jueves, 24 de octubre de 2019

30 domingo del tiempo ordinario. Ciclo C (2019). Buscad continuamente el Rostro del Señor. Salmo 104, Antífona de entrada de la Misa. El rostro del Señor en los salmos y en textos de Juan Pablo II y Benedicto XVI.






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Ø 30 domingo del tiempo ordinario. Ciclo C (2019). Buscad continuamente el Rostro del Señor. Salmo 104, Antífona de entrada de la Misa. El rostro del Señor en los salmos y en textos de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

v  Cfr. 30 domingo del tiempo ordinario (Año C). 27 octubre 2019.  Lucas 18, 9-14; Sirácida 35, 12-14.16-18. Salmo 34 (33), 2-3; 17-18; 19-20; 2 Timoteo 4, 6-8.16-18.

- Lucas 18, 9-14: 9 En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: 10 - «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. 11 El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. 12 Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo."    13 El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. "14 Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
-Salmo Responsorial: Salmo 34 (33), 2-3; 17-18; 19-20 - R.: 7ª Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha (otras traducciones: Cuando el pobre invoca al Señor, él lo escucha) 2 Bendigo al señor en todo tiempo; su alabanza está en mi boca de continuo.//  3 Mi alma se gloría en el Señor; que lo escuchen los humildes  y se alegren.// 17 El rostro del Señor está contra los malhechores para borrar de la tierra su memoria. // 18 Claman y el Señor los escucha y los libra de todas sus angustias // 19 El Señor está cerca de los contritos de corazón, y salva a los de espíritu abatido. 20 Muchas son las aflicciones del Justo, pero el Señor les libra de todas.
-2 Timoteo 4, 6-8.16-18: 6 Pues yo estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de mi partida es inminente.
7 He luchado en el noble combate, he alcanzado la meta, he guardado la fe; 8 por lo demás, me está reservada la merecida corona que el Señor, el Justo Juez, me entregará en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que desean con amor su venida. 16 Nadie me asistió en mi primera defensa, sino que todos me abandonaron; que no les sea tenido en cuenta.
17 Pero el Señor me apoyó y me fortaleció para que, por medio de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del león. 18 El Señor me librará de todo mal, y me salvará para su reino celestial. A El la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Que se alegren los que buscan al Señor.
Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro
(Salmo 104, 3-4) (Antífona de entrada de la Misa)

A. El rostro del Señor en los Salmos
§  Salmo 4, 7-8
7 Muchos dicen: " ¿Quién nos hará ver la dicha?  Alza sobre nosotros la luz de tu rostro!  Yahveh , 8 tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo. 
§  Salmo 13,2:
2 ¿Hasta cuándo, Yahveh , me olvidarás?  ¿Por siempre? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro? 
§  Salmo 31 (30)
8 Yahveh , tu favor me afianzaba sobre fuertes montañas; mas retiras tu rostro y ya estoy conturbado.
16 Está en tus manos mi destino, líbrame de las manos de mis enemigos y perseguidores;
17 haz que alumbre a tu siervo tu semblante, ¡sálvame, por tu amor!
§  Salmo 44,4
4 no por su espada conquistaron [nuestros padres] la tierra, ni su brazo les dio la victoria, sino que fueron tu diestra y tu brazo, y la luz de tu rostro, porque los amabas.
§  Salmo 44,25
25 ¿Por qué ocultas tu rostro, olvidas nuestra opresión, nuestra miseria?
§  Salmo 69, 18
18 no retires tu rostro de tu siervo, que en angustias estoy, pronto, respóndeme;
§  Salmo 80,
4¡Oh Dios, haznos volver, y que brille tu rostro, para que seamos salvos!
8 ¡Oh Dios Sebaot, haznos volver, y brille tu rostro, para que seamos salvos!
§  Salmo 89
15 Justicia y Derecho, la base de tu trono, Amor y Verdad ante tu rostro marchan.
16 Dichoso el pueblo que la aclamación conoce, a la luz de tu rostro caminan, oh Yahveh ;
§  Salmo 104
29 Escondes tu rostro y se anonadan, les retiras su soplo, y expiran y a su polvo retornan.
30 Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra.
§  Salmo 105
4 ¡Buscad a Yahveh  y su fuerza, id tras su rostro sin descanso.

v  El Salmo 27. Buscar su rostro: tratar de conocerlo, vivir en su presencia.

8 Dice de ti mi corazón: " Busca su rostro. "Sí, Yahveh , tu rostro busco:
9 No me ocultes tu rostro. No rechaces con cólera a tu siervo; tú eres mi auxilio. No me abandones, no me dejes, Dios de mi salvación.

o   Biblia de Jerusalén

v. 8: Busca su rostro. La expresión (ver Amós 5,4), que en principio significaba «ir a consultar a Yaveh» en un santuario (2 Samuel 21, 1), tomó un sentido más general: tratar de conocerlo, vivir en su presencia. «Buscar a Yahvé», Deuteronomio 4, 29; Salmo 40.

v  El salmo 67: el deseo insistente de la bendición divina

2 ¡Dios nos tenga piedad y nos bendiga, su rostro haga brillar sobre nosotros!
7 La tierra ha dado su cosecha: Dios, nuestro Dios, nos bendice.
8 ¡Dios nos bendiga, teman ante él todos los confines de la tierra!

o   Juan Pablo II, Catequesis del 9 de octubre de 2002

§  La bendición sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación
3. Al inicio y en la conclusión del Salmo, se expresa un insistente deseo de bendición divina: «El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros... Nos bendice el Señor, nuestro Dios. Que Dios nos bendiga» (versículos 2.7-8).
Es fácil escuchar en estas palabras el eco de la famosa bendición sacerdotal enseñada, en nombre de Dios, por Moisés y Aarón a los descendientes de la tribu sacerdotal: «Que el Señor te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz» (Números 6, 24-26).
Pues bien, según el Salmista, esta bendición sobre Israel será como una semilla de gracia y de salvación que será enterrada en el mundo entero y en la historia, dispuesta a germinar y a convertirse en un árbol frondoso.
El pensamiento recuerda también la promesa hecha por el Señor a Abraham en el día de su elección: «De ti haré una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre; y sé tú una bendición... Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra» (Génesis 12, 2-3).

B. El rostro de Dios está en el rostro de Cristo

v  San Juan 14, 5-11

5 Tomás le dijo: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podremos saber el camino? 6 Le respondió Jesús: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; nadie va al Padre sino por mí. 7 Si me habéis conocido a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto. 8 Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos basta.9 Jesús le contestó: Felipe, ¿tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: Muéstranos al Padre? 10 ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mí mismo. El Padre, que está en mí, realiza sus obras. 11 Creedme: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas.

