domingo, 2 de junio de 2019

Solemnidad de la Ascensión Ciclo C 2 de junio de 2019



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Ø La Ascensión del Señor (2019), Ciclo C. Solemnidad de la Ascensión: el señor encarga a sus discípulos ser sus testigos. Encontrar la armonía entre historia y eternidad. Estamos llamados a mirar desde la tierra al cielo, con el empeño de consolidar el reino de Dios en la tierra: haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común.


v  Cfr. Solemnidad de la Ascensión  Ciclo C  2 de junio de  2019

Hechos de los Apóstoles 1, 1-11; Efesios 1, 17-23 o bien Hebreos 9, 24-28.10, 19-23; Lucas 24, 46-53
Cfr. Raniero Cantalamessa, Passa Gesù di Nazaret, Ciclo C Piemme 1999, pp. 155-160; Temi di Predicazione – omelie, Ciclo C 49 Nuova Serie, Editrice Domenicana Italiana, pp. 82-88; San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa; Conversaciones. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scrittture Anno C, Piemme 1999, pp. 138-143

Hechos de los Apóstoles 1, 1-11: En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les recomendó:
- «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.» Ellos lo rodearon preguntándole: - «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» 7 Jesús contestó: - «No es cosa vuestra  conocer los tiempos o momentos  que el Padre ha fijado con su poder, 8 sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y
seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra». 9 Y después de decir  esto, mientras ellos lo observaban, se elevó, y una nube  lo ocultó a sus ojos. 10 Estaban mirando atentamente al cielo mientras él se iba, cuando se presentaron ante ellos dos hombres con vestiduras blancas 11 que dijeron: - «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? Este mismo Jesús,  que de entre vosotros ha sido elevado al cielo, vendrá de igual manera a como le habéis visto subir al cielo» 
Efesios 1, 17-23: Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle . 18 Ilumine los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, 19 y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa, 20 que desplegó en Cristo, resucitándole de entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, 21 por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero. 22 Bajo sus pies sometió todas la cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia, 23 que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todas las cosas.
Conclusión del evangelio según san Lucas 24, 46-53: En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas. Y sabed que yo os envío al  que mi Padre ha prometido.  Vosotros permaneced  en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto » Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.

 


Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros,
y seréis mis testigos
en Jerusalén, en toda Judea y Samaría,
y hasta los confines de la tierra.
(Hechos de los Apóstoles  1,8)



1,8; Lucas 24, 48), en el tiempo presente que nos toca vivir hasta su segunda
venida.

v  A. Después de la Ascensión,  los Apóstoles – y con ellos todos los cristianos –tienen que continuar la misión de Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo.

Los apóstoles todavía están aturdidos por cuanto ha sucedido delante de sus ojos. Con tristeza y nostalgia miran a Jesús que se aleja. Pero he aquí algunos ángeles se les aparecen y les dicen: «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo?» 
Es verdad, ahora nos  toca a nosotros ponernos a trabajar, ser sus testigos. Es necesario seguir desarrollando la misión de Jesús y anunciar su Evangelio a cada criatura, empezar a llevar a la práctica sus palabras y a vivir según sus enseñanzas. ¿Pero dónde se encontrará la "fuerza" para anunciar al mundo un mensaje tan comprometido como el de Jesús? Sólo con la "potencia" y con el "don" del Espíritu Santo que Cristo enviará a sus discípulos.

v  B. Quién es el testigo

                Cfr. Cantalamessa o.c. pp. 154-155

o   En primer lugar los Apóstoles: proclaman la vida que se ha manifestado en ellos.

El «vosotros» [cfr. Lc 24,48], indica en primer lugar a los apóstoles que han estado con Jesús. En efecto, después de Pentecostés, ellos no hacen otra cosa que dar testimonio de Cristo. Proclaman a todos: «A este Jesús le resucitó Dios, y de eso todos nosotros somos testigos» (Hech 2,32). «La vida se ha manifestado: nosotros la hemos visto y damos testimonio»: así comienza la Primera carta de Juan. 

o   Sus sucesores

El testimonio que se puede llamar «oficial», es decir ligado al oficio, pasa a sus sucesores, los obispos y sacerdotes, que, en efecto, son definidos, en un texto del concilio Vaticano II, «testigos de Cristo y del evangelio» (Lumen gentium, 21).

