Ø Domingo de Pentecostés (2018). ¡Jesús es Señor! Jesucristo es el único Señor de nuestra vida. Es necesario tener una escala de valores. Es el reconocimiento de que Jesús es mi salvador, mi maestro, quien tiene todos los derechos sobre mí. Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres que «Jesús es Señor». En el Catecismo de la Iglesia Católica. La misión del Espíritu consiste en introducirnos en la grandeza del misterio de Cristo. Cada discípulo confiesa que «Jesús es el Señor» y está llamado a crecer en la adhesión a él. A todos los hombres y a todas las mujeres, estén donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la Pentecostés: Fuera de Él «no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos ser salvos»
v
Cfr. Domingo de
Pentecostés 20 de mayo 2018
Hechos 2,
1-11; Salmo 103; 1 Corintios 12, 3-7.12-13 o bien Romanos 8, 8-17; Juan 20,
19-23 o bien
Juan 14, 15-16.23b-26.
Juan 20, 19 Al atardecer de aquel día, el
primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del
lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos
y les dijo: « La paz con vosotros. » 20 . Dicho
esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al
Señor. 21 Jesús les dijo otra vez: « La paz con
vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío. » 22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: « Recibid el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
O bien Juan 14, 15-16.23b-26: 15 Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; 16 y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito,
para que esté con vosotros para siempre. 23 « Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi
Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. 24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la
palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. 25 Os he dicho estas cosas estando entre
vosotros. 26 Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará
todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.
1 Corintios 12, 3b-7.12-13: 3 Hermanos:
nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino es bajo la acción del Espíritu Santo.4 Hay diversidad de dones,
pero el Espíritu es el mismo; 5 y diversidad de ministerios, pero el Señor es
el mismo; 6 y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo, que obra todo en
todos. 7 A cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para provecho
común. 12 Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los
miembros del cuerpo, aun siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo.
13 Porque todos nosotros, tanto judíos como griegos, tanto siervos como libres,
fuimos bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu.
¡Jesús es Señor!, sino es
bajo la acción del Espíritu Santo.
(1 Corintios, 2ª Lectura de hoy)
La misión del Espíritu Santo
es darnos a conocer y
confesar que «Jesús es el
Señor:
esta es la confesión fundamental de la Iglesia,
guiada por el Espíritu Santo.
1.
«Jesús es Señor». Jesucristo
lleva a cabo el señorío de Dios sobre el mundo y sobre la historia. Dos textos
de San Pablo.
o
«Vivamos o muramos, somos del Señor. Porque por
esto Cristo murió y resucitó: para reinar sobre muertos y vivos».
·
Carta de
San Pablo a los Romanos (14,7-9) : "Ninguno de vosotros vive para sí
mismo, ni
ninguno muere para sí mismo; pues si vivimos, para el Señor
vivimos; y si morimos, para el Señor morimos; porque vivamos o muramos, somos
del Señor. Para esto Cristo murió y volvió a la vida, para dominar sobre muertos y vivos".
o
Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el
cielo, en la tierra, en el abismo, y
toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre
·
Carta de
San Pablo a los Filipenses (2, 5-11): “5 Tened entre vosotros los mismos
sentimientos que tuvo Cristo Jesús, 6 el cual, siendo de
condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios; 7 sin que se anonadó a sí
tomando la forma de siervo, hecho
semejante a los hombres; y mostrándose
igual que los demás hombres, 8 se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta
la muerte y muerta de cruz. 9 Por eso
Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; 10 de modo
que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el
abismo, 11 y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios
Padre”.
·
El título de Kyrios
(Señor), se atribuía típicamente a Dios en la tradición bíblica, y ahora es
referido a Jesucristo, el cual, “siendo de condición divina”
tomó “la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres”, y “Dios lo
exaltó sobre todo”, “de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble”, y
toda lengua proclame “Jesucristo es el Señor”. Es la profesión de fe esencial del cristianismo.
v
Jesucristo es el único Señor de nuestra vida. Es
necesario tener una escala de valores.