C. Buscar el rostro de Jesús debe ser el anhelo de todos los cristianos.

v  Cfr. Discurso de Benedicto XVI en el santuario de la Santa Faz de Manoppello, 1 de septiembre de 2006

(…)

o   Para "ver a Dios" es preciso conocer a Cristo y dejarse modelar por su Espíritu, que guía a los creyentes "hasta la verdad completa" (Jn 16, 13).

§  Sólo después de su pasión, cuando se encontraron con él resucitado, cuando el Espíritu iluminó su mente y su corazón, los Apóstoles comprendieron el significado de las palabras que Jesús les había dicho y lo reconocieron como el Hijo de Dios, el Mesías prometido para la redención del mundo.
Cuando, hace poco, me encontraba orando, pensaba en los dos primeros Apóstoles, los cuales, impulsados por Juan Bautista, siguieron a Jesús junto al río Jordán, como leemos en el evangelio de san Juan (cf. Jn 1, 35-37). El evangelista narra que Jesús se volvió hacia ellos y les preguntó: "¿Qué buscáis?". Ellos respondieron: "Rabbí, ¿dónde vives?". Y él a su vez les dijo: "Venid y lo veréis" (Jn 1, 38-39).
Ese mismo día los dos que lo siguieron hicieron una experiencia inolvidable, que los impulsó a decir: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1, 41). Aquel a quien pocas horas antes consideraban un simple "rabbí", había adquirido una identidad muy precisa, la del Cristo esperado desde hacía siglos. Pero, en realidad, ¡cuán largo camino tenían aún por delante esos discípulos! No podían ni siquiera imaginar cuán profundo podía ser el misterio de Jesús de Nazaret; cuán insondable e inescrutable sería su "rostro"; hasta el punto de que, después de haber convivido con él durante tres años, Felipe, uno de ellos, escucharía de labios de Jesús estas palabras durante la última Cena: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe?", y luego las palabras que expresan toda la novedad de la revelación de Jesús: "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14, 9).
Sólo después de su pasión, cuando se encontraron con él resucitado, cuando el Espíritu iluminó su mente y su corazón, los Apóstoles comprendieron el significado de las palabras que Jesús les había dicho y lo reconocieron como el Hijo de Dios, el Mesías prometido para la redención del mundo.
Entonces se convirtieron en sus mensajeros incansables, en sus testigos valientes hasta el martirio.
"El que me ha visto a mí, ha visto al Padre". Sí, queridos hermanos y hermanas, para "ver a Dios" es preciso conocer a Cristo y dejarse modelar por su Espíritu, que guía a los creyentes "hasta la verdad completa" (Jn 16, 13). El que encuentra a Jesús, el que se deja atraer por él y está dispuesto a seguirlo hasta el sacrificio de la vida, experimenta personalmente, como hizo él en la cruz, que sólo el "grano de trigo" que cae en tierra y muere da "mucho fruto" (cf. Jn 12, 24).
Este es el camino de Cristo, el camino del amor total, que vence a la muerte: el que lo recorre y "el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna" (Jn 12, 25). Es decir, vive en Dios ya en esta tierra, atraído y transformado por el resplandor de su rostro.

o   Los santos han reconocido y amado en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados, el rostro de aquel Dios largamente contemplado con amor en la oración.

§  ¿Quiénes buscan el rostro de Dios? Los que tienen  “manos inocentes y puro corazón”. Los que no dicen mentiras ni juran contra el prójimo en falso (cf. vv. 3-4).
Esta es la experiencia de los verdaderos amigos de Dios, los santos, que han reconocido y amado en los hermanos, especialmente en los más pobres y necesitados, el rostro de aquel Dios largamente contemplado con amor en la oración. Ellos son para nosotros ejemplos estimulantes, dignos de imitar; nos aseguran que si recorremos con fidelidad ese camino, el camino del amor, también nosotros, como canta el salmista, nos saciaremos de gozo en la presencia de Dios (cf. Sal 16, 15).
"Jesu... quam bonus te quaerentibus", "Jesús, qué bondadoso eres con los que te buscan". Así hemos cantado hace poco, entonando el antiguo canto "Jesu, dulcis memoria", que algunos atribuyen a san Bernardo. Es un himno que adquiere un significado especial en este santuario dedicado a la Santa Faz y que nos trae a la mente el salmo 23: "Esta es la generación de los que lo buscan, los que buscan tu rostro, oh Dios de Jacob" (v. 6). Pero, ¿cuál es la "generación" que busca el rostro de Dios?, ¿cuál es la generación digna de "subir al monte del Señor", de "estar en el recinto sacro"? Explica el salmista: son los que tienen "manos inocentes y puro corazón", los que no dicen mentiras ni juran contra el prójimo en falso (cf. vv. 3-4).
Así pues, para entrar en comunión con Cristo y contemplar su rostro, para reconocer el rostro del Señor en el de los hermanos y en las vicisitudes de todos los días, es preciso tener "manos inocentes y puro corazón". "Manos inocentes" quiere decir existencias iluminadas por la verdad del amor, que vence a la indiferencia, la duda, la mentira y el egoísmo. Además, hay que tener un corazón puro, un corazón arrebatado por la belleza divina, como dice santa Teresa de Lisieux en su oración a la Santa Faz; un corazón que lleve impresa la faz de Cristo.
Queridos sacerdotes, si queda impresa en vosotros, pastores de la grey de Cristo, la santidad de su rostro, no tengáis miedo: también los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral se contagiarán y transformarán. Y vosotros, seminaristas, que os preparáis para ser guías responsables del pueblo cristiano, no os dejéis atraer por nada que no sea Jesús y el deseo de servir a su Iglesia.
Lo mismo os digo a vosotros, religiosos y religiosas, para que todas vuestras actividades sean reflejo visible de la bondad y de la misericordia divina.

