La Trinidad. Cada vez que hacemos la señal de cruz pronunciamos el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se quiere manifestar que lo que se hace - el principio de un trabajo, el principio del día, antes de las comidas, cuando se emprende un viaje, etcétera -, o lo que se recibe - los sacramentos, por ejemplo -, se hace o se recibe «en el nombre de», es decir «por la autoridad», o «por el poder» o «por gracia», del Padre que nos creó, del Hijo que nos ha redimido, y del Espíritu Santo que nos santifica. El hombre es admitido al interior de la vida divina.
Cfr. La Santísima Trinidad (Domingo después de Pentecostés) Ciclo B 2018 - 27 de mayo de 2018
Deuteronomio 4,
32-34.39-40; Salmo 32; Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20
Romanos 8, 14-17:
Hermanos:
14 Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos
de Dios. 15 Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para
recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos
hace gritar: ¡Abba! (Padre). 16 Ese Espíritu y nuestro espíritu
dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; 17 y si somos
hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con
Cristo.
Mateo 28, 16-20:
16
En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte
que Jesús les había indicado. 17 Al verlo, ellos se postraron, pero
algunos vacilaban. 18 Acercándose a ellos, Jesús les dijo: -Se me
ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.19 Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 20 y enseñándoles a guardar
todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo.
Los
que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
En
efecto, no recibisteis un espíritu de esclavitud
para
estar de nuevo bajo el temor,
sino
que recibisteis una espíritu de hijos de adopción,
en
el que clamamos: ¡Abbá, Padre!
(Romanos
8, 14-15, segunda Lectura)
Somos hijos de Dios. Nuestra participación en la vida divina. Hemos recibido un Espíritu de hijos de adopción por el que clamamos: «¡Abbá, Padre!». La filiación divina.
La vida del cristiano es participación en la vida de Cristo: inicia por la fe en la Palabra de Dios y por el Bautismo, y se desarrolla y crece por la acción del Espíritu Santo
- “La vida del cristiano es una participación en la vida de Cristo, Hijo de Dios por naturaleza.
Al
ser, por adopción, verdaderamente hijo de Dios, el cristiano tiene -
por decirlo así – un derecho a participar también en su herencia:
la vida gloriosa en el cielo (vv. 14-18). Esta vida divina iniciada
en el Bautismo por le regeneración en el Espíritu Santo, se
desarrolla y crece bajo la dirección de este Espíritu, que hace
al bautizado cada vez más conforme a la imagen de Cristo (vv.
14.26-27). Así, la filiación adoptiva del cristiano es ya ahora
una realidad – posee ya las primicias del Espíritu (v. 23)
-; pero sólo al final de los tiempos, con la resurrección
gloriosa del cuerpo, la redención llegará a su plenitud.
(...) Mientras tanto estamos en una situación de espera - no
carente de padecimientos (v. 18), gemidos (v. 23) y flaquezas (v.
26)-, caracterizada por una cierta tensión entre los que ya poseemos
y somos, y lo que aún anhelamos. (...)” 1.
- A esta realidad se refiere la segunda Lectura de hoy, Romanos 8, 14-16: “14 Porque los
que son guiados por el Espíritu de
Dios, éstos son hijos de Dios. 15 Porque no recibisteis un espíritu
de esclavitud para estar de nuevo bajo el temor, sino que recibisteis
un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abbá,
Padre!». 16 Pues el Espíritu mismo da testimonio junto con nuestro
espíritu de que somos hijos de Dios”.
La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual
- “La filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador. La filiación divina llena toda
nuestra
vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a
nuestro Padre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha
interior, y nos da la sencillez confiada de los hijos pequeños. Más
aún: precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva
también a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que
han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos
contemplativos en medio del mundo, amando al mundo” 2.
Dejarse llevar por el Espíritu
- "Los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios" (Rm 8,14). Estas palabras
del
Apóstol Pablo que acaban de resonar en nuestra asamblea nos ayudan a
entender mejor el significativo mensaje de la canonización de
Josemaría Escrivá de Balaguer, que hoy celebramos. Él se dejó
llevar dócilmente por el Espíritu, convencido de que sólo así se
puede cumplir en plenitud la voluntad de Dios.
