viernes, 8 de febrero de 2019

5 Domingo Tiempo Ordinario Ciclo C - 10 de febrero 2019




[Chiesa/Omelie1/Vocazione/5C19VocaciónVerdaderaReligiosidad]

Ø 5º Domingo del tiempo ordinario, Año C (2019). La vocación: nos llama por nuestro nombre.

«Aquí estoy, mándame» (1ª Lectura) «Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.» (Evangelio). A lo largo de nuestra vida Cristo nos llama por nuestro nombre. Pensamos que tuvo lugar en los tiempos de los apóstoles, pero no creemos que la llamada nos ataña a nosotros, no la esperamos. El Señor nos purifica para prepararnos a cada uno a la misión que Él ha proyectado, para la que pedirá nuestra colaboración. La verdadera religiosidad nos lleva a adherir a la voluntad del Señor cuando solicita un compromiso de nosotros en esta vida. En definitiva, a tener una profunda amistad con Él, a “estar con él”.  La vida cristiana es comunión con Jesús. Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida. Si falta el encuentro con Cristo no habrá auténtica existencia cristiana, aunque haya devociones y prácticas.


v  Cfr. 5 Domingo Tiempo Ordinario Ciclo C - 10 de febrero 2019

Isaías 6, 1-2a.3-8; 1 Corintios 15, 1-11; Lucas 5, 1-11
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno C, Piemme 1999, V Domenica del Tiempo Ordinario, pp. 169-174.

Isaías 6, 1-2a.3-8: 1 El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo.2 Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él. 3 Y se gritaban el uno al otro: "Santo, santo, santo, Yahveh  Sebaot: llena está toda la tierra de su gloria.". 4 Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo. 5 Y dije: "¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: que al rey Yahveh Sebaot han visto mis ojos!". 6 Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar,7 y tocó mi boca y dijo: "He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está perdonado." 8 Entoces, escuché  la voz del Señor que decía: "¿A quién mandaré? ¿ Quién irá por mí"? Contesté: - «Aquí estoy, mándame».
Lucas 5, 1-11: 1 Sucedió que, estando Jesús junto al lago de Genesaret, la multitud se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios.2 Y vio dos barcas que estaban a la orilla del lago; los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las redes.3 Entonces, subiendo en una de las barcas, que era de Simón, le rogó que la apartase un poco de tierra. Y sentado enseñaba desde la barca a la multitud.4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Guía mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca.5 Simón le contestó: Maestro, hemos estado fatigándonos durante toda la noche y nada hemos pescado; pero, no obstante, sobre tu palabra echaré las redes.6 Y habiéndolo hecho recogieron gran cantidad de peces, tantos que las redes se rompían.7 Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que vinieran y les ayudasen. Vinieron, y llenaron las dos barcas, de modo que casi se hundían.8 Cuando lo vio Simón Pedro, se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.9 Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos estaban con él, por la gran cantidad de peces que habían capturado. 10 Lo mismo sucedía a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serán hombres los que has de pescar. 11 Ellos sacaron las barcas a tierra, dejándolo todo, lo siguieron.

La vocación: nos llama por nuestro nombre.
«Aquí estoy, mándame»
(Primera Lectura, Isaías 6,8)
La verdadera religiosidad nos lleva a adherir a la voluntad del Señor cuando solicita un compromiso de nosotros en esta vida.

1.    A lo largo de nuestra vida Cristo nos llama por nuestro nombre.


v  Pensamos que tuvo lugar en los tiempos de los apóstoles, pero no creemos que la llamada nos ataña a nosotros, no la esperamos.

