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Ø Bodas de Caná ( Segundo domingo del Tiempo ordinario del 2019). La invitación a Jesús. Aceptó entonces la invitación a una boda y acepta ahora nuestras invitaciones, es decir, está presente en nuestra vida, en nuestras alegrías y preocupaciones. En el curso de su vida y de su actividad terrestre, El debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y de lugar. En cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades que lo invitan. Para acoger a Cristo hacen falta dos actitudes: a) la espera/vigilancia y b) la admiración/asombro.
v
Cfr. Domingo II del Tiempo Ordinario. Ciclo C, 20
de enero de 2019.
Isaias 62,1-5 – Salmo 95 - 1 Corintios
12,4-11 - Juan 2,1-12
Juan 2, 1-12: Tres días después se celebraba una boda en Caná de
Galilea y estaba allí la madre de Jesús. 2 Fue
invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. 3 Y, como faltara
vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No
tienen vino.» 4 Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha
llegado mi hora.» 5 Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga». 6 Había
allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de
dos o tres medidas cada una. 7 Les
dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. 8 «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al
maestresala.» Ellos lo llevaron. 9 Cuando el maestresala probó el agua
convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que
habían sacado el agua, sí que lo
sabían), llama el maestresala al novio 10 y le dice: «Todos sirven primero el
vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino
bueno hasta ahora.» 11 Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y
manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. 12 Después bajó a
Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron
allí muchos días.
Jesús fue invitado a una
boda con sus discípulos.
Después de la Resurrección
y de la Ascensión,
y después de la
institución de la Eucaristía y de la Iglesia,
Jesucristo de un modo
nuevo, esto es, sacramental y místico,
puede ser
huésped simultáneamente de todas las personas
y de todas
las comunidades
que lo invitan.
1. La presencia de Cristo en nuestras alegrías y preocupaciones. Aceptó
entonces la invitación a una boda y ahora acepta nuestras invitaciones y está
presente por medio de los sacramentos.
Cfr. san Juan Pablo II, Homilía
en la Parroquia de la Inmaculada y san Juan Berchmans, 20 enero 1980.
v
La invitación a las bodas de Caná.
En el Evangelio
de hoy leemos que el Señor Jesús fue invitado a participar en las bodas que
tenían lugar en Caná de Galilea. Esto sucede al comienzo mismo de su actividad
magisterial, y el episodio se grabó en la memoria de los presentes, porque
precisamente allí Jesús reveló por vez primera la extraordinaria potencia que,
desde entonces, debía acompañar siempre su enseñanza. Leemos: «Este fue el
primer milagro que hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria y
creyeron en El sus discípulos» (Jn 2, 11).
Aunque el
acontecimiento tiene lugar al comienzo de la actividad de Jesús de Nazaret, ya
están en torno a El los discípulos (los futuros Apóstoles), al menos los que
habían sido llamados primero.
§ Con
Jesús está también en Caná de Galilea su Madre. Incluso parece que precisamente
Ella había sido invitada principalmente.
Con Jesús está
también en Caná de Galilea su Madre. Incluso parece que precisamente Ella había
sido invitada principalmente. En efecto, leemos: «Hubo una boda en Caná de
Galilea, y estaba allí la Madre de Jesús. Fue invitado también Jesús con sus
discípulos a la boda» (Jn 2, 1-2). Se puede deducir, pues, que Jesús fue
invitado con la Madre, y quizá en atención a Ella; en cambio los discípulos
fueron invitados juntamente con El.
§ Por
vez primera Jesús es invitado entre los hombres; participa en su alegría pero
también en sus preocupaciones; cuando faltó el vino para los invitados, realizó
el "signo".
Debemos
concentrar nuestra atención sobre todo en esta invitación. Por vez primera
Jesús es invitado entre los hombres; y acepta esta invitación, se queda con
ellos, habla, participa en su alegría (las bodas son un momento gozoso), pero
también en sus preocupaciones; y para remediar los inconvenientes, cuando faltó
el vino para los invitados, realizó el "signo": el primer milagro en
Caná de Galilea. Muchas veces más será invitado Jesús por los hombres en el
curso de su actividad magisterial, aceptará sus invitaciones, estará en
relación con ellos, se sentará a la mesa, conversará.
v
En el curso de su vida y de su actividad
terrestre, El debió someterse necesariamente a las condiciones de tiempo y de
lugar.
o En
cambio, después de la Resurrección y de la Ascensión, y después de la
institución de la Eucaristía y de la Iglesia, Jesucristo de un modo nuevo, esto
es, sacramental y místico, puede ser
huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades
que lo invitan.
