sábado, 17 de noviembre de 2018
Me saciarás de gozo en tu presencia: por Santiago Agrelo
Hemos llegado a los días finales del Año litúrgico, y la comunidad creyente vuelve la mirada a los acontecimientos últimos de la historia de la salvación. Hoy, a la luz de la fe, la Iglesia contempla la venida del Hijo del hombre “sobre las nubes con gran poder y majestad”.
La eucaristía que celebramos es anticipación sacramental de aquel día de consolación que esperamos.
El que hoy nos reúne para que escuchemos su palabra y lo recibamos en comunión, en aquel día reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos. El que hoy es pan para nuestro camino, será nuestra vida en la meta alcanzada. El que es ahora nuestra esperanza, será entonces nuestra gloria.
Considera, Iglesia amada del Señor, el misterio de la eucaristía que celebras, y vuelve a pronunciar las palabras de tu oración: “El Señor es el lote de mi heredad… con él a mi derecha no vacilaré”.
Entra en el amor que te envuelve: Dios es tu herencia; Dios es tu fuerza; Dios es tu Dios…
Las palabras de tu oración se han llenado de significado nuevo: “Se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas”.
El salmista de la alianza antigua no pudo conocer esa alegría tuya, no pudo experimentar tu gozo, pues él sólo conoció figuras de las realidades celestes que tú puedes gustar hoy escuchando y comulgando.
Con todo, tú que gozas con la asombrosa novedad de lo que ya has recibido, suspiras siempre por alcanzar lo que todavía esperas. Tú sabes del que amas, y gozas ya con su presencia; pero lo ves todavía en la penumbra de los signos sacramentales, en el claroscuro de los misterios de la fe, en la soledad del Amor que no es amado. Tú sabes del que amas, y él es ya tu dicha, pero sólo puedes abrazarlo pobre, sólo puedes ser feliz con lágrimas, sólo puedes tener experiencia de esa amargura dichosa, de esa dicha amarga.
Y sueñas otro tiempo, deseas otro encuentro, buscas otra dicha: “Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.
Por eso, con los ojos puestos en el futuro, oras y trabajas para que amanezca el día en que, finalmente, puedas abrazar sólo hambrientos saciados, y descubras que Dios es la herencia de los pobres.
¡Ven, Señor Jesús!
viernes, 16 de noviembre de 2018
Mensaje de Papa Francisco en la II Jornada Mundial de los Pobres que se celebrará el próximo domingo 33 del Tiempo Ordinario el 18 de noviembre de 2018
Este
pobre gritó y el Señor lo escuchó
v
Papa Francisco, Mensaje para la II Jornada
Mundial de los Pobres
Se celebra
el domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. 18 de noviembre de 2018
1. «Este pobre gritó y el
Señor lo escuchó» (Sal 34,7). Las palabras del salmista las hacemos
nuestras desde el momento en el que también nosotros estamos llamados a ir al
encuentro de las diversas situaciones de sufrimiento y marginación en la que
viven tantos hermanos y hermanas, que habitualmente designamos con el término
general de “pobres”. Quien ha escrito esas palabras no es ajeno a esta
condición, sino más bien al contrario. Él ha experimentado directamente la
pobreza y, sin embargo, la transforma en un canto de alabanza y de acción de
gracias al Señor. Este salmo nos permite también hoy a nosotros, rodeados de
tantas formas de pobreza, comprender quiénes son los verdaderos pobres, a los
que estamos llamados a dirigir nuestra mirada para escuchar su grito y
reconocer sus necesidades.
Se nos dice, ante todo,
que el Señor escucha a los pobres que claman a él y que es bueno con aquellos
que buscan refugio en él con el corazón destrozado por la tristeza, la soledad
y la exclusión. Escucha a todos los que son atropellados en su dignidad y, a
pesar de ello, tienen la fuerza de alzar su mirada al cielo para recibir luz y
consuelo. Escucha a aquellos que son perseguidos en nombre de una falsa
justicia, oprimidos por políticas indignas de este nombre y atemorizados por la
violencia; y aun así saben que Dios es su Salvador. Lo que surge de esta
oración es ante todo el sentimiento de abandono y confianza en un Padre que
escucha y acoge. A la luz de estas palabras podemos comprender más plenamente
lo que Jesús proclamó en las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en
el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3).
En virtud de esta
experiencia única y, en muchos sentidos, inmerecida e imposible de describir
por completo, nace el deseo de contarla a otros, en primer lugar a los que,
como el salmista, son pobres, rechazados y marginados. Nadie puede sentirse
excluido del amor del Padre, especialmente en un mundo que con frecuencia pone
la riqueza como primer objetivo y hace que las personas se encierren en sí
mismas.
2. El salmo describe con
tres verbos la actitud del pobre y su relación con Dios. Ante todo, “gritar”.
La condición de pobreza no se agota en una palabra, sino que se transforma en
un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios. ¿Qué expresa el grito del
pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? Podemos
preguntarnos: ¿Cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no
consigue llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles? En
una Jornada como esta, estamos llamados a hacer un serio examen
de conciencia para darnos cuenta de si realmente hemos sido capaces de escuchar
a los pobres.
