[Chiesa/Omelie1/Servire/31A17EspírituServicioCaridadPastoralVanagloriaSacerdocioPadres]
Ø Domingo 31 del Tiempo Ordinario, Año A (2017) El espíritu de servicio. El reproche de Jesús a los escribas y fariseos por determinados comportamientos, como la vanagloria, por ejemplo, se dirige también, en nuestros días, a sus discípulos, allí donde se den esos comportamientos. En concreto, a quienes tienen el sacerdocio ministerial (obispos, presbíteros). Ese reproche se extiende a todas las personas que tengan alguna responsabilidad: teólogos, catequistas, padres de familia, educadores en general, etc.
v
Domingo 31 tiempo ordinario Año A
5 de
noviembre de 2017
Mateo 23,
1-12; Malaquías 1, 14b-2, 2b.8-10; Salmo 130, 1.2.3; 1 Tesalonicenses 2,7b-
9.13.
Mateo 23, 1-12: En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus
discípulos, diciendo: -«En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y
los fariseos: 3 haced y cumplid lo que
os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.4
Ellos atan cargas pesados e
insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos ni con uno de sus dedos quieren moverlas. 5 Todo lo que hacen es para que los vea la
gente: alargan las filacterias y
ensanchan las franjas del manto; 6 les gustan los primeros puestos en los
banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; 7 que les saluden en las
plazas y que la gente los llame
maestros. 8 Vosotros, en cambio, no os
dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros
sois hermanos. 9 Y no llaméis padre
vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del
cielo. 10 No os dejéis llamar doctores,
porque uno solo es vuestro doctor, Cristo. 11 El mayor entre vosotros será vuestro servidor. 12 El que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido. »
1 Tesalonicenses 2, 7b-9.13: 7 Hermanos: os tratamos con delicadeza, como una madre cuida con
cariño de sus hijos. 8 Os queríamos tanto que deseábamos entregaros no solo el
Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais
ganado nuestro amor. 9 Recordad, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas;
trabajando día y noche para no ser gravosos a nadie, proclamamos entre vosotros
el Evangelio de Dios. 13 Y por eso también nosotros damos gracias a Dios sin
cesar, porque cuando recibisteis la palabra que os predicamos, la acogisteis no
como palabra humana, sino como lo que es en verdad: palabra divina, que actúa
eficazmente en vosotros los creyentes.
LA VANAGLORIA
1. Qué hacían los escribas y fariseos. Lo que
aprecia y lo que no aprecia el Señor.
·
Se ocupaban de la
explicación e interpretación de la Ley de Moisés. Por eso dice el Señor que «se
han sentado en la cátedra de
Moisés».
Era
una misión apreciada por Jesús - «haced y
cumplid lo que os digan» (v. 3), dice a la gente el Señor - , pero, al mismo tiempo el Señor pone en guardia a
la gente para que «no hagan lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que
dicen» (v. 3).
o
Jesús pone los ejemplos en los que los oyentes no
debían imitar a los escribas y fariseos.
- Jesús pone ejemplos sobre lo que no debían imitar: no solamente no
hacen lo que dicen, sino que
también lo que hacen es para
que lo vea la gente (v. 5), les gustan los primeros puestos en los banquetes y
los asientos de honor en las sinagogas (v. 6), que les saluden en las plazas
(v. 7), etc.
·
Tal vez vale la
pena resaltar que les gustaba aparentar también externamente en el vestido:
alargaban las
filacterias (pequeños
estuches que contenían las palabras esenciales de la Ley; los judíos las
fijaban en sus brazos o en la frente); y ensanchaban las franjas (u orlas) del manto (una especie de borlas cosidas en
las puntas del manto) (v. 5); por tanto, se daba en ellos como un complacerse en la imagen
pública, una preocupación por la pompa.
§ La
vanagloria
·
Según el diccionario proviene de vana 'arrogante,
presuntuosa' y gloria. Y es la jactancia del propio valer
u obrar. Proviene del latín, y el
adjetivo “vanus” puede traducirse por “vaciío”; el equivalente del sustantivo
“gloria” es “fama”, “honor”, “esplendor”.
·
Si cambiamos la palabra vanagloria por vanidad, el
diccionario nos dice que los sinónimos son:
el envanecimiento, la jactancia, la soberbia,
el engreimiento, la altivez, la altanería, la presunción, el orgullo, la petulancia,
la pedantería y la fatuidad. Y los antónimos son: la humildad, la modestia y la
sencillez.