Conviene
insistir en esta línea de los acontecimientos: Jesucristo es invitado
continuamente por cada uno de los hombres y por las diversas comunidades. Quizá
no exista en el mundo una persona que haya tenido tantas invitaciones, Más aún,
es necesario afirmar que Jesucristo acepta estas invitaciones, va con
cada uno de los hombres, se queda en medio de las comunidades humanas. En el
curso de su vida y de su actividad terrestre, El debió someterse necesariamente
a las condiciones de tiempo y de lugar. En cambio, después de la Resurrección y
de la Ascensión, y después de la institución de la Eucaristía y de la Iglesia,
Jesucristo de un modo nuevo, esto es, sacramental y místico, puede ser
huésped simultáneamente de todas las personas y de todas las comunidades que
lo invitan. En efecto, El ha dicho: "Sí alguno me ama, guardará mi
palabra. y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada" (Jn
14, 23).
o También
vuestra parroquia es un Caná de Galilea,
adonde está invitado Jesús. Y permanece para aceptar la invitación de cada uno.
Y he aquí,
queridos hermanos y hermanas, que tocamos así la verdad más fundamental para
cada uno de vosotros, y al mismo tiempo para vuestra parroquia. También vuestra
parroquia es un Caná de Galilea, adonde está invitado Jesús. El ha
aceptado esta invitación, y permanece entre vosotros. Permanece
incansablemente, incesantemente. Permanece en las comunidades para aceptar, en
medio de ellas, la invitación de cada uno. Y el invitado viene y se queda.
Meditad
profundamente sobre esta presencia de Jesucristo en vuestra parroquia. y en
cada uno de vosotros. ¿Sois verdaderamente hospitalarios con El?
2. La presencia de Jesús en nuestra vida a través de los sacramentos, según
el Catecismo de la Iglesia Católica.
v Los sacramentos, como «fuerzas que
brotan» del Cuerpo de Cristo, son «las obras maestras de Dios» en la nueva y
eterna Alianza.
-
n. 1116: Los sacramentos, como «fuerzas que brotan» del
Cuerpo de Cristo (Cf Lucas 5, 17; 6, 19;
8,
46) siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que
actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son «las obras maestras de Dios» en la
nueva y eterna Alianza.
v En los sacramentos, Cristo continúa
«tocándonos» para sanarnos.
-
n. 1504: A menudo Jesús pide a los enfermos que crean
(Cf Marcos 5, 34.36; 9, 23). Se sirve de signos para
curar: saliva e imposición de manos (Cf Marcos 7, 32-36; 8, 22-25),
barro y ablución (Cf Juan 9, 6 s). Los enfermos tratan de tocarlo (Cf Marcos 1,
41; 3, 10; 6, 56), «pues salía de él una fuerza que los curaba a todos» (Lucas
6, 19). Así, en los sacramentos, Cristo continúa «tocándonos» para sanarnos.
3. La presencia de Cristo en el anuncio de la Palabra, en la celebración de
los sacramentos y en las obras de caridad.
Cfr. Benedicto XVI, Catequesis
sobre la fe, 17 octubre de 2012
v
El encuentro con una Persona viva que nos
transforma en profundidad a nosotros mismos, revelándonos nuestra verdadera
identidad de hijos de Dios.
Encontramos y conocemos a
Cristo, es decir, podemos reconocer su presencia entre nosotros, “a través del
anuncio de la Palabra, la celebración de los sacramentos y las obras de
caridad. (…) Se trata del encuentro no con una idea o con un proyecto de vida,
sino con una Persona viva que nos transforma en profundidad a nosotros mismos,
revelándonos nuestra verdadera identidad de hijos de Dios. El encuentro con
Cristo renueva nuestras relaciones humanas, orientándolas, de día en día, a
mayor solidaridad y fraternidad, en la lógica del amor. Tener fe en el Señor no
es un hecho que interesa sólo a nuestra inteligencia, al área del saber
intelectual, sino que es un cambio que involucra la vida, la totalidad de
nosotros mismos: sentimiento, corazón, inteligencia, voluntad, corporeidad,
emociones, relaciones humanas. Con la fe cambia verdaderamente todo en nosotros
y para nosotros, y se revela con claridad nuestro destino futuro, la verdad de
nuestra vocación en la historia, el sentido de la vida, el gusto de ser
peregrinos hacia la patria celestial”.
4. Para acoger a Cristo - “haced lo
que Él os diga” -, se requieren algunas actitudes fundamentales: a) la
espera/vigilancia y b) la admiración/asombro.
Cfr. Juan Pablo II,
Audiencia general del 26 de julio del 2000.