Lo que necesitamos es el
silencio de la escucha para poder reconocer su voz. Si somos nosotros los que
hablamos mucho, no lograremos escucharlos. A menudo me temo que tantas
iniciativas, aun siendo meritorias y necesarias, están dirigidas más a
complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre. En tal caso,
cuando los pobres hacen sentir su voz, la reacción no es coherente, no es capaz
de sintonizar con su condición. Estamos tan atrapados por una cultura que
obliga a mirarse al espejo y a preocuparse excesivamente de sí mismo, que
pensamos que basta con un gesto de altruismo para quedarnos satisfechos, sin
tener que comprometernos directamente.
3. El segundo verbo es “responder”.
El salmista dice que el Señor, no solo escucha el grito del pobre, sino que le
responde. Su respuesta, como se muestra en toda la historia de la salvación, es
una participación llena de amor en la condición del pobre. Así ocurrió cuando
Abrahán manifestó a Dios su deseo de tener una descendencia, a pesar de que él
y su mujer Sara, ya ancianos, no tenían hijos (cf. Gn 15,1-6).
También sucedió cuando Moisés, a través del fuego de una zarza que ardía sin
consumirse, recibió la revelación del nombre divino y la misión de hacer salir
al pueblo de Egipto (cf. Ex 3,1-15). Y esta respuesta se
confirmó a lo largo de todo el camino del pueblo por el desierto, cuando sentía
el mordisco del hambre y de la sed (cf. Ex 16,1-16; 17,1-7), y
cuando caían en la peor miseria, es decir, la infidelidad a la alianza y la
idolatría (cf. Ex 32,1-14).
La respuesta de Dios al
pobre es siempre una intervención de salvación para curar las heridas del alma
y del cuerpo, para restituir justicia y para ayudar a reemprender la vida con
dignidad. La respuesta de Dios es también una invitación a que todo el que cree
en él obre de la misma manera, dentro de los límites humanos. La Jornada
Mundial de los Pobres pretende ser una pequeña respuesta que la
Iglesia entera, extendida por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo y de
cualquier lugar para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío.
Probablemente es como una gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin
embargo puede ser un signo de cercanía para cuantos pasan necesidad, para que
sientan la presencia activa de un hermano o una hermana. Lo que no necesitan
los pobres es un acto de delegación, sino el compromiso personal de aquellos
que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una
forma de asistencia —que es necesaria y providencial en un primer momento—,
sino que exige esa «atención amante» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199),
que honra al otro como persona y busca su bien.
4. El tercer verbo es “liberar”.
El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios interviene en su favor
para restituirle la dignidad. La pobreza no es algo buscado, sino que es
causada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia. Males tan
antiguos como el hombre, pero que son siempre pecados, que afectan a tantos
inocentes, produciendo consecuencias sociales dramáticas. La acción con la que
el Señor libera es un acto de salvación para quienes le han manifestado su
propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la
potencia de la intervención de Dios. Tantos salmos narran y celebran esta
historia de salvación que se refleja en la vida personal del pobre: «[El Señor]
no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado; no le ha
escondido su rostro: cuando pidió auxilio, lo escuchó» (Sal 22,25).
Poder contemplar el rostro de Dios es signo de su amistad, de su cercanía, de
su salvación. Te has fijado en mi aflicción, velas por mi vida en peligro; […]
me pusiste en un lugar espacioso (cf. Sal31,8-9). Ofrecer al pobre
un “lugar espacioso” equivale a liberarlo de la “red del cazador” (cf. Sal 91,3),
a alejarlo de la trampa tendida en su camino, para que pueda caminar libremente
y mirar la vida con ojos serenos. La salvación de Dios adopta la forma de una
mano tendida hacia el pobre, que acoge, protege y hace posible experimentar la
amistad que tanto necesita. A partir de esta cercanía, concreta y tangible,
comienza un genuino itinerario de liberación: «Cada cristiano y cada comunidad
están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los
pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone
que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo»
(Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187).
5. Me conmueve saber que
muchos pobres se han identificado con Bartimeo, del que habla el evangelista
Marcos (cf. 10,46-52). El ciego Bartimeo «estaba sentado al borde del camino
pidiendo limosna» (v. 46), y habiendo escuchado que Jesús pasaba «empezó a
gritar» y a invocar al «Hijo de David» para que tuviera piedad de él (cf. v.
47). «Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte» (v.
48). El Hijo de Dios escuchó su grito: «“¿Qué quieres que haga por ti?”. El
ciego le contestó: “Rabbunì, que recobre la vista”» (v. 51). Esta página
del Evangelio hace visible lo que el salmo anunciaba como promesa. Bartimeo es
un pobre que se encuentra privado de capacidades fundamentales, como son la de
ver y trabajar. ¡Cuántas sendas conducen también hoy a formas de precariedad!
La falta de medios básicos de subsistencia, la marginación cuando ya no se goza
de la plena capacidad laboral, las diversas formas de esclavitud social, a
pesar de los progresos realizados por la humanidad… Cuántos pobres están
también hoy al borde del camino, como Bartimeo, buscando dar un sentido a su
condición. Muchos se preguntan cómo han llegado hasta el fondo de este abismo y
cómo poder salir de él. Esperan que alguien se les acerque y les diga: «Ánimo.
Levántate, que te llama» (v. 49).