·
El Señor también
señala que a los escribas y fariseos les gusta ser llamados «maestro», «doctor»
o
«padre» y recuerda que uno
sólo es maestro, padre y doctor: nuestro
Padre celestial. El mal, por tanto, está
en la vanagloria. Se dejan llevar por la vanagloria quienes, como los fariseos,
“rebasan los justos límites en el deseo de preeminencias y honores externos y son
dados a buscar parecer más de lo que en realidad son”; quienes no reconocen que todo bien viene de Dios y
dejan de darle gloria.
En
los diccionarios frecuentemente se relaciona la vanagloria con la presunción,
con la frivolidad, y casi siempre se dice que está afectado por la vanagloria
“quien pretende aparecer como superior a los demás”.
San
Pablo hizo una recomendación muy precisa, a este respecto, a los Filipenses en la
carta que les escribió: “No actuéis por vanidad ni por vanagloria, sino con humildad,
considerando cada uno a los demás como superiores, buscando no el propio
interés, sino el de los demás” (2, 3-4). Y en el famoso himno a la caridad de
su primera Carta a los Corintios al hablar de las cualidades de esta virtud,
junto al hecho de que no es envidiosa y ambiciosa, etc. dice textualmente que
“no se jacta” (v. 4).
El
Catecismo de la Iglesia Católica señala que la vanagloria “constituye una falta
contra la verdad” (n. 2481).
2. Aplicación de las palabras del Señor en nuestros
días
v
A. Cristo es el Buen Pastor y Cabeza de los
pastores
o El
reproche de Jesús a los escribas y fariseos, se dirige también, en nuestros
días, a sus discípulos, a su Iglesia, allí donde se den los mismos comportamientos que no se deben
imitar.
·
a) Específicamente, y en
primer lugar, deben evitarlos
quienes tienen el sacerdocio ministerial
(Obispos, presbíteros);
ese reproche se extiende a todas las
personas que tengan alguna responsabilidad, de
cualquier tipo
que sea: teólogos, catequistas, padres de familia, educadores en general, etc.
·
b) De
modo más general, se podría decir que
se extiende, en mayor o menor medida, a todos los
fieles, en
tanto en cuanto todos tenemos alguna responsabilidad ante los demás. Juan
Pablo II lo explicaba
así: “En la
Iglesia todos estamos llamados a anunciar la buena nueva de Jesucristo, a
comunicarla de una
manera cada vez
más plena a los creyentes (Cf. Col 3, 16) y a darla a conocer a los no
creyentes (Cf. 1 P 3,
15). Ningún
cristiano puede quedar exento de esta tarea, que deriva de los mismos
sacramentos del bautismo
y de la
confirmación, y actúa bajo el impulso del Espíritu Santo. Así pues, es preciso
decir en seguida que la
evangelización no
está reservada a una sola clase de miembros de la Iglesia.” (21-IV-93).
·
c) Por otra parte, esos títulos han existido siempre en la Iglesia, y el problema no es el de su uso, sino
que se reconozca que el único maestro, padre y pastor,
es el Señor, y que quien ayuda a los demás lo debe
hacer en su nombre, participando de su maestría, de su paternidad
y de su caridad pastoral. “La Iglesia, en efecto, es el redil cuya puerta
única y necesaria es Cristo (Cf Jn 10, 1-10). Es también el rebaño cuyo pastor
será el mismo Dios, como él mismo anunció (Cf Is 40, 11; Ez 34, 11-31). Aunque
son pastores humanos quienes gobiernan a las ovejas, sin embargo es Cristo
mismo el que sin cesar las guía y alimenta; El, el Buen Pastor y Cabeza de los
pastores (Cf Jn 10, 11; 1 P 5, 4), que dio su vida por las ovejas» (Cf Jn 10,
11-15)”. (CEC 754).
·
Jesús no ha
cancelado el mandato dado a su Iglesia «Id ... y haced discípulos a todos los pueblos»
(Mateo 28,19); lo que Él no
aprueba es que sus discípulos seamos presuntuosos, que erijamos
entre nosotros y los demás un muro de distancia; quiere que todos en la
Iglesia reconozcamos que toda paternidad espiritual procede de Dios Padre (Cfr.
