lunes, 3 de septiembre de 2018

Familia. Algunos de los textos de Papa Francisco en su viaje a Irlanda, para el «IX Encuentro Mundial de las Familias» (25-26 de agosto de 2018).




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Ø  Familia. Algunos de los textos de Papa Francisco en su viaje a Irlanda, para el

«IX Encuentro Mundial de las Familias» (25-26 de agosto de 2018).


1. Discurso en la Fiesta de las familias
     Estadio Croke Park, Dublín
     Sábado, 25 de agosto de 2018
Dia dhaoibh [“buenas tardes”, en gaélico]
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenas tardes!
Gracias por vuestra cálida bienvenida. Qué bien se está aquí. Es hermoso celebrar, porque nos hace más humanos y más cristianos. También nos ayuda a compartir la alegría de saber que Jesús nos ama, nos acompaña en el camino de la vida y nos atrae cada día más a él.
En cualquier celebración familiar se siente la presencia de todos: padres, madres, abuelos, nietos, tíos, primos, de quien no pudo venir, y de quien vive demasiado lejos, todos. Hoy en Dublín nos reunimos para una celebración familiar de acción de gracias a Dios por lo que somos: una sola familia en Cristo, extendida por toda la tierra. La Iglesia es la familia de los hijos de Dios. Una familia en la que nos alegramos con los que están alegres y lloramos con los que sufren o se sienten abatidos por la vida. Una familia en la que cuidamos de cada uno, porque Dios nuestro Padre nos ha hecho a todos hijos suyos en el bautismo. Por eso sigo alentando a los padres a que bauticen a sus hijos lo antes posible, para que puedan formar parte de la gran familia de Dios. Es necesario invitar a todos a la fiesta, incluso al niño pequeño. Y es por esto que debe ser bautizado pronto. Y hay otra cosa: si el niño es bautizado, el Espíritu Santo entra en su corazón. Hagamos una comparación: un niño sin bautizar, porque los padres dicen: “No, cuando sea mayor”, y un niño bautizado, con el Espíritu Santo en su interior: esto es más grande, porque tiene la fuerza de Dios dentro de él.
Vosotras, queridas familias, sois la gran mayoría del Pueblo de Dios. ¿Qué aspecto tendría la Iglesia sin vosotras? Una Iglesia de estatuas, una Iglesia de personas solas... Escribí la Exhortación Amoris laetitia sobre la alegría del amor para ayudarnos a reconocer la belleza y la importancia de la familia, con sus luces y sus sombras, y he querido que el tema de este Encuentro Mundial de las Familias fuera «El Evangelio de la familia, alegría para el mundo». Dios quiere que cada familia sea un faro que irradie la alegría de su amor en el mundo. ¿Qué significa esto? Significa que, después de haber encontrado el amor de Dios que salva, intentemos, con palabras o sin ellas, manifestarlo a través de pequeños gestos de bondad en la rutina cotidiana y en los momentos más sencillos del día.
Y esto ¿cómo se llama? Esto se llama santidad. Me gusta hablar de los santos «de la puerta de al lado», de todas esas personas comunes que reflejan la presencia de Dios en la vida y en la historia del mundo (cf. Exhort. apGaudete et exsultate, 6-7). La vocación al amor y a la santidad no es algo reservado a unos pocos privilegiados. Incluso ahora, si tenemos ojos para ver, podemos vislumbrarla a nuestro alrededor. Está silenciosamente presente en los corazones de todas aquellas familias que ofrecen amor, perdón, misericordia cuando ven que es necesario, y lo hacen en silencio, sin tocar la trompeta. El Evangelio de la familia es verdaderamente alegría para el mundo, ya que allí, en nuestras familias, siempre se puede encontrar a Jesús; él vive allí, en simplicidad y pobreza, como lo hizo en la casa de la Sagrada Familia de Nazaret.
El matrimonio cristiano y la vida familiar manifiestan toda su belleza y atractivo si están anclados en el amor de Dios, que nos creó a su imagen, para que podamos darle gloria como iconos de su amor y de su santidad en el mundo. Padres y madres, abuelos y abuelas, hijos y nietos: todos, todos llamados a encontrar la plenitud del amor en la familia. La gracia de Dios nos ayuda todos los días a vivir con un solo corazón y una sola alma. ¡También las suegras y las nueras! Nadie dice que sea fácil, lo sabéis mejor que yo. Es como preparar un té: es fácil hervir el agua, pero una buena taza de té requiere tiempo y paciencia; hay que dejarlo reposar. Así, día tras día, Jesús nos envuelve con su amor, asegurándose de que penetre todo nuestro ser. Del tesoro de su sagrado Corazón, derrama sobre nosotros la gracia que necesitamos para sanar nuestras enfermedades y abrir nuestra mente y corazón para escucharnos, entendernos y perdonarnos mutuamente.
Acabamos de escuchar el testimonio de Felicité, Isaac y Ghislain, que vienen de Burkina Faso. Nos han contado una conmovedora historia de perdón en familia. El poeta decía que «errar es humano, perdonar es divino». Y es verdad: el perdón es un regalo especial de Dios que cura nuestras heridas y nos acerca a los demás y a él. Gestos pequeños y sencillos de perdón, renovados cada día, son la base sobre la que se construye una sólida vida familiar cristiana. Nos obligan a superar el orgullo, el desapego y la vergüenza, y a hacer las paces. Muchas veces estamos enojados entre nosotros y queremos hacer las paces, pero no sabemos cómo. Da vergüenza hacer las paces, pero lo deseamos. No es difícil. Es fácil. Da una caricia; así se hacen las paces. Es cierto, me gusta decir que en las familias necesitamos aprender tres palabras —tú [Ghislain] las dijiste— tres palabras: “perdón”, “por favor” y “gracias”. Tres palabras. ¿Qué palabras son? Todos: [perdón, por favor, gracias]; otra vez: [perdón, por favor, gracias]; no escucho… [perdón, por favor, gracias]. Muchas gracias. Cuando discutas en casa, asegúrate de pedir disculpas y decir que lo sientes antes de irte a la cama. Antes de que termine el día, haced las paces. ¿Y sabéis por qué es necesario hacer las paces antes de terminar el día? Porque si no haces las paces, al día siguiente, la “guerra fría” es muy peligrosa. Cuidado con la guerra fría en la familia. Pero a veces, quizás, estás enojado y tienes la tentación de irte a dormir a otra habitación, solo y aislado; si te sientes así, simplemente llama a la puerta y di: “Por favor, ¿puedo pasar?”. Lo que se necesita es una mirada, un beso, una palabra afectuosa... y todo vuelve a ser como antes. Digo esto porque, cuando las familias lo hacen, sobreviven. No hay familia perfecta. Sin el hábito de perdonar, la familia se enferma y se desmorona gradualmente.
Perdonar significa dar algo de sí mismo. Jesús nos perdona siempre. Con la fuerza de su perdón, también nosotros podemos perdonar a los demás, si realmente lo queremos. ¿No es lo que pedimos cuando rezamos el Padrenuestro? Los niños aprenden a perdonar cuando ven que sus padres se perdonan recíprocamente. Si entendemos esto, podemos apreciar la grandeza de la enseñanza de Jesús sobre la fidelidad en el matrimonio. En lugar de ser una fría obligación legal, es sobre todo una poderosa promesa de la fidelidad de Dios mismo a su palabra y a su gracia sin límites. Cristo murió por nosotros para que nosotros, a su vez, podamos perdonarnos y reconciliarnos unos con otros. De esta manera, como personas y como familias, empezamos a comprender la verdad de las palabras de san Pablo: mientras todo pasa, «el amor no pasa nunca» (1 Co 13,8).
Gracias, Nisha y Ted, por vuestro testimonio de la India, donde estáis enseñando a vuestros hijos a ser una verdadera familia. Nos habéis ayudado también a comprender que las redes sociales no son necesariamente un problema para las familias, sino que pueden ayudar a construir una «red» de amistades, solidaridad y apoyo mutuo. Las familias pueden conectarse a través de Internet y beneficiarse de ello. Las redes sociales pueden ser beneficiosas si se usan con moderación y prudencia. Por ejemplo, vosotros, que participáis en este Encuentro Mundial de las Familias, formáis una “red” espiritual y de amistad, y las redes sociales os pueden ayudar a mantener este vínculo y extenderlo a otras familias en muchas partes del mundo. Es importante, sin embargo, que estos medios no se conviertan en una amenaza para la verdadera red de relaciones de carne y hueso, aprisionándonos en una realidad virtual y aislándonos de las relaciones concretas que nos estimulan a dar lo mejor de nosotros mismos en comunión con los demás. Quizás la historia de Ted y Nisha puede ayudar a todas las familias a que se pregunten sobre la necesidad de reducir el tiempo que se dedica a estos medios tecnológicos, y de pasar más tiempo de calidad entre ellos y con Dios. Pero cuando tú usas demasiado las redes sociales, tú “entras en órbita”. Cuando en la mesa, en lugar de hablar con la familia, todos tienen un teléfono celular y se conectan con el exterior, están “en órbita”. Pero esto es peligroso. ¿Por qué? Porque te saca de lo concreto de la familia y te lleva a una vida “gaseosa”, sin consistencia. Cuidado con esto. Recuerda la historia de Ted y Nisha; ellos nos enseñan cómo usar bien las redes sociales.
