viernes, 10 de marzo de 2017

Domingo 2º de Cuaresma (12 de marzo de 2017), Año A.



[Chiesa/Omelie1/Quaresima/2A17VocacióndivinaAbrahánYTodos]

Ø     Domingo 2º de Cuaresma (12 de marzo de 2017), Año A. La figura de Abrahán: creyente y

amigo de Dios. Abrahán tendrá que  creer y confiar en la misteriosa acción de Dios, quien le pide abandonar  su tierra (sus propiedades, sus bienes, las pequeñas y grandes cosas a que estaba acostumbrado, los paisajes y los objetos, los amaneceres y los atardeceres, su patria y la casa de su padre); su patria (el «lugar natal», es decir, el horizonte humano y cultural, los usos y costumbres, la religión nacional, el estilo social de vida, la propia identidad general, modelada por el entorno humano y sus valores); la casa de su padre: (la familia, el clan, con toda su red de relaciones humanas, afectivas, hereditarias, morales, económicas, tradicionales). Dios le promete hacer de él una gran nación, que bendecirá a los que le bendigan y maldecirá a los que le maldigan … Él obedeció. La fe puede ser puesta a prueba.


v     Cfr. 2º Cuaresma A  – 12 marzo 2017

Mateo 17, 1-9; Génesis 12, 1-4a; 2 Timoteo 1, 8b-10

Génesis 12, 1-4a: 1 En aquellos días el Señor dijo a Abrán: "Sal de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré. 2 Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y serás  una bendición. 3 Bendeciré a los que  te bendigan, y maldeciré a los que  te maldigan, y en ti serán benditas todas las familias de la tierra. "4 Abrán marchó, como le había dicho el Señor.
2 Timoteo 1, 8b-10: 8 Querido hermano: toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios. 9 Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, 10 la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.

Dios llama a Abrahán: “Sal de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre,
a la tierra que yo te mostraré”.
(Primera Lectura, Génesis 12, 1)
“Te bendeciré. Bendeciré a los que te bendigan”.
(Génesis 12, 2-3)
Dios nos llama también a nosotros: “Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa”.
(Segunda Lectura, 2 Timoteo 1, 9)

1. La figura de Abrahán
    Cfr. Vincenzo Raffa, Liturgia Festiva, Tipografía Poliglotta Vaticana 1983, n. 105

v     Personaje típico de creyente y amigo de Dios

-          “Fue siempre considerado por hebreos y cristianos como un personaje típico de creyente y
amigo de Dios por su fe coherente (Juan 8, 39; Santiago 2, 20-24). Dios le confió un cometido particular, prometiendo hacerle rico y feliz y, en él, «todos los pueblos de la tierra».  A diferencia del primer hombre, desconfiado y desobediente (Génesis 3, 16-19) y privado por esto de las bendiciones primordiales,  de las que estaba lleno  (Génesis 1, 28). Abrahán tuvo plena confianza en Dios y obedeció: creyó con la fuerte convicción de que habría tenido una numerosa descendencia como las estrellas del cielo, aunque la promesa divina, que le había sido hecha cuando era ya viejo lo mismo que su mujer Sara,  también anciana y además estéril desde siempre, parecía absurda (Génesis 18, 11-15; 22,17; 24, 36; Romanos 4 , 1-25; Gálatas 3, 6-9; Hebreos 11, 11-12, Santiago 2, 23).
            Abrahán obedeció al mandato de dejar la casa, los parientes y la patria; y al mandato, mil veces más duro, de sacrificar su único hijo Isaac (Génesis 22, 1-18)”.  

2. La fe de Abrahán


v     La promesa divina se abrirá camino en medio de las pruebas.

Cfr. Gianfranco Ravasi, Los rostros de la biblia,  San Pablo 2008, pp. 37-39

o     Dios hace una promesa: te bendeciré, haré famoso tu nombre, bendeciré a quienes te bendigan …

·         La Biblia trata de interpretar el nombre del patriarca recurriendo a una variación que tenga
afinidad con una expresión hebrea: de Abrán (que literalmente significaba «padre elevado, exaltado», título glorioso reservado a la divinidad como padre) se tiene Abrahán, «padre de una multitud de pueblos» (Génesis 17, 5).  De este modo aparece uno de los temas de la promesa que Señor había hecho al patriarca, el de la descendencia, al que se unirá el don de la tierra de Canaán. De cualquier modo la posteridad será como el signo fundamental de la «bendición» divina para Abrahán. 
            Porque si se lee atentamente el texto bíblico de la liturgia de hoy, se oye resonar por cinco veces un término: «Te bendeciré … serás una bendición … bendeciré a los que te bendigan …en ti serán benditos los pueblos de la tierra».

o     Abrahán tendrá que  creer y confiar en la misteriosa acción de Dios.  

·         Sabemos que la promesa divina se abrirá camino en medio de las pruebas del patriarca fatigosa
y lentamente, por lo que Abrahán tendrá que creer y confiar en la misteriosa acción de Dios que, primero, por medio de su esclava Agar, le da un hijo, Ismael, según un típico procedimiento del antiguo Oriente Próximo, y después, a través de su mujer ya anciana, Sara, le permitirá concebir a Isaac.
§         La prueba de la fe se consumará en la cima del monte Moria: Abrahán está dispuesto a renunciar al hijo tan esperado y prometido por el mismo Señor.
Pero la prueba de la fe, que se consumará en la cima del monte Moria, va a llegar entonces a su punto culminante: allá arriba Abrahán estará dispuesto a renunciar al hijo tan esperado, y prometido por el mismo Señor que ahora le pide que lo sacrifique. Sin embargo será Dios mismo el que se lo entregue de nuevo como como signo total de su bendición y como suprema garantía de una fe pura y absoluta que hará de Abrahán «nuestro padre en la fe», como dirá san Pablo (léase Romanos 4, 1-25 y Gálatas 3, 1-19). 

v     La triple ruptura respecto al pasado; Abrán debe abandonar  su tierra, su patria y la casa de su padre

Cfr. Gianfranco Ravasi, Guía espiritual del Antiguo Testamento, El libro del Génesis (12-50), Herder -  Ciudad Nueva 1994, pp. 33-35
·         Tierra: “su horizonte material, sus propiedades, sus bienes, las pequeñas y grandes cosas a que
estaba acostumbrado, los paisajes y los objetos, los amaneceres y los atardeceres dentro de un marco conocido, ese cálido rincón que es la vida cotidiana” (Ravasi, 33); patria: “el «lugar natal», es decir, el horizonte humano y cultural, los usos y costumbres, la religión nacional, el estilo social de vida, la propia identidad general, modelada por el entorno humano y sus valores” (Ravasi, 33); casa de su padre: “la familia, el clan, con toda su red de relaciones humanas, afectivas, hereditarias, morales, económicas, tradicionales. Es aquí donde la vida continúa y donde el «nombre» se conserva asegurando la inmortalidad en la memoria de sus miembros, que se suceden de generación en generación a través de las cadenas de las genealogías, de las que el Génesis nos ofrece una amplia documentación”. Este último nivel de renuncia es, absolutamente hablando, el más áspero, genera miedo y soledad, es un auténtico desgarro, porque es como salir de un seno cálido y protegido para afrontar la oscuridad y la incertidumbre del mundo exterior”  (Ravasi, 33-34). [1]

v     La bendición a Abrahán: los tres horizontes

Cfr. Ravasi, Guía espiritual ... , pp. 35-41

o     La bendición divina, entonada cinco veces  (pp. 35-41)

§         Implica una referencia concreta a la fecundidad, entendida como don divino.
·         “Implica una referencia concreta a la fecundidad, entendida como don divino”. “La llamada
«bendición constitutiva» - la que desciende de Dios al hombre (distinta de la «bendición declarativa» del hombre que «bendice» al Señor por los  dones recibidos) -  tiene la finalidad de «constituir» al hombre en su dignidad y función.” p. 36
§         Tiene tres horizontes
·         a) te bendeciré: la persona del patriarca; b)  bendeciré a los que te bendigan, vecinos, familiares
y amigos de Abraham, cfr. el canto del Salmo 128; c) en ti serán bendecidos todos los linajes de la tierra, cfr. Isaías 19,24: «Aquel día, Israel será un tercero con Egipto y Asiria; una bendición en medio de la tierra»  “La traducción más probable desde el punto de vista filológico es la reflexiva ... Significa que si las «familias de la tierra» piden la bendición invocando el nombre de Abraham, la recibirán. Sea como fuera, aflora aquí una resplandor universalista”. (Ravasi, pp. 37-39)
§         El tercer horizonte: la vocación a la universalidad de la fe. Este horizonte impide mantenerse cerrados en el propio gueto espiritual o humano, nos obliga a salir fuera, a fecundar el jardín del mundo.  
Cfr. Ravasi, Guía espiritual ... p. 39
·         “La elección no es un privilegio celoso, no es una distinción honorífica que deba fijarse en el
escudo familiar. Es, por el contrario, una misión que se debe cumplir frente a los otros. Es irradiación de un bien recibido que no se puede reducir ámbito de sí mismo y de la propia familia, sino que se debe sembrar con manos generosas en el mundo. En la estela de la descripción del sabio diseñada por el Sirácida, podremos decir que el justo es «como canal que sale del río, como acueducto que sale hacia el paraíso ... Ved que he trabajado no sólo para mí, sino para todos los que la buscan [la verdad]» (Eclo 24, 30.34). La vocación a la fe tiene una irremediable vocación misionera; impide mantenerse cerrados en el propio gueto espiritual o humano, nos obliga a salir fuera, a fecundar el jardín  del mundo”. 

