Ø Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo (2018).
Homilía de Papa Francisco (2015). La Eucaristía, pan de vida ha llegado hasta
nosotros. Para no disgregarnos ni disolvernos. Nos disgregamos cuando no somos
dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad, etc. Participando
en la eucaristía y alimentándonos de ella, nos introducimos en un camino que no
admite divisiones. Mientras caminemos por la calle, sintámonos en comunión con
tantos hermanos y hermanas nuestros que no tienen la libertad de expresar su fe
en el Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos. Y no lo olvidemos: «para no
disgregarnos, comed este vínculo de comunión, para no envilecernos, bebed el
precio de vuestro rescate».
v
Cfr. Homilia de Papa Francisco en la Solemnidad
del Corpus Christi
Jueves, 4 de junio de 2015
1.
La Eucaristía, Pan de vida ¡ha llegado hasta
nosotros!.
v
Para no disgregarnos ni disolvernos.
o
Nos disgregamos cuando no somos dóciles a la
Palabra del Señor, cuando no vivimos la fraternidad, etc.
§ Participando
en la eucaristía y alimentándonos de ella, nos introducimos en un camino que no
admite divisiones.
En la Última Cena, Jesús entrega su Cuerpo y su Sangre
mediante el pan y el vino, para dejarnos el memorial de su sacrificio de amor
infinito. Con este viático lleno de gracia, los discípulos tienen todo lo
necesario para su camino a lo largo de la historia, para hacer extensivo a
todos el Reino de Dios. Luz y fuerza será para ellos el don que Jesús ha hecho
de sí mismo, inmolándose voluntariamente sobre la cruz. Y este Pan de vida ¡ha
llegado hasta nosotros! Ante esta realidad nunca cesa el asombro de la Iglesia.
Una maravilla que alimenta siempre la contemplación, la adoración, la memoria.
Nos lo demuestra un texto muy bonito de la Liturgia de hoy, el Responsorio de
la segunda lectura del Oficio de las Lecturas, que dice así: «Reconoced en este pan a Aquél que fue
crucificado; y en el cáliz, la Sangre brotada de su costado. Tomad y comed el
Cuerpo de Cristo, bebed su sangre: porque ahora son miembros de Cristo. Para no
disgregarse, comed este vínculo de comunión; para no despreciarse, bebed el
precio de su rescate».
Hay
un riesgo, una amenaza... Nos preguntamos: ¿qué significa, hoy, disgregarse y
disolverse?
Nos disgregamos cuando no somos dóciles a la Palabra del Señor,
cuando no vivimos la fraternidad entre nosotros, cuando nos peleamos por ocupar
los primeros puestos —los trepas—,
cuando no tenemos valor para dar ejemplo de caridad, cuando no somos capaces de
ofrecer esperanza. Así nos disgregamos. La eucaristía nos permite no
disgregarnos, porque es vínculo de comunión, es cumplimiento de la Alianza,
signo vivo del amor de Cristo que se humilló y se anonadó para que
permaneciéramos unidos. Participando en la eucaristía y alimentándonos de ella,
nos introducimos en un camino que no admite divisiones. Y Cristo presente en medio
de nosotros, en el signo del pan y del vino, exige que la fuerza del amor
supere toda herida, y al mismo tiempo que sea comunión con el pobre, apoyo para
el débil, atención fraterna a cuántos luchan por sostener el peso de la vida
diaria y están en peligro de perder la fe.
2.
Nos envilecemos y aguamos nuestra dignidad
cristiana cuando nos dejamos
llevar por las idolatrías de
nuestro tiempo.
v
Jesús derramó su Sangre como precio y como baño
sagrado que nos lava, para que fuéramos purificados de todos los pecados: para
no envilecernos, miremos a Jesús, bebamos en su fuente.
o
Seremos su mano que socorre a los enfermos del
cuerpo y del alma; seremos su corazón que ama a los necesitados de reconciliación,
de misericordia y de comprensión.
¿Qué
significa hoy para nosotros envilecernos, o sea aguar nuestra dignidad cristiana?
Significa dejarnos llevar por las idolatrías de nuestro tiempo: la apariencia,
el consumismo, el yo en el centro de todo; y también el ser competitivos, la
arrogancia como actitud para vencer, no querer admitir nunca que nos hemos
equivocado o que estamos necesitados. Todo esto nos envilece, nos hace
cristianos mediocres, tibios, insípidos, paganos.
Jesús
derramó su Sangre como precio y como baño sagrado que nos lava, para que
fuéramos purificados de todos los pecados: para no envilecernos, miremos a
Jesús, bebamos en su fuente, para ser preservados del riesgo de la corrupción.
Y entonces experimentaremos la gracia de una trasformación: siempre seremos
pobres pecadores, pero la Sangre de Cristo nos liberará de nuestros pecados y
nos devolverá nuestra dignidad, nos liberará de la corrupción. Sin mérito
nuestro, con sincera humildad, podremos llevar a los hermanos el amor de
nuestro Señor y Salvador. Seremos sus ojos que van en busca de Zaqueo y de la
Magdalena; seremos su mano que socorre a los enfermos del cuerpo y del alma;
seremos su corazón que ama a los necesitados de reconciliación, de misericordia
y de comprensión.
De esta manera la Eucaristía actualiza la Alianza que nos
santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable con Dios. Así
aprendemos que la eucaristía no es un premio para los buenos sino la fuerza
para los débiles y para los pecadores, el perdón, el viático que nos ayuda a
andar, a caminar.
3.
Hoy, fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo,
tenemos la alegría no solamente de celebrar este misterio, sino también de
alabarlo y cantarlo por las calles de nuestra ciudad.
o
Nuestro reconocimiento por todo el camino que Dios
nos ha hecho recorrer a través del desierto de nuestras miserias, para hacernos
salir de la condición servil, alimentándonos con su Amor mediante el Sacramento
de su Cuerpo y de su Sangre.
§ Mientras
caminemos por la calle, sintámonos en comunión con tantos hermanos y hermanas
nuestros que no tienen la libertad de expresar su fe en el Señor Jesús.
Sintámonos unidos a ellos.
Y no lo olvidemos: «para no disgregarnos, comed este vínculo de comunión,
para no envilecernos, bebed el precio de vuestro rescate».
Hoy,
fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, tenemos la alegría no solamente de
celebrar este misterio, sino también de alabarlo y cantarlo por las calles de
nuestra ciudad. Que la procesión que realizaremos al final de la Misa, exprese
nuestro reconocimiento por todo el camino que Dios nos ha hecho recorrer a
través del desierto de nuestras miserias, para hacernos salir de la condición
servil, alimentándonos con su Amor mediante el Sacramento de su Cuerpo y de su
Sangre.
Dentro
de poco, mientras caminemos por la calle, sintámonos en comunión con tantos
hermanos y hermanas nuestros que no tienen la libertad de expresar su fe en el
Señor Jesús. Sintámonos unidos a ellos: cantemos con ellos, alabemos con ellos,
adoremos con ellos. Y veneremos en nuestro corazón a esos hermanos y hermanas a
los que se les ha pedido el sacrificio de la vida por fidelidad a Cristo: su
sangre, unida a la del Señor, sea prenda de paz y de reconciliación para el
mundo entero. Y no lo olvidemos: «para no
disgregarnos, comed este vínculo de comunión, para no envilecernos, bebed el
precio de vuestro rescate».
Vida Cristiana
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