o   En sentido amplio, todos los bautizados y creyentes en Cristo

Aquel «vosotros», en sentido más amplio, son todos los bautizados y creyentes en Cristo. «Cada laico debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús y signo del Dios vivo» (Lumen gentium, 38).

v  ¿Qué debe hacer un testigo? pp. 156-157

o   Atestigua algo que ha visto, experimentado personalmente

Testigo es quien «atestigua» (certifica), quien afirma algo. Pero no todos los que afirman algo son testigos. Lo es quien atestigua una cosa que  ha visto, oído o experimentado personalmente; no quien refiere una cosa sabida de otros. En este último caso, sólo puede atestiguar que alguien ha dicho una cierta cosa, pero no que esa cosa es verdadera. 

o   Corre un  riesgo

En general, a la idea de testimonio está unida la de riesgo. Siempre habrá alguien a quien  no gusta la verdad, y que hará todo lo posible para descalificar, o, incluso, eliminar el testigo incómodo.  La palabra «mártir» ha adquirido un significado autónomo y indica a alguien que da la vida por una causa, pero, originariamente, significaba «testigo».

o   La diferencia entre testigos y maestros

Si el papel de los testigos es vital en la sociedad civil, no es menos vital en el ámbito de la Iglesia. Se ha hecho célebre la afirmación de Pablo VI: «El mundo tiene necesidad de testigos más que de maestros». (...) En efecto, en el mundo pululan los maestros, verdaderos o falsos, pero escasean los testigos. Entre los dos papeles hay la misma diferencia que existe , según el proverbio, entre el decir y el hacer. «Los hechos, dice un proverbio inglés, hablan más fuertemente que las palabras» (Deeds speak louder than words).

o   El testigo y la vida

Testigo es quien habla con la vida. En este sentido, el modelo de todo testimonio es Cristo mismo que, ante Pilatos, se definió como el «testigo de la verdad» (literalmente: el mártir de la verdad), y a quien la Escritura llama el «testigo fiel». El, en efecto, ha vivido hasta la última coma lo que enseñó, y ha dado la vida para dar testimonio de la verdad.
(...) Existe el llamado  «martirio cotidiano», es decir el testimonio cotidiano, que a veces no es menos exigente que el martirio de sangre.  (p. 158).

o   La fuerza del Espíritu es quien nos hace testigos

Jesús no nos deja solos. «Tendréis la fuerza del Espíritu Santo». Nos ha concedido anticipadamente un «abogado» invencible que estará a nuestro lado. «Cuando venga el Paráclito ... Él dará testimonio de mí. También vosotros daréis testimonio». (Juan 15, 26-27; cfr. Hechos 5,32). p. 159

o   El Espíritu da la alegría del testimonio: testimoniar no es sólo un peso y un deber, sino necesidad del corazón

Un modo de manifestarse la «fuerza» del Espíritu es darnos la alegría de testimoniar, por lo que testimoniar el evangelio a los demás no es ya solamente un peso y un deber, sino que se convierte en una necesidad del corazón. Se dice de los Apóstoles que, después que habían sido azotados, «salían gozosos de la presencia del Sanedrín , porque habían sido dignos de ser ultrajados a causa del nombre de Jesús» (Hechos 5,41)»    p. 160

o   Amar el mundo apasionadamente

San Josemaría en Conversaciones,  n. 116
·         “Os aseguro, hijos míos, que cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las
acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día. En la línea del horizonte, hijos míos, parecen unirse el cielo y la tierra. Pero no, donde de verdad se juntan es en vuestros corazones, cuando vivís santamente la vida ordinaria...”

2.    Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo? (Hechos 1, 11)
      Gianfranco Ravasi, pp. 139-140

v  La Ascensión: el entrelazamiento entre el presente y el futuro, entre existencia y esperanza.

