[Chiesa/Omelie1/Vocazione/5C19VocaciónVerdaderaReligiosidad]
Ø 5º Domingo
del tiempo ordinario, Año C (2019). La vocación: nos llama por nuestro nombre.
«Aquí
estoy, mándame» (1ª Lectura) «Ellos sacaron
las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.» (Evangelio). A lo largo
de nuestra vida Cristo nos llama por nuestro nombre. Pensamos que tuvo lugar en
los tiempos de los apóstoles, pero no creemos que la llamada nos ataña a
nosotros, no la esperamos. El Señor nos purifica para prepararnos a cada uno a
la misión que Él ha proyectado, para la que pedirá nuestra colaboración. La
verdadera religiosidad nos lleva a adherir a la voluntad del Señor cuando
solicita un compromiso de nosotros en esta vida. En definitiva, a tener una
profunda amistad con Él, a “estar con él”.
La vida cristiana es comunión con Jesús. Desde el comienzo, Jesús asoció
a sus discípulos a su vida. Si falta el encuentro con Cristo no habrá auténtica
existencia cristiana, aunque haya devociones y prácticas.
v
Cfr. 5 Domingo Tiempo Ordinario Ciclo C - 10 de
febrero 2019
Isaías
6, 1-2a.3-8; 1 Corintios 15, 1-11; Lucas 5, 1-11
Cfr. Gianfranco Ravasi, Secondo le Scritture, Anno C,
Piemme 1999, V Domenica del Tiempo Ordinario, pp. 169-174.
Isaías 6, 1-2a.3-8: 1 El año de la
muerte del rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus
haldas llenaban el templo.2 Unos serafines se mantenían erguidos por encima de
él. 3 Y se gritaban el uno al otro: "Santo, santo, santo, Yahveh Sebaot: llena está toda la tierra de su
gloria.". 4 Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que
clamaban, y la Casa se llenó de humo. 5 Y dije: "¡Ay de mí, que estoy
perdido, pues soy un hombre de labios impuros, y entre un pueblo de labios
impuros habito: que al rey Yahveh Sebaot han visto mis ojos!". 6 Entonces
voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las
tenazas había tomado de sobre el altar,7 y tocó mi boca y dijo: "He aquí
que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está perdonado."
8 Entoces, escuché la voz del Señor que
decía: "¿A quién mandaré? ¿ Quién irá por mí"? Contesté: -
«Aquí estoy, mándame».
Lucas 5, 1-11: 1 Sucedió que,
estando Jesús junto al lago de Genesaret, la multitud se agolpaba a su
alrededor para oír la palabra de Dios.2 Y vio dos barcas que estaban a la
orilla del lago; los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las
redes.3 Entonces, subiendo en una de las barcas, que era de Simón, le rogó que
la apartase un poco de tierra. Y sentado enseñaba desde la barca a la
multitud.4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Guía mar adentro, y echad
vuestras redes para la pesca.5 Simón le contestó: Maestro, hemos estado
fatigándonos durante toda la noche y nada hemos pescado; pero, no obstante,
sobre tu palabra echaré las redes.6 Y habiéndolo hecho recogieron gran cantidad
de peces, tantos que las redes se rompían.7 Entonces hicieron señas a los
compañeros que estaban en la otra barca, para que vinieran y les ayudasen.
Vinieron, y llenaron las dos barcas, de modo que casi se hundían.8 Cuando lo
vio Simón Pedro, se arrojó a los pies de Jesús, diciendo: Apártate de mí,
Señor, que soy un hombre pecador.9 Pues el asombro se había apoderado de él y
de cuantos estaban con él, por la gran cantidad de peces que habían capturado.
10 Lo mismo sucedía a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros
de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serán hombres los
que has de pescar. 11 Ellos
sacaron las barcas a tierra, dejándolo todo, lo siguieron.
La vocación: nos llama por
nuestro nombre.
«Aquí estoy, mándame»
(Primera Lectura, Isaías 6,8)
La verdadera
religiosidad nos lleva a adherir a la voluntad del Señor cuando solicita un
compromiso de nosotros en esta vida.
1.