3. La fe: fuerza que conforta en el sufrimiento

    Francisco, Enc. Lumen fidei, 29 de junio de 2013

v     En la hora de la prueba, la fe nos ilumina y, precisamente en medio del sufrimiento y la debilidad, aparece claro que «no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor».

o     El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que la fe le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor.

·         n. 56 San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto sobre sus tribulaciones y sufrimientos,
pone su fe en relación con la predicación del Evangelio. Dice que así se cumple en él el pasaje de la Escritura: « Creí, por eso hablé » (2 Co 4,13). Es una cita del Salmo 116. El Apóstol se refiere a una expresión del Salmo 116 en la que el salmista exclama: « Tenía fe, aun cuando dije: ‘‘¡Qué desgraciado soy!” » (v. 10). Hablar de fe comporta a menudo hablar también de pruebas dolorosas, pero precisamente en ellas san Pablo ve el anuncio más convincente del Evangelio, porque en la debilidad y en el sufrimiento se hace manifiesta y palpable el poder de Dios que supera nuestra debilidad y nuestro sufrimiento. El Apóstol mismo se encuentra en peligro de muerte, una muerte que se convertirá en vida para los cristianos (cf. 2 Co 4,7-12). En la hora de la prueba, la fe nos ilumina y, precisamente en medio del sufrimiento y la debilidad, aparece claro que « no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor » (2 Co 4,5). El capítulo 11 de la Carta a los Hebreos termina con una referencia a aquellos que han sufrido por la fe (cf. Hb 11,35-38), entre los cuales ocupa un puesto destacado Moisés, que ha asumido la afrenta de Cristo (cf. v. 26). El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (cf. Mc15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último « Sal de tu tierra », el último « Ven », pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo.

v     ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren!

o     La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar.

§         Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña.
·         n. 57  La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos
hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, « inició y completa nuestra fe » (Hb12,2).

4. Cinco números del Catecismo sobre Abraham.


v     La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo.

- n. 2570: La Promesa y la oración de la fe - Cuando Dios lo llama, Abraham se pone en camino «como se lo había dicho el Señor» (Génesis 12, 4): todo su corazón se somete a la Palabra y obedece. La obediencia del corazón a Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo. Por eso, la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de silencio, en cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más tarde aparece su primera oración con palabras: una queja velada recordando a Dios sus promesas que no parecen cumplirse (Cf Génesis 15, 2-3). De este modo surge desde el principio uno de los aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en Dios que es fiel.

v     Obedecer («ob-audire») en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios. Abraham es el modelo. La Virgen la realización más perfecta.

- n. 144: I LA OBEDIENCIA DE LA FE - Obedecer («ob-audire») en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo  que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.

v     Por la fe Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio

- n. 145: Abraham, «el padre de todos los creyentes» -  La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente en la fe de Abraham: «Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba» (Hebreos 11, 8) (Cf Génesis 12, 1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (Cf Génesis 23, 4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (Cf Hebreos 11, 17).

v     La fe puede ser puesta a prueba.

- n. 164: (…) La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación.
- n. 165: Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra toda esperanza" (Romanos 4, 18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la fe" (Lumen Gentium 58), llegó hasta la "noche de la fe" (Juan Pablo II, Redemptoris Mater, 17) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Hebreos 12, 1  - 2).

Vida Cristiana




[1] Nota de la Redacción: Cada cristiano se preocupará por discernir qué es lo que le pide el Señor, cuál es su camino. Todos somos llamados a salir de la propia comodidad y a tomar parte en los trabajos de la Evangelización.   Todos estamos llamados  a “escuchar” a  Jesucristo, el Hijo amado en quien se ha complacido  Dios Padre (Cfr. Evangelio de hoy, Mateo 17, 5).  Si lo pedimos, hará ver  a cada uno la forma concreta de la petición del Señor. 

jueves, 9 de marzo de 2017

El bosque transfigurado (por Santiago Agrelo)

Lo que resulta evidente es lo humano, lo nuestro.
Lo otro, el misterio, lo vislumbra la sola fe.
Lo nuestro, es el límite, la finitud, la fecha de caducidad, el mal inevitable.
Junto a ese mal inevitable, Jesús de Nazaret y multitud de hombres y mujeres, tantos que nos parece que sea toda la humanidad, padecen la presencia de otro mal, inicuo, perverso, cruel, obsceno, evitable. Es el mal que hacemos: Hemos llenado de cruces los caminos del hombre; hemos llenado de cristos las cruces; y el grito de los crucificados se nos queda en monotonía molesta a las puertas de nuestra tranquilidad.
Las sombras del bosque –inmigrantes sin cuerpo y sin hambre- preguntan dónde está Dios, de quién es padre, de quién se ocupa… pues más parece que esté en el templo dejándose ahumar por el incienso y sobornar por los satisfechos, que no en los caminos cuidando pobres.
Ya sólo quedan las sombras: los acorralados de las fronteras, los desalojados, los deportados, los apaleados, los ahogados, los mutilados de esta guerra del pan, los huérfanos de esta guerra contra la esperanza, los muertos de este sinsentido, los supervivientes que siempre llevarán heridas del cuerpo que sangran en el alma.
Voy a imaginar pronunciadas por ellos –las víctimas-, por ellas –las sombras-, las palabras de tu salmo Iglesia cuerpo de Cristo: “Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”.
Voy a repetir contigo y con ellos la confesión de fe: “Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia”.
Entonces, a la Iglesia y a las sombras, Jesús nos toma consigo, y nos lleva aparte a su montaña alta.
He dicho Jesús: el perseguido, el odiado, el calumniado, el acusado, el condenado, el crucificado…
Y es él, Jesús, la víctima, el que “se transfigura delante de nosotros”.
En esa transfiguración, no se nos muestra lo que Jesús ha de ser, sino lo que ya es. En la montaña alta no ves la luz que a Jesús lo ha de envolver un día, sino la que desde siempre él lleva por dentro. Y no ves sólo lo que es de Jesús, sino también lo que él comparte contigo, pues, si nuestro es el mal que padece, suya es la luz que a las sombras nos ilumina.
Entonces, como Pedro, también nosotros decimos: «Señor, ¡qué bien se está aquí!»
¡Y aún no hemos prestado atención a la revelación más asombrosa!: de Jesús, de la víctima, una voz desde la nube, la palabra desde Dios, dice: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”.
Y tú, no sólo escuchas lo que oyes, sino que escuchas también “lo que ves”, y en “aquella víctima transfigurada”, en aquel Hijo, en aquel amado, reconoces a las sombras de la ciudad amurallada de aire, reconoces a tus hijos, te reconoces a ti misma, te sabes habitada de luz como Jesús.
Feliz domingo.

El amor que nos resucita (por Santiago Agrelo)

Todavía resuena en la memoria de la fe la declaración hecha a los que se decían abandonados del Señor: “Yo no te olvidaré”.
Recordamos también las palabras de Jesús: “No estés agobiado por la vida”, porque “Dios no te olvidará”. “No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir… Vuestro Padre del cielo”, el mismo que dijo: “Yo no te olvidaré”,ya sabe que tenéis necesidad de todo eso”.
Pero recordamos también que, entre la declaración divina de amor y la invitación que Jesús hacía a la confianza en Dios, resonaba en la asamblea dominical una severa amonestación: “No podéis servir a Dios y al dinero”.
Si a mí mismo me pregunto –y os pregunto-: ¿Crees en el amor de Dios? Seguramente que responderemos: Creo.
Pero si me pregunto: ¿A quién sirvo en mi vida?, ¿a Dios o al dinero? Puede que la respuesta ya no se me ofrezca con tanta claridad y seguridad. ¡Y se trata de la misma pregunta y la misma respuesta, sólo que formuladas con otras palabras!
El más poderoso antagonista de Dios en el corazón del hombre es el dinero.
El dios-dinero es el contra-Dios, se disfraza de Dios, suplanta a Dios, promete hacernos “como Dios”, y nos deja compuestos y desnudos en un desierto de muerte.
El dios-dinero es el padre natural de la envidia, de la arrogancia, de la violencia, de la injusticia, de las guerras, de la muerte.
El dios-dinero ha creado la esclavitud, la opresión, la prostitución, la explotación del hombre por el hombre… El dios-dinero ha creado la exclusión, la indiferencia, el hambre, el miedo; con su palabra todopoderosa, va transformando en pozo negro los mares donde nació la vida, va reduciendo a páramos los bosques que hacían hermosa la tierra y respirable el aire, va llenando de veneno el cielo, va destruyendo la obra creadora del amor de Dios.
El dios-dinero fabrica armas, destruye naciones, se ensaña con los pobres en las fronteras de los ricos, ahoga en el Mediterráneo a miles de desplazados, condena a muerte cada día a millones de personas.
¡El árbol del dinero, siempre apetitoso, siempre atrayente, siempre  mortal!
No habrá para nosotros Pascua con Cristo resucitado si no hay Cuaresma con Cristo, si no entramos con Cristo en su camino de desapropiación de toda pretensión de poder. Él aprendió sufriendo a obedecer. Él, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza. Él, el Hijo, nos enseñó a vivir de toda palabra que sale de la boca de Dios
El dolor de los pobres se me vuelve peso insoportable en la conciencia. Ese dolor tiene que ver conmigo, con el dinero, con el poder, con mi ambición homicida de ser como Dios.
Ese dolor se me hace grito en los labios y compañero en el camino que lleva a la Pascua con Cristo: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa… crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro… no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu”.
Entonces, en la noche de los pobres y en la mía vuelve a resonar la declaración del amor que nos resucita: “Yo no te olvidaré”.
Feliz domingo.

