Ø Domingo 17 del tiempo ordinario, Año A (2017). La sabiduría cristiana. Descubre en las cosas y en los acontecimientos el significado último querido por el Señor. No se trata de la simple inteligencia o habilidad práctica. Nos lleva por el camino recto, "para saber lo que es grato al Señor y lo que es recto según sus preceptos". Los Padres de la Iglesia, siguiendo a san Pablo, identificaron a Cristo con la Sabiduría de Dios. La sabiduría hace crecer a la persona desde dentro hacia la plena medida de la madurez; la plenitud de esa vida consiste en la amistad con Dios. Por la Sabiduría vale la pena renunciar a todo lo demás, porque sólo ella da pleno sentido a la vida, un sentido que supera incluso la muerte, pues pone en comunión real con Dios. La sabiduría actúa en el corazón, que es el centro espiritual de la persona. “Dejar” para “encontrar”: la renuncia para encontrar a Cristo, que es la sabiduría divina encarnada. La petición de Salomón: la sabiduría es discernimiento.
v Cfr. Domingo 17 Tiempo ordinario Ciclo A, 30 de julio 2017
Salmo
118, 57.72; 76-77; 127-128; 129-130; Mateo 13, 44-52
Mateo 13, 44-52: -«El
reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo
encuentra lo vuelve a esconder y, lleno
de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un
comerciante en perlas finas que, al
encontrar una de gran valor, se va a
vender todo lo que tiene y la compra. El reino de
los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase
de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los
buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo:
saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno
encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo
esto?» Ellos le contestaron: -«Sí.» Él les dijo: -«Ya veis, un escriba que
entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del
arca lo nuevo y lo antiguo. »
1ª Lectura, 1Re 3,5.7-12: 5 En Gabaón el Señor se apareció a Salomón en sueños
durante la noche y le dijo: «Pide lo que quieras y yo te lo daré». Y Salomón respondió: 7 Ahora bien, Señor,
Dios mío, me has hecho rey a mí, tu siervo,
en lugar de mi padre, David; pero yo soy muy
joven y no sé cómo actuar. 8
Estoy al frente del pueblo que te
elegiste, pueblo numeroso, que no se puede contar ni calcular por su multitud. 9
Concédeme un corazón prudente para
gobernar [otras traducciones: atento para juzgar] a tu pueblo y saber discernir
entre lo bueno y lo malo. Porque
¿quién, si no, podrá gobernar a este tu
pueblo tan grande?». 10 El Señor vio con
buenos ojos que Salomón hubiese pedido
tal cosa, 11 y por eso le dijo: «Ya que
me has hecho esta petición, y no has
pedido para ti una vida larga, ni has
pedido riquezas, ni has pedido la muerte de
tus enemigos, sino que me has pedido sabiduría para gobernar con justicia, 12 hago lo que has dicho. Te doy un corazón sabio y prudente, como no hubo
antes de ti ni lo habrá después.
Salmo 119/118: 57 El Señor es mi heredad: he prometido guardar tus
palabras. 72 Mejor es para mí la Ley de
tu boca que montones de oro y plata. 76 Que tu misericordia me consuele,
según la promesa que hiciste a tu siervo. 77 Que me alcance tu compasión, y
viviré, porque tu Ley es mi deleite.
127 Por eso amo tus mandamientos más que
el oro, que el oro puro. 128 Por eso estimo
rectos tus mandatos, y detesto todo sendero falso. 129 Admirables son tus preceptos, por eso los guarda mi alma. 130 La revelación de tus palabras ilumina, da
inteligencia a los sencillos.
Salomón pidió a Dios sabiduría
para gobernar con justicia.
(Primera Lectura, 1
Reyes 3, 9)
El Señor vio con
buenos ojos que Salomón hubiese pedido
tal cosa,
y no una vida
larga,
ni riquezas,
ni la muerte de
sus enemigos.
(Primera
Lectura, 1 Reyes 3, 10-11)
QUÉ ES LA SABIDURÍA: MANIFESTACIONES
1) Al ir más allá de los aspectos
superficiales de las cosas y de los acontecimientos, descubre en ellos el
significado último querido por el Señor. No se trata de la simple inteligencia
o habilidad práctica.
Cfr. Juan Pablo II, Audiencia general del 23 de abril de
2003
v La capacidad de descubrir en las cosas y en los acontecimientos el significado último querido por Dios.
·
La idea que
sugiere esta invocación de Salomón se desarrolla en nuestro cántico mediante
una
serie de peticiones dirigidas
al Señor, para que conceda ese tesoro insustituible que es la sabiduría.