Hemos escuchado de Enass y Sarmaad cómo el amor y la fe en la familia pueden ser fuentes de fortaleza y paz incluso en medio de la violencia y la destrucción causada por la guerra y la persecución. Su historia nos lleva a las trágicas situaciones que muchas familias sufren a diario, obligadas a abandonar sus hogares en busca de seguridad y paz. Pero Enass y Sarmaad también nos han mostrado cómo, a partir de la familia y gracias a la solidaridad manifestada por muchas otras familias, la vida se puede reconstruir y renace la esperanza. Hemos visto este apoyo en el vídeo de Rammy y su hermano Meelad, en el que Rammy ha manifestado profunda gratitud por el ánimo y por la ayuda que su familia ha recibido de otras familias cristianas de todo el mundo, que han hecho posible de regresar a sus pueblos. En toda sociedad, las familias generan paz, porque enseñan el amor, la aceptación y el perdón, que son los mejores antídotos contra el odio, los prejuicios y la venganza que envenenan la vida de las personas y de las comunidades.
Como enseñaba un buen sacerdote irlandés, «la familia que reza unida permanece unida» e irradia paz. Una familia así puede ser un apoyo especial para otras familias que no viven en paz. Después de la muerte del padre Ganni, Enass, Sarmaad y sus familias prefirieron el perdón y la reconciliación en lugar del odio y el resentimiento. Vieron, a la luz de la Cruz, que el mal solo se puede vencer con el bien, y que el odio solo puede superarse con el perdón. De manera casi increíble, han podido encontrar la paz en el amor de Cristo, un amor que hace nuevas todas las cosas. Y esta noche comparten con nosotros esta paz. Ellos rezaron. Oración, rezar juntos. Cuando escuchaba el coro, vi allí a una madre que enseñaba a su hijo a santiguarse. Os pregunto: ¿Enseñáis a los niños a hacer la señal de la cruz? ¿Sí o no? [Sí] ¿O enseñáis a hacer algo como esto [hace un gesto rápido], que no se entiende lo que es? Es muy importante que los niños pequeños aprendan a hacer bien la señal de la cruz: es el primer Credo que aprenden; credo en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Antes de ir a la cama esta noche, preguntaos vosotros, padres: ¿Enseño a mis hijos a hacer bien la señal de la cruz? Piénsalo, es vuestra responsabilidad.
El amor de Cristo, que renueva todo, es lo que hace posible el matrimonio y un amor conyugal caracterizado por la fidelidad, la indisolubilidad, la unidad y la apertura a la vida. Esto es lo que quería resaltar en el cuarto capítulo de Amoris laetitia. Hemos visto este amor en Mary y Damián, y en su familia con diez hijos. Os pregunto [a Mary y a Damián]: ¿Os hacen enojar los hijos? ¡Eh, la vida es así! Pero es hermoso tener diez hijos. Gracias. ¡Gracias por vuestras palabras y por vuestro testimonio de amor y de fe! Vosotros habéis experimentado la capacidad del amor de Dios que ha transformado completamente vuestra vida y que os bendice con la alegría de una hermosa familia. Nos habéis indicado que la clave de vuestra vida familiar es la sinceridad. Entendemos por vuestro testimonio lo importante que es continuar yendo a esa fuente de la verdad y del amor que puede transformar nuestra vida. ¿Quién es? Jesús, que inauguró su ministerio público precisamente en una fiesta de bodas. Allí, en Caná, cambió el agua en un buen vino nuevo y que permitió continuar magníficamente con la alegre celebración. Pero, habéis pensado, ¿qué hubiera pasado si Jesús no hubiera hecho eso? ¿Habéis pensado en lo feo que es terminar una fiesta de bodas solo con agua? ¡Es feo! La Virgen entendió, y le dijo al Hijo: “No tienen vino”. Y Jesús comprendió que la fiesta terminaría mal solo con agua. Lo mismo sucede con el amor conyugal. El vino nuevo comienza a fermentar durante el tiempo del noviazgo, necesario aunque transitorio, y madura a lo largo de la vida matrimonial en una entrega mutua, que hace a los esposos capaces de convertirse, aun siendo dos, en «una sola carne». Y también, a su vez, de abrir sus corazones al que necesita amor, especialmente al que está solo, abandonado, débil y, en cuanto vulnerable, frecuentemente marginado por la cultura del descarte. Esta cultura que vivimos hoy, que descarta todo: descarta todo lo que no es necesario, descarta a los niños porque molestan, descarta a los ancianos porque no sirven... Solo el amor nos salva de esta cultura del descarte.
Las familias están llamadas a continuar creciendo y avanzando en todos los sitios, aun en medio de dificultades y limitaciones, tal como lo han hecho las generaciones pasadas. Todos formamos parte de una gran cadena de familias, que viene desde el inicio de los tiempos. Nuestras familias son tesoros vivos de memoria, con los hijos que a su vez se convierten en padres y luego en abuelos. De ellos recibimos la identidad, los valores y la fe. Lo hemos visto en Aldo y Marisa, casados desde hace más de cincuenta años. Su matrimonio es un monumento al amor y a la fidelidad. Sus nietos los mantienen jóvenes; su casa está llena de alegría de felicidad y de bailes. ¡Fue bonito ver a la abuela que enseñaba a bailar a sus nietas! Su amor recíproco es un don de Dios, un regalo que están transmitiendo con alegría a sus hijos y nietos.
Una sociedad —escuchad bien esto—, una sociedad que no valora a los abuelos es una sociedad sin futuro. Una Iglesia que no se preocupa por la alianza entre generaciones terminará careciendo de lo que realmente importa, el amor. Nuestros abuelos nos enseñan el significado del amor conyugal y parental. Ellos mismos crecieron en una familia y experimentaron el afecto de hijos e hijas, de hermanos y hermanas. Por eso son un tesoro de experiencia, un tesoro de sabiduría para las nuevas generaciones. Es un gran error no preguntarles a los ancianos sobre sus experiencias o pensar que hablar con ellos sea una pérdida de tiempo. En este sentido, quisiera agradecerle a Missy su testimonio. Ella nos ha dicho que la familia ha sido siempre una fuente de fuerza y de solidaridad entre los nómadas. Su testimonio nos recuerda que, en la casa de Dios, hay un lugar para todos. Nadie debe ser excluido; nuestro amor y nuestra atención deben extenderse a todos.
Ya es tarde y estáis cansados. También yo. Pero permitidme que os diga una última cosa. Vosotras, familias, sois la esperanza de la Iglesia y del mundo. Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, crearon a la humanidad a su imagen y semejanza para hacerla partícipe de su amor, para que fuera una familia de familias y gozara de esa paz que solo él puede dar. Con vuestro testimonio del Evangelio podéis ayudar a Dios a realizar su sueño, podéis contribuir a acercar a todos los hijos de Dios, para que crezcan en la unidad y aprendan qué significa para el mundo entero vivir en paz como una gran familia. Por eso, he querido daros a cada uno de vosotros una copia de Amoris laetitia, preparada con ocasión de los dos Sínodos sobre la familia y escrita para que fuera una especie de guía para vivir con alegría el evangelio de la familia. Que nuestra Madre, Reina de la familia y de la paz, os sostenga en el camino de la vida, del amor y de la felicidad.
Y ahora, al final de nuestra reunión, diremos la oración de este Encuentro de las Familias. Recitemos juntos la oración oficial del Encuentro de las Familias: [un gran aplauso]
Dios, nuestro Padre,…
Oración y bendición
Buenas noches, y que descanséis. Y hasta mañana.