Efesios 3,15); que haya coherencia entre
lo que decimos y lo que vivimos.
v
B. La gran tentación, que nos acecha siempre, de
ponernos a nosotros mismos en el centro de lo que hacemos. La alabanza y la
gloria a Dios. Incluso nuestros dones a Dios los recibimos de Él.
o
Cfr. Juan Pablo II. La oración o cántico de
alabanza de David a Dios, con ocasión de la construcción del Templo, en 1 Crónicas 29 y el comentario de Juan Pablo II,
en la Audiencia general del 6/06/01
·
Nos puede ayudar
a entender lo que es la búsqueda de la gloria de Dios y no la nuestra, el comentario
de Juan Pablo II al cántico
de alabanza a Dios de David, con ocasión de la construcción del Templo, fruto
del esfuerzo de casi todo el pueblo de Israel.
En
este cántico, junto a la exclamación de alabanza a Dios - “Bendito eres, Señor, Dios de nuestro padre
Israel” (1 Crónicas 29,10) - , hay un reconocimiento explícito de que
incluso nuestros dones a Dios provienen de Él (1 Crónicas 29, 14):
Juan
Pablo II: “La gran tentación que acecha siempre, cuando se realizan obras para
el Señor, consiste en ponerse a sí mismos en el centro, casi sintiéndose
acreedores de Dios. David, por el contrario, lo atribuye todo al Señor. No es
el hombre, con su inteligencia y su fuerza, el primer artífice de lo que se ha llevado a cabo, sino Dios mismo.
(...) Cuanto de hermoso y grande experimenta el hombre debe referirse a Aquel
que es el origen de todo y que lo gobierna todo. El hombre sabe que cuanto
posee es don de Dios, como lo subraya David al proseguir en el cántico:
"Pues, ¿quién soy yo y quién es mi pueblo para que podamos ofrecerte estos
donativos? Porque todo viene de ti, y de tu mano te lo damos" (1 Crónicas 29, 14).
o Cfr.
Juan Pablo II. Audiencia general del 22/09/1993. Las relaciones de los presbíteros con los demás fieles.
Presidir la
comunidad no significa dominarla, sino estar a su servicio.
1. La comunidad sacerdotal,
de la que hemos hablado varias veces en las anteriores catequesis, no se
encuentra aislada de la comunidad eclesial; al contrario, pertenece a su
ser más íntimo, es su corazón, en una constante intercomunicación con los demás
miembros del cuerpo de Cristo. Los presbíteros, en calidad de pastores, están
al servicio de esta comunión vital, en virtud del orden sacramental y del
mandato que la Iglesia les da.
En
el concilio Vaticano II, la Iglesia trató de avivar en los presbíteros esa
conciencia de pertenencia y participación, para que cada uno tenga presente
que, aun siendo pastor, no deja de ser un cristiano que debe cumplir todas las
exigencias de su bautismo y vivir como hermano de todos los demás bautizados,
al servicio "de un solo y mismo cuerpo de Cristo, cuya edificación ha sido
encomendada a todos" (Presbyterorum ordinis, 9). Es significativo que,
sobre la base de la eclesiología del cuerpo de Cristo, el Concilio subraye el
carácter fraterno de las relaciones del sacerdote con los demás fieles, como ya
había afirmado el carácter fraterno de las relaciones del obispo con los
presbíteros. En la comunidad cristiana las relaciones son esencialmente
fraternas, como pidió Jesús en su mandato, recordado con tanta insistencia por
el apóstol san Juan en su evangelio y en sus cartas (cf. Juan 13,14; Juan 15,12; Juan 15,17; 1Juan 4,11; 1Juan 4,21). Jesús mismo dice a sus
discípulos: "Vosotros sois todos hermanos" (Mateo 23,8).
2. De acuerdo con la enseñanza de Jesús, presidir la comunidad no significa dominarla, sino estar a su servicio. Al mismo nos dio ejemplo de pastor que apacienta y está al servicio de su grey, y proclamó que no vino a ser servido sino a servir (cf. Marcos 10,45; Mateo 20,28). A la luz de Jesús, buen pastor y único Señor y Maestro (cf. Mateo 23,8), el presbítero comprende que no puede buscar su propio honor o su propio interés, sino sólo lo que quiso Jesucristo, poniéndose al servicio de su reino en el mundo. Así pues, sabe —y el Concilio se lo recuerda— que debe actuar como servidor de todos, entregándose con sinceridad y generosidad, aceptando todos los sacrificios que exija ese servicio y recordando siempre que Jesucristo, único Señor y Maestro, que vino a servir, lo hizo hasta el punto de dar "su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28).