En el pasaje, recortado por la liturgia de Laudes,
encontramos estas dos imploraciones: "Dame la sabiduría. (...) Mándala de
tus santos cielos, de tu trono de gloria" (Sabiduría 9,4 Sg 9,10). El fiel es consciente de que sin
este don carece de guía, de una estrella polar que le oriente en las opciones
morales de la existencia: "Soy hombre débil y de pocos años, demasiado
pequeño para conocer el juicio y las leyes. (...) Sin la sabiduría, que procede
de ti, (el hombre) será estimado en nada" (vv. 5-6).
v Nos lleva por el camino recto, "para saber lo que es grato al Señor y lo que es recto según sus preceptos"
·
La sabiduría es
como una lámpara que ilumina nuestras opciones morales de cada día y nos lleva
por el
camino
recto, "para saber lo que es grato al Señor y lo que es recto según sus
preceptos" (cf. v. 9). Por eso, la liturgia nos hace orar con las palabras
del libro de la Sabiduría al inicio de una jornada, precisamente para
que Dios, con su sabiduría, esté a nuestro lado y "nos asista en nuestros
trabajos" de cada día (cf. v. 10), mostrándonos el bien y el mal, lo justo
y lo injusto.
Cuando la Sabiduría divina nos lleva de la mano, nos adentramos con confianza en el mundo. A ella nos asimos, amándola con un amor esponsal, a ejemplo de Salomón, el cual, siempre según el libro de la Sabiduría, confesaba: "Yo la amé y la pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza" (Sabiduría 8,2).
Cuando la Sabiduría divina nos lleva de la mano, nos adentramos con confianza en el mundo. A ella nos asimos, amándola con un amor esponsal, a ejemplo de Salomón, el cual, siempre según el libro de la Sabiduría, confesaba: "Yo la amé y la pretendí desde mi juventud; me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza" (Sabiduría 8,2).
v Los Padres de la Iglesia identificaron a Cristo con la Sabiduría de Dios.
·
Los Padres de la
Iglesia identificaron a Cristo con la Sabiduría de Dios, siguiendo a san Pablo,
que definió a Cristo
"fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Corintios 1,24).
Concluyamos con una oración de san Ambrosio, que se dirige a Cristo así: "Enséñame las palabras llenas de sabiduría, porque tú eres la Sabiduría. Abre mi corazón, tú que abriste el Libro. Ábreme la puerta del cielo, porque tú eres la Puerta. Si entramos por ti, poseeremos el reino eterno; si entramos por ti, no quedaremos defraudados, porque no puede equivocarse quien entra en la morada de la Verdad" (Commento al Salmo 118, 1: SAEMO 9, p. 377).
Concluyamos con una oración de san Ambrosio, que se dirige a Cristo así: "Enséñame las palabras llenas de sabiduría, porque tú eres la Sabiduría. Abre mi corazón, tú que abriste el Libro. Ábreme la puerta del cielo, porque tú eres la Puerta. Si entramos por ti, poseeremos el reino eterno; si entramos por ti, no quedaremos defraudados, porque no puede equivocarse quien entra en la morada de la Verdad" (Commento al Salmo 118, 1: SAEMO 9, p. 377).
2) La sabiduría forma amigos de Dios, hace crecer hacia la madurez. La renuncia para encontrar a Cristo
Cfr. Benedicto XVI,
Homilía el 6 de mayo de 2006
v La sabiduría hace crecer a la persona desde dentro hacia la plena medida de la madurez; la plenitud de esa vida consiste en la amistad con Dios.
o Por la Sabiduría vale la pena renunciar a todo lo demás, porque sólo ella da pleno sentido a la vida, un sentido que supera incluso la muerte, pues pone en comunión real con Dios.
La
primera lectura está tomada del libro de la Sabiduría, atribuido
tradicionalmente al gran rey Salomón. Todo este libro es un himno de alabanza a
la Sabiduría divina, presentada como el tesoro más valioso que el hombre puede
desear y descubrir, el bien más grande, del que dependen todos los demás
bienes. Por la Sabiduría vale la pena renunciar a todo lo demás, porque sólo
ella da pleno sentido a la vida, un sentido que supera incluso la muerte, pues
pone en comunión real con Dios. La Sabiduría —dice el texto— "forma amigos
de Dios" (Sb 7,27),
bellísima expresión que pone de relieve, por una parte, el aspecto
"formativo", es decir, que la Sabiduría forma a la persona, la hace
crecer desde dentro hacia la plena medida de su madurez; y, al mismo tiempo,
afirma que esta plenitud de vida consiste en la amistad con Dios, en la armonía
íntima con su ser y su querer.
v La sabiduría actúa en el corazón, que es el centro espiritual de la persona.
El
lugar interior en el que actúa la Sabiduría divina es lo que la Biblia llama el
corazón, centro espiritual de la persona. Por eso, con el estribillo del salmo
responsorial hemos rezado: "Danos, oh Dios, la sabiduría del
corazón". El salmo 89 recuerda también que esta sabiduría se concede a
quien aprende a "calcular sus años" (v. 12), es decir, a reconocer
que todo lo demás en la vida es pasajero, efímero, caduco; y que el hombre
pecador no puede y no debe esconderse delante de Dios, sino reconocerse como lo
que es, criatura necesitada de piedad y de gracia. Quien acepta esta verdad y
se dispone a acoger la Sabiduría, la recibe como don.
v “Dejar” para “encontrar”: la renuncia para encontrar a Cristo, que es la sabiduría divina encarnada.