·         El tiempo de la Iglesia no es una espera engañosa de alguien ausente o la evasión alienante hacia un
cielo de sueño, sino que es, en cambio, la vuelta a la Jerusalén terrena para recorrer enteramente los caminos de la propia misión. Sólo así se abre al discípulo la puerta de la Jerusalén celestial.
Por tanto, la Ascensión en vez de ser una fiesta para soñadores o personas con mentalidad apocalíptica, de hombres excitados por el íncubo de la imagen del fin del mundo, es, en realidad, la imagen visible y simbólica de un entrelazamiento entre presente y futuro, entre existencia y esperanzza. Ciertamente, como escribe Pablo a los Efesios, Dios nos abre los ojos de la mente para hacernos intuir «la maravillosa esperanza a la que nos ha llamado» (1,8). 
Pero, como nos sugieren los Hechos de los Apóstoles (1, 4.8), no debemos alejarnos de nuestra ciudad, de la Jerusalén terrena, porque en ella y en todas las demás regiones de la tierra, deberemos ser los testimonios de Cristo y de su palabra.

v  Dos extremismos espirituales que hay que corregir

o   Mirar al cielo de modo que nos aparta del peso de los compromisos.

Por tanto, es en una correcta lectura de la Ascensión, signo de la última meta de Cristo y del cristiano, donde se corrigen ciertos extremismos espirituales opuestos.
Por una parte, es fuerte la tentación   de «mirar al cielo»- como arrebatados por una contemplación que aparta de la tierra, del rumor de lo cotidiano, del peso de los compromisos, como atestiguan también en nuestro tiempo  los movimientos apocalípticos como el de los Testigos de Jehová o  ciertas experiencias carismáticas exaltadas.

o   la tentación “secularista”.

Que encierra todo el cristianismo en un “hacer” concreto que se inmerge en las cosas.

o   Encontrar la armonía entre el tiempo presente y la meta viva que debe haber en el horizonte, entre historia y eternidad.

Se trata, por tanto, de encontrar la armonía entre el camino presente y la meta que hay que tener viva en el horizonte, entre destino cotidiano e inmediato y destino último y perfecto. El Concilio Vaticano II, en Gaudium et spes, ha afirmado con claridad:
«Y ciertamente se nos advierte que de nada sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo (Lucas 9, 25). Mas la esperanza de una nueva tierra no debe atenuar, sino más bien excitar la preocupación por perfeccionar esta tierra, en donde crece aquel Cuerpo de la nueva humanidad que puede ya ofrecer una cierta prefiguración del mundo nuevo».

Desde que Cristo se ha encarnado, la historia y la eternidad se han unido inseparablemente.  Lo que nosotros profesamos en el Credo no es tanto la inmortalidad del alma como la «resurrección de la carne»,  es decir, el ingreso de todo el ser  y de toda la creación en el misterio glorioso de Dios. Esta es la Ascensión plena y total, es éste el último sentido de la Pascua del Señor”.

o   En el tiempo que toca vivir a cada cristiano, ninguno puede  estar pasivo.

       Cfr. Es Cristo que pasa, 121
·         “Tenemos una gran tarea por delante. No cabe la actitud de permanecer pasivos, porque el Señor nos
declaró expresamente: negociad, mientras vengo (Lc XIX,13). Mientras esperamos el retorno del Señor, que volverá a tomar posesión plena de su Reino, no podemos estar cruzados de brazos. La extensión del Reino de Dios no es sólo tarea oficial de los miembros de la Iglesia que representan a Cristo, porque han recibido de El los poderes sagrados. Vos autem estis corpus Christi (I Cor XII, 27), vosotros también sois cuerpos de Cristo, nos señala el Apóstol, con el mandato concreto de negociar hasta el fin”.

o   Estamos llamados a mirar desde la tierra al cielo, con el empeño de consolidar el reino de Dios en la tierra: haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común.