A lo largo de nuestra vida Cristo nos llama por
nuestro nombre.
v
Pensamos que tuvo lugar en los tiempos de los
apóstoles, pero no creemos que la llamada nos ataña a nosotros, no la
esperamos.
(En Magnificat, n. 147, febrero 2016, pp. 122-123).
·
“A lo
largo de toda nuestra vida Cristo nos llama. Estaría bien tener conciencia de
ello, pero
somos lentos en
comprender esta gran verdad: que Cristo camina a nuestro lado y con su mano,
sus ojos y su voz nos invita a seguirle. En cambio, nosotros ni siquiera
alcanzamos a oír su llamada, que se sigue dando ahora. Pensamos que tuvo lugar
en los tiempos de los apóstoles, pero no creemos que la llamada nos ataña a
nosotros, no la esperamos. No tenemos ojos para ver al Señor, muy al contrario
del apóstol al que Jesús amaba, que distinguía a Cristo cuando los demás
discípulos no lo reconocían.
No obstante, estate seguro: Dios te
mira, seas quien seas. Dios te llama por tu nombre. Te ve y te comprende, él, que te hizo. Todo lo que hay en ti le es
conocido; todos tus sentimientos y tus pensamientos, tus inclinaciones, tus
gustos, tu fuerza y tu debilidad. Te ve en los días de alegría y en los tiempos
de pena. Se interesa por todas tus angustias y tus recuerdos, todos tus ímpetus
y los desánimos de tu espíritu. Dios te abraza y te sostiene; te levanta o te
deja descansar en el suelo. Contempla tu rostro cuando lloras y cuando ríes, en
la salud y en la enfermedad. Mira tus manos y tus pies, escucha tu voz, el
latido de tu corazón y hasta tu aliento. No te amas tú más de lo que te ama
él”.
2.
El Señor nos purifica para prepararnos a cada
uno a la misión que Él ha proyectado, para la que pedirá nuestra colaboración.
·
Vemos en
la primera Lectura que el profeta Isaías es liberado de sus pecados: uno de los
ángeles
le toca la boca con
un carbón ardiente diciendo: “Mira, esto ha tocado tus labios, tu culpa ha sido
quitada, y tu pecado, perdonado” (Is 5, 7). Se trata de la intervención
salvadora de Dios. Y cuando el Señor pregunta “¿A quién enviaré?, ¿quién irá de
nuestra parte?”, Isaías responde “Aquí estoy. Envíame a mí” ” (Is 6,8).
v
En el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2584)
se nos dice que la oración de los profetas es siempre una intercesión que
espera la intervención del Dios salvador.
·
En el
"cara a cara" con Dios, los profetas sacan luz y fuerza para su
misión. Su oración no es
una huida del mundo
infiel, sino una escucha de la palabra de Dios, a veces un litigio o una queja,
siempre una intercesión que espera y prepara la intervención del Dios salvador,
Señor de la historia (cf Amós 7, 2. 5; Isaías 6, 5. 8. 11; Jeremías 1, 6;
Jeremías 15, 15 - 18; Jeremías 20, 7 - 18).
·
En el caso de Simón Pedro, cuando él se arroja a los pies del Señor,
y le dice que es un pecador,
Jesús le
responde afirmando que será pescador de hombres, junto a los otros apóstoles:
“No temas, desde ahora serán hombres los que pescarás” (Lucas 5, 10).
v
Nuestra colaboración: unos requisitos
indispensables e la vocación cristiana.
o
El desprendimiento auténtico, la pobreza, la
elección total del Reino de Dios.
·
“Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejadas todas las cosas, le
siguieron” (Lc 5, 11). “En la
vocación
cristiana son requisitos indispensables el desprendimiento auténtico, la
pobreza, la elección total del Reino de
Dios. Es un paso difícil de dar, ya que estamos ligados a una maraña de
intereses, de posesiones, de afectos y de cosas. Sin embargo, como descubrirán
los discípulos, la vocación es un “dejar”, es un “perder” más bien sorprendente
porque después ellos “encontrarán cien hermanos y hermanas” precisamente entre
los hombres de los que serán pescadores” (cfr. G. Ravasi o.c. p. 171).
3.