o   Buscar el rostro de Jesús debe ser el anhelo de todos los cristianos

"Busco tu rostro, Señor". Buscar el rostro de Jesús debe ser el anhelo de todos los cristianos, pues nosotros somos "la generación" que en este tiempo busca su rostro, el rostro del "Dios de Jacob". Si perseveramos en la búsqueda del rostro del Señor, al final de nuestra peregrinación terrena será él, Jesús, nuestro gozo eterno, nuestra recompensa y gloria para siempre: "Sis Jesu nostrum gaudium, qui es futurus praemium: sit nostra in te gloria, per cuncta semper saecula".
Esta es la certeza que ha impulsado a los santos de vuestra región, entre los cuales me complace citar en particular a Gabriel de la Dolorosa y Camilo de Lelis; a ellos va nuestro recuerdo reverente y nuestra oración. Pero ahora queremos dirigir un pensamiento de especial devoción a la "Reina de todos los santos", la Virgen María, a la que veneráis en diversos santuarios y capillas esparcidas por los valles y los montes de los Abruzos.
Que la Virgen, en cuyo rostro, más que en cualquier otra criatura, se ven los rasgos del Verbo encarnado, vele sobre las familias y las parroquias, sobre las ciudades y las naciones del mundo entero. Que la Madre del Creador nos ayude a respetar también la naturaleza, gran don de Dios que aquí podemos admirar contemplando las estupendas montañas que nos rodean. Este don, sin embargo, siempre corre un serio peligro de degradación ambiental y por tanto es preciso defenderlo y protegerlo. Se trata de una urgencia que, como decía mons. Forte, pone muy bien de relieve la Jornada de reflexión y oración para la salvaguardia de la creación, que celebra precisamente hoy la Iglesia en Italia.
Queridos hermanos y hermanas, a la vez que os doy nuevamente las gracias por vuestra presencia y por vuestros dones, invoco sobre todos vosotros y sobre vuestros seres queridos la bendición de Dios con la antigua fórmula bíblica: "El Señor os bendiga y os guarde; ilumine su rostro sobre vosotros y os sea propicio; el Señor os muestre su rostro y os conceda la paz" (cf. Nm 6, 24-26).

D. «El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro».
     Cfr. Discurso de Juan Pablo II a los jóvenes suizos, en el Palacio del Hielo de Berna, 6 de junio de 2004

o   El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro: Jesús, que da sentido y plenitud a la vida del hombre.

§  No es un simple libro de cultura o una ideología, tampoco es un mero sistema de valores o de principios, por más elevados que sean.
1. «Steh auf! Lève-toi! Alzati! Sto se!» --Levántate-- (Lucas 7, 14).
¡Esta palabra del Señor dirigida al joven de Naím resuena hoy con fuerza en nuestra asamblea y se dirige a vosotros, queridos jóvenes amigos, chicas y chicos católicos de Suiza! (...)
2. El Evangelio de Lucas narra un encuentro: por una parte aparece el apesadumbrado cortejo que acompaña al cementerio al joven hijo de una madre viuda; por otra, el grupo festivo de los discípulos que siguen a Jesús y le escuchan. También hoy, queridos jóvenes, es posible formar parte de ese triste cortejo que avanza por la calle del pueblo de Naím. Esto sucede si os dejáis llevar por la desesperación, si los espejismos de la sociedad de consumo os seducen y os distraen de la verdadera alegría para devoraros en placeres pasajeros, si la indiferencia y la superficialidad os rodean, si ante el mal y el sufrimiento dudáis de la presencia de Dios y de su amor por cada persona, si buscáis en la deriva de una afectividad desordenada la respuesta a la sed interior de amor verdadero y puro.
            Precisamente en estos momentos Cristo se acerca a cada uno de vosotros y, como el muchacho de Naím, dirige la palabra que sacude y despierta: «Levántate». «¡Acepta la invitación que te vuelve a poner de pie!».
            No se trata de meras palabras: el mismo Jesús está ante vosotros, el Verbo de Dios hecho carne. Él es la «luz verdadera que ilumina a todo hombre» (Juan 1, 9), la verdad que nos hace libres (Cf. Juan 14, 6), la vida que nos da en abundancia el Padre (Cf. Juan 10, 10). El cristianismo no es un simple libro de cultura o una ideología, tampoco es un mero sistema de valores o de principios, por más elevados que sean. El cristianismo es una persona, una presencia, un rostro: Jesús, que da sentido y plenitud a la vida del hombre.

o   Lugares donde encontrar a Cristo

§  En la lectura atenta y disponible de la Sagrada Escritura, en la oración personal y comunitaria; buscadle en la participación activa en la Eucaristía; buscadle al encontraros con un sacerdote en el sacramento de la Reconciliación; buscadlo en la Iglesia. Buscadlo en el rostro del hermano que sufre, que tiene necesidad o que es extranjero. 
3. Pues bien, yo os digo a vosotros, queridos jóvenes: no tengáis miedo de encontraros con Jesús. Es más, buscadle en la lectura atenta y disponible de la Sagrada Escritura, en la oración personal y comunitaria; buscadle en la participación activa en la Eucaristía; buscadle al encontraros con un sacerdote en el sacramento de la Reconciliación; buscadlo en la Iglesia, que se os manifiesta en los grupos parroquiales, en los movimientos y en las asociaciones; buscadlo en el rostro del hermano que sufre, que tiene necesidad o que es extranjero.
            Esta búsqueda caracteriza la existencia de muchos jóvenes de vuestra edad en camino hacia la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Colonia en verano del próximo Ya desde ahora os invito también a vosotros a esta gran cita de fe y de testimonio.
            Como vosotros, yo también tuve veinte años. Me gustaba el deporte, esquiar, hacer teatro. Estudiaba y trabajaba. Tenía deseos y preocupaciones. En aquellos años que ya son lejanos, en tiempos en los que mi tierra natal estaba herida por la guerra y después por el régimen totalitario, buscaba el sentido que debía dar a mi vida. Lo encontré en el seguimiento del Señor Jesús.

o   El entrenamiento en  la difícil disciplina de la escucha

§  Escucha la voz del Señor que te habla a través de acontecimientos de la vida cotidiana, a través de las alegrías y sufrimientos que la acompañan, a través de las personas que están a tu lado, a través de la voz de la conciencia sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y belleza.
Si sabes abrir el corazón y la mente con disponibilidad, descubrirás «tu vocación», es decir, ese proyecto que Dios, en su amor, ha pensado desde siempre para ti.
4. La juventud es el momento en el que también tú, querido muchacho, querida muchacha, te preguntas qué tienes que hacer con tu vida, cómo puedes contribuir a hacer un mundo algo mejor, cómo promover la justicia y construir la paz.
            Esta es la segunda invitación que te dirijo: «¡Escucha!». No te canses de entrenarte en la difícil disciplina de la escucha. Escucha la voz del Señor que te habla a través de acontecimientos de la vida cotidiana, a través de las alegrías y sufrimientos que la acompañan, a través de las personas que están a tu lado, a través de la voz de la conciencia sedienta de verdad, de felicidad, de bondad y belleza.
            Si sabes abrir el corazón y la mente con disponibilidad, descubrirás «tu vocación», es decir, ese proyecto que Dios, en su amor, ha pensado desde siempre para ti.
5. Y podrás construir una familia, fundada sobre el matrimonio como pacto de amor entre un hombre y una mujer que se comprometen en una comunión de vida estable y fiel. Podrás afirmar con tu testimonio personal que, a pesar de todas las dificultades y obstáculos, es posible vivir en plenitud el matrimonio cristiano como experiencia llena de sentido y como «buena noticia» para todas las familias.
            Si es tu llamada, podrás ser sacerdote, religioso o religiosa, entregando tu vida a Cristo y a la Iglesia con un corazón sin divisiones y convirtiéndote de este modo en signo de la presencia amorosa de Dios en el mundo de hoy. Podrás ser, al igual que lo han sido otros muchos antes que tú, apóstol intrépido e incansable, vigilante en la oración, alegre y acogedor en el servicio de la comunidad.
            Sí, ¡también tú podrías ser uno de éstos! Sé bien que ante a una propuesta así experimentas dudas. Pero te digo: ¡No tengas miedo! ¡Dios no se deja vencer en generosidad! Después de casi sesenta años de sacerdocio, estoy contento de ofrecer aquí, ante todos vosotros, mi testimonio: ¡es bello poder entregarse hasta el final por la causa del Reino de Dios!