Benedicto
XVI, Catequesis, Audiencia General, 27 de junio de 2012:
·
El himno de la Carta a
los Filipenses nos ofrece aquí dos indicaciones importantes para nuestra
oración. La primera es la invocación «Señor» dirigida a
Jesucristo, sentado a la derecha del Padre: él es el único Señor de nuestra
vida, en medio de tantos «dominadores» que la quieren dirigir y guiar. Por
ello, es necesario tener una escala de valores en la que el primado corresponda
a Dios, para afirmar con san Pablo: «Todo lo considero pérdida comparado con la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Flp 3, 8).
El encuentro con el Resucitado le hizo comprender que él es el único tesoro por
el cual vale la pena gastar la propia existencia.
La segunda indicación es la postración, el «doblarse de
toda rodilla» en la tierra y en el cielo, que remite a una expresión del
profeta Isaías, donde indica la adoración que todas las criaturas deben a Dios
(cf. 45, 23). La genuflexión ante el Santísimo Sacramento o el ponerse de
rodillas durante la oración expresan precisamente la actitud de adoración ante
Dios, también con el cuerpo. De ahí la importancia de no realizar este gesto
por costumbre o de prisa, sino con profunda consciencia. Cuando nos
arrodillamos ante el Señor confesamos nuestra fe en él, reconocemos que él es
el único Señor de nuestra vida.
v
Es el reconocimiento de que Jesús es mi
salvador, mi maestro, quien tiene todos los derechos sobre mí.
·
Cfr. Raniero Cantalamessa, El Canto del Espíritu, Cap. XXI, p. 385: “Desde el punto de vista subjetivo -
es decir, en lo que depende de nosotros - la fuerza de esa proclamación está en que supone también
una decisión. Quien la pronuncia
decide sobre el sentido de su vida. Es como si dijera: Tú eres mi Señor; yo me someto a ti, te
reconozco libremente como mi salvador, mi jefe, mi maestro, aquel que tiene
todos los derechos sobre mí”.
v
Es el Espíritu Santo quien revela a los hombres que
Jesús es Señor.
o
En el Catecismo de la Iglesia Católica
·
n. 152:
No se puede creer en Jesucristo sin tener parte en su Espíritu. Es el Espíritu
Santo quien revela a
los hombres quién
es Jesús. Porque "nadie puede decir: «Jesús es Señor» sino bajo la acción
del Espíritu
Santo" (1Co
12,3). (…)
·
n. 455: El nombre de Señor significa la soberanía divina. Confesar o invocar
a Jesús como Señor es
creer en su divinidad "Nadie puede
decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influjo del Espíritu Santo" (1
Corintios
12,3).
·
n. 683: "Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por
influjo del Espíritu Santo" (1Corintios 12,3).
"Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama ¡Abbá,
Padre!" (Gálatas 4,6).
Este conocimiento
de fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar en contacto con
Cristo, es
necesario
primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo. Él es quien nos precede
y despierta en
nosotros la fe.
(…)
·
n. 2670: "Nadie puede decir: «¡Jesús
es Señor!», sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios 12,3).
Cada vez que en la oración nos dirigimos
a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al
camino de la oración. Puesto que El nos enseña a orar recordándonos a Cristo,
¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso, la Iglesia nos invita a
implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y al
terminar cualquier acción importante. (…)
·
n. 2681: "Nadie puede decir: «Jesús es Señor»,
sino por influjo del Espíritu Santo" (1Corintios 12,3). La
Iglesia nos invita a invocar al
Espíritu Santo como Maestro interior de la oración cristiana.
v
4. El Señor se encuentra junto a nosotros con la
fuerza del Espíritu Santo. La misión del Espíritu consiste en introducirnos en
la grandeza del misterio de Cristo.