Algunas enseñanzas que se pueden deducir de la
llamada del Señor y de
nuestra respuesta.
v
Sobre la verdadera religiosidad
o
a) Nos lleva a adherir a la voluntad del Señor
cuando solicita un compromiso de nosotros en esta vida.
- Si hay verdadera religiosidad, cada uno descubrirá su propia
vocación, es decir, el
compromiso que Dios
solicita de nosotros en esta vida. El Señor nos hará saber que cuenta con
nosotros para realizar su proyecto de salvación.
§ El
Señor nos purifica para hacernos capaces de responder a sus exigencias.
Si alguien piensa que no le
sucederá que un ángel del Señor toque su boca con un carbón para purificarle,
como hemos visto en el caso de Isaías, que recuerde que, en la vida cristiana,
hay algo más que un “ángel y un carbón ardiente para purificar”... El Señor nos
purifica en el sacramento de la reconciliación. “Toda la virtud de la
penitencia reside en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con Él con
profunda amistad” (Catecismo Romano 2,5, 18) (cfr. CEC n. 1468).
o
b) Nos lleva a tener confianza en él cuando
también a nosotros nos diga: “guía
mar adentro y echad vuestras redes para
la pesca”
Se puede añadir que la verdadera
religiosidad no acaba en un erróneo sentido de culpabilidad, en la culpa que
lleva a la angustia, sino que acaba en un acto de amor, de disponibilidad ante
las exigencias del Señor, de caridad hacia Dios, de liberación de las culpas.
Pediremos
al Señor fe, confianza en él cuando también a nosotros nos diga: “guía mar
adentro y echad vuestras redes para la
pesca” (Lucas 5, 4); a veces también a
nosotros nos parecerá no razonable su exigencia: “Maestro hemos estado bregando
toda la noche y no hemos pescado nada .... pero sobre tu palabra echaré las
redes”(Lucas 5, 5).
o
c) En definitiva, nos llevará a compartir la vida de Jesús, a tener una profunda amistad con Él, a “estar con él”. La vida cristiana es comunión con Jesús.
§ El
estilo de vida de los cristianos, hijos de la luz: Dios nos ha destinado para
vivir juntos con él.
·
1 Tesalonicenses 5, 4-10: Pero vosotros, hermanos, no vivís en
la oscuridad, para que ese
Día os sorprenda
como ladrón, pues todos vosotros sois
hijos de la luz e hijos del día. Nosotros no somos de la noche ni de las
tinieblas. Así pues, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios.
Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se
embriagan. Nosotros, por el contrario, que somos del día, seamos sobrios;
revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de
salvación. Dios no nos ha destinado para la cólera, sino para obtener la
salvación por nuestro Señor Jesucristo, que murió por nosotros, para que, velando o durmiendo, vivamos juntos con
él.
§ La
Iglesia es comunión con Jesús. Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos
a su vida.
"Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en Mí y Yo en él"
(Juan 6, 56).
·
Catecismo de la Iglesia Católica, 787: La Iglesia es comunión con Jesús. Desde el comienzo,
Jesús asoció a sus
discípulos a su vida (cf. Marcos 1, 16 - 20; Marcos 3, 13 - 19); les reveló el
Misterio del Reino (cf. Mateo 13, 10 - 17); les dio parte en su misión,
en su alegría (cf. Lucas 10, 17 - 20) y en sus sufrimientos (cf. Lucas
22, 28 - 30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre él y
los que le sigan: "Permaneced en Mí, como yo en vosotros … Yo soy la vid y
vosotros los sarmientos" (Juan 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y
real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y bebe mi
sangre permanece en Mí y Yo en él" (Juan 6, 56).
§ A
pesar de ser siervos inútiles, Jesús nos hace sus amigos.
a) No hay secretos entre amigos
·
Card. Joseph Ratzinger, Homilía en la Misa
por la elección del Papa, 18
de abril de 2005:
Pasemos ahora al
Evangelio, de cuya riqueza quisiera sacar tan sólo dos pequeñas observaciones.