Esta
fundamental verdad cristiana era un motivo recurrente en su
predicación. En efecto, no cesaba de invitar a sus hijos
espirituales a invocar al Espíritu Santo para que la vida interior,
es decir, la vida de relación con Dios, y la vida familiar,
profesional y social, hecha de pequeñas realidades terrenas, no
estuvieran separadas, sino que constituyeran una única existencia
"santa y llena de Dios". "A ese Dios invisible
-escribió-, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales"
(Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 114).
Actual
y urgente es también hoy esta enseñanza suya. El creyente, en
virtud del bautismo que le incorpora a Cristo, está llamado a
entablar con el Señor una ininterrumpida relación vital. (Juan
Pablo II, Homilía Canonización, 6 octubre 2002).
El contenido de la llamada a la santidad: cultivar humildad y espíritu de servicio, abandonarse en la Providencia, escucha constante de la voz del Espíritu.
- “Elevar el mundo hacia Dios y transformarlo desde dentro: he aquí el ideal que el Santo Fundador
os
indica, queridos Hermanos y Hermanas que hoy os alegráis por su
elevación a la gloria de los altares. Él continúa recordándoos la
necesidad de no dejaros atemorizar ante una cultura materialista, que
amenaza con disolver la identidad más genuina de los discípulos de
Cristo. Le gustaba reiterar con vigor que la fe cristiana se opone al
conformismo y a la inercia interior.
Siguiendo sus
huellas, difundid en la sociedad, sin distinción de raza, clase,
cultura o edad, la conciencia de que todos estamos llamados a la
santidad. Esforzaos por ser santos vosotros mismos en primer lugar,
cultivando un estilo evangélico de humildad y servicio, de abandono
en la Providencia y de escucha constante de la voz del Espíritu. De
este modo, seréis "sal de la tierra" (cf. Mt 5, 13) y
brillará "vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los
cielos" (ibíd., 5, 16).” (Juan Pablo II, Homilía
Canonización, 6 octubre 2002)
Dos «espíritus» en el hombre: Romanos 8,14-17 (2ª Lectura)
Cfr.
Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno B. Piemme 4 ed.
settembre 1996, pp.
353-354:
Espíritu del hombre y Espíritu de Dios
- En primer lugar, está el espíritu del hombre, es decir, el principio de su existir, de su obrar, de su
amar
y pecar, de su libertad y esclavitud. Pero también está un
espíritu de Dios, principio de su amor y de su comunicación al
hombre. Pues bien, este espíritu divino penetra en el espíritu del
hombre, lo invade como un viento que lo envuelve todo y lo empapa. La
criatura que lo acoge y se deja conquistar por este Espíritu, es
transformada de hijo del hombre en hijo de Dios, se convierte en
miembro de su familia, es declarada oficialmente coherede del
primogénito de Dios, Cristo. Sobre sus labios ya no afloran las
súplicas de un súbdito que imploran a un emperador, sino la
afectuosa invocación del hijo que llama: «¡Abbà, padre!».
No se trata sólo una revelación de los secretos de la divinidad y sino también la proclamación de la admisión del hombre al interior de la vida divina: ingreso en la misma experiencia de Dios.
Por
tanto, Pablo no delinea una simple revelación de los secretos
misteriosos de la divinidad sino que proclama una verdadera y propia
admisión al interior de la vida divina. Este ingreso del hombre en
la misma experiencia de Dios acontece por medio del bautismo, visto
como raíz del acontecimiento cristiano, y a través de la escucha
obediente de la Palabra. Esto es formulado de modo lapidario en la
escena final del Evangelio de Mateo que hoy [Solemnidad de la
Trinidad, Mt. 28 16-20] domina en la liturgia. (...)
Entrar
en la intimidad divina es posible para el hombre solamente por la
revelación, es decir, a través de la comunicación que Dios hace de
sí mismo. Es Dios quien rompe el silencio de su misterio y nos
ofrece algo del resplandor de su luz infinita.