§
- “De las lecturas de la
liturgia de hoy aprendemos también algo más sobre la manera concreta
en la que el Señor se encuentra junto a nosotros. El Señor
promete a sus discípulos su Espíritu Santo. La primera lectura nos dice que el
Espíritu Santo será «fuerza» para los discípulos; el Evangelio añade que será
guía hacia la Verdad plena. Jesús les dijo todo a sus discípulos, pues él es la
Palabra viviente de Dios, y Dios no puede dar algo más que a sí mismo. En
Jesús, Dios se nos dio totalmente a sí mismo, es decir, nos dio todo. Además de
esto, o junto a esto, no puede haber otra revelación capaz de comunicar algo
más o de completar, en cierto sentido, la Revelación de Cristo. En Él, en el
Hijo, se nos dijo todo, se nos dio todo. Pero nuestra capacidad de comprender
es limitada; por este motivo la misión del Espíritu consiste en introducir a la
Iglesia de manera siempre nueva, de generación en generación, en la grandeza
del misterio de Cristo”.
2. El Espíritu
Santo es el manantial inagotable de la vida de Dios en nosotros.
Papa Francisco, Catequesis de las
Audiencias Generales, sobre el Espíritu
Santo, 8 de mayo de
2013
v
El hombre es como un peregrino que, atravesando
los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva fluyente y fresca, capaz de
saciar en profundidad su deseo profundo de luz, amor, belleza y paz. Todos
sentimos este deseo.
o
Y Jesús nos dona esta agua viva: esa agua es el
Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama en nuestros
corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».
·
Pero quisiera detenerme sobre todo en el hecho
de que el Espíritu Santo es el manantial
inagotable de la vida de Dios en
nosotros. El hombre de todos los tiempos y de todos los lugares desea una
vida plena y bella, justa y buena, una vida que no esté amenazada por la
muerte, sino que madure y crezca hasta su plenitud. El hombre es como un
peregrino que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva
fluyente y fresca, capaz de saciar en profundidad su deseo profundo de luz,
amor, belleza y paz. Todos sentimos este deseo. Y Jesús nos dona esta agua
viva: esa agua es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús derrama
en nuestros corazones. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan
abundante», nos dice Jesús (Jn 10, 10).
v
Cuando decimos que el cristiano es un hombre
espiritual entendemos precisamente esto: el cristiano es una persona que piensa
y obra según Dios, según el Espíritu Santo.
·
Jesús promete a la Samaritana dar un «agua
viva», superabundante y para siempre, a todos
aquellos que le reconozcan como el
Hijo enviado del Padre para salvarnos (cf. Jn 4, 5-26; 3, 17). Jesús
vino para donarnos esta «agua viva» que es el Espíritu Santo, para que nuestra
vida sea guiada por Dios, animada por Dios, nutrida por Dios. Cuando decimos
que el cristiano es un hombre espiritual entendemos precisamente esto: el
cristiano es una persona que piensa y obra según Dios, según el Espíritu Santo.
Pero me pregunto: y nosotros, ¿pensamos según Dios? ¿Actuamos según Dios? ¿O
nos dejamos guiar por otras muchas cosas que no son precisamente Dios? Cada uno
de nosotros debe responder a esto en lo profundo de su corazón.
v
El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del
Resucitado que habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos
transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor.
o
Este es el don precioso que el Espíritu Santo
trae a nuestro corazón: la vida misma de Dios, vida de auténticos hijos, una
relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la
misericordia de Dios, que tiene como efecto también una mirada nueva hacia los
demás, cercanos y lejanos, contemplados como hermanos y hermanas en Jesús a
quienes hemos de respetar y amar.
§ El
Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida
como la vivió Cristo, a comprender la
vida como la comprendió Cristo.
·
A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta
agua puede saciarnos plenamente? Nosotros
sabemos que el agua es esencial
para la vida; sin agua se muere; ella sacia la sed, lava, hace fecunda la
tierra. En la Carta a los Romanos encontramos esta expresión: «El amor
de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se
nos ha dado» (5, 5). El «agua viva», el Espíritu Santo, Don del Resucitado que
habita en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma
porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor. Por ello, el
Apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y
por sus frutos, que son «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
lealtad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22-23).