Cfr. Beato John Henry Newman (1801-1890)[1]. Sermones parroquiales: PPS vol. 8, sermón 2.
                (En Magnificat, n. 147, febrero 2016, pp. 122-123).
·         “A lo largo de toda nuestra vida Cristo nos llama. Estaría bien tener conciencia de ello, pero
somos lentos en comprender esta gran verdad: que Cristo camina a nuestro lado y con su mano, sus ojos y su voz nos invita a seguirle. En cambio, nosotros ni siquiera alcanzamos a oír su llamada, que se sigue dando ahora. Pensamos que tuvo lugar en los tiempos de los apóstoles, pero no creemos que la llamada nos ataña a nosotros, no la esperamos. No tenemos ojos para ver al Señor, muy al contrario del apóstol al que Jesús amaba, que distinguía a Cristo cuando los demás discípulos no lo reconocían.
            No obstante, estate seguro: Dios te mira, seas quien seas. Dios te llama por tu nombre. Te ve y te comprende,  él, que te hizo. Todo lo que hay en ti le es conocido; todos tus sentimientos y tus pensamientos, tus inclinaciones, tus gustos, tu fuerza y tu debilidad. Te ve en los días de alegría y en los tiempos de pena. Se interesa por todas tus angustias y tus recuerdos, todos tus ímpetus y los desánimos de tu espíritu. Dios te abraza y te sostiene; te levanta o te deja descansar en el suelo. Contempla tu rostro cuando lloras y cuando ríes, en la salud y en la enfermedad. Mira tus manos y tus pies, escucha tu voz, el latido de tu corazón y hasta tu aliento. No te amas tú más de lo que te ama él”.  

2.    El Señor nos purifica para prepararnos a cada uno a la misión que Él ha proyectado, para la que pedirá nuestra colaboración.

·         Vemos en la primera Lectura que el profeta Isaías es liberado de sus pecados: uno de los ángeles
le toca la boca con un carbón ardiente diciendo: “Mira, esto ha tocado tus labios, tu culpa ha sido quitada, y tu pecado, perdonado” (Is 5, 7). Se trata de la intervención salvadora de Dios. Y cuando el Señor pregunta “¿A quién enviaré?, ¿quién irá de nuestra parte?”, Isaías responde “Aquí estoy. Envíame a mí” ” (Is 6,8).

v  En el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2584) se nos dice que la oración de los profetas es siempre una intercesión que espera la intervención del Dios salvador.

·         En el "cara a cara" con Dios, los profetas sacan luz y fuerza para su misión. Su oración no es
una huida del mundo infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, a veces un litigio o una queja, siempre una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios salvador, Señor de la historia (cf Amós 7, 2. 5; Isaías 6, 5. 8. 11; Jeremías 1, 6; Jeremías 15, 15 - 18; Jeremías 20, 7 - 18).
·         En el caso de Simón Pedro,  cuando él se arroja a los pies del Señor, y le dice que es un pecador,
Jesús le responde afirmando que será pescador de hombres, junto a los otros apóstoles: “No temas, desde ahora serán hombres los que pescarás” (Lucas 5, 10).

v  Nuestra colaboración: unos requisitos indispensables e la vocación cristiana.

o   El desprendimiento auténtico, la pobreza, la elección total  del Reino de Dios.

·         “Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejadas todas las cosas, le siguieron” (Lc 5, 11). “En la
vocación cristiana son requisitos indispensables el desprendimiento auténtico, la pobreza, la elección total  del Reino de Dios. Es un paso difícil de dar, ya que estamos ligados a una maraña de intereses, de posesiones, de afectos y de cosas. Sin embargo, como descubrirán los discípulos, la vocación es un “dejar”, es un “perder” más bien sorprendente porque después ellos “encontrarán cien hermanos y hermanas” precisamente entre los hombres de los que serán pescadores” (cfr. G. Ravasi o.c. p. 171). 

3.    Algunas enseñanzas que se pueden deducir de la llamada del Señor y de

nuestra respuesta.

v  Sobre la verdadera religiosidad

o   a) Nos lleva a adherir a la voluntad del Señor cuando solicita un compromiso de nosotros en esta vida. 

  • Si hay verdadera religiosidad, cada uno descubrirá su propia vocación, es decir, el
compromiso que Dios solicita de nosotros en esta vida. El Señor nos hará saber que cuenta con nosotros para realizar su proyecto de salvación.
§  El Señor nos purifica para hacernos capaces de responder a sus exigencias. 
                Si alguien piensa que no le sucederá que un ángel del Señor toque su boca con un carbón para purificarle, como hemos visto en el caso de Isaías, que recuerde que, en la vida cristiana, hay algo más que un “ángel y un carbón ardiente para purificar”... El Señor nos purifica en el sacramento de la reconciliación. “Toda la virtud de la penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con Él con profunda amistad” (Catecismo Romano 2,5, 18) (cfr. CEC n. 1468).

o   b) Nos lleva a tener confianza en él cuando también a nosotros nos diga: “guía mar adentro y echad  vuestras redes para la pesca”