o   No te contentes con discutir, haz el bien

6. Tengo, además, una tercera invitación: joven de Suiza, «¡Ponte en camino!». No te contentes con discutir; no esperes ocasiones que quizá no lleguen nunca para hacer el bien. ¡Ha llegado la hora de la acción!
            A inicios de este tercer milenio, también vosotros, jóvenes, estáis llamados a proclamar el mensaje del Evangelio con el testimonio de la vida. La Iglesia tiene necesidad de vuestras energías, de vuestro entusiasmo, de vuestros ideales juveniles para hacer que el Evangelio penetre en el tejido de la sociedad y suscite una civilización de justicia auténtica y de amor sin discriminaciones. En estos momentos más que nunca, en un mundo al que con frecuencia le falta luz y la valentía de nobles ideales, no es hora de avergonzarse del Evangelio (Cf. Romanos 1, 16). Ha llegado más bien la hora de salir a predicarlo desde los tejados (Cf. Mateos 10, 27).
            El Papa, vuestros obispos, la comunidad cristiana entera cuentan con vuestro compromiso, con vuestra generosidad y os siguen con confianza y esperanza: jóvenes de Suiza, ¡poneos en marcha! El Señor camina con vosotros.
            Llevad en la mano la Cruz de Cristo, en los labios, las palabras de la Vida. ¡En el corazón la gracia salvífica del Señor resucitado!
            «Steh auf! Lève-toi! Alzati! Sto se!» --Levántate-- Es Cristo quien os habla. ¡Escuchadle!


E. ¿Qué hemos de hacer hermanos? (Hechos 2, 37).
Un rostro para contemplar en el Tercer milenio.
Cfr. Juan Pablo II, Carta Apostólica «Novo Millennio Ineunte», cap. II

1.    La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura.


v  La mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

16. «Queremos ver a Jesús » (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo « hablar » de Cristo, sino en cierto modo hacérselo « ver ». ¿Y no es quizá cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?  
Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.
El testimonio de los Evangelios
17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto que san Jerónimo afirma con vigor: « Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo ».8 Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf. Jn 15,26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. ibíd., 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1 Jn 1,1).
Lo que nos ha llegado por medio de ellos es una visión de fe, basada en un testimonio histórico preciso. Es un testimonio verdadero que los Evangelios, no obstante su compleja redacción y con una intención primordialmente catequética, nos transmitieron de una manera plenamente comprensible.9

o   En los Evangelios emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro.

18. En realidad los Evangelios no pretenden ser una biografía completa de Jesús según los cánones de la ciencia histórica moderna. Sin embargo, de ellos emerge el rostro del Nazareno con un fundamento histórico seguro, pues los evangelistas se preocuparon de presentarlo recogiendo testimonios fiables (cf. Lc 1,3) y trabajando sobre documentos sometidos al atento discernimiento eclesial. Sobre la base de estos testimonios iniciales ellos, bajo la acción iluminada del Espíritu Santo, descubrieron el dato humanamente desconcertante del nacimiento virginal de Jesús de María, esposa de José. De quienes lo habían conocido durante los casi treinta años transcurridos por él en Nazaret (cf. Lc 3,23), recogieron los datos sobre su vida de « hijo del carpintero » (Mt 13,55) y también como « carpintero », en medio de sus parientes (cf. Mc 6,3). Hablaron de su religiosidad, que lo movía a ir con los suyos en peregrinación anual al templo de Jerusalén (cf. Lc 2,41) y sobre todo porque acudía de forma habitual a la sinagoga de su ciudad (cf. Lc 4,16).
Después los relatos serán más extensos, aún sin ser una narración orgánica y detallada, en el período del ministerio público, a partir del momento en que el joven galileo se hace bautizar por Juan Bautista en el Jordán y, apoyado por el testimonio de lo alto, con la conciencia de ser el « Hijo amado » (cf. Lc 3,22), inicia su predicación de la venida del Reino de Dios, enseñando sus exigencias y su fuerza mediante palabras y signos de gracia y misericordia. Los Evangelios nos lo presentan así en camino por ciudades y aldeas, acompañado por doce Apóstoles elegidos por él (cf. Mc 3,13-19), por un grupo de mujeres que los ayudan (cf. Lc 8,2-3), por muchedumbres que lo buscan y lo siguen, por enfermos que imploran su poder de curación, por interlocutores que escuchan, con diferente eco, sus palabras.
La narración de los Evangelios coincide además en mostrar la creciente tensión que hay entre Jesús y los grupos dominantes de la sociedad religiosa de su tiempo, hasta la crisis final, que tiene su epílogo dramático en el Gólgota. Es la hora de las tinieblas, a la que seguirá una nueva, radiante y definitiva aurora. En efecto, las narraciones evangélicas terminan mostrando al Nazareno victorioso sobre la muerte, señalan la tumba vacía y lo siguen en el ciclo de las apariciones, en las cuales los discípulos, perplejos y atónitos antes, llenos de indecible gozo después, lo experimentan vivo y radiante, y de él reciben el don del Espíritu Santo (cf. Jn 20,22) y el mandato de anunciar el Evangelio a « todas las gentes » (Mt 28,19).

2.    Sólo la fe puede franquear el misterio del rostro de Cristo

El camino de la fe
19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor » (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles « las manos y el costado » (ibíd.). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf. Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf. Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Ésta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf. Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la « gente » que es él, recibiendo como respuesta: « Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas » (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —¡y cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero que no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, ¡Jesús es muy distinto! Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los « suyos »: « Y vosotros ¿quién decís que soy yo? » (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: « Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo » (Mt 16,16).

3.    Es necesaria la gracia de la «revelación»

v  Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio.

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: « No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos » (16,17). La expresión « carne y sangre » evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de « revelación » que viene del Padre (cf. ibíd.). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús « estaba orando a solas » (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: « Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad » (Jn 1,14).

