Se trata siempre de la relación de Dios con nosotros: de lo que somos para él, de lo que él es para nosotros.
Dos imágenes, la de la viña que Dios cultiva y la de la viña que Dios arrienda, ayudan hoy a entrar en el misterio de esa relación.
Ya sé que la viña de la que habla el profeta, la que Dios cultiva, “es la casa de Israel”.
Pero todo mi ser va diciendo que “viña del Señor” lo soy yo también. Pues si de aquella se dice que “la entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas, construyó en medio una a atalaya y cavó un lagar”; de ésta, de la comunidad eclesial, de cada uno de los que hemos creído en Cristo Jesús, podemos decir con verdad que Dios nos ha cultivado injertándonos en Cristo Jesús: de su savia recibimos energía, de su Espíritu recibimos aliento, de su gracia recibimos sabor, de su ser recibimos la vida.
Y si de la viña que era Israel el Señor esperó que fructificase en justicia y en derecho, de ésta –de mí y de ti- espera que demos como fruto la justicia y el derecho que trajo a los pobres el reino de Dios.
Y en la viña de la que habla el evangelio, la que aquel propietario arrendó a unos labradores, puedo reconocer el reino de Dios que ha sido confiado a la comunidad eclesial para que en él demos frutos de vida eterna.
Considera ahora lo que esos relatos dicen de nuestro Dios: ¡Dios labrador! ¡Dios de jardines de Edén, de tierras prometidas! ¡Dios que tanto nos amó que nos dio a Cristo Jesús, tierra que mana leche y miel, evangelio para los pobres!
El Dios de nuestra fe es labrador incansable de tierras que él ha soñado como un paraíso de abundancia y de justicia para sus hijos.
El canto de amor a su viña es siempre un canto de amor a ti, es siempre un soñar de Dios contigo, con tu justicia, con tu paz, con tu plenitud, con tu divinidad –no voy a retirar la palabra: ¡con tu divinidad!-.
El canto de amor de tu Dios lo puedes oír hoy en la eucaristía que celebras, pues a ti, a un pueblo que produzca sus frutos, se te da hoy el reino de Dios; a ti se te entrega hoy la viña que es Cristo Jesús; en tus manos –lo digo a la comunidad eclesial- el creador de paraísos deja hoy su reino: el derecho, la justicia, la paz, la abundancia, la plenitud que son evidencia de que reino de Dios está cerca; a tu corazón y a tus manos el amor de Dios confía hoy “la piedra que desecharon los arquitectos” y que “es ahora la piedra angular”: Cristo Jesús.
Y eso quiere decir que a tu corazón y a tus manos el amor de Dios confía hoy la suerte de los pobres, piedra siempre desechada por los arquitectos del mundo, piedra que Dios ha hecho cuerpo de su Hijo.
“Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente”: Comulgamos con Cristo y con los pobres.
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