miércoles, 16 de noviembre de 2016
La presencia y la bondad de Dios. Catequesis de Papa Francisco sobre la misericordia de Dios (14- septiembre-2016).
La presencia y la bondad de Dios. Catequesis de Papa Francisco sobre la misericordia de Dios (14-
septiembre-2016). Comentario al texto de San Mateo 11/28/30: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. (Mateo 11, 28-30). Tres imperativos: «Venid a mí», «cargad con mi yugo» y «aprended de mí».
Cfr. Papa Francisco, Catequesis del miércoles 14 de septiembre de 2016
Durante este Jubileo hemos reflexionado varias veces en que Jesús se expresa con una ternura única, signo de la presencia y de la bondad de Dios. Hoy nos detenemos en un pasaje emocionante del Evangelio (cfr. Mt 11,28-30), en el que Jesús dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. La invitación del Señor es sorprendente: llama a seguirle a personas sencillas cargadas de una vida difícil, llama a seguirle a personas que tienen tantas necesitadas y les promete que en Él encontrarán reposo y alivio. La invitación se dirige de forma imperativa: «venid a mí», «cargad con mi yugo», y «aprended de mí». ¡Ojalá todos los líderes del mundo pudieran decir esto! Procuremos comprender el significado de estas expresiones.
El primer imperativo es: Venid a mí. Dirigiéndose a los que están cansados y agobiados, Jesús se presenta como el Siervo del Señor descrito en el libro del profeta Isaías, que dice: “El Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado” (50,4). De los cansados por la vida, el Evangelio se suele referir también a los pobres (cfr. Mt 11,5) y a los pequeños (cfr. Mt 18,6). Se trata de los que no pueden contar con medios propios, ni con amistades importantes. Solo pueden confiar en Dios. Conscientes de su humilde y mísera condición, saben que dependen de la misericordia del Señor, esperando de Él la única ayuda posible. En la invitación de Jesús encuentran finalmente respuesta a su espera: haciéndose sus discípulos, reciben la promesa de encontrar descanso para toda la vida. Una promesa que, al final del Evangelio, se extiende a todas las gentes: “Id, pues, –dice Jesús a los Apóstoles– y haced discípulos a todos los pueblos” (Mt 28,19). Acogiendo la invitación a celebrar este año de gracia del Jubileo, en todo el mundo los peregrinos atraviesan la Puerta de la Misericordia abierta en las catedrales y santuarios, y en tantas iglesias del mundo; en hospitales, en cárceles… ¿Para qué pasan por esa Puerta de la Misericordia? Para encontrar a Jesús, para hallar la amistad de Jesús, para encontrar el descanso que solo da Jesús. Ese camino expresa la conversión de cada discípulo que se propone a seguir a Jesús. Y la conversión consiste siempre en descubrir la misericordia del Señor. Y esa misericordia es infinita e inagotable: ¡es grande la misericordia del Señor! Así, atravesando la Puerta Santa profesamos “que el amor está presente en el mundo y que ese amor es más poderoso que cualquier tipo de mal en que el hombre, la humanidad, el mundo están envueltos” (S. Juan Pablo II, Dives in misericordia, 7).
El segundo imperativo dice: Cargad con mi yugo. En el contexto de la Alianza, la tradición bíblica utiliza la imagen del yugo para indicar el estrecho vínculo que une el pueblo a Dios y, en consecuencia, la sumisión a su voluntad expresada en la Ley. En polémica con los escribas y doctores de la ley, Jesús pone a sus discípulos su yugo, en el que la Ley encuentra su cumplimiento. Quiere enseñarles que descubrirán la voluntad de Dios mediante su persona: mediante Jesús, no mediante leyes y prescripciones frías que el mismo Jesús condena (podemos leer el capítulo 23 de Mateo). Él está en el centro de su relación con Dios, está en el corazón de las relaciones entre los discípulos y se pone como punto de apoyo de la vida de cada uno. Recibiendo el “yugo de Jesús” cada discípulo entra así en comunión con Él y se hace partícipe del misterio de su cruz y de su destino de salvación.
Sigue el tercer imperativo: Aprended de mí. A sus discípulos, Jesús proyecta un camino de conocimiento e imitación. Jesús no es un maestro que con severidad impone a otros pesos que él no lleva: esa era la acusación que hacía a los doctores de la ley. Él se dirige a los humildes, a los pequeños, a los pobres, a los necesitados porque Él mismo se hizo pequeño y humilde. Comprende a los pobres y a los que sufren porque Él mismo es pobre y sintió dolores. Para salvar a la humanidad, Jesús no recorrió una senda fácil; al contrario, su camino fue doloroso y difícil. Como recuerda la Carta a los Filipenses: “Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz” (2,8). El yugo que los pobres y oprimidos cargan es el mismo yugo que Él cargó antes que ellos: por eso es un yugo ligero. Él cargó en sus hombros los dolores y pecados de toda la humanidad. Para el discípulo, pues, recibir el yugo de Jesús significa recibir su revelación y acogerla: en Él la misericordia de Dios se hizo cargo de las pobrezas de los hombres, dando así a todos la posibilidad de la salvación. Pero, ¿por qué Jesús es capaz de decir estas cosas? ¡Porque Él se hizo todo para todos, cerca de todos, de los más pobres! Era un pastor que estaba entre la gente, entre los pobres… Trabajaba todo el día con ellos. Jesús no era un príncipe. Es feo para la Iglesia cuando los pastores se vuelven príncipes, alejados de la gente, alejados de los más pobres: ¡ese no es el espíritu de Jesús! A esos pastores Jesús les reprende, y sobre esos pastores Jesús decía a la gente: “Haced lo que ellos dicen, pero no lo que hacen” (Mt 23,3).
Queridos hermanos y hermanas, también para nosotros hay momentos de cansancio y desilusión. Entonces recordemos estas palabras del Señor, que nos dan tanto consuelo y nos hacen entender si estamos poniendo nuestras fuerzas al servicio del bien. De hecho, a veces nuestro cansancio está causado por haber puesto la confianza en cosas que no son lo esencial, porque nos hemos alejado de lo que realmente vale en la vida. El Señor nos enseña a no tener miedo a seguirle, porque la esperanza que ponemos en Él no quedará defraudada. Estamos llamados a aprender de Él lo que significa vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia. Vivir de misericordia para ser instrumentos de misericordia: vivir de misericordia es sentirse necesitado de la misericordia de Jesús, y cuando nos sentimos necesitados de perdón, de consuelo, de la misericordia de Jesús, aprendemos a ser misericordiosos con los demás.
Tener fija la mirada en el Hijo de Dios nos hace comprender cuánto camino nos queda por hacer; pero al mismo tiempo nos infunde la alegría de saber que estamos caminando con Él y nunca estamos solos. ¡Ánimo, pues! ¡Ánimo! No nos dejemos quitar la alegría de ser discípulos del Señor. Pero, Padre, yo soy pecador, soy una pecadora, ¿qué puedo hacer? Dejaos mirar por el Señor, abre tu corazón, siente sobre ti su mirada, su misericordia, y tu corazón se llenará de alegría, de la alegría del perdón, si te acercas a pedir perdón. No nos dejemos robar la esperanza de vivir esta vida junto a Él y con la fuerza de su consuelo. Gracias.
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Vida Cristiana
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