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Domingo 25 del Tiempo Ordinario (2018). El primero y el último de todos. Un gesto singular de Jesús en el Evangelio de hoy: abraza a un niño, para ilustrar una enseñanza difícil. Acoge a un niño, quien, según los parámetros de aquella época, no contaba para nada, era considerado como una criatura marginal e imperfecta que no tiene nada que enseñar: por eso Jesús hizo un gesto que se puede calificar como sorprendente. "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos". El verdadero primero del Reino de Dios es el último del reino de los hombres, es el siervo, el que es despreciado. Los niños, siervos, pobres, despreciados. En el abrazo al niño se manifiesta toda la fuerza de este principio. Los discípulos de Jesús, por el contrario, discutían sobre los diversos grados de su jerarquía futura.
Evangelio
según san Marcos 9, 30-37: 30
En aquel tiempo Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea; no
quería que nadie se enterase, 31 porque iba instruyendo a sus
discípulos. Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en
manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres
días resucitará». 32 Pero no entendían lo que decía, y les daba
miedo preguntarle. 33 Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les
preguntó: « ¿De qué discutíais por el camino?». 34 Ellos
callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más
importante. 35 Se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos». 36 Y tomando un niño, lo puso en
medio de ellos, lo abrazó y les dijo: 37 «El
que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que
me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
Cfr. Domingo 25 del Tiempo Ordinario, Año B, 23 de septiembre de 2018.
Los
discípulos “en el camino habían discutido quién era el más
importante”
(Evangelio
de hoy, Marcos 9, 34)
“Quien
quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos”
(Evangelio
de hoy, Marcos 9, 35)
Un
gesto singular de Jesús:
Tomando
un niño lo puso en medio de los discípulos, lo abrazó y les dijo:
«El
que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí;
y
el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
(Marcos
9, 36-37)
El
cristiano debe saber cumplir con alegría su deber de servicio al
hombre,
convencido
de que tanto en el nivel natural como en el divino
el
crecimiento del propio bien existencial se realiza y se articula
con
el esfuerzo por el crecimiento del bien de los otros.
(Cfr.
San Juan Pablo II, Homilía, 22-IX-1985)
1. Un gesto singular, sorprendente, de Jesús: acoge y abraza a un niño.
Cfr. Marcos 9, 36-37,
Evangelio de hoy.
A. El niño, según los parámetros de aquella época no contaba para nada.
Se podría decir que el Maestro sentía la necesidad de ilustrar una enseñanza difícil con la elocuencia de un gesto lleno de ternura.
Cfr. Juan Pablo II,
Homilía, Domingo 24 de septiembre de 2000
- "Acercando a un niño, lo puso en medio de ellos" (Marcos 9,36). Este singular gesto de Jesús, que nos
recuerda
el evangelio que acabamos de proclamar, viene inmediatamente después
de la recomendación con la que el Maestro había exhortado a sus
discípulos a no desear el primado del poder, sino el del servicio.
Una enseñanza que debió impactar profundamente a los Doce, que
acababan de "discutir sobre quién era el más importante"
(Mc
9,34). Se podría decir que el Maestro sentía la necesidad de
ilustrar una enseñanza tan difícil con la elocuencia de un
gesto lleno de ternura. Abrazó a un niño, que según los parámetros
de aquella época no contaba para nada, y casi se identificó con él:
"El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí"
(Marcos
9,37). (…)
En
el abrazo al niño Cristo revela ante todo la delicadeza de su
corazón, capaz de todas las vibraciones de la sensibilidad y del
afecto. Se nota, en primer lugar, la ternura del Padre, que
desde la eternidad, en el Espíritu Santo, lo ama y en su rostro
humano ve al "Hijo predilecto" en el que se complace (cf.
