domingo, 2 de agosto de 2020

Ver, compadecerse, curar: por Santiago Agrelo

Nuestra celebración comienza con una súplica que es memoria de la Pascua, memoria de una liberación, certeza de la cercanía de Dios a los hijos de su pueblo: “Dios mío, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme; que tú eres mi auxilio y mi liberación.

Somos un pueblo que guarda memoria de los hechos de Dios, una comunidad que experimenta la propia necesidad, y que ora animada por lo que recuerda y apremiada por lo que necesita.

Hay diversas maneras de expresar la propia fe y la propia necesidad: “La gente lo siguió por tierra desde los pueblos”. Aquellas gentes siguen a Jesús porque recuerdan sus hechos; lo siguen porque necesitan de él; y ese ‘seguir a Jesús’ es la forma que ellos tienen de ‘pedir a Jesús’. Es ésta una oración que lleva dentro la verdad de la vida, sus preocupaciones, sus amarguras, sus dolores, sus enfermedades; esa oración es un grito sin palabras, una pobreza a la vista, una pregunta clamorosa al silencio de Dios; esa oración no se escucha, se ve; por eso el evangelio dice: “Vio Jesús el gentío”, y tú, al oír esas palabras, entendiste que Jesús acogió la pregunta, vio la pobreza, escuchó el grito, “sintió compasión y curó a los enfermos”.

La secuencia evangélica: “vio, sintió compasión, curó”, evoca la secuencia pascual: “He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos, y he bajado a librarlos… a sacarlos de esta tierra para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel”; y trae también a la memoria aquella otra palabra del Señor: “Yo os he visitado y he visto cómo os maltratan… y he decidido sacaros de la tribulación”.

Ahora, aunque es Jesús quien ve, quien siente compasión y cura, nosotros reconocemos que en Jesús es Dios quien ve, quien oye, quien se fija en el sufrimiento de los pobres y se acerca a ellos para librarlos; en Jesús es Dios quien visita a su pueblo y lo saca de la tribulación.

Encontrando a Jesús, los pobres están viviendo una pascua nueva. El pan multiplicado hoy evoca el pan del desierto. Escucha la palabra del Señor, y la reconocerás cumplida en la Eucaristía que celebras: “Oíd, sedientos; acudid por agua también los que no tenéis dinero; venid, comprad trigo; comed sin pagar, vino y leche de balde”.

Esa sorprendente y admirable Pascua que los pobres vivieron con Jesús en las orillas del mar de Galilea era figura de la Pascua que vivimos en Cristo los que hemos creído y hemos sido bautizados en su nombre. En esta Pascua nuestra, Dios nos vio por los ojos de Cristo, nos amó con el corazón de Cristo, nos curó con las manos de Cristo. En esta Pascua nuestra, Dios ha querido ser nuestro auxilio y nuestra liberación, Dios clemente y misericordioso, bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas, Dios con nosotros, Dios que salva.

Hoy, en la Eucaristía, somos nosotros los que buscamos a Cristo y los que encontramos en Cristo la libertad que Dios da. Aquellas palabras del evangelio: “Vio Jesús el gentío, sintió compasión, curó a los enfermos”, describen lo que vivimos en nuestra celebración; también aquí es verdadera la multiplicación del pan de Dios para los hijos de la Iglesia.

Sólo me queda recordar, Iglesia amada de Dios, que eres cuerpo de Cristo, presencia viva del Señor Jesús en el mundo, y que Dios, por tus ojos, continúa fijándose en el dolor de los oprimidos, continúa sintiendo con tu corazón compasión por los afligidos, curando con tus manos a los enfermos y multiplicando con tu trabajo el pan para los hambrientos. Que en ti, como en Jesús, todos puedan reconocer la presencia de Dios, clemente y misericordioso.

Feliz domingo.

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