[Chiesa/Omelie1/Pasqua/3PascuaB18RostroDiosPadreEnCristoMisericordia]
Ø Domingo 3º de Pascua, Año B (2018).
El rostro de Cristo revela el rostro
misericordioso
de Dios
Padre. Toda la vida de Cristo es revelación del
Padre. Hemos de ser contempladores
del rostro de Jesús para no sólo «hablar» sino en cierto modo hacerlo ver,
siendo así testimonio. Los hombres a veces no alcanzamos a descubrir su
rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios.
v Cfr. Domingo
3º de Pascua Año B 15 abril 2018
1 Juan 2,
1-5; Lucas 24, 35-48; Salmo Responsorial 4,2.4-6.7.9; Hechos 3, 13-15.17-19
Salmo 4: 2 Escúchame cuando te
invoco, Dios de mi justicia; tú que en la angustia me das alivio, ten piedad de mí y oye mi oración. 4
Sabed que el Señor elige al que le es
fiel. El Señor me escucha cuando le invoco. 5 Temblad y dejad de pecar,
reflexionad en vuestros corazones, sobre vuestros lechos, en silencio. 6 Ofreced sacrificios de justicia y confiad en
el Señor. 7 Muchos dicen: «¿Quién nos hará ver la dicha? Alza sobre nosotros la luz de tu rostro 9 En paz me acuesto y
enseguida me duermo, porque Tú solo, Señor, me haces vivir seguro.
¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor!
1. El rostro de Dios está en el rostro de Cristo
v
En
la Escritura
o Jesús revela al Padre: El que me ha
visto a mí ha visto al Padre
-
Juan 14, 5-11: 5 Le dice Tomás: « Señor,
no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? » 6
Le dice Jesús: « Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al
Padre sino por mí. 7 Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde
ahora lo conocéis y lo habéis visto. » 8 Le dice Felipe: « Señor, muéstranos al
Padre y nos basta. » 9 Le dice Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con
vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.
¿Cómo dices tú: "Muéstranos al Padre"? 10 ¿No crees que yo estoy en
el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi
cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. 11 Creedme:
yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras.
o Que nuestros corazones irradien el conocimiento de la gloria de Dios
que está en el rostro de Cristo.
-
2 Co 4, 5-6: 5 No
nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros mismos
como siervos vuestros por Jesús. 6 Porque el mismo Dios que mandó: «Del seno de las
tinieblas brille la luz», hizo brillar
la luz en nuestros corazones, para que irradien el conocimiento de la gloria de
Dios que está en el rostro de Cristo.
v En
el Catecismo de la Iglesia Católica
o Toda la vida de Cristo es Revelación del Padre.
-
n. 516: Toda la vida de Cristo es
Revelación del Padre: sus palabras y sus obras, sus silencios y sus
sufrimientos, su manera de ser y de hablar. Jesús puede decir:
«Quien me ve a mí, ve al Padre» (Juan 14, 9), y el Padre: «Este es mi Hijo
amado; escuchadle» (Lucas 9, 35). Nuestro Señor, al haberse hecho para cumplir
la voluntad del Padre (Cf Hebreos 10, 5-7), nos «manifestó el amor que nos
tiene» (1 Juan 4, 9) incluso con los rasgos más sencillos de sus misterios.
v
En Juan Pablo II
o Carta Apostólica “Novo millennio ineunte”, 6 enero 2001.
§ Un
rostro para contemplar. Hemos de
ser contempladores de su rostro para no sólo «hablar» sino en cierto modo hacerlo ver,
siendo así testimonio.
·
n. 16. « Queremos ver a Jesús » (Juan 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos
griegos que
habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado
también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos
peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no
siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo « hablar » de
Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver ». ¿Y no es quizá cometido de la
Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer
resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?
Nuestro testimonio
sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro.
§ Ante los desafíos de nuestro
tiempo. No hay una fórmula mágica que nos salve, ni hay que inventar un
programa. El programa ya existe: se centra en Cristo, a quien hay que conocer,
amar e imitar.
·
n. 29: (...) No nos satisface ciertamente
la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los
grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos
salve, pero sí una Persona y la certeza
que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!
No se trata, pues, de
inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido
por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo
mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida
trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la
Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las
culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero
diálogo y una comunicación eficaz.
v En
«Es Cristo que pasa», n. 142
o Dios nos llama para que, en medio de las debilidades propias de
quien es polvo y miseria, podamos reflejar de algún modo el rostro de Cristo.
·
“Dios
nos llama ya ahora sus amigos, su gracia obra en nosotros, nos regenera del
pecado, nos da las fuerzas
para que, entre las debilidades propias de
quien aún es polvo y miseria, podamos
reflejar de algún modo el rostro de Cristo. No somos sólo náufragos a los que
Dios ha prometido salvar, sino que esa salvación obra ya en nosotros. Nuestro
trato con Dios no es el de un ciego que ansía la luz pero que gime entre las angustias de la
obscuridad, sino el de un hijo que se sabe amado por su Padre”.
v En «Amigos de Dios», n. 127
o Jesús es el camino. Los hombres a veces no alcanzamos a descubrir su
rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios.