4.    La encarnación

La profundidad del misterio
21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): « Una persona en dos naturalezas ». La persona es aquélla, y sólo aquélla, la Palabra eterna, el hijo del Padre. Sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.10
Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como el apóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es decir, a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte, transfigurada por la resurrección: « Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado » (Jn 20,27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente: ¡« Señor mío y Dios mío »! (Jn 20,28).
22. « La Palabra se hizo carne » (Jn 1,14). Esta espléndida presentación joánica del misterio de Cristo está confirmada por todo el Nuevo Testamento. En este sentido se sitúa también el apóstol Pablo cuando afirma que el Hijo de Dios nació de la estirpe de David « según la carne » (Rm 1,3; cf. 9,5). Si hoy, con el racionalismo que reina en gran parte de la cultura contemporánea, es sobre todo la fe en la divinidad de Cristo lo que constituye un problema, en otros contextos históricos y culturales hubo más bien la tendencia a rebajar o desconocer el aspecto histórico concreto de la humanidad de Jesús. Pero para la fe de la Iglesia es esencial e irrenunciable afirmar que realmente la Palabra « se hizo carne » y asumió todas las características del ser humano, excepto el pecado (cf. Hb 4,15). En esta perspectiva, la Encarnación es verdaderamente una kenosis, un "despojarse", por parte del Hijo de Dios, de la gloria que tiene desde la eternidad (cf. Flp 2,6-8; 1 P 3,18).
Por otra parte, este rebajarse del Hijo de Dios no es un fin en sí mismo; tiende más bien a la plena glorificación de Cristo, incluso en su humanidad. « Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un Nombre sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre » (Flp 2,9-11).

v  En Cristo Dios ha hecho « brillar su rostro sobre nosotros » y Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, « manifiesta plenamente el hombre al propio hombre »

23. «Señor, busco tu rostro » (Sal 27/26,8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho « brillar su rostro sobre nosotros » (Sal 67/66,3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, « manifiesta plenamente el hombre al propio hombre ».11
Jesús es el « hombre nuevo » (cf. Ef 4,24; Col 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la « divinización », a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.12

(8) « Ignoratio enim Scripturarum ignoratio Christi est »: Comm. in Is., Prol.: PL 24, 17.
(9) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 19.
(10) « Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre [...] uno solo y el mismo Cristo Hijo Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, [...] no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo y Señor Jesucristo »: DS 301-302.
(11) Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.
(12) A este respecto observa san Atanasio: « El hombre no podía ser divinizado permaneciendo unido a una criatura, si el Hijo no fuese verdaderamente Dios », Discurso II contra los Arrianos 70: PG 26, 425 B - 426 G.

v  El rostro del Hijo cfr. n. 24

v  El rostro doliente cfr. nn. 25-27

v  El rostro del resucitado cfr. n. 28








F. Caminar desde Cristo cap. III

v  Algunas prioridades pastorales

o   La santidad  nn. 30-31

o   La oración  nn. 32-34

o   La Eucaristía dominical  nn. 35-36

o   El sacramento de la Reconciliación  n. 37

o   Primacía de la gracia  n. 38

o   Escucha de la Palabra  n. 39

o   Anuncio de la Palabra n. 40-41


G. Testigos del amor  cap. IV

o   «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros » (Jn 13,35) n. 42

o   Espiritualidad de comunión n. 43-45

o   Promoción de vocaciones  n. 46

o   Pastoral de la familia  n. 47

o   Promover la comunión en el campo ecuménico  n. 48






Vida Cristiana

martes, 22 de octubre de 2019

Por la fe, subimos al templo que es Cristo Jesús: por Santiago Agrelo

En la asamblea litúrgica vuelven a resonar con fuerza los gritos del pobre. La palabra de Dios recuerda a algunos por el nombre común de sus pobrezas: el oprimido, el humilde, el atribulado, el abatido, el afligido, el huérfano, la viuda. Nosotros conocemos otros indicativos comunes para los pobres de nuestro tiempo: hombres y mujeres sin libertad, sin trabajo digno, sin paz y sin justicia; huérfanos, no sólo de su padre o de su madre, sino también de su tierra, su cultura, sus tradiciones, su vida; viudas de marido y de pan, de respeto y solidaridad.
No, no hace falta que el pobre grite delante del Señor –muchos no sabrán hacerlo, muchos no tendrán siquiera la fuerza necesaria para hacerlo-; aunque su voz no sea más que un murmullo, ese murmullo es un grito para Dios; aunque su queja se pronuncie sólo en el secreto del corazón, esa queja resuena como un trueno en el corazón de Dios; aunque el pobre no encuentre palabras para una súplica ni fuerzas para una queja, sus penas son palabra y queja y grito que atraviesa las nubes y no descansa hasta alcanzar a Dios.
Domingo a domingo, la palabra de Dios nos enfrenta con el misterio de la pobreza del hombre.
Hay una pobreza atroz, la del desvalido, del oprimido, del hambriento, del cautivo. Es la pobreza de tantos hermanos y, por eso mismo, es la pobreza de nuestra propia carne, y en la oración nos hemos identificado con ellos: ¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? ¿Hasta cuándo gritaré sin que me salves? El Señor se enfrenta contra los que compran por dinero al pobre; el Señor levanta del polvo al desvalido; el Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos. Enfrentarse al opresor, levantar al oprimido, hacer justicia, un día el Señor lo hará sin nosotros, en un juicio definitivo. Ahora, en este tiempo nuestro, lo hace con nosotros, con nuestra voz, con nuestras manos, con nuestra razón y nuestro corazón, con nuestro pan y nuestra solidaridad.
No hace mucho tiempo, el relato de la curación de Naamán el sirio y de los diez leprosos que salieron al encuentro de Jesús en aquel pueblo entre Samaria y Galilea, nos acercó al misterio de nuestra propia lepra y, al mismo tiempo, nos desveló el misterio de la santidad de Dios derramada sobre nuestra vida, justicia de Dios revelada a las naciones, luz de Dios iluminando nuestra oscuridad, vida de Dios irrumpiendo en los dominios de la muerte.
Hoy, la palabra de Dios nos lleva de la mano a entrar en el abismo de esa pobreza que es nuestro pecado. Nosotros somos el publicano que sube al templo a orar y a quien el Señor escucha. Por la fe, hoy subimos al templo que es Cristo Jesús, y allí no podemos presumir de nuestras obras, pues Cristo Jesús murió por nosotros, y todo en ese templo –manos, pies y costado, mirada y corazón- todo nos recuerda que somos pecadores. Por la fe, subimos al templo que es Cristo Jesús, e iluminados por su luz, nos reconocemos pecadores y confesamos que nuestras obras justas son como un paño inmundo. Por la fe, subimos al templo que es Cristo Jesús,, y en Cristo, nosotros, ladrones porque nos hemos apropiado de los dones de Dios, injustos porque no le hemos dado la gloria que le corresponde, adúlteros porque hemos negado su amor, no nos atrevemos ni a levantar los ojos al cielo, y sólo nos golpeamos el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.
Ahora recuerda la palabra del salmista: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. Recuerda y acércate, recuerda y entra en el templo, recuerda y comulga. Y resonará en tu corazón el eco de las palabras de Jesús: “Éste bajó a su casa justificado”.
No presumimos de nuestras obras de justicia, sino de la justicia que recibimos en el templo que es Cristo, porque “Cristo nos amó y se entregó por nosotros como oblación de suave olor”.
Entra en el templo que es Cristo, en el templo confiesa humilde tu injusticia y acoge agradecido su justicia, y, en el templo y en tu casa, ama a quien así te amó y entrégate por entero a quien por ti enteramente se entregó. Feliz domingo.

