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Domingo dentro de la octava de Navidad, La Sagrada Familia: Jesús, María y José.
(2013) La familia es una íntima comunidad de vida y de amor. El ser humano no fue creado para
la soledad sino para la comunión. Al ser humano no le bastan relaciones simplemente funcionales.
Necesita relaciones interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad y espíritu de oblación. La
construcción de vínculos duraderos, sin miedo a comprometerse con otra persona. Una carne: lo que los
esposos realizan no es únicamente un encuentro corporal; es, además, una verdadera unidad de sus
personas. La tarea educativa de los padres es esencial, original y primaria, insustituible inalienable.
La misión de marido y padre. Ve en la esposa la realización del designio de Dios, con profundo
respeto por la igual dignidad de la mujer, que no es su esclava. Está llamado a desarrollar una
actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo
tiene a la Iglesia. La educación en los valores esenciales de la vida humana. En la familia se
aprenden los valores morales; se comienza a honrar a Dios y a usar bien de la libertad; la vida de
familia es iniciación a la vida de la sociedad. La familia es escuela del más rico humanismo.
Cfr. Sagrada Familia: 29 diciembre 2013 Ciclo A.
Mateo 2, 13-15.19-23; Sirácida 3, 2-6.12-14; Sal 127; Colosenses 3, 12-21
Mateo 2, 13-15. 19-23 : 13 Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le
dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a
buscar al niño para matarlo. » 14 José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, y huyó a Egipto. 15 Allí
permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: «Llamé a mi hijo, para
que saliera de Egipto.» 19 Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en
Egipto 20 y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban
contra la vida del niño.» 21 Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a Israel. 22 Pero, al enterarse de que
Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Y, avisado en sueños, se retiró
a Galilea. 23 Y se fue a vivir a una ciudad llamada Nazaret, para que se cumpliera lo dicho por medio de los
Profetas: «Será llamado Nazareno».
Colosenses 3, 12 :Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de
bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, 13 soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno
tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. 14 Y por encima de todo esto,
revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. 15 Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a
ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos. 16 La palabra de Cristo habite en
vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos
inspirados, 17 y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando
gracias por su medio a Dios Padre. 18 Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestro maridos, como conviene en el
Señor. 19 Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. 20 Hijos, obedeced en todo a
vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. 21 Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se
vuelvan apocados.
Sirácida 3, 2 Pues el Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. 3 Quien
honra a su padre expía sus pecados; 4 como el que atesora es quien da gloria a su madre. 5 Quien honra a su
padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. 6 Quien da gloria al padre vivirá
largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre. 13 Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le
desprecies en la plenitud de tu vigor. 14 Pues el servicio hecho al padre no quedará en olvido, será para ti
restauración en lugar de tus pecados.
1. La familia es una íntima comunidad de vida y de amor.
A) El clima espiritual, afectivo y moral de la familia cristiana en la segunda
Lectura, de la Carta a los Colosenses
Juan Pablo II, Homilía, Parroquia de San Marcos, Roma, 29-XII-1985
San Pablo, en la Carta a los Colosenses, trata de poner de relieve el clima de la familia cristiana:
el clima espiritual, el clima afectivo, el clima moral.
Escribe: “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de
bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno
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tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto,
revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección”. (Col 3,12-14).
Hay que leer con atención y meditar todo el pasaje de la Carta a los Colosenses, en el que el
Apóstol formula los buenos deseos para los cónyuges y las familias cristianas sobre todo aquello que
determina el verdadero bien de la comunidad humana, especialmente de aquella que en síntesis se puede
llamar "communio personarum", "íntima comunidad de vida y de amor" (cfr. Gaudium et spes, 49).
No existe otra comunidad interhumana tan unificante, tan profunda y universal como la familia. Y
al mismo tiempo, tan capaz de hacer felices, y tan exigente, porque es muy vulnerable, dado que está
expuesta a diversas "heridas".
Por ello los buenos deseos del Apóstol se refieren a los problemas más esenciales de la familia
cuando escribe:
- revestíos de "amor, que es el vínculo de la unidad consumada...";
- "la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón...";
- "la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza".