Examen de conciencia. Esquema general en la Celebración penitencial en la Basílica de San Pedro en Roma, el viernes 4 de marzo de 2016, con ocasión de las «24 horas para el Señor».



1  Examen de conciencia. Esquema general en la Celebración penitencial en la Basílica de San Pedro en Roma, el viernes 4 de marzo de 2016, con ocasión de las «24 horas para el Señor». 1. ¿Me acerco al Sacramento de la Penitencia con sincero deseo de purificación, de conversión, de renovación de vida y de más íntima amistad con Dios, o lo considero más bien como un peso, que solo raramente estoy dispuesto a soportar? 2. ¿He olvidado o callado a propósito pecados graves en la confesión anterior o en las confesiones pasadas? 3. ¿He cumplido la penitencia que se me impuso? ¿He reparado los errores que cometí? ¿He procurado poner en práctica los propósitos de enmendar mi vida según el Evangelio? I. El Señor dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón». 1. ¿Mi corazón está orientado de verdad a Dios; puedo decir que lo amo de verdad sobre todas las cosas, y con amor de hijo, en el cumplimiento fiel de sus mandamientos? ¿Me dejo absorber demasiado por las cosas temporales? ¿Es siempre recta mi intención al obrar? 2. ¿Es firme mi fe en Dios, que en su Hijo nos dirigió su palabra? ¿Doy mi plena adhesión a la doctrina de la Iglesia? ¿Me preocupo de mi formación cristiana, escuchando la palabra de Dios, participando en la catequesis, evitando todo lo que pueda socavar la fe? ¿He profesado siempre con valentía y sin miedo mi fe en Dios y en la Iglesia? ¿Me muestro como cristiano en la vida privada y pública? 3. ¿Rezo por la mañana y por la noche? ¿Mi oración es un verdadero coloquio de corazón a corazón con Dios, o es solo una práctica exterior vacía? ¿Sé ofrecer a Dios mis ocupaciones, mi alegrías y dolores? ¿Acudo a Él con confianza, también en las tentaciones? 4. ¿Tengo reverencia y amor al nombre santo de Dios, o lo he ofendido con la blasfemia, jurando en falso, o nombrándolo en vano? ¿He sido irreverente con la Virgen y los Santos? 5. ¿Santifico el día del Señor y las fiestas de la Iglesia, formando parte activa, atenta y devota en las celebraciones litúrgicas, y especialmente en la Santa Misa? ¿He evitado hacer trabajos innecesarios en los días festivos? ¿He cumplido el precepto de la confesión al menos una vez al año y de la comunión pascual? 6. ¿Tengo «otros dioses», es decir, expresiones o cosas de las que me intereso o en las que confío más que en Dios, por ejemplo: riqueza, supersticiones, espiritismo y otras formas de magia? II. El Señor dice: «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado». 1. ¿Amo de verdad a mi prójimo, o abuso de mis hermanos, sirviéndome de ellos para mis intereses y reservándoles un trato que no querría para mí? ¿He dado escándalo con mi palabras o acciones? 2. ¿En mi familia, he contribuido con paciencia y verdadero amor al bien y a la serenidad de los demás? 2 Para cada componente de la familia: – Para los hijos. ¿Soy obediente con mis padres, les honro y respeto? ¿Les ayudo en sus necesidades espirituales y materiales? ¿Me esfuerzo en el colegio? ¿Respeto a las autoridades? ¿Doy buen ejemplo en toda situación? – Para los padres. ¿Me preocupo de la educación cristiana de mis hijos? ¿Les he dado buen ejemplo? ¿Les he apoyado y dirigido con mi autoridad? – Para los esposos. ¿He sido siempre fiel en los afectos y en las acciones? ¿He tenido comprensión en los momentos de inquietud? 3. ¿Sé dar de lo mío, sin egoísmo, a quien es más pobre que yo? En lo que de mí depende, ¿defiendo a los oprimidos y ayudo a los necesitados? ¿O trato con suficiencia o dureza a mi prójimo, especialmente a los pobres, débiles, viejos, marginados, inmigrantes? 4. ¿Me doy cuenta de la misión que se me ha confiado? ¿He participado en obras de apostolado y de caridad de la Iglesia, en las iniciativas y en la vida de la parroquia? ¿Rezo y doy mi aportación por las necesidades de la Iglesia y del mundo, por ejemplo, por la unidad de la Iglesia, por la evangelización de los pueblos, por la instauración de la justicia y de la paz? 5. ¿Me preocupa el bien y la prosperidad de la comunidad humana en la que vivo, o solo me preocupan mis intereses personales? Participo, cuando puedo, en las iniciativas que promueven la justicia, la moralidad pública, la concordia, las obras de beneficencia? ¿He cumplido mis deberes civiles? ¿Pago regularmente los impuestos? 6. ¿Soy justo, comprometido, honesto en el trabajo, generoso en prestar mi servicio por el bien común? ¿Pago el salario justo a mis obreros y demás subalternos? ¿He cumplido los contratos y he sido fiel a las promesas? 7. ¿He prestado a las legítimas autoridades la obediencia y el respeto debidos? 8. Si tengo algún encargo o realizo tareas directivas, ¿busco solo mi beneficio o me preocupo por el bien de los demás, con espíritu de servicio? 9. ¿He practicado la verdad y la fidelidad, o he causado mal al próximo con mentiras, calumnias, detracciones, juicios temerarios, violación de secretos? 10. ¿He atentado contra la vida y la integridad física del prójimo, he ofendido el honor, he estropeado los bienes? ¿He procurado o aconsejado el aborto? ¿He callado en situaciones donde podía animar al bien? En la vida matrimonial, ¿soy respetuoso con las enseñanza de la Iglesia sobre la apertura y el respeto a la vida? ¿He actuado contra mi integridad física (por ejemplo, esterilización)? ¿He sido siempre fiel, incluso de pensamiento? ¿He tenido odio? ¿He sido pendenciero? ¿He pronunciado insultos y palabras ofensivas, fomentando desacuerdos y rencores? ¿He omitido culpable y egoístamente dar testimonio de la inocencia del prójimo? Conduciendo el coche o utilizando otros medios de trasporte, ¿he expuesto al peligro mi vida o la de los demás? 11. ¿He robado? ¿He deseado injustamente las cosas de los demás? ¿He hecho daño al prójimo en sus bienes? ¿He devuelto lo sustraído y he reparado los daños causados? 12. Si he recibido males, ¿me he demostrado dispuesto a la reconciliación y al perdón por amor a Cristo, o guardo en el corazón odio y deseo de venganza? 3 III. Cristo el Señor dice: «Sed perfectos como el Padre». 1. ¿Cuál es la orientación fundamental de mi vida? ¿Me anima la esperanza de la vida eterna? ¿He procurado reavivar mi vida espiritual con la oración, la lectura y la meditación de la palabra de Dios, la participación en los sacramentos? ¿He practicado la mortificación? ¿Estoy dispuesto y decidido a arrancar los vicios, a someter las pasiones e inclinaciones perversas? ¿He reaccionado con envidia, he dominado la gula? ¿He sido presuntuoso y soberbio; he pretendido afirmarme tanto en mí mismo hasta despreciar a los demás y preferirme a ellos? ¿He impuesto a los demás mi voluntad, pisoteando su libertad y descuidando sus derechos? 2. ¿Qué uso he hecho del tiempo, de las fuerzas, de los dones recibidos de Dios como los «talentos del Evangelio»? ¿Me sirvo de todos esos medios para crecer cada día más en la perfección de la vida espiritual y en el servicio al prójimo? ¿He sido vago y perezoso? ¿Cómo utilizo Internet y otros medios de comunicación social? 3. ¿He soportado con paciencia, con espíritu de fe, los dolores y pruebas de la vida? ¿Cómo he procurado practicar la mortificación, para cumplir lo que falta a la pasión de Cristo? ¿He cumplido la ley del ayuno y la abstinencia? 4. ¿Ho conservado puro y casto mi cuerpo, en mi estado de vida, pensando que es templo del Espíritu Santo, destinado a la resurrección y a la gloria? ¿He guardado mis sentidos y he evitado mancharme en el alma y en el cuerpo con pensamientos y deseos malos, con palabras y acciones indignas? ¿Me he permitido lecturas, discursos, espectáculos, diversiones contrarias a la honestidad humana y cristiana? ¿He sido escándalo para los demás con mi comportamiento? 5. ¿He obrado contra mi conciencia, por miedo o hipocresía? 6. ¿He procurado comportarme en todo y siempre con la verdadera libertad de los hijos de Dios y según la ley del Espíritu, o me he dejado esclavizar por mis pasiones? 7. ¿He omitido un bien que para mí era posible realizar? www.parroquiasantamonica.com Vida Cristiana

miércoles, 8 de marzo de 2017

La conciencia. Una situación oscura de nuestros tiempos: los seres humanos han perdido la conciencia de poseer un carácter único y se consideran una pieza de una máquina susceptible de ser sustituida por otra similar. Un colapso moral: la pérdida de objetividad de lo que es la vida humana. La subordinación a un sistema en el que la culpa o responsabilidad personal se sustituye por la culpa o responsabilidad colectiva.