El Espíritu
Santo nos introduce en la vida divina como «hijos en el Hijo Unigénito». En
otro pasaje de la Carta a los Romanos, que hemos recordado en otras
ocasiones, san Pablo lo sintetiza con estas palabras: «Cuantos se dejan llevar
por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues... habéis recibido un
Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos “Abba, Padre”. Ese mismo
Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si
hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo
que, si sufrimos con Él, seremos también glorificados con Él» (8, 14-17).
Este es el don
precioso que el Espíritu Santo trae a nuestro corazón: la vida misma de Dios,
vida de auténticos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de
confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene como efecto
también una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, contemplados como
hermanos y hermanas en Jesús a quienes hemos de respetar y amar. El Espíritu
Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la vivió
Cristo, a comprender la vida como la comprendió Cristo. He aquí por qué el agua
viva que es el Espíritu sacia la sed de nuestra vida, porque nos dice que somos
amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su
gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, ¿escuchamos al
Espíritu Santo? ¿Qué nos dice el Espíritu Santo? Dice: Dios te ama. Nos dice
esto. Dios te ama, Dios te quiere. Nosotros, ¿amamos de verdad a Dios y a los
demás, como Jesús?
Dejémonos guiar
por el Espíritu Santo, dejemos que Él nos hable al corazón y nos diga esto:
Dios es amor, Dios nos espera, Dios es el Padre, nos ama como verdadero papá,
nos ama de verdad y esto lo dice sólo el Espíritu Santo al corazón, escuchemos
al Espíritu Santo y sigamos adelante por este camino del amor, de la
misericordia y del perdón. Gracias.
3. La identidad del cristiano
Benedicto XVI
v
1. Lo que cuenta es poner a Jesucristo en el
centro de la propia vida. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser recuperado
y purificado de posibles escorias.
Benedicto
XVI, 25 de octubre de 2006:
- “De aquí se deriva una
lección muy importante para nosotros: lo que cuenta es poner en el
centro de la propia vida a Jesucristo, de manera que nuestra
identidad se caracterice esencialmente por el encuentro, la comunión con Cristo
y su Palabra. Bajo su luz, cualquier otro valor debe ser recuperado y purificado de posibles escorias”.
v
2. Cada discípulo confiesa que «Jesús es el Señor» y está llamado a crecer en
la adhesión a él.
Benedicto
XVI, Discurso en la Inauguración de los trabajos de la Asamblea Diocesana
de Roma,
11 de junio de 2007:
- “El tema de la asamblea es
«Jesús es el Señor. Educar en la fe, en el seguimiento y en el
testimonio». Se trata de un tema que nos atañe a todos,
porque cada discípulo confiesa que Jesús es el Señor y está llamado a crecer en
la adhesión a él, dando y recibiendo ayuda de la gran compañía de los hermanos en
la fe. Ahora bien, el verbo «educar», puesto en el título de la asamblea,
implica una atención especial a los niños, a los muchachos y a los jóvenes, y
pone de relieve la tarea que corresponde ante todo a la familia: así permanecemos dentro del itinerario que ha
caracterizado durante los últimos años la pastoral de nuestra diócesis.
o
Esta es la confesión fundamental de la Iglesia,
guiada por el Espíritu Santo.
Es importante considerar ante todo la afirmación inicial,
que da el tono y el sentido de nuestra asamblea: "Jesús es el Señor".