2. Homilía en la Santa Misa
      Parque Fénix, Dublín
     Domingo, 26 de agosto de 2018
Ayer estuve reunido con ocho personas sobrevivientes de abuso de poder, de conciencia y sexuales.
Recogiendo lo que ellos me han dicho, quisiera poner delante de la misericordia del Señor estos crímenes y pedir perdón por ellos.
Pedimos perdón por los abusos en Irlanda, abusos de poder y de conciencia, abusos sexuales por parte de miembros cualificados de la Iglesia. De manera especial pedimos perdón por todos los abusos cometidos en diversos tipos de instituciones dirigidas por religiosos y religiosas y otros miembros de la Iglesia. Y pedimos perdón por los casos de explotación laboral a que fueron sometidos tantos menores.
Pedimos perdón por las veces que, como Iglesia, no hemos brindado a los sobrevivientes de cualquier tipo de abuso compasión, búsqueda de justicia y verdad, con acciones concretas. Pedimos perdón.
Pedimos perdón por algunos miembros de la jerarquía que no se hicieron cargo de estas situaciones dolorosas y guardaron silencio. Pedimos perdón.
Pedimos perdón por los chicos que fueron alejados de sus madres y por todas aquellas veces en las cuales se decía a muchas madres solteras que trataron de buscar a sus hijos que les habían sido alejados, o a los hijos que buscaban a sus madres, decirles que "era pecado mortal". ¡Esto no es pecado mortal, es cuarto mandamiento! Pedimos perdón.
Que el Señor mantenga y acreciente este estado de vergüenza y de compunción, y nos dé la fuerza para comprometernos en trabajar para que nunca más suceda y para que se haga justicia. Amén.
HOMILÍA DE PAPA FRANCISCO
«Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).
En la conclusión de este Encuentro Mundial de las Familias, nos reunimos como familia alrededor de la mesa del Señor. Agradecemos al Señor por tantas bendiciones que ha derramado en nuestras familias. Queremos comprometernos a vivir plenamente nuestra vocación para ser, según las conmovedoras palabras de santa Teresa del Niño Jesús, «el amor en el corazón de la Iglesia».
En este momento maravilloso de comunión entre nosotros y con el Señor, es bueno que nos detengamos un momento para considerar la fuente de todo lo bueno que hemos recibido. En el Evangelio de hoy, Jesús revela el origen de estas bendiciones cuando habla a sus discípulos. Muchos de ellos estaban desolados, confusos y también enfadados, debatiendo sobre aceptar o no sus “palabras duras”, tan contrarias a la sabiduría de este mundo. Como respuesta, el Señor les dice directamente: «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» (Jn 6,63).
Estas palabras, con su promesa del don del Espíritu Santo, rebosan de vida para nosotros que las acogemos desde la fe. Ellas indican la fuente última de todo el bien que hemos experimentado y celebrado aquí en estos días: el Espíritu de Dios, que sopla constantemente vida nueva en el mundo, en los corazones, en las familias, en los hogares y en las parroquias. Cada nuevo día en la vida de nuestras familias y cada nueva generación trae consigo la promesa de un nuevo Pentecostés, un Pentecostés doméstico, una nueva efusión del Espíritu, el Paráclito, que Jesús nos envía como nuestro Abogado, nuestro Consolador y quien verdaderamente nos da valentía.
Cuánta necesidad tiene el mundo de este aliento que es don y promesa de Dios. Como uno de los frutos de esta celebración de la vida familiar, que podáis regresar a vuestros hogares y convertiros en fuente de ánimo para los demás, para compartir con ellos “las palabras de vida eterna” de Jesús. Vuestras familias son un lugar privilegiado y un importante medio para difundir esas palabras como “buena noticia” para todos, especialmente para aquellos que desean dejar el desierto y la “casa de esclavitud” (cf. Jos 24,17) para ir hacia la tierra prometida de la esperanza y de la libertad.
En la segunda lectura de hoy, san Pablo nos dice que el matrimonio es una participación en el misterio de la fidelidad eterna de Cristo a su esposa, la Iglesia (cf. Ef 5,32). Pero esta enseñanza, aunque magnífica, tal vez pueda parecer a alguno una “palabra dura”. Porque vivir en el amor, como Cristo nos ha amado (cf. Ef 5,2), supone la imitación de su propio sacrificio, implica morir a nosotros mismos para renacer a un amor más grande y duradero. Solo ese amor puede salvar el mundo de la esclavitud del pecado, del egoísmo, de la codicia y de la indiferencia hacia las necesidades de los menos afortunados. Este es el amor que hemos conocido en Jesucristo, que se ha encarnado en nuestro mundo por medio de una familia y que a través del testimonio de las familias cristianas tiene el poder, en cada generación, de derribar las barreras para reconciliar al mundo con Dios y hacer de nosotros lo que desde siempre estamos destinados a ser: una única familia humana que vive junta en la justicia, en la santidad, en la paz.
La tarea de dar testimonio de esta Buena Noticia no es fácil. Sin embargo, los desafíos que los cristianos de hoy tienen delante no son, a su manera, más difíciles de los que debieron afrontar los primeros misioneros irlandeses. Pienso en san Columbano, que con su pequeño grupo de compañeros llevó la luz del Evangelio a las tierras europeas en una época de oscuridad y decadencia cultural. Su extraordinario éxito misionero no estaba basado en métodos tácticos o planes estratégicos, no, sino en una humilde y liberadora docilidad a las inspiraciones del Espíritu Santo. Su testimonio cotidiano de fidelidad a Cristo y entre ellos fue lo que conquistó los corazones que deseaban ardientemente una palabra de gracia y lo que contribuyó al nacimiento de la cultura europea. Ese testimonio permanece como una fuente perenne de renovación espiritual y misionera para el pueblo santo y fiel de Dios.
Naturalmente, siempre habrá personas que se opondrán a la Buena Noticia, que “murmurarán” contra sus “palabras duras”. Pero, como san Columbano y sus compañeros, que afrontaron aguas congeladas y mares tempestuosos para seguir a Jesús, no nos dejemos influenciar o desanimar jamás ante la mirada fría de la indiferencia o los vientos borrascosos de la hostilidad.
Incluso, reconozcamos humildemente que, si somos honestos con nosotros mismos, también nosotros podemos encontrar duras las enseñanzas de Jesús. Qué difícil es perdonar siempre a quienes nos hieren. Qué desafiante es acoger siempre al emigrante y al extranjero. Qué doloroso es soportar la desilusión, el rechazo, la traición. Qué incómodo es proteger los derechos de los más frágiles, de los que aún no han nacido o de los más ancianos, que parece que obstaculizan nuestro sentido de libertad.
Sin embargo, es justamente en esas circunstancias en las que el Señor nos pregunta: «¿También vosotros os queréis marchar?» (Jn 6,67). Con la fuerza del Espíritu que nos anima y con el Señor siempre a nuestro lado, podemos responder: «Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (v. 69). Con el pueblo de Israel, podemos repetir: «También nosotros serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!» (Jos 24,18).
Con los sacramentos del bautismo y de la confirmación, cada cristiano es enviado para ser un misionero, un “discípulo misionero” (cf. Evangelii gaudium, 120). Toda la Iglesia en su conjunto está llamada a “salir” para llevar las palabras de vida eterna a las periferias del mundo. Que esta celebración nuestra de hoy pueda confirmar a cada uno de vosotros, padres y abuelos, niños y jóvenes, hombres y mujeres, religiosos y religiosas, contemplativos y misioneros, diáconos y sacerdotes, y obispos, para compartir la alegría del Evangelio. Que podáis compartir el Evangelio de la familia como alegría para el mundo.
Mientras nos disponemos a reemprender cada uno su propio camino, renovemos nuestra fidelidad al Señor y a la vocación a la que nos ha llamado. Haciendo nuestra la oración de san Patricio, repitamos con alegría: «Cristo en mí, Cristo detrás de mí, Cristo junto a mí, Cristo debajo de mí, Cristo sobre mí» [lo repite en gaélico]. Con la alegría y la fuerza conferida por el Espíritu Santo, digámosle con confianza: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68).