1 La conciencia. Una situación oscura de nuestros tiempos: los seres humanos han perdido la conciencia de poseer un carácter único y se consideran una pieza de una máquina susceptible de ser sustituida por otra similar. Un colapso moral: la pérdida de objetividad de lo que es la vida humana. La subordinación a un sistema en el que la culpa o responsabilidad personal se sustituye por la culpa o responsabilidad colectiva. Una situación oscura de nuestros tiempos: los seres humanos han perdido la conciencia de poseer un carácter único. Eichmann no era más que un reflejo de la situación oscura de nuestros tiempos, en la que los seres humanos han ido perdiendo la conciencia de poseer un carácter único, del carácter de “quién” de cada hombre, reducido a individuo, a una pieza de una máquina y, por tanto, susceptible de ser sustituida por otra similar. Cfr. Las claves del holocausto y la «solución del problema judío» por Javier Aranguren, Nuestro Tiempo, Mayo 1999. Eichmann en Jerusalén. Así se titula el libro de Hannah Arendt. La obra llama la atención tanto por su temática como por la profundidad de su contenido. No resulta habitual que un filósofo trate algo tan cercano en el tiempo y al espíritu de la autora como la denominada “solución final del problema judío” y la crónica del juicio que se llevó a cabo contra su ejecutor, Adolf Eichmann. «La única manera de tratar al hombre –y de tratarse a uno mismo– como merece ser tratado es cayendo en la cuenta de que la pluralidad humana es la paradójica pluralidad de los seres únicos» En 1963, Hannah Arendt publica en la revista The New Yorker una serie de artículos sobre el proceso del Estado de Israel contra Adolf Eichmann, un funcionario del gobierno nazi y miembro de las SS que tuvo a su cargo la tarea de deportación masiva de los judíos europeos hacia el Este, donde fueron exterminados. Esta serie de artículos dieron origen al libro sobre el que versan estas líneas, Eichmann en Jerusalén (Lumen, 1999). El libro cuenta con una exhaustiva documentación, gracias a la cual se puede seguir todo el proceso de la “solución” que desde el gobierno alemán se quiso dar al llamado “problema judío”. A excepción de los capítulos centrados en el juicio contra Eichmann, son las etapas de este camino las que estructuran la obra: “Expulsión”, “Concentración , “Asesinato”. Sigue un estudio sobre los hombres que pusieron en marcha el proceso desde un punto de vista técnico (la responsabilidad ideológica cabe achacarla a los jerarcas nazis y, a fin de cuentas, a Hitler) y una descripción de cómo se llevó a cabo y qué actitudes tomaron ante el proceso los países europeos ocupados por los nazis o por los aliados. El libro acaba con una descripción de lo que fueron los “Centros de muerte” y la reacción ante la masacre de algunos testigos. Arendt no se detiene en la descripción de escenas escalofriantes; basta con que de vez en cuando deslice algunas cifras –así lo hace para mostrar la represión en Rumania– para hacer objetiva la realidad de lo ocurrido. La autora no busca impresionar; más bien, quiere dar a entender qué es lo que le pudo ocurrir a la mente del “hombre moderno” – Eichmann sería el arquetipo de esta modalidad de ser humano – para que, en un continente, sobre el papel tan civilizado como el europeo, ocurriera lo que aconteció. Lo certero y sobrio de este análisis convierte la lectura del libro en imprescindible. o Las claves del proceso Era un sujeto “perfectamente normal” El proceso a Eichmann cobró fama en su día por diversos motivos. En primer lugar, por el personaje, un hombre posiblemente responsable de la muerte de varios millones de personas pero que no daba la impresión de ser un monstruo, sino que, como declararon extrañados los psiquiatras que actuaron como peritos en el juicio, era un sujeto “perfectamente normal”. Es más, su comportamiento con la familia y los amigos era envidiable. Al personaje se añade el origen del proceso. Eichmann vivía en Argentina – bajo identidad falsa – y fue secuestrado por agentes del Mosad israelí que se saltaron unas cuantas normas del derecho internacional. Asimismo, llamaba la atención el motivo del proceso, pues el punto de partida no era, como en Nuremberg, los “crímenes contra la Humanidad”, sino los “crímenes contra el pueblo judío”. Por primera vez desde los tiempos del emperador Adriano, el pueblo judío contaba con un territorio y una jurisdicción donde hacer justicia de las ofensas sufridas. Desde este punto de vista, Eichmann se convertía en símbolo de todas las persecuciones padecidas por el pueblo hebreo y, también, una cierta redención de éstas. Arendt plantea ciertas reservas sobre este punto, pero pone de manifiesto la independencia de los jueces, cuyo único interés estribaba, dice, en hacer justicia sobre el caso Eichmann y no sobre el sufrimiento de un pueblo. 2 Un colapso moral: la pérdida de objetividad de lo que es la vida humana También resulta apasionante, desde un punto de vista tanto histórico como político, el análisis de la actitud del pueblo judío: ¿por qué no se rebelaron al Holocausto?, ¿por qué apenas hubo reacciones de resistencia y casi seis millones de personas se entregaron a la muerte?, ¿cuál fue el papel de los jerarcas judíos?, ¿hasta qué punto colaboraron con los nazis al aceptar los guetos, repartir las estrellas amarillas para la ropa?, ¿por qué no crearon una policía propia...? Preguntas como éstas se alzan en el libro y dejan una sensación desazonante: el tema no era tan sencillo como puede parecer a primera vista, pues la pérdida de objetividad de lo que es la vida humana, “el colapso moral que los nazis causaron en la respetable sociedad europea”, en palabras de Arendt, pudo ser una enfermedad de Europa entera, incluyendo al pueblo judío. Por último, y aquí es donde el análisis de la autora se torna especialmente brillante, destacaron en el proceso los motivos que adujo el acusado. El funcionario de las SS, cooperador en la cadena de muerte sistemática cuyo fin último era el exterminio de pueblos – primero los judíos, luego los gitanos, más tarde los polacos...–, puso de relieve en el juicio, y nada parece indicar que mintiera, que en ningún momento había sentido odio o desprecio hacia el pueblo judío; simplemente, “cumplía órdenes, no tenía otra posibilidad, cumplía con mi deber”. En Eichmann hallamos un “hombre normal que, por una serie de circunstancias en las que su voluntad no tomó parte, se vio envuelto en la gran masacre. Fue fruto de la casualidad, no de la culpa. Si no hubiera estado allí, probablemente jamás habría matado y, en vez de haber organizado deportaciones en masa, habría cooperado en cualquier otro trabajo que no hubiera requerido un exceso de imaginación. o Subordinarse al sistema La situación oscura de nuestros tiempos: en la que los seres humanos han ido perdiendo la conciencia de poseer un carácter único, y se consideran una pieza de una máquina susceptible de ser sustituida por otra similar. Eichmann, señala Arendt, hablaba siempre desde clichés, sirviéndose de frases hechas. También lo hizo en el momento de su ejecución. A fin de cuentas, ese hombre no era más que un reflejo de la situación oscura de nuestros tiempos, en la que los seres humanos han ido perdiendo la conciencia de poseer un carácter único, novedoso, del carácter de “quién” de cada hombre, para acabar en una consideración propia del homo faber, en la que el “quién” es reducido a individuo, a elemento de un universal, a una pieza de una máquina y, por tanto, susceptible de ser sustituida por otra similar. Y lo triste no es el hecho de que uno no sea capaz de reconocer en el nacimiento del otro una estricta novedad, abierta a dar cosas que nunca han existido por medio de la “acción de su discurso”, lo triste es, sobre todo, que ni siquiera sabe de sí como origen de novedad. La subordinación a un sistema en el que la culpa personal se sustituye por la “culpa colectiva”. La banalidad del mal, que nace no de la libre acción de un hombre sino que le viene dado desde un puesto anónimo en un sistema anónimo. Eichmann se subordinó plenamente a un sistema –en este caso, además, injusto–, fue un hombre que pretendió ocultar su culpa en una “culpa colectiva”, como si su responsabilidad fuese sustituible por la de cualquier otro alemán que hubiera hecho lo mismo. Trató de ocultar sus actos bajo la excusa de que “actuó como un funcionario y no como un hombre, actuó como si sus funciones pudieran haber sido desarrolladas por cualquier otro. Es como si un criminal señalara a las estadísticas del crimen y declarara que sólo hizo lo que estadísticamente se podría esperar, que resultaba sólo un accidente que fuera él y no otro, ya que siempre alguien tendría que haber hecho ese trabajo”. A fin de cuentas, Eichmann fue un hombre que había renunciado a ser lo que era. De ahí el subtítulo de la obra, Un informe sobre la banalidad del mal. Es decir, ni siquiera el mal que causó era un mal que naciera de la libre acción de un hombre, sino que le vino dado desde un puesto anónimo en un sistema anónimo. Pero, evidentemente, nada le exculpa, pues como ser humano tuvo la posibilidad de haberse negado. El afilado pensamiento de Arendt trasciende el caso concreto y lo convierte en una categoría aplicable a los frutos sociales de la modernidad. En realidad, las preguntas que laten en el fondo de su obra son: ¿cómo pudo ser posible que la raza humana llegara a esa situación?, ¿por qué nadie se enfrentó a ese proyecto?, ¿por qué se llegó tan lejos? Así, se puede señalar que el problema no es si Dios puede existir después de Auschwitz, sino si puede hacerlo el hombre. Si el hombre ha sido capaz de construir cámaras de gas, quizá sea señal de que, como hombre, su depravación ha tocado fondo, anulando toda esperanza de sacar algo positivo de la especie humana y de cada persona. Una duda inquietante: ¿hemos salido de los presupuestos permitieron las ideas nazistas? Dónde estriba la esperanza. 3 La duda inquietante que permanece es si, conjurado el peligro del nazismo, el hombre ha salido de los presupuestos que permitieron la existencia de Hitler, los nazis, sus ideas... Existen algunos ejemplos que pueden llenar de esperanza – la narración centrada en Dinamarca o el caso del sargento Anton Schmidt –, pero, con todo, la visión de Arendt no es muy alentadora. Por eso, cuando expone el origen y la aplicación de las leyes de Hitler a favor de la eutanasia, se acerca – quizá sin saberlo – a una descripción de la sociedad actual; cuando habla de las leyes nazis que prohibían el matrimonio mixto entre judíos y arios, trae a colación la existencia de una ley – idéntica en su fondo – que rige en tiempos del juicio y en Israel: casarse con alguien que no sea hebreo acarreará como consecuencia la pérdida de la nacionalidad. La esperanza estriba en la recuperación del hombre como novedad capaz de acción, capaz de discurso, capaz de diálogo. O, como dice la autora en La condición humana, la esperanza se encuentra en saber que la única manera de tratar al hombre – y de tratarse a uno mismo – como merece ser tratado es cayendo en la cuenta de que la pluralidad humana es la paradójica pluralidad de los seres únicos”. Queda planteado un reto de tal altura moral y antropológica que, en su misma dificultad, permite adivinar su atractivo. Eso sí, la gente que se haya reducido a ser como Eichmann difícilmente podrá avistar el reto. www.parroquiasantamonica.com

La conciencia: algunos puntos del Catecismo de la Iglesia Católica. La dignidad de la persona humana y la rectitud de la conciencia moral. La conciencia puede formar juicios erróneos por ignorancia, que puede ser vencible y culpable, o bien invencible y no culpable.