Así se forma la familia humana en toda su dignidad y nobleza, en su entera belleza espiritual (que
es incomparablemente más importante que todas las riquezas "reales" y materiales), ¡por la Palabra de
Dios!, ¡por la palabra de Cristo!
En esta Palabra se encierran las indicaciones y los mandamientos que determinan la solidez moral
de aquella fundamental comunidad humana, de aquella "communio personarum".
Por ello se puede decir que toda la primera lectura de la liturgia de hoy es un amplio comentario
al IV mandamiento del Decálogo:
¡"Honra a tu padre y a tu madre"!
Hay que leer con atención este texto y meditarlo, teniendo siempre ante los ojos aquel "amor, que
es el vínculo de la unidad consumada".
o El amor crea honor, estima y solicitud, entre todos los miembros de la
familia
Efectivamente, el amor crea el honor, la estima recíproca, la solicitud premurosa, tanto en la
relación de los hijos hacia los padres, como en la de los padres hacia los hijos, y sobre todo en la relación
recíproca entre los cónyuges.
De este modo el matrimonio y la familia se convierten en aquel ambiente educativo que es
absolutamente insustituible: el primero y fundamental y más consistente ambiente humano, que se
convierte luego en la "iglesia doméstica". Se puede decir que en la familia también la educación se hace,
a menudo inadvertidamente, una autoeducación, porque una sana comunidad familiar permite de por sí el
desarrollo normal de toda persona que la compone.
B) El ser humano no fue creado para la soledad sino para la comunión
Juan Pablo II – Homilía en la celebración del Jubileo de las Familias – 15 de
octubre de 2000.
1. "Nos bendiga el Señor, fuente de la vida". Amadísimos hermanos y hermanas, esta invocación, que
hemos repetido en el Salmo responsorial, sintetiza muy bien la oración diaria de toda familia cristiana, y
hoy, en esta celebración eucarística jubilar, expresa eficazmente el sentido de nuestro encuentro.
Habéis venido aquí no sólo como individuos, sino también como familias. Habéis llegado a Roma
desde todas las partes del mundo, con la profunda convicción de que la familia es un gran don de Dios, un
don originario, marcado por su bendición.
o Una bendición y una tarea específica de la familia
En efecto, así es. Desde los albores de la creación, sobre la familia se posó la mirada y la
bendición de Dios. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen, y les dio una tarea específica para el
desarrollo de la familia humana: "Los bendijo y les dijo: Creced, multiplicaos y llenad la tierra" (Gn 1,
28).
Vuestro jubileo, amadísimas familias, es un canto de alabanza por esta bendición originaria.
Descendió sobre vosotros, esposos cristianos, cuando, al celebrar vuestro matrimonio, os prometisteis
amor eterno delante de Dios. La recibirán hoy las ocho parejas de diferentes partes del mundo, que han
venido a celebrar su matrimonio en el solemne marco de este rito jubilar.
Sí, que os bendiga el Señor, fuente de la vida. Abríos al flujo siempre nuevo de esta bendición,
que encierra una fuerza creadora, regeneradora, capaz de eliminar todo cansancio y asegurar lozanía
perenne a vuestro don.
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o Una exigencia de comunión.
El ser humano no fue creado para la soledad; en su misma naturaleza
espiritual lleva arraigada una vocación relacional
2. Esta bendición originaria va unida a un designio preciso de Dios, que su palabra nos acaba de recordar:
"No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude" (Gn 2, 18). Así es
como el autor sagrado presenta en el libro del Génesis la exigencia fundamental en la que se basa tanto la
unión conyugal de un hombre y una mujer como la vida de la familia que nace de ella. Se trata de una
exigencia de comunión. El ser humano no fue creado para la soledad; en su misma naturaleza espiritual
lleva arraigada una vocación relacional. En virtud de esta vocación, crece en la medida en que entra en
relación con los demás, encontrándose plenamente "en la entrega sincera de sí mismo" (Gaudium et spes,
24).
o Al ser humano no le bastan relaciones simplemente funcionales. Necesita
relaciones interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad y espíritu de
oblación.
