que hoy celebras, “tu Rey viene a ti”: viene a tu condición humilde, a tus pobres, a tus enfermos, a tus duelos, a tu humanidad herida, a tu mundo de esperanzas y deseos, a tu hambre de justicia y de pan.

Él viene pobre a ese reino nuestro: viene en la pobreza de su palabra, una palabra hecha de palabras nuestras; viene en la pobreza de su pan, un pan que es fruto de esta tierra nuestra y de nuestro trabajo.

Y sólo porque él viene, la palabra del profeta, con la fuerza de unos imperativos suplicantes, te invita, virgen Iglesia, a entrar en el milagro de una bienaventuranza que es de los pobres, de una fiesta que es para los hambrientos. El profeta suplica y te invita: Mira, alégrate, canta.

Y ahora escucha el evangelio, lo que te dice “el que viene a ti”, lo que te pide el que ha hecho por ti ese camino que baja del cielo a la tierra, el que se ha acercado tanto a ti que te lleva guardada dentro de él. “El que viene a ti”, pide tu fe. “El que viene a ti”, pide que vayas a él: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”

Escúchalo, cree, comulga…

Ve a tu Señor, aprende de él, abraza su cruz, carga con su yugo…

Él es manso y humilde de corazón: Su yugo es llevadero. Su carga es ligera.

Escúchalo, cree, comulga… Él y tú destruiréis la violencia de la guerra. Él y tú dictaréis la paz a las naciones.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, pues, por la fe, te acercaste “al Rey que viene a ti”, comulgaste con él, y has conocido que es clemente y misericordioso, sabes que es bondadoso en todas sus acciones, has experimentado que es cariñoso con todas sus criaturas.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia resplandeciente con la santidad de Dios, Iglesia de enfermos que por la fe han sido curados, de leprosos purificados, de ciegos iluminados, de pecadores perdonados, de muertos resucitados.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios, Iglesia de pobres que el Hijo de Dios, haciéndose pobre, ha enriquecido con su pobreza; Iglesia de pobres, enviada a los pobres, Iglesia evangelio de Dios para todos los hambrientos de justicia y de pan.

Alégrate, canta, bendice a tu Dios.

Feliz encuentro con el Rey que viene a ti, Iglesia amada de Dios
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