2. De acuerdo con la enseñanza de Jesús, presidir la comunidad no significa dominarla, sino estar a su servicio. Al mismo nos dio ejemplo de pastor que apacienta y está al servicio de su grey, y proclamó que no vino a ser servido sino a servir (cf. Marcos 10,45; Mateo 20,28). A la luz de Jesús, buen pastor y único Señor y Maestro (cf. Mateo 23,8), el presbítero comprende que no puede buscar su propio honor o su propio interés, sino sólo lo que quiso Jesucristo, poniéndose al servicio de su reino en el mundo. Así pues, sabe —y el Concilio se lo recuerda— que debe actuar como servidor de todos, entregándose con sinceridad y generosidad, aceptando todos los sacrificios que exija ese servicio y recordando siempre que Jesucristo, único Señor y Maestro, que vino a servir, lo hizo hasta el punto de dar "su vida como rescate por muchos" (Mt 20, 28).
o
Cfr. En el Ordinario de la Misa, el ofrecimiento
del pan y del vino que se convertirán en el Cuerpo y la Sangre de Cristo: son
dones que ofrecemos a Dios, pero dones que Él nos ha dado.
§ Ofrecimiento
del pan.
- “Bendito seas, Señor,
Dios del universo, por este pan fruto de la tierra y del trabajo del
hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te
presentamos; él será para nosotros pan de vida.”.
§ Ofrecimiento
del vino.
- “Bendito seas, Señor, Dios
del universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del
hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te
presentamos; él será para nosotros bebida de salvación”.
3. La «caridad pastoral» de Jesús, con la
que se deben identificar los presbíteros en la Iglesia y, por extensión,
quienes tienen alguna responsabilidad.
v
La identidad sacerdotal
·
En la Iglesia
católica son muy numerosos los escritos
en los que se explica la identidad del
sacerdote:
textos del Nuevo Testamento,
de los Padres de la Iglesia, del Magisterio de Papas y de Concilios, etc. con
referencias - entre otros muchos argumentos – al espíritu de servicio, a la
unidad de vida (a la coherencia) buscando la voluntad de Dios ... Entre los más
recientes, tal vez se puede resaltar la descripción de la «caridad pastoral» de Jesús, que hace Juan Pablo II en una de las audiencias generales de los miércoles (7/07/1993)
dedicadas al sacerdocio ministerial. La cita es larga, pero parece que entra
muy bien en el espíritu de una homilía dedicada a comentar uno de los reproches
de Jesús a los fariseos.
v
Características de la «caridad pastoral» en la
vida de Jesús.
Cfr. Juan Pablo II, Audiencia
general sobre el sacerdocio ministerial, del 7/07/1993.
o
Amor humilde
“En la vida de Jesús son muy visibles las
características esenciales de la «caridad pastoral», que tiene para con sus
hermanos los hombres, y que pide imitar a sus hermanos los «pastores». Su amor
es, ante todo, un amor humilde: «Soy
manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29). De modo significativo, recomienda a
sus apóstoles que renuncien a sus ambiciones personales y a todo afán de
dominio, para imitar el ejemplo del «Hijo del hombre» , que «no vino a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45; Mt
20, 28; Cf. Pastores dabo vobis,
21.22).
De aquí se
deduce que la misión de pastor no
puede ejercerse con una actitud de superioridad o autoritarismo (Cf. 1 P 5, 3),
que irritaría a los fieles y, quizá, los alejaría del rebaño. Siguiendo las
huellas de Cristo buen Pastor, tenemos que formarnos en un espíritu de
servicio humilde (Cf. Catecismo de la
Iglesia católica, n. 876).
o
Amor lleno de
compasión, o sea, de participación sincera y eficaz en los sufrimientos y
dificultades de los hermanos
Jesús,
además, nos da el ejemplo de un amor lleno de compasión, o sea, de participación sincera y eficaz en los
sufrimientos y dificultades de los hermanos. Siente compasión por las
multitudes sin pastor (Cf. Mt 9, 36), y por eso se preocupa por guiarlas
con sus palabras de vida y se pone a «enseñarles muchas cosas» (Mc 6, 34). Por
esa misma compasión, cura a numerosos enfermos (Cf. Mt 14, 14), ofreciendo
el signo de una intención de curación espiritual; multiplica los panes
para los hambrientos (Cf. Mt 15, 32; Mc 8, 2), símbolo elocuente de la
Eucaristía; se conmueve ante las miserias humanas (Cf. Mt 20,34; Mc 1,
41), y quiere sanarlas; participa en el dolor de quienes lloran la
pérdida de un ser querido (Cf. Lc 7, 13; Jn 11, 33.35); también siente
misericordia hacia los pecadores (Cf. Lc 15, 1.2), en unión con el Padre,
que está lleno de compasión hacia el hijo pródigo (Cf. Lc 15, 20) y prefiere la
misericordia al sacrificio ritual (Cf. Mt 9, 10.13); y en algunas ocasiones recrimina
a sus adversarios por no comprender su misericordia (Cf. Mt 12, 7).