Por el contrario, lo que
lamentablemente sucede a menudo es que se escuchan las voces del reproche y las
que invitan a callar y a sufrir. Son voces destempladas, con frecuencia
determinadas por una fobia hacia los pobres, a los que se les considera no solo
como personas indigentes, sino también como gente portadora de inseguridad, de
inestabilidad, de desorden para las rutinas cotidianas y, por lo tanto,
merecedores de rechazo y apartamiento. Se tiende a crear distancia entre los
otros y uno mismo, sin darse cuenta de que así nos distanciamos del Señor
Jesús, quien no solo no los rechaza sino que los llama a sí y los consuela. En
este caso, qué apropiadas se nos muestran las palabras del profeta sobre el
estilo de vida del creyente: «Soltar las cadenas injustas, desatar las correas
del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con
el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo» (Is 58,6-7).
Este modo de obrar permite que el pecado sea perdonado (cf. 1P 4,8),
que la justicia recorra su camino y que, cuando seamos nosotros los que
gritemos al Señor, entonces él nos responderá y dirá: ¡Aquí estoy! (cf. Is 58,
9).
6. Los pobres son los
primeros capacitados para reconocer la presencia de Dios y dar testimonio de su
proximidad en sus vidas. Dios permanece fiel a su promesa, e incluso en la
oscuridad de la noche no deja que falte el calor de su amor y de su
consolación. Sin embargo, para superar la opresiva condición de pobreza es
necesario que ellos perciban la presencia de los hermanos y hermanas que se
preocupan por ellos y que, abriendo la puerta de su corazón y de su vida, los
hacen sentir familiares y amigos. Solo de esta manera podremos «reconocer la
fuerza salvífica de sus vidas» y «ponerlos en el centro del camino de la
Iglesia» (Exhort. apost. Evangelii gaudium, 198).
En esta Jornada
Mundial estamos invitados a concretar las palabras del salmo: «Los
pobres comerán hasta saciarse» (Sal 22,27). Sabemos que tenía lugar
el banquete en el templo de Jerusalén después del rito del sacrificio. Esta ha
sido una experiencia que ha enriquecido en muchas Diócesis la celebración de la primera Jornada Mundial de los
Pobres del año pasado. Muchos encontraron el
calor de una casa, la alegría de una comida festiva y la solidaridad de cuantos
quisieron compartir la mesa de manera sencilla y fraterna. Quisiera que también
este año, y en el futuro, esta Jornada se celebrara bajo el
signo de la alegría de redescubrir el valor de estar juntos. Orar juntos en
comunidad y compartir la comida en el domingo. Una experiencia que nos devuelve
a la primera comunidad cristiana, que el evangelista Lucas describe en toda su
originalidad y sencillez: «Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la
comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. [....] Los creyentes
vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los
repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,42.44-45).
7. Son innumerables las
iniciativas que diariamente emprende la comunidad cristiana como signo de
cercanía y de alivio a tantas formas de pobreza que están ante nuestros ojos. A
menudo, la colaboración con otras iniciativas, que no están motivadas por la fe
sino por la solidaridad humana, nos permite brindar una ayuda que solos no
podríamos realizar. Reconocer que, en el inmenso mundo de la pobreza, nuestra
intervención es también limitada, débil e insuficiente, nos lleva a tender la
mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda lograr su objetivo
con más eficacia. Nos mueve la fe y el imperativo de la caridad, aunque sabemos
reconocer otras formas de ayuda y de solidaridad que, en parte, se fijan los
mismos objetivos; pero no descuidemos lo que nos es propio, a saber, llevar a
todos hacia Dios y hacia la santidad. Una respuesta adecuada y plenamente
evangélica que podemos dar es el diálogo entre las diversas experiencias y la
humildad en el prestar nuestra colaboración sin ningún tipo de protagonismo.
En relación con los
pobres, no se trata de jugar a ver quién tiene el primado en el intervenir,
sino que con humildad podamos reconocer que el Espíritu suscita gestos que son
un signo de la respuesta y de la cercanía de Dios. Cuando encontramos el modo
de acercarnos a los pobres, sabemos que el primado le corresponde a él, que ha
abierto nuestros ojos y nuestro corazón a la conversión. Lo que necesitan los
pobres no es protagonismo, sino ese amor que sabe ocultarse y olvidar el bien
realizado. Los verdaderos protagonistas son el Señor y los pobres. Quien se
pone al servicio es instrumento en las manos de Dios para que se reconozca su
presencia y su salvación. Lo recuerda san Pablo escribiendo a los cristianos de
Corinto, que competían ente ellos por los carismas, en busca de los más
prestigiosos: «El ojo no puede decir a la mano: “No te necesito”; y la cabeza
no puede decir a los pies: “No os necesito”» (1 Co 12,21). El
Apóstol hace una consideración importante al observar que los miembros que
parecen más débiles son los más necesarios (cf. v. 22); y que «los que nos
parecen más despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos
los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan»
(vv. 23-24). Pablo, al mismo tiempo que ofrece una enseñanza fundamental sobre
los carismas, también educa a la comunidad a tener una actitud evangélica con
respecto a los miembros más débiles y necesitados. Los discípulos de Cristo,
lejos de albergar sentimientos de desprecio o de pietismo hacia ellos, están
más bien llamados a honrarlos, a darles precedencia, convencidos de que son una
presencia real de Jesús entre nosotros. «Cada vez que lo hicisteis con uno de
estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).