“Ego sum via, veritas et vita [1], Yo soy el camino, la verdad y la vida. Con estas inequívocas
palabras, nos ha mostrado el Señor cuál es la vereda auténtica que lleva a la
felicidad eterna. Ego sum via: El es la única senda que enlaza el Cielo con
la tierra. Lo declara a todos los hombres, pero especialmente nos lo recuerda a
quienes, como tú y como yo, le hemos dicho que estamos decididos a tomarnos en
serio nuestra vocación de cristianos, de modo que Dios se halle siempre
presente en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en todas las acciones
nuestras, también en aquellas más ordinarias y corrientes.
Jesús
es el camino. Él ha dejado sobre este mundo las huellas limpias de sus pasos,
señales indelebles que ni el desgaste de los años ni la perfidia del enemigo
han logrado borrar. Iesus Christus heri,
et hodie; ipse et in sæcula [2]. ¡Cuánto me gusta
recordarlo!: Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes
que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los
hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente
actual, porque miramos con ojos cansados o turbios. Ahora, al comenzar este
rato de oración junto al Sagrario, pídele, como aquel ciego del Evangelio: Domine, ut videam! [3], ¡Señor, que vea!, que se
llene mi inteligencia de luz y penetre la palabra de Cristo en mi mente; que
arraigue en mi alma su Vida, para que me transforme cara a la Gloria eterna”.
2. Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre
v Cfr. Francisco,
Bula de proclamación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia (11 de abril de 2015).
o
Jesús de Nazaret, con su
palabra, sus gestos y toda su persona, revela la misericordia de Dios.
·
n. 1: Jesucristo es el rostro de la
misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece encontrar su
síntesis en esta palabra, que
se hizo viva, visible y alcanzó su culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, rico de misericordia (Efesios 2,4),
después de haber revelado su nombre a Moisés como Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y
fidelidad (Éxodo 34,6) no dejó de dar a conocer, de varios modos y en
muchos momentos de la historia, su naturaleza divina. En la plenitud de los tiempos (Gálatas 4,4),
cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, envió a su Hijo,
nacido de la Virgen María, para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien ve a Él ve al Padre (cfr. Juan
14,9). Jesús de Nazaret, con su palabra, sus gestos y toda su persona[4], revela
la misericordia de Dios.
o La misión que Jesús recibió del Padre fue revelar el misterio del
amor divino en su plenitud.
·
n. 8: (…) La
misión que Jesús recibió del Padre fue revelar el misterio del amor divino en
su plenitud. Dios
es amor (1Juan
4,8.16), afirma —por primera y única vez en toda la Sagrada Escritura— el
evangelista Juan. Ese amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida
de Jesús. Su persona no es otra cosa que amor. Un amor que se entrega y se
ofrece gratuitamente. Su trato con las personas que se le acercan deja ver algo
único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo con los pecadores, con
las personas pobres, excluidas, enfermas y que sufren, llevan consigo el
distintivo de la misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él
carece de compasión.
Jesús,
ante la multitud de las personas que le seguían, viendo que estaban cansadas y
extenuadas, pérdidas y sin guía, sintió desde lo hondo de su corazón una
intensa compasión (cfr. Mateo 9,36). Por ese amor compasivo curó a los enfermos
que le presentaban (cfr. Mateo 14,14) y, con pocos panes y peces, calmó el
hambre de una gran muchedumbre (cfr. Mateo 15,37). Lo que movía a Jesús en
todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la que leía el
corazón de sus interlocutores y respondía a sus necesidades más reales.
o Diversos hechos concretos del Evangelio, en los que aparece que
Jesús es movido por la misericordia.
Cuando encontró la viuda de Naim, que llevaba su
único hijo al sepulcro, sintió gran compasión por el inmenso dolor de la madre
en lágrimas, y le devolvió a su hijo resucitándolo de la muerte (cfr Lc 7,15).
Después de haber liberado el endemoniado de Gerasa, le confía esta misión:
« Anuncia todo lo que el Señor te ha hecho y la misericordia que ha obrado
contigo » (Mc 5,19). También la vocación de Mateo se coloca en el
horizonte de la misericordia. Pasando delante del banco de los impuestos, los
ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo. Era una mirada cargada de
misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre y, venciendo la
resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y publicano,
para que sea uno de los Doce. San Beda el Venerable, comentando esta escena del
Evangelio, escribió que Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y lo
eligió: miserando atque eligendo (Cfr Hom. 21: CCL 122, 149-151). Siempre
me ha cautivado esta expresión, tanto que quise hacerla mi propio lema.
o En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela a Dios como un Padre que jamás se da
por vencido: lleno de alegría sobre todo cuando perdona.
·
n. 9: En las parábolas dedicadas a la misericordia,
Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre
que
jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el
rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos estas parábolas; tres en
particular: la de la oveja perdida y de la moneda extraviada, y la del padre y
los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios es
presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas
encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se
muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que
consuela con el perdón.
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