1 La conciencia: algunos puntos del Catecismo de la Iglesia Católica. La dignidad de la persona humana y la rectitud de la conciencia moral. La conciencia puede formar juicios erróneos por ignorancia, que puede ser vencible y culpable, o bien invencible y no culpable. La conciencia es el núcleo más secreto donde el hombre se encuentra con Dios. o El descubrimiento por parte del hombre de una ley que no se da a sí mismo. • n. 1776: «En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal... El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón... La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella» (Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, n. 16). La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer. • n.1778: La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina: La conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza [...] La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo (Juan Enrique Newman, carta al duque de Norfolk, 5). Es preciso prestar mucha atención a la conciencia. • n. 1779: Es preciso que cada uno preste mucha atención a sí mismo para oír y seguir la voz de su conciencia. Esta exigencia de interioridad es tanto más necesaria cuanto que la vida nos impulsa con frecuencia a prescindir de toda reflexión, examen o interiorización: Retorna a tu conciencia, interrógala [...] Retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al Testigo, Dios (S. Agustín, ep. Jo. 8, 9). La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la conciencia moral. • n. 1780: La dignidad de la persona humana implica y exige la rectitud de la conciencia moral. La conciencia moral comprende la percepción de los principios de la moralidad («sindéresis»), su aplicación a las circunstancias concretas mediante un discernimiento práctico de las razones y de los bienes, y en definitiva el juicio formado sobre los actos concretos que se van a realizar o se han realizado. La verdad sobre el bien moral, declarada en la ley de la razón, es reconocida práctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio. Es necesaria la formación de la conciencia, para que sea recta y verdadera. o Por qué es indispensable a los seres humanos la formación de la conciencia. • n. 1783: La formación de la conciencia - Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es recta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas. o La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. • n. 1784: La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación 2 prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. ö La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón. o En la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. • n. 1785: En la formación de la conciencia, la Palabra de Dios es la luz de nuestro caminar; es preciso que la asimilemos en la fe y la oración, y la pongamos en práctica. Es preciso también que examinemos nuestra conciencia atendiendo a la cruz del Señor. Estamos asistidos por los dones del Espíritu Santo, ö ayudados por el testimonio o los consejos de otros y guiados por la enseñanza autorizada de la Iglesia (Cf Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae 14). Cuando la conciencia está afectada por la ignorancia (vencible o invencible). El juicio erróneo. • n. 1790: La persona humana debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia. Si obrase deliberadamente contra este último, se condenaría a sí mismo. Pero sucede que la conciencia moral puede estar afectada por la ignorancia y puede formar juicios erróneos sobre actos proyectados o ya cometidos. o La ignorancia puede ser imputada a la responsabilidad personal. • n. 1791: Esta ignorancia puede con frecuencia ser imputada a la responsabilidad personal. Así sucede «cuando el hombre no se preocupa de buscar la verdad y el bien y, poco a poco, por el hábito del pecado, la conciencia se queda casi ciega» (Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 16). En estos casos, la persona es culpable del mal que comete. • n. 1792: El desconocimiento de Cristo y de su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mal entendida autonomía de la conciencia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral. o La ignorancia puede ser invencible, es decir, no es imputada a la responsabilidad personal. • n.1793: Si por el contrario, la ignorancia es invencible, o el juicio erróneo sin responsabilidad del sujeto moral, el mal cometido por la persona no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por tanto, es preciso trabajar por corregir la conciencia moral de sus errores. www.parroquiasantamonica.com

La conciencia. Está grabada en el corazón mismo de la persona. Es una pieza necesaria de la estructura psicológica del hombre, es el desarrollo lógico de la inteligencia, no es un pegote. La tragedia de Macbeth.




