jueves, 24 de mayo de 2018

Ya no hay Trinidad sin ti, ya no hay Trinidad sin pobres: por Santiago Agrelo


En el Misal de la comunidad, la Santísima Trinidad es la primera de las solemnidades del Señor.
Lo cual nos recuerda que, si queremos entrar en este misterio corazón de nuestra fe, habremos de hacerlo fijándonos, no en Dios a quien no vemos, sino en Cristo Jesús que es para nosotros imagen visible de Dios invisible: sólo en la escuela de Jesús de Nazaret podremos aprender el vocabulario de este encuentro con Dios.
Es éste un misterio de cielos rasgados, abiertos, accesibles, permeables: el Espíritu puede bajar y posarse sobre Jesús; la voz puede venir hasta Jesús; el Hijo tiene casa familiar a donde volver una vez cumplida la misión que el Padre le confía.
Fíjate en Jesús, el hombre que la voz del cielo declara «Hijo amado en el que Dios se complace». Con él aprendes las palabras clave de esta sabiduría divina que llamamos misterio de la Trinidad: Dios-Padre, Hijo amado, Espíritu de Dios.
Ahora, escuchando a Jesús, habrás de aprender a unir esas palabras según la relación que les es propia: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre… Yo estoy en el Padre y el Padre en mí… Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, el Espíritu de la verdad”. “Yo y el Padre somos uno”.
El Padre, el Hijo, el Espíritu, son uno sin ser lo mismo, son uno sin confundirse, son uno sin perder la propia identidad, son uno sin limitarse, son uno siendo cada uno plenamente él mismo.
Pero hay algo más, mucho más y muy sorprendente: al vocabulario de la Trinidad pertenece también la palabra «vosotros».
Jesús la revela a sus discípulos: “El mundo no puede recibir el Espíritu de la verdad, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros en cambio lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros”.
Ya no hay Trinidad sin «vosotros», hombres y mujeres unidos por la fe a Cristo Jesús: no habrá Trinidad en quien no estéis como hijos; ya no habrá en la Trinidad Hijo de Dios sin «vosotros»; ya no habrá «vosotros» sin Espíritu Santo de Dios.
Con ese Hijo en el que sois hijos, aprendéis a decir: «Abba, Padre».
Como Jesús, también nosotros, sus discípulos, buscamos cumplir en todo el mandato del Padre: nuestro pan de cada día es hacer su voluntad, trabajar en su viña, acercar su reino a los pobres.
No dejes, Iglesia cuerpo del Hijo, no dejes de entrar, por la fe y la contemplación, en los cielos accesibles, en tu casa familiar, en la morada que te está reservada, en el corazón de Dios.
No olvides tu comunión en el Espíritu con Cristo resucitado, con el Hijo glorificado.
Pero no olvides tampoco, no olvides jamás, que, en esta Trinidad, el Hijo con quien estás en comunión, es un Hijo pobre, humillado, perseguido, crucificado.
Ya no hay Trinidad sin pobres. Ya no hay Trinidad en la que los pobres no estén como hijos. Ya no hay pobres en los que el Hijo de Dios no salga a nuestro encuentro.
El tentador intentará apartarte de esa condición, de esa verdad, de ese mundo que fue el de Jesús y es tuyo; intentará seducirte con la idolatría del éxito, de la riqueza, del poder. No olvides que tu forma de vida es el evangelio de Cristo pobre y crucificado.
Feliz camino con el Hijo amado.

La Santísima Trinidad (Domingo después de Pentecostés) Ciclo B 2018 - 27 de mayo de 2018



  • La Trinidad. Cada vez que hacemos la señal de cruz pronunciamos el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se quiere manifestar que lo que se hace - el principio de un trabajo, el principio del día, antes de las comidas, cuando se emprende un viaje, etcétera -, o lo que se recibe - los sacramentos, por ejemplo -, se hace o se recibe «en el nombre de», es decir «por la autoridad», o «por el poder» o «por gracia», del Padre que nos creó, del Hijo que nos ha redimido, y del Espíritu Santo que nos santifica. El hombre es admitido al interior de la vida divina.


  • Cfr. La Santísima Trinidad (Domingo después de Pentecostés) Ciclo B 2018 - 27 de mayo de 2018

Deuteronomio 4, 32-34.39-40; Salmo 32; Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20

Romanos 8, 14-17: Hermanos: 14 Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. 15 Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). 16 Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; 17 y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo.
Mateo 28, 16-20: 16 En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. 17 Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. 18 Acercándose a ellos, Jesús les dijo: -Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.19 Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 20 y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
En efecto, no recibisteis un espíritu de esclavitud
para estar de nuevo bajo el temor,
sino que recibisteis una espíritu de hijos de adopción,
en el que clamamos: ¡Abbá, Padre!
(Romanos 8, 14-15, segunda Lectura)

  1. Somos hijos de Dios. Nuestra participación en la vida divina. Hemos recibido un Espíritu de hijos de adopción por el que clamamos: «¡Abbá, Padre!». La filiación divina.