Para acoger a Cristo - «haced lo que Él os diga» - san Juan Pablo II señala dos actitudes
fundamentales, que son las propias del hombre ante el misterio: la
espera/vigilancia y la admiración o
asombro. Transcribo el texto íntegro sobre estas dos actitudes:
v
a) Espera/Vigilancia, porque para el encuentro
con el misterio se requiere paciencia, purificación interior, silencio y
espera.
o Tres
imperativos que articulan la espera: “Estad atentos, velad y
vigilad”.
“La primera
actitud es la espera, bien ilustrada en el pasaje del evangelio de san Marcos
que acabamos de escuchar (cf. Marcos
13, 33-37). En el original griego encontramos tres imperativos que articulan
esta espera. El primero es:
"Estad atentos"; literalmente: "Mirad, vigilad".
"Atención", como indica la misma palabra, significa tender, estar
orientados hacia una realidad con toda el alma. Es lo contrario de distracción
que, por desgracia, es nuestra condición casi habitual, sobre todo en una
sociedad frenética y superficial como la contemporánea. Es difícil fijar
nuestra atención en un objetivo, en un valor, y perseguirlo con fidelidad y
coherencia. Corremos el riesgo de hacer lo mismo también con Dios, que, al
encarnarse, ha venido a nosotros para convertirse en la estrella polar de
nuestra existencia.
Al imperativo "estad atentos" se
añade [segundo imperativo] "velad", que en el original griego
del evangelio equivale a "estar en vela". Es fuerte la tentación de
abandonarse al sueño, envueltos en las tinieblas de la noche, que en la Biblia
es símbolo de culpa, de inercia y de rechazo de la luz. Por eso, se comprende
la exhortación del apóstol san Pablo: "Vosotros, hermanos, no vivís en las
tinieblas, (...) porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois
de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino
estemos vigilantes y despejados" (1 Tesalonicenses 5, 4-6). Sólo
liberándonos de la oscura atracción de las tinieblas y del mal lograremos
encontrar al Padre de la luz, en el cual "no hay fases ni períodos de
sombra" (Santiago 1, 17).
Hay un tercer
imperativo, repetido dos veces con el mismo verbo griego:
"Vigilad". Es el verbo del centinela que debe estar alerta, mientras
espera pacientemente que pase la noche y despunte en el horizonte la luz del
alba. El profeta Isaías describe de modo intenso y vivo esta larga espera,
introduciendo un diálogo entre dos centinelas, que se convierte en símbolo del
uso correcto del tiempo: ""Centinela, ¿qué hay de la noche?".
Dice el centinela: "Se hizo de mañana y también de noche. Si queréis
preguntar, preguntad, convertíos, venid" (Isaías 21, 11-12).
Es
preciso interrogarse, convertirse e ir al encuentro del Señor. Las tres
exhortaciones de Cristo: "Estad atentos, velad y vigilad" resumen muy
acertadamente la espera cristiana del encuentro con el Señor. La espera debe
ser paciente, como nos recomienda Santiago en su Carta: "Tened paciencia
(...) hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso
de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia
también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca"
(Santiago 5, 7-8). Para que crezca una espiga o brote una flor hace falta
cierto período de tiempo, que no se puede recortar; para que nazca un niño se
necesitan nueve meses; para escribir un libro o componer música de valor, a
menudo se requieren años de búsqueda paciente. Esta es también la ley del
espíritu: "Todo lo que es frenético pasará pronto", cantaba un poeta
(Rainer María Rilke, Sonetos a Orfeo).
Para el encuentro con el misterio se requiere paciencia, purificación interior,
silencio y espera.
v
b) Admiración/asombro, porque todas las cosas,
todos los acontecimientos, para quien sabe leerlos en profundidad, encierran un
mensaje que, en definitiva, remite a Dios.
La segunda actitud - después de la espera atenta y
vigilante- es la admiración, el asombro. Es necesario abrir los ojos para
admirar a Dios que se esconde y al mismo tiempo se muestra en las cosas, y que
nos introduce en los espacios del misterio. La cultura tecnológica y, más aún,
la excesiva inmersión en las realidades materiales nos impiden con frecuencia
percibir el aspecto oculto de las cosas. En realidad, todas las cosas, todos
los acontecimientos, para quien sabe leerlos en profundidad, encierran un
mensaje que, en definitiva, remite a Dios. Por tanto, son muchos los signos que
revelan la presencia de Dios. Pero, para descubrirlos debemos ser puros y
sencillos como niños (cf. Mateo 18, 3-4), capaces de admirar, de asombrarnos,
de maravillarnos, de embelesarnos por los gestos divinos de amor y de cercanía
a nosotros. En cierto sentido, se puede aplicar al entramado de la vida diaria
lo que el concilio Vaticano II afirma sobre la realización del gran designio de
Dios mediante la revelación de su Palabra: "Dios invisible, movido de
amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y
recibirlos en su compañía" (Dei Verbum, 2).
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