       Cfr. Benedicto XVI, Homilía en Cracovia, 28 de mayo de 2006.
·         Estamos llamados, permaneciendo en la tierra, a mirar fijamente al cielo, a orientar la atención, el
pensamiento y el corazón hacia el misterio inefable de Dios. Estamos llamados a mirar hacia la realidad divina, a la que el hombre está orientado desde la creación. En ella se encierra el sentido definitivo de nuestra vida. (…)
§  Mirad desde la tierra al cielo, fijando la mirada en Cristo y consolidando su reino en la tierra: reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia.
            También yo, Benedicto XVI, sucesor del Papa Juan Pablo II, os ruego que miréis desde la tierra al cielo, que fijéis vuestra mirada en Aquel a quien desde hace dos mil años siguen las generaciones que viven y se suceden en nuestra tierra, encontrando en él el sentido definitivo de la existencia. Fortalecidos por la fe en Dios, esforzaos con empeño por consolidar su reino en la tierra: el reino del bien, de la justicia, de la solidaridad y de la misericordia.
§  Llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren .... haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común.
            Os ruego que testimoniéis con valentía el Evangelio ante el mundo de hoy, llevando la esperanza a los pobres, a los que sufren, a los abandonados, a los desesperados, a quienes tienen sed de libertad, de verdad y de paz. Haciendo el bien al prójimo y promoviendo el bien común, testimoniad que Dios es amor.
(...)

3.    La Ascensión en el Catecismo de la Iglesia Católica

v  Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra

·         n. 668: "Cristo murió y volvió a la vida para eso, para ser Señor de muertos y
vivos" (Rm 14, 9). La Ascensión de Cristo al Cielo significa su participación, en su humanidad, en el poder y en la autoridad de Dios mismo. Jesucristo es Señor: posee todo poder en los cielos y en la tierra. El está "por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación" porque el Padre "bajo sus pies sometió todas las cosas"(Ef 1, 20-22). Cristo es el Señor del cosmos (cf. Ef 4, 10; 1 Co 15, 24. 27-28) y de la historia. En Él, la historia de la humanidad e incluso toda la Creación encuentran su recapitulación (Ef 1, 10), su cumplimiento transcendente.


Vida Cristiana

Los frutos de la Ascensión: el reconocimiento de que Jesús es el Señor. Catequesis sobre la ascensión de Juan Pablo II. La Ascensión manifiesta que Jesús es el Señor (19.IV.89)

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Ø  Los frutos de la Ascensión: el reconocimiento de que Jesús es el Señor. Catequesis sobre la ascensión de Juan Pablo II. La Ascensión manifiesta  que Jesús es el Señor (19.IV.89) [1]


JESÚS ES EL SEÑOR

A. La elevación, la ascensión al cielo, significa la participación de Cristo hombre en el poder y autoridad de Dios mismo: tal participación se manifiesta en el «envío» del Espíritu el cual recibe de la redención llevada a cabo por Cristo y realiza la conversión de los  corazones.


1. El anuncio de Pedro en el primer discurso pentecostal en Jerusalén es elocuente y solemne: 'A este Jesús Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y lo ha derramando' (Hech 2, 32)33). 'Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado' (Hech 2 36). Estas palabras (dirigidas a la multitud compuesta por los habitantes de aquella ciudad y por los peregrinos que habían llegado de diversas partes para la fiesta) proclaman la elevación de Cristo (crucificado y resucitado) 'a la derecha de Dios'. La 'elevación', o sea, la ascensión al cielo, significa la participación de Cristo hombre en el poder y autoridad de Dios mismo. Tal participación en el poder y autoridad de Dios Uno y Trino se manifiesta en el 'envío' del Consolador, Espíritu de la verdad, el cual 'recibiendo' (Cfr. Jn 16, 14) de la redención llevada a cabo por Cristo, realiza la conversión de los corazones humanos. Tanto es así, que ya aquel día, en Jerusalén, 'al oír esto sintieron el corazón compungido' (Hech 2, 37). Y es sabido que en pocos días se produjeron miles de conversiones.

v  El conjunto de los sucesos pascuales revelan a Jesús definitivamente como Mesías y Señor

2. Con el conjunto de los sucesos pascuales, a los que se refiere el Apóstol Pedro en el discurso de Pentecostés, Jesús se reveló definitivamente como Mesías enviado por el Padre y como Señor.
La conciencia de que Él era 'el Señor', había entrado ya de alguna manera en el ámbito de los Apóstoles durante la actividad prepascual de Cristo. El mismo alude a este hecho en la última Cena: 'Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien porque lo soy' (Jn 13,17). Esto explica porque los Evangelistas hablan de Cristo 'Señor' como de un dato admitido comúnmente en las comunidades cristianas. En particular, Lucas pone ya ese término en boca del ángel que anuncia el nacimiento de Jesús a los pastores: 'Os ha nacido un salvador que es el Cristo Señor' (Lc 2, 11 ) . En muchos otros lugares usa el mismo apelativo (Cfr. Lc 7, 13; 10, 1; 10, 41; 11, 39; 12, 42; 13, 15; 17, 6; 22, 61). Pero es cierto que el conjunto de los sucesos pascuales ha consolidado definitivamente esta conciencia. A la luz de estos sucesos es necesario leer la palabra 'Señor' referida también a la vida y actividad anterior del Mesías. Sin embargo, es necesario profundizar sobre todo el contenido y el significado que la palabra tiene en el contexto de la elevación y de la glorificación de Cristo resucitado, en su ascensión al cielo.