                Se puede añadir que la verdadera religiosidad no acaba en un erróneo sentido de culpabilidad, en la culpa que lleva a la angustia, sino que acaba en un acto de amor, de disponibilidad ante las exigencias del Señor, de caridad hacia Dios, de liberación de las culpas.
            Pediremos al Señor fe, confianza en él cuando también a nosotros nos diga: “guía mar adentro y echad  vuestras redes para la pesca” (Lucas 5, 4);  a veces también a nosotros nos parecerá no razonable su exigencia: “Maestro hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada .... pero sobre tu palabra echaré las redes”(Lucas 5, 5).

o   c) En definitiva, nos llevará a compartir  la vida de Jesús, a tener una profunda    amistad con Él, a “estar con él”.  La vida cristiana es comunión con Jesús.

§  El estilo de vida de los cristianos, hijos de la luz: Dios nos ha destinado para vivir juntos con él.
·         1 Tesalonicenses 5, 4-10: Pero vosotros, hermanos, no vivís en la oscuridad, para que ese
Día os sorprenda como ladrón,  pues todos vosotros sois hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Nosotros, por el contrario, que somos del día, seamos sobrios; revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación. Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener la salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para que, velando o durmiendo, vivamos juntos con él.
§  La Iglesia es comunión con Jesús. Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida.
"Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él" (Juan 6, 56).
·         Catecismo de la Iglesia Católica, 787: La Iglesia es comunión con Jesús. Desde el comienzo,
Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Marcos 1, 16 - 20; Marcos 3, 13 - 19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mateo 13, 10  - 17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lucas 10, 17  - 20) y en sus sufrimientos (cf. Lucas 22, 28  - 30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre él y los que le sigan: "Permaneced en Mí, como yo en vosotros … Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Juan 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él" (Juan 6, 56).
§  A pesar de ser siervos inútiles, Jesús nos hace sus amigos.
a) No hay secretos entre amigos
·         Card. Joseph Ratzinger, Homilía en la Misa por la elección del Papa, 18 de abril de 2005:
Pasemos ahora al Evangelio, de cuya riqueza quisiera sacar tan sólo dos pequeñas observaciones. El Señor nos dirige estas maravillosas palabras: «No os llamo ya siervos… a vosotros os he llamado amigos» (Juan 15, 15). Muchas veces no sentimos simplemente siervos inútiles, y es verdad (Cf. Lucas 17, 10). Y, a pesar de ello, el Señor nos llama amigos, nos hace sus amigos, nos da su amistad. El Señor define la amistad de dos maneras. No hay secretos entre amigos: Cristo nos dice todo lo que escucha al Padre; nos da su plena confianza y, con la confianza, también el conocimiento. Nos revela su rostro, su corazón. Nos muestra su ternura por nosotros, su amor apasionado que va hasta la locura de la cruz. Nos da su confianza, nos da el poder de hablar con su yo: «este es mi cuerpo…», «yo te absuelvo…». Nos confía su cuerpo, la Iglesia. Confía a nuestras débiles mentes, a nuestras débiles manos su verdad, el misterio del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; el misterio del Dios que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Juan 3, 16). Nos ha hecho sus amigos y, nosotros, ¿cómo respondemos?
b) La amistad es la comunión de las voluntades, donde tiene lugar nuestra redención
            El segundo elemento con el que Jesús define la amistad es la comunión de las voluntades. «Idem velle – idem nolle», era también para los romanos la definición de la amistad. «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Juan 15, 14). La amistad con Cristo coincide con lo que expresa la tercera petición del Padrenuestro: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». En la hora de Getsemaní, Jesús transformó nuestra voluntad humana rebelde en voluntad conformada y unida con la voluntad divina. Sufrió todo el drama de nuestra autonomía y, al llevar nuestra voluntad en las manos de Dios, nos da la verdadera libertad: «pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mateo 26, 39). En esta comunión de las voluntades tiene lugar nuestra redención: ser amigos de Jesús, convertirse en amigos de Dios. Cuanto más amamos a Jesús, más le conocemos, más crece nuestra auténtica libertad, la alegría de ser redimidos. ¡Gracias, Jesús, por tu amistad!

o   d) Si falta el encuentro con Cristo no habrá auténtica existencia cristiana, aunque haya devociones y prácticas. La compenetración con Cristo.