Agradecimiento al concluir la Santa Misa
 Al concluir esta Celebración eucarística y este maravilloso Encuentro Mundial de las Familias, regalo de Dios para nosotros y para toda la Iglesia, deseo dar las gracias cordialmente a todos los que han colaborado en su realización de diversas maneras. Doy las gracias al arzobispo Martin y a la arquidiócesis de Dublín por el trabajo de preparación y organización. Agradezco especialmente el apoyo y la ayuda ofrecida por el Gobierno, las autoridades civiles y tantos voluntarios, de Irlanda y de otros países, que han entregado su tiempo y trabajo con generosidad. De modo especial, deseo dar las gracias de forma muy sentida a todas las personas que han rezado por este encuentro: ancianos, niños, religiosos y religiosas, enfermos, encarcelados… Estoy seguro de que el éxito de esta jornada se debe a sus oraciones sencillas y perseverantes. ¡Gracias a todos! ¡Que el Señor os lo pague!

3. Discurso en el Encuentro con los Obispos
     Convento de las Hermanas Dominicas, Dublín
     Domingo, 26 de agosto de 2018
Queridos hermanos obispos:
A punto de concluir mi visita a Irlanda, doy gracias por esta oportunidad de compartir unos momentos con vosotros. Agradezco al arzobispo Eamon Martin sus amables palabras de introducción y os saludo a todos con afecto en el Señor.
Nuestro encuentro de esta noche retoma el diálogo fraterno que tuvimos el año pasado en Roma durante vuestra visita ad limina Apostolorum. En estas breves reflexiones, quisiera resumir nuestra conversación anterior, en el espíritu del Encuentro Mundial de las Familias que acabamos de celebrar. Todos nosotros, como obispos, somos conscientes de nuestra responsabilidad como padres del santo Pueblo fiel de Dios. Como buenos padres, tratamos de alentar e inspirar, reconciliar y unir, y sobre todo de preservar todo el bien transmitido de generación en generación en esta gran familia que es la Iglesia en Irlanda. Es verdad, la Iglesia en Irlanda sigue siendo fuerte, es verdad.
Por ello, esta noche mi palabra para vosotros es de aliento en vuestros esfuerzos —como continuación de la homilía—, en estos momentos de desafío, para perseverar en vuestro ministerio de heraldos del Evangelio y pastores del rebaño de Cristo. De manera especial, estoy agradecido por la atención que mostráis hacia los pobres, los excluidos y los necesitados, como recientemente lo ha atestiguado vuestra carta pastoral sobre las personas sin hogar y sobre las dependencias. También estoy agradecido por la ayuda que brindáis a vuestros sacerdotes, cuya pena y desánimo causados por los recientes escándalos son a menudo ignorados. Sed cercanos a los sacerdotes. Como obispos, son los más cercanos que tenéis.
Un tema recurrente de mi visita ha sido, por supuesto, la necesidad de que la Iglesia reconozca y remedie con honestidad evangélica y valentía los errores del pasado —pecados graves— con respecto a la protección de los niños y los adultos vulnerables. Entre estos, las mujeres maltratadas. En los últimos años, como cuerpo episcopal, habéis procedido resueltamente, no solo a poner en marcha caminos de purificación y reconciliación con las víctimas, las víctimas y los sobrevivientes de los abusos, sino también, con la ayuda del National Board para la protección de los niños en la Iglesia en Irlanda, habéis procedido a establecer un conjunto detallado de reglas destinadas a garantizar la seguridad de los jóvenes. En estos años todos hemos tenido que abrir nuestros ojos —es doloroso— ante la gravedad y el alcance de los abusos de poder, de conciencia y sexuales en diferentes contextos sociales. En Irlanda, como también en otros lugares, la honestidad y la integridad con que la Iglesia decide abordar este capítulo doloroso de su historia puede ofrecer a toda la sociedad un ejemplo y una llamada. Seguid así. Las humillaciones son dolorosas, pero hemos sido salvados de la humillación del Hijo de Dios, y esto nos da valor. Las heridas de Cristo nos dan fuerza. Os pido, por favor, cercanía: esta es la palabra, cercanía al Señor y al pueblo de Dios. Proximidad. No repitáis actitudes de distancia y clericalismo que algunas veces, en vuestra historia, dieron una imagen real de una Iglesia autoritaria, dura y autocrática.
Como mencionamos en nuestra conversación en Roma, la transmisión de la fe en su integridad y belleza representa un desafío significativo en el contexto de la rápida evolución de la sociedad. El Encuentro Mundial de las Familias nos ha dado gran esperanza y nos ha estimulado sobre el hecho de que las familias son cada vez más conscientes de su papel irremplazable en la transmisión de la fe. La transmisión de la fe se realiza principalmente en la familia; la fe se va transmitiendo “en dialecto”, el dialecto de la familia. Al mismo tiempo, las escuelas católicas y los programas de educación religiosa continúan desempeñando una función indispensable en la creación de una cultura de la fe y de un sentido de discipulado misionero. Sé que esto es un motivo de cuidado pastoral para todos vosotros. La genuina formación religiosa requiere maestros fieles y alegres, capaces de formar no solo las mentes sino también los corazones en el amor de Cristo y en la práctica de la oración. A veces pensamos que formar en la fe significa dar conceptos religiosos, y no pensamos en formar el corazón, en formar actitudes. Ayer el presidente de la nación me dijo que había escrito un poema sobre Descartes y lo dijo, más o menos: “La frialdad del pensamiento ha matado la música del corazón”. Formar la mente, sí, pero también el corazón. Y enseñar a rezar: enseñar a los niños a rezar; desde el principio, oración. La preparación de tales maestros y la difusión de programas para la formación permanente son esenciales para el futuro de la comunidad cristiana, en la que un laicado comprometido está particularmente llamado a llevar la sabiduría y los valores de su fe como parte de su compromiso con los diferentes sectores de la vida social, cultural y política del país.