El Señor nos dirige estas maravillosas palabras: «No os llamo ya siervos… a
vosotros os he llamado amigos» (Juan 15, 15). Muchas veces no sentimos
simplemente siervos inútiles, y es
verdad (Cf. Lucas 17, 10). Y, a pesar de
ello, el Señor nos llama amigos, nos hace sus amigos, nos da su amistad. El
Señor define la amistad de dos maneras. No hay secretos entre amigos: Cristo
nos dice todo lo que escucha al Padre; nos da su plena confianza y, con la
confianza, también el conocimiento. Nos revela su rostro, su corazón. Nos
muestra su ternura por nosotros, su amor apasionado que va hasta la locura de
la cruz. Nos da su confianza, nos da el poder de hablar con su yo: «este es mi
cuerpo…», «yo te absuelvo…». Nos confía su cuerpo, la Iglesia. Confía a
nuestras débiles mentes, a nuestras débiles manos su verdad, el misterio del
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; el misterio del Dios que «tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único» (Juan 3, 16). Nos ha hecho sus amigos y,
nosotros, ¿cómo respondemos?
b) La amistad es la comunión de las voluntades,
donde tiene lugar nuestra redención
El segundo
elemento con el que Jesús define la
amistad es la comunión de las voluntades. «Idem velle – idem nolle», era también para los romanos la
definición de la amistad. «Vosotros sois
mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Juan 15, 14). La amistad con Cristo
coincide con lo que expresa la tercera petición del Padrenuestro: «Hágase tu
voluntad así en la tierra como en el cielo». En la hora de Getsemaní, Jesús
transformó nuestra voluntad humana rebelde en voluntad conformada y unida con
la voluntad divina. Sufrió todo el drama de nuestra autonomía y, al llevar
nuestra voluntad en las manos de Dios, nos da la verdadera libertad: «pero no
sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mateo 26, 39). En esta comunión de
las voluntades tiene lugar nuestra redención: ser amigos de Jesús, convertirse
en amigos de Dios. Cuanto más amamos a Jesús, más le conocemos, más crece
nuestra auténtica libertad, la alegría de ser redimidos. ¡Gracias, Jesús, por
tu amistad!
o
d) Si falta el encuentro con Cristo no habrá
auténtica existencia cristiana, aunque haya devociones y prácticas. La
compenetración con Cristo.
- Es Cristo que pasa, 134: Vivir según el Espíritu Santo es vivir
de fe, de esperanza, de
caridad; dejar que
Dios tome posesión de nosotros y cambie de raíz nuestros corazones, para
hacerlos a su medida. Una vida cristiana madura, honda y recia, es algo que no
se improvisa, porque es el fruto del crecimiento en nosotros de la gracia de
Dios. En los Hechos de los Apóstoles,
se describe la situación de la primitiva comunidad cristiana con una frase
breve, pero llena de sentido: perseveraban
todos en las instrucciones de los Apóstoles, en la comunicación de la fracción
del pan y en la oración.
Fue así como vivieron aquellos primeros, y como debemos vivir nosotros:
la meditación de la doctrina de la fe hasta hacerla propia, el encuentro con Cristo en la Eucaristía , el diálogo
personal — la oración sin anonimato — cara a cara con Dios, han de constituir
como la substancia última de nuestra conducta. Si eso falta, habrá tal vez reflexión erudita, actividad más o menos
intensa, devociones y prácticas. Pero no habrá auténtica existencia cristiana,
porque faltará la compenetración con Cristo, la participación real y vivida
en la obra divina de la salvación.
Vida Cristiana
[1] Nació en Londres el 21 de
febrero de 1801; murió en Birmingham, el 11 de agosto de 1890. Fue un
presbítero anglicano que se convirtió al catolicismo en 1845. Fue ordenado sacerdote en la Iglesia Católica
el 1 de junio de 1847 y hecho Cardenal por León XIII. Fue beatificado el 19 de
septiembre de 2010 por Benedicto XVI en el Reino Unido. Cuando era joven
participó en el Movimiento de Oxford, que aspiraba a que la Iglesia de
Inglaterra volviese a sus raíces católicas. Entre sus publicaciones se encuentran: La fe y la razón; Persuadido por la
Verdad; Carta al Duque de Norfolk; Esperando a Cristo; Sermones
parroquiales, 8 volúmenes; Las arma de los santos; Discursos sobre la fe; Calixta (novela); Apología “pro vita sua”; Historia
de mis ideas religiosas, etc.
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