Ya la encontramos en la solemne declaración con la que concluye el discurso de
san Pedro en Pentecostés, donde el primero de los Apóstoles dijo: "Sepa,
pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo
a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado" (Hechos 2,36). Es análoga la conclusión del
gran himno a Cristo contenido en la carta de san Pablo a los Filipenses:
"Toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios
Padre" (Filipenses 2,11). También san Pablo, en el saludo final de
la primera carta a los Corintios, exclama: "Si alguien no ama al
Señor, sea anatema. Marana tha, Ven, Señor" (1Corintios 16,22),
transmitiéndonos así la antiquísima invocación, en lengua aramea, de Jesús como
Señor. (…)
4. A los cristianos nos corresponde anunciar, en el mundo de hoy,
que Jesús es la piedra angular, el fundamento de la vida, el Redentor.
o
A todos los hombres y a todas las mujeres, estén
donde estén, en sus momentos de exaltación o en sus crisis y derrotas, les
hemos de hacer llegar el anuncio solemne y tajante de San Pedro, durante los
días que siguieron a la Pentecostés
·
San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, n. 132, Homilía El
gran desconocido: “A nosotros,
los cristianos,
nos corresponde anunciar en estos días, a ese mundo del que somos y en el que
vivimos, el
mensaje antiguo y
nuevo del Evangelio.
No
es verdad que toda la gente de hoy —así, en general y en bloque— esté cerrada,
o permanezca indiferente, a lo que la fe cristiana enseña sobre el destino y el
ser del hombre; no es cierto que los hombres de estos tiempos se ocupen sólo de
las cosas de la tierra, y se desinteresen de mirar al cielo. Aunque no faltan
ideologías —y personas que las sustentan— que están cerradas, hay en nuestra
época anhelos grandes y actitudes rastreras, heroísmos y cobardías, ilusiones y
desengaños; criaturas que sueñan con un mundo nuevo más justo y más humano, y
otras que, quizá decepcionadas ante el fracaso de sus primitivos ideales, se
refugian en el egoísmo de buscar sólo la propia tranquilidad, o en permanecer
inmersas en el error.
A
todos esos hombres y a todas esas mujeres, estén donde estén, en sus momentos
de exaltación o en sus crisis y derrotas, les hemos de hacer llegar el anuncio
solemne y tajante de San Pedro, durante los días que siguieron a la
Pentecostés: Jesús es la piedra angular, el Redentor, el todo de nuestra vida,
porque fuera de El no se ha dado a los
hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual podamos ser salvos (Act
IV, 12)”.
5. Estamos llamados a vivir los dones del Espíritu
Santo en los altibajos de la vida
cotidiana, para transformar las familias, las comunidades y las naciones.
§ Benedicto
XVI Hipódromo de Randwick (Austrlia), 19
de julio de 2008:
·
“Esta tarde, reunidos bajo este hermoso cielo
nocturno, nuestros corazones y nuestras mentes se
llenan de gratitud a Dios por el don de nuestra fe en la
Trinidad. Recordemos a nuestros padres y abuelos, que han caminado a nuestro
lado cuando todavía éramos niños y han sostenido nuestros primeros pasos en la
fe. Ahora, después de muchos años, os habéis reunido como jóvenes adultos alrededor
del Sucesor de Pedro. Me siento muy feliz de estar con vosotros. Invoquemos al
Espíritu Santo: él es el autor de las obras de Dios (cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, 741). Dejad que sus dones os moldeen. Al igual que la
Iglesia comparte el mismo camino con toda la humanidad, vosotros estáis llamados a vivir los dones del
Espíritu entre los altibajos de la vida cotidiana.
Madurad vuestra fe a través de
vuestros estudios, el trabajo, el deporte, la música, el arte. Sostenedla
mediante la oración y alimentadla con los sacramentos, para ser así fuente de
inspiración y de ayuda para cuantos os rodean. En definitiva, la vida, no es un
simple acumular, y es mucho más que el simple éxito. Estar verdaderamente vivos
es ser transformados desde el interior, estar abiertos a la fuerza del amor de
Dios. Si acogéis la fuerza del Espíritu Santo, también vosotros podréis
transformar vuestras familias, las comunidades y las naciones. Liberad estos
dones. Que la sabiduría, la inteligencia, la fortaleza, la ciencia y la piedad
sean los signos de vuestra grandeza”.
Vida Cristiana
[1] Homilía en la toma de
posesión de la Cátedra del Obispo de Roma, en la Basílica de san Juan de Letrán,
en la fiesta de la Ascensión del Señor.
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