domingo, 20 de octubre de 2019

Domingo 29 del tiempo ordinario, Ciclo C (2019). La oración de Moisés y de la viuda.



[Omelie1/Preghiera/29C19MoisésViudaJuezCaracterísticasOración]
  • Domingo 29 del tiempo ordinario, Ciclo C (2019). La oración de Moisés y de la viuda. La oración cristiana: dos aspectos: A) lucha y fidelidad también en los momentos de silencio de Dios, en la aridez y en la oscuridad; B) confianza en la paternidad de Dios y certeza de ser amados y escuchados. El diálogo con Dios mediante sus palabras. La Palabra divina nos introduce a cada uno en el coloquio con el Señor: el Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él. En el Libro de los Salmos y en otros textos de la Escritura, se nos ofrecen las palabras con que podemos dirigirnos a él, presentarle nuestra vida en coloquio ante él y transformar así la vida misma en un movimiento hacia él.


  • Cfr. Domingo 29 del tiempo ordinario, Ciclo C 20/10/19

Éxodo 17, 8-13; Salmo 120, 1-2.3-8; 2 Tim 3, 14-4,2; Lucas 18, 1-8
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture Anno C, Piemme I Edizione economica, 1999,
XXIX Domenica. pp. 309-314; Cfr. Raniero Cantalamessa, La parola e la vita, Anno C, Città
Nuova 1998, pp. 381-388 1.

Éxodo 17, 8-13: 8 Vinieron los amalecitas y atacaron a Israel en Refidim. 9 Moisés dijo a Josué: « Elígete algunos hombres, y sal mañana a combatir contra Amalec. Yo me pondré en la cima del monte, con el cayado de Dios en mi mano. » 10 Josué cumplió las órdenes de Moisés, y salió a combatir contra Amalec. Mientras tanto, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. 11 Y sucedió que, mientras Moisés tenía alzadas las manos, prevalecía Israel; pero cuando las bajaba, prevalecía Amalec. 12 Se le cansaron las manos a Moisés, y entonces ellos tomaron una piedra y se la pusieron debajo; él se sentó sobre ella, mientras Aarón y Jur le sostenían las manos, uno a un lado y otro al otro. Y así resistieron sus manos hasta la puesta del sol. 13 Josué derrotó a Amalec y a su pueblo a filo de espada.
Del Salmo 120, 1-2 – Salmo responsorial de hoy: 1 Alzo mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?, 2 Mi auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Lucas 18, 1-8: 1 En aquel tiempo, Jesús, les proponía una palabra sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer, 2 diciendo: - «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. 3 En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario." 4 Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, 5 como esta viuda está molestándome, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."» 6 Y el Señor añadió: - «Fijaos en lo que dice el juez injusto; 7 pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? 8. Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio?,
el auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
(Del salmo responsorial de hoy, salmo 120, 1-2)
Jesús les propuso una parábola
sobre la necesidad de orar siempre y no desfallecer.
(Lucas 18,1, Evangelio de hoy)
Pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?
(Lucas, 18, 7)

1. Cuatro personajes de la Biblia: Moisés, Amalec, el juez y la viuda


  • Moisés: primera Lectura de hoy

  • Moisés es como la personificación de todo el pueblo de Dios en oración.

  • Sin esta vigilancia orante, en vano confiamos en el compromiso y la fuerza humanos.
  • Ravasi o.c. p. 312: «La figura orante de Moisés, con las manos alzadas hacia el cielo, es el telón de
    fondo ideal en esta liturgia de la Palabra que tiene come centro una parábola de Jesús que solamente
    encontramos en Lucas. Mientras Israel afronta a los amalecitas en la llanura de Refidim, Moisés es como la
    personificación de todo el pueblo de Dios en oración. Sin esta vigilancia orante, en vano confiamos en el
    compromiso y la fuerza humanos. Es lo que expresa sugestivamente el Salmo 127: “Si el Señor no edifica la
    casa, en vano se afanan los constructores. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas”. La
    eficacia y la constancia en la oración en la hora de la espera, constituyen también el tema que sostiene la
    narración del juez y la viuda».
  • Moisés y Amalec: primera Lectura de hoy

    Cfr. Raniero Cantalamessa, o.c., pp. 386-388.
  • La figura de Amalec: símbolo de las fuerzas hostiles: el mal, el pecado, el mundo.

  • Cuando el creyente reza, es más fuerte del mal que hay dentro de él y a su alrededor, nadie lo puede vencer; en todos los campos - en el dolor, en la contrariedad, en la persecución, en la duda y en el cansancio – él es «más que un vencedor». Pero cuando baja las manos - cuando cesa de rezar – es un vencido; Amalec, es decir la sensualidad, la pereza, la ira, la codicia, son más potentes que él y lo arrollan.
La primera lectura nos ha hecho contemplar a Moisés mientras reza, en el monte, con los brazos levantados; cuando sus brazos están levantados Israel es más fuerte que Amalec; cuando sus brazos, cansados, se bajan, Amalec es más fuerte y vence a Israel. Ésta es una parábola. Algunos Padres de la Iglesia (por ejemplo, Orígenes) han hecho, desde hace tiempo, una interpretación espiritual. Amalec es el símbolo de las fuerzas hostiles (el mal, el pecado, el mundo) que se oponen al pueblo de Dios. Cuando el creyente reza, es más fuerte del mal que hay dentro de él y a su alrededor, nadie lo puede vencer; en todos los campos - en el dolor, en la contrariedad, en la persecución, en la duda y en el cansancio – él es «más que un vencedor». Pero cuando baja las manos - cuando cesa de rezar – es un vencido; Amalec, es decir la sensualidad, la pereza, la ira, la codicia, son más potentes que él y lo arrollan. Su vida espiritual se asemeja a una pequeña barca que ha perdido la vela y el timón, y está parada en medio del mar, expuesta a todas las tormentas. Muchas exigencias de la vida cristiana parecen imposibles y superiores a las fuerzas humanas (¡y lo son!), pero se convierten en posibles con ayuda de la oración. Sucede, en la oración, algo semejante a lo que sucede en el árbol, gracias al proceso de la clorofila: el árbol vive y florece porque sus hojas, expuestas a la luz, fijan el oxígeno del aire; el creyente vive y se renueva cuando en la oración se «expone» a la luz de Dios y «fija» en su alma al Espíritu Santo. La oración es nuestro oxígeno espiritual”.