La vida divina en nosotros es el amor de Dios (Espíritu Santo) que se derrama en nuestros corazones.
- “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se
nos
ha dado” (Romanos 5,5).
- El Espíritu es principio en cada criatura de la vida divina en Cristo. Una vida nueva que Dios da,
de
la que se pueden señalar algunos de los contenidos, según la
Escritura 3:
[Rom
5,5] (b). El Espíritu
Santo de la promesa, Efesios 1,13; Ga 3,14; Hechos 2,33+, que
caracteriza la nueva alianza (Romanos 2,29; 7,6; 2 Corintios 3,6; ver
Gálatas 3,3; 4,29; Ezequiel 36,27 +), no
es solamente una manifestación exterior de poder taumatúrgico y
carismático (Hechos
1,8+); es sobre todo un principio
interior de vida nueva
que Dios da
(1 Tesalonicenses 4,8, etc. ver: Lucas 11,13; Juan 3,34; 14, 16 ss;
Hechos 1,5; 2,38; etc.; 1 Juan 3,24), envía
(Gálatas 4,6; ver Lucas 24,49; Juan 14,26; 1 Pedro 1,12); suministra
(Gálatas 3,5; Flp 1,19), derrama
(Romanos aquí; Tito 3, 5ss; ver Hechos 2,33+). Recibido
por la fe (Gálatas
3, 2.14; ver Juan 7, 38s; Hch 11,17), y
el bautismo (1
Corintios 6,11; Tt 3,5; ver Juan 3,5; Hechos 2,38; 19, 2-6), habita
en el cristiano
(Romanos 8,9; 1 Corintios 3,16; 2 Timoteo 1,14; ver St 4,5), en
su espíritu (Romanos
8,16; ver Romanos 1,9+) y
aún en su cuerpo (1
Corintios 6,19). Este Espíritu, que es
el Espíritu de Cristo
(Romanos 8,9; Filipenses 1,19; Gálatas 4,6; ver 2 Corintios 3,17;
Hechos 16,7; Juan 14,26; 15, 26; 16, 7.14), hace
hijo de Dios al cristiano
(Romanos 8, 14-16; Gálatas 4, 6s), y hace
habitar a Cristo en su corazón
(Efesios 3,16). Es para el cristiano (como para el mismo Cristo
Romanos 1,4+) principio
de resurrección
(Romanos 8,11+), por un don escatológico que desde ahora le marca
como con sello (2 Corintios 1,22; Efesios1,13; 4,30), y se
encuentra en él a título de arras
(2 Corintios 1,22; Efesios 1,13; 4,30), y de primicias (Romanos
8,23). Sustituyendo el
principio malo de la carne
(Romanos 7,5+), se hace en el hombre principio
de fe ((1 Corintios
12,3; 2 Corintios 4,13; ver 1 Juan 4 2s), de
conocimiento sobrenatural
(1 Corintios 2, 10-16; 7,40; 12,8s; 14,2 s; Efesios 1,17; 3, 16.18;
Colosenses 1,9; ver Juan 14, 26+), de
amor (Romanos 5,5;
15,30; Colosenses 1,8), de
santificación
(Romanos 15,16; 1 Corintios 6,11; 2 Tesalonicenses 2,13; ver 1 Pedro
1,2), de conducta
moral (Romanos 8,
4-9.13; Gálatas 5, 16-25), de
intrepidez apostólica
(Filipenses 1,19; 2 Timoteo 1,7s; ver Hechos 1,8+), de
esperanza (Romanos
15,13; Gálatas 5r,5; Efesios 4,4), y
de oración (Romanos
8, 26s; ver Santiago 4, 3-5; Judas 20). No
hay que extinguirlo
(1 Tesalonicenses 5,19), ni
contristarlo (Efesios
4,30). Uniéndonos con
Cristo (1 Corintios
6,17), realiza la
unidad de su cuerpo (1
Corintios 12,13; Efesios 2,16.18; 4,4).
Vida
Cristiana
1
Nuevo Testamento, Eunsa, Comentario a Romanos 8, 14-30
3
Cf. Biblia de Jerusalén , comentario a Romanos 5,5
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