  • La vida del cristiano es participación en la vida de Cristo: inicia por la fe en la Palabra de Dios y por el Bautismo, y se desarrolla y crece por la acción del Espíritu Santo

  • La vida del cristiano es una participación en la vida de Cristo, Hijo de Dios por naturaleza.
Al ser, por adopción, verdaderamente hijo de Dios, el cristiano tiene - por decirlo así – un derecho a participar también en su herencia: la vida gloriosa en el cielo (vv. 14-18). Esta vida divina iniciada en el Bautismo por le regeneración en el Espíritu Santo, se desarrolla y crece bajo la dirección de este Espíritu, que hace al bautizado cada vez más conforme a la imagen de Cristo (vv. 14.26-27). Así, la filiación adoptiva del cristiano es ya ahora una realidad – posee ya las primicias del Espíritu (v. 23) -; pero sólo al final de los tiempos, con la resurrección gloriosa del cuerpo, la redención llegará a su plenitud. (...) Mientras tanto estamos en una situación de espera - no carente de padecimientos (v. 18), gemidos (v. 23) y flaquezas (v. 26)-, caracterizada por una cierta tensión entre los que ya poseemos y somos, y lo que aún anhelamos. (...)” 1.
  • A esta realidad se refiere la segunda Lectura de hoy, Romanos 8, 14-16: “14 Porque los
que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Porque no recibisteis un espíritu de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abbá, Padre!». 16 Pues el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios”.

  • La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual

  • La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda
nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños. Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos en medio del mundo, amando al mundo2.

  • Dejarse llevar por el Espíritu

  • "Los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rm 8,14). Estas palabras
del Apóstol Pablo que acaban de resonar en nuestra asamblea nos ayudan a entender mejor el significativo mensaje de la canonización de Josemaría Escrivá de Balaguer, que hoy celebramos. Él se dejó llevar dócilmente por el Espíritu, convencido de que sólo así se puede cumplir en plenitud la voluntad de Dios.
Esta fundamental verdad cristiana era un motivo recurrente en su predicación. En efecto, no cesaba de invitar a sus hijos espirituales a invocar al Espíritu Santo para que la vida interior, es decir, la vida de relación con Dios, y la vida familiar, profesional y social, hecha de pequeñas realidades terrenas, no estuvieran separadas, sino que constituyeran una única existencia "santa y llena de Dios". "A ese Dios invisible -escribió-, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales" (Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 114).
Actual y urgente es también hoy esta enseñanza suya. El creyente, en virtud del bautismo que le incorpora a Cristo, está llamado a entablar con el Señor una ininterrumpida relación vital. (Juan Pablo II, Homilía Canonización, 6 octubre 2002).

  • El contenido de la llamada a la santidad: cultivar humildad y espíritu de servicio, abandonarse en la Providencia, escucha constante de la voz del Espíritu.

  • Elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro: he aquí el ideal que el Santo Fundador
os indica, queridos Hermanos y Hermanas que hoy os alegráis por su elevación a la gloria de los altares. Él continúa recordándoos la necesidad de no dejaros atemorizar ante una cultura materialista, que amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de Cristo. Le gustaba reiterar con vigor que la fe cristiana se opone al conformismo y a la inercia interior.
Siguiendo sus huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase, cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar, cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu. De este modo, seréis "sal de la tierra" (cf. Mt 5, 13) y brillará "vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (ibíd., 5, 16).” (Juan Pablo II, Homilía Canonización, 6 octubre 2002)


  1. Dos «espíritus» en el hombre: Romanos 8,14-17 (2ª Lectura)

Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno B. Piemme 4 ed. settembre 1996, pp.
353-354:

  • Espíritu del hombre y Espíritu de Dios

  • En primer lugar, está el espíritu del hombre, es decir, el principio de su existir, de su obrar, de su
amar y pecar, de su libertad y esclavitud. Pero también está un espíritu de Dios, principio de su amor y de su comunicación al hombre. Pues bien, este espíritu divino penetra en el espíritu del hombre, lo invade como un viento que lo envuelve todo y lo empapa. La criatura que lo acoge y se deja conquistar por este Espíritu, es transformada de hijo del hombre en hijo de Dios, se convierte en miembro de su familia, es declarada oficialmente coherede del primogénito de Dios, Cristo. Sobre sus labios ya no afloran las súplicas de un súbdito que imploran a un emperador, sino la afectuosa invocación del hijo que llama: «¡Abbà, padre!».

  • No se trata sólo una revelación de los secretos de la divinidad y sino también la proclamación de la admisión del hombre al interior de la vida divina: ingreso en la misma experiencia de Dios.