  • El juez: evangelio de hoy

  • Es la representación de la arrogancia del poder, una presencia constante, por desgracia, en la historia, que ya denunció de modo lapidario el profeta Isaías

  • Cfr. Ravasi o.c. p. 312: «El juez es un individuo sin fe (“no temía a Dios”), y sin caridad (“no le
    importaban los hombres”). Es la representación de la arrogancia del poder, una presencia constante, por desgracia, en la historia, que ya denunció de modo lapidario el profeta Isaías (10, 1-2): “ ¡Ay! los que decretan decretos inicuos, y los escribientes que escriben vejaciones, excluyendo del juicio a los débiles, atropellando el derecho de los míseros de mi pueblo, haciendo de las viudas su botín, y despojando a los huérfanos”. El jurista “laico” Piero Calamandrei (1889-1956) se lamentaba de que el Crucifijo estuviese en las aulas judiciales en la espaldas de los jueces y delante solamente de las personas juzgadas como señal dolorosa de los errores procesales. Y escribía: “Por el contrario, debería estar ante la cara de los jueces, bien visible en la pared de enfrente, para que lo contemplen con humildad mientras juzgan, y no olviden jamás que sobre ellos incumbe el terrible peligro de condenar un inocente”».
  • La viuda: evangelio de hoy

  • Su coraje no se debilita y reclama continuamente su derecho conculcado ante el juez arrogante e indiferente.

  • Ravasi o.c. p. 313: «La viuda, sobre todo en el pasado, era la persona más expuesta al abuso, de tal
    manera que Dios mismo es invocado en el Antiguo Testamento como “el defensor de las viudas”, que estaban privadas de la tutela del marido (salmo 68,6), y los profetas amonestaban: “17 aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda” (Isaías 1, 17). Pero, en la parábola, la viuda tiene una característica decisiva. Efectivamente es víctima, pero no resignada o desesperada. Su coraje no se debilita y reclama continuamente su derecho conculcado ante el juez arrogante e indiferente. Su incansable perseverancia no se rompe ante la puerta cerrada, el rechazo aburrido, la reacción irritada. Su pretensión resuena en las heladas aulas judiciales con una advertencia inexorable: “Hazme justicia”. Y, al fin, hay un viraje en la actitud del juez. Se da cuenta de que no hay nada que podrá apagar el ansia de justicia y, aun ignorando el respeto por la ética de su profesión, él, cansado por la insistencia, decide librarse de ella haciendo justicia. Es curioso, a este respecto, el original griego de Lucas, que es muy realista. El razonamiento del juez se puede traducir de varias maneras: “para que no venga a importunarme continuamente”; “para que no venga finalmente a golpearme en la cara”; “para que, finalmente, exasperada, no me rompa la cara”. Se trata de una vigorosa y pintoresca nota de indignación del evangelista de los pobres, Lucas, en relación con los poderosos y los vulgares burócratas, inertes y provocadores ».

2. Algunas características de la oración

  • Constancia, lucha, fidelidad

Cfr. Gianfranco Ravasi o.c. pp 310-311
  • Implacable constancia
  • «La cualidad fundamental de la viuda es su implacable constancia, que ignora el silencio del juez, la
    amargura de su indiferencia e incluso la dureza de su larvada hostilidad.
  • La oración tiene frecuentemente, en la Biblia, la fisonomía de una lucha: fidelidad en los momentos del silencio de Dios y en los tiempos de aridez y de oscuridad.
  • »Rezar no es tan fácil como pronunciar una fórmula mágica que todo lo allana y lo resuelve.
    »La oración es una aventura misteriosa que, en la Biblia, tiene frecuentemente la fisonomía de una lucha:
    »pensemos en el célebre episodio de la lucha de Jacob con Dios a lo largo de la orilla del río Yaboc (Gn 32, 23-33)2; »en la lucha que el profeta Oseas interpreta, en efecto, como un símbolo de la oración (12, 4-6).
    »Pensemos en también en aquella extraña frase usada por Pablo en la carta a los Romanos: “Os suplico, hermanos, a luchar conmigo en vuestras oraciones” (15,30). En griego, el Apóstol usa la palabra ‘agonia’, es decir, combate decisivo y supremo. Cualidad indispensable de la oración es, por tanto, la fidelidad también en los momentos del silencio de Dios, en los tiempos de aridez y de oscuridad” ».
  • La certeza de ser escuchados3

Cfr. Gianfranco Ravasi o.c. p.311
  • Si un juez corrompido e injusto como el de la parábola está dispuesto a ceder ante la constancia de una viuda indefensa e implorante, cuanto más los hará el Juez justo y perfecto que es Dios.

  • La fe en la paternidad de Dios es la raíz de la oración.
  • «Esto es desarrollado por medio de una técnica de razonamientos que se suele definir a fortiori: si un
    juez corrompido e injusto como el de la parábola está dispuesto a ceder ante la constancia de una viuda indefensa e implorante, cuanto más los hará el Juez justo y perfecto que es Dios 4.
    » Lucas había ya presentado la misma consideración - también sobre el tema de la oración – en una bella frase de Jesús: “Si vosotros siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (11,13).
    » Aparece así un nuevo aspecto, bastante sorprendente en el contexto de esta parábola tan helada: la fe en la paternidad de Dios es la raíz de la oración e impone el estilo y la atmósfera. En su Diario, en la fecha del 6 de enero de 1839, el grande filósofo y creyente danés S. Kierkegaard escribía: “Padre celeste, cuando se despierta el pensamiento sobre ti en nuestra oración, haz que no se despierte como un pájaro sobrecogido y desorientado que revolotea aquí y allí, sino como un niño que se despierta con su sonrisa celestial”. No es en vano el que el texto bíblico que representa de la manera más luminosa la relación orante entre Dios y el hombre, el Salmo 131, usa como imagen la de un niño en el regazo de su madre, que se abandona totalmente en ella.
    » La frase final que Jesús pronuncia [vv. 7-8] sintetiza idealmente las dos tesis de la lección sobre la oración que Jesús nos ha impartido hoy: por una parte, está nuestro grito ‘día y noche’, un grito que es, por tanto, constante y confiado; por otra, está Dios que ‘hará justicia a sus elegidos’».
  • Ravasi o.c. p. 314: «La invitación a la vigilancia orante, a la perseverancia confiada, lleva consigo
    también la certeza de que el obrar divino es con frecuencia misterioso, que sigue caminos que no son nuestros caminos, son pensamientos que no encajan con los nuestros, pero la meta de llegada está en la luz y no en el abismo de la nada y del mal».
  • La oración viva

Cfr. Amigos de Dios, nn. 310-311
  • Para un discípulo que busque amorosamente al Maestro, es muy distinto el sabor de las tristezas, de las penas, de las aflicciones: desaparecen en cuanto se acepta de veras la Voluntad de Dios, en cuanto se cumplen con gusto sus designios, como hijos fieles, aunque los nervios den la impresión de romperse y el suplicio parezca insoportable.