8. Aquí se comprende la
gran distancia que hay entre nuestro modo de vivir y el del mundo, el cual
elogia, sigue e imita a quienes tienen poder y riqueza, mientras margina a los
pobres, considerándolos un desecho y una vergüenza. Las palabras del Apóstol
son una invitación a darle plenitud evangélica a la solidaridad con los
miembros más débiles y menos capaces del cuerpo de Cristo: «Y si un miembro
sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él»
(1 Co 12,26). Siguiendo esta misma línea, así nos exhorta en la
Carta a los Romanos: «Alegraos con los que están alegres; llorad con los que
lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones
de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde» (12,15-16). Esta es
la vocación del discípulo de Cristo; el ideal al que aspirar con constancia es
asimilar cada vez más en nosotros los «sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5).
9. Una palabra de
esperanza se convierte en el epílogo natural al que conduce la fe. Con
frecuencia, son precisamente los pobres los que ponen en crisis nuestra
indiferencia, fruto de una visión de la vida excesivamente inmanente y atada al
presente. El grito del pobre es también un grito de esperanza con el que
manifiesta la certeza de que será liberado. La esperanza fundada en el amor de
Dios, que no abandona a quien confía en él (cf. Rm 8,31-39).
Así escribía santa Teresa de Ávila en su Camino de perfección: «La
pobreza es un bien que encierra todos los bienes del mundo. Es un señorío
grande. Es señorear todos los bienes del mundo a quien no le importan nada»
(2,5). En la medida en que sepamos discernir el verdadero bien, nos volveremos
ricos ante Dios y sabios ante nosotros mismos y ante los demás. Así es: en la
medida en que se logra dar a la riqueza su sentido justo y verdadero, crecemos
en humanidad y nos hacemos capaces de compartir.
10. Invito a los hermanos
obispos, a los sacerdotes y en particular a los diáconos, a quienes se les
impuso las manos para el servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-7),
junto con las personas consagradas y con tantos laicos y laicas que en las
parroquias, en las asociaciones y en los movimientos, hacen tangible la
respuesta de la Iglesia al grito de los pobres, a que vivan esta Jornada
Mundial como un momento privilegiado de nueva evangelización. Los
pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la belleza del
Evangelio. No echemos en saco roto esta oportunidad de gracia. Sintámonos
todos, en este día, deudores con ellos, para que tendiendo recíprocamente las
manos unos a otros, se realice el encuentro salvífico que sostiene la fe,
vuelve operosa la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en su
camino hacia el Señor que llega.
Vaticano, 13 de junio
de 2018
Memoria litúrgica de san Antonio de Padua
Memoria litúrgica de san Antonio de Padua
Vida Cristiana
miércoles, 14 de noviembre de 2018
33 semana del tiempo ordinario Año B 18 noviembre 2018
[Chiesa/Omelie1/Vigilanza/33B18EsperaSeñorVigilarTrabajarSantificarTiempo]
Ø Domingo 33 del tiempo ordinario, ciclo B. (2018). La vigilancia en la vida cristiana. El fiel cristiano debe vigilar y trabajar en la espera de la segunda venida del Señor, que juzgará nuestra vida, santificando el tiempo presente. La advertencia de Cristo “velad” se dirige a cada uno de nosotros, para que pensemos en nuestra vida personal. Este modo de pensar es fuente de la verdadera vida interior, prueba de la madurez de la conciencia y manifestación de responsabilidad humana para consigo mismo y para con los otros. Así cada uno de nosotros como cristiano participa en la misión de la Iglesia. La lección de Jesús es doble: la atención al presente y la mirada fija en la meta futura, en la plena y perfecta redención que es el fin y la finalidad del tiempo. Muchos son tentados de cerrarse en el presente, convencidos de que es imposible ir más allá, ascender, perforar la capa opaca de nuestros días frecuentemente absurdos. Otros, por otra parte, se lanzan sólo hacia el futuro, soñando, ignorando los compromisos cotidianos, tendiendo más allá de la cima hasta caer en el engaño, en la fantasía y en la alienación fanática. Como la fecha de la llegada y la plenitud del Reino está escrita sólo en la mente de Dios y en su proyecto de salvación, es inútil proponer los horóscopos o hipótesis de ciencia ficción o de teología ficción.
v
Cfr. 33 semana del tiempo
ordinario Año B 18 noviembre 2018
Daniel 12, 1-3; Hebreos 10,11-14.18; Marcos 13, 24-32
cfr. Gianfranco
Ravasi, Secondo le Scritture, Anno B
Piemme 1996, pp. 330-335; Nuevo Testamento, Eunsa 2004, Marcos 13, 24-27;
28-37.
Marcos 13, 24-32: 24 « Mas por esos días, después de aquella
tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, 25 las estrellas
irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. 26 Y entonces verán al Hijo
del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; 27 entonces enviará a los ángeles y reunirá de los
cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la
tierra hasta el extremo del cielo. 28 « De la higuera aprended esta
parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el
verano está cerca. 29 Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que El está cerca, a las puertas.
30 . Yo os aseguro que no pasará esta
generación hasta que todo esto suceda. 31 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras
no pasarán. 32 Mas de aquel día y hora,
nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre.
ESTAD
SIEMPRE DESPIERTOS
(Lucas 21, 36: Aleluya antes del Evangelio)
1.