1 La conciencia. Está grabada en el corazón mismo de la persona. Es una pieza necesaria de la estructura psicológica del hombre, es el desarrollo lógico de la inteligencia, no es un pegote. La tragedia de Macbeth. Cfr. José Ramón Ayllón, Ética razonada, Palabra 2004, 5ª ed. Cap. 4. La conciencia pp. 41-48 ¡Baja, horrenda noche, y cúbrete bajo el palio de la más espesa humareda del infierno! ¡Que mi afilado puñal oculte la herida que va a abrir y que el cielo, espiándome a través de la abertura de las tinieblas, no pueda gritarme: basta, basta! (SHAKESPEARE, La tragedia de Macbeth) o Una brújula para el bien pp. 41-42 Instrumento que señala el rumbo, distingue el bien del mal. Es la misma inteligencia que juzga sobre la moralidad de nuestros actos. Sabemos que por ser libres estamos obligados a elegir, pero no estamos obligados a acertar. Por eso necesitamos una brújula que nos oriente en la azarosa navegación de la vida. Si en el primer tema dijimos que esa brújula es la ética, esa respuesta es muy general. Ahora damos un paso más al identificar a la conciencia como el instrumento ético que se encarga de señalar el rumbo, de distinguir el bien y el mal. La conciencia es la misma inteligencia que juzga sobre la moralidad de nuestros actos. Por tanto, no se trata de una voz misteriosa ni de un oráculo profético: es, simplemente, la razón que juzga la bondad o maldad de nuestras acciones. La conciencia no echa en cara ser mal deportista o mal dibujante; su juicio es absoluto: eres malo. Por la presencia de ese criterio absoluto intuye el hombre su dignidad absoluta. Por eso entendemos a Tomás Moro cuando escribía a su hija Margaret, antes de ser decapitado: «Esta es de ese tipo de situaciones en las que un hombre puede perder su cabeza y aun así no ser dañado». La conciencia es exigencia de nosotros mismos a nosotros mismos, no es una imposición externa. La conciencia se presenta como exigencia de nosotros a nosotros mismos. No es una imposición externa: ni la fuerza de la ley, ni el peso de la opinión pública, ni el consejo de los más cercanos. Cuando el poderoso Critón ofrece a Sócrates la posibilidad de escapar de la cárcel y de la muerte, se encuentra con una negativa rotunda, porque las razones que le impiden huir «resuenan dentro de mi alma haciéndome insensible a otras». En la historia de quienes tomaron decisiones de vida o muerte tampoco se aprecia una previa inclinación a la disidencia. No les guía el afán de rebeldía, sino el pacífico convencimiento de que hay cosas que no se pueden hacer. «He desobedecido a la ley», dirá Gandhi, «no por querer faltar a la autoridad, sino por obedecer a la ley más importante de nuestra vida: la voz de la conciencia». Un párrafo de Harper Lee: en la novela Matar un ruiseñor, el abogado Atticus Finch defiende a un muchacho negro acusado injustamente de haber violado a una chica blanca. Pero toda la ciudad, donde los prejuicios racistas son fuertes, se le echa encima. También su hija le reprocha su conducta, contraria a lo que todos piensan. Atticus, al responder a la niña, ofrece uno de los argumentos más elegantes sobre la dignidad de la persona: «Tienen derecho a creerlo, y tienen derecho a que se respeten por completo sus opiniones, pero antes de poder vivir con los demás tengo que vivir conmigo mismo: la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la propia conciencia». o Y un freno para el mal pp. 43-44 Un animal lucha con lo que tiene: dientes, garras, veneno. En cambio, el animal racional lucha con lo que tiene - uñas y dientes - y con lo que inventa: garrotes, arcos, espadas, aviones, submarinos, gases, bombas. Para bien y para mal, la inteligencia desborda los cauces del instinto animal y complica extraordinariamente los caminos de la criatura humana. 2 Está presente en todas las grandes tradiciones culturales, se manifiesta a diario en la opinión pública. En la cultura cristiana: santuario del alma donde se escucha la voz de Dios. Pero la misma inteligencia, consciente de su doble posibilidad, ejerce un eficaz autocontrol sobre sus propios actos. Las grandes tradiciones culturales de la humanidad, desde Confucio y Sócrates, han llamado conciencia moral a ese muro de contención del mal, y le han otorgado el máximo rango entre las cualidades humanas. Así, toda la cultura cristiana es unánime al considerar la conciencia como el santuario del alma donde se escucha la voz de Dios. Confucio define la conciencia con palabras sencillas y exactas: luz de la inteligencia para distinguir el bien y el mal. Un repaso a la historia revela que este sexto sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, se encuentra en todos los individuos y en todas las sociedades. También se manifiesta a diario en la opinión pública tomada en conjunto, con una energía que disipa cualquier duda sobre su presencia: no se puede hablar dos minutos con alguien, o abrir un periódico, sin encontrarse con que se denuncia un abuso o se protesta contra una injusticia. Hablan Hamlet y Raskolnikov: Yo soy medianamente bueno, y, con todo, de tales cosas podría acusarme, que más valiera que mi madre no me hubiese echado al mundo. Soy muy soberbio, ambicioso y vengativo, con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para concebirlos, fantasía para darles forma o tiempo para llevarlos a ejecución. ¿Por qué han de existir individuos como yo para arrastrarse entre los cielos y la tierra? (Shakespeare, Hamlet). ¿Mi crimen? ¿Qué crimen? ¿Es un crimen matar a un parásito vil y nocivo? No puedo concebir que sea más glorioso bombardear una ciudad sitiada que matar a hachazos. Ahora comprendo menos que nunca que pueda llamarse crimen a mi acción. Tengo la conciencia tranquila. (Dostoiewski, Crimen y castigo). o Una pieza insustituible pp. 44-45 La conciencia está grabada en el corazón mismo de la persona No es correcto concebir la conciencia como un código de conducta impuesto por padres y educadores, algo así como un lavado de cerebro que pretende asegurar la obediencia y salva guardar la convivencia pacífica. En cierta medida, la conciencia es fruto de la educación familiar y escolar, pero sus raíces son más profundas: está grabada en el corazón mismo de la persona. La conciencia es una pieza necesaria de la estructura psicológica del hombre, es el desarrollo lógico de la inteligencia, no es un pegote. La conciencia es una pieza necesaria de la estructura psicológica del hombre. También hemos sido educados para tener amigos y trabajar, pero la amistad y el trabajo no son inventos educativos sino necesidades naturales: debemos obrar en conciencia, trabajar y tener amigos porque, de lo contrario, no obramos como hombres. Si tenemos pulmones, ¿podríamos vivir sin respirar? Si tenemos inteligencia, ¿podríamos impedir sus juicios éticos? Desde este planteamiento se entiende que la conciencia moral, lejos de ser un bello invento, es el desarrollo lógico de la inteligencia, pertenece a la esencia humana, no es un pegote, forma parte de la estructura psicológica de la persona. No podemos olvidar que el juicio moral no es un juicio sobre un mundo de fantasía, sino sobre el mundo real. Puedes impedir el juicio de conciencia, y también puedes negarte a comer, conducir y cerrar los ojos. Lo que no puedes es pretender que los ojos, el alimento y los juicios morales sean cosas de poca monta, sin grave repercusión sobre tu propia vida. Un actor, un médico y un estadista: «Vivo mejor con la conciencia tranquila que con una buena cuenta corriente» (Tom Cruise). «Es mucho menos pesado tener a un niño en brazos que cargarlo sobre la conciencia» (Jèrôme Lejeune). «He desobedecido a la ley no por querer faltar a la autoridad, sino por obede cer a la ley más importante de nuestra vida: la voz de la conciencia» (Gandhi). o Educación de la conciencia pp. 45-46 Aunque no todas las decisiones en conciencia sean correctas, la conciencia nos hace libres. No se puede obligar a nadie a obrar contra su conciencia. 3 Al estar en la raíz de toda elección moral, la conciencia nos hace libres. Por eso, un principio moral básico es no obligar a nadie a obrar contra su conciencia. Esto no significa que todas las decisiones que se toman en conciencia sean correctas, puesto que la conciencia no es infalible: también se engaña y en ocasiones puede estar corrompida. Incluso con muy buena voluntad, todos podemos equivocamos por falta de datos, por la complejidad del problema, por un prejuicio invencible. Entonces será bueno que desde fuera, sin obligarnos a ver lo que no vemos, nos ayuden a ver nuestra equivocación. Como cualquier instrumento, la conciencia puede funcionar correctamente o con error. Aunque se encuentra en todos los in dividuos y en todas las sociedades, su medición siempre corre peligro de ser falseada por el peso de los intereses, las pasiones, los prejuicios, las modas. De hecho, parece un instrumento tan sólido como difícil de regular, como un reloj que, sin dejar de funcionar, tampoco marca la hora exacta. Sobre la necesidad de educar la conciencia desde la niñez. Las tres reglas de oro. Por eso, ante la necesidad de decidir moralmente, resulta necesario educar la conciencia. Una educación que debe empezar en la niñez y no interrumpirse, pues ha de aplicar los principios morales a la multiplicidad de situaciones de la vida. Una educación necesaria, pues los seres humanos estamos siempre sometidos a influencias negativas. Una educación que lleva consigo el equilibrio personal y que supone respetar tres reglas de oro: hacer el bien y evitar el mal; no hacer a nadie lo que no queremos que nos hagan a nosotros; no hacer el mal para obtener un bien. Una idea de Gustave Thibon: la grandeza del hombre consiste en no poder ahogar la voz de su conciencia, y su miseria estriba en encontrar instintivamente (lo que no quiere decir inocentemente) las desviaciones más fáciles para aplacar esta conciencia con pocos gastos. o Contra la conciencia pp. 46-47 «Sin conciencia no habría sentimiento de culpa, y sin sentimiento de culpa viviríamos felices». Así razonan los que intentan suprimir la conciencia, como si fuera un residuo anacrónico de épocas ya superadas. Pero su pretensión es tan antigua como Caín. Desde el punto de vista teórico fue brillantemente defendida por los sofistas griegos y por Nietzsche. Algunos sofistas del siglo V a.C; propugnaron una conducta humana al margen de la justicia y de la moral. Frente a ellos, Sócrates afirmó que la medida de todas las cosas no debe estar en el hombre, sino en Dios. Por eso, desde Sócrates, la conciencia ha sido considerada como la misma voz de Dios, que habla al hombre por medio de su inteligencia. Nietzsche, en la segunda mitad del XIX, se propone pasar a la historia como el provocador de un conflicto de conciencia de proporciones universales: «Hasta ahora no se ha experimentado la más mínima duda o vacilación al establecer que lo bueno tiene un valor superior a lo malo. ¿Y si fuera verdad lo contrario?». Para lograr esa inversión de todos los valores debe arrancarlos de su raíz fundamental. Así se entiende su obsesión por decretar la muerte de Dios: «Ahora es cuando la montaña del acontecer humano se agita con dolores de parto. ¡Dios ha muerto: viva el superhombre! ». La conclusión de Nietzsche es coherente: si Dios no existe, todo le está permitido al hombre. Ya lo había dicho Dostoiewski. En el mismo sentido, diversos pensadores han afirmado que contra la libertad de asesinar no existe, a fin de cuentas, más que un argumento de carácter religioso. Porque la imposibilidad de matar a un hombre no es física: es una imposibilidad moral que nace al descubrir cierto carácter absoluto en la criatura finita, la imagen y los derechos de su Creador. o La tragedia de Macbeth pp. 47-48 La inversión de valores no es un invento de Nietzsche. Cualquier justificación de la injusticia - piénsese en las razones de los terroristas - apunta hacia esa meta. Es la propuesta de las brujas que incitan a Macbeth al asesinato. Su lema es: «Lo bello es feo, y lo feo es bello». Por tanto, se puede pisotear la conciencia. Y Macbeth, con la complicidad de su mujer, asesina a su rey. Pero no le salen las cuentas. La conciencia pisoteada se revuelve contra él y le produce la picadura venenosa del remordimiento: «¡Oh, amor mío, mi mente está llena de escorpiones!». Macbeth, la inolvidable tragedia de Shakespeare, es un retrato del hombre perdido en el vértigo de una pasión, ahogado en su propia inversión de valores. De forma casi vertiginosa, el protagonista y su mujer se ven envueltos y absorbidos por su culpabilidad progresiva, al intentar 4 alcanzar a cualquier precio el poder. Shakespeare nos muestra la tragedia de dos personas con ambición sin límites. Más en concreto, la obra es una reflexión sobre la naturaleza de la conciencia y las consecuencias de su transgresión. Macbeth siente su propia conciencia como un «potro de tortura» insoportable, y entonces empieza a desear no haber nacido, y «que la máquina del universo estalle para siempre en mil pedazos». Su mujer le anima a resistir: «Que se bloqueen todas las puertas al remordimiento», porque «si damos a esto tanta importancia, nos volveremos locos». Palabras que se cumplieron en ella al pie de la letra: muere loca, obsesionada porque «aún queda olor a sangre. Ni todos los perfumes de Arabia perfumarían esta pequeña mano». Al final de la tragedia, Macbeth sentencia que «la vida es un cuento sin sentido narrado por un idiota». Los grandes personajes literarios que han intentado sepultar la conciencia - entre otros, Macbeth, Rodian Raskolnikov en Crimen y castigo, Lobo Larsen en El lobo de mar - han pagado siempre las consecuencias de sus propios actos. Sus vidas trágicas nos enseñan que nadie debe amordazar la conciencia con la esperanza de triunfar, pues fuera de la ley moral no se hacen más grandes: al contrario, se sienten atrapados en un cerco que cada vez se estrecha más. El hombre sin conciencia suele acabar como una bestia acorralada. www.parroquiasantamonica.com

La conciencia y el conformismo. A veces malvendemos la conciencia por la llamada de una Sirena, por la ilusión de una propuesta, y renunciamos a la dignidad del alma.