Marcos
1,11 Mc
9,7). Se aprecia también la ternura plenamente femenina y
materna con la que lo rodeó María en los largos años
transcurridos en la casa de Nazaret. La tradición cristiana, sobre
todo en la Edad Media, solía contemplar frecuentemente a la Virgen
abrazando al niño Jesús. Por ejemplo, Aelredo de Rievaulx se dirige
afectuosamente a María invitándola a abrazar al Hijo que, después
de tres días, había encontrado en el templo (cf. Lucas
2,40-50): "Abraza, dulcísima Señora, abraza a Aquel a
quien amas; arrójate a su cuello, abrázalo y bésalo, y compensa
los tres días de su ausencia con múltiples delicias" (De Iesu
puero duodenni 8: SCh 60, p. 64).
B. El mensaje que transmite el niño.
Cfr. Gianfranco
Ravasi, Secondo le
Scritture, Año B,
Piemme 1996, p.286 y 288
Por qué es un gesto sorprendente en el Antiguo Oriente
El niño: un ser inmaduro, cabezota e irracional
Jesús
pasa al gesto simbólico: llama a uno de aquellos niños que, todavía
hoy, recorren excitados las plazas y las pequeñas calles de los
pueblos palestinos y lo abraza con ternura. Es un gesto un poco
sorprendente porque el niño no era muy estimado en el Antiguo
Oriente; era considerado simplemente como un ser inmaduro, cabezota e
irracional, a quien había que tratar sin dudarlo con el látigo:
léase, por ejemplo, el largo párrafo sobre la pedagogía del niño
que hay en el Sirácide, sabio bíblico del II siglo antes de Cristo
(30, 1-13) 1
Jesús, de modo un
poco provocador, invierte la concepción normal según la cual el
niño sólo puede ser objeto
de educación por parte del adulto; en realidad el joven puede
convertirse también en sujeto
que tiene un precioso mensaje para transmitir precisamente a aquél
que es, por edad, cultura y madurez, superior.
El niño: una criatura marginal e imperfecta que no tiene nada que enseñar.
- Cfr. ibídem, pp.288-89: Para entender bien la fuerza de ese gesto simbólico del Señor, hay que tener
en
cuenta que el Señor, utilizando un niño como gesto simbólico para
enseñar la sencillez, la humildad verdadera, etc., “echa por
tierra una tradición bien consolidada en el antiguo Oriente, donde
el niño era considerado como una criatura marginal e imperfecta que
no tiene nada que enseñar. Es significativa a este respecto la
maldición de Isaías 3,4: «Les daré mozos por jefes, y mozalbetes
les dominarán». También es neta la declaración de un antiguo
maestro judío, el rabino Jochanam: «Desde los tiempos en que ha
sido destruido el Templo, la profecía ha sido arrebatada a los
profetas y dada a los locos y a los niños»”.
C. Se supera esta visión en tiempos posteriores
"La vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se mide por el número de los años".
Santo Tomás dice a
propósito de quien tiene poca edad: “La edad del cuerpo no
constituye un
perjuicio
para el alma. Así, incluso en la infancia, el hombre puede recibir
la perfección de la edad espiritual de que habla la Sabiduría (4,
8): "la vejez honorable no es la que dan los muchos días, no se
mide por el número de los años". Así numerosos niños,
gracias a la fuerza del Espíritu Santo que habían recibido,
lucharon valientemente y hasta la sangre por Cristo (S. Tomás de A.,
s. th. 3, 72, 8, ad 2)”.
D. Pequeño en la Biblia es sinónimo de «pobre», es decir aquél cuya única fuerza y sostén está en Dios.
Cfr. Gianfranco
Ravasi, Secondo le
Scritture, Ciclo A,
Ed. Piemme, novembre 1995, pp. 204-205.
El verdadero discípulo es aquel que se abandona en Dios, descartando los cálculos, los intereses mezquinos, los egoísmos, la altanería, la prepotencia, la violencia.
- “Jesús propone a los “pequeños” como modelos «no tanto por la supuesta «inocencia» del niño, que, en
realidad,
es siempre una criatura limitada, egoísta, prepotente, una miniatura
del adulto, sino en
tanto en cuanto el
pequeño pone su mano con confianza en la mano de su padre y acoge
todos sus dones y palabras. Por esto, si nos os hacéis como los
niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mateo 18,3).