La conmoción de los últimos años ha puesto a prueba la fe tradicionalmente fuerte de los irlandeses. No obstante, ha constituido también una oportunidad para una renovación interior de la Iglesia en este país y ha indicado modos nuevos de concebir su vida y su misión. «Dios siempre es novedad» y «nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 135). Que con humildad y confianza en su gracia, podáis discernir y emprender caminos nuevos para estos tiempos nuevos. Sed valientes y creativos. Ciertamente, el fuerte sentido misionero arraigado en el alma de vuestro pueblo os inspirará las formas creativas para dar testimonio de la verdad del Evangelio y hacer crecer la comunidad de los creyentes en el amor de Cristo y en el celo por el crecimiento de su Reino.
Que en vuestros esfuerzos diarios por ser padres y pastores de la familia de Dios en este país —padres, por favor, no padrastros—, seáis sostenidos siempre por la esperanza que se fundamenta en la verdad de las palabras de Cristo y en la seguridad de sus promesas. En todo tiempo y lugar, esta verdad nos hace libres (cf. Jn 8,32), posee su propio poder intrínseco para convencer a las mentes y conducir los corazones hacia sí. No os desaniméis cada vez que vosotros y vuestro pueblo os sintáis un pequeño rebaño expuesto a desafíos y dificultades. Como nos enseña san Juan de la Cruz, en la noche oscura es donde la luz de la fe brilla más pura en nuestros corazones. Y esta luz mostrará el camino para la renovación de la vida cristiana en Irlanda en los próximos años.
Por último, en espíritu de comunión eclesial, os pido que continuéis promoviendo la unidad y la fraternidad entre vosotros, es muy importante; y también, junto con los líderes de otras comunidades cristianas, trabajéis y oréis fervientemente por la reconciliación y la paz entre todos los miembros de la familia irlandesa. Hoy, en el almuerzo, estaba yo, luego [las autoridades de] Dublín, Irlanda del Norte... Unidos, todos. Y una cosa que siempre digo, pero que se debe repetir: ¿Cuál es la primera tarea del obispo? Digo esto a todos: oración. Cuando los cristianos helenistas fueron a quejarse porque no cuidaron de sus viudas [cf. Hch6,1] Pedro y los apóstoles inventaron a los diáconos. Entonces, cuando Pedro explica cómo debería ser, termina así: «Y a nosotros [apóstoles], nos corresponde la oración y el anuncio de la palabra». Lanzo una pregunta aquí, y que cada uno responda en su interior: ¿Cuántas horas al día rezáis cada uno de vosotros?
Con estas ideas, queridos hermanos, os aseguro mi oración por vuestras intenciones, y os pido que me recordéis en la vuestra. A todos vosotros y a los fieles confiados a vuestro cuidado pastoral, os imparto la Bendición, como prenda de alegría y fortaleza en el Señor Jesucristo.
Estoy cerca de vosotros: ¡adelante, fuerza! El Señor es muy bueno. Y la Virgen nos protege. Y cuando las cosas son un poco difíciles, rezad Sub tuum praesidium, porque los místicos rusos solían decir: en los momentos de turbulencia espiritual, debemos pasar bajo el manto de la Santa Madre de Dios, sub tuum praesidium. ¡Muchas gracias! Y ahora os daré la Bendición.
Recemos juntos el Ave María.
Que Dios los bendiga a todos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Muchas gracias.

4. Conferencia de prensa durante el vuelo de regreso a Roma
     Domingo, 26 de agosto de 2018
Greg Burke
¡Buenas tardes, Santo Padre!

Papa Francisco
¡Buenas tardes!

Greg Burke
Gracias por este tiempo que nos dedica, después de dos días tan intensos. Ciertamente ha habido momentos difíciles en Irlanda —está siempre la cuestión de los abusos— pero también momentos muy bonitos: la fiesta de las familias, los testimonios de las familias, el encuentro con las jóvenes parejas y también la visita a los capuchinos, que tanto ayudan a los pobres.
Damos la palabra a los periodistas, empezando por los irlandeses, pero quizá usted quiere decir algo antes.

Papa Francisco
Dar las gracias, porque si yo me he cansado, pienso en vosotros, que tenéis trabajo, trabajo, trabajo… Os agradezco mucho por vuestro esfuerzo, por vuestro trabajo. Muchas gracias.

Greg Burke
La primera pregunta, como es habitual, viene de un periodista del país, que es Tony Connelly, de RTÉ - Radio Tv irlandesa.

Tony Connelly, RTÉ (Radio Tv Irlanda)
Santidad, el sábado habló del encuentro que tuvo con el Ministro para la infancia; dijo que le había conmovido mucho lo que la señora le dijo sobre las casas para las madres y los niños. ¿Qué le dijo exactamente? ¿Se ha conmovido tanto porque ha sido la primera vez que usted ha oído hablar de estas casas?



Papa Francisco
La ministra me dijo antes algo que no se refería tanto a madres e hijos; me dijo —pero fue breve—: “Santo Padre, nosotros hemos encontrado fosas comunes de niños, niños enterrados. Estamos haciendo investigaciones. ¿La Iglesia tiene algo que ver en todo esto?”. Pero lo dijo con mucha educación, de verdad, y con mucho respeto. Yo le di las gracias; esto me ha tocado el corazón, hasta el punto de que quise repetirlo en el discurso. No era en el aeropuerto —me he equivocado—, era en el encuentro con el presidente. En el aeropuerto había otra señora —ministra, creo— me he confundido. Pero ella me dijo: “Después le mandaré un informe”. Me ha enviado el informe, no he podido leerlo. He visto que me había enviado un informe. Fue muy equilibrada al decirme: Hay un problema, todavía no ha terminado la investigación, pero me ha hecho sentir también que la Iglesia tenía algo que hacer en eso. En mi opinión, esto ha sido un ejemplo de colaboración constructiva, antes que… —no quiero decir la palabra “protesta”— de lamento, de lamento por lo que en un tiempo pasado quizá la Iglesia había favorecido. Esa señora tenía una dignidad que me ha tocado el corazón. Y ahora tengo ese informe, que estudiaré cuando vuelva a casa. Gracias a usted.

