miércoles, 23 de noviembre de 2016
Domingo 26 del Tiempo ordinario, Ciclo C (2016).
1 Domingo 26 del Tiempo ordinario, Ciclo C (2016). En el Evangelio, Jesús propone la parábola de Lázaro y el hombre rico. El trasfondo del relato: los Salmos con la queja del pobre que vive en la fe en Dios y obedece a sus preceptos, pero sólo conoce desgracias, mientras los cínicos que desprecian a Dios van de éxito en éxito y disfrutan de toda la felicidad en la tierra. En los Salmos y en la literatura sapiencial tardía vemos la búsqueda afanosa para resolver esta contradicción. El justo que sufre y ve todo esto, corre el peligro de extraviarse en su fe. El cambio llega. Y ve que la aparente inteligencia de los cínicos ricos y exitosos, puesta a la luz, es estupidez: este tipo de sabiduría significa ser «necio e ignorante», ser «como un animal» (cf. Sal 73, 22). Dos tipos de saciedad: el hartarse de bienes materiales y el llenarse «de tu semblante», la saciedad del corazón mediante el encuentro con el amor infinito. El despertar en la oración: el reconocimiento de la verdadera felicidad. No se trata de una condena mezquina de la riqueza y de los ricos nacida de la envidia. Para el orante es obvio que la envidia por este tipo de riqueza es necia, porque él ha conocido el verdadero bien. Cfr. Domingo 26 del Tiempo Ordinario Ciclo C, 25 septiembre 2016 Amos 6, 1a.4-7; Lucas 16, 19-31: La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. Lucas 16, 19-31. En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: 19 - «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. 20 Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, 21 y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. 22 Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico, y lo enterraron. 23 Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, 24 y gritó: "Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas" 25 Pero Abraham le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. 26 Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros." 27 El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, 28 porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento." 29 Abraham le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen." 30 El rico contestó: "No, padre Abraham. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán." 31 Abraham le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque resucite un muerto." La parábola del hombre rico y el mendigo llamado Lázaro (Lucas 16, 19-31) Dos tipos de saciedad: el hartarse de bienes materiales y el llenarse «de tu semblante», la saciedad del corazón mediante el encuentro con el amor infinito. El despertar a la percepción de la auténtica grandeza del ser humano. 1. Dos figuras contrastantes: el rico que lleva una vida disipada llena de placeres, y el pobre, que ni siquiera puede tomar las migajas que los comensales tiran de la mesa. Cfr. Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, pp. 253-260 2 El trasfondo del relato: los Salmos con la queja del pobre que vive en la fe en Dios y obedece a sus preceptos, pero sólo conoce desgracias, mientras los cínicos que desprecian a Dios van de éxito en éxito y disfrutan de toda la felicidad en la tierra. o En los Salmos y en la literatura sapiencial tardía vemos la búsqueda afanosa para resolver esta contradicción De nuevo nos encontramos en esta historia dos figuras contrastantes: el rico, que lleva una vida disipada llena de placeres, y el pobre, que ni siquiera puede tomar las migajas que los comensales tiran de la mesa, siguiendo la costumbre de la época de limpiarse las manos con trozos de pan y luego arrojarlos al suelo. (…) Como trasfondo que nos permite entender este relato hay que considerar la serie de Salmos en los que se eleva a Dios la queja del pobre que vive en la fe en Dios y obedece a sus preceptos, pero sólo conoce desgracias, mientras los cínicos que desprecian a Dios van de éxito en éxito y disfrutan de toda la felicidad en la tierra. Lázaro forma parte de aquellos pobres cuya voz escuchamos, por ejemplo, en el Salmo 44: «Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisión y burla de los que nos rodean... Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como ovejas de matanza» (vv. 14.23; cf. Rm 8, 36). La antigua sabiduría de Israel se fundaba sobre el presupuesto de que Dios premia a los justos y castiga a los pecadores, de que, por tanto, al pecado le corresponde la infelicidad y a la justicia la felicidad. Esta sabiduría había entrado en crisis al menos desde el exilio. No era sólo el hecho de que Israel como pueblo sufriera más en conjunto que los pueblos de su alrededor, sino que lo expulsaron al exilio y lo oprimieron; también en el ámbito privado se mostraba cada vez más claro que el cinismo es ventajoso y que, en este mundo, el justo está destinado a sufrir. En los Salmos y en la literatura sapiencial tardía vemos la búsqueda afanosa para resolver esta contradicción, un nuevo intento de convertirse en «sabio», de entender correctamente la vida, de encontrar y comprender de un modo nuevo a Dios, que parece injusto o incluso del todo ausente. El Salmo 73, puede considerarse como el trasfondo espiritual de nuestra parábola. o Lázaro se lamenta envidiando a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Uno de los textos más penetrantes de esta búsqueda, el Salmo 73, puede considerarse en este sentido como el trasfondo espiritual de nuestra parábola. Allí vemos como cincelada la figura del rico que lleva una vida regalada, ante el cual el orante —Lázaro— se lamenta: «Envidiaba a los perversos, viendo prosperar a los malvados. Para ellos no hay sinsabores, están sanos y orondos; no pasan las fatigas humanas ni sufren como los demás. Por eso su collar es el orgullo... De las carnes les rezuma la maldad... su boca se atreve con el cielo... Por eso mi pueblo se vuelve a ellos y se bebe sus palabras. Ellos dicen: "¿Es que Dios lo va a saber, se va a enterar el Altísimo?"» (Sal 73, 311). 