Por
tanto, «pequeño» se convierte en sinónimo de otra palabra clásica
en la Biblia, los «pobres»,
es decir, aquellos
cuya única fuerza y sostén está en Dios.
A ellos es predicada la «buena noticia» (Cf. Mateo 11,5), y es a
ellos a quienes está destinada la bienaventuranza sobre el Reino de
los cielos (Mateo 5,3). Ya Isaías presentaba la antítesis a la
que Jesús se refirió en su oración entre «pequeños» y «sabios
e inteligentes»: «Perecerá la sabiduría de los sabios y la
prudencia de los prudentes quedará oculta ... Los humildes
aumentarán su alegría en el señor, y los más pobres exultarán en
el Santo de Israel» 29, 14.19).
El
verdadero discípulo es aquel que se abandona en Dios, descartando
los cálculos, los intereses mezquinos, los egoísmos, la altanería,
la prepotencia, la violencia. (...) En el Oriente Antiguo, el niño
no tenía todavía personalidad jurídica, era casi inexistente, un
objeto; pues bien, Jesús lo transforma en un emblema para nosotros
los adultos, invitándonos a ser «pequeños» para ser
verdaderamente «grandes». Jesús nos invita, incluso, a usar el
lenguaje sencillo y espontáneo de los niños cuando nos dirigimos a
Dios: Abbá
en aramaico significa, como es sabido, «papá» y está en la raíz
del original del Padre nuestro. Jesús nos invita a tener la
transparencia y la confianza del pequeño para «conocer»
verdaderamente al Padre: las elucubraciones de los sabios
empalidecen, se paran ante la frontera del misterio, se transforman
en especulaciones áridas y orgullosas. Es necesario pedir la
sabiduría del corazón, el don que facilita penetrar en las «cosas
escondidas», es decir, en el misterio de Dios”.
En
esta civilización en la que se exalta al adulto “rampante o
trepador” y arrogante, privado de escrúpulos y de moral, que
pervierte al niño haciéndolo cada vez más egoísta y prepotente,
incapaz de jugar auténticamente, de vivir el estupor propio de su
infancia, la oración de Jesús nos propone el verdadero «pequeño»
que deberá ser el modelo de su discípulo.
E. Niños son todos los hombres necesitados, desvalidos, pobres, enfermos …
Cfr. Santos Evangelios, EUNSA, Pamplona 1983, nota
a Marcos 9, 36 - 37.
- "En este niño que Jesús abraza están representados todos los niños del mundo, y también todos
los
hombres necesitados, desvalidos, pobres, enfermos, en los cuales nada
brillante y destacado hay que admirar".
F. El descubrimiento de la riqueza que viene de Dios
Cfr. San Juan Pablo II, Homilía, 22-IX-1985
- “Jesús nos invita con el ejemplo a una elección concreta del último puesto para servir a los que
han
perdido en el tormentoso camino de la vida el sentido de la riqueza
que viene de Dios”.
2. "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos".
Marcos
9, 35
En el abrazo al niño se manifiesta toda la fuerza de este principio.
"Quien quiera
ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos"
(Marcos
9,35). En el icono del abrazo al niño se manifiesta toda la
fuerza de este principio, que en la persona de Jesús, y luego
también en la de María, encuentra su realización ejemplar.
Nadie puede decir
como Jesús que es el "primero". En efecto, él es el
"primero y el último, el alfa y la omega" (cf. Apocalipsis
22,13), el resplandor de la gloria del Padre (cf. Hebreos He
1,3). A él, en la resurrección, se le concedió "el nombre
que está sobre todo nombre" (Filipenses
2,9). Pero, en la pasión, él se manifestó también "el
último de todos" y, como "servidor de todos", no dudó
en lavar los pies a sus discípulos (cf. Juan
13,14).