  • Es Cristo que pasa, 134: Vivir según el Espíritu Santo es vivir de fe, de esperanza, de
caridad; dejar que Dios tome posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para hacerlos a su medida. Una vida cristiana madura, honda y recia, es algo que no se improvisa, porque es el fruto del crecimiento en nosotros de la gracia de Dios. En los Hechos de los Apóstoles, se describe la situación de la primitiva comunidad cristiana con una frase breve, pero llena de sentido: perseveraban todos en las instrucciones de los Apóstoles, en la comunicación de la fracción del pan y en la oración.
Fue así como vivieron aquellos primeros, y como debemos vivir nosotros: la meditación de la doctrina de la fe hasta hacerla propia, el encuentro con Cristo en la Eucaristía, el diálogo personal — la oración sin anonimato — cara a cara con Dios, han de constituir como la substancia última de nuestra conducta. Si eso falta, habrá tal vez reflexión erudita, actividad más o menos intensa, devociones y prácticas. Pero no habrá auténtica existencia cristiana, porque faltará la compenetración con Cristo, la participación real y vivida en la obra divina de la salvación.
Vida Cristiana



[1] Nació en Londres el 21 de febrero de 1801; murió en Birmingham, el 11 de agosto de 1890. Fue un presbítero anglicano que se convirtió al catolicismo en 1845.  Fue ordenado sacerdote en la Iglesia Católica el 1 de junio de 1847 y hecho Cardenal por León XIII. Fue beatificado el 19 de septiembre de 2010 por Benedicto XVI en el Reino Unido. Cuando era joven participó en el Movimiento de Oxford, que aspiraba a que la Iglesia de Inglaterra volviese a sus raíces católicas.  Entre sus publicaciones se encuentran: La fe y la razón; Persuadido por la Verdad; Carta al Duque de Norfolk; Esperando a Cristo; Sermones parroquiales,  8 volúmenes; Las arma de los santos; Discursos sobre la fe; Calixta (novela); Apología “pro vita sua”; Historia de mis ideas religiosas, etc. 

«Apártate» y «quédate», verbos para la comunión: por Santiago Agrelo



Uno vio “al Señor sentado sobre un trono alto y excelso”; el otro vio sólo la redada de peces que había cogido después de echar las redes “en la palabra de Jesús”; y los dos, Isaías y Pedro, el profeta y el pescador, se asomaron al misterio de la grandeza de Dios y de la propia pequeñez, se vieron perdidos en la santidad de Dios y en la realidad inquietante del propio pecado.
El profeta expresó así lo que había experimentado: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.
El pescador expresó con una súplica y un gesto lo que había aprendido viendo peces en las redes: “Se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: _Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.
Cada domingo nos reunimos para escuchar la palabra del Señor. Cada domingo nos acercamos a la mesa del Señor. Se supone que en la eucaristía escuchamos y comemos para mejor conocer la voluntad del Señor, obedecer sus mandatos, acoger su salvación y seguir sus caminos.
Cada domingo, como el profeta, nos acercamos al templo del Señor. Cada domingo, como el pescador, también nosotros echamos la red “en la palabra de Jesús”. Cada domingo es una ocasión que la gracia nos ofrece para el asombro por lo que se nos revela, para el santo temor de Dios por lo que Dios es, para la humildad del corazón por lo que nosotros somos.
Cada domingo, allí donde el profeta dijo: _ “¡ay de mí, estoy perdido!”; y donde el apóstol dijo: _ “apártate de mí, Señor, que soy un pecador”, nosotros decimos, robando las palabras a un soldado romano: “Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa”.
Hoy, con vosotros, quiero robarlas todas: las del profeta, las del pescador, las del soldado, por si se me agarra al alma el conocimiento de la grandeza de Dios, de su santidad, con la sabiduría de mi indignidad para ir hasta Dios o para recibirle si él viene a mi casa.
Hoy, con vosotros y con el apóstol, le diré «apártate», porque soy un pecador; mientras todo mi ser, con vosotros y con los discípulos en el camino de Emaús, le pediremos «quédate»: Quédate, porque anochece, y se oscurece la fe; quédate, porque tú tienes palabras de vida eterna; quédate, porque te necesitamos; quédate, porque sabemos que nos amas.
Y si la Eucaristía nos remite, Señor, a la entrega de tu vida por nuestro amor, mientras te digo «apártate» pues mi pecado es de muerte, mientras te digo «quédate» pues tu voz es de infinita misericordia, te diré también: “acuérdate de mí en tu reino”, entregando así mi pecado a tu misericordia.
Feliz domingo.

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