El tiempo presente es un
tiempo de espera y de vigilia
·
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 672: (…) El tiempo presente, según el Señor, es el
tiempo del Espíritu y del testimonio (cf Hechos 1, 8), pero es también un tiempo
marcado todavía por la "tribulación" (1 Corintios 7, 26) y la prueba del mal (cf. Ef esios 5, 16) que afecta también a la
Iglesia (cf. 1 Pedro 4, 17) e inaugura los combates de los
últimos días (1 Juan 2,
18; 4, 3; 1 Timoteo 4, 1). Es un tiempo de espera y de
vigilia (cf. Mateo 25, 1-13; Marcos 13, 33-37).
v
En los versículos siguientes
al texto del evangelio de Marcos leído hoy, hay una llamada de Jesús a la
vigilancia para preparar su segunda venida[1].
o
Vigilad: “porque ignoráis
cuándo será el momento”; velad “ya que no sabéis cuando viene el dueño de la
casa”.
§ “no
sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos”; “a todos lo digo:
¡velad!.
·
vv. 33-37: 33 « Estad atentos y vigilad,
porque ignoráis cuándo será el momento. 34 Al igual que un hombre que se
ausenta: deja su casa, da
atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que
vele; 35 velad, por tanto, ya que no
sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al
cantar del gallo, o de madrugada. 36 No
sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos. 37 Lo que a vosotros
digo, a todos lo digo: ¡Velad!»]
o
Jesús explicará esta
necesidad de vigilar con la mini-parábola de la higuera.
§
En el evangelio de San Mateo (24, 32-35) y San Lucas (21, 29-33) se
refiere también esa parábola con la misma finalidad.
·
Marcos 13,
28-29: « De la higuera aprended esta
parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que
el verano está cerca. Así
también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que El está cerca, a las puertas.
2.
El centro de la descripción
de Jesús no está en una catástrofe
cósmica, no está en el fin del mundo, sino más bien en la «venida del Hijo del
hombre» que es la finalidad del mundo es decir, la meta hacia la cual se dirige
la historia para llegar a su plenitud
v
Hay una distinción entre a) el
fin del mundo (destrucción, desaparición del mundo), y b) la finalidad del
mundo en cuanto meta hacia la que se dirige: Cristo y su ingreso en la historia.
·
Gianfranco Ravasi o.c. , p. 333: “Sin embargo, el centro de la descripción de Jesús
no está en una
catástrofe cósmica, no está en el
fin [ la desaparición] del mundo,
sino más bien en la «venida del Hijo del hombre» que es la finalidad del mundo, es decir, la meta hacia la cual se dirige la
historia para llegar a su plenitud” (Ravasi o.c. p. 330).
·
G. Ravasi o.c.,
p. 333 “Hay un doble modo de considerar el adjetivo «último»: se puede
entender como la meta
de un itinerario o de una espera, o bien el fin de una cosa, es decir,
el último instante de vida. Se trata de la diferencia que hay en italiano entre
el fin di una realidad [su
finalidad] y su su fin [su desaparición]. El énfasis de de las
palabras de Jesús recae sobre el fin
[finalidad] de la historia, aunque en el lenguaje usado tal vez parece
orientarse sobre el fin [desaparición]del mundo” (…).
·
Gianfranco Ravasi p. 330-331: “Jesús remite a un
famoso libro apocalíptico del Antiguo Testamento, el libro
de Daniel (7, 13-14), en el
que se introducía la aparición gloriosa del «Hijo del hombre que venía en las
nubes del cielo para recibir el poder, honor y reino, y para ser servido
por todos los pueblos, naciones y
lenguas». Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será
destruido jamás. La tradición judía y cristiana ha visto en esta página el
ingreso del Mesías en la historia. Y es bajo esta luz que ahora debemos leer el
anuncio de Jesús. Cristo ha venido ya al mundo para imprimir un cambio
radical en la historia humana. Ya se ha
dado la inauguración del Reino de Dios, cuya realización es, sin embargo,
lenta, aunque hay un crecimiento progresivo. Cuando se llegará a la plenitud, entonces Cristo
«entregará a Dios Padre el Reino para que Dios sea todo en todos» (1 Corintios
15, 24.28)”.
v
La imagen de la higuera: el
cristiano debe vivir con los ojos abiertos, como el centinela que escruta los
signos del acercarse de Dios.
·
Gianfranco Ravasi p. 331: “Esta actitud está descrita por Jesús por medio de la parábola de la higuera, una
imagen popular
para
indicar los cambios de las estaciones: al contrario de la casi totalidad de las
otra plantas de Palestina, la higuera pierde las hojas en invierno, en
primavera produce los brotes que, al crecer, nos señalan la inminencia del
verano y de los frutos. El cristiano debe vivir con los ojos abiertos, no siendo
de carácter blando por las
distracciones o por el goce ciego, no
sentado en los márgenes del río de la vida sino como el centinela que escruta
los signos del acercarse de Dios, de su venida hasta «las puertas» de nuestras
ciudades y de nuestras casas.
Esta
irrupción está siempre «cercana» a cada generación, ya sea a la contemporánea
de Jesús que a la del lector de todos los tiempos, porque cada uno tiene a
disposición solamente este espacio limitado de tiempo para esperar su venida.