2. El justo que sufre y ve todo esto, corre el peligro de extraviarse en su fe. Cfr. Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, pp. 253-260 El cambio llega. Y ve que la aparente inteligencia de los cínicos ricos y exitosos, puesta a la luz, es estupidez: este tipo de sabiduría significa ser «necio e ignorante», ser «como un animal» (cf. Sal 73, 22) o Dos tipos de saciedad: el hartarse de bienes materiales y el llenarse «de tu semblante», la saciedad del corazón mediante el encuentro con el amor infinito. El justo que sufre, y que ve todo esto, corre el peligro de extraviarse en su fe. ¿Es que realmente Dios no ve? ¿No oye? ¿No le preocupa el destino de los hombres? «Para qué he purificado yo mi corazón... ? ¿Para qué aguanto yo todo el día y me corrijo cada mañana...? Mi corazón se agriaba...» (Sal 73, 13s.21). El cambio llega de repente, cuando el justo que sufre mira a Dios en el santuario y, mirándolo, ensancha su horizonte. Ahora ve que la aparente inteligencia de los 3 cínicos ricos y exitosos, puesta a la luz, es estupidez: este tipo de sabiduría significa ser «necio e ignorante», ser «como un animal» (cf. Sal 73, 22).Se quedan en la perspectiva del animal y pierden la perspectiva del hombre que va más allá de lo material: hacia Dios y la vida eterna. En este punto podemos recurrir a otro Salmo, en el que uno que es perseguido dice al final: «De tu despensa les llenarás el vientre, se saciarán sus hijos... Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante» (Sal 17, 14s). Aquí se contraponen dos tipos de saciedad: el hartarse de bienes materiales y el llenarse «de tu semblante», la saciedad del corazón mediante el encuentro con el amor infinito. «Al despertar» hace referencia en definitiva al despertar a una vida nueva, eterna; pero también se refiere a un «despertar» más profundo ya en este mundo: despertar a la verdad, que ya ahora da al hombre una nueva forma de saciedad. o El despertar en la oración: el reconocimiento de la verdadera felicidad. El Salmo 73 habla de este despertar en la oración. En efecto, ahora el orante ve que la felicidad del cínico, tan envidiada, es sólo «como un sueño al despertar»; ve que el Señor, al despertar, «desprecia sus sombras» (cf. Sal 73, 20). Y entonces el orante reconoce la verdadera felicidad: «Pero yo siempre estaré contigo, tú agarras mi mano derecha... ¿No te tengo a ti en el cielo?; y contigo, ¿qué me importa la tierra?... Para mí lo bueno es estar junto a Dios...» (Sal 73, 23.25.28). No se trata de una vaga esperanza en el más allá, sino del despertar a la percepción de la auténtica grandeza del ser humano, de la que forma parte también naturalmente la llamada a la vida eterna. o No se trata de una condena mezquina de la riqueza y de los ricos nacida de la envidia. Para el orante es obvio que la envidia por este tipo de riqueza es necia, porque él ha conocido el verdadero bien. Con esto nos hemos alejado de la parábola sólo en apariencia. En realidad, con este relato el Señor nos quiere introducir en ese proceso del «despertar» que los Salmos describen. No se trata de una condena mezquina de la riqueza y de los ricos nacida de la envidia. En los Salmos que hemos considerado brevemente está superada la envidia; más aún, para el orante es obvio que la envidia por este tipo de riqueza es necia, porque él ha conocido el verdadero bien. Tras la crucifixión de Jesús, nos encontramos a dos hombres acaudalados —Nicodemo y José de Arimatea— que han encontrado al Señor y se están «despertando». El Señor nos quiere hacer pasar de un ingenio necio a la verdadera sabiduría, enseñarnos a reconocer el bien verdadero. Así, aunque no aparezca en el texto, a partir de los Salmos podemos decir que el rico de vida licenciosa era ya en este mundo un hombre de corazón fatuo, que con su despilfarro sólo quería ahogar el vacío en el que se encontraba: en el más allá aparece sólo la verdad que ya existía en este mundo. Naturalmente, esta parábola, al despertarnos, es al mismo tiempo una exhortación al amor que ahora debemos dar a nuestros hermanos pobres y a la responsabilidad que debemos tener respecto a ellos, tanto a gran escala, en la sociedad mundial, como en el ámbito más reducido de nuestra vida diaria. (…) 3. Un breve apunte en torno a la parábola del hombre rico y el mendigo Lázaro La eternidad se prepara ya en el tiempo Cfr. Romano Guardini, El Señor, Ediciones Cristiandad, p. 310 • “Nuestra conciencia percibe un toque de atención sobre el hecho de que la eternidad se prepara ya en el tiempo. En los pocos días que dura nuestra existencia terrena, y que discurren con tanta rapidez, decidimos ya nuestra existencia eterna. Recordemos la advertencia del Señor: “Es necesario que nosotros hagamos las obras del que me ha enviado mientras es de día, porque llega la noche cuando nadie puede trabajar” trabajar” (Juan 9, 4). Tanto el mendigo como el rico despiadado viven eternamente. Pero no en el sentido de una simple continuidad de su existencia terrena, sino por el hecho de que esa existencia se ha convertido en lo que realmente es a los ojos de Dios, una existencia definitiva y perdurable. Y eso ya se decidió cuando uno vivía rodeado de dolor y de miseria, pero fiel a Dios, mientras que, por el contrario, el otro gozaba de la vida, pero olvidado de Dios y de la misericordia”. www.parroquia santamonica.com Vida Cristiana
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