La conciencia y el conformismo. A veces malvendemos la conciencia por la llamada de una Sirena, por la ilusión de una propuesta, y renunciamos a la dignidad del alma. Cfr. El alma no os la doy Gianfranco Ravasi, Avvenire 8 de febrero de 2005 “Áquel un brazo, este otro una pierna, una oreja, la espalda, y éste, un ojo. Estamos recogiendo todas las partes del cuerpo”. “¿Y tú que tienes?” Me examinó atentamente, yo estaba desnudo. “¿Tú que cosa nos das? ¿El alma?” “No – le dije – el alma no te la doy”. Esta parábola surrealista por desgracia es consecuencia de una experiencia dramática, genuina. Es la de Varlam Shalamov, escritor ruso, deportado en la mineras de oro de Siberia ( sus Cuentos de Kolyma 1 describen este hecho), que después fue internado en una cárcel e más tarde en un manicomio, donde morirá en 1982, a 75 años. Ante el torturador estalinista que le pide el alma, Shalamov opone un neto y absoluto rechazo: está preparado para dar un órgano y hasta el cuerpo entero, pero no cederá su interioridad, intransitable para toda dictadura, indisponible para toda tortura. Es un testimonio ejemplar que hemos querido reservar para el inicio de la cuaresma, el tiempo de la seriedad, del alma, de la dignidad espiritual y moral reconquistada. «Me habéis robado la tierra, el caballo, la mujer. Pero no conseguiréis jamás robarme el alma». La frase que Toro Sentado dirigió a los invasores blancos de su tierra va en la misma línea de la del escritor ruso y es un aviso severo para nosotros. Frecuentemente, en efecto, estamos preparados para intercambiar el alma por un triunfo, una posesión, un placer. ¡Si por lo menos estuviésemos preparados para enajenar nuestro espíritu por un segundo de eternidad como hace el Faust de Goethe! No, malvendemos la conciencia para obtener a cambio realidades más bien modestas; no sufrimos torturas como las de las víctimas de la opresión - que incluso permanecen inquebrantables – sino que es suficiente la llamada de una Sirena, la ilusión de una propuesta, para que renunciemos a la dignidad del alma, a su libertad, a su pureza, a su decoro, a sus valores. www.parroquiasantamonica.com 1 Kolyma es una desolada región pantanosa y con abundantes hielos, en el límite extremo nororiental de Siberia. El verano dura poco más de un mes, y el resto es invierno, con una temperatura que puede llegar a sesenta grados bajo cero. Al final de los años veinte del siglo pasado, fueron deportados allí algunos millones de personas. Shalamov llegó allí en 1937 y estuvo hasta 1953.

Fe y libertad de conciencia. La fe de los pastores católicos en la Europa comunista: el testimonio 20 años después. Gran cantidad de fieles, incluidos algunos pastores, pagaron con la muerte la defensa de la libertad de conciencia y de la fe.