Al ser humano no le bastan relaciones simplemente funcionales. Necesita relaciones
interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad y espíritu de oblación. Entre estas, es fundamental la que
se realiza en la familia: no sólo en las relaciones entre los esposos, sino también entre ellos y sus hijos.
Toda la gran red de las relaciones humanas nace y se regenera continuamente a partir de la relación con la
cual un hombre y una mujer se reconocen hechos el uno para el otro, y deciden unir sus existencias en un
único proyecto de vida: "Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y
serán los dos una sola carne" (Gn 2, 24).
o Una carne: lo que los esposos realizan no es únicamente un encuentro
corporal; es, además, una verdadera unidad de sus personas. El repudio
de la ley mosaica es solamente una concesión a la «dureza de corazón».
3. ¡Una sola carne! ¡Cómo no captar la fuerza de esta expresión! El término bíblico "carne" no evoca sólo
el aspecto físico del hombre, sino también su identidad global de espíritu y cuerpo. Lo que los esposos
realizan no es únicamente un encuentro corporal; es, además, una verdadera unidad de sus personas. Se
trata de una unidad tan profunda que, de alguna manera, los convierte en un reflejo del "Nosotros" de las
tres Personas divinas en la historia (cf. Carta a las familias, 8).
Así se comprende el gran reto que plantea el debate de Jesús con los fariseos en el evangelio de
san Marcos, que acabamos de proclamar. Para los interlocutores de Jesús, se trataba de un problema de
interpretación de la ley mosaica, que permitía el repudio, provocando debates sobre las razones que
podían legitimarlo. Jesús supera totalmente esa visión legalista, yendo al núcleo del designio de Dios. En
la norma mosaica ve una concesión a la “esclerocardia”, a la "dureza del corazón". Pero Jesús no se
resigna a esa dureza. ¿Y cómo podría hacerlo él, que vino precisamente para eliminarla y ofrecer al
hombre, con la redención, la fuerza necesaria para vencer las resistencias debidas al pecado? Jesús no
tiene miedo de volver a recordar el designio originario: "Al principio de la creación Dios los creó hombre
y mujer" (Mc 10, 6).
C) La construcción de vínculos duraderos, sin miedo a comprometerse con
otra persona.
Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Jornada Nacional de las Familias, Zagreb
(Croacia), 5 de junio de 2011.
o La secularización actual.
Se absolutiza una libertad sin compromiso por la verdad, y se cultiva
como ideal el bienestar individual a través del consumo de bienes
materiales y experiencias efímeras, descuidando la calidad de las
relaciones con las personas y los valores humanos más profundos;
se reduce el amor a una emoción sentimental y a la satisfacción de
impulsos instintivos, sin esforzarse por construir vínculos duraderos
de pertenencia recíproca y sin apertura a la vida.
En la sociedad actual es más que nunca necesaria y urgente la presencia de familias cristianas
ejemplares. Hemos de constatar desafortunadamente cómo, especialmente en Europa, se difunde una
secularización que lleva a la marginación de Dios de la vida y a una creciente disgregación de la familia.
Se absolutiza una libertad sin compromiso por la verdad, y se cultiva como ideal el bienestar individual a
través del consumo de bienes materiales y experiencias efímeras, descuidando la calidad de las relaciones
con las personas y los valores humanos más profundos; se reduce el amor a una emoción sentimental y a
la satisfacción de impulsos instintivos, sin esforzarse por construir vínculos duraderos de pertenencia
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recíproca y sin apertura a la vida. Estamos llamados a contrastar dicha mentalidad. Junto a la palabra de
la Iglesia, es muy importante el testimonio y el compromiso de las familias cristianas, vuestro testimonio
concreto, especialmente para afirmar la intangibilidad de la vida humana desde la concepción hasta su
término natural, el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio y la necesidad de
medidas legislativas que apoyen a las familias en la tarea de engendrar y educar a los hijos. Queridas
familias, ¡sed valientes! No cedáis a esa mentalidad secularizada que propone la convivencia como
preparatoria, o incluso sustitutiva del matrimonio.