3.
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo
matarán; y
después de muerto, a los tres días resucitará».
Marcos
9, 31
Cfr.
Gianfranco Ravasi, Secondo
le Scritture, Año
B, Piemme 1996, pp. 284-286.
Jesús propone esas palabras, que se adaptan poco a lo que pensaba el pueblo hebreo en aquellos años de dura ocupación romana.
El verdadero primero del Reino de Dios es el último del reino de los hombres, es el siervo, el que es despreciado. Los niños, siervos, pobres, despreciados.
En el viaje que lo
está conduciendo lentamente a Jerusalén desde Galilea, Jesús
propone esas palabras, que se adaptan poco a lo que pensaba el pueblo
hebreo en aquellos años de dura ocupación romana. El Mesías tan
esperado, en vez de capitanear la ola hirviente de la revolución
anticapitalista, se hará solidario con las víctimas, también él
será aplastado por el poder: «va a ser entregado en manos de los
hombres y lo matarán». Ciertamente Jesús deja caer una chispa de
luz en estas tetras palabras al anunciar su resurrección («a los
tres días resucitará»). Pero esto a los que le escuchan les parece
un sueño, les parece solamente el fantasma de la esperanza, no es un
consistente y concreto camino de la lucha por la liberación y por la
victoria tan suspirada.
El pensamiento de los discípulos
Se dirige a otras fascinantes
metas, las de un triunfo político, o tal vez hacia un futuro
gobierno con precisas posiciones de poder. (…) Discuten sobre la
conquista y sobre los diversos grados de su jerarquía futura. (…)
Todos recuerdan la ingenua petición de los apóstoles Santiago y
Juan: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a
tu izquierda» (Marcos 10, 37).
Y la respuesta de Jesús:
Entonces Jesús
decide convocarlos a su alrededor a los Doce e inicia una lección
estupenda con palabras y también, con el estilo de los profetas, con
un gesto simbólico. Sus palabras son lapidarias: el verdadero
primero del Reino de Dios es el último del reino de los hombres, es
el siervo, el que es despreciado. Sobre estas palabras, en la Iglesia
antigua, a partir de Policarpo, obispo de Smirna, llamará a Cristo
“el Siervo de todos”, aunque sea «el Señor» por excelencia.
Cuántas veces Jesús ha querido comentar su definición del
verdadero discípulo y de sí mismo:
«Sabéis que los
que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que
los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera
ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera
ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha
venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por
muchos». (Marcos 10, 42-45). «Si yo, el Maestro y el Señor, os he
lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a
otros» (Juan 13, 14).
Vida
Cristiana
1
Sirácide 30: 1 El que ama a su hijo lo castiga sin cesar, para
poder alegrarse en el futuro. 2 El que corrige a su hijo tendrá
muchas satisfacciones, y entre sus conocidos se sentirá orgulloso
de él. 3 El que instruye a su hijo dará envidia a su enemigo, y
ante sus amigos se sentirá satisfecho. 4 Cuando el padre muere, es
como si no muriese, pues deja tras de sí un hijo semejante a él. 5
Durante su vida se alegra de verlo, y a la hora de su muerte no
siente tristeza. 6 Contra sus enemigos deja un vengador, y para sus
amigos un bienhechor. 7 El que mima a su hijo, vendará sus heridas,
a cada grito se le conmoverán sus entrañas. 8 Caballo no domado
sale bravo, hijo consentido sale arisco. 9 Mima a tu hijo y te dará
sorpresas, juega con él y te traerá disgustos. 10 No rías con él
y no llorarás con él, ni acabarás rechinando los dientes.
11 En su juventud no le des libertad, ni pases
por alto sus errores. 12 Doblega su cuello mientras es joven,
túndele las costillas cuando es pequeño, no sea que, volviéndose
rebelde, te desobedezca y sufras por él una honda amargura.
13 Educa a tu hijo y dedícate a él, para que
no tengas que soportar su insolencia.
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