o   San Pablo repite en sus Cartas que Cristo es el Señor

3. Una de las afirmaciones más repetidas en las Cartas paulinas es que Cristo es el Señor. Es conocido el pasaje de la Primera Carta a los Corintios donde Pablo proclama: 'Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosa y por el cual somos nosotros' (1 Cor 8,6; cfr. 16, 22; Rom 10, 9; Col 2, 6). Y el de la Carta a los Filipenses, donde Pablo presenta como Señor a Cristo, que humillado hasta la muerte, ha sido también exaltado 'para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre' (Flp 2, 10)11).

o   Nadie puede decir “Jesús es el Señor” sino bajo la acción del Espíritu Santo

Pero Pablo subraya que 'nadie puede decir: "Jesús es Señor'' sino bajo la acción del Espíritu Santo' (1 Cor 12, 3). Por tanto 'bajo la acción del Espíritu Santo' también el Apóstol Tomás dice a Cristo, que se le apareció después de la resurrección: 'Señor mío y Dios mío' (Jn 20, 28). Y lo mismo se debe decir del diácono Esteban, que durante la lapidación ora: 'Señor Jesús, recibe mi espíritu no les tengas en cuenta este pecado' (Hech 7, 59)60).
Finalmente, el Apocalipsis concluye el ciclo de la historia sagrada y de la revelación con la invocación de la Esposa y del Espíritu: 'Ven, Señor Jesús' (Ap 22, 20).
Es el misterio de la acción del Espíritu Santo 'vivificante' que introduce continuamente en los corazones la luz para reconocer a Cristo, la gracia para interiorizar en nosotros su vida, la fuerza para proclamar que Él (y sólo Él) es 'el Señor'.

o   Jesucristo es el Señor, porque posee la plenitud del poder 'en los cielos y sobre la tierra'

4. Jesucristo es el Señor, porque posee la plenitud del poder 'en los cielos y sobre la tierra'. Es el poder real 'por encima de todo Principado, Potestad, Virtud, Dominación Bajo sus pies sometió todas las cosas' (Ef 1, 21- 22). Al mismo tiempo es la autoridad sacerdotal de la que habla ampliamente la Carta los Hebreos, haciendo referencia al Salmo 109/110, 4: 'Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec' (Heb 5, 6). Este eterno sacerdocio de Cristo comporta el poder de santificación de modo que Cristo 'se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen' (Heb 5, 9). 'De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por Él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor' (Heb 7, 25). Asimismo, en la Carta a los Romanos leemos que Cristo 'está a la diestra de Dios e intercede por nosotros' (Rom 8, 34). Y finalmente, San Juan nos asegura: 'Si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo' (1 Jn 2, 1).