Enseñad con vuestro testimonio de vida que es posible amar, como
Cristo, sin reservas; que no hay que tener miedo a comprometerse
con otra persona.
Enseñad con vuestro testimonio de vida que es posible amar, como Cristo, sin reservas; que no
hay que tener miedo a comprometerse con otra persona. Queridas familias, alegraos por la paternidad y la
maternidad. La apertura a la vida es signo de apertura al futuro, de confianza en el porvenir, del mismo
modo que el respeto de la moral natural libera a la persona en vez de desolarla. El bien de la familia es
también el bien de la Iglesia. Quisiera reiterar lo que ya he dicho otra vez: «La edificación de cada familia
cristiana se sitúa en el contexto de la familia más amplia, que es la Iglesia, la cual la sostiene y la lleva
consigo... Y, de forma recíproca, la Iglesia es edificada por las familias, “pequeñas Iglesias domésticas”»
(Discurso en la apertura de la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma, 6 junio 2005). Roguemos al
Señor para que las familias sean cada vez más pequeñas Iglesias y las comunidades eclesiales sean cada
vez más familia.
2. La tarea educativa de los padres es esencial, original y primaria, insustituible
inalienable.
o Hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus
hijos. Este deber de la educación familiar es de tanta transcendencia que,
cuando falta, difícilmente puede suplirse.
• Familiaris consortio, 36. “La tarea educativa tiene sus raíces en la vocación primordial de los
esposos a participar en la obra creadora de Dios; ellos, engendrando en el amor y por amor una nueva
persona, que tiene en sí la vocación al crecimiento y al desarrollo, asumen por eso mismo la obligación de
ayudarla eficazmente a vivir una vida plenamente humana. Como ha recordado el Concilio Vaticano II:
«Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, tienen la gravísima obligación de educar a la prole, y
por tanto hay que reconocerlos como los primeros y principales educadores de sus hijos. Este deber de la
educación familiar es de tanta transcendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues,
deber de los padres crear un ambiente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia
los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la
primera escuela de las virtudes sociales, que todas las sociedades necesitan» (Declaración sobre la
educación cristiana de la juventud, Gravissimum educationis, 3).
El derecho-deber educativo de los padres se califica como esencial, relacionado como está con la
transmisión de la vida humana; como original y primario, respecto al deber educativo de los demás, por la
unicidad de la relación de amor que subsiste entre padres e hijos; como insustituible e inalienable y que,
por consiguiente, no puede ser totalmente delegado o usurpado por otros.”
3. La misión de marido y padre (JuanPablo II, Familiaris consortio, 25)
Ve en la esposa la realización del designio de Dios, con profundo respeto por
la igual dignidad de la mujer, que no es su esclava 1
.
o Está llamado a desarrollar una actitud de amor nuevo, manifestando hacia
la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo tiene a la Iglesia
(Cfr. Efesios 5,25).
• “Dentro de la comunión-comunidad conyugal y familiar, el hombre está llamado a vivir su don y su
función de esposo y padre.
1
Acerca de la igualdad del hombre y de la mujer en el matrimonio, es decir de la sumisión recíproca entre los
cónyuges (cfr. Col. vv. 18-19), cfr. Juan Pablo II: Audiencia General de los miércoles 11 y 18 de agosto de 1982;
Carta Apostólica Mulieris dignitatem, Sobre la dignidad y la vocación de la mujer, 15 de agosto de 1988, nn. 23-24;
Card. Joseph Ratzinger, Presentación de la Carta Apostólica Mulieris dignitatem, 30 de septiembre de 1988.
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Él ve en la esposa la realización del designio de Dios: «No es bueno que el hombre esté solo.