Greg Burke
Ahora, otro irlandés que es Paddy Agnew, del “Sunday Independent”, residente en Roma pero periodista irlandés.

Papa Francisco
¡No es el único irlandés en Roma!

Paddy Agnew, del “Sunday Independent”
Santo Padre, gracias y buenas noches. Ayer, Marie Collins, la víctima Marie Collins, que usted conoce bien, indicó que usted no es favorable a la institución de nuevos tribunales vaticanos de investigación sobre el problema de los abusos sexuales y, en particular, los llamados tribunales de investigación sobre los obispos, sobre la asunción de responsabilidad por parte de los obispos (bishop accountability). ¿Por qué considera que no es necesario?

Papa Francisco
No, no, no es así. No es así. Marie Collins tiene fijación con la idea. Yo estimo mucho a Marie Collins, a veces la llamamos en el Vaticano para que dé conferencias. Ella tiene la fijación con la idea de ese escrito, “Como una madre amorosa”, en el que se decía que para juzgar a los obispos estaría bien hacer un tribunal especial. Después se ha visto que esto no era factible y tampoco era conveniente por las diferentes culturas de los obispos que deben ser juzgados. Se toma la recomendación de “Madre amorosa” y se hace un jurado para cada obispo, pero no es el mismo. Este obispo es juzgado y el Papa hace un jurado que sea capaz de llevar ese caso. Es algo que funciona mejor, también porque, para un grupo de obispos, dejar la diócesis por esto no es posible. Así cambian los tribunales, los jurados. Y así hemos hecho hasta ahora. Han sido juzgados varios obispos: el último el de Guam, el arzobispo de Guam, que ha recurrido en apelación y yo he decidido —porque era un caso muy, muy complejo— usar un derecho que tengo, de reservarme la apelación y no mandarlo al tribunal de apelación que hace su trabajo con todos los sacerdotes, pero me lo he reservado. He formado una comisión de canonistas que me ayuda y me han dicho que, en poco tiempo, un mes como mucho, se hará la “recomendación” para que yo haga el juicio. Es un caso complicado, por una parte, pero no difícil, porque las evidencias son clarísimas; por el lado de las evidencias, son claras. Pero no puedo prejuzgar. Espero el informe y después juzgaré. Digo que las evidencias son claras porque son las que han llevado a la condena en el primer tribunal. Este ha sido el último caso. Ahora hay otro en proceso, veremos cómo acaba. Pero está claro, yo le he dicho a Marie: el espíritu y también la recomendación de “Como una madre amorosa” se realiza. Un obispo es juzgado por un tribunal, pero no es siempre el mismo tribunal, porque no es posible. Ella [Marie Collins] no ha entendido bien esto, pero cuando la vea —porque ella viene a veces al Vaticano, la llamamos— se lo explicaré más claramente. Yo la quiero mucho.
Greg Burke
Ahora el grupo italiano, Santo Padre: está Stefania Falasca, de “Avvenire”.

Stefania Falasca, “Avvenire”
Buenas noches, Santo Padre. Usted ha dicho, también hoy, que siempre es un desafío acoger al migrante y al extranjero. Precisamente ayer se resolvió una situación dolorosa, la de la nave “Diciotti”. ¿Está su “manita” detrás de esta solución? ¿Está su implicación, su interés?

Papa Francisco
¡La manita es del diablo, no la mía! [ríen] La manita es del diablo...

Stefania Falasca
Y, además, muchos ven un chantaje a Europa sobre la piel de esta gente. ¿Usted qué piensa?

Papa Francisco
Acoger migrantes es algo antiguo como la Biblia. En el Deuteronomio, en los mandamientos, Dios manda esto: Acoger al migrante, “al extranjero”. Es algo antiguo, que está en el espíritu de la revelación divina y también en el espíritu del cristianismo. Es un principio moral. Sobre esto he hablado, y después he visto que debía explicitar un poco más, porque no se trata de acoger “a la belle étoile”, no, sino un acoger razonable. Y esto vale en toda Europa. ¿Cuándo me he dado cuenta de cómo debe ser esta actitud razonable? Cuando hubo un atentado en Zaventem [Bélgica]: los chicos, los guerrilleros que hicieron el atentado en Zaventem eran belgas, pero hijos de inmigrantes no integrados, segregados. Es decir, fueron acogidos por el país pero dejados ahí, e hicieron un gueto: no fueron integrados. Por eso he subrayado esto, es importante. Después, he recordado, cuando fui a Suecia —y Franca [Giansoldati] en un artículo hizo mención de esto y de cómo yo he explicitado este pensamiento—, cuando fui a Suecia hablé de integración, y lo sabía porque durante la dictadura en Argentina, desde 1976 a 1983, muchos, muchos argentinos y también uruguayos huyeron a Suecia. Y ahí, enseguida el gobierno los tomaba, les hacía estudiar la lengua y les daba trabajo, los integraba. Hasta el punto que —y esta es una anécdota interesante— la señora ministra que vino a despedirme al aeropuerto de Lund era hija de una sueca y de un migrante africano; pero este migrante africano se había integrado de tal manera que su hija se había convertido en ministra en el país. Suecia ha sido un modelo. Pero, en aquel momento, Suecia empezaba a tener dificultades, no porque no tuviera buena voluntad, sino porque no tenía las posibilidades de integración. Este fue el motivo por el que Suecia se ha parado un poco, ha dado este paso. Integración. Y después he hablado aquí, en una rueda de prensa entre vosotros, de la virtud de la prudencia que es la virtud del gobernante, y he hablado de la prudencia de los pueblos sobre el número o sobre las posibilidades. Un pueblo que puede acoger, pero no tiene posibilidad de integrar, mejor que no acoja. Ahí está el problema de la prudencia. Y creo que este es precisamente el problema del diálogo hoy en la Unión Europea. Se debe continuar hablando: las soluciones se encuentran.
¿Qué ha pasado con la “Diciotti”? Yo no he metido la manita. El que ha hecho el trabajo con el ministro del interior ha sido el padre Aldo, el buen padre Aldo, que es el que sigue la Obra de Don Benzi, que los italianos conocen bien, que trabajan para la liberación de las prostitutas, las que son explotadas y tantas cosas más. E intervino también la Conferencia episcopal italiana, el cardenal Bassetti, que estaba aquí, pero por teléfono seguía toda la mediación, y uno de los dos subsecretarios, monseñor Maffeis, negociaba con el ministro. Y creo que intervino Albania… Han tomado un cierto número de migrantes Albania, Irlanda y Montenegro, creo, no estoy seguro. De los otros se ha hecho cargo la Conferencia episcopal, no sé si bajo el “paraguas” del Vaticano o no; no sé cómo se ha negociado la cosa; pero van al Centro “Mundo mejor”, en Rocca di Papa, serán acogidos ahí. El número creo que supera los cien. Y ahí empezarán a aprender el idioma y a hacer ese trabajo que se ha hecho con los migrantes integrados. Yo tuve una experiencia muy gratificante. Cuando fui a la Universidad Roma III había estudiantes que querían hacerme preguntas y vi a una estudiante: “Yo esa cara la conozco”. Era una que vino conmigo entre los trece que traje de Lesbos. ¡Esa chica estaba en la universidad! ¿Por qué? Porque la Comunidad de San Egidio, desde el día después de su llegada, la llevó a la escuela, a estudiar. Y la integró a nivel universitario. Este es el trabajo con los migrantes. Está la apertura del corazón a todos, sufrir; después, la integración como condición para acoger; y después la prudencia de los gobernantes para hacer esto. Yo lo he visto, tengo una grabación clandestina, de qué es lo que le sucede a aquellos que son enviados de vuelta y son tomados por los traficantes: es horrible, las cosas que hacen a los hombres, a las mujeres y a los niños. Los venden, pero a los hombres les hacen torturas muy sofisticadas. Había uno ahí —un espía— que ha sido capaz de hacer esa grabación, que he enviado a mis dos subsecretarios de las migraciones. Por eso, antes de mandarlos de vuelta hay que pensarlo bien.
Y después, una última cosa. Están estos migrantes que vienen; pero están otros que son engañados, en Fiumicino, son engañados: “No, te damos trabajo…”. Les hacen tener los papeles, a todos, y terminan en la calle esclavizados, bajo amenaza de los traficantes de mujeres. Esto es.