§
Para entender con finura la imagen de la higuera, es necesario conocer
el sistema climático de Palestina
·
Gianfranco Ravasi p. 334: “Para entender con finura la imagen de la
higuera, es necesario conocer el sistema climático de
Palestina:
la vegetación es siempre verde, con la excepción de la higuera que pierde las
hojas en invierno. Prácticamente existen sólo dos estaciones, y la primavera es
un período muy breve entre el invierno y el verano. Por tanto, la higuera es el
único árbol que señala de modo visual el verano con el brote de sus yemas y,
enseguida, el calor hace que explote el follaje y estamos en pleno verano. Hay,
por tanto, un breve arco de tiempo para observar la primavera y los signos son
mínimos, ligados a los tiernos brotes. Dios se presenta así, como una aparición
veloz y secreta; hay que tener ojos vigilantes, mente aguda y corazón preparado
para acogerlo”.
v
Pero como la fecha de la
llegada y la plenitud del Reino está escrita sólo en la mente de Dios y en su
proyecto de salvación, es inútil proponer los horóscopos o hipótesis de ciencia
ficción o de teología ficción.
·
Gianfranco
Ravasi o.c., p. 331: Pero la fecha de la llegada y la plenitud del Reino está escrita sólo en la
mente de Dios y en
su
proyecto de salvación. Es inútil proponer los horóscopos y agitarse
frenéticamente con hipótesis de ciencia ficción o de ficción teológica, como
suelen hacer también hoy día ciertas sectas apocalípticas. El creyente, que
vive atento a los signos de los tiempos,
vive con intensidad y serenidad su presente, «su generación», guiado por la Palabra de Cristo que no pasa, en espera de
aquella palabra decisiva y definitiva que será pronunciada por Dios en el
momento oportuno y solamente conocido por El”.
v
La lección de Jesús es doble:
la atención al presente y la mirada fija en la meta futura, en la plena y
perfecta redención que es el fin y la finalidad del tiempo.
o
Muchos son tentados de
cerrarse en el presente, convencidos de que es imposible ir más allá, ascender,
perforar la capa opaca de nuestros días frecuentemente absurdos. Otros, por
otra parte, se lanzan sólo hacia el futuro, soñando, ignorando los compromisos
cotidianos, tendiendo más allá de la cima hasta caer en el engaño, en la
fantasía y en la alienación fanática.
·
Gianfranco Ravasi o.c. pp. 334-335: “La lección fundamental que
debemos recoger de este texto que lleva del fin
[como final de la vida] a la finalidad, es doble. En primer lugar es necesario
estar atentos, no distraerse en las cosas, inmersos en la banalidad. Las señales que Dios
disemina en la historia son minúsculas pero incisivas. (...) La lección se
alarga hacia un horizonte todavía más lejano. El cristiano debe, ciertamente,
estar siempre atento al presente, al silencioso paso de Dios por nuestros
caminos, pero debe tener también la mirada fija en la meta futura, en la plena
y perfecta redención que es el fin y la finalidad del tiempo. (...) No es fácil
estar en esta cima. Muchos son tentados de cerrarse en el presente, convencidos
de que es imposible ir más allá, ascender, perforar la capa opaca de nuestros
días frecuentemente absurdos. Otros, por otra parte, se lanzan sólo hacia el
futuro, soñando, ignorando los compromisos cotidianos, tendiendo más allá de la
cima hasta caer en el engaño, en la fantasía y en la alienación fanática. El
verdadero cristiano obra ahora y aquí, en la espera de que su vida florecerá en
el después y en el más allá.”
o
El fiel no espera el fin del mundo, sino la
venida del Señor. Sabe que no termina en el abismo de la nada, sino que
florecerá en la plenitud. En este domingo somos invitados a interrogarnos sobre algunas cuestiones
fundamentales.
·
Gianfranco
Ravasi o.c. p. 332: “El fiel, por tanto, no espera el fin del mundo sino la
venida del Señor. No espera una
catástrofe cósmica sino
una recreación de todo el ser en una armonía suprema, no teme el abismo de la
nada sino el florecer de la plenitud y de lo eterno. En efecto, hoy en la
primera Lectura, del libro de Daniel, hay un horizonte de luz que espera a los
justos: «brillarán como el fulgor del firmamento, como las estrellas, por toda la eternidad»
(12, 3). (...) Hoy somos invitados a interrogarnos sobre algunas cuestiones
fundamentales: ¿quién somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, qué sentido
tiene la vida y la muerte? Y somos empujados a encontrar respuestas no en los
magos ni en los «astrólogos», o en los fanáticos religiosos, sino en el Evangelio, que nos presenta una meta
con luz, conquistada, sin embargo, a través de la paciencia cotidiana, a través
de la esperanza, de estar atentos, a través del amor. En aquel día, Dios «hará
nuevas todas las cosas y al que tenga sed le dará gratis del manantial del agua
de la vida» (Apocalipsis 21, 5-6)”.
3.
Sobre el tiempo presente.
v No podemos perder el tiempo, que es corto. Hay que gastarlo
fielmente, lealmente, administrar bien – con sentido de responsabilidad – los
talentos que hemos recibido.
·
San Josemaría, Hoja Informativa n. 1, Madrid, Mayo 1976: “Este mundo, mis
hijos, se nos va de las manos. No
podemos perder
el tiempo, que es corto: es preciso que nos empeñemos de veras en esa tarea de
nuestra santificación personal y de nuestro trabajo apostólico, que nos ha
encomendado el Señor: hay que gastarlo fielmente, lealmente, administrar bien –
con sentido de responsabilidad – los talentos que hemos recibido”.