Voy a hacerle una ayuda adecuada», (Génesis 2,18) y hace suya la exclamación de Adán, el primer
esposo: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne».(Génesis 2,23)
El auténtico amor conyugal supone y exige que el hombre tenga profundo respeto por la igual
dignidad de la mujer: «No eres su amo —escribe san Ambrosio— sino su marido; no te ha sido dada
como esclava, sino como mujer... Devuélvele sus atenciones hacia ti y sé para con ella agradecido por su
amor».(S. Ambrosio, Exameron, V, 7,19) El hombre debe vivir con la esposa «un tipo muy especial de
amistad personal».(Pablo VI, Cart. Enc. Humanae vitae,9). El cristiano además está llamado a desarrollar
una actitud de amor nuevo, manifestando hacia la propia mujer la caridad delicada y fuerte que Cristo
tiene a la Iglesia (Cfr. Efesios 5,25).
o Importancia del padre, única e insustituible. Su ausencia y/o también su
presencia opresiva donde vige el fenómeno del “machismo”, provocan
desequilibrios psicológicos y morales así como dificultades notables en
las relaciones familiares.
• El amor a la esposa madre y el amor a los hijos son para el hombre el camino natural para la
comprensión y la realización de su paternidad. Sobre todo, donde las condiciones sociales y culturales
inducen fácilmente al padre a un cierto desinterés respecto de la familia o bien a una presencia menor en
la acción educativa, es necesario esforzarse para que se recupere socialmente la convicción de que el
puesto y la función del padre en y por la familia son de una importancia única e insustituible (Cfr. Juan
Pablo II, Homilía a los fieles de Terni, 3-5, 19 de marzo 1981).Como la experiencia enseña, la ausencia
del padre provoca desequilibrios psicológicos y morales, además de dificultades notables en las relaciones
familiares, como también, en circunstancias opuestas, la presencia opresiva del padre, especialmente
donde todavía vige el fenómeno del «machismo», o sea, la superioridad abusiva de las prerrogativas
masculinas que humillan a la mujer e inhiben el desarrollo de sanas relaciones familiares.
o El hombre está llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los
miembros de la familia. Realizará esta tarea mediante una generosa
responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, y
mediante un compromiso educativo más solícito y compartido con la
propia esposa
Revelando y reviviendo en la tierra la misma paternidad de Dios (Cfr. Efesios 3,15), el hombre está
llamado a garantizar el desarrollo unitario de todos los miembros de la familia. Realizará esta tarea
mediante una generosa responsabilidad por la vida concebida junto al corazón de la madre, un
compromiso educativo más solícito y compartido con la propia esposa (Cfr. Conc. Vat. II, Const. Pastoral
sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 52), un trabajo que no disgregue nunca la familia,
sino que la promueva en su cohesión y estabilidad, un testimonio de vida cristiana adulta, que introduzca
más eficazmente a los hijos en la experiencia viva de Cristo y de la Iglesia”.
4. La educación en los valores esenciales de la vida humana (1) (Familiaris
consortio, 37)
A) La justa libertad ante los bienes materiales. La familia escuela de
socialidad.
Aun en medio de las dificultades, hoy a menudo agravadas, de la acción educativa, los padres
deben formar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la vida humana. Los hijos
deben crecer en una justa libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo y
austero, convencidos de que «el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene» (Conc. Ecum.
Vaticano II, Const. Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 35).
B) Los hijos deben enriquecerse no sólo con el sentido de la verdadera
justicia, sino, más aún, del verdadero amor.
o Éste enriquecimiento lleva no sólo al respeto de la dignidad personal de
cada uno, sino también al sentido del verdadero amor, entendido como
solicitud sincera y servicio desinteresado hacia los demás, especialmente
a los más pobres y necesitados. La familia es la primera y fundamental
escuela de socialidad.
En una sociedad sacudida y disgregada por tensiones y conflictos a causa del choque entre los
diversos individualismos y egoísmos, los hijos deben enriquecerse no sólo con el sentido de la verdadera
justicia, que lleva al respeto de la dignidad personal de cada uno, sino también y más aún del sentido del
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verdadero amor, como solicitud sincera y servicio desinteresado hacia los demás, especialmente a los
más pobres y necesitados. La familia es la primera y fundamental escuela de socialidad; como comunidad
de amor, encuentra en el don de sí misma la ley que la rige y hace crecer.
El don de sí, que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como
modelo y norma del don de sí que debe haber en las relaciones entre
hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones que
conviven en la familia. La participación vivida en la casa es eficaz para
la inserción en la sociedad.