1 Fe y libertad de conciencia. La fe de los pastores católicos en la Europa comunista: el testimonio 20 años después. Gran cantidad de fieles, incluidos algunos pastores, pagaron con la muerte la defensa de la libertad de conciencia y de la fe. Cfr. Obispos de acero Alfa y Omega, n. 655, 17 septiembre 2009 Todavía hay quien levanta la mano, puño en alto, y canta La Internacional, sin acordarse de la gran cantidad de muertos que provocó la búsqueda del llamado paraíso socialista en el siglo XX. Especialmente en los países del Este de Europa, el levantamiento del Telón de acero trajo consigo mucho sufrimiento, y se ensañó brutalmente con aquellos que defendían la libertad de conciencia y la fe. Muchos católicos se negaron a negar a Cristo, y una gran cantidad de fieles lo pagaron con la muerte, incluidos algunos de sus pastores. Veinte años después de la caída del Telón de acero, las historias de los sucesores de los Apóstoles que ofrecieron la resistencia de la verdad y de la fe ante la apisonadora socialista siguen siendo ejemplo y testimonio El cardenal rumano Alexandru Todea rompe a llorar al recibir el abrazo del Santo Padre. Toda una vida de fidelidad a la Iglesia católica De los 100 millones de muertos que ha traído consigo el comunismo desde que triunfó la revolución soviética en 1917, una gran parte de ellos corresponde a ciudadanos de los países del Este de Europa, que se vieron atrapados tras el Telón de acero en 1945. La apisonadora comunista invadió multitud de países y envenenó la sociedad y la política, pero ante su avance fueron muchos los que se negaron a que también su conciencia fuera sepultada bajo la ideología. Entre ellos, muchos cristianos y católicos, fieles laicos y pastores, que pagaron su fidelidad a la fe en Cristo con cárcel, torturas, deportaciones, y hasta con su propia vida. No se libró nadie, ni siquiera obispos ni cardenales, y muchos de ellos sufrieron en carne propia las consecuencias de oponerse a la ideología socialista. Recientemente, tuvo lugar, en Zagreb (Croacia), el encuentro La misión de la Iglesia en los países del Centro-Este europeo, a veinte años de la caída del sistema comunista. El cardenal Josip Bozanic , arzobispo de Zagreb, quien presidió el encuentro, afirmó que «el Telón de acero es la imagen de la división, de la fractura, del alejamiento y del egoísmo. Lo puso el hombre que quería impedir el acceso al hombre, pero su objetivo era mucho más profundo: impedir que la mirada del hombre se dirigiera hacia Dios y pudiera conocer su amor». La Iglesia se revelaba en aquel contexto como el último baluarte de la conciencia y de la libertad del hombre, el único ámbito que ofrecía resistencia al nuevo diseño de sociedad que trataban de implantar los comunistas. Las acusaciones eran siempre las mismas: traición a los nuevos amos del Estado y antipatriotismo (por colaborar con un régimen extranjero, como pensaban que era el Vaticano), 2 y habitualmente venían acompañadas de mentiras, como la colaboración con los nazis en el pasado. En muchos países, decretaron por ley la desaparición de la Iglesia católica, y no dudaron en coaccionar a obispos y sacerdotes para que se pasasen a la Iglesia ortodoxa, más manejable para ellos. El encuentro de Zagreb coincidió con el aniversario de la beatificación del cardenal Alojzije Stepinac, arzobispo de la capital croata, a quien Pío XII definió como «el prelado más grande de la Iglesia católica». Durante 15 meses, las autoridades comunistas intentaron convencerlo para que liderara la separación de la Iglesia católica y la formación de una especie de Iglesia patriótica, más cercana al Partido Comunista. Finalmente, ante sus reiteradas negativas, fue detenido el 18 de septiembre de 1946, y fue condenado a 16 años de trabajos forzados. El caso suscitó multitud de protestas a nivel internacional, y el Gobierno de Tito le ofreció la posibilidad de dejar la prisión a cambio de abandonar el país, pero el cardenal Stepinac se negó. Al final, se decidió que quedara bajo arresto domiciliario, custodiado por una treintena de policías. Así pasó 9 años, hasta que, el 10 de febrero de 1960, murió, entre graves sospechas de haber sido envenenado por los comunistas. Juan Pablo II lo beatificó en 1999. o Vencido, vence Al cardenal Alojzije Stepinac, el cardenal Mindszenty le llamaba mi cardenal hermano, por los sufrimientos compartidos que habían tenido que padecer ambos bajo el dominio comunista. Nacido en Hungría, József Mindszenty llevó una vida de película de terror; de hecho, en 1955 se estrenó The prisoner, protagonizada por Alec Guinness y basada en la vida del purpurado, por aquel entonces recluido en la cárcel por el régimen comunista húngaro. El cardenal Mindszenty se enfrentó con los invasores nazis, primero, y con el régimen comunista, después, lo que le llevó a la cárcel, apenas tres años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. El 26 de diciembre de 1948, le detuvieron. Nada más llegar a la cárcel, le quitaron el traje talar, le desnudaron y le dieron un traje a rayas, mientras le decían entre risas: ¡Eh, perro, hemos estado esperando esto desde hace mucho tiempo! Se negó a firmar una declaración que le autoinculpaba, y los guardias le desnudaron y comenzaron a golpearle con porras hasta que perdió el conocimiento. Mientras le pegaban, el cardenal Mindszenty rezaba los salmos: ¡Señor, que me acosan, sal fiador por mí! Así pasó el primer día de cautiverio. Lo que siguió fue un largo período de siete años de acoso, humillaciones y falsos juicios, pero en sus Memorias, el cardenal Mindszenty define la cárcel como una escuela de oración: «En el interior de los hombres recluidos en las celdas alienta en lo más profundo la nostalgia de Dios». En 1956, durante la revolución contra el régimen comunista, fue liberado, y Mindszenty se refugió en la embajada de Estados Unidos en Budapest hasta 1971. De allí saldría con lágrimas en los ojos: Pablo VI le pidió prestar un servicio a la Iglesia en Hungría abandonando la embajada y saliendo al exilio, para así atender a una mejor relación de la Iglesia con las autoridades húngaras. Mindszenty no quería abandonar su país ni a sus fieles, en un momento en que la guerra fría hacía sentir con más fuerza la bota soviética. Pero al final obedeció, y el 28 de septiembre de 1971 partió rumbo al exilio. Nada más 3 llegar a Roma, Pablo VI le recibió en el Vaticano, y al verlo se quitó la cruz pectoral y se la colgó sobre los hombros al cardenal húngaro, un homenaje al nuevo sacrificio que había tenido que hacer. Durante toda su reclusión, llevó consigo una estampa que representaba a Cristo con la corona de espinas, y la siguiente leyenda: Devictus vincit (Vencido, vence). En sus Memorias, escribe: «Aún hoy esta imagen es mi constante compañera. La primera parte de la leyenda, ser vencido, se ha cumplido en mi vida; la esperanza de la victoria está en el futuro, en manos de Dios». o A los pies del Papa El cardenal Stepinac, conducido a uno de sus juicios El intento de separar a los católicos de la obediencia a Roma fue la obsesión de los comunistas. Tras la invasión de Ucrania en 1944, los rusos intentaron que ortodoxos y católicos se unieran al Patriarcado de Moscú, a los que el cardenal Slipyj, metropolita de Lvov (Ucrania), se negó en redondo. Fue arrestado el 12 de abril de 1945; tras el juicio, celebrado esa misma noche, fue condenado a ocho años de trabajos forzosos y deportado al gulag de Maryjinsk, a la altura del círculo polar ártico, y de allí fue enviado a otros campos, en todos los cuales asistió a las necesidades espirituales de sus fieles y celebró numerosos bautizos. Por su actividad pastoral en prisión fue condenado nuevamente, esta vez por tiempo indefinido; y luego otra vez más, por utilizar penicilina para curarse de una afección pulmonar. Moscú trató por todos los medios de vencer la fidelidad de Slipyj a Roma, pero no lo consiguió. Al otro lado del Telón de acero, Juan XXIII intentó la vía diplomática para obtener su liberación, hasta el punto de que su caso fue tratado en conversaciones de Kruschev y Kennedy. Finalmente, en 1963, después de 18 años en prisión, el cardenal Silpyj fue liberado y obligado a exiliarse. Al llegar a Roma fue recibido por Juan XXIII. Cuando el Papa bueno trató de abrazarlo, Slipyj se arrodilló ante él y le besó los pies: un signo de la fidelidad al Papa y a la Iglesia católica en la que había vivido durante toda su reclusión. o Jefe de la brigada de limpieza La obsesión de Stalin de prohibir la Iglesia católica en Ucrania fue copiada por varios países de la órbita comunista. En Rumanía, el régimen emitió un decreto en el que extinguía la Iglesia católica y la incorporaba a la Iglesia ortodoxa rumana. Numerosos sacerdotes fueron arrestados por permanecer fieles a Roma, acusados de actividades antidemocráticas, entre ellos el cardenal Iuliu Hossu, que pasó dieciséis años encarcelado. Cuando le ofrecieron abandonar el país y marcharse al exilio, respondió: «Yo me quedo aquí, en mi país, para compartir el destino de mis hermanos, de mis sacerdotes y de mis fieles. No les puedo abandonar». Pasó por diversas cárceles y luego fue confinado en su casa bajo arresto domiciliario. En 1970, en un hospital de Bucarest, se despedía así del cardenal Todea, quien le sucedió al frente de la Iglesia católica en Rumanía: «Mi lucha ha terminado, comienza la suya». El cardenal Alexandru Todea fue 4 ordenado obispo clandestinamente en 1950, y sólo un año después fue arrestado y condenado a prisión. Contaba con humor cómo, en una ocasión, compartió una celda con cinco obispos y otros ocho sacerdotes, y le nombraron jefe de la brigada de limpieza del baño. Pero, en realidad, su paso por la cárcel fe muy duro; le acusaban de ser un siervo del Vaticano y enemigo del comunismo, una amenaza para la felicidad del pueblo. En 1964, una política más aperturista de Bucarest, por motivos de necesidad económica, obligó al régimen a limpiar un poco su imagen de cara al exterior. Todea fue liberado, pero se le prohibió ejercer su ministerio, algo que el cardenal ignoró por completo, y desde la clandestinidad trabajó por levantar la Iglesia católica en Rumanía. Sus esfuerzos se vieron especialmente reconocidos con ocasión de la histórica visita del Papa Juan Pablo II a Rumanía en 1999; el cardenal Todea, ya muy enfermo, estaba sentado en su silla de ruedas y el Papa se acercó a él para abrazarlo al final de la misa. Todea se echó a llorar y todos los fieles reunidos en la catedral estallaron en un largo y emocionante aplauso. o En la Cruz está la fuerza El cardenal Iuliu Hossu, en prisión La persecución contra la Iglesia en la antigua Checoslovaquia también fue implacable. Nada más llegar los comunistas, cerraron las escuelas, los periódicos y las editoriales católicas. En la noche del 13 de abril de 1950, fueron clausurados todos los conventos y monasterios, y se declararon extintas todas las Órdenes religiosas: miles de personas fueron puestas, literalmente, en la calle. El cardenal Jan Korec, jesuita, cuenta cómo se vio obligado a desempeñar diversos trabajos: operario en una fábrica, bibliotecario, barrendero..., hasta que en 1961 fue detenido y condenado a 12 años de prisión. Un recorrido similar siguió el cardenal Miloslav Vlk, en la actualidad arzobispo de Praga; después de ser ordenado, los comunistas le enviaron a las montañas, hasta que en 1978 le prohibieron ejercer sus funciones sacerdotales. Durante diez años, hasta poco antes de la caída del Muro de Berlín, trabajó en una fábrica de automóviles, y también como limpiacristales y archivero. En todos estos puestos aprovechaba para confesar a quien se lo pidiera y dar una palabra de fe: «La fe me acompañaba con su paz, incluso durante mi trabajo de limpiacristales por las calles de Praga. Durante casi diez años recorrí esas calles, con frío o con calor, sostenido por la fe». Tanto Korec como Vlk tuvieron unos ejemplares predecesores en el cardenal Beran, que se vio obligado a exiliarse en Roma en 1965, y el cardenal Tomasek, quien durante todo su ministerio entabló un fuerte pulso con el régimen político. Después de la caída del Muro de Berlín, el cardenal Tomasek afirmaba: «Estoy convencido de que donde está la Cruz de Cristo está la fuerza y la victoria. La Iglesia es suya, y Él sabe encontrar los caminos para guiarla, incluso dejándola sufrir por un tiempo. Pienso también que una verdadera vida cristiana es el mejor testimonio en una sociedad socialista». Su testimonio, como los de los cardenales que lo acompañan en estas páginas, así como la de tantos y tantos otros fieles católicos, es un ejemplo todavía hoy. Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo 5 La resistencia de los católicos en Polonia o La revolución del Papa polaco La Iglesia en Polonia es un caso especial entre los países de la órbita comunista. Si bien los católicos polacos padecieron los mismos sufrimientos que los fieles de los países vecinos, también tuvieron la dicha de ver cómo, en 1978, Dios eligió para la sede de Pedro a uno de sus pastores. El cardenal Wojtyla tuvo un buen ejemplo en el testimonio sufriente del cardenal Wiszynski, Primado de la Iglesia en Polonia y que fue encarcelado por los comunistas de 1953 a 1956. «Lo que he pasado en estos tres años -llegó a afirmar Wiszynski- lo sabe Dios; los hombres es mejor que lo ignoren». Fue precisamente Wiszynski el que pidió al cardenal Wojtyla, tras su elección como Papa, que introdujera a la Iglesia en el tercer milenio. El hecho de que el nuevo Papa saliera del otro lado del Telón de acero supuso para la Iglesia una novedad de trascendencia histórica. El periodista George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II, declara a Alfa y Omega que «la elección de Karol Wojtyla fue un acontecimiento decisivo en el colapso del comunismo en Europa». Para Weigel, todo comenzó en junio de 1979, en la primera visita pastoral que Juan Pablo II hizo como Papa a su tierra natal: «Juan Pablo II inició una revolución de las conciencias que fue crucial para dar forma a los hechos que condujeron a la caída del Muro de Berlín en 1989. A causa de su propia incapacidad, el comunismo habría caído sin que fuera necesario un Papa polaco, pero no habría caído en 1989. Fue Juan Pablo II el que hizo que 1989 sucediera como sucedió, y de la forma en que sucedió». Y es que, para Weigel, Juan Pablo II fue «un alegre luchador que sabía cómo hacer la propuesta católica ante la oposición de la rigidez y el escepticismo». El amor al enemigo, en una caja de cerillas Una constante en la vida de fe que llevaron los pastores de la Iglesia católica en el Este de Europa es la oración por aquellos que les llevaron a la cárcel y a los campos de concentración, siguiendo las palabras de Cristo en el Evangelio: Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen. El cardenal Stepinac, dos meses antes de su muerte, escribía: «San Cipriano dio a su verdugo 25 monedas de oro antes de que éste lo decapitara. Yo no tengo oro. Todo lo que puedo dar es una oración por aquel que me arroje a la muerte, para que Dios lo perdone y le dé vida eterna, y para mí una muerte en paz. Con la misericordia de Dios cumpliré con mi obligación hasta el final, sin odio contra nadie, pero tampoco sin miedo ante nadie». ¿De dónde sacaban la fuerza? ¿Cómo alimentar la fe en Cristo en medio de tantos padecimientos? El cardenal Korec, en su libro La noche de los bárbaros, lo explica así: «Conservaba las uvas del postre que nos daban en la prisión, las exprimía para hacer vino que conservaba en frascos de medicinas, y junto con pan consagrado celebraba la Eucaristía. También conservaba pequeños pedazos de la Eucaristía en una caja de cerillas, y la distribuía a escondidas en la enfermería de la cárcel». A finales de 1948, el cardenal Mindszenty, consciente de que la cárcel le esperaba a la vuelta de la esquina, quiso despedirse así de sus sacerdotes: «Siempre y por doquier sólo puede ocurrirnos lo que el Señor disponga. El mundo puede arrebatarnos mucho, pero no nuestra fe en Jesucristo. ¿Quién puede separarnos de Jesucristo? Ni la vida, ni la muerte, ni nada de lo creado conseguirá separarnos del amor de Dios. Debemos tener conciencia de que nos hemos convertido en ejemplo del mundo. Mientras recorremos este camino, tengamos siempre presentes las palabras de Tertuliano: Las acusaciones de determinados acusadores son nuestra gloria». www.parroquiasantamonica.com
Imprimir

Printfriendly