§ La
solidaridad y la compasión, rasgo esencial del sacerdocio, en la
Carta a los Hebreos.
“A este respecto, es significativo el hecho de que la Carta a los Hebreos, a la luz de la vida
y muerte de Jesús, considere la
solidaridad y la compasión como un rasgo esencial del sacerdocio auténtico.
En efecto, reafirma que el sumo sacerdote «escogido entre los hombres,
está constituido en favor de los hombres [...], y puede compadecerse de los
ignorantes y extraviados» (Hebreos 5, 1.2). Por ese motivo, también el Hijo
eterno de Dios «tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, a fin
de ser misericordioso y Sumo Sacerdote
fiel en las cosas que se refieren a Dios, para
expiar los pecados del pueblo» (Hebreos 2, 17). Nuestra gran consolación
de cristianos es, por consiguiente, saber que «no tenemos un sumo sacerdote que
no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino que, de manera semejante a
nosotros, ha sido probado en todo,
excepto en el pecado» (Hebreos 4,15).
Así pues, el presbítero halla en Cristo el
modelo de un verdadero amor a los que sufren, a los pobres, a los afligidos
y, sobre todo, a los pecadores, pues Jesús está cercano a los hombres con una
vida semejante a la nuestra; sufrió pruebas y tribulaciones como las
nuestras; por eso, siente gran compasión hacia nosotros y «puede
compadecerse de los ignorantes y extraviados» (Hebreos 5,2). Por último, ayuda
eficazmente a los probados, pues «por haber sido puesto a prueba en los
padecimientos, es capaz de ayudar a los que también son sometidos a prueba» (Hebreos
2,18)”.
v
En la segunda Lectura de hoy, San Pablo afirma
que van unidas la predicación del Evangelio y la entrega de la propia vida.
- Cfr. 1 Tesalonicenses, 6: donde afirma que “6 Tampoco hemos ambicionado el reconocimiento de los
hombres,
ni de vosotros ni de nadie, 7 si bien, como Apóstoles
de Cristo, teníamos el derecho de hacernos valer”.
- Cfr. 1 Tesalonicenses, 8-9: “8 movidos por nuestro amor, queríamos
entregaros no sólo el evangelio
de Dios, sino incluso
nuestras propias vidas, ¡tanto os llegamos a querer! 9 Pues recordáis,
hermanos, nuestro cansancio y nuestra fatiga; trabajando día y noche, para no
ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios”.
4. Algunos textos del Magisterio sobre la vocación
o misión de los sacerdotes y de los padres: al servicio de Dios, y de los demás
fieles y de los hijos, respectivamente.
o
El servicio de los sacerdotes a los demás
fieles, en el Decreto Presbyterorum
ordinis (PO), del Concilio Vaticano II:
§ El
fin que se proponen los presbíteros con su vida y ministerio [trabajo] es procurar
la gloria de Dios Padre en Cristo.
·
PO, 2: “El fin que se proponen los
presbíteros con su vida y ministerio [trabajo] es procurar la gloria
de Dios Padre en
Cristo [no nuestra gloria]. Esta gloria consiste en que los hombres acojan
consciente, libre
y agradecidamente
la obra de Dios realizada en Cristo [que acojan a Cristo, facilitar el camino
hacia Cristo] y
la manifiesten en
toda su vida. (...) Por tanto, (...) contribuyen a la gloria de Dios y al
progreso de los
hombres en la
vida divina.
§ Enseñan
no su propia sabiduría sino la palabra de Dios
·
PO, 4: “... enseñan no su propia sabiduría, sino
la palabra de Dios, e invitan insistentemente a todos a
la conversión y a
la santidad”.
o
El servicio de la familia, de los padres, a los
hijos:
·
Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio, n. 53 (22/11/1981): “La familia debe
formar a los
hijos para la vida, de manera que cada uno cumpla en plenitud su cometido, de
acuerdo con la
vocación recibida
de Dios”.
·
Familiaris
consortio, n. 60: “En virtud de su dignidad y misión, los padres cristianos
tienen el deber
de (...)
introducir a los hijos progresivamente al descubrimiento del misterio de Dios y
del coloquio personal
con Él”.
Vida Cristiana
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