o   Como Señor, Cristo es la Cabeza de la Iglesia

5. Como Señor, Cristo es la Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo. Es la idea central de San Pablo en el gran cuadro cósmico-histórico-sotereológico, con que describe el contenido del designio eterno de Dios en los primeros capítulos de las Carta a los Efesios y a los Colosenses: 'Bajo sus pies sometió todas las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia que es su Cuerpo, la Plenitud del que lo llena todo en todo' (Ef 1, 22). 'Pues Dios tuvo a bien hacer residir en El toda la Plenitud' (Col 1, 19): en Él en el cual 'reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente' (Col 2, 9).
Los Hechos nos dicen que Cristo 'ha adquirido' la Iglesia 'con su sangre' (Hech 20, 28; cfr. 1 Cor 6, 20). También Jesús cuando al irse al Padre decía a los discípulos: 'Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo' (Mt 28 20), en realidad anunciaba el misterio de este Cuerpo que de él saca constantemente las energías vivificantes de la redención. Y la redención continúa actuando como efecto de la glorificación de Cristo.
Es verdad que Cristo siempre ha sido el 'Señor', desde el primer momento de la encarnación, como Hijo de Dios consubstancial al Padre, hecho hombre por nosotros. Pero sin duda ha llegado a ser Señor en plenitud por el hecho de ‘haberse humillado’, ‘se despojó de sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte en cruz’ (Cfr. Flp 2, 8). Exaltado, elevado al cielo y glorificado, habiendo cumplido así toda su misión, permanece en el Cuerpo de su Iglesia sobre la tierra por medio de la redención operada en cada uno y en toda la sociedad por obra del Espíritu Santo. La redención es la fuente de la autoridad que Cristo, en virtud del Espíritu Santo, ejerce sobre la Iglesia, como leemos en la Carta a los Efesios: 'El mismo "dio" a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo. . . a la madurez de la plenitud de Cristo' (Ef 4, 11-13).

B. Cristo es el Señor de todo el cosmos

6. En la expansión de la realeza que se le concedió sobre toda la economía de la salvación, Cristo es el Señor de todo el cosmos. Nos lo dice otro gran cuadro de la Carta a los Efesios: 'Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo' (Ef 4, 10). En la Primera Carta a los Corintios San Pablo añade que todo se le ha sometido 'porque todo (Dios) lo puso bajo sus pies' (con referencia l Sal 8, 5). 'Cuando diga que !todo está sometido!, es evidente que se excluye a Aquél que ha sometido a El todas las cosas' (1 Cor 15, 27). Y el Apóstol desarrolla ulteriormente este pensamiento, escribiendo: 'Cuando hayan sido sometidas a Él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquél que  ha sometido a  El todas las cosas, para que Dios sea todo en todo' (1 Cor 15, 28). 'Luego, el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad' (1 Cor 15, 24).

C. El Señor es el fin de la historia humana [El Señor de la historia humana]

7. La Constitución Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II ha vuelto a tomar este tema fascinante, escribiendo que 'El Señor es el fin de la historia humana, !el punto focal de los deseos de la historia y de la civilización!, el centro del género humano, la alegría de todos los corazones, la plenitud de sus aspiraciones' (n. 45). Podemos resumir diciendo que Cristo es el Señor de la historia. En Él la historia del hombre, y puede decirse de toda la creación, encuentra su cumplimiento trascendente. Es lo que en Tradición se llamaba recapitulación “recapitulatio”, en griego: [  ].  Es una concepción que encuentra su fundamento en la Carta a los Efesios en donde se describe el eterno designio de Dios 'para realizarlo en la plenitud de los tiempos: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra' (Ef 1,10).

D. Cristo es el Señor de la Vida eterna. A Él pertenece el juicio último.

8. Debemos añadir, por último, que Cristo es el Señor de la Vida eterna. A Él pertenece el juicio último, del que habla el Evangelio de Mateo: 'Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria ...  Entonces dirá el Rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo!' (Mt 25, 31. 34).
El derecho pleno de juzgar definitivamente las obras de los hombres y conciencias humanas, pertenece a Cristo en cuanto Redentor del mundo. El, en efecto, 'adquirió' este derecho mediante la cruz. Por eso el Padre 'todo juicio lo ha entregado al Hijo' (Jn 5, 22). Sin embargo el Hijo no ha venido sobretodo para juzgar, sino para salvar. Para otorgar la vida divina que está en El. 'Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre' (Jn 5, 26)27).
Un poder, por tanto, que coincide con la misericordia que fluye en su corazón desde el seno del Padre, del que procede el Hijo y se hace hombre 'propter nos homines et propter nostram salutem'. Cristo crucificado y resucitado, Cristo que 'subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre'. Cristo que es, por tanto, el Señor de la vida eterna, se eleva sobre el mundo y sobre la historia como un signo de amor infinito rodeado de gloria, pero deseoso de recibir de cada hombre una respuesta de amor para darles la vida eterna.




Vida Cristiana



[1] Es una de las tres Catequesis en Audiencias Generales de San Juan Pablo II sobre la Ascensión (19 de abril de 1989). Las anteriores fueron  el 5 y el 12 de abril,
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