“Entiendo muy bien aquella exclamación que San Pablo
escribe a los de Corinto: tempus breve
est!, ¡qué breve es la duración de nuestro paso por la tierra! Estas
palabras, para un cristiano coherente, suenan en lo más íntimo de su corazón
como un reproche ante la falta de generosidad, y como una invitación constante
para ser leal. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para
desagraviar.”
4.
Juan Pablo II: la importancia del tiempo en la vida cristiana,
el deber de santificarlo.
Tertio millenio adveniente, n. 10.
v
Cristo es el Señor del tiempo
10. En el
cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su
dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la
salvación, que tiene su culmen en la « plenitud de los tiempos » de la Encarnación y su
término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo
llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Con la venida
de Cristo se inician los « últimos tiempos » (cf. Hebreos 1, 2), la « última hora » (cf. 1 Juan 2, 18), se inicia el tiempo de la Iglesia que durará hasta la Parusía.
De esta relación de Dios con el tiempo nace el deber de santificarlo.
(...) En la liturgia de la
Vigilia pascual el celebrante, mientras bendice el cirio que
simboliza a Cristo resucitado, proclama: « Cristo ayer y hoy, principio y fin,
Alfa y Omega. Suyo es el tiempo y la eternidad. A El la gloria y el poder por
los siglos de los siglos ». Pronuncia estas palabras grabando sobre el cirio la
cifra del año en que se celebra la Pascua. El significado del rito es claro:
evidencia que Cristo es el Señor del
tiempo, su principio y su cumplimiento; cada año, cada día y cada momento
son abarcados por su Encarnación y Resurrección, para de este modo encontrarse
de nuevo en la « plenitud de los tiempos ».
5.
Papa Francisco: la idolatría
del acostumbramiento que hace sordo el corazón.
v
La necesidad de dirigir la
mirada al final de las cosas creadas, como la Iglesia enseña en estos días que
concluyen el Año litúrgico. [2]
o
¡Hasta las costumbres pueden
ser pensadas como dioses! No las divinicemos.
Hay
otra idolatría, la del acostumbramiento que hace sordo el corazón. Lo muestra
Jesús en el Evangelio (Lc 17,26-37), con esa descripción de los hombres y mujeres
de los tiempos de Noé y de Sodoma: comían,
bebían, compraban, vendían, sembraban, construían sin preocuparse de nada,
hasta el momento del diluvio o de la lluvia de fuego y azufre, de la
destrucción absoluta. Todo es habitual.
La vida es así: vivimos así, sin pensar en el ocaso de este modo de vivir. Eso
también es idolatría: estar apegado a las costumbres, sin pensar que todo
acabará. La Iglesia nos hace mirar al final de estas cosas. ¡Hasta las
costumbres pueden ser pensadas como dioses! Así es la vida, y así vamos
adelante… Pero, así como la belleza acabará en otra belleza, nuestra costumbre
acabará en una eternidad, en otra costumbre. ¡Pero estará Dios!
Es
preciso dirigir la mirada siempre más allá, a la costumbre final, al único Dios
que está más allá, al final de las cosas creadas, como la Iglesia enseña en
estos días que concluyen el Año litúrgico, para no repetir el error fatal de
volverse atrás, como le pasó a la mujer de Lot, y con la certeza de que, si la
vida es bella, también el ocaso lo será. Nosotros
los creyentes no somos gente que se vuelve atrás, que cede, sino gente que va
siempre adelante. Ir siempre adelante por la vida, mirando las bellezas y con
las costumbres que todos tenemos, pero sin divinizarlas, porque se acabarán…
Que las pequeñas bellezas, que reflejan la gran belleza, sean nuestras
costumbres para sobrevivir en el canto eterno, en la contemplación de la gloria
de Dios.
Vida Cristiana
[1] Jesús vino ya una vez (lo celebramos en las fiestas de la Navidad), y
en esa su primera venida a la tierra ha inaugurado el Reino de Dios; podemos
entrar en ese reino con una vida conforme al Evangelio. En el evangelio de hoy
el Señor se refiere a la segunda venida: en la profesión
de fe que frecuentemente recitamos en la celebración de la Eucaristía, tal como
la hemos recibido por tradición, decimos que creemos en aquel «que subió al
cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para
juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin».
[2] Nota de la Redacción de Vida Cristiana: probablemente, se
confirmará más adelante, estas palabras de Papa Francisco se pueden encontrar
en la homilía en Santa Marta el 13 de noviembre de 2015. Espero encontrar la fuente
donde se encuentra el texto completo. La
liturgia es la del viernes de la 32 semana del tiempo ordinario, año I.