El don de sí, que inspira el amor mutuo de los esposos, se pone como modelo y norma del don de
sí que debe haber en las relaciones entre hermanos y hermanas, y entre las diversas generaciones que
conviven en la familia. La comunión y la participación vivida cotidianamente en la casa, en los momentos
de alegría y de dificultad, representa la pedagogía más concreta y eficaz para la inserción activa,
responsable y fecunda de los hijos en el horizonte más amplio de la sociedad.
C) La educación para una cultura sexual que sea verdadera y plenamente
personal.
o Ante una cultura que «banaliza» en gran parte la sexualidad humana,
porque la interpreta y la vive de manera reductiva y empobrecida,
relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio
educativo de los padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea
verdadera y plenamente personal.
La educación para el amor como don de sí mismo constituye también la premisa indispensable para
los padres, llamados a ofrecer a los hijos una educación sexual clara y delicada. Ante una cultura que
«banaliza» en gran parte la sexualidad humana, porque la interpreta y la vive de manera reductiva y
empobrecida, relacionándola únicamente con el cuerpo y el placer egoísta, el servicio educativo de los
padres debe basarse sobre una cultura sexual que sea verdadera y plenamente personal. En efecto, la
sexualidad es una riqueza de toda la persona —cuerpo, sentimiento y espíritu— y manifiesta su
significado íntimo al llevar la persona hacia el don de sí misma en el amor.
La educación sexual, derecho y deber fundamental de los padres, debe realizarse siempre bajo su
dirección solícita, tanto en casa como en los centros educativos elegidos y controlados por ellos. En este
sentido la Iglesia reafirma la ley de la subsidiaridad, que la escuela tiene que observar cuando coopera en
la educación sexual, situándose en el espíritu mismo que anima a los padres.
Educación para la castidad
En este contexto es del todo irrenunciable la educación para la castidad, como virtud que desarrolla
la auténtica madurez de la persona y la hace capaz de respetar y promover el «significado esponsal» del
cuerpo. Más aún, los padres cristianos reserven una atención y cuidado especial —discerniendo los signos
de la llamada de Dios— a la educación para la virginidad, como forma suprema del don de uno mismo
que constituye el sentido mismo de la sexualidad humana.
Por los vínculos estrechos que hay entre la dimensión sexual de la persona y sus valores éticos, esta
educación debe llevar a los hijos a conocer y estimar las normas morales como garantía necesaria y
preciosa para un crecimiento personal y responsable en la sexualidad humana.
Por esto la Iglesia se opone firmemente a un sistema de información sexual separado de los principios
morales y tan frecuentemente difundido, el cual no sería más que una introducción a la experiencia del
placer y un estímulo que lleva a perder la serenidad, abriendo el camino al vicio desde los años de la
inocencia.
D) La familia y la educación específica cristiana
o La misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo,
iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo.
• Familiaris consortio, 39: En la familia “se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la
misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los
seguidores de Cristo. En la familia consciente de tal don, como escribió Pablo VI, «todos los miembros
evangelizan y son evangelizados» (Exhort. Apostólica Evangelii nuntiandi, 71).En virtud del ministerio
de la educación los padres, mediante el testimonio de su vida, son los primeros mensajeros del Evangelio
ante los hijos.”
• Familiaris consortio, 39: la educación cristiana: “no persigue solamente la madurez propia de la
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persona humana... sino que busca, sobre todo, que los bautizados se hagan más conscientes cada día del
don recibido de la fe, mientras se inician gradualmente en el conocimiento del misterio de la salvación;
aprendan a adorar a Dios Padre en espíritu y en verdad (cf. Juan 4, 23), ante todo en la acción litúrgica,
formándose para vivir según el hombre nuevo en justicia y santidad de verdad (Efesios 4, 22-24), y así
lleguen al hombre perfecto, en la edad de la plenitud de Cristo (cf. Efesios 4, 13), y contribuyan al
crecimiento del Cuerpo místico. Conscientes, además, de su vocación, acostúmbrense a dar testimonio de
la esperanza que hay en ellos (cf. 1 Pedro 3, 15) y a ayudar a la configuración cristiana del mundo»”
(Decl. Sobre la educación cristiana de la juventud Gravissimum educationis)
Los hijos aprenden en la familia a descubrir su vocación, lo que Dios
quiere de ellos: los padres han de fomentar la vocación personal de
cada hijo 2
.