Greg Burke
Gracias, Santo Padre. La próxima pregunta es del grupo anglófono: Anna Matranga, de la televisión americana CBS.

Anna Matranga, CBS
Buenas noches, Santo Padre. Volveré al argumento “abusos”, del que ya ha hablado. Esta mañana muy pronto salió un documento del arzobispo Carlo María Viganò, en el que dice que en 2013 tuvo una conversación personal con usted en el Vaticano, y que en ese coloquio él habría hablado con usted explícitamente del comportamiento y de los abusos sexuales del ex cardenal McCarrick. Quería preguntarle si esto es verdad. Y quería también preguntar otra cosa: el arzobispo ha dicho también que el Papa Benedicto había sancionado a McCarrick, que le había dicho que no podía vivir en el seminario, no podía celebrar misa en público, no podía viajar; estaba sancionado por la Iglesia. ¿Le puedo preguntar si estas dos cosas son verdad?

Papa Francisco
Una cosa: yo preferiría —aunque responderé a su pregunta— preferiría que antes habláramos del viaje y después de otros argumentos, pero respondo. He leído esta mañana ese comunicado. Lo he leído y sinceramente debo deciros esto, a usted y a todos aquellos entre vosotros que estáis interesados: leed atentamente el comunicado y haced vuestro juicio. Yo no diré una palabra sobre esto. Creo que el comunicado habla por sí mismo, y vosotros tenéis la suficiente capacidad periodística para extraer conclusiones. Es un acto de confianza. Cuando haya pasado un poco de tiempo, y vosotros hayáis extraído las conclusiones, quizá yo hablaré. Pero quisiera que vuestra madurez profesional haga este trabajo: os hará bien, de verdad. Está bien así.

Anna Matranga
Marie Collins dijo, después de haberse encontrado con usted durante el encuentro con las víctimas, que ha hablado directamente con usted precisamente sobre el ex cardenal McCarrick. Ha dicho que usted ha sido muy duro en su condena de McCarrick. Le quería preguntar: ¿Cuándo ha sido la última vez que usted escuchó hablar de los abusos que había cometido el ex cardenal?

Papa Francisco
Esto forma parte del comunicado sobre McCarrick: estudiadlo y después diré. Pero dado que ayer no lo había leído, me permití hablar claro con Marie Collins y el grupo [de las víctimas], en el encuentro que duró realmente una hora y media, una cosa que me hizo sufrir mucho. Pero creo que era necesario escuchar a aquellas ocho personas; y de esta reunión salió la propuesta —que hice yo y ellos la aceptaron y me ayudaron a realizarla— de pedir perdón hoy en la Misa, pero sobre cosas concretas. Por ejemplo, la última que yo nunca había escuchado: aquellas madres —se llamaba el “lavadero de mujeres”—, cuando una mujer se quedaba embarazada sin matrimonio, iba a un hospital o no sé cómo se llamaba, instituto, pero lo dirigían las hermanas y después daban al niño en adopción a la gente. Y había hijos, en aquel tiempo, que intentaban encontrar a las madres, si estaban vivas, no sabían; y les decían a ellos que era pecado mortal hacer esto; y también a las madres que buscaban a los hijos les decían que era pecado mortal. Por eso he terminado hoy diciendo que esto no es pecado mortal, sino que es el cuarto mandamiento. Y las cosas que he dicho hoy, algunas no las sabía y ha sido para mí doloroso, pero también con el consuelo de poder ayudar a aclarar estas cosas. Y espero su comentario sobre aquel documento, me gustaría. Gracias.

Greg Burke
Gracias, Santo Padre. Ahora Cecile Chambraud de “Le Monde”.

Cecile Chambraud, “Le Monde”
Buenas tardes, Santo Padre. Espero que no le incomode si le hago mi pregunta en español y le ruego que responda en italiano para todos los colegas. En su discurso a las autoridades irlandesas, usted se ha referido a su reciente Carta al Pueblo de Dios. En esa Carta, usted llama a todos los católicos a participar en la lucha contra los abusos en la Iglesia. ¿Puede explicarnos qué pueden hacer concretamente los católicos, cada uno en su propia posición, para luchar contra los abusos? Y a este respecto, en Francia, un sacerdote ha empezado una petición llamando a que renuncie el cardenal Barbarin, acusado por víctimas. ¿Le parece adecuada esta iniciativa, o no?

Papa Francisco
Si hay sospechas o pruebas o medias pruebas no veo nada de malo en hacer una investigación, siempre que se haga sobre un principio jurídico fundamental: Nemo malus nisi probetur, nadie es malo si no se prueba. Y muchas veces existe la tentación no solo de hacer la investigación, sino de publicar la investigación que se ha hecho y por qué es culpable. Así algunos medios —no los vuestros, no lo sé— comienzan a crear un clima de culpabilidad. Y me permito decir una cosa que ha sucedido en estos tiempos, que podrá ayudar en esto, porque para mí es importante cómo se procede y cómo los medios pueden ayudar. Hace tres años, más o menos, comenzó en Granada el problema de los llamados curas pedófilos, un grupo de siete, ocho o diez curas que fueron acusados de abuso de menores y también de hacer fiestas, orgías y esas cosas. La acusación la recibí yo, directamente. En una carta escrita por un joven de veintitrés años —según él— había sido abusado, daba nombres y todo. Era un joven que trabajaba en un colegio religioso de Granada, de mucho prestigio. La carta, perfecta… Y me preguntaba qué hacer para denunciar esto. Yo dije: “Ve al arzobispo, el arzobispo sabe lo que debes hacer”. El arzobispo hizo todo lo que debía hacer, la cosa llegó también al tribunal civil. Hubo dos procesos. Los medios del lugar comenzaron a hablar, a hablar… Tres días después, la parroquia tenía pintadas: “Curas pedófilos” y cosas del estilo; y así se creó la conciencia de que estos curas eran criminales. Siete fueron interrogados, y no se encontró nada; sobre tres fue adelante la investigación, permanecieron dos en la cárcel durante cinco días; y uno, el padre Román, que era el párroco, durante siete días. Durante casi otros tres años sufrieron el odio, las bofetadas de todo el pueblo: criminalizados, no podían salir fuera y sufrieron humillaciones hechas por el jurado para comprobar las acusaciones del chico, que yo no oso repetir aquí. Después de más de tres años, el jurado declara inocentes a los curas, inocentes todos, pero sobre todo a estos tres —los demás ya estaban fuera de la causa—, y culpable al denunciante. Porque habían visto que aquel joven era fantasioso, pero era una persona muy inteligente y trabajaba también en un colegio católico y tenía ese prestigio, que daba impresión de decir la verdad. Fue condenado él a pagar los gastos y todas esas cosas, y ellos, inocentes. Estos hombres fueron condenados por los medios del lugar antes que por la justicia. Y por eso, vuestro trabajo es muy delicado. Vosotros debéis acompañar, debéis decir las cosas, pero siempre con esa presunción legal de inocencia, y no la presunción legal de culpabilidad. Y hay diferencia entre el informador que informa sobre un caso, pero no se juega con una condena previa, y el investigador que hace de “Sherlock Holmes”, que va con la presunción de culpabilidad. Cuando leemos la técnica de Hercule Poirot: para él, todos eran culpables. Pero este es el trabajo del investigador. Son dos posiciones diversas. Pero quienes informan deben partir siempre de la presunción de inocencia, diciendo las propias impresiones, dudas, pero sin dar condenas. Este caso que sucedió en Granada para mí es un ejemplo que hará bien a todos nosotros, en nuestro [respectivo] trabajo.