San Juan Pablo II, Homilía, Domingo 33 del tiempo ordinario, ciclo B
[Chiesa/Omelie1/Vigilancia/VigilanciaVidaCristianaVeladConcienciaMaduraJPII]
Ø Domingo de la semana 33 de tiempo ordinario, ciclo B (18 de noviembre de 2018). La vigilancia en la vida cristiana. “Velad y orad en todo tiempo, para que podáis presentaros ante el Hijo del hombre”. Homilía de San Juan Pablo II (1979). El Señor nos dirige especialmente una palabra: “Velad”. Que esta exhortación plasme nuestra vida desde sus fundamentos. Que nos permita vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es decir, en la libertad madura. Que dé a la vida de cada uno de nosotros esa dimensión espléndida, cuya fuente es Cristo. Es la prueba de la madurez de la conciencia. Es la manifestación de la responsabilidad para consigo y para con los otros.
v
Cfr. San Juan Pablo II, Homilía, Domingo 33 del
tiempo ordinario, ciclo B
Daniel 12,1-3; Hebreos 10,11-14.18; Marcos 13,24-32
Parroquia de San Juan Evangelista, Spinaceto (Roma) (18-XI-1979)
v
La necesidad de velar
En la liturgia de este domingo, el Señor nos
dirige, especialmente una palabra: “Velad”. Cristo la ha pronunciado bastantes
veces y en circunstancias diversas. Hoy la palabra “velad” se une a la
perspectiva escatológica, a la perspectiva de las realidades últimas: “velad y
orad en todo tiempo, para que podáis presentaros ante el Hijo del hombre” (cfr.
Mt 24, 42. 44).
A este ruego corresponden ya las palabras de la
primera lectura del libro del profeta Daniel. Pero sobre todo corresponden las
palabras del Evangelio según Marcos. Estas palabras afirman que “el cielo y la
tierra pasarán” (Mt 13,31) e incluso delinean el cuadro de este pasar,
refiriéndose al fin del mundo.
Me permito referirme a las palabras de la
Encíclica Redemptor hominis: “El hombre...vive cada vez más en el
miedo. Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte, sino
algunos y precisamente los que contienen una parte especial de su genialidad y
de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radical contra él mismo; teme
que puedan convertirse en medios e instrumentos de una auto destrucción
inimaginable, frente a la cual todos los cataclismos y las catástrofes de la
historia que conocemos parecen palidecer” (Redemptor Hominis III,15).
v
Ese “velad” de Cristo, que resuena en la
liturgia de hoy en este denso contenido, se dirige a cada uno de nosotros, a
cada hombre.
Ese “velad” de Cristo, que resuena en la liturgia
de hoy en este denso contenido, se dirige a cada uno de nosotros, a cada
hombre. Cada uno de nosotros tiene su propia parte en la historia del mundo y
en la historia de la salvación, mediante la participación en la vida de la
propia sociedad, de la nación, del ambiente de la familia.
o
Piense cada uno de nosotros en su vida personal.
Piense cada uno de nosotros en su vida personal.
Piense en su vida conyugal y familiar. El marido piense en su comportamiento
con la mujer; la mujer en su comportamiento con el marido; los padres para con
los hijos, y los hijos para con los padres. Los jóvenes piensen en sus
relaciones con los adultos y con toda la sociedad, que tiene derecho de ver en
ellos su propio futuro mejor. Los sanos piensen en los enfermos y en los que
sufren; los ricos en los necesitados. Los Pastores de almas en estos hermanos y
hermanas, que constituyen el “redil del Buen Pastor”, etc.
o
Este modo de pensar, que nace del contenido
profundo y universal del “velad” de Cristo, es fuente de la verdadera vida
interior. Es la prueba de la madurez de la conciencia.
Este modo de pensar, que nace del contenido
profundo y universal del “velad” de Cristo, es fuente de la verdadera vida
interior. Es la prueba de la madurez de la conciencia. Es la manifestación de
la responsabilidad para consigo y para con los otros. A través de este modo de
pensar y de actuar, cada uno de nosotros como cristiano participa en la misión
de la Iglesia.
v
No podemos cerrar los ojos ante el significado
definitivo de nuestra existencia terrena. Debemos vivir con los ojos bien
abiertos.
En la Carta a los Hebreos se afirma que
Jesucristo “con una sola oblación perfeccionó para siempre a los santificados”
(Hb 10,14). Nosotros mediante la fe, vivimos en la perspectiva de este
Sacrificio y Único, y lo realizamos constantemente, cada uno por su cuenta y
todos en comunidad, con nuestra vida, con nuestra vela.
No podemos cerrar los ojos a las realidades
últimas. No podemos cerrar los ojos ante el significado definitivo de nuestra
existencia terrena.
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras
no pasarán” (Mc 13,31), dice el Señor. Debemos vivir con los ojos bien
abiertos.
o
Este abrir los ojos, favorecido por la luz de la
fe, trae también la paz y la alegría.
§ Y
nos permite vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es decir, en la
libertad madura.
Este abrir los ojos, favorecido por la luz de la
fe, trae también la paz y la alegría, como testifican las palabras del salmo
responsorial de la liturgia de hoy. La alegría se deriva del hecho que “el
Señor es el lote de mi heredad y mi copa” (Sal 16,5). No vivimos en el vacío, y
no caminamos en el vacío.
“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,/ mi
suerte está en tu mano./ Tengo siempre presente al Señor,/ con Él a mi derecha
no vacilaré./ Por esto se me alegra el corazón,/ se gozan mis entrañas” (Sal
16,5.8.9).
Por lo tanto no tengo miedo de aceptar esta
exhortación: “Velad, pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor”,
velad “porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (Mt
24,42.44).
Esta exhortación plasme nuestra vida desde sus
fundamentos. Nos permita vivir en la medida plena de la dignidad del hombre, es
decir, en la libertad madura. Dé a la vida de cada uno de nosotros esa
dimensión espléndida, cuya fuente es Cristo.
Vida Cristiana
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