310. Me alzaré y rodearé la ciudad: por las calles y las plazas buscaré al que amo... (Cant III,2) Y no sólo la ciudad: correré de una parte a otra del mundo —por todas las naciones, por todos los pueblos, por senderos y trochas— para alcanzar la paz de mi alma. Y la descubro en las ocupaciones diarias, que no me son estorbo; que son —al contrario— vereda y motivo para amar más y más, y más y más unirme a Dios.
Y cuando nos acecha —violenta— la tentación del desánimo, de los contrastes, de la lucha, de la tribulación, de una nueva noche en el alma, nos pone el salmista en los labios y en la inteligencia aquellas palabras: con El estoy en el tiempo de la adversidad. (Ps XC,15) ¿Qué vale, Jesús, ante tu Cruz, la mía; ante tus heridas mis rasguños? ¿Qué vale, ante tu Amor inmenso, puro e infinito, esta pobrecita pesadumbre que has cargado Tú sobre mis espaldas? Y los corazones vuestros, y el mío, se llenan de una santa avidez, confesándole —con obras— que morimos de Amor (Cfr. Cant V,8).

311. Nace una sed de Dios, una ansia de comprender sus lágrimas; de ver su sonrisa, su rostro... Considero que el mejor modo de expresarlo es volver a repetir, con la Escritura: como el ciervo desea las fuentes de las aguas, así te anhela mi alma, ¡oh Dios mío! (Ps XLI, 2). Y el alma avanza metida en Dios, endiosada: se ha hecho el cristiano viajero sediento, que abre su boca a las aguas de la fuente (Cfr. Ecclo XXVI, 15).
Con esta entrega, el celo apostólico se enciende, aumenta cada día —pegando esta ansia a los otros—, porque el bien es difusivo. No es posible que nuestra pobre naturaleza, tan cerca de Dios, no arda en hambres de sembrar en el mundo entero la alegría y la paz, de regar todo con las aguas redentoras que brotan del Costado abierto de Cristo (Cfr. Ioh XIX, 34), de empezar y acabar todas las tareas por Amor.
Os hablaba antes de dolores, de sufrimientos, de lágrimas. Y no me contradigo si afirmo que, para un discípulo que busque amorosamente al Maestro, es muy distinto el sabor de las tristezas, de las penas, de las aflicciones: desaparecen en cuanto se acepta de veras la Voluntad de Dios, en cuanto se cumplen con gusto sus designios, como hijos fieles, aunque los nervios den la impresión de romperse y el suplicio parezca insoportable.

3. El diálogo con Dios mediante sus palabras

Cfr. Benedicto XVI, Exhortación Apostólica «Verbum Domini», n. 24
  • La Palabra divina nos introduce a cada uno en el coloquio con el Señor: el Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él.

  • En el Libro de los Salmos y en otros textos de la Escritura, se nos ofrecen las palabras con que podemos dirigirnos a él, presentarle nuestra vida en coloquio ante él y transformar así la vida misma en un movimiento hacia él.
Así, la palabra que el hombre dirige a Dios se hace también Palabra de Dios, confirmando el carácter dialogal de toda la revelación cristiana.
24. La Palabra divina nos introduce a cada uno en el coloquio con el Señor: el Dios que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él. Pensamos espontáneamente en el Libro de los Salmos, donde se nos ofrecen las palabras con que podemos dirigirnos a él, presentarle nuestra vida en coloquio ante él y transformar así la vida misma en un movimiento hacia él.[73] En los Salmos, en efecto, encontramos toda la articulada gama de sentimientos que el hombre experimenta en su propia existencia y que son presentados con sabiduría ante Dios; aquí se encuentran expresiones de gozo y dolor, angustia y esperanza, temor y ansiedad. Además de los Salmos, hay también muchos otros textos de la Sagrada Escritura que hablan del hombre que se dirige a Dios mediante la oración de intercesión (cf. Ex 33,12-16), del canto de júbilo por la victoria (cf. Ex 15), o de lamento en el cumplimiento de la propia misión (cf. Jr 20,7-18). Así, la palabra que el hombre dirige a Dios se hace también Palabra de Dios, confirmando el carácter dialogal de toda la revelación cristiana,[74] y toda la existencia del hombre se convierte en un diálogo con Dios que habla y escucha, que llama y mueve nuestra vida. La Palabra de Dios revela aquí que toda la existencia del hombre está bajo la llamada divina.[75]

[73] Cf. Discurso en el encuentro con el mundo de la cultura en el Collège des Bernardins de París
(12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 721-730.
[74] Cf. Propositio 4.
[75] Cf. Relatio post disceptationem, 12.


Vida Cristiana

1 La traducción del comentario de estos dos autores es de la redacción de VIDA CRISTIANA
2 CEC 2573: Dios renueva su promesa a Jacob, origen de las doce tribus de Israel (Cf Gn 28, 10-22). Antes de enfrentarse con su hermano Esaú, lucha una noche entera con «alguien» misterioso que rehúsa revelar su nombre, pero que le bendice antes de dejarle, al alba. La tradición espiritual de la Iglesia ha tomado de este relato el símbolo de la oración como un combate de la fe y una victoria de la perseverancia (Cf Gn 32, 25-31; Lc 18, 1-8).
3 Acerca de la certeza de ser amados – previa a la de ser escuchados - , gracias al poder del Espíritu: vid. CEC 2778 y Ef 3, 12; Hb 3, 6; 4, 16; 10, 19; 1 Jn 2, 28; 3, 21; 5, 14
4 CEC 2592: La oración de Abraham y de Jacob aparece como una lucha de fe vivida en la confianza a la fidelidad de Dios, y en la certeza de la victoria prometida a quienes perseveran. CEC 2752: La oración supone un esfuerzo y una lucha contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador. El combate de la oración es inseparable del «combate espiritual» necesario para actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo: Se ora como se vive porque se vive como se ora.

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