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Ø
Solemnidad de la
Inmaculada Concepción (2018). Homilía por Raniero Cantalamessa (2018). El
Proyecto de Dios sobre nosotros: «Dios
Padre nos ha elegido en Jesucristo antes de la creación del mundo para ser
santos e inmaculados en su presencia, en el amor». (Segunda Lectura). lo que
celebramos en esta solemnidad en María: el inicio de la Iglesia. En María
brilla ya todo el esplendor futuro de la Iglesia. Está ante nosotros «como
modelo de santidad para el pueblo de Dios». Ella está idealmente ante todo el
pueblo cristiano repitiendo siempre lo que dijo en Caná: «Haced lo que Él os
diga».
Solemnidad
de la Inmaculada Concepción
Elegidos
para ser santos e inmaculados
por Raniero Cantalamessa (05
diciembre 2018) - (Cfr. Religión en Libertad)
Génesis 3, 9-15.20; Efesios 1,3-6.11-12; Lucas 1,26-38
Para que
la solemnidad de la Inmaculada Concepción no se quede en mera celebración
de
los «privilegios» de María, sino
que nos toque y nos implique profundamente, debemos comprenderla a la luz de
las palabras de Pablo en la segunda lectura: «Dios Padre nos ha elegido en
Jesucristo antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su
presencia, en el amor». Todos, por lo tanto, estamos llamados a ser santos e
inmaculados; es nuestro verdadero destino; es el proyecto de Dios sobre
nosotros. Poco más adelante, en la misma Carta a los Efesios, Pablo contempla
este plan de Dios refiriéndolo no ya a los hombres singularmente considerados,
cada uno por su cuenta, sino a la Iglesia Universal esposa de Cristo: «Cristo
amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla,
purificarla mediante el bautismo y la palabra, y presentársela resplandeciente
a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa
en inmaculada» (Ef 5, 25-27).
Una humanidad de santos e
inmaculados: he aquí el gran proyecto de Dios al crear la Iglesia. Una humanidad
que pueda, por fin, comparecer ante Él, que ya no tenga que huir de su
presencia, con el rostro lleno de vergüenza como Adán y Eva tras el pecado. Una
humanidad, sobre todo, que Él pueda amar y estrechar en comunión consigo,
mediante Su Hijo, en el Espíritu Santo.
¿Que representa, en este proyecto
universal de Dios, la Inmaculada Concepción de María que celebramos? La
liturgia responde a esta pregunta en el prefacio de la Misa del día, cuando
dirigiéndose a Dios canta: En Ella has señalado el «comienzo de la Iglesia,
esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura... Entre todos los
hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad». He aquí, entonces, lo que
celebramos en esta solemnidad en María: el inicio de la Iglesia, la primera
realización del proyecto de Dios, en la que existe como la promesa y la
garantía de que todo el plan irá hacia su cumplimiento: «¡Nada es imposible
para Dios!». María es la prueba de ello. En Ella brilla ya todo el esplendor
futuro de la Iglesia, como en una gota de rocío, en una mañana serena, se
refleja la bóveda azul del cielo. También y sobre todo por esto María es
llamada «madre de la Iglesia».
María no se presenta, en cambio,
sólo como aquella que está detrás de nosotros, al comienzo de la Iglesia, sino
también como quien está ante nosotros «como modelo de santidad para el pueblo
de Dios». Nosotros no hemos nacido inmaculados como, por singular privilegio de
Dios, nació Ella; es más, el mal anida en nosotros en todas las fibras y en
todas las formas. Estamos llenos de «arrugas» que hay que estirar y de
«manchas» que hay que lavar. Es en esta labor de purificación y de recuperación
de la imagen de Dios en la que María está ante nosotros como poderosa llamada.
La liturgia habla de Ella como de
un «modelo de santidad». La imagen es justa, a condición de que superemos las
analogías humanas. La Virgen no es como las modelos humanas que posan,
inmóviles, para dejarse pintar por el artista. Ella es un modelo que obra con
nosotros y dentro de nosotros, que nos lleva la mano al representar las líneas
del modelo por excelencia, suyo y nuestro, que es Jesucristo, para hacernos
«conformes a su imagen» (Rm 8, 29). Es de hecho «abogada de gracia» antes aún
que modelo de santidad. La devoción a María, cuando es iluminada y eclesial, en
verdad no desvía a los creyentes del único Mediador, sino que les lleva hacia
Él. Quien ha tenido la experiencia auténtica de la presencia de María en la
propia vida sabe que ésta se determina por entero en una experiencia de
Evangelio y en un conocimiento más profundo de Cristo. Ella está idealmente
ante todo el pueblo cristiano repitiendo siempre lo que dijo en Caná: «Haced lo
que Él os diga».
Vida Cristiana
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