Por tanto, Pablo no delinea una simple revelación de los secretos misteriosos de la divinidad sino que proclama una verdadera y propia admisión al interior de la vida divina. Este ingreso del hombre en la misma experiencia de Dios acontece por medio del bautismo, visto como raíz del acontecimiento cristiano, y a través de la escucha obediente de la Palabra. Esto es formulado de modo lapidario en la escena final del Evangelio de Mateo que hoy [Solemnidad de la Trinidad, Mt. 28 16-20] domina en la liturgia. (...)
Entrar en la intimidad divina es posible para el hombre solamente por la revelación, es decir, a través de la comunicación que Dios hace de sí mismo. Es Dios quien rompe el silencio de su misterio y nos ofrece algo del resplandor de su luz infinita.

  1. La vida divina en nosotros es el amor de Dios (Espíritu Santo) que se derrama en nuestros corazones.


  • El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se
nos ha dado” (Romanos 5,5).
  • El Espíritu es principio en cada criatura de la vida divina en Cristo. Una vida nueva que Dios da,
de la que se pueden señalar algunos de los contenidos, según la Escritura 3:

[Rom 5,5] (b). El Espíritu Santo de la promesa, Efesios 1,13; Ga 3,14; Hechos 2,33+, que caracteriza la nueva alianza (Romanos 2,29; 7,6; 2 Corintios 3,6; ver Gálatas 3,3; 4,29; Ezequiel 36,27 +), no es solamente una manifestación exterior de poder taumatúrgico y carismático (Hechos 1,8+); es sobre todo un principio interior de vida nueva que Dios da (1 Tesalonicenses 4,8, etc. ver: Lucas 11,13; Juan 3,34; 14, 16 ss; Hechos 1,5; 2,38; etc.; 1 Juan 3,24), envía (Gálatas 4,6; ver Lucas 24,49; Juan 14,26; 1 Pedro 1,12); suministra (Gálatas 3,5; Flp 1,19), derrama (Romanos aquí; Tito 3, 5ss; ver Hechos 2,33+). Recibido por la fe (Gálatas 3, 2.14; ver Juan 7, 38s; Hch 11,17), y el bautismo (1 Corintios 6,11; Tt 3,5; ver Juan 3,5; Hechos 2,38; 19, 2-6), habita en el cristiano (Romanos 8,9; 1 Corintios 3,16; 2 Timoteo 1,14; ver St 4,5), en su espíritu (Romanos 8,16; ver Romanos 1,9+) y aún en su cuerpo (1 Corintios 6,19). Este Espíritu, que es el Espíritu de Cristo (Romanos 8,9; Filipenses 1,19; Gálatas 4,6; ver 2 Corintios 3,17; Hechos 16,7; Juan 14,26; 15, 26; 16, 7.14), hace hijo de Dios al cristiano (Romanos 8, 14-16; Gálatas 4, 6s), y hace habitar a Cristo en su corazón (Efesios 3,16). Es para el cristiano (como para el mismo Cristo Romanos 1,4+) principio de resurrección (Romanos 8,11+), por un don escatológico que desde ahora le marca como con sello (2 Corintios 1,22; Efesios1,13; 4,30), y se encuentra en él a título de arras (2 Corintios 1,22; Efesios 1,13; 4,30), y de primicias (Romanos 8,23). Sustituyendo el principio malo de la carne (Romanos 7,5+), se hace en el hombre principio de fe ((1 Corintios 12,3; 2 Corintios 4,13; ver 1 Juan 4 2s), de conocimiento sobrenatural (1 Corintios 2, 10-16; 7,40; 12,8s; 14,2 s; Efesios 1,17; 3, 16.18; Colosenses 1,9; ver Juan 14, 26+), de amor (Romanos 5,5; 15,30; Colosenses 1,8), de santificación (Romanos 15,16; 1 Corintios 6,11; 2 Tesalonicenses 2,13; ver 1 Pedro 1,2), de conducta moral (Romanos 8, 4-9.13; Gálatas 5, 16-25), de intrepidez apostólica (Filipenses 1,19; 2 Timoteo 1,7s; ver Hechos 1,8+), de esperanza (Romanos 15,13; Gálatas 5r,5; Efesios 4,4), y de oración (Romanos 8, 26s; ver Santiago 4, 3-5; Judas 20). No hay que extinguirlo (1 Tesalonicenses 5,19), ni contristarlo (Efesios 4,30). Uniéndonos con Cristo (1 Corintios 6,17), realiza la unidad de su cuerpo (1 Corintios 12,13; Efesios 2,16.18; 4,4).




Vida Cristiana



1 Nuevo Testamento, Eunsa, Comentario a Romanos 8, 14-30
2 Es Cristo que pasa, n. 65
3 Cf. Biblia de Jerusalén , comentario a Romanos 5,5

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