• Familiaris consortio, n. 53: “La familia debe formar a los hijos para la vida, de manera que cada
uno cumpla en plenitud su cometido, de acuerdo con la vocación recibida de Dios. Efectivamente, la
familia que está abierta a los valores transcendentes, que sirve a los hermanos en la alegría, que cumple
con generosa fidelidad sus obligaciones y es consciente de su cotidiana participación en el misterio de la
cruz gloriosa de Cristo, se convierte en el primero y mejor seminario de vocaciones a la vida consagrada
al Reino de Dios”.
“El ministerio de evangelización y catequesis de los padres debe acompañar la vida de los hijos también
durante su adolescencia y juventud, cuando ellos, como sucede con frecuencia, contestan o incluso rechazan la fe
cristiana recibida en los primeros años de su vida”.
Los hijos aprenden en la familia el sentido profundo de la oración
• Familiaris consortio, n. 59: “La Iglesia ora por la familia cristiana y la educa para que viva en generosa
coherencia con el don y el cometido sacerdotal recibidos de Cristo Sumo Sacerdote. En realidad, el sacerdocio
bautismal de los fieles, vivido en el matrimonio-sacramento, constituye para los cónyuges y para la familia el
fundamento de una vocación y de una misión sacerdotal, mediante la cual su misma existencia cotidiana se
transforma en «sacrificio espiritual aceptable a Dios por Jesucristo». (1 Pe 2, 5).
“La vida de oración en la familia “tiene como contenido original la misma vida de familia que en las
diversas circunstancias es interpretada como vocación de Dios y es actuada como respuesta filial a su llamada:
alegrías y dolores, esperanzas y tristezas, nacimientos y cumpleaños, aniversarios de la boda de los padres, partidas,
alejamientos y regresos, elecciones importantes y decisivas, muerte de personas queridas, etc., señalan la
intervención del amor de Dios en la historia de la familia, como deben también señalar el momento favorable de
acción de gracias, de imploración, de abandono confiado de la familia al Padre común que está en los cielos.”
Introducir progresivamente a los hijos al descubrimiento del misterio
de Dios.
• Familiaris consortio, n. 60: “En virtud de su dignidad y misión, los padres cristianos tienen el deber específico
de educar a los hijos en la plegaria, de introducirlos progresivamente al descubrimiento del misterio de Dios y del
coloquio personal con Él: «Sobre todo en la familia cristiana, enriquecida con la gracia y los deberes del sacramento
del matrimonio, importa que los hijos aprendan desde los primeros años a conocer y adorar a Dios y a amar al
prójimo según la fe recibida en el bautismo». (Conc. Vat. II, Declar. Sobre la educación cristiana de la juventud
Gravissimum educationis, 3; Cfr. Juan Pablo II, Exhort. Ap. Catechesi tradendae, 36).
5. La educación en los valores esenciales de la vida humana (2)
La familia es como la primera escuela de sabiduría, una escuela que educa a
sus miembros en la práctica de las virtudes que llevan a una felicidad
auténtica y duradera.
Benedicto XVI, Homilía, en Nazaret, en el Monte del Precipicio, 14 de mayo de 2009
[Cfr. Primera y Segunda Lecturas]
o Tiene un papel esencial como primera piedra de la construcción de una
sociedad bien ordenada y acogedora.
En la primera lectura de hoy, tomada del libro del Sirácida (Si 3, 3-7.14-17), la Palabra de Dios
presenta a la familia como la primera escuela de sabiduría, una escuela que educa a sus miembros en la
práctica de las virtudes que llevan a una felicidad auténtica y duradera. En el plan de Dios para la familia,
el amor de los cónyuges produce el fruto de nuevas vidas, y se manifiesta cada día en los esfuerzos
amorosos de los padres para impartir a sus hijos una formación integral, humana y espiritual. En la
familia a cada persona —tanto al niño más pequeño como al familiar más anciano— se la valora por sí
misma, y no se la ve meramente como un medio para otros fines. Aquí empezamos a vislumbrar algo del
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Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1656: Lumen gentium, 11; Familiaris consortio, 21.