Así
pues, por la sabiduría vale la pena renunciar a todo. Este tema de
"dejar" para "encontrar" está en el centro del pasaje
evangélico que acabamos de escuchar, tomado del capítulo 19 de san Mateo.
Después del episodio del "joven rico", que no había tenido la
valentía de separarse de sus "muchas riquezas" para seguir a Jesús
(cf. Mateo 19,22), el apóstol san Pedro
pregunta al Señor qué recompensa les tocará a ellos, los discípulos, que en
cambio han dejado todo para estar con él (cf. Mateo 19,27). La respuesta de Cristo
revela la inmensa generosidad de su corazón: a los Doce les promete que
participarán en su autoridad sobre el nuevo Israel; además, asegura a todos que
"quien haya dejado" los bienes terrenos por su nombre, "recibirá
el ciento por uno y heredará la vida eterna" (Mateo 19,29).
Quien
elige a Jesús encuentra el tesoro mayor, la perla preciosa (cf. Mateo 13,44-46), que da valor a todo lo
demás, porque él es la Sabiduría divina encarnada (cf. Juan 1,14) que vino al mundo para que la
humanidad tenga vida en abundancia (cf. Juan 10,10). Y quien acoge la bondad, la
belleza y la verdad superiores de Cristo, en quien habita toda la plenitud de
Dios (cf. Colosenses 2,9), entra con él en su
reino, donde los criterios de valor de este mundo ya no cuentan e incluso
quedan completamente invertidos.
Una
de las definiciones más bellas del reino de Dios la encontramos en la segunda
lectura, un texto que pertenece a la parte exhortativa de la carta a los
Romanos. El apóstol san Pablo, después de exhortar a los cristianos a
dejarse guiar siempre por la caridad y a no dar escándalo a los que son débiles
en la fe, recuerda que el reino de Dios "es justicia, paz y gozo en el
Espíritu Santo" (Romanos 14,17). Y añade: "Quien así
sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los hombres.
Procuremos,
por tanto, lo que fomente la paz y la mutua edificación" (Romanos 14,18-19). "Lo que fomente
la paz" constituye una expresión sintética y perfecta de la sabiduría
bíblica, a la luz de la revelación de Cristo y de su misterio de salvación. La
persona que ha reconocido en él la Sabiduría encarnada y ha dejado todo lo
demás por él se transforma en "artífice de paz", tanto en la
comunidad cristiana como en el mundo; es decir, se transforma en semilla del
reino de Dios, que ya está presente y crece hacia su plena manifestación.
Por
tanto, desde la perspectiva del binomio Sabiduría-Cristo, la palabra de Dios
nos ofrece una visión completa del hombre en la historia: la persona que,
fascinada por la sabiduría, la busca y la encuentra en Cristo, deja todo por
él, recibiendo en cambio el don inestimable del reino de Dios, y revestida de
templanza, prudencia, justicia y fortaleza —las virtudes
"cardinales"— vive en la Iglesia el testimonio de la caridad.
3) La petición de Salomón: la sabiduría es discernimiento.
·
Cuando el Señor
dice a Salomón que le pida algo, éste con su petición - «Concédeme un corazón
prudente para gobernar a tu pueblo y saber
discernir entre lo bueno y lo malo», v. 9 - demuestra que es consciente de la misión
que Dios le ha concedido de gobernar a su pueblo, y pide lo que es más
importante para realizar esa misión: el discernimiento para gobernar con
sabiduría. Otras traducciones ponen un corazón «dócil», es decir un corazón
«que escucha», lo que sería tanto como escuchar la Palabra de Dios en todas las
realidades y acontecimientos de la vida. Salomón prefiere ese don a otros
bienes tales como una larga vida, riquezas, etc.
·
Hoy día los
problemas económicos ocupan uno de los
lugares preferentes en la vida, y esto
es justo en
tanto en cuanto que se busque el legítimo bienestar de la
familia o bien la creación de bienes para mejorar la calidad de vida de todos,
etc. Pero esto es diferente del hecho de que en el corazón entren las diversas
idolatrías (del poder, del dinero, etc.), o la envidia, el deseo de venganza,
los celos, etc.
Hemos
de considerar como sumamente importante el que, con la gracia de Dios, deseemos
el don de un corazón dócil, prudente, que sepa escuchar la voz del Señor y
encontrar así el justo camino de la felicidad que no depende de bienes que se
corrompen. En definitiva, nosotros también pediremos la sabiduría que proviene
de Dios, de su Palabra: “amo tus
mandamientos más que el oro”, “son
admirables tus preceptos”, “estimo
rectos tus mandatos”, la “revelación
de tus palabras ilumina, da inteligencia a los sencillos”, tu “Ley es mi deleite” (cfr. Salmo
Responsorial de hoy, n. 119/118).
Vida Cristiana
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