Greg Burke
En la primera parte [de la pregunta precedente] había preguntado qué podría hacer el Pueblo de Dios en la cuestión...

Papa Francisco
Ah sí, sí. Cuando se ve algo, hablar inmediatamente. Yo diré otra cosa un poco fea. A veces, son los padres quienes cubren un abuso de un cura. Muchas veces. Se ve en las sentencias. [Dicen:] “No es posible…”. No creen, o se convencen de que no es verdad y el chico o la chica se queda así. Yo tengo por método recibir cada semana a una o dos personas, pero no es matemático; y he recibido a una persona, una señora, que desde hace 40 años sufría esta llaga del silencio, porque los padres no la habían creído. Fue abusada con ocho años. Hablar, esto es importante. Es cierto que, para una madre, ver eso, sería mejor que no fuera verdad y entonces piensa que el hijo tal vez tiene fantasías. [Pero es necesario] hablar. Y hablar con las personas precisas, hablar con aquellos que pueden iniciar un juicio, al menos, una investigación previa. Hablar con el juez o con el obispo o, si el párroco es bueno, hablar con el párroco. Esto es lo primero que puede hacer el Pueblo de Dios. Estas cosas no hay que cubrirlas, no hay que cubrirlas. Me decía un psiquiatra hace tiempo —pero esto no quiero que sea una ofensa para las mujeres— que por el sentido de maternidad, las mujeres están más inclinadas a cubrir las cosas del hijo que los hombres. Pero no sé si es verdad o no. Pero esto es: hablar. Gracias.

Greg Burke
Del grupo español está Javier Romero, de “Rome Reports TV”.

Javier Romero
Santidad, disculpe, quisiera hacerle dos preguntas. La primera: El primer ministro de Irlanda, que ha sido muy directo en su discurso, está orgulloso de un nuevo modelo de familia diferente al que tradicionalmente propone la Iglesia hasta ahora; hablo del matrimonio homosexual. Y este es tal vez uno de los modelos que genera más desencuentros, en el caso especialmente de una familia católica, cuando hay una persona de esta familia que se declara homosexual. Santidad, la primera pregunta que quisiera hacerle es: ¿Qué piensa usted? ¿Qué quisiera decirle usted a un papá, a un padre, al que el hijo le dice que es homosexual y que quiere ir a vivir con su pareja? Esta es la primera pregunta. Y la segunda: De hecho, también usted en el discurso con el primer ministro ha hablado del aborto. Hemos visto cómo Irlanda ha cambiado tanto en los últimos años y parecía que el ministro estuviera satisfecho de esos cambios. Uno de esos cambios fue precisamente el aborto. Nosotros hemos visto que en los últimos meses, en los últimos años, la cuestión del aborto ha salido en muchos países, entre ellos en Argentina, su país. Usted cómo se siente cuando ve que este es un argumento del que usted habla a menudo y hay tantos países en los que se ha introducido...

Papa Francisco
Está bien. Comienzo por lo segundo, pero hay dos puntos —gracias por esto—, porque están ligados a las cuestiones de las que estamos hablando. Sobre el aborto, vosotros sabéis cómo piensa la Iglesia. El problema del aborto no es un problema religioso. Nosotros no estamos contra el aborto a causa de la religión. No. Es un problema humano y hay que estudiarlo desde la antropología. Estudiar el aborto comenzando por el hecho religioso es ignorar el pensamiento. El problema del aborto hay que estudiarlo desde la antropología. Y siempre está la cuestión antropológica sobre la ética de eliminar un ser vivo para resolver un problema. Pero esta es ya la discusión. Solamente quiero subrayar esto: No permito nunca que se empiece a discutir el problema del aborto desde el hecho religioso. No. Es un problema humano. Este es mi pensamiento.
Segundo. Siempre ha habido homosexuales y personas con tendencias homosexuales. Siempre. Dicen los sociólogos, pero no sé si es cierto, que en los tiempos de cambio de época crecen algunos fenómenos sociales y éticos, y uno de estos sería este. Esta es la opinión de algunos sociólogos. Tu pregunta es clara: ¿Qué diría yo a un papá que ve que su hijo o su hija tiene esa tendencia? Yo les diría sobre todo que rezaran: reza. No condenar, dialogar, entender, dar espacio al hijo o a la hija. Dar espacio para que se exprese. Después, ¿en qué edad se manifiesta esta inquietud del hijo? Es importante. Una cosa es cuando se manifiesta de niño, cuando hay tantas cosas que se pueden hacer, para ver cómo son las cosas; otra es cuando se manifiesta después de los 20 años o cosas por el estilo, pero yo nunca diré que el silencio es el remedio. Ignorar al hijo o la hija con tendencia homosexual es una falta de paternidad y maternidad. Tú eres mi hijo, tú eres mi hija, así como eres; yo soy tu padre y tu madre, hablamos. Y si vosotros, padre y madre, no podéis con ello, pedid ayuda, pero siempre en el diálogo, siempre en el diálogo. Porque ese hijo y esa hija tienen derecho a una familia y la familia es esta, la que es: no echarlo de la familia. Este es un desafío serio a la paternidad y a la maternidad. Te agradezco la pregunta. Gracias.

Greg Burke
Gracias a usted, Santo Padre.

Papa Francisco
Y después, quisiera decir una cosa para los irlandeses que están aquí. Yo he encontrado mucha fe en Irlanda. Mucha fe. Es cierto, el pueblo irlandés ha sufrido mucho por los escándalos. Pero hay fe, en Irlanda, y grande. Y además el pueblo irlandés sabe distinguir y cito lo que hoy he escuchado de un prelado: “El pueblo irlandés sabe distinguir bien entre las verdades y las medias verdades. Es una cosa que tiene dentro”. Es cierto que está en un proceso de transformación, de sanación de este escándalo. Es cierto que algunos se abren a posiciones que parecen alejarse de la fe, pero el pueblo irlandés tiene una fe arraigada y fuerte. Lo quiero decir porque es lo que he visto, he escuchado y sobre lo que en estos dos días me he informado.
Gracias por vuestro trabajo, muchas gracias. Y rezad por mí, por favor.

Greg Burke
Gracias a usted. Buena cena y buen reposo.



VIDA CRISTIANA

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