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papel esencial de la familia como primera piedra de la construcción de una sociedad bien ordenada y
acogedora. Además logramos apreciar, dentro de la sociedad en general, el deber del Estado de apoyar a
las familias en su misión educadora, de proteger la institución de la familia y sus derechos naturales, y de
asegurar que todas las familias puedan vivir y florecer en condiciones de dignidad.
o Es un lugar de fe, de oración y de solicitud amorosa por el bien verdadero y
duradero de cada uno de sus miembros.
El apóstol san Pablo, escribiendo a los Colosenses, habla instintivamente de la familia cuando
quiere ilustrar las virtudes que edifican "el único cuerpo", que es la Iglesia. Como "elegidos de Dios,
santos y amados", estamos llamados a vivir en armonía y en paz los unos con los otros, mostrando sobre
todo magnanimidad y perdón, con el amor como el vínculo mayor de perfección (cf. Col 3, 12-14). Como
en la alianza conyugal el amor del hombre y de la mujer es elevado por la gracia hasta convertirse en
participación y expresión del amor de Cristo y de la Iglesia (cf. Ef 5, 32), así también la familia, fundada
en el amor, está llamada a ser una "iglesia doméstica", un lugar de fe, de oración y de solicitud amorosa
por el bien verdadero y duradero de cada uno de sus miembros.
El hombre debe ser considerado siempre en su dignidad de persona y de
hijo de Dios.
• Familiaris consortio, 64: “Animada y sostenida por el mandamiento nuevo del amor, la familia
cristiana vive la acogida, el respeto, el servicio a cada hombre, considerado siempre en su dignidad de
persona y de hijo de Dios.”
6. La familia en algunos puntos del Catecismo de la Iglesia Católica y del Concilio
Vaticano II.
• Catecismo de la Iglesia Católica, n. 526: El Misterio de Navidad se realiza en nosotros cuando
Cristo "toma forma" en nosotros (Gálatas 4, 19). Navidad es el Misterio de este "admirable intercambio":
"O admirabile commercium! El Creador del género humano, tomando cuerpo y alma, nace de una
virgen y, hecho hombre sin concurso de varón, nos da parte en su divinidad" (LH, antífona de la
octava de Navidad).
o La familia es la primera escuela de vida cristiana
• La apertura a Dios es lo que hace ejemplar a la familia de Nazaret para todas las familias cristianas.
Es muy importante que la familia viva su vida en la fe, de modo que a la luz de ésta los miembros de la
familia interpreten todas las etapas y los sucesos que miden la misma vida.
• Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1656: En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e
incluso hostil a la fe, las familias creyentes tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe
viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II llama a la familia, con una antigua expresión, "Ecclesia
domestica" (Lumen Gentium, 11; cf. Familiaris Consortio, 21). En el seno de la familia, "los padres han
de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de
fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada"
(Lumen Gentium, 11).
o En la familia se aprenden los valores morales; se comienza a honrar a Dios
y a usar bien de la libertad; la vida de familia es iniciación a la vida de la
sociedad. La familia es escuela del más rico humanismo.
• Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2207: “La familia es la «célula original de la vida social». Es la
sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en el don de la vida.
La autoridad, la estabilidad y la vida de relación en el seno de la familia constituyen los fundamentos de
la libertad, de la seguridad, de la fraternidad en el seno de la sociedad. La familia es la comunidad en la
que, desde la infancia, se pueden aprender los valores morales, se comienza a honrar a Dios y a usar bien
de la libertad. La vida de familia es iniciación a la vida en sociedad”.
• Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1657: Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el
sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia,
"en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción de gracias, con el testimonio de una vida
santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras" (Lumen Gentium, 10). “El hogar es así la
primera escuela de la vida cristiana y «escuela del más rico humanismo» (Gaudium et spes 52, 1). Aquí se
aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre
todo el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de su vida.”
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